METEMPSICOSIS
SaMun

 

En el uso de los conceptos «metempsícosis», «metensomátosis», «palingenesia» y «reencarnación» no se establece ninguna diferencia clara. Los antiguos (así Plotino y los padres) usan con preferencia el concepto de «metensomátosis». El concepto de «palingenesia» es más amplio; constituye en cierto modo el presupuesto para las concepciones más sistemáticas de las doctrinas sobre la metempsícosis.

Numerosas culturas sin tradición escrita (los así llamados pueblos primitivos) creen firmemente que el principio vital de un ser vivo después de la muerte puede pasar a otro individuo, aunque sea de especie diferente. Tienen concepciones muy diversas de la m. según la naturaleza y las funciones atribuidas a los principios vitales que vivifican nuevamente a un individuo, y según las diversas representaciones de estas culturas sobre la correspondencia entre los principios de la vida individual y los poderes que dominan la vida en general. Tales poderes son relacionados frecuentemente con el retorno periódico de ciertos fenómenos meteorológicos (fases lunares, estaciones del año). Esta concepción cíclica del —). tiempo domina la mentalidad de los pueblos agrícolas, en los cuales además perduran estructuras matriarcales, y tampoco es extraña a los pueblos de cazadores y pastores. La idea misma de « -> cultura» implica ya en el hombre el conocimiento de que, para seguir la naturaleza y seguirla racionalmente, él ha de aprender a adelantarse a ella.

Sobre esta base se desarrollan los misterios de la iniciación, cuya misión es transmitir a las nuevas generaciones el misterio de la vida bajo formas sacramentales; las cuales normalmente simbolizan la muerte y la resurrección. Mediante ese rito el iniciado es introducido en la vida colectiva de la estirpe; él nace, pues, dos veces, lo cual puede llamarse ya palingenesia. En virtud de este hecho el nacimiento físico y la muerte física aparecen bajo una nueva perspectiva: más que como acontecimientos de la vida individual, son considerados como actos de la vida colectiva de la estirpe. Probablemente en relación con eso surgió la idea de que se debe impedir que se extinga la centella vital de la estirpe que deja el moribundo en su último aliento; esta idea queda ilustrada plásticamente en algunas tribus cuando mujeres encintas estrechan la cabeza de un moribundo. Las concepciones indias, donde la reencarnación desempeña tan gran papel, conservan huellas muy claras sobre la importancia del grupo de los «padres» como una «reserva» colectiva de la vitalidad tribal en el tiempo prehistórico. Aunque el miedo dejó paso a la veneración y, finalmente, pudieron imponerse concepciones nuevas y más purificadas del alma, sin embargo los espíritus, aun despojados de su poder, no perdieron su carácter terrible y peligroso. Pero con ello no sufre detrimento su puesto especial dentro del ciclo de la m., un hecho que el más reciente enfoque sistemático apenas puede explicar.

Un mito cosmobiológico muy difundido ha contribuido particularmente a esclarecer la idea de la palingenesia. Se trata de la identidad de esencia entre el aliento individual y la vida originada por él, de un lado, y el aliento que vivifica el universo entero, concebido como un ser vivo, de otro lado. El envolvente torrente cíclico de la vida cósmica recorre así las generaciones humanas. Esta grandiosa visión es compatible con numerosas modalidades de la misma, y en concreto se une fácilmente con la idea de la fuerza vivificante de los astros, especialmente de la luna y del sol. La luna, p. ej., es comparable a una lanzadora de tejedor, que en el telar cósmico teje incansablemente el destino de los mortales. Con ello el ámbito sublunar no está sometido al mismo dominio que el mundo celeste, el cual no se halla expuesto a estas vicisitudes. Ciertamente es imposible mostrar con detalles el paralelismo entre la «selenología» mística (doctrina sobre la luna) y la doctrina de la m., pero, indudablemente, hay cierta coincidencia entre ambas. En algunas concepciones la luna es considerada como el primer muerto, y está claro que este muerto vuelve siempre a nacer. Además la luna desempeña un papel importante en el contexto mítico que se refiere a la iniciación. El mismo aliento cósmico que vivifica los movimientos en el cielo, determina también la vida humana: «El aire ha tejido el universo como el aliento teje la vida humana» (Brhadáranyaka up. 3, 7, 2).

El neoplatonismo, los gnósticos y las teosofías hindúes y budistas enlazaron estrechamente las concepciones astrobiológicas con el nuevo nacimiento (samsdra, etµap).

La doctrina del nuevo nacimiento recibe un nuevo contenido y significado al unirse con la idea de una retribución. Esto sucedió en India y en Grecia (¿con independencia mutua?). Ahora bien, mientras que esta idea en Grecia sólo se transmitió en pequeños grupos y entre los filósofos permaneció objeto de especulación, en la mayoría de las religiones y filosofías de origen indio pasó a ser el fundamento común de su visión del mundo, extendiéndose luego desde la India a todo el oriente y al sur de Asia. Al principio el nuevo nacimiento, entendido como recompensa, no parece que tuviera ningún acento pesimista con relación a la vida en este mundo; pero muy pronto, ya antes de que el budismo desarrollara tal concepción pesimista hasta sus últimas consecuencias, en la India la totalidad de aquellos seres que están incluidos en el torrente de la m. (samsára) fue vista con el espíritu de la vanitas vanitatum del Eclesiastés, espíritu que a su vez estaba afectado por la periodicidad cíclica de la realidad.

Tanto en el -> platonismo religioso como en la -> gnosis, como en el -> estoicismo de un Posidonio de Apamea, como en los Vedas, la m. es pensada sobre el trasfondo de una concepción monista del mundo. Esta cercanía no es casual, pues está claro que la idea de un retorno cíclico de los fenómenos (sin contenido absoluto de verdad) en la multiplicidad de las formas sensibles se armoniza mejor con el monismo; y, en cambio, las teologías tefstas, sobre todo aquellas que afirman un acto creador con relación al alma, presuponen o implican el concepto de un tiempo irreversible. En éstas la idea de la palingenesia, cuando desemboca en una visión sistemática de la vida posterior a la muerte, conduce con plena lógica a la fe en la resurrección de los muertos al final de los tiempos.

El neopitagoreísmo, la gnosis y los Vedas comparten la concepción de que bajo la envoltura de la carne habita un principio inmortal, trascendente al mundo de los sentidos y a sus objetos. Este principio, bienaventurado por naturaleza, se extravía en las vicisitudes de la vida mortal por la ignorancia y los errores de la fantasía y de la concupiscencia. Con todo, el viaje del atman (del alma) a través de los sucesivos nacimientos tiene un sentido positivo, en cuanto el principio inmortal, victorioso después de una larga purificación, realizará finalmente su naturaleza, que nunca pertenece a este mundo de la sucesión de generaciones.

Entre el materialismo monista del estoicismo, según el cual los mismos sucesos se repiten necesariamente por el mismo orden en el curso de los consecutivos períodos cósmicos, y la doctrina del Karma, según la cual las situaciones en el curso de una existencia están plenamente determinadas por los actos buenos de existencias anteriores, hay soluciones intermedias, como, p. ej., la del -~ origenismo. Sin admitir la concepción del determinismo astral y de un determinismo a posteriori según la ley del Karma (pues de otro modo no habría lugar para la acción de la gracia redentora), el origenismo explica la diversidad de condiciones que ya en su nacimiento caracterizan a los seres racionales de un mismo periodo cósmico por las consecuencias de las acciones que éstos realizaron en una existencia anterior. Siguiendo un esquema que se encuentra también en los Puranas, Orígenes afirma la existencia de mundos consecutivos en los que reaparecen las almas bajo situaciones siempre nuevas. La escuela platónica y la pitagórica, que luego influyeron en el estoicismo, hicieron intentos análogos de unir el principio de una retribución justa por las acciones buenas o malas con sucesivos períodos cósmicos, caracterizados por catástrofes purificatorias. Probablemente en Orígenes, y ciertamente en algunos sistemas gnósticos, como también en el maniqueísmo, la peregrinación de las almas capaces de salvación no se prolonga indefinidamente. Al final de un largo proceso de purificación, éstas llegan a un estado permanente de bienaventuranza, que es igual a aquél del que cayeron.

Algunos sistemas gnósticos consideran indispensable que un alma, para ser liberada definitivamente de la carne, antes debe haber conocido todas las posibles situaciones en el mundo de los apetitos e incluso haber sucumbido de hecho a todas las clases de tentación. Sólo así es perfecta su gnosis, pues la conciencia solamente se cerciora de la nulidad del mundo de la generación cuando toda manifestación específica de la libido queda aniquilada por el hastío que sigue a toda satisfacción.

Según la concepción órfica, cuyo influjo se ha conservado en el neopitagoreísmo y en el platonismo medio, el alma está encarcelada en el cuerpo como en un sepulcro. Naturalmente, semejante visión dualista del hombre debe considerar toda intervención voluntaria del espíritu en el mundo carnal como causa de nuevas cadenas que atan el alma al cuerpo. Sólo un castigo que corresponda exactamente a la falta puede borrar los efectos de tal intervención. En contraste con esto es tanto más sorprendente que el budismo, a pesar de negar la existencia de un alma inmortal (anatta), sin embargo, de su aceptación de la concepción paníndica del Karma haya sacado las mismas consecuencias objetivas que el orfismo.

Los sistemas que defienden un nuevo nacimiento por razones de una retribución, lógicamente deberían excluir toda intervención a manera de gracia del principio divino en los creyentes. Con todo, siempre que han logrado imponerse tendencias teístas se observa la correspondiente disposición a introducir excepciones de la ley del Karma, p. ej., en las sectas indias (secta Bhakti) que veneran una «encarnación divina» (Avatara).

La iluminación, por la que los budistas viven en el nirvana, contiene como uno de sus aspectos integrantes, la visión clara de todas las existencias anteriores. Esta anamnesis substituye en cierto sentido la función de un -> psicoanálisis, que produce una desvirtuación definitiva de la libido que obliga a la ley del Karma.

En el hinduismo y en el -> gnosticismo esta iluminación consiste en conocer con certeza el verdadero «yo», conocimiento que destruye de un golpe la ilusión de la ordenación de las acciones y sus frutos a un yo individual.

Bajo esa perspectiva descubrimos la función de la m. en todo sistema de cuño gnóstico, donde ésta esclarece el necesario vínculo de unión entre libido y palingenesia. Además, esa observación sugiere el pensamiento de que las diversas teorías de la m. han de entenderse como una formulación de determinadas experiencias ascéticas y místicas. Bajo esta perspectiva hemos de reconocer una cierta función esclarecedora a las concepciones teosóficas y antroposóficas que han difundido en occidente los pensamientos fundamentales de la tradición oriental y de la gnóstica, así como a las investigaciones de la escuela del C.G. Jung (que se apoyan en las mismas tradiciones), encaminadas a determinar la estructura de los estratos del alma. Acerca de la concepción cristiana del alma, cf. -> alma, -> libertad, -> persona, -> cuerpo y alma, -> resurrección de la carne, -> purgatorio, -> limbo, -> infierno, -> visión de Dios.

BIBLIOGRAFIA: ERE; Eranos (espec. 1939: Vorträge über die Symbolik der Wiedergeburt); RGG3 V 1637-1640. — C. de Prei, Die monistische Seelen-lehre (L 1888); R. Steiner, Reinkarnation und Karma (B 1903, Neuausgabe Dornach 1960); K. H. E. de long, Die Lehre vom Astralkörper bei den Neuplatonikern (Congres voor godsdienstgeschiedenis te Leiden) (Lei 1912); G. F. Moore, Metempsychosis (C [Mass.] 1914, NY 21921); E. Rohde, Psyche (T101925); C. de Henseler, L'ame et le dogme de la transmigration dans les livres sacrés de 1'Inde (P 1928); E. R. Dodds, The Astral Body in Neoplatonism, Appendix II: The Elements of Theology of Proclus (0 1933); W. Stettner, Die Seelenwanderung bei Griechen und Römern (B 1934); W. K. C. Guthrle, Orpheus (Lo 1935); H. v. Glasenapp, Unsterblichkeit und Erlösung in den indischen Religionen (Hl 1938); C. J. Jung, Psychologie und Alchemie (Z 1944); J. Bidez, Eos ou Platon et l'Orient (Bru 1945); W. Bugger, Wiederverkörperung: StdZ 142 (1948) 252-264; H. S. Long, Study of the Doctrine of Metempsychosis in Greece from Pythagoras to Plato (Princeton 1948); H. Günther, Das Seelenproblem im alteren Buddhismus (Konstanz 1949); F. Cumont, Lux Perpetua (P 1949); M. Nilsson, Geschichte der griechischen Religion I-II (Mn 1950, 21955); A. Festugiére, La Révélation d'Hermés Trismégiste, III: Les doctrines de lime (P 1953); Prümm RH; J. J. Poortman, Ochema (Assen 1954); C. J. Bleeker (dir.), Anthropologie religieuse (Lei 1955); M. Eliade, Das Mysterium der Wiedergeburt. Initiationsriten, ihre kulturelle und religiöse Bedeutung (Z - St 1961), tr. cast.: El mito del eterno retorno (Emecé B Aires); N. A. David, Immortalité et réincarnation. Doctrines et pratiques. Chine, Tibet, Inde (P 1961); S. G. F. Brandon, Man and his Destiny in the Great Religions (Manchester 1962); Buda, Dhammapada, el camino del Dharma (Univ de S Marcos Lima 1964); M. de Corte, Encarnación del hombre (Labor Ba); P. Negre, Budismo: enigmas de un nirvana misterioso (Labor Ba); Geley, La reencarnación (Kier B Aires); Ramatts, La sobrevivencia del espíritu (Kier B Aires 1968); C. Rath, El sendero del retorno (Kier B Aires 1967); F. C. Xavier, Cómo se reencarna (Kier B Aires 1967); R. Bubner, Evolution und Reinkarnation. Ein Dia-log mit Teilhard de Chardin (Fr 1966); A. des Georges, La réincarnation des ames selon les traditions orientales et occidentales (P 1966).

Étienne Cornélis