GRACIA
SaMun

 

A) Disposición a la gracia.
B) Naturaleza de la gracia.
C) Gracia y libertad.
D) Tratado teológico sobre la gracia,

 

A) DISPOSICIÓN A LA GRACIA, -> disposición II.

B) NATURALEZA DE LA GRACIA

I. Escritura

1. Antiguo Testamento

La prehistoria del concepto teológico de gracia ha de buscarse en lo designado con los términos veterotestamentarios hén y hesed, que los LXX traducen por Xaris. Estos dos conceptos no designan valores, propiedades o bienes, sino (como el concepto veterotestamentario de -> justicia) una conducta adecuada a la comunidad, y propiamente más que la intención designa lo realizado de hecho. Por tanto, tienen un sentido muy parecido los términos yäsär, täm, sedágá, y también shalom. De ahí que, a diferencia de nuestro concepto de g., en la relación entre Dios y hombre hesed pueda atribuirse a ambos términos. En efecto, hesed es la obligación (que no puede urgirse en juicio) de fidelidad mutua entre parientes y amigos, así como entre reyes y súbditos, y especialmente entre socios de una alianza, pues el contenido del pacto es la obligación a la hesed (1 Sam 20, 8). A este respecto, hesed se usa frecuentemente junto con un segundo concepto, p. ej., junto con fidelidad (verdad), amor, justicia, derecho, misericordia. El comportamiento con Dios adecuado a la alianza es descrito en Éx 20, 6; Dt 7, 12; Os 6, 4 mediante la palabra hesed. Por eso, sobre todo en textos posteriores, los piadosos se llaman häsidim.

La auténtica preparación del concepto cristiano de g. aparece donde se habla del comportamiento de Dios con Israel en la -> alianza (1 Re 8, 23; Is 55, 3; Sal 89, 29.50; 106, 45). En estos textos el contenido de la alianza concedida por Dios es idéntico con las bondades (hasdé) que él ha prometido. El hombre puede pedir a Dios que se acuerde de su benevolencia o que actúe de acuerdo con ella, es decir, puede apelar a la fidelidad de Yahveh a la alianza (Sal 6, 5; 25, 6s). Esto tiene validez sobre todo cuando el hombre ha roto la alianza y pide a Yahveh que, a pesar de todo, se mantenga fiel a su promesa. Por eso, de un lado se subraya cómo la hesed de Yahveh depende del cumplimiento de la Ley (1 Re 8, 23), y, de otro lado, cuanto más se acentúa la claudicación del pueblo, hesed va aproximándose por su contenido a la idea de misericordia (Is 63, 7; Jer 16, 5; Os 2, 21), no sólo en la predicación profética, sino también en el tiempo posterior, pues los LXX generalmente traducen hesed por eleos. Cuando se espera la hesed de Yahveh en el futuro, se la funda teológicamente en el pasado, bien en las promesas hechas a David (Is 55, 3; 54, 8), bien en las hechas a los patriarcas (Miq 7, 20). Otras veces el hombre pide (en los Salmos) una acción «de acuerdo con las hasdé», es decir, con las acciones salvíficas del pasado.

Generalmente, en el concepto de hén no se da esa referencia histórica (a excepción de 2 Re 13, 23). Esta palabra tampoco tiene su puesto en el comportamiento social, sino que significa simplemente «agrado». En el pentateuco ese concepto es empleado solamente por el yahvista (excepción: Dt 24, 1), casi siempre en el giro «ser agradable a los ojos de alguien», y así se usa con especial frecuencia en relación con los patriarcas. Como esta locución se emplea en relatos antiguos (1 y 2 Sam) donde se habla del agrado que el hombre halla en los ojos del rey o la mujer en los del marido, sin duda se trata de la trasposición de un giro profano a la relación con Yahveh; y la expresión significa simplemente que la persona en cuestión, agrada a Dios (Pablo la interpreta por primera vez en sentido lógico, hablando de Abraham: Rom 4, 1). En un sentido teológico, es decir, significando el beneplácito que Dios otorga, hén es usado en muy pocos pasajes del AT, así en Sal 84, 12: como don protector de Dios junto a su gloria; y en Prov 3, 34, donde se habla de la complacencia que Dios otorga a los humildes.

Con más frecuencia se emplea en sentido teológico el verbo hänäm («ser bondadoso, ser benévolo, compadecerse») en parte en conexión con la «presencia de Dios» que el hombre contempla, o que brilla sobre él cuando halla complacencia a los ojos de Dios (Gén 33, 10s; Núm 6, 25). En hén se acentúa más que en hesed la soberanía del Dios donador (Éx 33, 19 y las plegarias de los Salmos en primera persona del singular), y así este concepto se aproxima más a la misericordia y benevolencia para con los débiles, que al pensamiento de la fidelidad a la alianza; de acuerdo con esto la petición de hén se formula con más frecuencia en singular y se refiere menos a todo Israel (cf., sin embargo, 2 Re 13, 23; Am 5, 1; Mal 1, 9). En los LXX hesed sólo es traducido por Xaris en Est 2, 9.17; Eclo 7, 33; 40, 17, mientras que hén casi siempre es traducido así. Por tanto en el lenguaje teológico de los LXX Xaris significa, con muy pocas excepciones, solamente la complacencia que encuentra el hombre a los ojos de Dios. En cambio, la acción salvífica de Dios en fidelidad a su conducta y a sus promesas al comienzo de la historia (hesed) se traduce solamente por faeoq (repercusión en Lc 1, 72). No obstante, los autores del NT llenaron muchas veces Xaris con el contenido de hesed. Es expresión de la autointeligencia histórico-salvífica de la comunidad de Qumrán el hecho de que ésta, en 1Qs t 8, se llame a sí misma la «alianza de la gracia» (paralelamente a «congregación de Dios»); de acuerdo con esto el pecador, según 1Qs xi, 12-15, obtiene la salvación y su derecho por las «pruebas de gracia» que Dios le da (tiene un sentido paralelo: misericordias). En esta referencia del concepto veterotestamentario de hesed a la secta, sin duda se da una analogía con la nueva modalidad del mismo concepto en el NT.

2. Nuevo Testamento

El hecho de que Xaris (y xarisedsai, xarisma) se encuentre casi exclusivamente en Lc y en la literatura epistolar paulina o próxima a Pablo, muestra cómo este concepto, sólo en determinados círculos del cristianismo primitivo, llegó a ser una de las nociones fundamentales para definir la salvación aparecida con Jesús. Como, en comparación con el contorno judío y griego, el uso neotestamentario de este concepto es muy frecuente, sin duda hemos de ver en él un término de escuela de una determinada dirección misionera. El término fue desarrollado especialmente por Pablo. Cómo X&ptq se convirtió en un lema usual, lo muestra la fórmula epistolar «gracia y paz a vosotros», que es una «transformación del saludo judío de bendición por parte de la comunidad cristiana» (H. Schlier; cf., sin embargo, la introducción a la carta en ApBar(sir) 78, 2: «Misericordia y paz con vosotros»). Una de las características del concepto neotestamentario de X&pis es que el vocablo designe global e indiferenciadamente la -> salvación que Dios ha otorgado en Cristo por pura bondad. No se halla en primer plano el contenido de Xaris, que teológicamente debe circunscribirse más de cerca y ha de localizarse en la historia de la salvación, sino la idea de que Dios sana la relación con el hombre por un amor libremente otorgado. Ya en el griego profano el concepto de Xaris indica tanto la condescendencia del uno como la gratitud del otro, e igualmente la gracia, la hermosura, y también la mutua apertura libre y espontánea, otorgada con alegría; y por esto, en la relación con Dios, indica simultáneamente la salvación dada por Dios y la gratitud del hombre. La gratuidad de la Xaris en contraposición a la retribución es resaltada ya por Aristóteles (Rbet. B VII, 1385a).

En la tradición sinóptica Xaris y Xapisedsai aparecen en Lc, Mc y Mt, pero estos vocablos no ofrecen ningún punto de apoyo terminológico para el desarrollo de una doctrina de la gracia. Mientras que en Lc 6, 32ss aparece el lenguaje prelucano de Q (Mt emplea aquí su palabra específica misthós) -Xaris es la recompensa celestial, o sea una salvación todavía futura- y en Lc 1, 30; 2, 52 (cf. Prov 3, 4) se refleja aún el lenguaje veterotestamentario, en el mismo Lc Xaris es la salvación que desde Jesús, Dios ha producido especialmente por la palabra del Evangelio. Desempeña una función especial el ofrecimiento de esta salvación por la palabra de la predicación (Lc 4, 22; Act 14, 3.26; 20, 24.32), y por esta razón Xaris, lo mismo que en Pablo, se refiere primordialmente al acto de hacerse creyente (Act 4, 33; 11, 23; 13, 43). A este respecto la Xaris actúa como una fuerza dada por Dios, como lo muestra su unión con «poder», y «signo» (Act 6, 8; cf. Lc 4, 22; Act 4, 33; 7, 10). Esa fuerza se da especialmente en los misioneros (Act 14, 26; 16, 40). En algunos pasajes muy típicos de Lc Xaris aparece como una fuerza que actúa autónomamente, como obra salvífica de Dios mismo que se extiende a un trecho del espacio y del tiempo (Act 4, 33; 11, 23; 13, 43; y especialmente 20, 32: la palabra de la g. edifica y concede la herencia). Una vinculación de de g. de la salvación a la persona de Jesús sólo la hallamos en Act 15, 11. Pero también allí, solamente de manera muy general se trata de la g. del Señor, que según Lc 2, 40 reside «en él». En conjunto parece que la terminología de Lc no se remonta a Pablo; más bien, seguramente en ella se refleja una más amplia tradición prepaulina, que es común a ambos.

En Pablo, por primera vez en Rom encontramos una amplia reflexión sobre Xaris, y allí se resalta especialmente el momento de la gratuidad. Pero ya en Gál el lenguaje ha quedado limado, de manera que Xaris en general, es la salvación dada por Jesucristo, a la que ha sido llamada la comunidad (1, 6). Pero Xaris es particularmente la fuerza salvífica por la que el apóstol ha sido puesto a su servicio (1, 15), y el mismo apostolado legítimo (2, 9; cf. Rom 1, 5; 12, 3). Así, en Flp 1, 7, los destinatarios pueden ser llamados compañeros de g. del apóstol. Por consiguiente, la acción de Dios en la X&p.S no significa la santificación homogénea de todos los bautizados, sino la economía salvífica de Dios con sus estructuras. La Xaris tiene fundamentalmente el carácter de salvación frente al pasado bajo el pecado y, especialmente, frente a la vana tentativa de conseguir la justicia por medio de las obras hechas bajo la ley (Gál 2, 21; 5, 4). En su esfera la justicia se alcanza por el Pneuma y por la fe (Gál 5, 4s). Pero esta gracia se da, no a todos, sino únicamente a los llamados y elegidos para ella (Gál 1, 6.15; Rom 11, 5); y tampoco se da a todos en la misma medida, sino que se desarrolla en -> carismas de diversas clases.

Particularmente el ministerio apostólico constituye una actuación especial de la gracia divina, que, por lo demás, en general es la acción divina de la misericordia concedida a los hombres. Ya en Gál, Xaris, e igualmente la -> ley, aparece como una dimensión antropológica (Gál 5, 4; cf. la misma idea también en el caso de la -->justicia), y así se opone a todo lo antidivino, por tanto, a todo lo que pertenece al ámbito de la sarx, de la muerte y del pecado (2 Cor 1, 12). Esta dimensión se nos transmite en Jesucristo (1 Cor 1, 4). Una claudicación frente a este don salvífico consiste en volver a la ley como camino de salvación (Gál 2, 21; 5, 4) o al pecado en general (2 Cor 6, 1). Pero con esto no queda fijado en modo alguno el concepto de X&pes en Pablo; más bien Xaris significa también: gratitud frente a Dios y el don de amor de la comunidad. Estas acepciones no deben aislarse de la mencionada en primer lugar (cf. 2 Cor 8, 7.9; 9, 8.14.15), ya que, por la X&ptq de Cristo, también la comunidad puede y debe realizar una Xaris, y por la Xaris que dio Dios, también a ella le corresponde Xaris (Rom 9, 14s). No se trata aquí de juegos de palabras, sino que Xaris es la conducta dirigida-en cada caso al otro en una relación de amorosa misericordia. Esta relación está constituida por la misericordia de Dios en la acción salvífica en Jesucristo. Ahí está la razón y el modelo de la misericordia mutua entre los hombres y a la vez la razón de la gratitud. Por consiguiente, el uso de Xaris muestra que la gratitud es exactamente la acción que corresponde a la g. en esta relación. En 1 Cor desempeña una función especial el desarrollo de la g. en carismas. A base de esta diferenciación e individualización, Pablo trata de resolver los problemas del orden de la comunidad y de la moralidad. La multitud de carismas se contrapone a la unidad del Pneuma (1 Cor 12, 4). En Rom Pablo subraya especialmente que la g. fue dada por medio del bautismo a manera de don (3, 24). Precisamente por esto se contrapone a las obras de la ley como camino de salvación, pues aquí se calcula según la retribución (Rom 4, 4), mientras que en el orden de la Xaris el cumplimiento de la ley se da en el carisma del amor. Según el importante texto de Rom 5, 12 hasta 21, la caída de Adán y la acción de la gracia (Xarisma) en Jesucristo no se oponen simplemente, pues ésta supera a aquélla en fuerza eficaz y plenitud, ya que la g. es victoriosamente superior al -> pecado y no puede ser interrumpida por aquél. La multiplicación del pecado en el tiempo de la ley sirvió solamente para poder mostrar tanto mejor la riqueza de la g. (Rom 5, 20); sin embargo, esta idea no es razón alguna para mantenerse ahora en el pecado, a fin de que la g. se muestre con mayor abundancia (Rom 6, 1). Más bien el pecado y la g. son dos sistemas de dominio que se suplantan (->eón); el tránsito del uno al otro se produce por el hecho de que se muere con Cristo al antiguo poder (Rom 6, 2); y esto acontece en el bautismo (Rom 6, 3ss). Pero el cambio de salvación por la gracia, que suplanta la ley, no significa nueva libertad para pecar, sino que es un ser aprehendido por un nuevo poder (Rom 6, 14ss). La labor de Pablo consiste, más que en llenar con un contenido material el concepto teológico de g., en la inseparable vinculación funcional de la X&pes en su concepción de la historia de la salvación con la muerte y resurrección de Jesucristo, en localizarla para el creyente en el acto de la ->justificación y del -> bautismo, y en interpretar esta X&pis como una vocación a un especial servicio moral o apostólico.

En la literatura posterior a Pablo estas interpretaciones influyen especialmente en Ef, donde se resaltan la riqueza y la g. (cf. Rom 5), el don especial de la g. al apóstol y el carácter individual del don de la Xaris (4, 7), y se desarrolla nuevamente el concepto de una economía divina de la g. (3, 2). Lo mismo que en 2 Tim 1, 9, en Ef 2, 8 la gracia se contrapone a las obras; pero éstas ya no son las de la ley, pues las obras designan aquí la acción humana separada del plan salvífico de Dios (2 Tim 1, 9). Con frecuencia X&pis aparece junto a aúvaµss, y la irrupción del tiempo salvífico es descrita como su epifanía (Tit 2, 11). En Heb Xaris es el don salvífico en el nuevo orden cultual orientado hacia el cielo, que ahora no se puede abandonar (Heb 12, 15).

También en Juan (1, 17), de manera semejante a la de Pablo, la Xaris es contrapuesta a la ley, y en 1, 16 hallamos el lema de la plenitud de la g., que en los v. 14 y 17 es interpretada por el bien salvífico de la verdad (más típico de Juan). Ahí se refleja a la vez la combinación del AT hesed v^'emet. 1 Pe muestra un uso muy variado de este concepto (especialmente importante 2, 19s: sufrimientos de los cristianos como g.). Ahí aparece qué acepciones tan variadas tuvo el concepto de Xaris en el ámbito misional helenístico antes de, en tiempos de y después de Pablo. En el caso de que en 1 Pe 4, 10 se reflejara una tradición prepaulina, ya no se podría considerar la división de la única Xaris en muchos carismas como una aportación original de la teología de -> Pablo. También aquí X&p.5 puede designar simplemente al conjunto de la salvación cristiana (1 Pe 1, 10.13).

Klaus Berger

II. Historia de la doctrina de la gracia

En la doctrina de la g. se manifiesta lo más íntimo de la fe cristiana como problema teológico, pues en ella está implicada la concepción humana de Dios, del mundo y del hombre. Aquí está comprendida la vida humana como misión histórica en el mundo, con todas sus tensiones polares. La doctrina de la elección divina, de la -> predestinación y de la vocación alberga la responsabilidad humana en el orden del mundo, soportado por la omnipotente bondad y santidad de Dios. La doctrina sobre la obra salvífica de Jesús, Dios y hombre, y del Espíritu divino en la Iglesia asegura la -> justificación como acción del Dios trino, en la que se realiza el Jesús, Dios y hombre, y del Espíritu divino perdón de la culpa, la curación del enfermo a causa del pecado y la santificación del hombre natural por la benevolencia y el don del amor de Dios (Rom 5, 15; Ap 22, 12), y tanto la naturaleza como la libertad de decisión personal del hombre quedan introducidas nuevamente en el espacio de Dios, de su creador, Señor y Padre.

1. Lo que en la revelación, sobre todo del Nuevo Testamento, se había dicho sobre este problema mediante las categorías judías de una historia universal de la salvación (sínópticos, Act), o de una mística escatológica (Jn), o de una teología de la redención o de la salvación (Pablo), hubo de mantenerse y desarrollarse ulteriormente en la Iglesia primitiva frente a una excesiva acentuación de lo ético (procedente de un espíritu farisaico o estoico), así como frente a una espiritualización platónica (cf. Did, Bern, 1 Clem, cartas de Ignacio, Herm).

2. Fue especialmente seria la lucha en torno a los misterios cristianos de la fe durante los siglos lI y III, contra el -> gnosticismo (judío, pagano e intraeclesiástico) de la antigüedad posterior (defendido, entre otros, por Valentín, Basílides y Marción). Frente a su doctrina de una autorredención del hombre por medio de un especial saber salvífico y su falsa interpretación de Cristo como demiurgo, los primeros grandes teólogos de la Iglesia (Ireneo de Lyón, Tertuliano, Orígenes) anunciaron a Cristo, el crucificado, como el único redentor (anakephalaiosis: Ef 1, 10); y frente a su desvirtuación dualista del mundo, resaltaron la bondad de la creación y la donación de la libertad humana por la gracia. Clemente de Alejandría dio una interpretación cristiana (2 Pe 1, 4) a la doctrina platónica de la divinización del hombre (Teeteto 176 AB), especialmente mediante la verdad de la inhabitacíón del Espíritu Santo (Rom 8, 11; 2 Tim 1, 14).

3. La doctrina de la interna filiación divina (1 Jn 3, ls) quedó profundizada teológicamente por el desarrollo del dogma eclesiástico de Cristo, Dios y hombre, y del Dios trino de los siglos iv y v (en el concilio de Nicea 325, en el primero de Constantinopla 380, en el de Éfeso 431, en el de Calcedonia 450). A este respecto adujeron como fundamento: Atanasio y Gregorio Nacianceno sobre todo la obra de Cristo («Dios se hizo hombre, para que el hombre se hiciera Dios»); Dídimo el ciego y Basilio la inhabitación del Espíritu de Dios; y Cirilo de Alejandría la inhabitación del Dios trino (Jn 14, 23.26) en el hombre. Bajo la influencia de la filosofía neoplatónica (Plotino, Proclo), surgió una mística cristiana, fundada por Orígenes y difundida sobre todo por los escritos del Pseudoareopagita (hacia 520) y de su comentador Máximo el Confesor, que enseñaba la posibilidad de una consumación terrestre de la vida de g. a base de una sobrenatural y extática contemplación de Dios y del concomitante amor a él en el marco de la piedad eclesial. Esta teología de la g. ha seguido siendo normativa hasta hoy en la Iglesia oriental griega.

4. En la Iglesia romana occidental Agustín elaboró la doctrina de la gracia en un peculiar tratado teológico, polemizando contra la doctrina exteriorizada del pecado y de la gracia en el -a pelagianismo. Fundándose en Pablo, Agustín resaltaba la causalidad total de Dios en la justificación, santificación y predestinación del hombre, asimismo la realidad de la gracia en el hombre. Sin embargo, él sustituyó la visión histórico-salvífica de Pablo, anclada en el judaísmo, por un enfoque antropológico, acomodado al pensamiento romano (Agustín mismo) y germánico (Pelagio). Su doctrina elaborada entre el año 412 y el 430 en numerosos y amplios escritos polémicos contra Pelagio y Julián de Eclano (La perfección de la justicia en el hombre. Naturaleza y gracia, Gracia y libre albedrío, Gracia y pecado original, Predestinación de los santos, etc.), obtuvo la aprobación de la Iglesia de Roma (cf. Indiculus Coelestini, Dz 129142).

5. Teólogos del siglo v (presbítero Lúcido, Arnobio) que ya no entendían la g. a la manera de Agustín, como expresión del amor, sino, más bien, como expresión de la omnipotencia de Dios, enseñaban erróneamente una falta de libertad del hombre ante la predestinación y reprobación divina (posteriormente a esa tendencia se le dio el nombre de «predestinacionismo»). Y, bajo presupuestos parecidos, algunos círculos monacales del norte de África (Adrumeto) y del sur de Francia (Leríns) defendieron la doctrina (posteriormente llamada «semipelagianismo») de que al menos el inicio de la fe y la perseverancia final son obra exclusiva del hombre, y no de la gracia. Ambos errores fueron condenados en numerosos concilios, particularmente en el segundo de Orange, del año 529 (Dz 178-200), y la doctrina de Agustín recibió aquí (con limitación en lo relativo a la predestinación) su definitiva aprobación eclesiástica.

6. La doctrina agustiniana de la predestinación fue tratada de manera nueva en la teología carolingia, cuando la equivocada interpretación de la «doble predeterminación» (gemina determinatio) de Isidoro de Sevilla condujo por medio del monje Godescalco de Orbais a una disputa general (tratada en los sínodos de Quierzy 849, Valence 855, Toucy 860 y otros), en la que la obscuridad de la doctrina paulina fue esclarecida racionalmente (Rom 9, 18), y se acentuó de nuevo la libertad humana. Anselmo de Canterbury, en su monografía Sobre la armonía de la presciencia, la predeterminación y la gracia de Dios con la voluntad libre (1107-8), transmitió esta nueva doctrina a la edad media. Los primeros compendios teológicos medievales, entre 1100 y 1250, situaron la doctrina de la g., o bien en el tratado sobre la fe y la caridad (Anselmo de Laón) o bien en el de los sacramentos (Abelardo: bautismo), o bien en la parte cristológica (mística de los victorinos).

7. La doctrina católica de la g. adquirió su nota abiertamente antropológica cuando en la alta edad media la metafísica, la ética y la psicología de Aristóteles pasaron a ser la base para el desarrollo de los problemas teológicos, primeramente entre los dominicos (Tomás de Aquino y su escuela), pero, desde el 1280 aproximadamente, en especial desde Juan Duns Escoto, también entre los franciscanos, que a partir de entonces expusieron su teología de tendencia agustiniana con categorías y principios aristotélicos. Sobre todo en la discusión con la doctrina de Pedro Lombardo y de otros autores, según los cuales la g. no es otra cosa que el Espíritu de Dios que habita en nosotros (Sent. I díst. 17), Tomás había desarrollado su definición de la g. como un «estado (habitus) sobrenatural del alma humana» (Sent. Com. u 24-28; ST i q., 110-114), mientras que los franciscanos (Guillermo de Mate, Duns Escoto y seguidores) identificaron la g. con la virtud sobrenatural de la caridad. Tomás y su escuela vieron en la g. la razón suficiente de un posible «mérito de condigno» del hombre ante Dios; en cambio la escuela de los franciscanos defendió que el hombre sólo puede lograr ante Dios un «mérito de congruo», de modo que la acción del creyente termina, no en un premio debido, sino en la libre aceptación por Dios, que, según la doctrina de algunos nominalistas (Pedro de Palude, Juan Bassolis, etc.), puede negar el premio incluso al hombre que está en gracia.

8. Los reformadores reaccionaron contra esta doctrina de la g. en la edad media posterior, sobre todo por ver en ella una huida del temor de Dios para refugiarse en la santidad de las obras. Lutero enseñó que la justicia de Dios (Rom 1, 17) imputa al creyente (Rom 3, 22), sin su colaboración (pues él es pecador [ Gál 3, 131), la obra redentora de Cristo. Calvino, junto a esta justificación por la fe, vuelve a resaltar la transformación del hombre por la penitencia y el renacimiento, así como la vida cristiana que brota de la fe (Inst. chr. rel. III 3, 11-18). El concilio de Trento (Dz 792a-843) en 1547 tomó posición contra estas doctrinas a base de una mentalidad escolástica, que se desarrolló ulteriormente sobre todo en España (Andrés de Vega, Francisco de Vitoria, Domingo Soto, G. Seripando).

9. Del mismo espíritu procedió la gran disputa entre la escuela de los dominicos (tomismo) y la de los jesuitas (molinismo) en torno a la acción de la g. y de la libertad humana en las obras meritorias, la cual terminó en 1607, sin dilucidarse, por intervención de la autoridad eclesiástica. Esa disputa ha vuelto a encenderse en el siglo xx (G. Schneemann, A.M. Dummermuth y otros). Si el tomismo pretendía sobre todo dejar a salvo la causalidad total del Dios creador como causa prima (praemotio physica) en la acción de las criaturas, el propósito de los molinistas era defender tanto la libertad del hombre como la de Dios (concursus simultaneus). La doctrina protestante de la total corrupción del hombre por el pasado, que nuevamente adquirió fuera en el -* bayanismo (Dz 1001-1080), en el -->jansenismo (Dz 1092-1096, 1295-1303) y en B. Quesnel (Dz 1351-1390), fue rechazada por los teólogos jesuitas de la época, desarrollando para ello nuevos conceptos auxiliares (deseo sobrenatural, potencia obediencial, naturaleza pura). En el siglo xix la cuestión de la g. adquirió importancia en el problema de la fe (controversia de J. v. Kuhn y C. v. Schäzler). M. Scheeben expuso la doctrina tomista de la gracia apoyándose en conceptos románticos.

10. Desde 1920 se resaltan cada vez más el aspecto histórico-salvífico (teología de los -> misterios) y la visión personalista de la g. (R. Guardini, K. Rahner: gracia = comunicación de -->Dios mismo). La Dogmática eclesiástica de K. BARTH, Z 1932ss (cf. H. KÜNG, Rechtf ertigung [Ei 19571) y el Sobrenatural de H. DE LUBAC, P 1946, (cf. G. DE BROGLIE, L. MALEVEZ) han dado nueva vida a la cuestión de lo -> sobrenatural. El espíritu ecuménico del Vaticano II y la importancia central de la cuestión de la g. para la vida cristiana, exigen en esta hora histórica de la Iglesia que no nos detengamos en la oposición entre visiones unilaterales, sino que, a base de una colaboración llena de comprensión, tomemos de la revelación misma sus abundantes enunciados y los elaboremos en una amplia soteriología donde estén recapitulados los rectos puntos de partida, las posibilidades, los elementos y las direcciones que aparecen en la doctrina sobre la gracia.

Johann Auer

 

III. Exposición teológica

1. El punto de partida

Hay que comenzar por la cuestión del punto de partida adecuado a la revelación. Y esto sobre todo porque la división, usual en la época postridentina, del tratado en una sección sobre la g. actual y otra sobre la g. habitual es insuficiente, pues se basa en presupuestos que son problemáticos. El punto de partida ha de ser un enunciado teológico sobre el hombre entero y uno; partiendo de ese enunciado hay que establecer la distinción entre naturaleza y g. y las posibles distinciones dentro de la noción de g. como principios de división de dicho tratado. En este sentido partimos (cf. -> antropología teológica) del siguiente enunciado teológico: el hombre que cree en Cristo, a pesar y dentro de su condición de criatura, y aunque de sí y por sí se reconozca originariamente pecador (-->pecado original), debe entenderse a sí mismo como llamado históricamente por Dios y por la palabra eficaz de su libre y absoluta comunicación a participar de la más propia e íntima vida de Dios. Lo decisivo de este enunciado está en que Dios, no sólo concede al hombre algún amor y proximidad saludable, no sólo le regala alguna presencia salvífica (como la que ónticamente va aneja al concepto abstracto de una relación entre el creador y la criatura todavía inocente, no sólo le da bienes creados como prueba de su amor; sino que, además, se le comunica a sí mismo en una causalidad que no es meramente eficiente, lo hace partícipe de la naturaleza misma de Dios y coheredero con el Hijo, lo llama a la vida de Dios en la visión inmediata cara a cara y, le concede una participación en la vida propia de Dios. Aquí tocamos realmente el núcleo de la inteligencia cristiana de la realidad. La verdadera y plena relación entre lo absoluto y lo que experimentamos como nosotros mismos y nuestro mundo, conociéndolo como finito y contingente, no es la relación de la identidad o de un nexo necesario en que lo absoluto se despliega y llega a su propia plenitud, según se enseña en las distintas formas del -> panteísmo. Y tampoco es la mera relación de una causa eficiente absoluta con su efecto, que permanece exterior a su causa. Es más bien la relación libre del absoluto que se comunica a sí mismo, y que, para poderse comunicar a otro en un diálogo libre con él y poder hacer del mundo creado su propia historia en la -> encarnación y la g., crea a ese otro con una causalidad eficiente. La doctrina del cristianismo sobre la g. (junto con su realidad suprema: el Logos divino hecho criatura) es la superación real del dilema entre panteísmo y deísmo (que quizá se supera «filosóficamente», pero no realmente, al hacer que Dios sólo se preocupe de la máquina del mundo en el momento de darle el ser y ponerla en marcha). Pero esta superación de sistemas que quieren ser metafísicos y esenciales sobre la relación entre lo absoluto y lo contingente es el libre amor, que se muestra así como la verdadera esencia de la realidad absoluta, cuyas estructuras «necesarias» no determinan la libertad como lo secundario, sino que son las estructuras formales del mismo absoluto amor, que se inclina a lo no-necesario, aunque no necesita hacerlo, o no tiene que hacerlo con otra «necesidad» que la del amor libre.

2. Gracia sobrenatural y naturaleza

Partiendo de aquí se aclara primeramente la distinción entre naturaleza y g. sobrenatural, y cuál sea la esencia de ésta.

a) La doctrina del magisterio eclesiástico

La doctrina de la sobrenaturalidad de la gracia (como comunicación de - > Dios mismo) es afirmada por vez primera y expresamente en el concilio de Vienne, en cuanto la visión de Dios es atribuida al gratuito lumen gloriae (Dz 475); luego se expone explícitamente con el término supernaturalis contra el -> bayanismo, el -> jansenismo y el semirracionalismo (Dz 1017 1021 1023s 1026 1385 1516 1669 1671). El Vaticano i (Dz 1786 1789) la enseña como razón de la absoluta necesidad de la revelación y como propiedad de la fe, y Pío xix (Dz 2318) la robora contra su debilitación (por el hecho de ponerse en duda la posibilidad abstracta de una «naturaleza pura»). Sólo con la sobrenaturalidad de la g. se indica el motivo más íntimo por el que la Iglesia afirma que la g. es indebida, y que el hombre no puede merecerse por sus propias fuerzas, de suerte que, por sí solo, él no es capaz de prepararse positivamente para recibirla, ni de pedirla por la oración (Dz 134s 141 176s 797 813 etc.). Y el motivo adecuado de esa incapacidad no puede ser solamente la (fáctica) condición pecadora del hombre.

b) Explicación sistemática

1º. La autocomunicación de Dios en su vida interna, lo mismo como dada (en sí) como que aceptada por el hombre, es una benevolencia esencialmente libre, personal e indebida de Dios. Es en sí misma regalo libre al hombre. Y constituye un don libre, no sólo con relación al hombre pecador, que se cierra culpablemente a la oferta que Dios hace de sí mismo y a su voluntad expresada en toda la realidad humana; sino ya previamente a todo eso. En efecto, la capacidad de la criatura para vivir con Dios en amor personal, en que él se comunica a sí misma, es favor indebido de parte suya (pues toda personal abertura de sí mismo es esencialmente favor libérrimo), y, por otro lado, la criatura espiritual (aun suponiéndola ya constituida) no puede recibir este favor como un elemento inherente de algún modo a su propia esencia (inocente), sino que lo experimenta como don alcanzado en el curso de un diálogo (de una auténtica historia). Es decir, ese don presupone al destinatario y, por tanto, no puede considerarse como un elemento que pertenece necesariamente al ser de la naturaleza creada. Para que esta comunicación de Dios mismo no quede desvirtuada al aceptarla el hombre finito (conforme a la esencia y al patrón de la criatura finita), convirtiéndose en un acontecimiento que permanezca en el ámbito de lo puramente finito (con lo cual se suprimiría la comunicación de Dios mismo como tal), también la aceptación (en cuanto tal) ha de estar soportada por Dios, de igual manera que el don. La comunicación en cuanto tal produce también la aceptación; la potencia actual y próxima de esta aceptación es igualmente g. libérrima. Esto se ve muy claramente en la fe. Para que la revelación, como oída, permanezca realmente palabra de Dios y no se convierta en palabra sobre Dios producida por él (y como tal sabida) una y otra cosa no son lo mismo, puesto que en el segundo caso entra en juego el horizonte apriorístico de intelección de la criatura finita -, en la gracia de la fe (luz de la fe) Dios mismo tiene que hacerse principio constitutivo del acto de oír la revelación. Pero la g. como comunicación de Dios mismo es principio constitutivo, no sólo de la «potencia» para su aceptación (en lo que la teología llama los --hábitos sobrenaturales de la ->fe, de la --> esperanza y del --> amor), sino también del «acto» libre de la aceptación mediante aquello que la teología entiende por indebida g. «eficaz» para la acción realizada de hecho. Pues esta comunicación de Dios como causa de su propia aceptación es libre incluso en lo relativo a la realización de la concreta aceptación libre, que, precisamente como libre y concretamente indeductible, es el único medio por el que puede recibirse esa comunicación como divina y personal. Cabe, naturalmente, decir que la libre causación divina de la aceptación, la g. eficaz como tal, se debe a circunstancias (explicadas a la manera de Bañez o de Molina) que pueden distinguirse de la comunicación sobrenatural en cuanto tal. Pero entonces no hemos de ignorar que la comunicación de Dios, por su carácter personal, libre y singular bajo ambos aspectos exige en virtud de su esencia estas circunstancias indebidas, libremente puestas, como su propia concreción; es decir, la gratuidad de la g. eficaz como tal es exigida por la esencia de la comunicación divina, y sólo ella hace de ésta un acontecimiento singular del amor libre.

2 ° En cuanto la libre comunicación de Dios en Cristo y su Espíritu debe ser aceptada por la criatura espiritual mediante una respuesta dada en un diálogo libre también por su parte, se presupone una permanente constitución del hombre (puesta libremente por el Dios creador), la cual presenta las siguientes características: 1ª, antecede a la comunicación de Dios (o sea, es presupuesta por ésta como condición de su posibilidad), de tal modo que el hombre (como socio histórico ya creado) ha de recibir esa comunicación como libre favor que se le concede contingentemente, sin posibilidad de calcularlo desde su propia naturaleza, o sea, como un don que no va transcendentalmente inherente a la autorrealización del hombre, aunque él está esencial y obligatoriamente abierto a tal comunicación de Dios mismo (por la -->potencia obediencial y el -> existencial sobrenatural) y, si la rechaza, cae en la perdición con todo su ser; 2ª, permanece (si bien en forma de absurdo y de condenación) incluso cuando el hombre se cierra a la comunicación de Dios. El «destinatario» de la comunicación divina, que ésta se antepone como condición de su venida, gratuita y hecha posible sólo por ella misma, en la teología católica recibe el nombre de -> naturaleza humana. De ahí que el concepto propiamente teológico de «naturaleza» no signifique un estrato de la realidad inteligible en sí mismo, experimentado solamente por nuestros propios medios (independientemente de una g. no experimentable), al cual se superponga una realidad superior, conocida por la revelación. «Naturaleza» es más bien aquella realidad que la comunicación divina por la que la creacion se antepone a si misma como su posible destinatario, de forma que, frente a éste, permanece lo que ella es: libre don del amor. Así, pues, la naturaleza, a diferencia de lo sobrenatural, es entendida como un factor necesario en un todo superior, que es experimentado en la g. e interpretado en la revelación. La diferencia entre -> naturaleza y g. debe entenderse partiendo de la primigenia unidad de la libre comunicación de Dios mismo como amor. Esa noción teológica de «naturaleza» tampoco implica (lo cual a la postre, es una tergiversación nominalista) que ésta coincide con el reino de lo experimentable. Más bien, mejor puede experimentarse lo que no es «naturaleza» (cf. p. ej., Gál 3, 1-5); y no es a priori evidente que el hombre haya de experimentar de hecho todo lo que forma parte de la naturaleza.

3ª. En este sentido, la g. de la comunicación de Dios es «sobrenatural», o sea, indebida al hombre (y a toda criatura), con anterioridad a su indignidad como pecador, de modo que no está ya dada con su esencia inadmisible (con su «naturaleza»), y, por tanto, Dios puede dejar de concederla al hombre (aunque, una vez ofrecida, éste se hace culpable si la rechaza). Es indebida como participación de una realidad que de suyo sólo pertenece a Dios y, además, lo es por la razón de que sólo puede recibirse si Dios concede gratuitamente la posibilidad para ello.

Además del concepto explicado de la «sobrenatural en sí mismo» o absolutamente sobrenatural, que supera la naturaleza, las «fuerzas» y las «exigencias» de toda criatura por la esencia del don mismo y no meramente por la manera de comunicarlo, la teología conoce la noción de lo «preternatural», es decir, de una realidad que sólo supera las exigencias de una naturaleza determinada (p. ej., del hombre a diferencia de los ángeles); o bien, de una realidad que, aun hallándose de algún modo en la dimensión (en el alcance, en las aspiraciones) de una misma o a la manera de conseguirla no puede ser exigida como patrimonio de la esencia (p. ej., exención de la concupiscencia, liberación milagrosa de una enfermedad, etc.).

3. Gracia sanante

Con lo dicho no se relega a segundo término o se desconoce la g. «misericordiosa» (que perdona). El hombre concreto se halla siempre - por sus meras fuerzas - en una doble situación inseparable: la de criatura y la de pecador. Para la experiencia concreta ambos componentes se condicionan y esclarecen mutuamente. La condición defectible de la criatura finita no es ya simplemente pecado, pero en éste sale aquélla inexorablemente a la luz; y la pecabilidad obliga al hombre irremediablemente a concebirse a sí mismo como criatura absolutamente finita, para la cual la misericordia divinizante de Dios es siempre y en todo caso g. suya. Esto significa que, en cuanto la g. divinizante es concebida al pecador y, como comunicación ofrecida por el Dios santo, implica en él el deseo de perdonar, y, como aceptada por la g., incluye el perdón de la culpa; esta g. es indebida por un nuevo concepto, por la razón de que se ofrece a quien es positivamente indigno de ella. Por eso no ha de maravillarnos que toda la doctrina tridentina sobre la g. justificante, aun cuando se refiera a la g. sobrenatural, no está concebida bajo el esquema de la «elevación» de una naturaleza, sino bajo el del perdón concedido al impío (Dz 790s 793-802). Lo cual significa que la necesidad propiamente dicha de redención tiene un alcance tan amplio y radical como la posibilidad de elevación del hombre a la vida de Dios.

Esta g. sanante, y con ello también la g. elevante en cuanto se da al hombre sometido al pecado original, es pura g. de Cristo (Dz 55 790 793s 811s etc.; ->redención). Además, puede defenderse plenamente que también la g. elevante del estado original (estados del ->hombre) fue g. de Cristo. Pues, en su cristocentrismo de la realidad entera, puede de todo punto admitirse que la creación y realización del mundo, en virtud de la gratuita comunicación de Dios mismo, de antemano fue querida por él como un factor de su donación a lo divino, la cual alcanza su cima, su esencia plena y su irreversibilidad histórica en el Dios-hombre; es más, la encarnación y la divinización del mundo por la g. pueden considerarse como factores, que necesariamente se condicionan entre sí, de este singular comunicación radical. Ambos factores son libres, pues toda esta comunicación es libre, sin que haya de mirarse uno separadamente del otro. Por proceder de Cristo, la g., incluso como divinizante, tiene un carácter eminentemente histórico y dialogístico, o sea, constituye una merced de Dios que (sin perjuicio de su esencia misma, que siempre se extiende ineludiblemente a todos los tiempos y lugares [cf. Dz 160b 1295 1356 1414 1518 etc.1) depende del «acontecimiento» de Jesucristo. Por eso reviste un carácter incarnatorio, sacramental y eclesiológico (-> Iglesia como cuerpo místico de Cristo, -->sacramento), e incorpora al hombre agraciado a la vida y muerte de Cristo.

4. Gracia increada y creada

Por el punto de partida adoptado es fácil comprender que la g. propiamente dicha (de la justificación), como estrictamente sobrenatural, es ante todo Dios mismo, que se comunica con su propia esencia: g. increada (cf. también --> trinidad, -> Espíritu Santo, -> misterio, -> justificación). Con ello queda excluida a limine una concepción cosificada de la g., que la pusiera a la disposición autónoma del hombre. La doctrina del concilio de Trento sobre la g. «inherente» (Dz 800 821), no es una proposición que trate de impugnar esto, o que, fuera formulada con la vista puesta en el problema de la distinción entre g. creada e increada (ésta también es mencionada: Dz 13 799 898 1013 1015); se propone solamente enunciar la verdad de que la justificación por verdadera regeneración consiste en la constitución de una nueva criatura, de un templo habitado realmente por el Espíritu de Dios mismo, de un hombre que está unido y sellado por el Espíritu y ha nacido de Dios; pretende afirmar que el justificado no sólo ha de considerarse justo en un «como-si» forense, sino que lo es verdaderamente (Dz 799s 821). Nociones como «inherente», «accidental», etc., pueden entenderse en este contexto independientemente de la cuestión de la distinción entre g. creada e increada. Pero, evidentemente, esas nociones hacen referencia a algo implicado en el concepto mismo de g., a saber, el hecho de que el hombre en sí se hace una criatura nueva por esta comunicación de Dios, o sea, la existencia de una g. «creada» y «accidental», que no se da automáticamente con la naturaleza del hombre, pero queda injertada en ésta.

Cómo haya que definir más exactamente la relación entre g. creada e increada, es un punto sobre el que no hay acuerdo en la teología católica. La g. creada puede entenderse: como presupuesto y consecuencia de la g. increada, que Dios comunica en una causalidad cuasiformal (como disposición material para la «forma», la cual, al comunicarse, produce previamente esta disposición, de modo que ambas realidades se condicionan en una causalidad mutua); o como un momento implicado en la g. increada (actuación creada por el acto increado: De la Taille). Pero también cabe entender la g. increada (lo cual se hizo usual desde el Tridentino, a pesar de su insuficiencia y de ir contra las últimas tendencias de Tomás [Dockx, etc.]) como mera consecuencia de la g. creada (considerando que la inhabitación del Espíritu Santo se da con la g. creada en cuanto tal). Sobre todos estos puntos no reina unanimidad en la teología católica. En todo caso, teniendo en cuenta Dz 2290 se puede sostener perfectamente que la g. increada es la primera g. y la que sostiene esencialmente todo el agraciamiento del hombre. Y esa g. increada es la única que hace inteligible la verdadera y estricta sobrenaturalidad de la gracia.

5. Gracia actual y habitual

a) Doctrina del magisterio

1º. Sobre la g. «habitual» de la justificación, cf. -> justificación, -> virtudes, -> Espíritu Santo, -> visión de Dios.

2º. Sobre la g. «actual». En el sentido que delimitaremos más exactamente en b) está definida la existencia de la g. actual, en cuanto es verdad definida, contra el -* pelagianismo y el semipelagianismo, la absoluta necesidad de la g. para toda obra salvífica (Dz 103ss 176ss 811ss). Como quiera que a estos actos saludables pertenece también, contra la doctrina del semipelagianismo, toda preparación (positiva) a la fe y justificación, síguese que la g. previene al hombre, sin merecimiento alguno, en su obrar salvífico (Dz 797; g. «preveniente»; sobre la cooperación con esta g. cf. después en 8). Ante el hecho de la universal voluntad salvadora de Dios, por un lado, y de la pecabilidad del hombre, por otro, puede concluirse la existencia de una g. ofrecida que no llega a hacerse eficaz, o sea, de una g. meramente «suficiente», cuya existencia está definida contra el -> jansenismo (Dz 797 814 1093 1295 1521 1791). De donde se sigue que la esencia de la g. no puede deberse exclusivamente a la omnipotencia irresistible de Dios (Dz 1359-1375). La distinción entre g. actual meramente suficiente y g. eficaz está fundada según la doctrina casi general (tanto del tomismo como del molinismo: -> gracia y libertad), en la elección de Dios, a pesar de la libertad humana para la aceptación o la resistencia (de lo contrario la perseverancia efectiva no sería g. particular de Dios: Dz 806 826). La g. actual es iluminación e inspiración (Dz 135ss 180 797 1521 1791). No es considerada solamente como gratuita (indebida) (Dz 135s 797s 801 1518), sino también como sobrenatural en el mismo sentido que la g. de la justificación (cf. Dz 1789ss), lo cual es obvio dada su absoluta necesidad (no sólo relativa o moral) para el acto saludable. Consiguientemente, no sólo consiste en circunstancias externas, dispuestas u ordenadas por la providencia de Dios, que favorecen el obrar religioso del hombre, sino que es también (concretamente en su totalidad) g. «interior» en el mismo sentido que la g. santificante.

b) Visión sistemática

Partiendo de la doctrina antipelagiana de la teología occidental sobre la necesidad de la g. para los actos saludables del hombre (bajo la modalidad procedente de Agustín: g. como inspiración del amor justificante), la g. es en primer lugar ayuda (concedida de modo permanente u ofrecida siempre por la voluntad salvadora de Dios) para el acto y, en este sentido, g. «actual» (aquí no se reflexiona sobre el «estado de g.» de los niños pequeños libres del reato del pecado original después del bautismo). No podemos exponer aquí la evolución de la doctrina en la baja y la alta edad media. Notemos de paso que el conocimiento del carácter sobrenatural de la g. se desarrolla como conocimiento de la g. «habitual» de la justificación. Y así inicialmente el acto salvífico se identificaba con el que está soportando por la justificación. Pero, en todo caso, este hecho y el de que hasta hoy no se haya logrado acuerdo sobre la cuestión de si para todo acto salvífico del justificado, además de la g. habitual, se requiere una gracia actual, sobrenatural y elevante, o por el contrario, para ello basta la g. habitual, muestran que el concepto de auxilio sobrenatural elevante no puede de antemano identificarse con el concepto de g. actual en la acepción casi universal de nuestros días. Este concepto es deducido de los actos sobrenaturales de preparación a la justificación. Sin prueba real se supone que tales actos no pueden ser puestos por la g. de la justificación previamente ofrecida (es decir, por una g. «habitual» que se va actualizando dinámicamente). Si aceptamos, además, la doctrina de los tomistas contra Molina, discutida pero totalmente razonable (e incluso mejor), según la cual la g. dada para el acto eleva también la «potencia» del hombre (a fin de que éste no sólo reciba, sino que además ponga el acto salvífico), podremos decir lo siguiente: La doctrina obligatoria de la Iglesia distingue entre la g. actual sobrenatural elevante y la g. habitual solamente en cuanto es una verdad segura que hay actos saludables del hombre no justificado, por los cuales él se prepara a la -->justificación con una g. preveniente, que es absolutamente necesaria. Si esta g. tan necesaria es lo mismo, o no, que la comunicación de Dios, mismo, la cual, al producirse, posibilita y sostiene también su aceptación; si, consiguientemente, esta g. habitual en el adulto se identifica o no con la comunicación misma de Dios como libremente aceptada, son puntos sobre los que no hay ninguna declaración del magisterio de la Iglesia, ni un consentimiento doctrinal. La distinción, en cuanto es obligatoria, tiene este sentido: la g. es «habitual» en cuanto la comunicación de Dios se ofrece permanentemente al hombre (desde el bautismo) y en cuanto (en el adulto) es aceptada libremente, y, por cierto, en diversa medida. Esta misma g. se llama «actual» en cuanto sostiene el acto de su aceptación (acto existencial y esencialmente graduado, realizable siempre de nuevo) y en él se actualiza a sí misma. Esa concepción corresponde también a la idea tomista del crecimiento de la gracia.

De ahí resulta que la división de todo el tratado de la g., usual después del concilio de Trento, en una sección sobre la g. actual y otra sobre la g. habitual, es muy extrínseca y no responde adecuadamente a la unidad y naturaleza de la única g., que diviniza la naturaleza, las potencias y la autorrealización del hombre. Todas las gracias actuales son el desarrollo dinámico de la única g. divinizante en los actos del hombre, bien como ofrecida (g. actual para la justificación), o bien como ya aceptada (g. actual para el mérito del hombre ya justificado). Sólo se distinguen entre sí por los distintos grados de aceptación existencial de esta g. única (g. para la mera fe, para la fe que espera, para el amor que integra en sí la fe).

6. La gracia como liberadora del hombre libre

A pesar del pecado original y de la concupiscencia, el hombre es libre (Dz 792s 798 814ss); asiente, pues, libremente a la g. preveniente o la rechaza libremente (Dz 134 140 160a 196 793s 1093 1095 1521 1791 2305). En este sentido hay que hablar de una recíproca cooperación (Dz 182 200 797 814). Pero esto no significa un «sinergismo» que divida en partes el efecto salvífico. Pues no sólo es g. de Dios la capacidad para obrar salvíficamente (el hábito infuso o la preveniente g. suficiente), sino también el mismo asentimiento libre (que tomistas y molinistas presupusieron como evidente per se en la controversia sobre la g., de suerte que la Iglesia no tuvo que decidirse por ninguno de los partidos; cf. Dz 176s 182, etc.). Así, pues, la g. misma libera nuestra --> libertad (formal) en su capacidad y acción para el obrar saludable, ella misma la cura, de suerte que la situación de esta libertad para dar a Dios el o el no, no es la de elección autónoma y emancipada (Dz 200 321s 325); más bien, cuando el hombre dice no, hace su propia obra; cuando dice libremente sí, debe atribuir a Dios este sí como don suyo.

7. Gracia sanante y gracia sobrenatural elevante

La doctrina sobre la distinción entre la naturaleza y la g. sobrenatural elevante, que agracia con la donación de Dios mismo, por un lado, y la doctrina sobre la concupiscencia (como incitación al ->pecado incluso contra la ley de la naturaleza), lo cual sólo puede ser vencida por una g. particular de Dios, sin que por eso el hombre no justificado peque de nuevo en cada acción, por otro lado, llevaron poco a poco a una distinción entre la necesidad de la g. para el deiforme acto salvífico y la necesidad del auxilio de Dios para la observación de la ley natural, entre la g. elevante y la sanante. Aunque esta distinción todavía no aparezca clara en el concilio de Orange (529) y no se resalte expresamente en el Tridentino, sin embargo está allí la doctrina sobre la función medicinal del auxilio divino (Dz 103 132 135 186s 190 806 832, etc.); puesto que este aspecto del auxilio divino se opone directamente al -> pelagianismo.

Lo mismo hemos de decir sobre la doctrina de que, a la larga, sin esta ayuda no puede observarse (ni se observa) la «substancia» de la ley natural. Por otra parte, como se debe mantener, contra los reformadores, Bayo y el jansenismo (cf. también --> agustinismo, B), que los no justificados pueden hacer actos saludables con ayuda de la g., y que por la ausencia (supuesta) de ésta no todo acto se convierte en un nuevo pecado (Dz 817s 1025 1035 1037 1040 1297s 1301 1395 1409 1523 etc.); se desprende como consecuencia que la absoluta necesidad de la g. salvífica para el acto saludable y el auxilio sólo relativo para el obrar moral dentro de la ley natural («acto honesto») no pueden ser simplemente dos aspectos de una sola y misma acción divina en el hombre, sino que el auxilio sanante y la g. sobrenatural han de distinguirse entre sí. Esto implica que el auxilio medicinal puede entenderse como externo, e igualmente la posibilidad de que en la teología católica todavía esté abierta la cuestión de si la g. sanante en cuanto tal (incluso como meramente suficiente) es o no indebida en todo caso, y de si ha de considerarse siempre como g. de Cristo. Sin embargo, la relación entre estos dos auxilios de la g. no queda completamente explicada con esta necesaria distinción.

Aunque es indiscutible la posibilidad de actos aislados puramente humanos en el terreno del conocimiento religioso (Dz 1785s 2320 2317) y la de un obrar conforme con la ley natural, no obstante, todavía puede disputarse libremente si de hecho se dan actos morales meramente «honestos», es decir, sin ninguna importancia positiva para la salvación, o si, por el contrario, todos esos actos, en el caso de que se den realmente, son también salvíficos en virtud de una g. elevante. La segunda sentencia (en el sentido de Ripalda o de Vázquez) no ha sido condenada por la Iglesia. La respuesta a esta cuestión depende ampliamente de la pregunta abierta sobre cuál es la -->fe (sin la cual no hay actos saludables ni justificación: Dz 1173 801 789 798) que se requiere como presupuesto y momento interno del acto salvífico. Si basta una fe «virtual» (en el sentido, p. ej. de Straub), son posibles la justificación en un -> bautismo de deseo y, por tanto, los actos saludables en todo hombre de buena voluntad (aun sin contacto con la revelación pública). Si se le reconoce también a la g. elevante una eficacia psicológica, es decir, si ella en todo caso lleva consigo, según la doctrina tomista, un nuevo horizonte de conocimiento (un objeto formal propio, aunque no aprehendido reflejamente), y si este nuevo horizonte sobrenatural de conocimiento, dentro del cual se aprehenden objetos morales y religiosos que de suyo son de orden «natural», puede considerarse como una especie de auténtica revelación divina («transcendental») y en este sentido como fe (sin que medie una afirmación refleja); en tal caso el problema admite una solución más fácil: en virtud de la g. elevante que se ofrece como consecuencia de la universal voluntad salvífica de Dios, todo acto radicalmente moral se realiza bajo un horizonte sobrenatural de inteligibilidad, y así siempre es también fe (en una manera «transcendental») y, por una y otra razón, acto salvífico, de forma que todo acto moral (honesto) es de hecho también una acción salvífica. Pero si esto es así (lo cual concuerda con el optimismo salvífico del Vaticano ii [cf. Lumen gentium, n .o 16; Dei Verbum, número 221, puesto que él enseña la posibilidad de salvación y de fe incluso para aquellos que no han recibido el mensaje del Evangelio), síguese que la g. sanante puede considerarse en todos los casos como dinámica de la g. elevante y como un conjunto de circunstancias externas que acompañan a ésta, y por tanto es un factor en un acontecer de la g., que, en medio del cristocentrismo universal de la historia humana, por el amoroso propósito divino de comunicación a la creación, tiende a la realización de lo humano y cristiano en el hombre.

Karl Rahner

C) GRACIA Y LIBERTAD

I. El problema

1. El problema de la relación entre -> gracia y -->libertad es una cuestión interna de la teología católica. La cuestión surge de la dificultad de salvar simultáneamente dos datos reales: a) el hombre es realmente libre al poner un acto salvífico, pudiendo por tanto rehusar la g. ofrecida para tal acto; b) y, sin embargo, para ese acto salvífico necesita absolutamente la interna g. divina. Pero esta g. no logra solamente su efecto por el consentimiento del hombre, sino que de antemano tiene en sí la virtud de producir de hecho tal consentimiento. Dios podría denegar esa g. eficaz, sin que por ello el hombre quedara excusado cuando peca, puesto que también entonces es capaz de poner el acto saludable (mediante la g. «suficiente»).

2. La libertad humana y el soberano poder de Dios y de su gracia están atestiguados en la Sagrada Escritura. Pero el problema tiene además su importancia existencial: en lo relativo a la salvación el hombre no puede declinar su responsabilidad; y, sin embargo, cuando obra salvíficamente debe atribuir el mérito a Dios y reconocer que él le ha otorgado en su gracia no sólo la capacidad de obrar, sino también el obrar mismo.

3. El problema se amplía luego especulativamente en la teología, quedando formulado en esta cuestión: ¿cómo se comporta la acción de Dios (en su cooperación) con el acto libre del hombre (también con el acto naturalmente bueno y con el moralmente malo)?

II. El recto punto de partida para la solución del problema

1. Dado que Dios es el -> misterio, la relación entre Dios y el mundo es necesariamente misteriosa. En consecuencia sólo se puede hablar de él oscilando entre un doble enunciado dialéctico, propio del lenguaje análogo (-> analogía del ser).

2. La diversidad entre Dios y la criatura - a diferencia de cualquier otra dependencia causal intramundana - se caracteriza precisamente por el hecho de que la autonomía (el ser propio) de la criatura y su dependencia de Dios no están en proporción inversa, sino directa. La causalidad de Dios es la que produce la verdadera diferencia entre él y la criatura, la que crea la realidad autónoma con su propio ser. Esta relación de índole transcendental, y no categorial (que sería totalmente diversa), alcanza su punto culminante en la relación entre Dios y el ser libre junto con sus actos libres. El origen transcendental del acto libre en Dios implica precisamente su posición como tal acto libre, su entrega a la criatura para que lo reciba bajo su propia responsabilidad. Este radicalismo de la más auténtica creación, en la que toda creación alcanza su sentido, es el misterio de la «coexistencia» entre Dios y criatura libre, misterio que no puede desentrañarse ulteriormente.

III. Intentos clásicos de solución

Todos tienen de común el querer esclarecer el misterio de esta relación recurriendo a un tercer elemento (ideal o real), distinto de Dios y de la acción libre, a base del cual se proponen mediar entre la soberanía de la g. y la autonomía de la libertad.

1. El tomismo de Báñez (it 1604)

Él apela a Tomás. Pero se disputa sobre la legitimidad de esta apelación, pues algunos creen descubrir rasgos escotistas en su doctrina. El núcleo de la misma está en la concepción metafísica acerca de la necesidad y naturaleza de la «premoción física» en todo acto de la criatura (no sólo en el positivo acto salvífico). Según esta doctrina, para que la criatura pueda pasar de la potencia al acto, tiene absoluta necesidad de una «premoción», que consiste en una entidad creada pasajera, producida por Dios solo. Esta moción previa es diferente de Dios (y de su influjo causal en el acto de la criatura), y es también diferente de la potencia y del acto de la criatura. Sin embargo, determina infaliblemente este acto, en su esencia y en su realidad objetiva. Cuando se trata de un acto libre (bueno o malo), la premoción física mueve infaliblemente hacia este acto, anteriormente a la libertad del mismo.

En su predeterminación Dios elige una premoción concreta y así, en virtud de su propia elección absolutamente soberana, da a la criatura, o bien solamente el acto bueno, o bien solamente el acto malo, como acción libre de aquélla. Cuando esta promoción mueve por su propia naturaleza intrínseca el acto saludable positivo, se llama g. actual eficaz, en contraposición a la g. suficiente, que da la plena potencia, pero no el acto mismo.

Crítica: La tesis según la cual la causalidad transcendental de Dios por sí misma causa también el acto libre en cuanto tal, con todos sus aspectos positivos, y, por ser divina, precede «lógicamente» a la creada como su fundamento, es sin duda exacta y no puede impugnarse. Pero en cuanto la premoción física lleva aneja una entidad finita, distinta de Dios y de su acto transcendental (aunque causada por él), la cual distinguiéndose del acto libre de la criatura, lo determina infaliblemente y, sin embargo, lo causa como acto libre, se cae indudablemente en una contradicción: pues una realidad de naturaleza de ese acto, destruye la libertad de elección.

2. Molinismo

Según el molinismo, Dios conserva su libertad soberana frente a la libertad humana. Él puede dirigir esa libertad sin lesionarla según su beneplácito, porque en su ciencia media conoce el «futurible libre» en su realidad objetiva ideal. Dios sabe lo que cada libertad haría o hará libremente en cada situación que él hiciera o hará surgir. Por consiguiente, si Dios quiere obtener un determinado acto libre de la criatura, le basta con realizar la situación en la que por su ciencia media sabe que la criatura en cuestión pondrá libremente dicho acto determinado. Así, pues, con prioridad lógica al efectivo acto libre, Dios conoce y dirige mediante su ciencia media la libertad fáctica de la criatura, y esto sin violentarla, porque esta dirección se basa a su vez en el conocimiento de la libre decisión condicionadamente futura del hombre, cuya peculiaridad en cuanto tal no es determinada por Dios. Si Dios, en razón de su ciencia media elige y realiza una situación en la que el hombre obrará saludablemente, entonces esta situación es una «gracia eficaz» en sentido molinista, aunque intrínsecamente no se distinga de otra gracia meramente «suficiente» bajo la cual el hombre, hubiera podido obrar saludablemente, pero de hecho no obra así, cosa que Dios conoce ya antes de la decisión efectiva, por la ciencia de lo condicionadamente futuro.

Crítica: Esta solución del problema, excesivamente sutil, no responde a la cuestión acerca del origen de la realidad (aunque sólo sea ideal) del «futurible», que primariamente debe proceder de Dios. En el molinismo la ciencia divina depende de algo no divino, pues el futurible de la criatura libre no queda suficientemente fundamentado en Dios.

Si la posibilidad de la libertad real frente a Dios está fundada precisamente - sin verse por ello restringida ni amenazada - en su origen inmediato en Dios, consecuentemente no es lícito intercalar una mediación ideal o física entre la acción libre y Dios.

3. Otros intentos de solución

Algunos tratan de explicar la eficacia de la g. divina diciendo que ésta es indefectible, no como «premoción física», o sea, en su cualidad ontológica, sino como un impulso psicológico que, sin suprimir la libertad, es suficientemente intenso para dominar la concupiscencia. Así el -> agustinismo (B) de los siglos xvii-xviii. Otros intentos son un sincretismo de tomismo y molinismo, explicando en sentido molinista los actos saludables ¡niciales más fáciles (p. ej., el comienzo de la oración), y en sentido tomista los más difíciles. El agustinismo ofrece una concreta descripción existencial de la historia del corazón humano. Pero si concibe la g. eficaz de tal modo que en su propia índole psicológica Dios pueda conocer infaliblemente cómo ha de reaccionar ante ella la libertad, entonces el sistema presupone una g. que no deja ya al hombre libre. Los sistemas sincretistas (Tournely, Alfonso de Ligorio) se ven envueltos en la problemática de los otros sistemas sin tener sus ventajas.

IV. Problemas especiales

El problema de la relación entre la g. absolutamente eficaz por parte de Dios, en virtud de la cual él domina sobre la libertad permanente de la criatura, por un lado, y esa libertad misma, por otro, en los «sistemas de la gracia» está vinculado con la cuestión de la -+ predestinación. La g. eficaz elegida por Dios en virtud de la ciencia media puede ser elegida, o porque él quiere absolutamente la salvación de este hombre determinado (predestinación anterior a la previsión de los méritos en el congruismo molinista de Suárez), o independientemente de esta voluntad absoluta (simple molinismo, con una predestinación absoluta a la bienaventuranza tan sólo por la previsión de los méritos). El tomismo bañeziano entiende su sistema siempre bajo el presupuesto de una predestinación a la gloria con anterioridad (lógica) a la previsión de los méritos, ya que éstos quedan constituidos por primera vez en virtud de la elección divina de la gratuita promoción física.

Crítica: La cuestión de la predestinación a la bienaventuranza antes o después de la previsión de los méritos está sin duda mal planteada. Esto se manifiesta ya en el conflicto que surge en la predestinación a la condenación. Esa predestinación, entendida como repulsa positiva con anterioridad al pecado, es rechazada por la Iglesia como --+ calvinismo herético (Dz 816 827). El Dios absolutamente transcendente, en su originario acto absoluto, radicalmente uno, quiere el mundo con toda su multitud de momentos que se condicionan mutuamente. Dios quiere también el orden objetivo de ese mundo. Es inútil fingir una pluralidad de decretos en relación con los diversos ámbitos particulares. De dicho acto originario procede el mundo entero con sus estructuras necesarias y las libres.

V. Conclusión

1. Los esfuerzos de los sistemas de la g. por esclarecer la relación entre la omnicausalidad divina y la libertad creada, distinguiendo ambas dimensiones como dos realidades entre las cuales hay que hallar una «concordancia», no conducen a resultados satisfactorios, como lo muestra el hecho del estancamiento de esta controversia teológica a partir del siglo xviii.

2. Hemos de decir que aquí se intenta ir más allá de un punto en el que es necesario detenerse, no por pereza mental o por escepticismo teológico, sino porque en principio hemos de considerarlo como punto límite. La relación entre Dios y criatura es un originario dato ontológico que no puede descomponerse ulteriormente. En la originaria experiencia transcendental de la referencia del hombre a Dios como misterio incomprensible, están dados los dos momentos: la autonomía y la procedencia de Dios. Puesto que esta experiencia apriorística, como condición de la posibilidad de una existencia personal en el conocimiento espiritual y la libertad, es el dato más originario del espíritu (aunque la reflexión explícita sobre eso se produzca tardía e imperfectamente), y puesto que ella culmina en la experiencia de la autonomía de la libertad y de su origen en otro, la relación Dios-libertad ha de tomarse como un primer dato originario, el cual ya no se funda en algo anterior desde donde pudiera esclarecerse, del mismo modo que una vez conocido Dios a partir del mundo, no cabe decir que conocemos nuevamente el mundo desde Dios.

No cabe poner en duda dos hechos seguros porque no podamos, o bien explicar el uno del otro, o bien deducirlos de un tercero, o bien mostrar un tercer cómo y por qué de su coexistencia. Tales hechos son la procedencia total de Dios y la libertad autónoma.

3. Algo parecido hemos de decir sobre la acción moralmente mala (-> pecado y culpa). Ésta es ineludiblemente nuestra acción y, sin embargo, todo lo que en ella requiere un origen procede de Dios. Pero el acto bueno y el malo, el bien y el mal, ni en el plano moral ni en el ontológico son dos posibilidades completamente iguales de la libertad. El -> mal, tanto en el origen de su libertad como en su objetivación, es menos ser y menos libertad. En este sentido puede y debe decirse que el mal, en su deficiencia como tal, no requiere ninguna procedencia de Dios. Esta observación no resuelve el problema de la relación entre Dios y el mal uso de la libertad, pero muestra la posibilidad de reservar a la criatura sola algo que, ni puede derivarse de Dios (como la acción buena), ni ha de devolverse a él con gratitud como g. suya.

4. Para entender realmente el problema «gracia y libertad», para dejarlo de lado y aceptarlo, es preciso volver a la actitud del orante. Él recibe lo que es y lo devuelve a Dios, tomando la aceptación como momento del don mismo. Por adoptar esta posición del orante (con lo cual se acepta la «solución» del problema) no se cae en ninguna petitio principii ni se emprende la fuga. Con ello se acepta simplemente lo que es ineludible: la unidad de lo real y lo originario, es decir, la criatura, que crea con libertad, y en el acto de crear es creada como gracia.

Karl Rahner

 

D) TRATADO TEOLÓGICO SOBRE LA GRACIA

I. Esencia y división

1. El tratado sobre la g. es la parte de una antropología de la g. que se ocupa del hombre redimido y justificado. Así pues, este tratado, debidamente entendido, no debe hablar en abstracto de la g., sino del hombre agraciado. Pues si la realidad del hombre no es mirada en todas sus dimensiones, la noción de g. se queda en la abstracción formal de una «experiencia» de la esencia del hombre, o de una ayuda moral para su vida ética, presentada también muy en abstracto. Pero, de este modo, no se sirve suficientemente a la predicación, ni se está a la altura de la teología bíblica, que suele hablar de la g. mucho más en concreto. Esta parte de una antropología, de la antropología relativa al hombre redimido y justificado, tiene naturalmente su lugar después de la -> cristología y la -> eclesiología, pues en estos tratados se describen la causa, la condición previa y la situación del hombre santificado. Si el «estado de redención» del hombre (como «existencia» análogo a la situación de pecado original y anterior a la -> justificación) ha de exponerse ya en la soteriología o sólo en el tratado de gratia, es cuestión secundaria. Este tratado ha de ser sobre todo una doctrina sobre la gracia que diviniza y perdona al hombre (con su ser y obrar) en todas las dimensiones (u órdenes) de su vida. Incluye, pues, la doctrina sobre las virtudes teologales como un componente necesario; y, en su conjunto, constituye aquella base dogmática que es esencial para una originaria teología moral dogmática (cf. la caracterización de una teología moral actual en el Vaticano ii, Optatam totius, n .o 16).

Puesto que, en último término, la g. es la comunicación del Dios absoluto a la criatura, y esta comunicación tiene también una historia, que alcanza su culminante punto escatológico e irreversible en Jesucristo, al que de antemano tiende siempre, y por quien es determinada y sostenida en su totalidad desde el principio, síguese que, en la teología del hombre redimido y justificado (santificado) por la g., entra también la doctrina del hombre también justificado así que se halla antes de Cristo (aunque es justificado por él) o que «en parte sólo aparentemente) se halla fuera del ámbito adonde ha llegado el mensaje histórico del cristianismo sobre la salvación eterna (cf. estados del -> hombre, voluntad salvífica de Dios [en -> salvación], historia de la -> salvación).

2. Los temas esenciales del tratado sobre la g. son los siguientes:

a) La comunicación trinitaria de Dios mismo al hombre en su estructura esencial, la cual, como acto fundamental de Dios sobre lo no divino, abarca y a la vez distingue la ->naturaleza (-->creación), como su propio presupuesto creado por ella misma, y la gracia, el orden supralapsario (g. de Dios en el estado original, que ya era también cristocéntrico) y el infralapsario (después del pecado [->pecado original], que la g. sólo permitió con miras a su victoria incondicional).

b) Partiendo de este concepto fundamental ha de explicarse la noción de g. sobrenatural de la justificación (g. increada y, en dependencia de ella, g. creada). Pero eso no ha de hacerse mediante una mera abstracción formal y una reducción a la intimidad subjetiva de cada individuo (perdón de los pecados, inhabitación de Dios, filiación, santidad). Más bien, ha de ponerse de relieve el carácter cristológico de esta g. (como dinamismo para participar en los misterios y en la muerte de Cristo) y su naturaleza infralapsaria (g. constantemente amenazada, que ha de vencer siempre de nuevo y cada vez más superando la -> concupiscencia). Hay que ver además esta g. de la justificación como divinización y redención (liberación) de todas las dimensiones de la existencia humana, es decir, hay que elaborar el carácter individual y el colectivo (eclesiológico), el antropológico y el cósmico (g. como transfiguración del mundo) de la g. Hay que pensar la g., de acuerdo con las dimensiones transcendentales del hombre, como verdad, amor y belleza.

c) Con esto ha de enlazarse la doctrina sobre la actualización de la g. sobrenatural en la relación dialogística entre Dios y el hombre, libre por ambas partes (y, por tanto, nuevamente libre por parte de Dios: g. «eficaz»). Esta sección debe comprender por su naturaleza: LO, la doctrina sobre la g. «actual» en su esencia formal y en su relación con la g. de la justificación; 2.°, la vida justificada en Cristo bajo sus aspectos formales (gratuidad de la g. incluso en el desarrollo dinámico de la justificación; carácter oculto de la g. y experiencia de la misma; libertad bajo la g., y liberación de la libertad por la g.; la g. como liberación de la ley) y en sus dimensiones materiales (la doctrina sobre las --virtudes teologales y motales, y sobre sus actos); 3 .0, el comienzo (proceso de la justificación), el crecimiento (-->mérito) y la vulnerabilidad permanente de la vida divina (condición pecadora del justificado; pérdida de la g.); 4°, el lado eclesiológico y la misión en el mundo de la vida de g. (-> carismas); 5.% la perfección de la vida de g. (--> mística, conformación en la g, -> santidad, --> martirio).

II. Historia de la teología de la gracia

1. Los padres apostólicos y los teólogos de los dos primeros siglos repiten la doctrina de la Escritura, ora recalcando sobriamente, las exigencias morales, ora aplicando inicialmente la terminología helenística de la «divinización». Se inicia también (Pastor de Hermas, Tertuliano) una primera reflexión teológica sobre la posibilidad de una pérdida y recuperación de la gracia bautismal.

2. La primera gran «controversia sobre la g.» tiene que desarrollarse en los siglos ii y iii contra el -> gnosticismo, es decir, contra su teoría de la divinización, que es particularista, ajena a la historia y «física», y así elimina la libre aceptación de la libre g. divina por el hombre, introduciendo una historia cosmológica de Dios mismo (Ireneo).

3. La alta patrística griega (desde Orígenes) desarrolla una doctrina de la g. partiendo de su concepción trinitaria: puesto que el Espíritu es verdaderamente Dios, el hombre queda realmente divinizado; y puesto que el hombre (sin pasar a ser Dios) queda verdaderamente divinizado, el Espíritu tiene que ser verdaderamente Dios. Como, por la encarnación del Logos divino, Dios se insertó definitivamente en el mundo, la doctrina griega sobre la g. se caracteriza por un optimismo salvífico. Los padres griegos tienen también que defenderse contra una especie de «actualismo» en la doctrina de la g. que la identifica con una entusiástica experiencia mística (mesalianismo), pero conocen una mística del Logos, que introduce gradualmente al hombre en el misterio incomprensible de Dios.

4. La doctrina occidental sobre la g., de un lado, se interesa menos por una divinización intelectual y sus aspectos cósmicos, y tiene una orientación más bien moral; y de otro lado, en la lucha contra el -> pelagianismo asume un matiz histórico-salvífico e individual. La g. es la fuerza inmerecida para amar a Dios, que, por libre predestinación, arranca a algunos hombres, pecadores desde la caída original, de la massa damnata de la humanidad y de su egoísmo, libera su libre albedrío esclavizado por el pecado y los hace así aptos para la fe que obra por la caridad (Agustín). En sus escritos teóricos de polémica, Agustín no conoce ya una universal voluntad salvífica infralapsaria por parte de Dios. En cambio, él es el gran doctor de la Iglesia sobre el pecado original y la gratuidad de la g. y de la predestinación para la gloria, así como sobre una psicología de la gracia.

5. La baja patrística (manteniendo substancialmente la doctrina de la g. de Agustín y del concilio de Orange: Dz 178-200a) y la primera edad media, en lucha contra un predestinacionismo, superan la doctrina de una voluntad salvífica de Dios meramente particular, la cual, con anterioridad a toda culpa, excluiría positivamente a muchos de la salvación eterna (Dz 160a 300 316-325). La alta escolástica, echando mano de una nueva terminología filosófica (aristotélica: hábito, disposición, accidente), precisa la esencia de la g. justificante, del proceso de la justificación y de las virtudes teologales, y elabora lentamente el concepto de la estricta sobrenaturalidad de la g. salvífica, frente a la gratuidad meramente relativa de la g. para el pecador.

6. Contra la teología de la reforma (-> protestantismo, B), del -> bayanismo y del -> jansenismo, hubo que defender (sobre todo en el concilio de Trento) la libertad del hombre bajo la g., la real renovación interna del hombre por la g. «habitual», su estricta sobrenaturalidad (por primera vez después de Trento, contra Bayo) y la universal voluntad salvífica de Dios (contra Calvino y Jansenio). La «controversia de la g.» sobre las teorías concretas acerca de la conciliación de la libertad del hombre con el poder de la g. eficaz en sí misma (Molina, Báííez), quedó sin decidir en 1607 (Dz 1090 1097) y así prosigue hasta hoy. Ha quedado igualmente abierta hasta hoy la cuestión, nuevamente tratada bajo el influjo de la patrística griega desde Petavius (j 1652), de si a la g. santificante va aneja una relación peculiar, no solamente «apropiada», con cada una de las personas divinas. La actual teología se esfuerza por aplicar conceptos personalistas a la doctrina de la g. (-> personalismo), por lograr la unidad de naturaleza y g., sin oscurecer su distinción, y por una mejor inteligencia de la doctrina bíblica de la g. y de la teología de la reforma.

Karl Rahner