COMISIÓN PONTIFICIA PARA LOS BIENES CULTURALES DE LA IGLESIA

Carta Circular

NECESIDAD Y URGENCIA DEL INVENTARIO Y CATALOGACIÓN DE LOS BIENES CULTURALES DE LA IGLESIA

 

Eminencia (Excelencia):

La Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia, después de haber tratado de las bibliotecas y de los archivos1, con el presente documento dirige su atención al inventario-catalogación de los bienes culturales pertenecientes a entidades e instituciones eclesiásticas, con el fin de tutelar y valorar el ingente patrimonio histórico-artístico de la Iglesia. Este patrimonio está constituido por las obras de arquitectura, pintura, escultura, además de los paramentos, adornos, ornamentos litúrgicos, instrumentos musicales, etc.2. Puede ser considerado como el rostro histórico y creativo de la comunidad cristiana. El culto, la catequesis, la caridad, la cultura han modelado el ambiente en el que la comunidad de los creyentes aprende y vive su fe. La traducción de la fe en imágenes enriquece la relación con la creación y con la realidad sobrenatural, remontándose a las narraciones bíblicas y representando las diversas expresiones de la devoción popular.

De este modo cada comunidad cristiana se reconoce en las diversas manifestaciones del arte, y del arte sacro en particular, creándose fuertes lazos que caracterizan y distinguen a las Iglesias particulares en el itinerario religioso común. Además, cada una de ellas ha recogido en archivos, bibliotecas y museos una gran cantidad de obras, documentos y textos que han sido producidos a lo largo de los siglos para responder a las diversas necesidades pastorales y culturales.

Estas actividades liberales «tanto más se dedican a Dios y contribuyen a su alabanza y a su gloria cuanto más lejos están de todo propósito que no sea (...) dirigir las almas de los hombres piadosamente hacia Dios»3.

Si las bibliotecas pueden considerarse como los lugares de la reflexión y los archivos los lugares de la memoria, el patrimonio histórico-artístico de la Iglesia es el testimonio concreto de la creatividad artesanal y artística de la comunidad cristiana, manifestada para dar esplendor de belleza a los lugares del culto, de la piedad, de la vida religiosa, del estudio y de la memoria. Se puede afirmar, por tanto, que monumentos y objetos, de todo tipo y estilo, acompañan los acontecimientos históricos de la Iglesia y, en sus interrelaciones, son instrumentos idóneos para promover la evangelización del hombre moderno.

La incidencia del patrimonio histórico-artístico de la Iglesia en el conjunto de los bienes culturales de la humanidad es enorme, tanto por la cantidad y variedad de los objetos, como por la calidad y belleza de muchos de ellos. No podemos olvidar los grandes artistas que han puesto su ingenio al servicio de la Iglesia. En efecto, cada vocación artística puede dar testimonio del mensaje cristiano ante todos los pueblos. Todas las obras de arte de inspiración cristiana son expresiones de una espiritualidad universal y local. Pueden coincidir con la búsqueda religiosa, individual y comunitaria, alcanzando, en algunos casos, formas de total sintonía espiritual entre el camino creativo y fruitivo.

La ininterrumpida función cultural y eclesial que caracteriza a estos bienes constituye el mejor soporte para su conservación. Pensemos, por ejemplo, en lo dificil y costoso que es para la colectividad mantener estructuras que han perdido la función originaria y lo complejas que son las decisiones que es preciso tomar para identificar nuevas. Además de la «tutela vital» de los bienes culturales, es también importante su «conservación contextual», ya que la valoración debe realizarse en su conjunto, sobre todo en lo que se refiere a los edificios sacros, donde se concentra la mayor parte del patrimonio histórico-artístico de la Iglesia. No debe subestimarse la exigencia de mantener sin alterar, en la medida de las posibilidades, la relación existente entre los edificios y las obras que contienen, para que se pueda garantizar una completa y global fruición de los mismos.

Un requisito previo para salvaguardar este ingente patrimonio es el empeño cognoscitivo. Este es preliminar a las sucesivas intervenciones y a todas las actividades concernientes a las autoridades, ya sean eclesiásticas o civiles, según las respectivas competencias.

El itinerario del conocimiento se puede llevar a cabo de diversas formas, encontrando en el inventario y en la sucesiva catalogación un soporte válido y ampliamente reconocido en sus presupuestos de base. Poner en evidencia los diversos componentes y reconstruir la trama de relaciones establecidas entre las obras en los diversos contextos es uno de los principios-guía que impregnan la metodología de una moderna actividad de reconocimiento documental.

La presente circular va dirigida, por tanto, a los obispos diocesanos, a fin de que se conviertan en portavoces de la urgencia de cuidar del patrimonio histórico-artístico, partiendo sobre todo del inventario, para llegar, si es posible, a la realización del catálogo. Con ella se quiere sensibilizar, también, a los superiores de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, que a lo largo de los siglos han ido originando un patrimonio cultural de incalculable valor.

En su conjunto, la circular quiere ilustrar en general el inventario, del que se puede partir para organizar la actividad catalogadora. Se trata de una operación compleja y en continuo desarrollo, urgente y necesaria, que se debe llevar a cabo con rigor científico para evitar soluciones precarias y derroche de recursos.

A partir del persistente interés de la Iglesia por los bienes culturales, constatable desde los primeros siglos, y tras haber aclarado la noción, el método y el fin del inventario-catalogación, el documento expone, en primer lugar, la urgencia del inventario. En un segundo momento indica algunos elementos con vistas a la posterior labor de catalogación. Más adelante dedica su atención a las instituciones y a las personas responsables del sector.

El documento reúne los conceptos de inventario y catalogación en uno solo. Esto se realiza por motivos de orden teórico y práctico, como la necesaria continuidad entre ambos, las legítimas diferencias al ser concebidos, los diversos estadios de elaboración de los mismos y, sobre todo, la distinta situación de cada Iglesia particular. El documento presenta un itinerario que del inventario, necesario y urgente, conduce a la catalogación, deseable e importante.

El proyecto parte de lo dispuesto por el Código de derecho canónico, el cual prescribe la obligación de redactar «un inventario exacto y detallado (...) de los bienes inmuebles, de los bienes muebles, tanto preciosos como pertenecientes de algún modo al patrimonio cultural, y de cualesquiera otros, con la descripción y tasación de los mismos»4. De aquí se pasa a presentar la conveniencia de una descripción cada vez más completa del patrimonio histórico-artístico de la Iglesia en sus componentes y en su contexto. De suyo, la disposición del Código, prescribiendo un procedimiento de orden administrativo con vistas a la tutela, solicita, tanto en la norma canónica citada como en su totalidad, la realización de un inventario accuratum ac distinctum dirigido a favorecer la valoración eclesial de los bienes culturales, en conformidad con la acción de la Iglesia que se orienta a la salus animarum. Por otro lado, la descripción del bien en cuestión conduce a un detallado inventario y, al mismo tiempo, estimula hacia una progresiva elaboración de un catálogo.

De este modo el documento pretende ofrecer a las Iglesias particulares una orientación general sobre el inventario del propio patrimonio histórico-artístico, integrable progresivamente en un sistema de catalogación, considerando las exigencias eclesiales, las situaciones políticas, las posibilidades económicas, el personal disponible, etc.

1.El inventario-catalogación: apuntes históricos

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  1. Cf. COMISIÓN PONTIFICIA PARA LOS BIENES CULTURALES DE LA IGLESIA, carta circular Las bibliotecas eclesiásticas, 10 de abril de 1994, Prot. n. 179/91/35; ead., carta circular La función pastoral de los archivos eclesiásticos, 2 de febrero de 1997, Prot. n. 274/92/118.

  2. En el mensaje dirigido a los miembros de la primera Asamblea plenaria de la Comisión pontificia para los bienes culturales de la iglesia, el 12 de octubre de 1995, Juan Pablo II afirma que con el concepto de «bienes culturales» se entienden «ante todo, los patrimonios artísticos de la pintura, la escultura, la arquitectura, el mosaico y la música, puestos al servicio de la misión de la Iglesia. Además, a estos hay que añadir los libros contenidos en las bibliotecas eclesiásticas y los archivos de las comunidades eclesiales. En fin, pertenecen a este ámbito las obras literarias, teatrales y cinematográficas producidas por los medios de comunicación social» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de octubre de 1995, p. 12). Cf. también Código de derecho canónico, c. 1189.

  3. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, constitución Sacrosanctum Concilium, 122: « Quae (...) Deo eiusdemque laudi et gloriae provehendae eo magis addicuntur, quo nihil aliud eis propositum est, quam ut operibus suis ad hominum mentes pie in Deum convertendas maxime conferant» (SACROSANCTUM OECUMENICUM CONCILIUM VATICANUM II, Constitutiones, Decreta, Declarationes, cura et studio Secretariae Generalis Concilii Oecumenici Vaticani II, Cittá del Vaticano 1993, p. 56). 

  4. Código de derecho canónico, c. 1283; «Antequam administratores suum munus ineant (...), 2° accuratum ac distinctum inventarium, ab ipsis subscribendum, rerum immobilium, rerum mobilium sive pretiosarum sive utcumque ad bona culturalia pertinentium aliarumve cum descriptione atque aestimatione earundem redigatur, redactumque recognoscatur; 3° huius inventarii alterum exemplar conservetur in tabulario administrationis, alterum in archivo curiae; et in utroque quaelibet immutatio adnotetur, quam patrimonium subire contingat». Cf. también Código de cánones de las Iglesias orientales, cc. 252-261.