MORAL
SaMun
 

A) Teología moral.
B) Sistemas morales.


A) TEOLOGÍA MORAL

Contra todos aquellos que miran los manuales casuísticos y jurídicos de t.m. como expresión permanente del catolicismo clásico, hay que afirmar ante todo que la Iglesia vivió más de mil quinientos años sin ese tipo de teología y, en general, sin una t.m. como disciplina especial. ¿Era la Iglesia menos perfecta sin pareja disciplina cerrada en sí misma o se preocupó menos de la autenticidad de la vida cristiana?

La sagrada Escritura no se parece ni a un texto de dogmática ni a uno de los clásicos manuales de t.m.; más bien nos enseña en la historia concreta la primigenia unidad entre verdad y camino de salvación, entre buena nueva e instrucción existencial para llevar una vida de acuerdo con el evangelio. Se hallan, claro está, en la sagrada Escritura pasajes más o menos largos que insisten preferentemente en la configuración de la vida, así, p. ej., el -> decálogo en el AT, y el -> sermón de la montaña y los discursos de despedida de Jesús en el NT. Pero, incluso en estos pasajes dedicados más directamente a la instrucción moral, es característica precisamente la unidad de alianza y ley de la alianza, de acontecimiento, verdad y camino de salvación.

En la era patrística la instrucción sobre la conducta cristiana se ofrecía principalmente como una parte de la catequesis bautismal y eucarística. Son típicas a este respecto las catequesis atribuidas a Cirilo (o a Juan) de Jerusalén sobre los sacramentos y sobre la vida correspondiente a la realidad sacramental. Ninguno de los grandes padres de la Iglesia o de los teólogos de la edad media puede ser calificado de teólogo moral o de moralista en el sentido moderno de la palabra. Tal vez pudiéramos exceptuar en cierto sentido a Gregorio Magno, no porque él trazara un sistema de t.m. independiente en sf mismo, cosa que él ni siquiera intentó, sino porque su interés principal se dirigía a las cuestiones prácticas de la vida y a las necesidades pastorales concretas.

1. Prehistoria de la teología moral

Cierto que en la primera edad media (sobre todo en el campo de irradiación de la Iglesia irlandesa) se compusieron los libri paenitentiales, y en la baja edad media se propagaron rápidamente las summae confessariorum; pero nadie pensó en considerar esas obras como manuales de moral cristiana. Los primeros se ocupaban exclusivamente de la medida de la penitencia que debía imponerse; y las sumas mencionadas eran por lo general obras de consulta ordenadas alfabéticamente para uso de los confesores, que hallaban en ellas, junto a temas de derecho canónico y de doctrina en general, también la solución de cuestiones de conciencia.

Mucho antes que una t.m., se desarrolló en la edad media la filosofía moral, sobre todo en la polémica con la -> ética (A) aristotélica. Ya los padres de la Iglesia (piénsese, p. ej., en Clemente de Alejandría o en Ambrosio) se apropiaron ideas de la ética estoica o desarrollaron su pensamiento en discusión crítica con los estoicos. Tomás de Aquino representa un cambio decisivo. De un lado, él recoge toda la evolución anterior en una síntesis donde son tratados juntamente la verdad y el camino salvíficos. Y, de otro lado, en la segunda parte de su Suma teológica, siguiendo de cerca la ética aristotélica, trata sistemáticamente muchas cuestiones de moral. Pero Tomás de Aquino jamás consideró esta parte de su Suma teológica como un tratado cerrado en sí mismo de la doctrina moral cristiana. Esa parte de la Suma sólo tiene su sentido y función en el todo de una exposición sistemática de la teología una e indivisa. Muchas cuestiones, p. ej., la virtud de la penitencia y toda la moral matrimonial, son tratadas en la tercera parte, dentro de la visión de los sacramentos.

Como es sabido, de momento el influjo de Tomás quedó descartado en gran medida por la condenación de sus obras fulminada por el obispo de París. Pero, desde el renacimiento tomista del siglo xvi, se abrió paso una evolución de la t.m. en que confluyeron corrientes tan diversas como los libri paenitentiales, las summae confessariorum y la visión principalmente aristotélica de la segunda parte de la Suma. La diferencia entre estas dos corrientes es muy grande; pero tienen un punto común: la casi total ausencia de Cristo. No puede hacerse responsable de esto a Tomás de Aquino, pues él de ningún modo consideraba la segunda parte de la Suma como un tratado independiente en sí mismo; pero al final de esta evolución nos preguntamos con razón si fue afortunado tratar en la Suma teológica cuestiones fundamentales de moral cristiana antes de haber presentado a Cristo como camino, verdad y vida.

2. Historia de la teología moral

La historia propiamente dicha de la t.m., calificada tantas veces de «tradicional», comienza después del concilio de Trento. Ese hecho mismo pone de manifiesto que la t.m. implica un problema ecuménico de primer orden.

En la línea de la reforma católica, el concilio de Trento dio nuevo impulso y nuevas formas y prescripciones para la «administración» y la recepción del sacramento de la penitencia. Se urgió con nueva insistencia la confesión de todos los pecados graves antes de recibir la eucaristía, así como la acusación según la especie y el número de los mismos. El seminario tridentino tenía por objeto sobre todo formar buenos confesores.

La ratio studiorum de la Compañía de Jesús respondió a la nueva situación introduciendo un curso especial de casuística moral para los confesores. Las grandes perspectivas de la vida cristiana todavía fueron tratadas de momento en la teología una e indivisa juntamente con la doctrina de la fe.

Pero se fue construyendo más y más un nuevo sistema de moral concentrado en cuestiones de la práctica de la confesión; y muy pronto los teólogos, que se llamaban ahora dogmáticos, se consideraron dispensados de tratar cuestiones de vida cristiana, con la excusa de que eso se hacía en la casuística, es decir, en la moral.

De acuerdo con el fin particular de este tipo de nueva ciencia moral, se centró la atención en la manera como el confesor debía decidir los casos de conciencia y en la materia y el modo de acusación del penitente. Así la cuestión sobre la -> conciencia vino a ocupar el centro, pero en un sentido muy especial y con una mentalidad muy típica. A veces la visión tomista, que está dirigida al finis ultimus, a la consumación definitiva, se unió externamente con este nuevo tipo. Comoquiera que uno de los fines de esa nueva disciplina era el control de las decisiones de conciencia por parte del confesor, la cuestión sobre la norma o ley permanente tenía que pasar al primer plano del interés. De ahí que el problema de la obligación legal en caso de duda vino a cobrar una importancia desproporcionada en la disputa sobre los sistemas morales.

3. Presupuestos de la teología moral tradicional

Es evidente que esta limitación de la moral al confesonario hubo de determinar toda su perspectiva. Además, el modo de entender el papel del confesor y del penitente estaba también determinado por el contexto histórico. En todo los tiempos la teología ha tenido y tiene necesariamente una función histórico-salvífica: la función de dar respuesta en un sistema inteligible de conceptos a las cuestiones existenciales del tiempo. De ahí que lleve inevitablemente la marca de la época. Para comprender los profundos cambios en la concepción total de la t.m. hemos de darnos cuenta plenamente del mundo circundante de la teología en cada momento. Aquí sólo podemos indicar las líneas más importantes. Desempeña un papel fundamental el estilo de sociedad y gobierno de cada tiempo. La época en que se afianzó el estilo de la t.m. casuística está caracterizada por la familia patriarcal y por un paternalismo aceptado de todo punto con gratitud. En la familia mandaba el padre más o menos absolutamente. Las minorías selectas en el campo cultural y el social no eran muy amplias. La masa no pensaba siquiera en un ascenso social y cultural. Era cosa obvia que la responsabilidad debía concentrarse en manos de unos pocos. Se llegó en gran parte a una mezcla de feudalismo, absolutismo y centralismo. La contrarreforma y más tarde la restauración, un orden social más o menos estático y la tendencia del clero y de las minorías sociales dominantes a defender el status quo, favorecieron una visión estática de la moral. Así se explica la manera como fue vista la cuestión de la conciencia, sobre todo en la perspectiva de una obediencia rigurosa a la ley y al mandato de la autoridad. A ello se añadió el influjo persistente de la doctrina romana del -> derecho natural y del viejo ideal germánico de la absoluta lealtad. Tanto en Grecia como en Roma la doctrina de la ley moral natural se había elaborado principalmente sobre un fondo de matiz político y conservador. No es de maravillar que los moralistas de esta época echaran mano de la vieja doctrina del derecho natural en sus manuales dirigidos al sacramento de la penitencia.

En la misma dirección operaba la identificación de la Iglesia con la jerarquía (o, en el mejor de los casos, con el clero). La Iglesia parecía resplandecer más por sus propias disposiciones y estatutos que por el evangelio. Todo eso explica la mezcolanza, a menudo sin ningún espíritu crítico, de disposiciones canónicas, leyes civiles, normas de derecho natural y citas de la Biblia. Esta situación fue expresada acertadamente por H. Jone en el título de su moral: «Teología moral con especial consideración del derecho canónico y del derecho alemán, austríaco y suizo». Las estructuras jurídicamente fijadas ocupaban de todo punto el primer término del interés de este tipo de teología moral.

Por otra parte, no es lícito silenciar que los mejores representantes de este tipo de t.m. trabajaron mucho para hacer más soportables las cargas y limitaciones legales. Esta intención tuvieron, entre otras cosas, el derecho natural (en cuanto se opuso al capricho de los príncipes), la teoría de las leyes puramente penales y el «sistema moral» del probabilismo.

Esta acentuación y perspectiva se debió en parte a los temas de la reforma protestante y al espíritu de la contrarreforma. Si de un lado se alzaba el lema de la «fe sola» y la «gracia sola», de otro lado el tipo legalista de la t.m. católica evitaba en general hablar de la relación entre la fe y sus frutos, resaltaba unilateralmente las obras de la ley y sólo de pasada mencionaba la gracia, en cuanto ayuda a cumplir la ley. Era típico que no se tratara la moral en la perspectiva del sermón de la montaña; más bien, primero se hablaba del decálogo y luego de los sacramentos, y por cierto casi exclusivamente con miras a un nuevo conjunto «de deberes». Si los protestantes acentuaban unilateralmente la «Escritura sola», los moralistas romanos trataban casi únicamente de las decretales de los papas y de 1as formulaciones del derecho natural como punto de partida de la moral. Si los protestantes resaltaban el sacerdocio general del pueblo de Dios, los moralistas católicos insistían tanto más sobre la sumisión de los laicos a la jerarquía y al confesor.

Una mentalidad individualista, que repercutía también en el terreno religioso, p. ej., en el lema «Salva tu alma», tenía como contrapeso los límites y sanciones legales, así como el pensamiento individualista era por su parte un contrapeso del legalismo.

El complejo de seguridad de una sociedad y una Iglesia orientadas a la propia defensa produjo una especie de escrupulosidad colectiva, cuyos frutos fueron entre otras cosas la fijación de las energías de varias generaciones de moralistas en los problemas de los sistemas morales y, de manera muy particular, el tuciorismo y el probabiliorismo. Bajo la amenaza de la inquisición, presente en todas partes, y posteriormente en forma algo más suave del santo oficio, y dado el rigor extraordinario de la censura civil y eclesiástica, quedaba poco espacio para el pensamiento creador. Mientras las grandes figuras de la era patrística y de manera muy particular Tomás de Aquino entablaron diálogo fecundo con las corrientes espirituales de su tiempo, ahora se tenía por «más seguro» atenerse a las fórmulas tradicionales. Ni siquiera los principios del derecho natural (o de la ley moral natural) seguían en muchos casos los nuevos conocimientos de la historia del hombre, de la psicología, sociología y antropología. Así se hizo más profundo el abismo entre la t.m. y la sensibilidad y problemática del hombre en la era científica.

La acentuación antirreformadora del sacerdocio ministerial y del estado religioso, juntamente con el mantenimiento de los privilegios de estamento del clero en una sociedad anticuada de clases, facilitó la división de la ética en una t.m. dirigida a los laicos, que debían regirse por la ley, y una teología ascético-mística para los pertenecientes al «estado de perfección», que en cierto modo habían hecho monopolio suyo el llamamiento a la santidad.

Hay que insistir, sin embargo, en que frente a esta evolución siempre se alzaron voces contrarias en la Iglesia católica, sometiéndola una y otra vez a cierta corrección. Baste mencionar la escuela francesa de espiritualidad, nacida en torno al cardenal Bérulle, la cual aspiraba a la vida cristiana de todos y concedía un puesto fundamental a los sacramentos como signos de la gracia y de la caridad. Alfonso de Ligorio, cuya extensa theologia moralis pertenece al tipo clásico de la moral de confesonario, escribió varias obras muy difundidas sobre la vida cristiana, las cuales van dirigidas a todos los cristianos y, de modo característico, comienzan con el lema agustiniano: Dilige et quod vis fac («Ama y haz lo que quieras»); así,p. ej., La pratica di amar Gesú Cristo. Sobre todo en Alemania, por influencia de la -> ilustración y luego del -> romanticismo y de una primera aurora del ecumenismo, se desarrolló un tipo totalmente distinto de t.m. que se abrió conscientemente al diálogo con las corrientes del tiempo y con las metas de las iglesias protestantes y, por ello, también se fundó más intensamente sobre bases bíblicas. Entre los muchos pioneros mencionemos sólo a J.M. Sailer, J.B. Hierscher y M. Jocham, que por desgracia no pudieron ejercer influjo duradero fuera del ámbito alemán. También en los territorios de la lengua alemana, predominó de nuevo en la segunda mitad del siglo xix el tipo romano de t.m., si prescindimos de grandes figuras aisladas como F. Javier Linsenmann, para quien fue siempre una gran preocupación la inteligencia de la libertad y del «espíritu de la ley». Así los pioneros de la renovación de la t.m. en nuestro siglo, tales como J. Mausbach, 0. Schilling y sobre todo T. Steinbüchel y F. Tillmann, pudieron apoyarse en una tradición importante.

4. Los nuevos presupuestos de la teología moral

Con el concilio Vaticano u se ha puesto de manifiesto la transición a una nueva época de la t.m., así como una renovada inteligencia de la Iglesia. Para explicar este cambio de conciencia y para conocer más claramente la dirección de los esfuerzos, hay que darse cuenta del nuevo contexto, del nuevo mundo, en que la t.m. tendrá que cumplir su misión.

J.M. Sailer tuvo presentes como destinatarios de su Handbuch der christlichen Moral (1817) no sólo a los «futuros pastores de almas», sino también a «todo cristiano culto», según el subtítulo significativo que él dio a su obra. La perspectiva decisiva de la t.m. de hoy y de mañana no es ya el confesor y el mero confesarse, sino simplemente el cristiano, el pueblo de Dios en su peregrinación, en su aspiración a la mayoría de edad y a la solidaridad.

Por un lado, la «discriminación de lo cristiano» frente a un mundo pluralista y en parte incrédulo es más urgente que en una sociedad cristiana por principio; pero, frente a las Iglesias orientales y a las Iglesias surgidas de la reforma protestante, el acento se carga más sobre los puntos comunes que sobre los motivos de separación. Precisamente la discriminación de lo cristiano deberá hacerse también de manera que así se favorezca en lo posible el diálogo con todos. Aun allí donde se trata de la necesaria repulsa al -> ateísmo, la preocupación principal se dirigirá a investigar y superar las formas ocultas de incredulidad en nosotros mismos, en nuestras fórmulas y en nuestra conducta y, por ende, las causas de la incredulidad, en la medida en que éstas pueden eliminarse. Una t.m. que esté al servicio del diálogo y de la configuración de la vida en una cristiandad y un mundo pluralista ostentará, en medio de la unidad que procede de la fe, una variedad mucho más amplia que la existente en la t.m. de confesonario, la cual correspondía a una cultura y a una Iglesia del Mediterráneo preocupadas por el status quo.

En un mundo de especialización y diferenciación de las funciones, en un mundo de administración y aparato administrativo, la parte de la humanidad que mira decididamente al futuro experimenta verdadera hambre de totalidad, unidad y síntesis, así como de inteligencia existencial y personal de la vida. Toda exposición fecunda de la t.m. deberá tener en cuenta este hecho; sólo el que esté sostenido y movido por esa experiencia vital será capaz de proyectar una t.m. que impresione al hombre de nuestro tiempo. En esta dirección de una nueva síntesis es menester pensar de nuevo a fondo los grandes temas de la teología postridentina: creación y redención, fe y razón, evangelio y derecho natural, gracia y naturaleza histórica del hombre.

«La humanidad pasa así de una concepción preferentemente estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis» (Gaudium et spes, n.° 5). Esto deberá repercutir en la exposición total de la t.m. Uno de los temas fundamentales será: cambio y fidelidad frente al Dios vivo, señor de la historia. Consecuentemente, conceptos fundamentales como creatividad, crecimiento, conversión constante, renovación, reforma de estructuras, reconciliación, valor para la audacia, reciben nuevo acento y un nuevo puesto.

El estudio de la Biblia y el pensamiento relativo al derecho natural se dan cuenta más y más de la historia e historicidad del hombre; hoy se lee, se percibe y se piensa con plena conciencia del contexto. Habrá que trabajar cada vez más en aprovechar para una inteligencia cristiana del hombre y, en consecuencia para la moral, los conocimientos de la ciencia comparada de la cultura, de la -> psicología, de la -> sociología, particularmente de la sociología del saber, y de la -> antropología. Aun acentuando la absoluta unicidad de la revelación de Dios en Jesucristo, nos inclinamos a hablar de una progresiva revelación de Dios en sus obras y en la historia; porque las obras de Dios tienen carácter de palabra, de mensaje, de invitación. A la verdad, esta palabra obscurecida en muchos casos por nuestros pecados sólo puede interpretarse a la luz de la revelación en Jesucristo y con docilidad frente al Espíritu Santo. La cuestión de cómo podamos entender los «signos del tiempo» es sumamente urgente.

La moderna sociología y la psicología social nos han dado una lección sobre el poder del medio ambiente. En adelante hablaremos menos abstractamente de la «salvación del alma» o del «alma» simplemente, y tomaremos conciencia del hombre en la sociedad y en el mundo. El pecado ya no es entendido únicamente como transgresión de un mandamiento o como negativa a la llamada de la gracia del Espíritu Santo, sino también como un dejarse arrastrar por el contorno obscurecido, como falta de responsabilidad respecto del mundo, como esclavitud bajo los poderes colectivos de las tinieblas. La redención se muestra en el escuchar el ansia de la creación por la libertad de los hijos de Dios, para desarrollar provechosamente en nuestro ambiente la libertad individual y colectiva, en la configuración responsable de las relaciones y estructuras interhumanas.

5. Concepción de la Iglesia acerca de sí misma y moral

La t.m. casuística y legalista seguía en gran parte una inteligencia de la Iglesia marcadamente institucional y estática, y por su parte contribuía a fortalecerla. La renovación de la t.m., durante los últimos treinta años sin duda ha sido también un factor importante en el desarrollo de la concepción de la Iglesia que ha cobrado autoridad en el concilio Vaticano n. Esta idea de la Iglesia se reflejará también en la t.m. de la época que va a seguir inmediatamente.

Si la Iglesia se entiende esencialmente a sí misma como una comunidad de amor, que se entrega a Cristo por la fe y es dócil y agradecida a la acción del Espíritu Santo, la t.m. confesará claramente a Cristo como su centro, y venerará al Espíritu Santo, que configura nuestra vida a imagen de Cristo, como la realidad decisiva en la ley de Cristo, y lo cifrará todo en el don y mandato del amor. Si la Iglesia se entiende en su entrega a Cristo por la fe como el pueblo de Dios santo, sacerdotal y mesiánico, el objeto principal de la t.m. será «la sublimidad del llamamiento de los creyentes en Cristo» (Optatam totius, n° 16). Toda la moral debe estar marcada por el hecho asegurado en la fe de que cuantos están «en Cristo» se rigen por su Espíritu y han escogido así a Cristo como su verdadera ley. Cristo es la llamada que congrega. Como aquel que fue ungido por el Espíritu, se hizo en él oblación y fue glorificado por su poder, Cristo da a la Iglesia y a cada creyente vida y unidad. En la t.m. debe reflejarse la siguiente verdad central de la eclesiología: «De esta manera, todos rendirán un múltiple testimonio de admirable unidad en el cuerpo de Cristo. Pues la misma diversidad de gracias, servicios y funciones congrega en la unidad a los hijos de Dios, porque todas... estas cosas son obra del único y mismo Espíritu (1 Cor 12, 11)» (Lumen gentium, n.° 32).

Del mismo modo que el aspecto institucional de la Iglesia (derecho, administración, uso de los medios terrenos) debe someterse a prueba en la presencia del Espíritu Santo aprehendida por la fe y en la misión de hacer visible a todos el amor de Cristo, así también la t.m. debe poner su meta en hacer comprensibles el sentido y el recto uso de la ley formulada a al luz de la presencia de Cristo y de la acción de la gracia del Espíritu Santo.

La Iglesia se entiende a sí misma como comunidad de fe que ora y ama, y así, precisamente, es enviada para servir al hombre y al mundo. Una inteligencia puramente intelectual de la fe ha sido superada por la renovación bíblica y litúrgica, lo cual redundará muy particularmente en provecho de la t.m. La dogmática va encontrando gradualmente su plena dinámica para la vida, y la moral retorna a un enraizamiento consciente y claramente expresado en la realidad de la fe dinámicamente entendida. De esta manera la futura t.m., dándose otra vez la manocon la Biblia y con los padres, se convertirá en exposición de la «ley de la fe» (cf. Rom 3, 27-31), de aquella fe que «da fruto por la caridad para la vida del mundo» (Optatam totius, n.0 16).

En el concilio Vaticano ii la Iglesia ha comenzado su obra de renovación con la vivificación de la liturgia y la superación de un peligroso formalismo y legalismo en ella. El final del concilio fue la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy. Puede sin duda preverse que, en grandes trechos, se impondrá aquella perspectiva de la moral que parte de los misterios de la salvación (los sacramentos, entendidos en el sentido más lato, con Cristo como primer sacramento) y que entiende al pueblo de Dios como sacramentum mundi.

La Iglesia se conoce como peregrina, como sociedad escatológica de la salvación, que intenta interpretar los signos del tiempo en acción de gracias por los grandes acontecimientos salvíficos y con la mirada puesta en la consumación esperada. Precisamente la esperanza escatológica lleva a tomar totalmente en serio el aquí y el ahora, el servicio a los hombres. Dentro de esta dirección, la t.m. presentará una mundanidad santa y elaborará los criterios para delimitarla frente a una mundanidad profana y a una amundanidad impía. Una moralidad fundada sacramentalmente se liberará en gran parte de un insano complejo de validez jurídica y, en la misma medida, unirá estrechamente los sacramentos y el testimonio ante el mundo. Los sacramentos de la salvación obligan a todo el pueblo de Dios a unir con el mensaje de la salvación eterna un cuidado a la altura de los tiempos por la salvación del hombre en su existencia actual y su medio ambiente.

Después del concilio Vaticano II la t.m. considera a los laicos no sólo como destinatarios, sino también como colaboradores. Sólo cuando los laicos que conozcan a fondo los diversos órdenes de la vida y de las ciencias modernas colaboren en la posterior evolución y renovación de la t.m., adquirirá ésta realismo y actualidad. «Es de desear que numerosos laicos reciban una buena formación en las ciencias sagradas, y que no pocos de ellos se dediquen ex professo a estos estudios y profundicen en ellos» (Gaudium et :pes, n.° 62).

En todos los tiempos se ha caracterizado la moral cristiana por el rasgo fundamental de una fe dialogística y responsable. Sin embargo, ante el carácter dinámico y pluralista de nuestra sociedad, el tiempo actual pide de manera particularísima una moral de responsabilidad. Ésta sólo es posible si a los teólogos moralistas, que se enfrentan con tal responsabilidad, se les concede también la necesaria medida de libertad, la cual ha de completarse con una franca crítica mutua. «Mas para que puedan llevar a buen término su tarea debe reconocerse a los fieles, clérigos o laicos, la justa libertad de investigación, de pensamiento y de hacer conocer humilde y valerosamente su manera de ver en los campos que son de su competencia» (ibid.).

BIBLIOGRAFIA: F. Tillmann (dir.), Handbuch der katholischen Sittenlehre, 5 vols. (D 21947-53); B. Hdring, Das Heilige und das Gute (Krailling 1950); Lettin Mj.; J. Leclercq, L'enseignement de la urorale chretienne (Ed. Vitrail P 1949-50); G. Gilleman, Le primat de la chanté en théologie morale (Lv 21954); F. Böckle: FThH 425-446; V. Redlich (dir.), Moralprobleme im Umbruch der Zeit (Mn 1957); J. Leclercq, Essais de morale catholique, 3 vols. (Castermann Tournai 1946-47); G. Sehngen, La ley y el Evangelio (Herder Ba 1966); Thielicke; Schnackenburg; Academia Aljonsiana (dir.), Studia Moralia I-V (R 1962-67); D. v. Hildebrand, Ética cristiana (Herder Ba 1962); J. Martínez Balirach, Estudios modernos de teología moral (Santander 1963); C. Spicq, Theologie morale du Nouveau Testament, 2 vols. (P 1965); F. Böckle, Gesetz und Gewissen. Grundfragen theologischer Ethik in ökumenischer Sicht (Lz 1965); C. Spicq, Der Christ, wie Paulus ihn sieht. Das sittliche Leben des Christen im Zeichen der Dreifaltigkeit (Lz - Mn 1966); B. H6ring, Toward a Christian Moral Theology (Notre Dame 1966); ídem, Mit dem Konzil in eine neue Zeit (Remscheid 1966); R. Schnackenburg, Christliche Existenz nach dem NT (Mn 1967); J. Gründel, Wandelbares und Unwandelbares in der Moraltheologie (D 1967); M. Ren» Mestre, Moral para universitarios (Ma 1967); S. Menchón Garcia, El personalismo sobre-natural en la moral nueva (Rev Esp Teol 28, 1968, 185-193). J. Fuchs, La moral y la teología moral postconciliar (Herder Ba 1969); J. Aubert, Ley de Dios, leyes de los hombres (Herder Ba 1969); B. Höring, La ley de Cristo, 3 vols. (Herder Ba 61970); idem, Moralverkündigung nach dem Konzil (Bergen-Enkheim 21967); ídem, Liebe ist mehr als Gebot (Mn 1968); B. Hdring, Moral y persona (Herder Ba 1972).

Bernhard Häring

 

B) SISTEMAS MORALES

Poco después de la aparición del nuevo tipo de teología moral, orientada a la práctica del confesonario (siglo xvii), los esfuerzos de los teólogos se concentraron en la cuestión de los llamados s.m. ¿Cómo se llegó a eso? La ley de Cristo, tal como fue formulada sobre todo en el sermón de la montaña, resalta principalmente los mandamientos que señalan un fin o una orientación, como se pone de manifiesto en la fórmula (usada siete veces): «Yo, empero, os digo», que se contrapone a la orientación de los antiguos, la cual se reducía a trazar limites o por lo menos veía en ello su cometido principal. Sin embargo, el punto de vista de la moral postridentina fue el control que ha de ejercer el hombre, y por cierto con miras a la absolución que debe concederse o denegarse. Ahora bien, semejante control sólo es posible a base de un mandamiento que señale los límites. Dentro de esa orientación se formaron en gran número de moralistas presupuestos muy determinados, expresos o tácitos. Uno de ellos era: un caso de conciencia sólo surge frente a una -> ley prohibitiva claramente formulada. El pecado se identificó prácticamente con la trasgresión de un mandamiento limitativo, dejando de lado la «ley de gracia» y los mandamientos finales, que, según el sermón de la montaña, tienen un auténtico valor normativo en conformidad con la medida de los carismas recibidos. Mas comoquiera que el mandamiento final no se presenta a los ojos de un juez humano como norma de control, la moral de aquel tipo se fijó enteramente en los mandamientos limitativos, que en muchos casos parecen estar en pugna entre sí, sobre todo cuando el mandamiento de la caridad es tratado únicamente como uno de tantos con limites más o menos fijos de los deberes a cumplir.

Por influencia de la escuela jurídica de Bolonia, se había formado de muy antiguo una mentalidad que sólo tomaba realmente en serio la ley correspondiente al evangelio de Jesucristo y la ley moral natural en cuanto estaba rígida y estáticamente formulada a la manera de las normas estatuarias jurídicas. Típico era también a este respecto el espacio desproporcionadamente amplio que ocupaba el tratado sobre la justicia conmutativa, pues en él todo podía reducirse a la medida de lo que se da y se recibe. En esta mentalidad apenas tenían ya cabida la justicia social y la caridad.

1. El móvil de los probabalistas

Aun dentro de una mentalidad preeminentemente legalista estaban en acción la suavidad cristiana y un espíritu comprensivo. Los confesores y los moralistas (que se hallaban principalmente al servicio de los confesores) no sólo veían el problema de cuántas veces la conciencia tenía que decidirse ante un conflicto de varias exigencias legales en cierto modo contradictorias entre sí. La situación legal era todo menos transparente. En su empeño de formular lo más exactamente posible todas las exigencias legales, no llegaron siempre, afortunadamente, a los mismos resultados.

Tanto las exigencias propiamente legales, como las prescripciones del evangelio y de la ley moral natural, que se trasmitían rígidamente, no correspondían ya en muchos casos a las exigencias de la caridad cuando habían cambiado considerablemente las condiciones sociales, económicas y culturales.

El malestar se hizo sentir particularmente en tiempos de un mayor cambio social y en lugares que estaban más abiertos al progreso. Los moralistas no disponían de una filosofía del lenguaje, ni de un saber sociológico, ciencias que les hubieran ayudado a distinguir entre el tema permanente de un principio moral y su formulación, condicionada por el tiempo y el lugar. Tanto la sociedad civil como la eclesiástica eran en gran parte autoritarias, de forma que los moralistas no podían atreverse siquiera a poner públicamente en duda la rectitud de muchas leyes y de cuestiones de -> derecho natural legalmente formuladas. Así, p. ej., la inquisición recordó reiteradamente aquellas disposiciones en virtud de las cuales debían ser encadenados y metidos en la cárcel los teólogos que intentaran poner en tela de juicio la prohibición del interés por el dinero prestado.

Ante esta situación salió al palenque el probabilismo. Por lo menos en el terreno de la aplicación de leyes y de postulados legalmente formulados del derecho natural, se trató de dejar un lugar para la duda, desgravando así la conciencia legalmente sobrecargada. Se apeló sobre todo al principio: «Una ley dudosa no obliga en conciencia», buscándose la duda principalmente en el terreno de la aplicación e interpretación de leyes seguras. El principio se fundaba sobre todo en aquél otro del campo jurídico-forense según el cual la libertad está en condición de «posesora» hasta probarse lo contrario.

Puesto que los tucioristas, los rigoristas y los probabilioristas identificaban totalmente un precepto legalmente formulado con la voluntad divina, todos ellos tenían que ver ahí casi una blasfemia, como si el hombre estuviera en «estado de posesión» frente a la santa voluntad de Dios. La mayoría de los probabilistas trataban efectivamente de liberar al hombre para que pudiera llevar una vida cristiana de alegría y de vigilancia frente a las verdaderas posibilidades y necesidades. Sin embargo, como la discusión se desarrollaba dentro de una teología moral orientada al confesonario y principalmente al «oficio de juez» del confesor, no se ponían en juego las armas decisivas, como la «ley de la gracia», la diversidad de los carismas, la ley del crecimiento, la apertura a la llamada de la hora y a los signos del tiempo.

Así los probabilistas tenían que defender la libertad evangélica con las armas de los legalistas. Ello originaba no solo obstáculos, sino también peligros reales para la seriedad de la moral. La suavidad podía entenderse falsamente como un boquete hacia abajo en la cerca legal, como una brecha hacia la arbitrariedad egoísta. Es menester darse cuenta en qué espacio social y espiritual se desenvolvían estas discusiones. También los probabilistas eran de pies a cabeza hijos de su tiempo, hijos de una Iglesia que, tras las guerras de religión, adoptó primariamente una postura defensiva. También ellos adolecían de un complejo de seguridad. Frente a la amenaza de fuera se deseaba una seguridad más alta que la connatural al hombre. También los probabilistas apelaban preferentemente a las autoridades, a teólogos conocidos, aunque a veces sus textos se interpretaran forzadamente; y en la administración y recepción de los sacramentos resaltaban sobre todo la «validez» jurídicamente entendida. Y, sin embargo, en otros terrenos, su intento era una reacción sana frente a un total «complejo de seguridad» de la otra tendencia.

2. Caracterización esquemática de los sistemas morales

Los s.m., que con más gusto calificaríamos como sistematizaciones de reglas de prudencia, se refieren sobre todo a la vacilación de la -» conciencia entre una acción buena, pero no fijada legalmente, y una acción impuesta dudosamente por la ley. La duda puede ser de derecho, cuando se refiere a la entrada en vigor, la vigencia ulterior o la extensión de una ley, y de hecho, por la que puede ponerse en tela de juicio la efectividad de un vínculo legal de suyo cierto. Se trata de cómo se vea en este espacio limitado la relación tensa entre la ley y la «libertad de los hijos de Dios». El espíritu y mentalidad que late tras los distintos «sistemas» de reglas de prudencia, puede exponerse en grandes rasgos como sigue:

a) Los rigoristas, los tucioristas y en parte también los probabilioristas a la antigua usanza son sobre todo guardianes de la ley. Les importa en primer término la seguridad y el orden legalmente protegido. Como buscan la voluntad entera de Dios, así como la seguridad propia y la de las instituciones preferente o exclusivamente en formulaciones legales generales, se deciden también en favor de la ley que muy probablemente o más probablemente no obliga, mientras en el otro lado no aparezca también una obligación descrita con toda precisión legal. La búsqueda de la voluntad de Dios según los respectivos carismas y las necesidades de la hora apenas se toman en consideración.

b) Según el probabilismo, también la libertad espontánea y creadora está ligada por completo a la voluntad de Dios, pero se halla en «estado de posesión» frente a la vinculación puramente legal. En reacción contra la sobrecarga legal, aquí se ve la «ley» — a menudo indistintamente la ley positiva y la ley divina, en cuanto ésta es propuesta en una formulación legal y estática — mayormente como barrera de la libertad. Pero entre los probabilistas se daba la modalidad de una mera «reacción» contra el rigorismo legal, con lo que el «reaccionario» se quedaba en un círculo vicioso y por eso sólo luchaba contra la sobrecarga legal, sin convertir en tema positivo la vigilancia frente a la gracia. En cambio, a otros sólo les importaba realmente la preeminencia de la ley de la gracia frente a la letra, la apertura al kairos más que la escrupulosidad legal. Pero es de notar que ni siquiera estos últimos lograron en muchos casos formular teológicamente su propia meta de forma convincente, pues también ellos argumentaban dentro del marco de la moral de confesonario.

c) El probabilismo moderado, que después de la supresión de la Compañía de Jesús (en su mayor parte probabilista) se llamó equiprobabilismo, y cuyo representante principal es Alfonso de Ligorio, podría caracterizarse así: La libertad de los hijos de Dios ama por igual la revelación de la voluntad divina, tanto si ésta se da en forma legalmente formulada como si se da de manera no formulada legalmente, de suerte que se decide en cada caso por aquello en cuyo favor hablan razones más fuertes. Aquí se trata de una ponderación prudente, en la que tienen un papel considerable el grado de mayoría de edad del cristiano y el mayor o menor riesgo del bien común o de la espontaneidad e iniciativa creadora. Según el equiprobabilismo es más prudente atenerse a la exigencia del bien legalmente formulada, mientras razones que engendren una probabilidad igual o casi igual no convenzan de que también es buena e incluso mejor una acción no prescrita por una ley general. Aunque de momento no entra en juego un acto espontáneo y creador de amor, sin embargo, a los probabilistas y equiprobabilistas les parece importante que, en caso de duda, no quede sobrecargada legalmente la libertad, para que el hombre en el momento oportuno pueda buscar y hacer espontánea y gozosamente lo que pide la situación.

d) Al laxismo, finalmente, le interesa una libertad humana, que no se entiende radicalmente partiendo de la revelación de la voluntad de Dios, una libertad más o menos autónoma o perezosa.

3. Nueva visión de problemas viejos

La búsqueda de reglas auxiliares de prudencia en medio del riesgo moral no está anticuada. Pero hay que darse cuenta del contexto completamente nuevo de la vida actual y de la moderna sistematización de la teología moral. No se trata ya de una teología moral de reglas siempre a mano para un confesor que actúa de «juez», aunque estimamos altamente el oficio del confesor como heraldo de la paz y del «orden de paz» mesiánica (del gran misterio y mandamiento del -> amor). Se trata preferentemente de una moral de responsabilidad del cristiano llamado a la mayoría de edad en una sociedad y en una Iglesia dinámicas y pluralistas. A este respecto descubrimos en forma nueva cómo las leyes, normas y prescripciones que fueron formuladas en un tiempo y en una cultura totalmente diferentes llevan la «marca del tiempo» y, ante los nuevos problemas de la época actual, deben ser pensadas y formuladas de nuevo. Hemos visto, además, con claridad que obrar según un complejo de seguridad en un tiempo como el nuestro entraña el mayor riesgo, a saber, el peligro de trasmitir a los hombres la imagen de un cementerio y la fe en un «Dios muerto». La complejidad de la vida moderna y el avance hacia un futuro henchido de posibilidades y peligros insospechados exigen un pensamiento diferenciado y un empeño singularísimo para aunar el valor de la audacia y las exigencias de la prudencia. Se trata, además, de atender a la tensión y la unidad entre las fuerzas de propulsión y las de freno en la Iglesia y la sociedad.

La cuestión de una auténtica probabilidad, es decir, de una probabilidad viable se plantea de manera totalmente nueva en la era de reformas indiscutibles, en la era del ecumenismo, etc. Por ej., pensemos tan sólo en la renovación litúrgica, que por mucho tiempo, y en ciertos lugares todavía hoy, hubo de sostenerse contra la resistencia de fuerzas considerables de la Iglesia institucional y bajo una legislación más que renqueante. Piénsese qué mayoría de edad es menester para situarse ante leyes y prescripciones frente a aquellos sectores de la Iglesia institucional que, en una especie de pánico o en planeada contrarreforma, quieren acordonar legalmente la vida. Así, p. ej., la cuestión sobre la probabilidad práctica que pueda tener la concepción de amplios sectores de seglares y de muchos teólogos en lo relativo al control de la natalidad, mientras la cúspide suprema del magisterio no conceda expresamente libertad a estas concepciones, que están en contradicción con declaraciones anteriores, se asemeja desde luego en muchos puntos a la lucha secular por una nueva posición ante la prohibición de la usura; es ciertamente distinto en cuanto ahora se procede con simple intolerancia frente a teólogos que se expresan con la misma precaución y ansia de seguridad que los moralistas de los siglos xviii y xix en la cuestión de la prohibición de la usura. La estrechez del callejón sin salida al que conduce el dilema de una desautorización plena o de una renuncia a la garantía del magisterio lleva en sí algo totalmente nuevo e inaudito, sobre todo mientras tratamos de resolver las nuevas cuestiones con categorías del siglo xviii.

BIBLIOGRAFIA: Cf. los manuales de teología moral. — L. Gaudi, De morali systemate S. Alphonsi (R 1894); F. Ter Haar, De systemate morali antiquorum probabilistarum (Pa 1894); X. Le Bachelet, La question liguorienne. Probabilisme et équiprobabilisme (P 1899); A. Schmitt, Zur Geschichte des Probabilismus (1 1904); J. Ternos, Zur Vorgeschichte der Moralysteme von Vitoria - Medina (Pa 1930); Th. Deman, Probabilisme: DThC XIII 417-619; P. Romsekt, Quaestiones de conscientia (P 1937); B. Ziermann, Ringen um Sicherheit im sittlichen Denken (K8 1940); A. Peinador, De iudicio conscientiae rectae (Ma 1941); W. Schdllgen, Problemas morales de nuestro tiempo (Herder Ba 1962); R. Carpentier, Conscience: DSAM I1 1459-1575; D. Capone, In-torno alla veriti morale (Na 1951); G. Mattal, Antonio Rosmini eil probabilismo (Tn 1951); A. Ebene, Ist der Dillinger Moralprofessor Ch. Raßler der Begründer des Äquiprobabilismus? (Fr 1951); F. Pustet, Gewissenskonflikt und Entscheidung. Behandlung der Konfliktfrage in der materialen Wertethik und in der Ethik des kritischen Realismus und ihre kritische Würdigung (Rb 1955); K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia (Herder Ba 21968); B. Hdring, ¿Es de actualidad la teología moral de San Alfonso?, en El mensaje cristiano y la hora presente (Herder Ba 1968) 56-76; Hdring I (61970) 190-226 (bibl.).

Bernhard Häring