IGLESIA PRIMITIVA
SaMun

El período de la I.p. adquiere un rango especial en el marco de la historia de la -> Iglesia. Este valor no sólo se pone de manifiesto por una antigua discusión eclesiológica, sino sobre todo, por las estructuras inmanentes de la I.p., que se deben a su peculiar y única situación y problemática. En este sentido dicha época, incluso desde el punto de vista histórico, constituye una unidad, que se distingue de la siguiente era de -> Constantino.

I. Períodos

El espacio temporal de la I.p. comprende el período de la Iglesia antigua desde su origen (hacia el año 30 después de Cristo) hasta el inicio de la Iglesia imperial bajo Constantino el Grande (306-337). Aun cuando esta última sólo alcanzó su forma específica en el transcurso del tiempo, fundamentalmente bajo Teodosio i (380), sin embargo está justificado considerar como una cesura la nueva orientación de la política religiosa del Estado a comienzos del s. iv, bien veamos el momento decisivo en el edicto de tolerancia de Galerio (del año 311), o bien en la únificación milanesa entre Constantino y Licinio (313). Sin duda se introduce un cambio en la imagen externa de la Iglesia, aun cuando una sobrevaloración de este «giro» pierde de vista la continuidad histórica. Por lo demás, precisamente ese hecho confirma hasta qué punto la Iglesia está integrada en el marco de la historia universal y, por esto, en la delimitación de sus períodos o en su cronologia depende de factores externos.

La época de la I.p., que duró aproximadamente tres siglos, se puede subdividir todavía de acuerdo con criterios internos. En primer lugar a) podemos delimitar como fundamental respecto de toda la historia de la Iglesia el tiempo apostólico y el postapostólico; este tiempo se compendia acertadamente con el concepto de I.p. En cuanto con ello se designa el tiempo de la ->revelación «en su acontecer», la exposición de ese período corresponde primariamente al ámbito de la ciencia neotestamentaria. Pero, sin menoscabo de la transcendencia peculiar de los apostolikoi chronoi (Eusebio, Hist. eccl. 111 31, 6) con su testimonio escrito de la revelación, hay que extender el concepto de I.p. al tiempo siguiente hasta Ireneo de Lyón (hacia el año 180), época en que se consolida la conciencia sobre el alcance del testimonio apostólico acerca de Cristo (formación del -> canon). Semejante ampliación del concepto está justificada además por el hecho de que durante este decenio la «Iglesia naciente» (P. Batiffol) configura sus estructuras características, ya sea por la formación de la tradición, ya por la formación del símbolo al rechazar los errores. Aun cuando el origen y la evolución de estas formas plantea muchas cuestiones, en conjunto este período se caracteriza por un fuerte propósito de constituir la Iglesia.

b) En el siguiente período de tiempo, desde el 180 aproximadamente hasta el 313, las estructuras ya señaladas determinan esencialmente la imagen de la Iglesia, que en medio del imperio romano se presenta con la conciencia de una misión universal; y, por eso, acertadamente se hace referencia a este período con la expresión la «gran Iglesia». El crecimiento numérico de la Iglesia, la edificación de su constitución y la intensidad de la labor teológica justifican de hecho esa caracterización; en el siglo iii se dispone el terreno para el desarrollo de los tiempos futuros. A pesar de las concentradas persecuciones por parte del Estado, la Iglesia se presenta como un fermento para el imperio en crisis; en un proceso sumamente intenso y diferenciado, ella se adapta a la cultura greco-helenista. Precisamente la historia de la gran Iglesia se realiza en una apertura creciente a la oikoumene. Y así, en el intento de crear una Iglesia imperial, que se inicia con la política religiosa de Constantino, se llega a constituir una unidad religioso-estatal. La historia de la Iglesia desde la partida de Jesús hasta el reconocimiento estatal, a pesar de todas las corrientes divergentes, constituye una magnitud que no sólo hace posible una visión armónica, sino que la exige.

Mas por adecuada que parezca esta división de la I.p. en períodos, las fases aisladas de su evolución histórica siguen planteando problemas ahora lo mismo que antes. Es cierto que en general el juicio esquemático ha cedido a la sutil investigación detallada; pero sus resultados difieren no raras veces, en todo lo cual, prescindiendo de los datos históricos, muchas veces desempeña su papel la especial valoración (dogmática) de este período.

1. Iglesia originaria

Es evidente que precisamente el período en el que la -> Iglesia desde su origen configura sus estructuras características es objeto de intensa discusión. Los resultados de la investigación neotestamentaria afectan de manera decisiva a nuestro juicio sobre el desarrollo de la Iglesia, que desde el principio se sabe remitida a la fe en Jesús de Nazaret como el Cristo y el Kyrios. Con la conciencia de cumplir la voluntad de Jesús (actos fundadores de la Iglesia), desde Pentecostés la comunidad de los creyentes se reúne y anuncia a Cristo como el prometido. Esta fe como respuesta a la acción del Mesías oculto y del Señor glorificado no sólo determina a la Iglesia en su origen, sino que sigue siendo constitutiva para el pueblo de Dios en su camino a través de la historia.

a) La primera representación de la ékklesía la constituye la primitiva comunidad de Jerusalén. Su conciencia de fe y su teología están alimentadas por las tradiciones de Israel, pero, por otra parte, se encuentran también bajo el influjo de las corrientes particulares judías. En especial se observan paralelismos entre la comunidad de -> Qumrán y la comunidad cristiana primitiva, aunque eso no puede llevarnos a ignorar sus características peculiares, por ejemplo, la cuestión central de la fe en Cristo. Por lo demás, el -> judeocristianismo ofrece una imagen diferenciada y llena de tensión; su teología y su estructuración interna influyen fuertemente en la I.p. incluso después de las catástrofes de Jerusalén (70 y 135 d.C.). Prosiguiendo la misión judía anuncia el Evangelio más allá del ámbito geográfico de Palestina, sobre todo en dirección al oriente; esta actividad, que pronto deriva hacia corrientes heterodoxas, sigue reflejándose durante siglos en la literatura cristiana adversus iudaeos.

b) Aun cuando el fenómeno del cristianismo judío no puede menospreciarse en modo alguno, sin embargo, la orientación de la primitiva misión cristiana hacia la oikoumene del helenismo gentil, que tuvo lugar desp del proceso de Pedro (Act 10, 48) por el di namismo del apóstol Pablo, trajo decisiva consecuencias para la historia de la Iglesia. El concilio de los Apóstoles (49-50) reconoció la misión de los gentiles, libre de la ley, y con ello sancionó el proceso de independencia frente al judaísmo. Sin duda el cristianismo con este paso se liberó de la vinculación restrictiva a la actitud legal judía, y, por otro lado, gracias a esto se abrió a la cultura helenista con su amplio influjo en el idioma (Biblia, liturgia), en las formas de pensamiento (teología, dogma) y en la estrutura sociológica (Estado). Surgió así un proceso de ósmosis, que debía grabar su sello en la futura imagen de la Iglesia, y por cierto, tanto en su imponente universalidad como en las limitaciones debidas a esta misma. Aun cuando ese giro de la misión apostólica no atentó contra la rama judeocristiana de la Iglesia en su legitimidad, sin embargo condujo prácticamente al reconocimiento general de la estructura cristiana del cristianismo gentil. También y precisamente en su condicionamiento histórico este proceso es de extraordinaria importancia.

c) Lo dicho esclarece cómo el dinamismo misionero de la I.p. no estuvo paralizado por una expectación apocalíptica de una parusía próxima; asimismo la edificación de las comunidades nos confirma que los creyentes ya desde el principio estaban hechos a la idea de un «tiempo intermedio» y de este modo dominaron la dilación de la parusía sin una ruptura importante. Es cierto que esa situación planteó nuevos problemas; pero también éstos, en medio de su importancia, aparecieron sobre todo como síntomas de la existencia cristiana en la historia. En este horizonte se explica una creciente acentuación de aspectos pastorales y parenéticos, hecho que aparece ya en las epístolas pastorales y que posteriormente cobra fuerza en los padres apostólicos. Sin duda una cierta somnolencia de los creyentes condujo a que el mensaje salvífico adquiriera un matiz ético. Pero la edificación de las formas de organización eclesiástica no se produjo simplemente por desengaño ante la dilación de la parusía, sino por el propósito de consolidar la Iglesia incluso en el «tiempo intermedio» (Act 20, 18-35). Todavía en el tiempo apostólico se iniciaba la constitución de la Iglesia, y por cierto sobre la base del ministerio apostólico, que descansa en una institución de Cristo. Es natural que la I.p. en la concreción de su estructuración interna se apoyara en modelos previos; por ejemplo, se ofrecía a este respecto el modelo judío de los ancianos, que fue adoptado por la comunidad primitiva. Desde esta constitución colegial se desarrolló el ->episcopado monárquico (Ignacio), que inmediatamente adquirió la función dominante en la Iglesia; y a la vez desapareció poco a poco (montanismo) la preeminencia del carisma (->ministerio y carisma).

Bajo la presión de las circunstancias y en la disputa con las herejías que se presentaban, la era postapostólica configuró de manera más intensa todavía el ministerio de la Iglesia. Sobre todo al mito ahistórico de la redención, propio del -> gnosticismo, en todos sus matices, se contrapuso la tradición vinculada a la historia y la sucesión de las antiguas sedes de los obispos, primeramente de la romana (Ireneo). A causa de la pureza del Evangelio surgió en la Iglesia primitiva una constitución en la que la comunidad local y la Iglesia universal formaban una sólida unidad (si bien pluralista); la celebración de la -» eucaristía era fuente y a la vez expresión de esta koinonía.

Cuando este proceso es calificado de catolicismo primitivo, se presupone una norma de cristianismo primitivo que apenas puede delimitarse históricamente y que se logra mediante una interpretación del centro del Evangelio. En los -> Hechos de los apóstoles se refleja ya de alguna manera la transición de un cristianismo con una orientación bíblica y carismática a la Iglesia constituida en una forma histórica e institucional. Precisamente el hecho de que los gérmenes de semejante catolicismo primitivo se hagan visibles ya dentro del NT, apoya la convicción (católica) de la esencial identidad entre la comunidad del principio y la Iglesia primitiva.

d) La teología de la I.p. se caracteriza por el esfuerzo de formular la conciencia creyente en conexión con afirmaciones neotestamentarias y con las formas de pensamiento de origen ya hebreo ya helenista adecuadas a ella. Las necesidades de la predicación, del culto divino y de la apologética ejercieron una fuerza formativa en este proceso (doctrina). Frente al judaísmo se llegó a mostrar a Jesús de Nazaret como cumplimiento de los testimonios veterotestamentarios; el mundo circundante del paganismo exigía, prescindiendo totalmente de la disputa con el politeísmo, un nuevo punto de apoyo, que ya aparece plenamente en la teología de los -> apologetas. La aceptación de las categorías helenistas trajo consigo grandes peligros (-> helenismo y cristianismo), pero en conjunto este procedimiento aparece como una necesidad misionera, pues, por vez primera dio entrada al mensaje cristiano en el mundo circundante del paganismo.

e) La figura externa de las comunidades cristianas y con ello de la I.p. está caracterizada en general por un abrumador carácter minoritario; tanto por el número como por la procedencia social los cristianos desempeñan una función inferior en la multiplicidad religiosa del imperio romano. El intenso intercambio entre las diferentes comunidades locales da testimonio, sin embargo, de la conciencia de una unidad universal. A pesar de todo alejamiento del mundo, la I.p. estaba abierta al Estado, reconociendo precisamente sus estructuras terrenas (Rom 13). Las persecuciones de los cristianos se desatan en este período más bien «a partir de abajo» y por eso mismo tienen un carácter local. Los leales memoriales de los apologetas a los soberanos conducen a un diálogo fundamental entre Iglesia y Estado.

2. La primitiva «gran Iglesia»

Con el paso al siglo tercero se inicia la época de la gran Iglesia del cristianismo primitivo. A pesar de las medidas externas de violencia el cristianismo se desarrolla en esta época, tanto en número como en la vida interior eclesiástica, hasta convertirse en una magnitud sólidamente unida, y prepara así la transición a la Iglesia del imperio.

a) La mejor confirmación de la creciente importancia del cristianismo son las persecuciones sistemáticas. Mientras anteriormente las acciones tenían lugar esporádicamente, ahora el Estado procede sobre una amplia base contra la Iglesia en el curso de la política de restauración pagana. Bajo los emperadores Decio (249-251) y Diocleciano (285-305) las persecuciones alcanzan su mayor acritud; junto a notables ejemplos de disposición al martirio, aparece también la mediocridad, presentándose así una situación que, al atenuarse las medidas de violencia, plantea al antiguo problema del pecado de los cristianos, que en este caso concreto es el de la apostasía (Cipriano).

b) La caracterización de este período como gran Iglesia se justifica por el eco que el mensaje cristiano encuentra ahora en todas partes. De acuerdo con prudentes estimaciones, a principios del siglo iv se pueden contar alrededor de 7 millones de cristianos, entre una población de 50 millones en el imperio romano. Por tanto, se trata aproximadamente de un 15 %, cambiando el porcentaje según los sitios. Pisamos un terreno más firme al tratar de la extensión geográfica. Así en el occidente la misión alcanza las Galias, Hispania, las zonas extremas de Germanía y Brítania; y el cristianismo no está menos extendido por el oriente (Edesa). De todos modos las peculiaridades nacionales y los vacilantes límites del imperio preparan aquí formas eclesiásticas especiales. Por espectacular que fuera el crecimiento de la gran Iglesia y pοr más que ésta se hallara presente en todos los estrαtos de la población, la mayoría de los habitantes eran todavía paganos en tiempοs de Constantino, incluso teniendo cοηciencιa de la propia crisis.

c) Dentro de lα Iglesia, debido a esta afluencia de cristianos, se presentaba la necesidad de medidas pastorales y espirituales pαrα dominar el fenómeno del número. La institución del catecumenado nο sólo aseguraba el nivel intelectual de los creyentes, sino que daba también la instrucción racional-religiosa, tan urgente de cara al medio ambiente pagano. En la configuración de los ritos sacramentales y especialmente en la celebración de la eucaristía la Iglesia tuvo en cuenta la nueva situación, así, por ejemplo, la piedad de la épocα tanto como por el martirio se caracteriza por el bautismo.

También en el marcο del sistema eclesiástico de organización surge ahora una multitud de servicios subordinados al obispo, para garantizar unα pastoral ordenada. Respecto a la artιculación territorial, la Iglesia se acomoda en gran parte a las estructuras de la organización estatal. Contemporáneamente se inicia la unión de obispados en organismos superiores (patriarcales), cuyos jerarcas ponen de manifiesto en el colegio de obispos los límites de las pretensiones romanas. La reflexión teológica sobre el primado, que da cοmienzo en esta época (Cipriano), lleva el sello de la conciencia que de sí mismos tienen los obispos.

d) Reviste una importancia extraordinaria para la historia de la Iglesia la formación de la teología en este período. A pesar de muchas resistencias se nivela la contra-posición original entre cruz y paideia griega; el deseo de precisión conceptual y la discusión con el mundo circundante (polemistas, -> neoplatonismo) ponen en marcha la creciente reflexión sobre la revelación. En ->Alejandría, un Clemente (+ antes del 215) y un Orígenes (+ 254) intentan una nueva interpretación y sistematización de la fe; con la ayuda de conocidos principios de interpretación (tipología, alegoría) y categorías filosóficas ofrecen por vez primera la revelación en una forma científica. Orígenes además preparó una primera edición crítica de la Escritura (Hexαρlα) cono base para su trabajo. De todos modos no se puede ocultar que la interpretación contemporánea de la Biblia es ocasionalmente trabajada de manera insuficiente; es significativa a este respecto la reserva ante el mensaje de la cruz, cuyo carácter escandaloso se suaviza mediante unα teología simbólica (ciertamente profunda) en atención a la situación de la historia del espíritu en ese tiempo.

Desde el punto de vista del contenido, resuenan en los máximos teólogos los grandes temas del futuro. Siguiendo el ejemplo de Ireneo de Lyón (+ hacía el 202), los alejandrinos analizan el conjunto histórico-salvífιco del acontecimiento de la redención en Cristo; a este respecto la reflexión sobre Cristo ocupα necesariamente el lugar central. Dando un paso de la oikonomia a la teología, se presenta pronto la cuestión acerca de los portadores de la única acción sαlvífica. La problemática planteada por el monarquianismo, que surgió a causa del intento de armonizar la divinidad de Cristo con el monoteísmo, provocó sutiles especulaciones (cristología del Logos, subordinacionismo), aunque su enfoque era histórico-salvífιco, a diferencia de la perspectíva ontológica del -> arrianismo. Es notable asimismo en esta discusión la tensión entre un vocabulario acomodado a la Escritura y los conceptos filosóficos que reclama para sí el progreso del pensamiento teológico. Frente al gnosticismo y sus doctrinas de la autorredención, la Iglesia se vio obligada a urgir que la salvación viene de la gracia. Además, los padres se esfuerzan por mantener también aquí el contexto histórico-salνífico (caída en el pecado, misión del Espíritu Santo), y a la vez por regular el futuro lenguaje de la teologία mediante cuidadosas distinciones (imago - similitudo; natura - gratia). La sobriedad en las expresiones y la profundidad del símbolo caracterizan los esfuerzos pοr circunscribir el misterio de la Iglesia; conscientemente se incluyen en la dimensión eclesiológica la existencia del cristiano individual (disciplina de la penitencia).

e) Pero la marcada conciencia de Iglesia en este período no impide el reconocimiento de un multiforme pluralismo, que llega a exteriorizarse en la peculiaridad estructural de las Iglesias principales e incluso en el lenguaje. La nueva articulación del imperio romano bajo Diocleciano (tetrarquía) puso bien pronto de manifiesto la preponderancia del oriente, y este paso en la técnica administrativa repercutió en el ámbito eclesiástico, en el sentido de que a raíz de las diferencias naturales y culturales se inició un proceso autónomo de evolución. En la esfera interna de la Iglesia el pluralismo encontró su expresión visible gracias a la pluralidad de liturgias, que se organizaban diversamente según las regiones de las Iglesias principales; sin embargo la unidad esencial no sufríó por esta diversidad.

Por consiguiente la época de la gran Iglesia se destaca por su específica situación y tarea respecto de la época de la I.p. Evidentemente ella se funda total y absolutamente en sus tradiciones, pero desarrolla asimismo su propia temática, como nos lo confirma entre otras cosas el origen del arte cristiano.

III. La importancia de lα Iglesia primitiva

En el curso de lα historia la I.p. gozó siempre de alta estima, pues se creyó que en ella se realizó el cristianismo en su forma pura. Cono indudable punto cumbre de la historia de la Iglesia, esta época posee un carácter normativo, que por otra parte fue exagerado y simplificado por υnα visión crítica de la historia, sobre todo en relación con la llamada teoría de la decadencia. Así Jerónimo glorifica esta era a causa de sus mártires, y lo hace mirando a la decadencia de la Iglesia (Vita Malchi 1). Los movimientos renovadores de la edad media evocan en cada caso el ideal de la ecclesia primitiva y miden por ella la Iglesia del tiempo presente. También pαrα la -> reforma protestante la I.p. posee un carácter normativo, por cuanto precisamente en esta época el Evangelio fue predicadο sin falseamientos. Con el retorno del clasicismo a la antigüedad, la importancia de la I.p. creció nuevamente, pues se transfirió a ella el canon de la «noble sencillez y de la silenciosa grandeza». Todavía en el juicio de la actual historia de la Iglesia actúa el tópico de la Iglesia pura y sin falsificación del comienzo, sobre todo en conexión con la discusión acerca del llamado giro constantiniano.

Sin duda esta visión esquemática de la I.p. está sometida a una idealización, que no resiste un análisis histórico, por más estima que se tenga de esta época. Esa visión está influida por un pensamiento vital-evolucionista, que espera una renovación de la Iglesia por el retorno a la «fresca juventud» del tiempo primitivo. Ahora bien, aunque esa imagen no corresponda a la situación histórica ní a la estructura de lo histórico, sin embargo se nos plantea lα cuestión de si y en qué sentido la I.p. posee un carácter normativo.

En principio hay que responder a esto que la Iglesia incluso en su dimensión sobrenatural está esencialmente sometida a la historia y por eso sufre una evolución; asimismo tiene un principio, en el que de alguna manera está ya en germen el futuro. En cuanto los actos por los que Jesús fundó la Iglesia tienen como meta la continuación de lα comunidad de los creyentes en la historia, corresponde a los doce una función central como intermediarios personales de la palabra. En consecuencia, también «el período cercano a las fuentes del tiempo apostólico constituye para todos los tiempos del desarrollo de la Iglesia una magnitud dogmáticamente relevante y a la vez históricamente delimitable, que en cuanto tal sigue siendo única y válida y por consiguiente no puede superarse ní repetirse» (H. Rahner). La peculiar cualificación del tiempo apostólico nos garantiza el canon de los Escritos inspirados; además el período de la formación del canon, es decir, el tiempo de la I.p. conserva íntegro el Evangelio, y asί sirve de norma para trazar el límite frente a los escritos apócrifos y a la heterodoxιa.

Junto a este aspecto fundamental, corresponde a la I.p. un valor especial incluso bajo el aspecto histórico. Sin ignorar los manifiestos defectos, se puede decir que los primeros siglos representan un tiempo superior de la historia de la Iglesia. La activa responsabilidad por el evangelio y la existencia de los cristianos en un ambiente hostil, existencia caracterizadα por dicha responsabilidad, son ejemplares para el futuro. Por eso, tenιendo en cuenta la peculiaridad de cada kairos histórico, se puede juzgar la evolución del cristιanismo a partir de la Iglesia primitiva.

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Peter Stoekmeier