MISIONOLOGÍA
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1. El Vaticano II exige a los misioneros una formación especial en m. además de los conocimientos generales de teología. El misionero «ha de conocer la doctrina y las disposiciones de la Iglesia sobre la actividad misionera; debe saber qué caminos recorrieron los mensajeros del evangelio en el curso de los siglos; tienen que conocer la situación actual de las misiones y los métodos considerados hoy como más eficaces» (Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, n.° 26). Con ello el concilio ha dado una descripción de la m., que como ciencia aparece relativamente tarde en la teología católica. En el campo protestante aparece en el siglo xix; pasa por su fundador Gustav Warneck (cf. Evangelische Missionslehre, Gotha 21897 hasta 1903). En el campo católico Robert Streit OMI comenzó sus estudios misionológicos en 1902; con su bibliografía misional científica en la Bibliotheca Missionum (Mr-Aachen-Fr 1916ss) pertenece a los fundadores del movimiento de la m. científica en Alemania. En sus trabajos pudo apoyarse el auténtico iniciador de la m. católica: Joseph Schmidlin, que desde 1914 tuvo la primera cátedra de m. católica en la universidad de Münster. Él fundó la Zeitschriftfür Missionswissenschaft (Mr 1911ss; desde 1950 ZMR) y en 1911 el Internationale Institut für Missionswissenschaft. Sus obras principales son: Katholische Missionsgeschichte (Steyl 1925) y Katholische Missionslehre im Grundriss (Mr 1919, 21923).

Desde 1932 hay en Roma institutos de m. en la Gregoriana, en la SC Prop. y en muchos colegios de órdenes religiosas. Tales institutos existen también desde 1944 en Friburgo y España, y desde 1948 en Ottawa y Nimega. Además hay cátedras de m. en Munich, Wurzburgo, Viena, Wáshington, Lovaina, París y Lyón. En los Países Bajos, bajo la dirección del cardenal B.J. Alfrink, una comisión elaboró un programa para la configuración misionera de la teología (cf. Het Missiewerk, La Haya 1950-62). La m. posee extraordinarios instrumentos de trabajo en la Bibliotheca Missionum y sobre todo en la Bibliografia missionaria (R 1935ss; hasta 1961, 24 cuadernos), completada por Rommerskirchen.

El Vaticano II ve la tarea de los institutos científicos de m. sobre todo en la formación de personas competentes para cometidos especiales, las cuales prestan una ayuda a los misioneros con sus conocimientos técnicos (Ad gentes, n.° 26); y exige ante todo una fraternal y magnánima colaboración de todos los institutos científicos que estudian la m. o materias útiles para las misiones (ibid., n° 34).

Según el Decreto la misión es una tarea de la Iglesia entera y no un cometido especial de las instituciones correspondientes, de las órdenes misioneras y de los misioneros. Aquí, lo mismo que en Lumen gentium, la Iglesia es entendida dinámicamente, como sacramento de la salvación para todos los hombres, y la tarea de la misión es vista más allá del egoísmo particular de las Iglesias parciales. De acuerdo con esta concepción de la misión como tarea de la Iglesia entera, también la m. ha de ser entendida, no como una ciencia especial, sino como un cometido de toda la teología.

2. Como ciencia de la tarea misionera de la Iglesia, la m. considera la -a misión bajo diversos aspectos. Dada la complejidad de las actuales ciencias teológicas, no puede dudarse de su legitimidad como ciencia especial, que a su vez se divide en diversos campos particulares; pero aquí, lo mismo que en las otras disciplinas parciales de la teología, no ha de perderse la visión del conjunto.

a) Como teoría de la misión la m. elabora las bases dogmáticas para la acción misional entre los no cristianos, es decir, esclarece el concepto, los presupuestos, las causas, los fines y los sujetos de la misión. Los resultados de este trabajo exigen una nueva fundamentación de la teología de la misión, una nueva reflexión sobre la actividad misionera de la Iglesia mirando a la importancia de las -> religiones no cristianas dentro de la historia de la salvación, así como al movimiento ecuménico (en -> ecumenismo, A) dentro de la cristiandad y a la aparición de una coexistencia en la dimensión ideológica y religiosa. Esta tarea, sin duda la más difícil, está insinuada en el capítulo primero del Decreto sobre las misiones, del Vaticano ii (nº 2-9). La teología de las misiones allí desarrollada se funda en la concepción de la Iglesia como sacramento de la salvación para todos los hombres. Ya no se habla de la incorporación de los paganos a la Iglesia, sino de la inserción de la Iglesia en los pueblos y grupos no cristianos (ibid., n° 6, 10). En la Iglesia debe hacerse visible la universal voluntad salvífica de Dios. Y sobre todo hay que dar razón de por qué este signo visible, la «Iglesia», también para el mundo actual y en el mundo actual es necesario para la salvación.

b) Como historia de las misiones la m. es una parte especial de la historia de la -> Iglesia, y en cuanto tal tiene el cometido de exponer — sin tendencias apologéticas — la continuidad de la acción misionera de la Iglesia. A este respecto la exposición de los éxitos y fracasos, así como la demostración de cómo sus medios y métodos dependen de los hechos externos de las diversas épocas, pueden hacer patente la esencia de la Iglesia como «peregrina». Para ello, junto a investigaciones particulares, habría que sacar fruto del material reunido por R. Streit ysus seguidores a fin de elaborar una historia de la Iglesia presentándola como historia de las misiones.

c) Como ciencia sobre el actual estado del apostolado misional, la m. incluye entre otras cosas la estadística y la geografía. Las estadísticas dan información sobre el número de habitantes y su distribución entre las diversas religiones, sobre los grupos eclesiásticos y el número de católicos, sobre las instituciones eclesiásticas, sobre la cuantía del apoyo material por parte de la Iglesia universal, etc. Con su ayuda puede determinarse el progreso o el retroceso de las misiones durante un cierto período de tiempo. La estadística y la geografía misionales muestran las condiciones en que se desarrolla la actividad misionera dentro de los diversos países. Vista así, la estadística es una indispensable ciencia auxiliar para la actividad misionera de la Iglesia, pues las cifras reflejan el espíritu vivo de la Iglesia. El conocimiento de la situación misional es, lo mismo que la teoría y la historia de las misiones, el presupuesto necesario para aquella parte de la m. que sirve inmediatamente a la actividad misionera, o sea, para aquella ciencia que intenta responder directamente a la pregunta por el método de la misión.

d) En la m. práctica hay que incluir el derecho misional, que se ocupa de las leyes y disposiciones relativas a las misiones. Pertenecen a este ámbito las cuestiones de derecho canónico acerca de la potestad, la función y la organización central y territorial, así como las cuestiones relativas al derecho internacional y al de cada país, y sobre todo el importantísimo campo del método misionero (pastoral misional). Éste aborda muchas cuestiones del apostolado misional, p. ej., el problema de dónde han de ponerse los acentos en la actividad misionera (así, ¿en el aspecto caritativo o en el escolar y educativo?) por lo que se refiere al progreso social, económico y cultural de los paises subdesarrollados, que plantea grandes y difíciles tareas a la Iglesia. Aquí también hay que tener en cuenta la susceptibilidad de estos países, que a veces ven una nueva forma de -» colonialismo no sólo en las ayudas estatales, sino con frecuencia también en iniciativas eclesiales como son Misereor y Adveniat.

Es fundamental para el método misional el principio de la -> acomodación a las estructuras mentales, al sentimiento vital, a las concepciones religiosas y filosóficas de las respectivas culturas. En la capacidad de acomodarse a las situaciones constantemente nuevas se muestra la verdadera catolicidad de la Iglesia, que no puede oprimir las culturas existentes e imponer estructuras ajenas a los pueblos, sino que ha de ayudar a conservar y renovar en Cristo los valores naturales de los usos y tradiciones de todos los pueblos. El principio de la acomodación tiene una larga historia en la Iglesia católica; y su conocimiento puede ayudar a que en el futuro se eviten errores cometidos en el pasado. Hoy, cuando la Iglesia se dispone a ser Iglesia mundial en el verdadero sentido y comienza a desprenderse de las tradiciones del occidente europeo, el principio de la acomodación goza de enorme actualidad. Por eso la m. ha de estudiar también la historia de la cultura y de la religión, la sociología y psicología de la religión, etc., por lo menos en cuanto el material elaborado para una exposición objetiva de las culturas y religiones es necesario para esclarecer la situación actual de la Iglesia y de sus tareas.

3. La importancia de la m. se deduce de su esencia y de su cometido con relación a la situación de la Iglesia en el mundo de hoy. La «implantación de la Iglesia» en aquellos dos tercios de la humanidad que todavía no son cristianos o dejaron de serlo, en infinitos matices de incredulidad, exige sabiduría y experiencia, de modo que no sólo debe impartirse la mejor formación a los misioneros, sino que todos los teólogos han de instruirse en m. (Benedicto xv). Esta es indispensable para las grandes decisiones de la Iglesia que se refieren a la estrategia misional. Con ese fin han de realizarse investigaciones exactas para cada región, las cuales darán a conocer las condiciones del apostolado misionero en los distintos territorios. El conocimiento de las dificultades en la historia de las misiones ofrece la posibilidad de que, observando con exactitud la evolución actual, se sitúen debidamente los centros de gravedad y se elaboren planes de acción. La complejidad de las tareas y la multiplicidad de posibilidades exigen un constante estudio de las culturas y de los cambios en ellas, a fin de que la acción de la Iglesia pueda desarrollarse en consonancia con las tareas del tiempo. También es cometido importantísimo de la m. el despertar la inteligencia de todos los creyentes para la tarea misionera de la Iglesia entera, tal como lo han exigido Pío xii («La Iglesia entera para el mundo entero») y el Vaticano II.

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Edward L. Murphy