SACRIFICIO
SaMun

El s., en el sentido técnico de esta palabra, caracteriza la conducta del hombre delante de Dios, y la caracteriza en el doble sentido importante de que, en primer lugar, como expresión de la universal pertenencia del hombre a Dios, es un deber, y a la vez una actitud que sólo es posible respecto de Dios; y, en segundo lugar, contra una unilateral humanización o secularización de la idea de Dios, expresa en su peculiaridad la relación del hombre con Dios. Sin embargo, aunque el s. sólo es posible respecto de Dios, su interpretación debe partir de la relación de los hombres entre sí. En cuanto el s. interpreta la relación del hombre con Dios partiendo de la experiencia de su relación con los demás hombres, ciertamente se ve expuesto a peligros de tergiversación; pero, por otra parte, es entendido en una forma que, al ser puesta frecuentemente en tela de juicio, debe lograrse siempre de nuevo.

1. En el s., visto no tanto material como formalmente, se expresa a modo de confesión que el hombre está delante de -> Dios como delante de una realidad personal, aunque esta personalidad sea de naturaleza muy peculiar, no comparable con la personalidad humana. Indudablemente, esa forma de confesión, que en general se hace por la ofrenda de un don material, corre el peligro en la inteligencia del encuentro personal con Dios de que se pierda de vista cómo éste es «totalmente diferente» y se conciba su naturaleza como algo palpable y disponible para el hombre. Por eso el hombre que sacrifica ha de vigilar mucho para que se conserve la pureza del sentido de su s.; pero estos peligros nada cambian en la importancia del s. para la inteligencia de la relación del hombre con Dios.

a) Esta relación, interpretada en el acto de su realización, a partir de la relación de los hombres entre sí adquiere una concreción e inteligibilidad que es importante para la conducta religiosa. El contenido de la relación Dios-hombre es experimentado como encuentro personal, tal como el hombre lo conoce (para bien y para mal) por su trato con los otros hombres. La buena experiencia en el trato con los hombres le indicará la importancia — para su perfección — del trato con Dios, mientras que la mala experiencia hecha en el trato con los hombres le hará esperar del encuentro con Dios lo que se echa de menos en la relación con los hombres.

El s. que los hombres ofrecen a su Dios corresponde al uso humano de expresar el amor o amistad por medio de un regalo, por el que se quiere mostrar cierta disposición a darse o pertenecer al otro. Casi siempre este don supone que el hombre de algún modo ha recibido a su vez del otro alguna donación, consistente por lo menos en que él ha experimentado el carácter amable y benéfico del otro. Así, propiamente el don es siempre reacción, respuesta. Entre personas que mutuamente se hacen dones existe una relación recíproca de recibir y dar.

b) Partiendo de aquí hay que interpretar también el s. del hombre a Dios, y presentarlo así como confesión del ser personal de Dios y de la relación del hombre con él. Dios no es un poder mágico impersonal, sino una persona a la que puede acercarse el hombre con un don. Cierto que es infinitamente poderoso, pero ama de tal manera que, sin necesitarlo, permite que el hombre le ofrezca dones.

En la relación del hombre con Dios, el don ofrecido en el s. tiene una plenitud de sentido que va más allá de lo que él es en sí mismo: constituye una expresión de la entrega total del hombre, que reconoce el señorío infinito de Dios, cuya propiedad es y quiere ser. Por eso, el don ofrecido en el s. puede considerarse como expresión de la religión. También el don ofrecido a Dios en el s. debe clasificarse como encuentro personal, que está determinado por el recíproco amor, bien se dé entre los hombres, bien entre el hombre y Dios. Como quiera que este amor tiende al interlocutor personal concreto y es por ello reconocimiento precisamente de su posición y peculiaridad, la entrega amorosa a Dios como creador y señor cobra aquella propiedad que designamos como s. y expresión de la religión. Mas precisamente el hecho de que Cristo, sin negar el señorío de Dios, predica a este Señor como Padre, confirma que la religión expresada en el s. debe estar animada por el amor, que convierte en don el objeto sacrificado.

Más aún que el don entre los hombres, el s. ofrecido a Dios presupone la fe de haber sido agraciado por él. O quizá podamos decir que lo presupuesto es la fe en el señorío del creador, que se reconoce en el s. Pero el saber que hemos sido creados por Dios funda no sólo la convicción del señorío de Dios, sino también la conciencia de haber sido agraciados por él. Finalmente, no es sólo la -> gracia la que eleva al hombre a la participación sobrenatural en la vida del Dios trino, sino ya también la creación como don de Dios. El ágape aparece en el NT como un ser amados y agraciados por Dios, por quien el hombre se siente tocado y a quien se siente impulsado a corresponder. Desde este punto de vista aparece realmente imposible un s. ofrecido por el hombre a Dios; porque ¿cómo va a ser correspondido con un don humano este amor que desciende de Dios? Por eso, en la economía de la salvación del NT, el hombre sólo puede corresponder de dos maneras a los dones de Dios: en el s. que, una vez para siempre, Cristo ofreció como cabeza del género humano (-> redención, -> eucaristía) y a cuya participación ha invitado a los hombres, y en el amor al prójimo, en que se prolonga el amor de Dios.

2. De ordinario, el s. se realiza con un don que sustrae el uso humano, para así representar simbólicamente una entrega a Dios. La insistencia con que la teología se ocupa de las diversas maneras de usar simbólicamente el don del s. — destrucción, modificación, mejora —, muestra la importancia tal vez exagerada que se atribuye al don en el proceso sacrificial. La justificación de tal insistencia aparece en cierto modo problemática, pues no halla aplicación en el s. más perfecto de todos los s., que fue el ofrecido por Cristo. De hecho, el verdadero acto sacrificial es la entrega que de sí mismo hace el hombre, en cuanto se decide (la ofrenda) en el núcleo de la persona, si bien en el área de la expresión ha de incluir las dimensiones de la existencia humana.

a) Hemos de partir de que en el s. el hombre se entrega totalmente a Dios, único ser a quien puede pertenecer perfectamente su persona. La entrega expresada en el s. es, tanto intensiva como extensivamente, una entrega total: intensivamente, en cuanto el hombre, con íntima sinceridad, expresa su pertenencia a Dios, que debe realizar en la configuración de su vida; extensivamente, en cuanto esta entrega a Dios ha de comprender todos los órdenes posibles que determinan la existencia del hombre: la decisión que se toma en la intimidad personal se encarna en el gesto corporal, en la comunidad (que es representada por el sacerdote oferente), en el don tomado del orden mundano. El s. no es sincero, si no se hace en el núcleo de la persona. Pero en el s. debe hacerse también visible que el hombre quiere hacer efectiva su entrega a Dios en todas las dimensiones de su vida.

b) Por tanto, el uso de un don sacrificial no ha de interpretarse precisamente como una representación, en el sentido de que el hombre, ya que no puede entregarse inmediatamente a sí mismo, p. ej., por la muerte, en lugar de eso ofrece a Dios un don material, como símbolo de lo que él no puede hacer consigo mismo. Más bien, el s. en su sentido más propio, como acción del individuo en una comunidad representada por el oferente oficial, se realiza mediante el uso de dones materiales, porque el s. como entrega a Dios, señor absoluto, debe incluir todo lo que caracteriza la existencia entera del hombre. De suyo la entrega del hombre a Dios puede hacerse sin emplear signos materiales representativos. Pero el s. es una realización programática de tal entrega bajo una forma particularmente insistente. Y por esto parece razonable representar la totalidad de la entrega del hombre incluyendo también visiblemente las múltiples dimensiones — la corpórea, la social y la mundana — de la existencia humana. Así, pues, el s. en sentido pleno se hace en libre decisión del interior humano, decisión que se expresa corporalmente mediante palabras y(o) una acción simbólica en el marco de quienes están unidos entre sí por el mismo espíritu, y mediante la oblación de dones tomados del mundo material como fundamento vital del hombre.

3. Comoquiera que el s. es acto de encuentro con Dios, en que el hombre expresa un modo determinado de su existencia, se plantea la cuestión sobre cuál sea el contenido exacto de esta expresión. La misma cuestión se trata por lo general bajo el tema de los «fines del s.», expresión que no designa muy afortunadamente lo que se quiere decir, pues en el s. se trata de un encuentro personal, y bajo tal expresión éste se sitúa demasiado pragmáticamente en el plano de una acción utilitaria determinada por fines cosificados. Corresponde mejor a la naturaleza de la acción sacrificial preguntar por lo que en ella expresa el hombre delante de Dios. La doctrina de los fines del s. necesita otra corrección, en el sentido de que los diversos contenidos del mismo no pueden yuxtaponerse con tanta desconexión entre ellos como frecuentemente se hace, sino que hay que preguntar por la estructura de sentido según la cual deben ordenarse.

a) El sentido general y esencial de todo s. es el latréutico, es decir, el reconocimiento del señorío de Dios por la entrega de la comunidad oferente. Precisamente este sentido distingue el s. de otras formas de expresarse la conducta del hombre delante de Dios y funda la imposibilidad de ofrecer un s. a alguien que no sea Dios.

b) Puesto que son los hombres oferentes quienes en el s. expresan la entrega de sí mismos, y ellos se encuentran en situaciones muy distintas, el permanente sentido latréutico del s. cobra matices diversos o se despliega en contenidos parciales. Si el hombre como pecador ha ofendido al Dios soberano, el sentido latréutico toma el carácter de un s. de expiación. Si el hombre sufre necesidad o desamparo, el reconocimiento del poder y bondad de Dios se hace por la oblación del s. imploratorio. Después de experimentar la ayuda divina, el hombre expresa su reconocimiento por medio del s. de acción de gracias. Todas estas formas de expresión del s. no se yuxtaponen al contenido latréutico, sino que lo concretan de acuerdo con las situaciones.

BIBLIOGRAFÍA: O. Schmitz, Die Opferanschauungen des späteren Judentums und die Opferaussagen des AT (T 1910); M. de la Taille, Mysterium fidel (P '1931); B. Götz, Die Bedeutung des Opfers bei den Völkern (L 1933); E. O. Jámes, Origins of Sacrifice (1933, Lo 21937); R. Duosáud, Les origines cananéennes du sacrifice israélite (P 21941); A. Médebielle, Expiation: DBS III 1-262; H. H. Rowley, The Meaning of sacrifice in the OT (Manchester 1950); E. Forster, Die antiken Ansichten über das Opferwesen (tesis mecanogr. I 1952); G. Fohrer, Die symbolischen Handlungen bei den Propheten (Z 1953); Ph. Seidensticker, Lebendiges Opfers (Mr 1954j; F. J. Schierse, Verheißung und Heilsvollendung (Mn 1955); G. Aulén, Eucharist and Sacrifice (Filadelfia 1959); P. Neuenzeit, Das Herrenmahl (Mn 1960); F. Heiler, Erscheinungsformen und Wesen der Religion (St 1961) 204-225 (bibl.); H. Háág, Das Opfers im AT (Ei 1961); A. Darláp - G. Lánczkowski - W. Kornfeld - R. Schnackenburg - K. Rahner - L. Beirnaert: LThK2 VII 1166-1176; M. Seemánn, Heilsgeschehen und Gottesdienst (Pa 1966); MySal 1II-I; J. Juglar, Sacrificio de alabanza (S Esteban Sal); C. Bona, El sacrificio de la misa (Rialp Ma 1964); J. Jungmann, El sacrificio de la misa (E Cat Ma 41965); J. M. Báuthier, El sacrificio en el dogma católico y en la vida cristiana (G. Gili Ba); Lecuyer, El sacrificio de la nueva alianza (Herder Ba 1969).

Otto Semmelroth