POSITIVISMO MORAL
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1. Concepto

El p. m. no conoce en el campo de la conducta moral ninguna norma universalmente válida, objetiva e inmutable (cf. -> derecho natural, ->ley moral). A este respecto, hemos de admitir que efectivamente la concreción del -> bien en determinadas normas está sometida a un cambio histórico; y así como núcleo inmutable sólo queda una negatividad universal (por la que siempre y en todas partes se prohíbe lo contrario al bien). Pero, además, el p. m. desconoce sobre todo cualquier carácter incondicional de la exigencia moral (en virtud del cual podrían formularse normas inmutables dentro de los límites insinuados). De ahí se sigue que para dicho sistema ninguna acción humana es buena o mala por su esencia, o sea, está incondicionalmente mandada o prohibida (lo cual constituiría la base necesaria para una obligatoriedad universal, que afectara a todos los hombres). La moralidad objetiva y la obligación moral de toda acción no dependen de la actitud subjetiva y del objeto de la acción, sino de algo que se halla fuera de ese objeto y puede estar sometido a cambios.

2. Modalidades del positivismo moral

Basándose en lo dicho cabe distinguir dos clases de p. m.: a) el teónomo, según el cual el orden moral en su estructura y obligatoriedad depende totalmente de la «arbitraria» voluntad libre de Dios, de modo que no viene dado con la esencia misma de Dios y con la realidad creada a su «imagen». Es bueno lo que Dios establece como bueno, y malo lo que él determina como tal. Así en el p. m. teónomo del ockhamismo y del nominalismo el valor moral es deducido también de la voluntad libre de Dios. Esta clase de p. m. tiene su base en el pensamiento de que lo moralmente bueno o malo no existe previamente a la voluntad divina, que es libre para determinar una cosa de esta o de otra manera.

b) El p. m. antropónomo o autónomo defiende que las normas morales no se deducen de la esencia de las cosas, de la naturaleza del hombre, o de la revelación divina. Tales normas no son concebidas como «descubrimiento», sino como «invención», con el fin de posibilitar y regular la convivencia humana bajo las respectivas circunstancias políticas, sociales y económicas.

Esta concepción de las normas de la moralidad se halla ya en la sofistica, según la cual la distinción entre justo e injusto, entre bien y mal, no se debe a la naturaleza de las cosas, sino a la disposición humana (Aristipo, Protágoras, Gorgias). Más tarde Montaigne y Hobbes defendieron igualmente la opinión de que por naturaleza no hay ninguna norma universalmente válida de bien y mal, y de que sólo las leyes del Estado fundan una distinción general.

Con la aparición de las ciencias empíricas, de la etnología y de la ciencia comparada de las religiones, por el conocimiento de la diversidad en las configuraciones de la moral en cada pueblo surge la duda sobre la existencia de normas morales universalmente válidas, objetivas y cognoscibles como tales. Se advierte también una evolución de la moralidad en el curso de la historia, cuyos testimonios muestran cómo la moral, lo mismo que la cultura en general, se ha desarrollado desde formas primitivas de comportamiento.

3. Crítica

Ante todo hemos de reconocer que no puede negarse la diversidad de ideas morales entre los diferentes pueblos. Tampoco puede discutirse el condicionamiento de esta diversidad por las circunstancias sociales, económicas y políticas. Pero hemos de preguntarnos si podemos aceptar la consecuencia que el p. m. deduce de este hecho. La moral queda reducido a un problema empírico. Ahora bien, la moralidad tiene sus raíces más allá de lo históricamente cuestionable y de la estadística (no en el sentido de un mundo suprahistórico de -> valores, sino como una dimensión incondicional de la realidad moral, dimensión que se actualiza en la historia y, sin embargo, es inconmensurable con ella). La moral está dada con la esencia del hombre y con la naturaleza de las cosas. La autorrealización del –> hombre como persona y comunidad, la configuración del mundo y el comportamiento con él, a través de las exigencias de la moralidad sitúan al hombre ante un deber que se halla sustraído a su capricho, aunque le afecta precisamente en su situación concreta, y así está dado con anterioridad a su constitución históricamente variante.

El que este deber haya recibido geográfica e históricamente diversas respuestas está condicionado por la historicidad del hombre, que, evidentemente, no sólo depende de la voluntad humana sino también del kairos del -> bien mismo. Precisamente así este cambio, como mutación de una identidad permanente, apunta a la oposición que media, no sólo entre una concepción moral abstracta y ahistórica (racionalista) y el relativismo de la moralidad, sino en igual medida — y más decisivamente todavía — entre una moralidad concreta y «encarnacionista» y el p. m., que en realidad es amoral.

Esta oposición, no la que se da entre racionalismo y relativismo, sino la que media entre verdad envolvente y falsa unilateralidad, plantea a la vez la tarea de un p. m. en un sentido nuevo y legitimo. De hecho, el bien que permanece idéntico ha de realizarse temporal y geográficamente en formas diversas, no sólo por parte del individuo, sino también por parte de la sociedad en general; para lo cual requiere en cada caso nuevas normas positivas. En este sentido la tarea de un p. m. sería la de la «aplicación», la de una «discreción de espíritus», la de una formulación «profética», la de los «imperativos» del momento, más allá de la defensa de los -> principios permanentemente exigida.

BIBLIOGRAFIA: E. Westermarck, Ursprung und Entwicklung der Moralbegriffe (L 1907-09); V. Cathrein, Die Einheit des sittlichen Bewußtseins der Menschheit, 3 vols. (Fr 1914); ideen, Moralphilosophie, 2 vols. (Fr 61924); 0. Dittrich, Geschichte der Ethik, 4 vols. (L 1926-32); J. Leclercq, Las grandes líneas de la filosofía moral (Ma 31966); C. Nink, Metaphysik des sittlich Guten (Fr 1955); L. v. Wiese, Ethik in der Schauweise der Wissenschaften vom Menschen und von der Gesellschaft (Berna - Mn 21960); P. Engelhardt (dir.), Sein und Ethos (Mz 1963); H. Reiners, Die philosophische Ethik (Hei 1964); H. Reiners, Grudintention und sittliches Tun (Fr 1966); J. de Finance, Ensayos sobre el obrar humano (Gredos Ma 1966).

Ireneo González