LIMBO
SaMun

I. Concepto

L. (en latín limbus = borde) es un término teológico que designa el lugar y el estado de los difuntos que no se hallan en el cielo ( -> visión de Dios), ni en el -> infierno, ni en el -> purgatorio. Se distingue el l. de los padres, es decir, el lugar y el estado de los justos del tiempo anterior al cristianismo, que antes del descenso de Cristo a los -> infiernos y de su -> ascensión al cielo no podían entrar en la bienaventuranza eterna, y el l. de los niños, es decir, de los que no llegaron en la tierra al uso de razón ni recibieron el sacramento del -> bautismo, aun cuando en sus países se hubiera anunciado ya el evangelio en forma suficiente y existiera por tanto la posibilidad de incorporación sacramental a la Iglesia.

II. Historia

Ni la revelación ni la más antigua tradición cristiana hablan explícitamente de la suerte eterna de los niños no bautizados en general o del l. en particular, si bien subrayan con insistencia que nuestra salvación en Cristo depende de la pertenencia a la Iglesia, y que esta pertenencia depende a su vez del bautismo. Sólo cuando el pelagianismo negó estas verdades cristianas fundamentales, y como prueba de sus erróneas doctrinas alegó que Dios no cierra a los niños que mueren sin bautismo el acceso al reino de los cielos, se trató explícitamente ese problema. Entonces Agustín sostuvo la doctrina, no combatida durante siglos, de la condenación de tales niños a verdaderas (aunque moderadas) penas infernales. Anselmo de Canterbury y después de él los grandes maestros de la escolástica, aunque sostenían firmemente con Agustín que tales personas quedan excluidas de la bienaventuranza, sin embargo postulaban para ellas la existencia de un lugar peculiar y de un estado definitivo, a saber, el l., cuya naturaleza fue concebida diversamente en el transcurso de los siglos y, en general, fue entendida en un sentido cada vez más benigno (tristeza espiritual; ignorancia de la privación de la visión de Dios; bienaventuranza puramente natural).

III. Discusión actual

En la teología actual no pocos (y a veces muy prestigiosos) teólogos e historiadores del dogma ponen en tela de juicio la existencia del l. y discuten a fondo si tal doctrina, a saber, la tesis según la cual dichas personas quedan excluidas de la visión beatífica, es de hecho firme e invariable doctrina teológica. Los representantes de la nueva corriente, llamada liberal, invocan sobre todo el dogma de la universal voluntad salvífica de Dios ( -> salvación), de la unidad y solidaridad del género humano, que en cuanto tal fue llamado al orden sobrenatural y ha sido redimido por Cristo; e invocan igualmente la posibilidad de una forma especial de -> bautismo de deseo, por la que estas personas entraran en una relación suficiente con Cristo y con su Iglesia. Dentro de esta misma corriente discrepan las opiniones en muchos puntos particulares. Especialmente se discute: a) El grado de certeza con que se sostiene la posibilidad concreta de salvación de los niños que mueren sin el bautismo (desde la pura hipótesis interrogativa hasta la afirmación de que tal doctrina está revelada implícitamente). b) El campo de aplicación (todos estos niños; hijos de padres cristianos; niños que nacen muertos, etc.). c) La forma de concretar el bautismo de deseo, tenido en general por necesario (por mediación de la Iglesia o de los padres; por el hecho de que esos niños alcanzan el uso de razón en la hora de la muerte y quedan capacitados por medio de especiales gracias actuales para un acto sobrenatural de amor de Dios). d) El método teológico (discusiones más bien especulativas; estudios histórico-críticos de la «tradición» contraria que se supone teológicamente obligatoria).

Teniendo en cuenta que la teología en cuanto ciencia de la fe no arranca sólo del depósito revelado, sino que además halla la norma y los límites de su aspiración en la tradición auténtica y en la interpretación obligatoria dada por el magisterio eclesiástico, aparece obvio que precisamente la aclaración de la última cuestión mencionada sea de grandísima (y hasta decisiva) importancia para el problema de los niños que mueren sin bautismo y, consiguiente, para el del limbo.

Así como el aferrarse sin crítica a doctrinas y opiniones heredadas es ajeno al espíritu de la verdadera teología, así también es contrario a la teología el dejar de lado una doctrina que desde hace muchos siglos ha sido tenida de una manera prácticamente general por obligatoria en la Iglesia, y ha sido enseñada ampliamente como tal en la catequesis.

Por lo que se refiere al estado actual de los estudios científicos, sumamente complejos, sobre esta materia, hay que tener en cuenta que: a) las opiniones de los especialistas son todavía muy divergentes; b) los representantes de la corriente liberal se han apuntado muchos e importantes resultados en su favor; c) pero no se ha presentado todavía la prueba definitiva de la solidez teológica de sus concepciones. Hasta ahora el magisterio eclesiástico no es favorable a las opiniones liberales, pero permite que se siga investigando sin trabas. Ante esta situación, en la predicación de la fe habrá que evitar el pronunciarse categóricamente, y más aún en forma polémica; y se recomienda la prudencia bajo todo aspecto. Sea lo que fuere de las opiniones, es evidente que en la medida de lo posible se ha de administrar sin tardanza el bautismo a los niños (Santo Oficio, 18-2-1958: AAS 50 [1958] 114).

IV. Teología pastoral

El sacerdote podrá y deberá decir a los padres de niños muertos sin bautismo que no existe una clara doctrina de fe sobre la suerte de tales niños y que, por tanto, con esperanza y con amor pueden confiar la suerte de su hijo al amor misterioso pero infinitamente bondadoso y poderoso de Dios, cuya clemencia no queda limitada en modo alguno por las circunstancias terrenas, que él mismo ha permitido en su providencia.

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Peter Gumpel