NOVÍSIMOS
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1. En el lenguaje religioso (sobre todo catequético) se denominan n. (novissima) aquellas realidades que forman el límite o están «más allá» del límite, el cual separa entre sí, de una parte, el -> tiempo, la historia de salvación o de perdición, el desarrollo de la libertad, y, de otra, el estadio definitivo de todo eso (-> eternidad). Los n. son, pues, los distintos momentos y aspectos parciales del tránsito del hombre (como individuo delante de Dios y como miembro de la humanidad total) a su estado completamente definitivo. El desenlace definitivo de la historia puede darse a modo de consumación positiva o de fracaso radical, definitivo y permanente: -> muerte, juicio particular (-> purgatorio, -> limbo), -> visión de Dios, -> infierno (como aspecto del destino final del individuo; Dz 175 530 693 983), por una parte, segunda venida de Cristo ( -> parusía), -> resurrección de la carne, juicio universal, -> reino de Dios (como aspectos de la consumación cósmica final de la humanidad en su totalidad), por otra parte.

En cuanto límite y consumación de la historia, estas realidades, a pesar de su carácter en parte radicalmente distinto (salvación-perdición), tienen puntos comunes formales que permiten reunirlas bajo el concepto de n. Con esta palabra no nos limitamos a unificar bajo el concepto formal y abstracto de consumación, realidades que de suyo son dispares. Pues si toda la realidad fuera de Dios (-> mundo, -> creación) forma una unidad real en que cada ente particular tiene una referencia y una independencia respecto del todo, lo mismo cabe decir también de la consumación de este todo único.

2. Los principios hermenéuticos para la inteligencia de los enunciados escatológicos como doctrina sobre los n. están tratados en el artículo -> escatológica (cf. también representaciones sobre el -> más allá, -> milenarismo, -> apocatástasis, -> escatologismo).

3. Si el hombre es verdaderamente una realidad plural (cf. p. ej., relación entre cuerpo y alma) y así precisamente una unidad en que cada momento de la misma está determinado por todos los demás, sin identificarse con ellos, consecuentemente los muchos enunciados que se dan en la tradición sobre los n. no pueden, de una parte, leerse sin más de antemano («desmitificando») como objetivamente idénticos, ni, por otra parte, separarse claramente unos de otros. Cada enunciado sólo es inteligible en relación con los demás, e incluso no puede delimitarse con plena claridad en su contenido respecto de otros enunciados. Y esto tanto menos por el hecho de que hemos de pensar con mucha cautela en lo relativo a la «temporalidad» del «estado intermedio» (juicio particular — juicio universal; visión de Dios — resurrección de la carne; «duración» del purgatorio).

Este «tiempo intermedio» ciertamente no puede pensarse como una continuación de nuestro -> tiempo. Y por eso mismo es difícil definir la relación de los n. entre sí. ¿Pueden pensarse, p. ej., el juicio personal de cada hombre que muere y el juicio universal como separados por una distancia de tiempo que se extiende dentro del mundo desde ahora hasta el término de la historia? Pero si esto es imposible, apenas cabe determinar positivamente la relación entre el juicio personal y el universal. El «juicio particular» deberá concebirse primariamente como un enunciado sobre la consumación individual del hombre particular, en cuanto no es meramente un factor de la humanidad colectiva; y el «juicio universal» habrá de entenderse primariamente como una afirmación de que la humanidad y su historia en cuanto unidad y totalidad está bajo el juicio de Dios, sin querer delimitar entre sí estos dos enunciados, fijando su contenido positivo en dos puntos determinados de un mismo sistema de coordinadas temporales.

4. De acuerdo con la situación escatológica en que vive ya ahora el hombre después de Cristo, los n. no pueden considerarse sólo como acontecimientos venideros, meramente anticipados en el conocimiento. No son solamente acontecimientos hacia los que se mueve el hombre, pues ya están realmente anticipados en la gracia, en el sí (por la fe y la esperanza) o el no con que se responde a ella. En la -> fe y la -> esperanza acontecen ya el juicio y la salvación futura (Jn 5, 24; 12, 31; 16, 8, a diferencia, p. ej., de Heb 9, 27; Rom 8, 24, etc.); el Pneuma que transforma la bajeza de nuestra existencia carnal se nos ha dado ya (Flp 3, 21; Rom 8, 23), y en él se nos anticipa la resurrección (Jn 5, 25-28; sin que la poseamos por completo de una forma empírica: 2 Tom 2, 18). Por tanto, la doctrina sobre los n. es también una doctrina sobre la presencia escatológica de las postrimerías en la existencia del hombre, con lo cual no se pone en duda que esta presencia sólo se da en la tensión hacia un futuro distinto. Y eso no debe entenderse únicamente en el sentido individualista de una «interioridad» privada del hombre, pues la doctrina sobre los n. implica también directrices y exigencias para la dimensión social del mismo.

En efecto, los cristianos deben imprimir su esperanza escatológica (que a la postre sólo puede referirse fundamentalmente a los n.) en las estructuras sociales del mundo (Vaticano ii, Lumen gentium, nº. 35). Lo cual significa que también en el terreno social el cristiano no puede ser meramente «conservador», ya que su esperanza escatológica, por un lado, hace relativo todo estado concreto de la realidad y, por otro, esta esperanza que hace relativo el momento actual debe aparecer también en las estructuras sociales. En efecto, por la esperanza escatológica de los n., que trae Dios mismo, el cristiano es liberado de las potestades y dominaciones del presente eón (Rom 8, 35-39), no sólo en el sentido de que en último término éstas no tienen poder sobre él cuando tolera pacientemente su acción, sino también en el de que posee frente a ellas un punto firme — hasta la entrega de su vida — para la crítica creadora y para la transformación.

5. La exposición corriente de los n. produce fácilmente una pálida impresión filosófica. Aparece como consecuencia (apenas sometida a reflexión) de una doctrina filosófica sobre la -> inmortalidad del alma y sobre la -> libertad, que puede tomar decisiones definitivas. Lo que luego se añade a este núcleo filosófico de semejante escatología, se presenta más bien como un adorno mediante los enunciados figurados de la Escritura, los cuales no modifican ya lo esencial (-> parusía, -> anticristo, -> resurrección de la carne, interpretada como resurrección del cuerpo). Para evitar esto habría que poner la doctrina sobre los n., más expresamente de lo que ordinariamente se hace, en conexión con los precedentes tratados dogmáticos. La -> muerte es (o debe ser) participación en la muerte de Cristo; el juicio es la manifestación de aquel juicio (primariamente absolutorio) que se produjo en la cruz (Jn 12, 31s; Rom 8, 3; Gál 3, 13, etc.); la consumación del mundo pone de manifiesto la aceptación del mundo por Dios en la encarnación de su Hijo (-> encarnación, comunicación de -> Dios mismo al hombre); la doctrina sobre el purgatorio sólo se hace comprensible partiendo de una doctrina profundizada sobre la concupiscencia (penas del -> pecado); la parusía de Cristo debería verse más claramente como el estadio final de la única venida de Cristo, la cual comenzó con la encarnación del Verbo, se continuó por el descenso de Cristo a la muerte (cf. Mt 12, 40) y, en la resurrección y venida del Espíritu Santo, inició ya la transformación del mundo, de suerte que Cristo «vuelve» en cuanto todos sus escogidos llegan a él y se hacen partícipes de su gloria.

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Karl Rahner