LIBERTAD
SaMun

I. Escritura

En los textos bíblicos donde no es usado el término l. pero se supone que equivalentemente se habla de la l., es especialmente grande el peligro de apoyarse en un concepto filosófico para interpretarlos, pues la Escritura no conoce diversas especies de libertad. Así los LXX traducen hufesah por eleuthería; y además traducen háfesï y también hor (noble, libre de nacimiento) por éleútheros (no se encuentra ningún equivalente hebreo de éleutherón). Para nuestras ideas sobre la l. hay que tener en cuenta además el empleo de parresía.

1. Antiguo Testamento

«Libre» es el concepto contrapuesto a «esclavo». Por esta razón, en los cuerpos de leyes y en Jeremías häfesi se encuentra casi exclusivamente en textos que tratan de la liberación de esclavos, especialmente de la liberación de esclavos culpables, procedentes del propio pueblo, después de siete años (p. ej., Ex 21, 2). En estas frases, que están en conexión con el programa humanitario-social del Deuteronomio, se pretende el bien justo y equitativamente repartido de todos los conciudadanos, lo cual presupone una conducta fraternal y llena de amor hacia todos los que se consideran como «prójimos». Aquí la l. es un elemento importante para el cumplimiento de las promesas en el marco de la realización de una -> justicia idéntica para todos. Por el contrario, el hecho de que Dios sacara a Israel de Egipto, la «casa de la servidumbre» (Dt 7, 8), todavía no se considera en el Antiguo Testamento como una liberación; pero Filón lo interpreta así (Migr. Abr. 25: Theos eís éleutherían... exeilato). La tardía aparición de esta interpretación es una señal de que el Antiguo Testamento sólo conoce la l. en el sentido económico y social. Asimismo hor designa una situación social. No hallamos una reflexión comprobable terminológicamente sobre la llamada «libertad interior». La adición de los LXX en Prov 25, loa señala la transición de la l. entendida según el Antiguo Testamento al más amplio concepto griego: El amor y la amistad hacen libre, es decir, gracias a ellos se está protegido en la estimación social. En Edo 10, 25 se resalta la superioridad de la l. exterior en comparación con la sabiduría, que también un esclavo puede poseer. Filón da un paso más en Conf. Ling. 94, diciendo que la l. más segura consiste en el seguimiento de la —> ley por el sabio. Aquí se ve clara la influencia del concepto de l. de la filosofía popular griega, tal como aparece sobre todo en Epicteto (Dis. tv 1). De acuerdo con esto la esclavitud no es una dimensión social, sino que se da cuando a un hombre se le puede imponer algo contra su voluntad. Las diferencias sociales desaparecen frente al hecho de que sólo las personas educadas son libres, y de que nadie que peca (amartanón) puede llamarse libre (Dis. ir, 1, 22ss). Este concepto griego de l. ya en el judaísmo helenista recibe una versión teológica, así en Filón, donde la l. es puesta en relación con la redención (Conf. Ling. 94; Migr. Abr. 25; Heres 124), con el perdón de los pecados (Heres 273) y con la perfección. Según Heres 275 hay dos sexos, de los cuales uno está en guerra y esclavitud, pero el otro, el teleion , está en posesión de la paz y de la l. En la apocalíptica se designa las más de las veces como l. la posibilidad de poder decidirse en el tiempo presente ante la llamada de la predicación antes del juicio (ApBar [sir] 56, 11; 85, 7). Según 4 Esd 8, 4s este tiempo está limitado al breve período de la vida.

2. Nuevo Testamento

En la tradición sinóptica el nombre eleutheros sólo aparece en el relato acerca del impuesto del templo (Mt 17, 24-27). Jesús rechaza el pago de los impuestos del templo por la razón de que los reyes reciben tributos e impuestos sólo de los extraños, pero no de los hijos; por consiguiente los hijos son libres (con todo, el milagro que sigue, sin duda secundario, desvirtúa esta consecuencia). Originariamente, del hecho de que Jesús y Pedro son hijos (del «Rey»: Dios) se deriva la concreta consecuencia terrena de la l. en materia de impuestos. El reinado predicado por Jesús es concebido en forma tan real, que la filiación dentro de aquél tiene consecuencias en el ámbito político. La perícopa pertenece además a las tradiciones de Mt sobre Pedro, que en general contienen frecuentes afirmaciones sobre la autoridad actual, escatológicamente legitimada, de Pedro y de los doce. La combinación de filiación y l. es aquí un motivo típicamente neotestamentario, que se encuentra también en Juan y Pablo y que tiene relación con el extendido empleo de los conceptos hijo, niño, padre en el cristianismo primitivo: los hijos son libres en contraposición a los esclavos.

Según Jn 8, 31 el hecho de permanecer en la palabra de Jesús comunica la condición de discípulo, y ésta confiere el conocimiento de la verdad, el cual a su vez da la l. Por consiguiente, el permanecer en la palabra de Jesús es fundamento y condición previa de la l. Los judíos no entienden que se trata de la «verdadera» l.: ¿Cómo van a alcanzar la l. si ya son libres por proceder de Abraham? Pero la verdadera l. es la que libra de la ámartía, y según 8, 3l.36 esta l. está vinculada al Hijo. No se les niega a los judíos que en cuanto semilla de Abraham poseen una l. (que ha de entenderse en sentido terreno); pero el núcleo de las palabras de Jesús dirigidas contra ellos es el concepto doulos tes amartías. Pues por una parte al siervo se le contrapone la l., y por otra parte se le contrapone el hijo en lo que se refiere a su situación en la casa. La l. de los judíos es en verdad la l. de aquellos que son esclavos del pecado; por esta razón participan de lo que caracteriza a los siervos: no tienen permanencia duradera. La verdad de la l. depende por tanto de su estabilidad temporal. A la anterior pareja de conceptos antinómicos «siervo-libre», después de la transición de 8, 35a, en 35b se le contrapone la segunda pareja «siervo-hijo». De la inestabilidad del siervo según v. 35a se saca ahora la consecuencia de que lo permanente sólo se da en la casa, en la esfera del hijo. Sólo porque Juan ha encontrado dos conceptos contrapuestos al de siervo, quedan vinculadas al Hijo la perennidad y a la vez la l. Así, pues, pasando por la afirmación de que los judíos son siervos del pecado, ha quedado demostrado por qué sólo en el Hijo se alcanza la verdadera l. Esta l. es estabilidad, o sea, vida eterna y l. del pecado.

En las epístolas paulinas y en las influidas por Pablo se advierte una concepción de la l. que tiene su origen en la aceptación y elaboración teológica de las ideas griegas por parte del judaísmo helenista. Las ideas paulinas se agrupan en torno a tres temas capitales.

a) Gracias al bautismo se produce una eliminación soteriológica de las fronteras entre libres y esclavos. Pues según Gál 3, 26-29 todos se han revestido de Jesús en el bautismo, y así han llegado a ser uno, es decir, él mismo. Por la afirmación de que ahora todos son uno en él, se responde aquí a la urgente cuestión acerca de la relación del único heredero con los muchos herederos: así todos son semilla de Abraham, a quien han sido dadas las promesas. El paralelismo de judíos-griegos y esclavos-libres se encuentra asimismo en 1 Cor 12, 13: todos se han hecho un solo cuerpo por el único Pneuma. En Col 3, 11 esta representación experimenta ya una clara modificación (se amplia el catálogo; la cristología se transforma). Ef 6, 8 equipara a siervos y libres de cara al juicio futuro (cf. Ap 19, 18). La universalidad y la fuerza transformadora del acontecer escatológico lleva a la desaparición de las diferencias sociales y nacionales. Sin duda el que Pablo mencione junto a «judíos y paganos» precisamente «eslavos y libres», no sólo está condicionado por las circunstancias de la época, sino también por el concepto teológico de l. que maneja el apóstol.

b) Por la posesión del Espíritu los cristianos han alcanzado la l. del pecado, de la muerte y de la necesidad de utilizar la ley como camino de salvación. Así en Gál 4, 21-31 con ayuda de la historia de Agar y Sara se demuestra contra los adversarios judaizantes que los cristianos, a causa de la posesión de la promesa, es decir, porque han recibido el Pneuma, son libres de la ley. La l. de los cristianos frente a la ley se muestra por el hecho de que pueden presentarse como hijos de Sara, es decir, de la libre. Lo decisivo es que Isaac procede de una madre libre y que madre e hijo representan en imagen la relación de l. y portador de la promesa. Igualmente en 2 Cor 3 se identifican la gloria, la nueva alianza y la l. de la ley. También aquí (v. 17) la l. se reduce a la posesión del Espíritu. Frente a esta l. el camino de salvación de la ley aparece como la esclavitud del pasado, en la que no es licito caer nuevamente (Gál 2, 4; 5, 1; Rom 6, 20). Es especialmente importante que el apóstol mismo sea libre, es decir redimido, ya que sólo así puede colaborar en la salvación de sus comunidades (1 Cor 9, 1). A este contexto pertenece asimismo 1 Cor 10, 29, pues la l. de los fuertes se basa en que ellos en cuanto redimidos son libres frente a las prácticas cultuales humanas. La contraposición neotestamentaria esclavitud-filiación la emplea Pablo en Rom 8, 21 para exponer la relación entre la antigua creación y la nueva creación imperecedera: La esperanza se dirige a conseguir la libertad de la doxa de los hijos de Dios, que es l. de la muerte y de la caducidad.

c) La l. por la posesión del Espíritu no es otra cosa que la vinculación en virtud de una nueva «esclavitud». En contraposición a Epictecto, p. ej., la libertad no es en sí un ideal, sino «el envés del nuevo servicio» (O. Schmitz). Afirmaciones de este género se encuentran constantemente en Pablo, así cuando él resalta la obligación todavía existente de guardar los mandamientos morales a pesar de que en principio hemos sido redimidos. La nueva esclavitud no es, por tanto, otra cosa que el estar bajo la ley de Cristo (Rom 8, 2). La l. frente a la esfera de la sarx y del pecado no debe consistir en la facultad de volver nuevamente a ella, sino que debe realizarse por medio del servicio de la caridad mutua (Gál 5, 13s). Del mismo modo que el amor es un don, la l. es también una llamada, o sea, en el bautismo el hombre ha sido liberado por Dios para poder cumplir la ley. Especialmente en Rom 6, 18-22 esta l. del pecado, de la ley y de la muerte es identificada con el servicio de esclavos en la esfera de la nueva justicia.

A diferencia de Juan, en Pablo no se trata de la «verdadera l.», sino que el concepto de l. se usa solamente para designar el paso radicalmente transformador de una esfera a la otra, que no es sino la transición de una esclavitud a otra. La constante alusión a los frutos en Rom 6, 18ss muestra además que esta l. es obligación de trabajar, precisamente porque fue objeto de donación. La motivación histórica de estas afirmaciones es sin duda cierta actitud libertaria derivada de la posesión del Espíritu en las comunidades paulinas. Eso aparece claramente sobre todo en 1 Cor 7, 20-24: En Corinto hay que responder a la cuestión de si ahora ya todos los esclavos son también libres (la l. terrena como bien escatológico, lo mismo que en el Antiguo Testamento). Pablo responde a esta cuestión impugnando, como en otros pasajes, las consecuencias morales de una «escatología presente». La falta de l. de los esclavos y la l. de los libres carecen de importancia frente al hecho de que todos son libertos del Sefior y a la vez esclavos de Cristo. Pues «fuisteis comprados por un mismo precio», es decir, la pertenencia a Jesús es presentada como la consecuencia de una compra de esclavos. Pero esta nueva servidumbre de todos no sólo hace que ahora las diferencias humanas aparezcan como relativas, sino que, además, a partir de ellala posición de los individuos se interpreta como una vocación. No se prepara una transformación radical, sino que todos son igualmente siervos y llamados a su servicio; y ésa es también la condición del apóstol (1 Cor 9, 19). En contraposición a sus comunidades, Pablo limita exactamente la l. de los cristianos al hecho de su redención. Así impide la extrema actitud libertaria y vincula la l. de los cristianos a la -> redención por Jesucristo.

Esta solución paulina se refleja posteriormente en 1 Pe 2, 16, aun cuando aquí falta ya el aspecto soteriológico. También 2 Pe 2, 19 argumenta bajo una perspectiva moral y con la contraposición entre l. y esclavitud: Los adversarios libertarios prometieron traer la verdadera l., pero eran siervos de la corrupción. De suyo esa idea es completamente helenista; pero en el v. 20 se establece además un vínculo con la –> redención por Cristo, si bien ya no aparece la palabra clave «libertad».

Ha de permanecer abierto lo que deba entenderse por «ley perfecta de la libertad» en Sant 1, 25; 2, 12. 0 bien la l. se entiende aquí como bien salvífico, siguiendo la acepción usual del cristianismo primitivo; o bien se trata de la ley que el hombre puede cumplir todavía antes del juicio ( –> apocalíptica) — en ambos pasajes se subraya la retribución, es decir, el juicio —; o bien se trata de una ley que va ligada a la libertad de la circuncisión. Quizá se trata también de un eco de la solución paulina, según la cual la ley debe cumplirse, pero por parte de los libres, es decir, de los redimidos.

Lo mismo que el concepto de eleuthería, el de parresía procede de la esfera política y designa la l. posible en la democracia como derecho omnímodo de expresión, como apertura y franqueza; pero también designa la confianza entre amigos. Al igual que eleuthería, también parresía pasa a ser la l. moral en la filosofía de los cínicos. En los LXX se presenta además como nuevo contenido el elemento de la franqueza ante Dios (Job 27, 9s), que se manifiesta sobre todo en la oración del justo y tiene su expresión en la alegría. De este modo la parresía sólo es posible para el justo y el sabio (Filón). En el Nuevo Testamento es sobre todo una propiedad de los misioneros del reino de Dios ante los hombres, de Jesús mismo según Juan, de los apóstoles según los Hechos; y en Pablo aparece bajo el doble matiz de «franqueza ante Dios y ante los hombres» (2 Cor 3, 12; Flp 1, 19; cf. 1 Tim 3, 13). En otras partes la palabra designa el libre acceso de los justos a Dios (1 Jn; Ef 3, 12), lo cual se manifiesta en el hecho de que se puede orar libremente a Dios y de que se tendrá firmeza en el día del juicio. En Hebreos parresía es el libre acceso a Dios creado por Jesús. Por esta razón, en contraposición a eleuthería, parresía no es la l. en contraposición a la esclavitud, sino el don de la relación abierta con un tú personal; y, a este respecto, el libre acceso a Dios hace posible la franqueza para con los hombres.

BIBLIOGRAFIA: J. Weiss, Die christliche Freiheit nach der Verkündigung des Apostels Paulus (Gö 1902); O. Schmitz, Der Freiheitsgedanke bei Epiktet und das Freiheitszeugnis des Paulus (Gü 1923); M. Müller: ZNW 25 (1926) 177-236; H. Schlier: ThW II 492-500; E. G. Gulin, Die Freiheit in der Verkündigung des Paulus: ZSTh 18 (1941) 458-481; J. Michl, Freiheit und Bindung (Mn 1950); K. H. Schelkle, Erwählung und Freiheit im Römerbrief nach der Auslegung der Väter: ThQ 131 (1951) 17-31 189-207; H. Ridderbos, Vrijheid en wet folgens Paulusbrief aan de Galaten (homenaje a F. W. Grosheide) (Kampen 1951) 89-103; S. Lyonnet, Liberté chrétienne et loi de l'Esprit selon S. Paul (P 1954); F. Nötscher, Schicksal und Freiheit: Bibl. 40 (1959) 446-462; K. Niederwimmer, Der Begriff der Freiheit im NT (B 1966); D. Nestle, Eleutheria. Studien zum Wesen der Freiheit bei den Griechen und im NT. Parte I: Die Griechen (T 1967).

Klaus Berger

II. Aspecto filosófico

1. Concepto de libertad

a) El concepto de l. es analógico: se atribuye diversamente en cada caso a seres diferentes. Dentro de esta multiplicidad de significaciones, existe una relativa unidad de sentido por el hecho de que en el concepto de l., si bien no se designa un mismo contenido definible (un mismo ser), se expresa, sin embargo, una relación formal que permanece idéntica. Esta relación puede formularse negativa y positivamente. Negativamente l. significa «ser libre de», o sea, la desvinculación (de un ser o una ley), la independencia de algo y la no determinación por un fundamento (l. de coacción). Este concepto negativo es a la vez un concepto relativo de l., pues todo ente finito pertenece a un mundo y dentro de él está necesariamente en relación con otros entes de este mundo. Ciertamente un ser puede estar libre de una relación directa con este o aquel ente, pero sólo porque su puesto ha sido asumido ya por otro. Por ejemplo, el ente no integrado en la cultura y en la historia, y, por tanto «libre» de este ámbito, está completamente atado a la naturaleza y al cosmos; o en el caso del hombre: el estar libre de vínculos con el pasado significa a la vez una vinculación incondicional al presente, con sus exigencias y objetivos. Ningún ente del mundo podría ser totalmente libre en el sentido negativo; como algo absoluto, separado (aislado), se encontraría en la nada, sería nada.

La negación es siempre relativa, presupone una posición. Si se pensara de una manera absoluta la l. relativa, negativa, entonces este ente, como totalmente indeterminado, carecería de mundo, quedaría aniquilado; o bien, la total indeterminación debería ser sustituida positivamente por la total autodeterminación. Es decir, la l. negativa y relativa, pensada hasta el fin, se convierte en el mero envés de la l. positiva absoluta; y en tal caso ese ente sería Dios.

b) Así al concepto negativo y relativo se contrapone un concepto positivo, absoluto de l.: un ente es positivamente libre en el grado en que se posee a sí mismo y en esta relación consigo mismo tiene la condición suficiente de todo su ser y obrar. Aquí l. significa tanto como autoposesión, total ser en sí, total bastarse a sí mismo. El griego llamaba a esta l. a&r&pxeta (autarquía): posesión de fundamento y fin, de —> principio y fin en sí mismo. A este concepto griego de la autarquía corresponde el latino de libertas como dominium super actus suos y dominium super se ipsum.

Es decisivo, pues, que la autarquía, no sólo como independencia, sino pensada positivamente como relación consigo mismo, constituye el fundamento de la subsistencia y de la autonomía en el sentido del pleno ser en sí. Desde ahí se define el concepto de -> persona, que en el pensamiento cristiano ha sido acuñado para expresar esas ideas. Un ente es persona en la medida en que se posee a sf mismo, sin ser poseído por otro. Para el griego la l. de la autarquía es un signo de lo divino, que, pensándose a sí mismo, es su propio fundamento y meta y, con ello, plenamente «feliz». Entre las cosas no divinas, el hombre es el que más se aproxima a ese estado, a saber, en la pura «teoría», en la contemplación bienaventurada, la cual no tiene otra meta que ella misma.

En el pensamiento cristiano se usa el concepto de «hipóstasis» y de «persona» para esta especie de l. Por consiguiente, la l. y la personalidad en primera línea sólo pueden atribuirse a Dios; en segundo lugar se atribuyen también al hombre como el ente que, a pesar de su finitud, en virtud de su autoposesión participa en cierto grado de lo absoluto, y en esta l. de la autoposesión es imagen de Dios.

c) Está claro que la l. humana no es ni la mera l. negativa y relativa (l. de coacción) ni la l. positiva y absoluta (dominium super se ipsum). Es cierto que el hombre en parte dispone sobre sí mismo (dominium super actus suos) y con ello sobre partes del mundo como señor suyo; pero él está igualmente entrelazado con el mundo: depende de entes, en medio de los cuales se encuentra y desarrolla sus facultades y disposiciones; depende de las leyes del mundo, a las cuales está sometido a pesar de todo su señorío.

No sólo el concepto de l. en general (que en cuanto negativa y relativa corresponde también de alguna manera al ente infrahumano, pero en cuanto absoluta y positiva sólo corresponde propiamente a Dios) es por tanto en sí análogo, sino que también lo es el concepto de l. humana en sentido estricto. También ésta tiene un significado complejo, que a su vez está unido exclusivamente por la doble relación mencionada: la negativa consistente en un cierto estar desvinculado de otro y de sí mismo (la distancia); y la positiva consistente en disponer sobre el otro y sobre sí mismo (el ->poder). La unión de distancia y poder, «ser libre de» y «libertad para», constituye la l. humana en toda una serie de aspectos.

d) Es básica para toda l. humana aquella l. que llamamos transcendental. Consiste en la propiedad fundamental del hombre por la que sólo él tiene capacidad de decir «es». El hombre puede poner todas las cosas frente a él, entendiéndolas en «el ser». Y a la vez puede ponerse a sí mismo frente a todo lo demás, entendiéndose como realidad diferente. Tiene la capacidad de «distanciarse» de todo e incluso de sí mismo, la de objetivarlo todo y hasta de objetivarse a sí mismo. Esta distancia universal es a la vez transcendencia: «un estar por encima de» todo lo individual e incluso por encima de sí mismo como individuo; es la posibilidad de la reflexión absoluta, posibilidad que presupone un estar en lo absoluto. Tal l. se identifica con la espiritualidad (->conocimiento). Esta l. o el -> espíritu es la «luz» con la que el hombre puede iluminarlo todo, incluso a sí mismo. Esa luz significa una «absolutez» formal del ser finito, que Tomás de Aquino llama una participatio quaedam infiniti. En esta transcendencia formal (y como tal vacía) del hombre se completa la l. negativa con una significación positiva, aun cuando sólo sea formal. La vinculación material del hombre no queda superada o eliminada en virtud de esta distancia vacía, pero recibe un sentido nuevo.

e) Lo cual implica que esta l. transcendental, que pertenece a la «dotación» del hombre en cuanto tal, no puede quitársele nunca, y que ella, en su vaciedad e impotencia, apunta a otra manera de la libertad.

El hombre no es sin más algo que ya existe, ni se limita a desarrollarse, sino que él tiene que conquistar su ser: él es tarea absoluta para sí mismo. Tiene que decidirse acerca de sí mismo y no puede sustraerse en modo alguno a esta decisión. El hombre ha de salir de la distancia de la l. transcendental para darse a sí mismo la forma concreta desde esa distancia respecto de sí mismo. Llamamos a esta l. libertas arbitrii, l. de decisión o l. existencial.

¿Cómo se realiza esta ->decisión? El hombre «es» en cuanto actúa, en cuanto pone actos, en cuyo lugar podría siempre poner otros actos. Ninguno de los actos puestos es necesario, o sea, ninguno de ellos está condicionado por causas claramente ostensibles, ni es explicable exclusivamente por su acción. Más bien, cada acto brota de una indiferencia. A este estado se le ha dado también el nombre de «libertad». La así llamada libertas indifferentiae significa un estado en el que el hombre debe actuar siempre (haciendo u omitiendo), pero teniendo la posibilidad de muchas acciones, frente a las cuales él es indiferente.

f) Aquí surge la polémica acerca de la l. o no l. de la voluntad. El determinismo afirma que no existe tal «indiferencia» y que el hombre, como todos los entes, está totalmente «determinado» en cada momento de su ser, de modo que en toda transición de un estado determinado a otro hay un fundamento (o motivo) suficiente.

Frente a esto el indeterminismo afirma que existe realmente la l. de la acción (libertas actionis), y por cierto de tal manera que el hombre no es mero producto de causas previas y simultáneas, representadas o no representadas, «eficientes» o «atractivas», sino que a la vez, en medio de todo ese condicionamiento, es un incondicional primer principio. La l. como primer principio se llama espontaneidad. Por consiguiente, el indeterminismo explica la l. de la acción mediante la reducción a la libertas spontaneitatis. Pero como en el mundo espacio-temporal todo está vinculado como causa y efecto (nada es absolutamente primero) y por tanto es explicable mediante la reducción a sus condiciones; en consecuencia, el hombre, entendido como libre e inexplicable en principio, aun cuando está en el mundo es supramundano. En la libertas spontaneitatis el hombre se convierte una vez más en la imagen donde se refleja el Dios absoluto como causa primera (causa prima). Por esta razón, como espontaneidad absoluta, no es un hecho intramundano (Kant: no es un «fenómeno» ni por tanto, un objeto posible de investigación científica); más bien es anterior al mundo, incondicionado (Kant: nóumeno). Según esto, esa libertas spontaneitatis no se hace perceptible y evidente en el conocimiento científico y objetivo, pero si en la realización de la acción (praxis).

Con esta reducción de la l. de la voluntad como l. de acción y de elección a la libertas spontaneitatis no se explica suficientemente la elección fáctica, la decisión fáctica de poner determinadas acciones con su estructura; más bien, sólo se muestra cómo el hombre es simultáneamente condicionado y no condicionado, mundano y absoluto (superior al mundo), contingente y no contingente (en términos kantianos: fenómeno y nóumeno).

g) La l. de acción y de elección por la que la l. como estado, como indiferencia, es conducida a la realización de la autodiferenciación activa, no podría designarse comol. si sólo fuera arbitraria y caprichosa en la determinación de la propia espontaneidad y del contenido que ha de darse a la distancia vacía. La l. arbitraria en realidad es falta de l. El que así es «libre» entrega su acción al antojo, a la casualidad. La l. meramente arbitraria carece de fundamento; brota sin ninguna necesidad interna de la libre distancia de la l. transcendental y de la fuerza del primer principio espontáneo; entre éste y la acción realizada se abre el abismo de la arbitrariedad. Pero, evidentemente, si ha de conservarse la l., la necesidad con que procede la l. de acción sólo puede tener su raíz en un -> sentido.

h) Elegimos una cosa porque, en virtud de su valor, es preferida a otra cosa también valiosa. Pero el -> valor es tal siempre con miras a algo. Si el motivo y fundamento de nuestra decisión es lo «valioso» (y en esto tiene razón el determinismo: también la elección libre es siempre fundada, no es una elección sin fundamento), hemos de advertir que algo es un valor y un «motivo» para nosotros porque nos lleva a la realización de nosotros mismos, de nuestra -> esencia. Por consiguiente, a la elección de las acciones y del ente al que se refieren estas acciones, precede una elección fundamental, que sólo en sentido estricto podemos llamar decisión: la elección de aquello que propiamente queremos ser, el proyecto de nuestra propia forma esencial.

Sólo en el horizonte de esta decisión previa es admitido algo como motivo en general.

Por «esencia» o «forma fundamental» se entiende el sentido primario, la posición básica del hombre en el todo ( -» formación). A este todo, que hace posibles las «esencias» delimitadas entre sí lo llamamos « -> mundo». Dentro del mundo hay cambios constantes. Pero sólo hablamos de que el mundo mismo se transforma cuando cambia la estructura de las significaciones fundamentales del ente, cuando cambia la estructura fundamental de los valores.

Por tanto, la afirmación de la esencia es a la vez una afirmación del mundo correspondiente, en el que esta esencia tiene validez y significación. Así, pues, la decisión existencial respecto del propio ser y sentido es juntamente una decisión con relación a la propia forma fundamental (libertad esencial o «eidética» como elección de la manera fundamental de vivir) y con relación al mundo respectivo a una forma de ordenación general del ser (libertad ontológica como elección previa de un mundo y reconocimiento de una determinada ordenación del conjunto del ser).

La l. de acción está, pues, totalmente determinada por sus motivos, pero los motivos no son tales sino por una determinación previa en virtud de la elección fundamental de la l. de decisión. En esta l. de decisión reside la l. personal propiamente dicha, en la que el hombre concreta su superioridad trascendental sobre el mundo y la espontánea dimensión premundana de cara a una configuración activa del mundo a través del centro mismo de la libre afirmación de aquél y de la esencia. Sólo en la unidad de todas estas libertades se da la l. en sentido concreto.

2. Estructura social de la libertad

a) Es cierto que la l. en cuanto distancia trascendental y espontaneidad trascendental pertenece sin más a la dotación del ser humano. Pero esta «l. originaria» es tan sólo el terreno para la «l. existencial», para la realización del hombre como persona, y no es todavía este mismo ser personal en una forma real. La realización de la l. trascendental y trascendente como l. tiene lugar tan sólo en la decisión de la l. existencial respecto de la propia esencia como forma fundamental (libertad esencial o «eidética») y respecto del mundo como ordenación de los entes y orden del ser (libertad ontológica). Pero la esencia y el mundo se realizan solamente en las acciones individuales. Ahora bien, la realización de estas acciones aisladas (cuya l. se puede llamar «óntica» o «externa») se halla ligada a toda una serie de condiciones externas, que están dadas o sustraídas al individuo por obra de la sociedad, del mismo modo que la l. existencial, que es más «interna», como afirmación de la esencia y del mundo está ligada a su conocimiento mediante una «->formación» determinada, comunicada por la ->sociedad.

De aquí se sigue que la l. es indivisible: la distancia universal (l. trascendental) es inseparable de la espontaneidad originaria (l. trascendente); y ambas se realizan solamente en la decisión respecto del mundo dado previamente mediante la formación (l. ontológica) y respecto de la esencia experimentada y representada (l. «eidética»). Ésta última prueba en la voz de la ->conciencia la acción concreta en lo relativo a su conformidad con la esencia. Mas para ser real, esta acción concreta necesita del material de las cosas (que proceden de la ->naturaleza y de la ->cultura) y del conocimiento de su manejo (->técnica, que en la educación se comunica y se adquiere comunitariamente). Así, con relación a la l. tiene validez el principio de la indivisibilidad o totalidad, que se deriva con necesidad ineludible de la unidad análoga del concepto de libertad. Una l. meramente interior, una l. meramente trascendental o transcendente, no es posible; del mismo modo que un dominio técnico puramente externo sobre las cosas, si no procede de esa relación interna consigo mismo y vuelve nuevamente a ella, no puede llamarse libertad.

b) Con esto viene dado que la l. humana jamás es un simple estado o una propiedad existente en el hombre, y que tampoco es, a diferencia de la l. divina, simple realización del ser en sí mismo, puro acto sin historia. Más bien, la l. humana es en sí misma historia: la historia de la transición desde la distancia indeterminada a la decisión respecto del mundo y de la esencia, y desde ésta a la acción concreta por la producción de obras. La acción crea en la técnica nuestro mundo circundante como obra técnica; y eleva el conjunto de las cosas a la -»verdad como obra del saber y de la ciencia; o bien transforma dicho conjunto convirtiéndolo en belleza como obra de -> arte.

Por los posibles modos de convivencia, el hombre crea con acciones libres las obras de la comunidad, del ->matrimonio, de la ->familia, de la ->sociedad y del ->Estado; y él es «Iglesia» en virtud de aquella presencia común ante Dios que se funda en la institución divina. De ese modo las acciones están orientadas hacia obras de verdad, de belleza, de unidad humana y de vinculación social, etc.; y en esta orientación se hallan totalmente sometidas a la norma de lo que debe establecerse y producirse, se hallan sometidas a las leyes objetivas de la acción. Las obras y los estados que deben producirse reclaman totalmente la entrega del hombre.

Éste llega a ser realmente persona por la libre salida de sí mismo hacia la obra. Por eso, el primer paso necesario para la realización de la l. es la alienación. Pero si la autoposesión es también la esencia de la l. humana, consecuentemente a la «objetivización» de la l. en la obra debe seguir un movimiento ulterior: el retorno como recuperación de la obra en el acto. Todas las obras y objetivaciones tan sólo «son» reales en cuanto modos de vivir, en cuanto realizaciones de la vida, asumidas en una vida de la l., que gracias a ellas ha llegado a ser más que una mera vida individual: una vida en la que la persona y la obra, el yo y el mundo han alcanzado una existencia idéntica. Por esta razón Tomás de Aquino habla, con ocasión de los actos humanos libres, de una reditio completa in se ipsum, de un retorno completo a sf mismo. El retorno presupone una salida (en el caso de Tomás de Aquino la conversio ad phantasmata: la libre orientación al mundo sensible).

Por consiguiente, la l. humana no es ni un estado, como en las cosas (estar libre de esta o aquella coacción), ni es, como en Dios, la realización de un ser en sí mismo. La l. humana es más bien esta historia de salida y retorno, que Hegel y Marx concibieron dialécticamente (aunque en forma distinta) como el proceso histórico de exteriorización, alienación y superación de la enajenación y alienación en el retorno. Por consiguiente, el segundo principio fundamental de la l. es el principio de su -> historia e historicidad. Pero si la l. sólo existe históricamente, como historia se hace real siempre en la historia, es decir, los modos como se realiza en cuanto historia de la unificación con el mundo y del retorno del mundo y de sus obras a la interioridad dependen en sus formas de la historia total del género humano.

Metafísicamente hablando, en este principio de la historicidad de la l. está oculto a la vez el principio de identidad de la l.; el hacer y la cosa hecha, la persona y la obra son lo mismo: el hacer se realiza en lo hecho, la obra «es» sólo en cuanto modo de ser del hombre libre (que llena la obra reasumiéndola). Un solo y mismo acto me pone en la obra y pone la obra en mí (cf. Aristóteles y Tomás de Aquino en la formulación gnoseológica de este hecho: cognitum in actu et cognoscens in actu sunt idem).

c) De este principio de historicidad se puede sacar en consecuencia el tercer principio de la realidad de la l., el de la socialidad. La mayor parte de las obras jamás pueden ser producidas por un solo individuo (la verdad en la filosofía y en la ciencia, la belleza en el arte y la literatura, el dominio en la técnica, la sociedad y el Estado, etc.). Cuando se juntan personas libres (en un mismo tiempo, o bien a través de varias generaciones) para llevar a cabo en común un sentido, una tarea que sólo puede realizarse por la distribución de trabajo (en generaciones sucesivas o en la sociedad coetánea), entonces la l. presenta la forma de integración de toda una serie de aportaciones libres. De todos modos no se puede imponer a la fuerza la manera de la «unión», si la l. ha de seguir siendo l. y la persona ha de seguir siendo persona. Sólo en el acuerdo solidario respecto de la conocida necesidad de la unión se hace real la l. sin enajenación permanente: por esta razón el principio de la socialidad de la l. conduce al solidarismo y no al ->socialismo.

d) Aun cuando la obra es una producción común, en la que se realiza una generación, un pueblo, una serie de generaciones; sin embargo, el portador sustancial de la l. es sólo la persona individual, la persona que se integra libremente en la acción comunitaria. La l. tiene como sujeto propiamente dicho y último al individuo libre (así especialmente Kierkegaard en constante oposición a Hegel). Pues la l. es la historia de llegar a sí mismo, que culmina en el estar en sí mismo. Sólo el individuo está propiamente en sí mismo; únicamente en un sentido análogo puede atribuirse a una -> comunidad — p. ej., a un pueblo — la posesión de sí mismo. Una comunidad puede ser sujeto de un dominio extraño (p. ej., sobre la naturaleza o sobre otros pueblos); pero el sujeto del dominio sobre sí mismo es solamente el individuo, que gracias a esta autoposesión se llama persona. Así podemos hablar del principio de sustancialidad o del principio de personalidad de la libertad.

e) Todos estos principios de la l. vuelven a encontrarse en aquel que regula la manera de la realización: en el principio de -> subsidiaridad.

La l. realizada se identifica con la personalidad de la persona: es su manera de ser. Y esta manera de ser es a la vez individual y supraindividual, condicionada y absoluta. El estar en sí como acto que sólo puede realizar uno mismo hace al individuo insustituible como persona. Éste no se limita a cumplir una función en lo supraindividual, sino que devuelve lo supraindividual a aquello que importa en todo: la persona individual, que es la «finalidad» absoluta de toda actuación y acción. Las obras comunes de la realización de la persona (ciencia, arte, técnica, economía, Estado, etc.) no son meros medios auxiliares para la acción propia de la l. y de la persona. Semejante concepción las despojaría totalmente de su valor. Esas obras comunes son maneras de realización y la realidad misma de la l. y la persona. Mas como tales formas de la l. sólo tienen sentido si están a su vez referidas a la persona y su realidad. El hecho de que la persona libre nunca es un medio para otra cosa, sino que es la meta de todo lo demás y, por tanto, un fin incondicional que tiene en sf su propia meta, constituye (en Tomás de Aquino, así como en Kant) la dignidad inalienable de la persona. El principio de subsidiaridad reconoce a la persona no sólo como el auténtico portador, como origen y a la vez meta de la l., sino también como el agente primario de la misma, que debe realizarse por sí mismo a pesar de todos los auxilios que le vienen de la sociedad, del Estado y de la Iglesia. Lo que la persona es capaz de realizar en su l. individual no puede arrebatárselo la comunidad; lo que es capaz de realizar una comunidad pequeña, en la que la persona individual todavía actúa inmediatamente como ella misma, no puede arrebatárselo una comunidad mayor. Y lo que sólo la comunidad mayor (el -> Estado como sociedad perfecta) es capaz de realizar, debe tener siempre en cuenta la referencia a la autorrealización de la persona individual; dicha comunidad ha de «funcionar» separadamente para sf misma. El individuo en cuanto tal es necesariamente «funcionario» en la sociedad; pero el hombre no es sólo individuo y funcionario: no se diluye en la realización de las obras, sino que éstas, como modos de ser y realizaciones de su L, están integradas en el curso de aquel proceso histórico que retorna al sujeto humano. Como también la salida activa y operante está bajo esta ley del retorno hacia la interioridad personal, el principio de subsidaridad tiene una validez absoluta.

Con estos cinco principios de la filosofía social cristiana se han sacado las consecuencias de una concepción de la l. que se apoya en todos los conceptos de l. aquí desarrollados, y no procede unilateralmente a partir de un solo concepto. Los llamados «derechos del -> hombre» se muestran aquí como derechos de la l., que tienen validez, no para el individuo, sino para la persona, la cual sólo en el proceso histórico llega a la obra de su subsistencia. Son derechos personales, no derechos individuales. Asimismo las obligaciones fundamentales sólo pueden derivarse de la naturaleza de la l. personal, no de la l. individual: no son resultados de una delimitación de la l. del individuo (procedente del hecho formal de que ésta debe existir juntamente con la l. de todos), sino que proceden más bien de la estructura fundamental de la l. personal, llenándola positivamente. Pues, en efecto, ésta sólo puede hacerse real y recuperarse a sí misma en el fuero interno de la persona por el servicio a la obra común.

De este modo el principio de subsidiaridad no indica una estructura de la l. misma (como los cuatro primeros principios fundamentales), sino que es una norma fundamental para la realización de la l. que se desprende de la estructura personal de la misma. En cuanto tal norma de realización, el principio de subsidiaridad está sometido siempre a la historia en la distribución concreta de tareas, obligaciones y derechos entre la persona individual, las pequeñas comunidades libres, la familia, la sociedad, el Estado y la Iglesia. Depende de la situación histórica lo que puede prestar realmente una persona individual o una comunidad pequeña con vistas a una determinada tarea; o bien aquello a lo que tal persona o comunidad tiene que renunciar, y cuándo esta renuncia sería una debilidad censurable.

3. Historia del concepto occidental de libertad

a) El concepto griego de libertad

Es digno de notar que en el pensamiento griego la l. es concebida, no como l. de la persona que se decide respecto de sí misma, ni como l. de la voluntad, sino como l. del Estado de los ciudadanos y como l. del ciudadano del Estado. El libre de ese modo es el éleútheros; esta l. es la . En el caso de la ciudad y del Estado la éleuthería consiste en la «autonomía»: en el hecho de que una comunidad estatal puede regular su vida común de acuerdo con leyes dadas por ella misma, las cuales tienden a su propio -> bien común. Por su parte, el individuo en la comunidad sólo es positivamente libre en relación con esta comunidad: si él se realiza en la comunidad y ésta se realiza en él. Solamente están libres del Estado el proscrito y el desterrado. La l. del individuo es completamente compaginable con la más sólida integración en el conjunto de la comunidad, con la determinación de todas las formas de educación y de vida por parte de la comunidad. El griego deja de ser libre en una tiranía. En la tiranía se escinden los ciudadanos y el Estado, y esta escisión es el ocaso de la libertad.

En la l. como autonomía se refleja el concepto metafísico de la l. de la autarquía. La nóatc es fundamento y meta, origen y tarea. Para el griego no hay nada superior a esta misma vida común, en la que toda vida individual, superándose a sí misma, vuelve hacia sí.

En Aristóteles este concepto plenamente «político» de l. se hace «teológico» y pasa a ser la autarquía de lo divino: Dios como el único propiamente libre, como aquel que no tiene meta ni fundamento fuera de sí y que nada ama fuera de él en su bienaventurado amor a sí mismo, como aquel que todos aman, es decir, apetecen como lo perfecto.

b) El concepto cristiano de libertad

Aparece un concepto muy distinto de l. en la religión revelada del ->judaísmo y del ->cristianismo. Tanto en lo referente a la l. de Dios como en lo relativo a la del hombre se añaden aquí momentos que acuñan un concepto de l. específicamente distinto del vigente en todo otro ciclo cultural.

Con relación a la libertad divina: El Dios del AT y del NT no sólo es «libre» en el sentido de la autarquía griega; su libertad sale de sí misma, crea independientemente de toda condición previa, crea de la nada. La unión de l. y creación es en este sentido absolutamente nueva: l. como absoluto dejary poder empezar, como dominio que ante todo llama al -» ser lo que aquél ha de dominar, y a partir de aquí legitima absolutamente su pretensión de dominio.

A esta idea se añade otra: Dios pone en la -> creación algo que en ningún sentido es consecuencia necesaria de su propio ser y naturaleza; y no sólo en la creación sino también en la redención. Tras la «caída» del hombre (con la libre negativa a la realización de su esencia en Dios, en lugar de lo cual eligió la realización de su esencia en sí mismo: elección existencial fundamental en cuanto elección de esencia y mundo, tal como no se había pensado jamás en el ámbito de la antigüedad griega), Dios le da una nueva posibilidad en una forma que no puede derivarse de la esencia de la creación ni de la divinidad. La l. de Dios, en la que él se hace compañero del hombre, apela a la l. existencial de éste para que trate de lograrse a sí mismo por Dios y con Dios. En la antigua -> alianza esta posibilidad se concede a un pueblo libremente elegido, que no ha merecido por nada tal elección, y en la nueva alianza se concede a la humanidad entera. Por consiguiente, en este concierto entre la l. divina y la humana surge ahora por vez primera la «historia» en sentido auténtico, como libre decisión de la l. de la esencia frente a una continuidad de exigencias absolutas y de ofertas absolutas de auxilio mediante el comportamiento de socio positivo o negativo respecto de la l. absoluta de Dios. En conexión con el Antiguo y Nuevo testamento Agustín ha elaborado de la manera más grandiosa este aspecto de la historia, como historia de las dos libertades (-> agustinismo).

Así, a pesar de su carácter absoluto, la l. humana es finita en un doble sentido: la l. humana es siempre respuesta a la absoluta l. de Dios, necesita de ella como el «objetivo» de su libre decisión; y además: la libertad humana siempre ha fracasado históricamente frente a Dios. Bajo la perspectiva judeo-cristiana, al comienzo de la historia de la l., se encuentra el -> pecado original. La l. humana es una l. caída. La l. caída y fracasada del hombre no se puede curar por sí misma. Para su curación Dios ofrece en el Antiguo Testamento la alianza caracterizada por la -> ley, y en el Nuevo Testamento se ofrece a sí mismo en el Hijo Jesucristo, en quien se encarna su amor libre. Mas para poder recibir esa oferta, es necesaria la -> gracia de Dios; la decisión de la l. humana caída en la esclavitud sólo vuelve a hacerse libre con la ayuda de la l. de Dios mismo (-> gracia y libertad).

De aquí se derivan tres cosas en el cristianismo para el concepto de l. humana:

1ª. Incluso aquel que tenga en cuenta plenamente la estructura fundamental de la l. (expuesto en 1 y 2) pasará de largo ante la realidad de la misma si no toma en consideración la dimensión religiosa de la l. humana, es decir, el hecho de que ésta es una l. caída y como tal necesita de la gracia sanante. La l. humana por sí sola cae necesariamente en la esclavitud. El principio de la lesión (vulneratio) y del carácter pecador de la l. humana preserva al cristiano de toda -utopía en lo relativo a la l., y separa radicalmente su concepción sobre este punto de la del humanismo liberal.

2ª. En la interpretación de si la l. en su caída histórica quedó destruida (libertas destructa) o sólo «lesionada» (libertas vulnerata), de si la -> gracia ayuda y sana o debe simplemente crear al hombre de nuevo, se presentan profundas diferencias entre la concepción católica y la protestante acerca de la gracia y de la l. Igualmente se presenta aquí para la teología de todas las confesiones un problema que no puede resolverse con los medios del pensamiento humano: Para que la l. caída en la esclavitud pueda hacerse nuevamente libre, debe aceptar el ofrecimiento históricamente libre de Dios. Mas la l. caída es incapaz por sus solas fuerzas de dar este «sí» a su salvación. Sólo el que ha recibido la gracia preveniente (o auxiliante) para el «sí» libre a esta gracia, que hace nuevamente libre la l. (gratia sanan, gratia efficax), puede llevar a cabo realmente tal entrega y, mediante la gracia que sigue concediéndose, permanecer sano y santificarse (gracia santificante, que nos hace cumplir con constancia la -> ley moral y además nos permite amar a su autor con firme amor natural).

Pero Dios da esa gracia preveniente antes de todo mérito, con libertad insondable. «Por tanto, Dios tiene misericordia de quien quiere, y endurece a quien quiere» (Rom 9, 18). Aquí surge el misterio de la -> predestinación en relación con la libertad. Desde el Agustín posterior la teología cristiana se debate aquí en torno a la cuestión del servum arbitrium (pecador) y del liberum arbitrium (sanado), es decir, en torno a la cuestión de cómo la l. no es tan libre en sí misma que pueda liberarse nuevamente de su caída en la esclavitud, de cómo solamente Dios, mediante su misteriosa elección gratuita, da fuerzas a la l. para que sea capaz de realizarse verdaderamente.

3.° A esta libertad así sanada y restaurada por y en Cristo se refiere ahora el auténtico concepto de l., que en la historia de la teología cristiana ha formulado Pablo de la manera más clara: la l. como «l. de los hijos de Dios». La auténtica negación de la l. es para Pablo el pecado: la caída en el «mundo» (en «este mundo» tomado como el conjunto de las cosas de aquí abajo; -> eón). El hombre libre es el unido con Dios. En la entrega exclusiva a Dios ese hombre recupera su autoposesión personal, y sin ello lo mantienen preso las —> obras meritorias y las actividades y acciones orientadas hacia éstas. En ese recuperarse a sí mismo se le regala y somete todo; todo está «abierto» para él. Ahora tiene validez la frase: Dilige et quod vis fac! (¡Ama y haz lo que quieras!), porque el hombre que ama a Dios no tiene ya ley fuera de sí, pues su l. se ha identificado por el amor con la l. de Dios.

c) Repercusión de ambos conceptos de libertad hasta el renacimiento

Todos los conceptos de l. hasta el renacimiento son modalidades o síntesis de los dos mencionados, que se han desarrollado a través de la historia: el de la antigua Grecia, y el judeo-cristiano.

En la antigüedad posterior con el concepto estoico de l. se pierde la antigua dimensión política de la misma, y así la autarquía positiva cae en el aislamiento, haciéndose ajena al mundo y negativa. Caracterizada por la «apatía» (impasibilidad), y la «ataraxia» (imperturbabilidad), la l. estoica equivale a la l. del mundo, replegándose en el núcleo espiritual más intimo del hombre. Se desconoce aquí el principio de historicidad, según el cual el espíritu sólo puede realizarse saliendo hacia el mundo y recuperándolo en la propia interioridad.

A la altura de la edad media Tomás de Aquino intenta la síntesis de todos los conceptos de l. y esboza mediante el esquema de los diversos movimientos los grados y ámbitos del ente como ámbitos y grados de una l. cada vez mayor y distinta. La pura materia es movida sólo por una causa extraña; la planta conoce ya un automovimiento orgánico espontáneo. Por encima de esta l. de movimiento el animal es libre de la vinculación local, y se mueve en el espacio hacia la meta de sus instintos. Pero el hombre es el único ser mundano que, por encima de este movimiento de una libre salida espontánea, llega al movimiento del retorno hacia dentro. En todo movimiento vuelve hacia sí; es el único ser dotado de una reditio completa in se ipsum.

El movimiento de los ángeles y, en un sentido supremo, el automovimiento de Dios no conocen el proceso de la salida y del retorno; su ser en mismo no es un resultado, sino «un movimiento circular autárquico», sin una enajenación previa. El libre salir de sí mismo por parte de Dios en la creación crea a ésta como imagen suya; pero esa imagen es el Hijo, el Logos, el verbum per quod omnia facta sunt. En esto consiste el «-> intelectualismo» tomista: superior a todo querer y hacer es el conocer y concretamente el autoconocimiento de Dios en el Hijo, que es norma y fundamento de toda su actividad libre. La l. del conocimiento es más originaria que la l. de la acción. En el -> escotismo y en el ockhamismo nominalista surgen movimientos que pueden designarse como «–> voluntarismo» metafísico y teológico. La l. de Dios es concebida como la potentia Dei absoluta. Su creación y su acción creadora no tienen norma alguna, y por tanto en ellas ya no se refleja necesariamente la esencia de Dios. Sólo el hecho de que la creación ha sido querida puede sacarla de su contingencia. El orden de los seres, el derecho natural, etc., perecen en favor de órdenes del mundo que son exclusivamente expresión de decretos fácticos. En el sentido de Lutero se dirá luego que la «ramera razón» no puede descrifrar la voluntad de Dios a partir del cosmos; sólo la fe la percibe en la revelación.

Las diferencias entre un intelectualismo metafísico-teológico, por una parte, y el voluntarismo y nominalismo metafísico-teológico, por otra, han contribuido decisivamente en la postura adoptada en torno a la posibilidad de conocer un -> derecho natural (que, procediendo de la naturaleza de la l., es asu vez norma para ésta). La concepción estrictamente luterana de la l. parte por completo de la l. religiosa del cristiano, dejando de lado la posibilidad de una auténtica l. fuera de este ámbito de la relación con Dios restablecida por Cristo.

d) Las maneras secularizadas de entender la libertad

Las concepciones de la l. posteriores al renacimiento, generalmente, ni son cristianas en sentido estricto, ni pueden ser paganas después de milenio y medio de cristianismo. Más bien, comienza un tiempo en el que se pretende interpretar de manera puramente inmanente, «secular» (–>secularización) muchos fenómenos de la «l. cristiana». Se podría mostrar cómo en las Meditationes de prima philosophia Descartes lleva la interpretación cristiana de la l. hasta las bases de la teoría del conocimiento. En la cuarta meditación el error se debe al pecado, a la inmoderación de nuestra voluntad infinita y absoluta, la cual, traspasando los límites de la facultad cognoscitiva que nos han sido impuestos, quiere conferir al hombre una naturaleza y un saber que no le corresponden. Mientras que el pagano Sócrates explicaba todos los defectos de la conducta por los errores cognoscitivos, aquí todos los defectos del conocimiento se basan en la falsa decisión fundamental de la voluntad libre desde el pecado original. En la filosofía inglesa de ese tiempo se toma como punto de partida solamente la l. negativa y, en parte, la «lucha de todos contra todos» en el egoísmo sin límites de la autoafirmación. Esta l. original se limita posteriormente en sentido negativo por la fundación del Estado como libre pacto racional. Esta concepción extiende su influencia hasta el Contrat social de J.J. Rousseau.

En Kant hallamos nuevamente un gran filósofo de la l. En el «sentimiento apriorístico» de la «estimación», la l. noumenal de la voluntad, no objetiva, científicamente incognoscible, se experimenta a sí misma en la acción como su propia legisladora y su propio fin absoluto. La voluntad es voluntad que busca la voluntad, la l. es l. que busca la l., y su manifestación tiene Iugar sólo como moralidad, en la superación de toda heteronomía. En esta autonomía el hombre vive espontánea e incondicionalmente (no integrado en el nexo causal del mundo) desde el fundamento de la absoluta espontaneidad, que constituye el auténtico «en sí». Partiendo de aquí Fichte experimenta la distinción entre «hecho» y «acción», y ve en la acción como l. que se realiza a sí misma la auténtica esencia del hombre y del mundo. Para Hegel la historia universal equivale a la historia de la l. que llega a sí misma, equivale al tránsito desde la subordinación a la naturaleza y al mundo hacia el saber absoluto como identidad de saber acerca de sí mismo y saber acerca del mundo, de posesión de sí mismo y posesión de una realidad extraña. En Hegel se desarrolla magníficamente el principio de la historicidad de la l.; pero, no obstante, la persona es servidora del espíritu del mundo, por cuya libertad hubieron de sacrificarse y sucumbir innumerables personas y pueblos.

Marx reprocha a Hegel que en él la reconciliación consecutiva a la autoalienación no se produce «realmente», sino «idealmente», en el saber y en la conciencia. Para Marx la autorrealización del hombre sólo se consigue realmente en el dominio común de la naturaleza mediante la labor colectiva organizada por la división del trabajo. En el capitalismo una clase disfruta para sí sola de los frutos de la victoria lograda por el hombre trabajador; ahora bien, los productos deben retornar al productor: a la libre disposición de todos sobre todos los bienes en la sociedad sin clases. Logrado eso el hombre será libre (su esencia, el trabajo y su existencia se identificarán), pero nunca como un individuo aislado, sino sólo como especie, porque únicamente como especie consigue transformar la naturaleza para hacer de ella un mundo disponible. El concepto de l. como dominio (y además sólo como dominio de la naturaleza y del mundo) recibe un carácter absoluto: los demás significados del concepto de l. pasan completamente a segundo término. La obra que el hombre quiere recuperar en sí mismo es aquí únicamente la de la sociedad productora y técnica, mientras que todas las obras de lo verdadero, bello y bueno se convierten en «epifenómenos» (la cultura se entiende a lo sumo como instrumento para la felicidad, ya no como forma de vida). También en Marx, el portador substancial de la l. es, no la persona individual, sino la especie humana en su organización como «sociedad». Pero ésta, en la adquisición histórica de su l. como l. social, es a la vez esclava bajo las leyes del ->materialismo dialéctico e histórico.

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Max Müller

III. Aspecto teológico

1. En diálogo con el concepto filosófico de l. (y, mayormente, en unión indisoluble con él) se ha formado desde el principio la doctrina eclesiástica y teológica de la l., la cual ha estado determinada por el pensamiento filosófico y a la vez ha influido en él. Los impulsos del actual pensamiento sobre la l. (en la disputa de metafísica y «postmetafísica») hasta ahora sólo han influido aisladamente.

En el lenguaje de los documentos del magisterio eclesiástico la l. se entiende habitualmente como la l. psicológica y moral de elección del hombre en general, pero especialmente en la esfera del -> pecado y de la -> justificación se entiende como condición previa de la responsabilidad ante Dios. En las declaraciones doctrinales de la Iglesia no se describe de manera más exacta la esencia de esta l., que se presupone como conocida. Pero se resalta que se trata de una l. de violencia externa y también de necesidad interna (cf. Dz 1039 1041 1066 1094), y que su existencia es accesible a la experiencia natural de la razón (Dz 1650: no es una definición).

De acuerdo con todo esto la Iglesia considera la l. de elección como una parte esencial e inalienable de la naturaleza del -> hombre (Dz 160a 348 776 793 815 1027s 1065ss 1094 1388), y ha rechazado ya en sus tiempos primitivos los sistemas deterministas y fatalistas del ->gnosticismo y del ->maniqueísmo, así como toda ->predestinación, doctrina según la cual Dios mueve a la acción mala suprimiendo la l. humana (cf. Dz 160a 200 300 316ss 321s 348 514). Asimismo ha definido solemnemente que el hombre, incluso bajo la influencia del ->pecado original, permanece fundamentalmente libre; que él debe asentir con l. a la gracia preveniente, necesaria para la salvación; y que se puede resistir realmente a esta gracia, aun siendo suficiente (Dz 792 797 814s 1039ss 1065s 1093s 1291 1298 1359ss 1375 1521 1791 2305).

Al mismo tiempo se rechaza, no sólo la idea de una autonomía (moral o psicológica) de la l. ante Dios, sino también la de que la l. del hombre infralapsario sea una capacidad de actuar desde las fuerzas de un sujeto seguro de sí mismo. Más bien, la l. se encuentra bajo los impulsos de la ->concupiscencia; y así está disminuida, debilitada y herida (Dz 160a 174 181 186 199 325 793). Además, sin la gracia inmerecida de Dios, esta l. se encuentra en una absoluta incapacidad en orden al bien salvífico (Dz 105 130 133ss 181 186 199s 300 317 373 811ss). Por tanto, aunque el hombre en virtud de su l. siga siendo responsable de sí mismo, sin embargo, esta l. tan sólo está capacitada para su acción más auténtica si es liberada por la libre -> gracia de Dios, absolutamente inmerecida para ella en cuanto simple criatura pecadora (Dz 134 160a 181 186 194 196 199s 317 797 811 1791). Esta liberación de la l. por la gracia (->redención) se refiere a la posibilidad y al acto de la acción libre (cf. Dz 177 182 etc.), y por cierto, como donación de la acción libre a la l. misma.

Cómo Dios puede constituir la l. natural en medio de su dependencia radical, y cómo él da su acción salvífica en cuanto libre, es una cuestión libremente disputada en las escuelas (cf. -> gracia y libertad).

2. La filosofía moderna sólo ofrece algunos atisbos importantes para una teología sistemática de la l. que vaya más allá de la problemática de los sistemas postridentinos sobre la gracia. Primeramente habría que lograr aquí un concepto más profundo de la l. sobre la base fundamental de una -> antropología teológica. Del mismo modo que en el ser creado en general la dependencia de Dios y la propia altura óntica crecen en igual medida (no en medida inversa), y la posibilidad de poner tal ser en la existencia implica la singularidad del poder creador de Dios; así también podemos decir sobre la l. creada: es ante todo una propiedad transcendental del ser en general, la cual corresponde a un ente en la medida de su nivel óntico, y se llama l. por antonomasia allí donde se ha alcanzado la altura óntica de la persona espiritual: como disposición responsable sobre sí mismo, y esto incluso frente a Dios, pues la dependencia de él (a diferencia de la causalidad intramundana) incluye precisamente la dotación con una libre subsistencia propia. Ahora bien, esta l. creada es querida en nuestro orden fáctico como posibilidad de la libre comunicación personal de -> Dios a un socio personal en un diálogo libre por ambas partes (-> alianza), por más que a la vez debamos reconocerla como auténtica entidad creada cuya finitud es experimentada en su -> historia e historicidad, en su corporalidad y su limitación por la coacción del -> poder.

Un concepto de l. como dignidad esencial de la ->persona, desarrollado a partir del libre amor de Dios y del interlocutor necesario para ello, debería constituir la base para una doctrina de la l. de ->conciencia correctamente entendida, o del derecho a un «espacio» para la realización concreta de la l. frente a su indebida limitación por el Estado y la Iglesia.

En semejante concepción dialogística la l. debería concebirse como una realidad que ha de ser interpretada por Dios, y no como si ella «fuera su propio juez», pues es histórica y no puede someterse adecuadamente a su propia reflexión en el curso de su acto. Esta interpretación hecha por Dios debe considerarse especialmente como juicio de condenación y de justificación gratuita de la l. culpable. Y entonces se conoce que la l. (griega) de elección se relaciona con la l. (cristiana) por la gracia libertadora de Dios exactamente de la misma manera que la naturaleza con la gracia, de manera que la primera, sin perder su esencia, deja de alcanzar el sentido de la misma cuando no es elevada y redimida por la l. de los hijos de Dios (-> naturaleza y gracia).

Y así puede determinarse también la verdadera relación del hombre con su libertad. A saber, él debe asumirla con gratitud como un don (no estamos «condenados» a la l.) y sólo puede aceptarla como confiada a Dios con esperanza, y sin escrúpulos ni justicia propia (pues, en principio, su acción particular y su decisión fundamental están sustraídas a una reflexión adecuada y segura).

En la concepción teológica la l. es así l. desde Dios y hacia Dios (como su «tú» y como «horizonte» de todo otro «tú»). Y en medio de eso es disposición total del yo sobre sí mismo de cara a lo definitivo; es disposición sobre sí mismo con capacidad dialogística y está llamada a la realidad definitiva de un ->amor decidido. La l. se experimenta a sí misma como ligada en cada caso a una insostenible situación de perdición, como esclava; pero, en la aceptación creyente de esta sentencia, también experimenta siempre la promesa de su liberación por Jesucristo. En consecuencia, una doctrina sistemática de la l. ha de desembocar en el pensamiento de que ésta es un misterio para el otro y para sí misma. Es misterio como originalidad dialogística, como liberada de la esclavitud, y lo es como l. llamada al misterio absoluto.

BIBLIOGRAFIA: H. Rondet, La gracia de Cristo (Estela Ba 1968); A. Rzadkiewicz, The Philosophical Bases of Human Liberty according to St. Thomas (Wa 1949); L. Oeing-Hanhoff, Zur thomistischen Freiheitslehre: Scholastik 31 (1956) 161-181; F. Bourassa, La liberté Bous la gräce: Sciences Ecclésiastiques 9 (Montréal 1957) 49-66 95-127; Rahner II 99-118 253-285; Barth KD IV/3 553-779; H. Rondet, Essais sur la théologie de la gräte (P 1961); J. B. Metz: HThG I 403-414; idem, Freiheit als philosophisch-theologisches Grenzproblem: Rahner GW I 287-314; Rahner VI 210-232 (Teologla de la libertad), 256-270 (A la par justo y pecador); M. Horkheimer - K. Rahner - C. F. v. Weizsäcker, Über die Freiheit (St - B 1965); H. Schlier, über das vollkommene Gesetz der Freiheit: Die Zeit der Kirche (Fr 41966) 193-265; B. Weite, Heilsverständnis (Fr 1966).

Karl Rahner