PELAGIANISMO
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Con el nombre de p. designa la teología una posición herética dentro del círculo de problemas de la gracia y la libertad. El p. se remonta al monje británico Pelagio, que hacia el 400 inculcó en Roma una rigurosa espiritualidad bíblica con fuerte rasgo voluntarista. Su doctrina fue difundida por sus discípulos Celestio y Julián de Eclano. En la disputa con el p., cuyos detalles históricos no podemos exponer aquí, el papel decisivo correspondió a Agustín. Pelagio pensaba, con los estoicos, que se puede pedir a Dios toda clase de bienes, menos la virtud. Una vez recibido el don del libre albedrío, es asunto del hombre usar de él rectamente. Como él es responsable de toda su situación, no hay santidad a la que no pueda llegar, si tiene el valor de quererlo. Habiendo leído en las Confesiones de Agustín estas palabras: Da quod iubes et quod vis iube (dame lo que mandas y manda lo que quieras: x 29 40, x 31 45; x 37 60; cf. también De dono perseverantiae, 20, 53) Pelagio, que entonces gozaba de gran prestigio en Roma, se escandalizó. Más tarde, uno de sus discípulos, Julián de Eclano, dará una formulación más fuerte a su doctrina: «Por el libre albedrío el hombre es "autónomo"» (libertas arbitrii qua homo emancipatus est a Deo).

Por lo que se refiere al enjuiciamiento de la situación histórica, hemos de advertir que, la doctrina del p. nos ha sido transmitida sobre todo a través de los escritos de sus adversarios.

La afirmación fundamental de la libertad del hombre, como un poder propio, sin duda creado, pero plenamente autónomo, que por sí solo es capaz de cumplir la ley de Dios, provocó la intervención de Agustín, pues esa tesis niega la necesidad de la gracia para un cumplimiento natural y salvífico de la ley moral, y con ello no tiene en cuenta la doctrina del pecado original y sus consecuencias (-> concupiscencia). Ciertamente la -> naturaleza, la -> ley, la providencia divina y la –> libertad misma son gracia de Dios en el sentido amplio de la palabra. Pero la -> gracia en el sentido auténtico es otra cosa, a saber: un don sobrenatural, una ayuda interior, por la que Dios mismo obra en lo íntimo de nuestra libertad para que usemos bien de ella. «Dios — decía Pelagio — me ha dado la existencia; y es asunto mío obrar rectamente.» Agustín cita contra él las palabras de Juan 15, 5: «Sin mí nada podéis hacer»; y comenta: «Cristo no dijo: "Sin mí difícilmente podréis hacer", sino: "Sin mí no podéis hacer nada".»

Para apoyar su tesis, Agustín recurre a múltiples textos de la Escritura: Dios tiene en su mano el corazón del rey (Prov 21, 5); nos da el querer y el hacer (Flp 2, 3); todo buen pensamiento, todo piadoso deseo (2 Cor 3, 5) y, con más razón, una larga perseverancia en el bien, son dones de la gracia. Recuerda con predilección (Sermo 290) la parábola del fariseo y el publicano (Lc 16). En su polémica, Agustín comparó varias veces a los pelagianos con los judíos de que habla Pablo, los cuales no conocían la verdadera justicia de Dios y trataban de establecer su propia justicia (Rom 10, 3). Subraya el contraste entre el AT, orientado hacia la realización de las promesas temporales, y la gracia del NT, gracia interior que nos encamina hacia una herencia eterna (Carta 140, a Honorato). La ley antigua, dice también siguiendo a Pablo, sólo podía dar el conocimiento del pecado, pero no la fuerza para cumplirla. Según los pelagianos, algunos hombres pueden vivir sin pecado. Agustín, en cambio, apoyándose en Pablo, confiesa su miseria y se encomienda a la misericordia de Dios (Sermo 154).

El p. partía de una concepción muy recortada de la revelación, pero era también un error filosófico. El estoicismo, al que más o menos conscientemente estaba vinculado el p., oponía la grandeza de los héroes a las cobardías y debilidades de la humanidad media. No podía comprender que la grandeza moral de los héroes está sobre todo en su dependencia de Dios. Ciertamente Agustín dice: «Dios que nos hizo sin nosotros, no nos salvará sin nosotros»; pero añadiendo: «Él nos salva en cuanto nos comunica su fuerza.» Nada puede existir — dirá a su vez Tomás — que no dependa, en cada instante, de la causa primera. En la cristiana, la creación es una relación de dependencia que la mantiene en el ser después de haber sido puesta en él (ST i q. 104; De pot. q. 5).

Por ser una realidad positiva, existencial, el buen uso del libre albedrío supone una nueva relación con Dios. Cuando digo: «Mi acción es mérito mío», siempre he de entender juntamente que, sin dejar yo de ser responsable de él, este acto libre es un don que Dios acaba de hacerme; sólo el pecado me constituye en causa primera, pero el pecado es la nada en el plano moral. «Nadie tiene, de suyo, sino mentira y pecado», dice el concilio de Orange con Agustín. «El hombre no puede realizar nada bueno sin Dios. Muchos bienes hace Dios sin colaboración humana; ningún bien, empero, produce el hombre sin que Dios haga lo que aquél hace» (Dz 193 195). Ahora bien, esta fundamental verdad teológica ha de traducirse en una relación existencial del hombre con Dios. Por eso el p. es aquí una tentación que revive siempre de nuevo.

La ética del -> kantismo, que pone el acento sobre el deber y su sublime majestad, es un nuevo estoicismo (bajo el vestido de una época distinta) y pretende que el hombre es el único artífice de su destino. La filosofía de Fichte seculariza la idea cristiana de gracia y vida eterna. El existencialismo ateo de hoy día, difundido en numerosas piezas de teatro y en novelas y películas, se inspira en los mismos principios. Este existencialismo es una reacción contra el determinismo científico, psicológico y social. A fines del siglo xix y comienzos del xx, prácticamente se había suprimido la libertad. El vicio y la virtud, decía Taine, son productos naturales. Para explicar la decadencia de determinados seres humanos, éstos eran presentados como esclavos de un medio y de una miseria social inmerecida. En el siglo xx, reaccionando contra Zola, Sartre pretende, por el contrario, mostrar que todo hombre es libre y responsable de su vida. Si hay héroes y cobardes, gentes animosas y seres endebles — dice — eso no es efecto de un temperamento ni de un medio. Nadie nace héroe ni cobarde, sino que se hace, y siempre hay posibilidades de decadencia y resurgimiento. Esta reacción es sana, como lo fue la de Pelagio en el siglo v. Ahora bien, mucho peor que Pelagio, el cual por lo menos creía en Dios, es el existencialismo contemporáneo, que lleva un germen ateo en su punto de partida. El hombre se halla solo en el centro de la naturaleza, girando sobre sí mismo, sin otra finalidad que la que él se dé, sin otro auxilio que su propia voluntad.

Por otra parte, esta filosofía del hombre conduce una vez más a la propia suficiencia y al orgullo. Para Nietzsche, según el cual el cristianismo no ha producido más que hombres no redimidos, sólo es válida una moral del superhombre. Pelagio en cambio dejaba al hombre solo frente a la ley de Dios. El existencialismo ateo, para el cual es sospechosa toda moralidad, no ha logrado construir una moral objetiva. De suyo aspiraba a una ética en la que la humanidad en su condición humana fuera la meta de esta moral objetiva.

Lo que se ha designado como conflicto entre los humanismos, entre el humanismo cristiano, por una parte, y el marxismo y el existencialismo ateo, por otra, muestra la actualidad de la disputa de Agustín con Pelagio. Pelagio aparece como un cristiano anclado en el AT; él no comprendió lo que teológicamente se llama gracia y así, de acuerdo con su concepción pragmática del cristianismo, entendió la gracia como un auxilio externo para la acción del hombre. Sin duda Pelagio no estudió a fondo ni la doctrina del cuerpo místico de Cristo ni el problema de la condición social y solidaria del hombre en el pecado y la salvación. La gracia interna, que él no quería reconocer, es en realidad la gracia de Cristo. Cristo nos mereció la salvación por su sacrificio redentor; y él es también la cabeza de un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo. Si para usar bien de nuestra libertad necesitamos de un auxilio interior sobrenatural, eso se debe a que existimos no a manera de mónadas cerradas, sino en unión con otros hombres y con Jesucristo, cabeza y salvador, como miembros de su cuerpo. Todo el que se separa del cuerpo por el pecado, se convierte en miembro muerto. Una raíz viva puede producir otro brote en lugar del cortado, pero el brote no puede vivir sin raíz (Dz 197).

La disputa con el p. llevó a formular la doctrina de la necesidad de la gracia interna; pero la doctrina de su necesidad absoluta sólo llegó a articularse cuando se estudiaron el carácter y el fin sobrenaturales de la misma (cf. orden -> sobrenatural, -> naturaleza y gracia, -> gracia [B y D], fin del - hombre).

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Henri Rondet