JUAN, EVANGELIO DE
SaMun

1. En 20, 31 el Evangelio de Juan da por sí mismo respuesta a la cuestión de su finalidad: «Esto ha sido escrito, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.» Con el título «el Cristo», e igualmente con el de «el Salvador del mundo» (4, 42), se plantea a los hombres de todos los tiempos la cuestión del Salvador en sentido pleno. ¿Dónde encuentro yo al Salvador y Redentor definitivo del mundo? La respuesta del Evangelio suena así: en Jesús, a quien Dios ha enviado como Salvador del mundo (cf. 3, 17). El trasfondo histórico y religioso que se refleja en el cuarto Evangelio nos permite conocer dos cosas con relación a la cuestión antes mencionada. A quien busca el Evangelio quiere mostrarle el camino en el que hallará respuesta al problema de la salvación. Al mismo tiempo se rechazan respuestas falsas, por ejemplo, aquellas que ofrecen la ->salvación en un terreno «ahistórico», que querría prescindir de la concreta acción salvífica de Dios en el logos sars genomenos tal como sucede en la ->gnosis. Por esta razón el que interroga y busca es orientado decididamente por el Evangelio hacia una persona histórica: Jesús de Nazaret, la Palabra encarnada de Dios.

Con esto se relaciona esencialmente el que el ->kerygma no se presente como afirmaciones a manera de un símbolo de fe, sino en forma de una «Vida de Jesús», a través de la cual se hace explícita la respuesta al problema de la salvación: la palabra y obra de Jesús es salvación y camino para la salvación. Y esto a su vez no se realiza a la manera de un reportaje histórico sobre la vida de Jesús, sino — prosiguiendo la descripción de los Evangelios sinópticos — en forma de una vida kerygmática de Jesús, haciendo que ésta se convierta en el evangelio para el mundo. Con ello va indisolublemente unido el problema hermenéutico del cuarto Evangelio: ¿Cómo se ve y entiende en él el acontecimiento histórico de Cristo? ¿Cuál es «la visión» de su autor? Esto se puede captar en la peculiar terminología gnoseológica, que es característica del cuarto Evangelio; se trata de los conceptos «ver», «oír», «conocer», «saber», «testificar», «acordarse». La visión de Juan es la del testigo que cree, conoce y ama, y que bajo la dirección del Paráclito «ve» de tal manera en el «recuerdo» de su objeto histórico, Jesús de Nazaret, que su misterio oculto, el misterio del Logos igual a Dios e Hijo natural del Padre, se hace «patente» y así puede expresarse en el kerygma para la Iglesia.

Por ello, este acto de ver es un proceso creador. Hace posible la traducción de los conocimientos adquiridos en él al kerygma testifical, que se actualiza en la Iglesia como anamnesis y en el que el Jesús glorificado sigue viviendo y hablando por medio del Paráclito. El kerygma joánico, tal como se da en el cuarto Evangelio, es pues producto de la visión de Juan. El Evangelio de Juan testifica la historia de Jesús tal como ésta se ha hecho cognoscible y visible en la fe. Esto lleva a cierta fusión de los horizontes temporales, en cuanto el tiempo del Jesús histórico y el tiempo de la redacción — es decir, el de la Iglesia y del kerygma — se proyectan el uno sobre el otro, aunque no lleguen a confundirse. Este proceso de transformación y fusión va tan lejos que el Cristo de Juan, como lo muestra un análisis lingüístico del cuarto Evangelio, habla «con un lenguaje joánico»: el Jesús histórico se expresa en el cuarto Evangelio como el Glorificado que habla en el seno de la Iglesia.

Desde el punto de vista de la historia de las religiones el lenguaje del Cristo de Juan es el del ->dualismo (vida-muerte; verdad-mentira; luz-tinieblas; arriba-abajo; Dios-mundo); pero la contraposición dualista no se queda en un ámbito abstracto y atemporal, como sucede en la ->gnosis, sino que está indisolublemente unida con la epifanía histórica del Logos e Hijo de Dios en el mundo. Por eso el lenguaje de Juan está totalmente penetrado por conceptos capaces de expresar el fenómeno de la epifanía, por ejemplo: doxa, fós, faínein, faneroun, fanerousthai, erjesthai, katabaínein, apostellein, pempein. Todos esos conceptos se relacionan con la aparición del Logos (Cristo) en el mundo, a la que por parte del hombre corresponden el «ver» y «oír» creyentes, de manera parecida a las descripciones veterotestamentarias de las teofanías. Precisamente porque en el cuarto Evangelio el acontecimiento de Cristo es entendido de manera muy explícita como una acción «vertical» que se desarrolla entre el cielo y la tierra, tiene en dicho Evangelio carácter de epifanía.

Un acontecimiento de esta naturaleza es «visto» sobre todo (1, 14), y lo que en él se «ve» y «oye» por la fe es superior a lo que aparece en el primer plano histórico, es la doxa celestial del mismo Logos divino. Así, el acontecimiento de Cristo entendido como epifanía en el cuarto Evangelio, en el proceso de transformación kerygmática se convierte en el «testimonio» evangélico, formulado en forma «epifánica», que a la vez da respuesta a las cuestiones que al tiempo de la redacción (entre el año 90 y el 100 d.C.) se planteaban en la Iglesia, sobre todo con relación a la ->cristología (cf. teología de ->Juan). El Evangelio de Juan actualiza la tradición precedente sobre Jesús que quizá se remonta a Juan, apóstol e hijo de Zebedeo (cf. a este respecto 3), y actualiza las palabras y obras de Jesús para una hora determinada de la Iglesia y, como evangelio recibido en el ->canon, para todos los tiempos de la Iglesia.

2. Aunque el Evangelio de Juan sea también una determinada y singular exposición de la precedente tradición sobre Jesús, ello no significa que pretenda ser la obra de una «gnosis privada», independiente de la Iglesia, la cual fuera compuesta por así decir en oposición a los Evangelios sinópticos. Aun cuando el autor haya sido un personaje dotado de carismas (¡«el discípulo amado»!), él no pone en juego su carisma contra la tradición, sino que, precisamente en la cristología, es un exponente de la tradición enseñada «desde el principio» ap' árjés, cf. 1 Jn 1, 1; 2, 24; 3, 11), si bien profundizándola desde su visión creyente. La conciencia comunitaria y tradicional de los escritos de Juan se expresa especialmente en la fórmula «nosotros», que se encuentra tanto en el Evangelio (cf. sobre todo 1, 14) como en la carta primera (1, is; 4, 14. 16; cf. cartas de ->Juan). El cuarto Evangelio da a entender así que su kerygma es «producto» permanente de lo que los testigos vieron y oyeron en Jesús, el Logos encarnado, y en cuanto tal es obra de una comunidad, obra que sigue viviendo en la Iglesia como tradición apostólica.

Ciertamente, el ver creyente «no se limita a los coetáneos, pues a través de ellos es transmitido a todas las generaciones siguientes; pero es transmitido solamente a través de ellos, ya que no se trata de la visión de una realidad atemporal, eternamente válida, sino del ó lógos sarx eguéneto» (Bultmann), de la doxa del Logos encarnado. Esta relación, nunca olvidada en el Evangelio de Juan, con una persona concreta y su historia, enlaza constantemente la «visión» y «audición» creyentes con la tradición y su seno, que es la comunidad eclesial. Mientras el hereje, que según 2 Jn 9 no «permanece en la doctrina acerca de Cristo» transmitida por el círculo del «nosotros» apostólico, expresa lingüísticamente su «independiente» gnosis privada con la fórmula en singular (egnoka auton: 1 Jn 2, 4); el autor del cuarto Evangelio, por el contrario, habla en plural: «hemos visto», «hemos conocido», «nosotros creemos» (cartas de ->Juan). Por esta razón la Iglesia no ha vacilado en acoger el Evangelio de Juan en su canon normativo de evangelios (aunque no sin resistencias, como lo muestra la historia del canon), reconociendo así que en él la figura e historia de Jesús de Nazaret han sido interpretadas correctamente. Sin embargo, la consciente conexión del cuarto evangelista con la tradición no lleva a una simple aceptación o reproducción mecánica de la misma, sino que se conjuga con una interpretación creadora y muy autónoma, tal como lo exigía la situación histórica de la teología y de la Iglesia al redactarse el Evangelio comentado.

3. ¿Esta interpretación se debe a Juan, apóstol e hijo de Zebedeo? A la pregunta no se puede responder categóricamente. Como en el cuarto Evangelio, narración e interpretación teológica se mezclan de una manera muy peculiar, lo cual seguramente es debido a un largo proceso de tradición, sin duda hemos de afirmar que tras los relatos del Evangelio está el apóstol Juan como «narrador» pero que un círculo de discípulos, inspirándose en su espíritu, elaboró teológica y lingüísticamente estos relatos con un fin unitario, asumiendo y consumando en lo posible la manera de ver creyente del apóstol. En esta «escuela de Juan» (acerca de la cual no tenemos noticias históricas más concretas), el «ver», «conocer» y «oír» del testigo apostólico pasó a ser un «ver», «conocer» y«oír» junto con él; y el relato se convirtió en el kerygma bajo su inconfundible forma joánica, en la cual el carácter de epifanía del acontecimiento de Cristo encontró su adecuada expresión lingüística.

BIBLIOGRAFIA: R. Bultmann, Das Evangelium nach Johannes (G6 1941, 8. reimpr. 1963); E. Ruckstuhl, Die literarische Einheit des J. (Fri 1951); W. Grundmann, Zeugnis und Gestalt des J. (St 1961); F. Mujiner, Die johanneischen Parakletsprüche und die apostolische Tradition: BZ NF 5 (1961) 56-70; idem, Die johanneische Sehweise und die Frage nach dem historischen Jesus (Fe 1965); .7. Blinzler, Johannes und die Synoptiker (St 1965); R. Schnackenburg, Das J. I (Fr 1965) (con amplia bibl.); A. Wikenhauser, El evangelio según san Juan (Herder Ba 1967).

Franz Mubner