INDIFERENCIA
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El concepto de i. designa una dimensión de la actitud cristiana frente al —> mundo.

1. En la Escritura no hay un término que resuma el contenido de la i. Ésta tiene su fundamento en el hecho de que en Cristo los hombres han sido liberados de los poderes de este mundo y así han recibido la esperanza del «día del Señor» (p. ej., Rom 8, 18-39.14, 8-12; 1 Cor 4, 9-13; 7, 29-39; 2 Cor 4, 16-5, 10; Tit 2, 12s; Heb 10, 32-39). A la esperanza del suceso escatológico corresponde aquella libertad que permite tanto la distancia debida frente a las cosas del mundo como una adecuada intervención en la historia (cf. especialmente la fórmula os mé en 1 Cor 7, 29-32).

2. En la espiritualidad patrística retrocedió el horizonte escatológico de la Biblia. Bajo el influjo de algunas filosofías coetáneas (p. ej., la doctrina estoica de la apatheia y la ataraxia) se acentuó más el aspecto de la lucha contra las pasiones. De esa lucha resulta aquella quietud del alma, libre de pasiones, que tiende a conferir la libertad plena de las cosas creadas en la contemplación de Dios.

3. La palabra «Gelass» (serenidad, abandono) en los místicos alemanes resume el contenido de la i., pero implica también el peligro de interpretar este concepto como un escepticismo estoico, como una distancia fría frente a todo lo que no es Dios.

4. La i. recibe un sentido pregnante en la espiritualidad ignaciana. Ésta exige la i. como condición indispensable para el momento clave de los —> ejercicios, que es la elección (Ejercicios, n.° 179; cf. también n.° 166). La fundamentación teológica está insinuada en el «Principio y fundamento». Del fin del hombre y de todas las cosas creadas se sigue necesariamente que «es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido» (n.° 23), Si nos fijamos en los ejemplos que Ignacio aduce para la actitud de la i. (instinto vital, afán de riquezas y de honor, deseo de larga vida, cf. Ejer., n.0 23, 166), veremos que allí el fundamento unificante es la autoafirmación del hombre cerrado en lo terreno, la cual ha de romperse para que éste se someta a la voluntad de Dios y llegue al acto de la elección. Pero la i. no es la última palabra sobre la relación del cristiano con el mundo. El lugar y la función de la i. están delimitados por la segunda consecuencia que se sigue del «Principio y fundamento» («elegir lo que más nos conduce para el fin que somos criados», Ejer., n° 23) y por la unión de la i. con la elección. Si interpretamos las afirmaciones de los Ejercicios cristológicamente, es decir, desde la base fundamental de la espiritualidad ignaciana, se pondrá de manifiesto la visión escatológica de la dinámica de la historia, con la que la Escritura determina el comportamiento de los cristianos frente a las cosas creadas. I. es por tanto el componente negativo de la intervención confiada y valiente en la historia, de la toma de posición clara en la dimensión de lo visible, en la Iglesia y el mundo; toma de posición para la que el hombre ha de decidirse en la elección. La vuelta hacia fuera, en la que el hombre ha de ejercitarse, ordena la i. en el todo de la espiritualidad ignaciana. I. no es por tanto una neutralismo que alejara de la historia, sino el esfuerzo diariamente renovado por superar las murallas que coartan toda decisión de la libertad humana, en orden a conseguir una comprensión cada vez mayor de la orientación de todas las cosas creadas a su fin. I. es la apertura radical a las exigencias de la voluntad de Dios, la cual se muestra al hombre desde la historia que va caminando hacia su fin escatológico. En medio de la correspondencia interna entre i. y elección, entre un estar liberado y la intervención activa en la historia, entre oír y responder con amor esta ecuanimidad es lo contrario de un escepticismo, de un fatigado mantenerse a la expectativa, es el contrapunto de todo -> indiferentismo.

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Ernst Niermann