HOMILÉTICA
SaMun

La h. como «exposición científico-práctica de los principios y reglas para una predicación adecuada de la palabra de Dios a los creyentes adultos» (F. SCHUBERT, Pastoraltheologie, primera parte: Homiletik [Graz-L 1934] nº. 1) presupone «como fundamento el concepto de ->predicación. La naturaleza de ésta, así como sus efectos y modos de actuación son deducidos de la Escritura y de la doctrina de la Iglesia por la h. fundamental. La h. sistemática deriva de ahí los principios y normas para la configuración de la predicación, su contenido (h. material) y su forma (h. formal).

I. Homilética fundamental

La h. fundamental procede del hecho de que Dios «ha hablado muchas veces y de muchas maneras anteriormente a los padres a través de los profetas..., y al fin de estos tiempos nos ha hablado a través de su Hijo» (Heb 1, 1).

1. La razón por la que Dios puede ser oído en palabras humanas es la «Palabra de la vida» (1 Jn 1, 1), que ha sido engendrada por el Padre como Hijo. Mediante la Palabra original, que «era Dios, fue hecho todo» (Jn 1, 1.3); es decir tanto las criaturas incapaces de hablar, pero capaces de ser expresadas, como el hombre con su facultad de hablar. Dios se revela, da testimonio de sí en las cosas creadas (Rom 1, 19s). Además el Logos divino ha tomado la forma de hombre (Jn 1, 14; Vaticano ii, Revelación, n .o 2-7). Los conceptos tomados de la creación pueden expresar lo divino de una manera semejante y a la vez desemejante; es decir, sólo de una manera análoga (-> analogía del ser). Cuando Dios habla en palabras (semejantes a su palabra intradivina), se revela, aunque esta declaración reveladora a la vez le esconde, porque las palabras humanas no pueden expresarle adecuadamente; por esa razón «es fragmentario nuestro conocimiento y nuestro don de profecía» (1 Cor 13, 9). La h. fundamental muestra cómo la predicación en cuanto declaración, fundamentación y aplicación de la revelación divina, descubre al igual que ésta una verdad y realidad divina, en tanto que expone lo divino al modo de la realidad creada gracias a lo cual ilumina el espíritu de los oyentes y les comunica un conocimiento interno. Como los misterios divinos transcienden el conocimiento y el lenguaje humanos, ninguna predicación puede hacer comprensibles esos misterios; sólo la fe proviene de la predicación, no la comprensión o la visión (Rom 10, 17).

2. De manera semejante a la generación intradivina del Logos, la predicación se produce como palabra viva y oral. La vida religiosa consciente es «engendrada» desde fuera por la palabra (1 Cor 4, 15; cf. 1 Pe 1, 23; Jn 3, 5s), es «alimentada» (1 Tim 4, 6) y consumada en Cristo (Col 1, 28). El Logos hecho hombre confió la palabra del Padre a sus discípulos (Jn 8, 26; 17, 8) y les encomendó que testificaran en todo el mundo su buena nueva (Act 1, 8; 10, 42), de tal manera que todos los hombres fueran persuadidos por su verdad (Act 18, 4). La revelación concluida con los apóstoles, transmitida oralmente en la Iglesia primitiva y expuesta en los escritos del Nuevo Testamento, necesita constantemente del testimonio vivo de la predicación (cf. Rom 10, 14; Mt 28, 18s), el cual no sólo contiene la «palabra de la vida», sino que la transmite en un lenguaje oral y vivo (predicación; Vaticano ri, Iglesia, n° 21, 23).

3. Así como el Logos es engendrado como persona distinta del Padre, también el predicador, que en virtud de la ordenación y mision «tiene y pone en acto en su persona la misión del mismo Cristo, como maestro, pastor y sacerdote», pronuncia la predicación como palabra personal-existencial (Vaticano ii, Obispos, n° 21). El oyente está llamado en su existencia personal y recibe el carácter de una personalidad cristiana por medio de la predicación. En efecto, de acuerdo con el conocimiento de la fe adquirido por la predicación y con la reacción de su conciencia ante la palabra predicada, tiene que decidirse siempre de una manera libre, personal y consciente por la fe y la acción moral (Vaticano ii, Iglesia y mundo; Libertad religiosa, n .o 9s). Toda predicación se dirige a la comunidad y al individuo, que, por Cristo y en el Espíritu Santo, puede conocer, aceptar y amar a Dios como persona, como un Tú personal (Vaticano ii, Iglesia y mundo, n° 12-17; Libertad religiosa, n° 9-15).

4. En analogía con la manera como la Palabra intradivina es engendrada intelectualmente por el Padre, el ->lenguaje humano no sólo está a merced del pensamiento, sino que éste de alguna manera también depende de aquél. Por esta razón predicar significa también «hablar con inteligencia» (1 Cor 14, 19), conducir «a la madurez de pensamiento a quienes piensan como niños» (20), transformar en hombre «espirituales» a los oyentes «carnales» (cf. 1 Cor 3, ls; Heb 5, 12.14) por la acomodación de la predicación a la mentalidad y la situación de los oyentes (Vaticano ir, Iglesia y mundo, n .o 4s).

5. El Logos, idéntico al conocimiento y ser de Dios pretende en cuanto hombre ser (Jn 14, 6) y decir la verdad (8, 45), que los apóstoles han de transmitir con «palabras de verdad» (Act 26, 25), válidas siempre y para todos. La predicación mantenida por la Iglesia, como «columna y fundamento de la verdad», pone a los oyentes en relación con Dios (Vaticano ii, Libertad religiosa, n° 1ss; Iglesia y mundo, n° 28, 44; Revelación número 17).

6. En el interior de Dios el Espíritu Santo procede como amor personal del Padre y del Hijo (Logos) a la vez. Así el Padre y el Hijo no pueden manifestar su amor al mundo sino en el ->Espíritu Santo. Jesús, la «bondad y humanidad de Dios» (Tit 3, 4), comunica las palabras del Padre como ungido por el Espíritu (cf. Lc 4, 14s). También los apóstoles, «impulsados por el amor de Cristo» (2 Cor 5, 14), deben ser sus testigos y enseñar a todas las naciones «con la fuerza del Espíritu Santo» (Act 1, 8; Mt 28, 18). Por consiguiente en la predicación se prolonga asimismo la espiración del Espíritu, es decir su misión a la Iglesia y, a través de ésta, al mundo. De acuerdo con esto la predicación es palabra dinámica, penetrada por el Espíritu, comunicativa del Espíritu, que despierta el amor a la verdad (cf. 2 Tes 2, 10), que mueve al amor de Dios y del prójimo y que es fundamento de la unidad (Vaticano u, Iglesia, n° 7ss, 13s, 22, 40ss; Iglesia y mundo, número 24, 38; Apostolado de los laicos, n .o 8, 29).

7. El Espíritu Santo fue enviado por el Cristo glorificado como fruto de la redención (objetiva), que actúa asimismo en la palabra (subjetivamente) redentora del predicador inspirado por el Espíritu (Vaticano ii, Iglesia y mundo, n° 22, 37). Como «palabra de verdad» la predicación libera de la ignorancia y del error, «produce el descubrimiento de las cosas, tal como están patentes en Dios»

(K.H. SCHELKLE, Das Wort in der Kirche: ThQ 8 [1953] 282; cf. Ef 1, 13; Col 1, 5). Como «palabra de vida, de salvación, de gracia, de reconciliación» cf. Flp 2, 16; Act 13, 16; 14, 3; 20, 32; 2 Cor 5, 18s), la predicación contribuye a la justificación de los oyentes. La doctrina del concilio de Trento (Dz 844 851 792s) propugna una eficacia salvífica de la predicación, que debe distinguirse de la de los -> sacramentos, aun cuando sólo ambas unidas producen la ->justificación: a) del creyente (adulto), b) del justo bautizado, c) del pecador bautizado.

a) La predicación misionera (-> kerygma) se apoya dialogísticamente en la verdad y el bien que los infieles, lo mismo que los creyentes no cristianos, poseen como disposición para la buena nueva (Act 17, 16s; Vaticano ii, Liturgia, n° 9ss; Iglesia, n° 14-17; Iglesia y mundo, n° 92); somete a prueba los motivos justificados o injustificados de la actitud del hombre que procede de la incredulidad o de la herejía (Vaticano u, Iglesia y mundo, n ° 4s, 19ss); «destruye sutilezas y toda arrogancia que pugna contra el conocimiento de Dios»; se apodera «de todo pensamiento para que obedezca a Cristo... por medio de la luz del evangelio de la gloria de Cristo» (2 Cor 10, 5; 4, 4; cf. Vaticano ii, Actitud misionera, n° 13); suscita la esperanza en la misericordia de Dios (Tit 3, 5), el arrepentimiento, la penitencia y el propósito de recibir el bautismo (Act 2, 38; 3, 19). La disposición para el -* bautismo fructuoso se alcanza por medio de las «armas espirituales» del predicador (2 Cor 10, 4; cf. 2 Tim 4, 2) y por la audición actual como colaboración espiritual con la predicación (Rom 10, 14s).

b) El niño bautizado crece mediante la instrucción catequética y la predicación (-> catequesis...) hasta llegar a ser un cristiano consciente (Vaticano u, Educación, n° 4; Apostolado laico, n° 10), y se educa en la fe viva del cristiano adulto (Vaticano ii, Obispos, n° 14). A los justos adultos, que ya creen, la Iglesia, también por la predicación, debe «enseñarles a mantener todo lo que Cristo ha enseñado, y animarlos a practicar todas las obras de amor, de piedad y de apostolado» (Vaticano u, Liturgia, n° 9; cf. Col 2, 6s; 2 Pe 1, 12; Flp 2, 16). Finalmente, la predicación conduce a la -> liturgia, «punto culminante al que tiende la acción de la Iglesia, y a la vez fuente de donde fluye toda su fuerza» (Vaticano u, Liturgia, n° 10).

c) La predicación se concentra además en la conversión de los pecadores bautizados. Hay que mover renovadamente a la obediencia de la fe al incrédulo o al que duda (Vaticano u, Revelación, n .o 5; Libertad religiosa, 10; Iglesia, n° 25); hay que suscitar la conciencia de pecado en el pecador creyente (Vaticano u, Iglesia y mundo, número 10, 13) y mostrarle el camino de la reconciliación con Dios y con la Iglesia (Vaticano ii, Iglesia, n° 11; Sacerdotes, n° 5), el camino de la confesión y de la satisfacción «mediante el ayuno, la limosna, las oraciones y otras obras piadosas de la vida espiritual» (Dz 807; cf. Mt 6, 2.4.6.16).

II. Homilética sistemática

La h. sistemática aplica a la teología de la predicación a sus  configuraciones concretas.

1. La homilética material

La h. material trata: a) el contenido total de la predicación, a saber, todas «las acciones de Dios en la historia de la salvación, es decir, en el misterio de Cristo, que en todo tiempo está presente y actúa en nosotros» (Vaticano u, n° 33). Las fuentes de esta h. material son: la Escritura, la liturgia, la patrística, la historia y vida de los santos. b) El núcleo de la predicación lo forman: Lo, el Dios trino, creador y conservador del mundo, fuente y origen de toda santidad (Vaticano ii, Iglesia y mundo, n° 24; Iglesia, n° 47; predicación teocéntrica); 2° el reino de Dios, «que se hace visible para los hombres en la palabra, en la obra y en la presencia de Cristo» (Vaticano ii, Iglesia, n° 5), en quien alcanzará también su consumación cuando «Dios sea todo en todo» (1 Cor 15, 28; predicación escatológica); 3 .0, la Iglesia como «germen y comienzo» del reino de Dios (Vaticano ii, Iglesia, n° 5), cuya venida sigue siendo su objetivo (Vaticano it, Iglesia y mundo, n.° 39, 45; predicación eclesiológica); 4°, el hombre, que no es él mismo sino mediante una sincera entrega a Dios en la Iglesia como comunidad de fe, esperanza y amor (Vaticano ii, Iglesia, n° 8), y mediante una entrega a Dios en el mundo: en el trabajo (Vaticano u, Iglesia y mundo, n° 35), en el matrimonio y en la familia (ibid. 47s), en la cultura (n° 53s), en la economía (n° 63s) y en la comunidad política (n° 73s). Por esta acción el hombre y su mundo son santificados (Vaticano ii, Liturgia, n .O 26; Actividad misionera, n° 5; Iglesia, n .o 31, 36, 39, 41) y Dios es glorificado en los hombres (Vaticano ii, Actividad misionera, n° 7; predicación antropológica).

2. La homilética formal

a) La h. formal examina en general: 1º. la función del predicador, que cumple la misión sacramental objetiva al servicio de la palabra de Dios (Vaticano ir, Iglesia, n° 11, 28; Obispos, n° 15; Revelación, n° 15, 25; Sacerdotes, n° 1, 4), y testifica la actitud subjetiva del servidor fiel de la palabra, consciente de sus propios pecados que piensa y siente con el oyente, se cuida de su salvación y ama la verdad y la justicia; 2°, la función del oyente, que pone impedimentos a la acción de la predicación como hombre que ha contraído el pecado original (y ha heredado por eso la ignorancia, el error, la concupiscencia, la debilidad de la voluntad y del ánimo; cf. Vaticano II, Iglesia y mundo, n° 13; Medios de comunicación, n° 7; Apostolado de los laicos, n° 7), como oyente «moderno» (deformación «mediante algunos errores sobre la verdadera naturaleza de Dios, sobre la naturaleza del hombre y las exigencias de la ley moral»; Vaticano ii, Apostolado de los laicos, n° 7). La predicación debe aprovechar positivamente la angustia existencial, la sensación de vacío, el esfuerzo por los valores culturales, el anhelo de libertad, seguridad, paz y felicidad (Vaticano ii, Iglesia y mundo, 40ss). Una predicación eficaz debe superar, el contenido y la forma, los impedimentos para oírla con fe, y ha de conducir al diálogo con Dios (Vaticano ii, Iglesia y mundo, número 19), con los semejantes (Vaticano il, Iglesia y mundo, 23; Actividad misionera, n° 11; Apostolado de los laicos, n° 14) y entre todos los miembros de la Iglesia (Vaticano ii, Iglesia y mundo, 92). 3.o Hay que configurar la predicación en cuanto lenguaje de acuerdo con las reglas y los principios de la retórica, que utiliza los conocimientos de la psicología, pedagogía, sociología y fonética (Vaticano ii, Formación de los sacerdotes, n° 19). La h. formal muestra cómo la predicación se distingue del discurso profano, a saber: por los fines salvíficos (no el goce estético, la diversión, los éxitos momentáneos), por los medios (no los juegos retóricos, la demagogia, jolgorio), por las normas (la palabra de Dios como contenido, ética en el lenguaje, los gestos, las posturas y actitudes).

b) La h. sistemática trata especialmente las diferentes clases de predicación: 1º. en la pastoral corriente: predicación bíblica (Vaticano ii, Liturgia, 24, 52; Revelación, n .o 24); predicación litúrgica, que introduce al oyente en la comunidad de oración y sacrificio de los fieles (Vaticano il, Liturgia, 35); predicación apologético-dogmática, que es fundamento de la fe personal; predicación catequética, que renueva y profundiza los conocimientos de fe; 2°, en la pastoral extraordinaria: la predicación misional, que tiene como fin la conversión de los pecadores y la acción apostólica en el matrimonio, la familia, la profesión, la comunidad parroquial (Vaticano 11, Apostolado de los laicos, 5ss; Actividad misionera, n° 1ss); la práctica de ejercicios que introducen a la vida espiritual (meditación, examen de conciencia, lectura de la Escritura, aspiración a la perfección; Vaticano li, Apostolado de los laicos, 32); la predicación ocasional, acomodada a ciertos acontecimientos especiales (bautismo, primera misa, bodas, funerales, etc.); las charlas por radio o televisión, que se dan teniendo en cuenta la situación profana del oyente (la cual exige un lenguaje natural, un estilo vivo, gran tacto y comprensión de la situación de los oyentes, ya incrédulos, ya pertenecientes a otra fe, ya indiferentes en materia religiosa, ya creyentes; cf. Vaticano li, Medios de comunicación, 3ss).

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Ernst Haensli