C) ÉTICA TEOLÓGICA

 

I. En el catolicismo --> moral, A y B

II. En el protestantismo

 

1. La é. de la teología protestante ofrece a primera vista un cuadro carente de unidad. El interés específicamente ético de la reforma protestante se manifestó ante todo en forma polémica contra la expectación de merecimientos por las buenas obras y, por razón de la desconfianza en las fuerzas del hombre para amar a Dios y cumplir su voluntad, como protesta contra «la imaginada santidad propia»; pero fue siempre secundario frente al interés dogmático. La separación entre dogmática y é. por primera vez desde G. Calixt (1586-1656), significa una tardía aparición de la é. como disciplina especial. En adelante vinieron a sostenerla otros elementos anteriores a la reforma, sobre todo por las repercusiones posteriores del aristotelismo «ético» de Ph. Melanchthon.

Sin embargo, el punto de apoyo del pensamiento ético ha de buscarse claramente (y no sólo de un modo negativo) en las buenas obras (bona opera). Su necesidad nunca fue discutida, y se rechazaron clara y decididamente fórmulas extremas, como la tesis de N. Amsdorf sobre el «carácter perjudicial» de las obras buenas (porque oscurecerían la pura gracia de la justificación sola fide). Cierto que la ley de Dios, de vigencia universal, precede al evangelio; pero sólo el regenerado puede hacer buenas obras. La moralidad cristiana en sentido propio no es sillar o base, no es causa de nuestra justificación, sino su fruto. Tiene carácter «posterior». Clásica expresión de esta posterioridad es el artículo vi de la Con fessio Augustana: De nova oboedientia, en que se describen las buenas obras como frutos de la fe. Pero, evidentemente, junto a este nacimiento por así decir espontáneo de las buenas obras, aparece un debet, en el cual actúa el mandado de Dios, que dirige e instruye. El Catecismo de Heidelberg (1563), el más popular de los símbolos escritos de los reformados, trata todo el complejo de la moralidad dentro del marco de los mandamientos divinos en la tercera parte, «sobre el agradecimiento», y confirma así el carácter consiguiente de la é. En la pregunta 86 se halla incluso la doctrina especial calvinista del syllogismus practicas, en virtud del cual «estamos ciertos de nuestra fe por sus frutos».

2. En el siglo xix, la é. protestante se amplió hasta convertirse muchas veces en una doctrina formal de la cultura. El primer paso fue dado por F. Schleiermacher, que, junto a su é. filosófica, por una parte, y a su doctrina de la fe, por otra, puso una gran é., Die christliche Sitte (ed. póstuma de Jonás, 1843), donde se expone una teoría grandiosa y moderna sobre la familia y la sociedad, el Estado y la Iglesia. A él se unió R. Rothe, de Heidelberg, con su Ética (5 t., 21867-1871), que es un sistema especulativo con un procedimiento inverso, pues la dogmática queda incorporada a la é. En estas obras de amplia influencia, a las que también se podría añadir la del obispo danés Martensen (3 t., 1871-78), no sólo se inicia en sus rasgos esenciales la actual é. social, sino que se funda además la era clásica del muy discutido «protestantismo cultural», cuya época terminó entre las tormentas de la primera guerra mundial.

La é. teológica protestante actualmente vigente puede dividirse, si nos arriesgamos a un cuadro de conjunto, en cuatro grupos. Todavía cabe percibir la influencia de la é. de Kant, que W. Hermann (cf. bibl.) ligó fuertemente con temas de la doctrina de Lutero sobre la ley. Siguiendo sus huellas, muchos teólogos protestantes ponen francamente en tela de juicio la autonomía de una especial é. cristiana, y ven la esencia de lo moral en una exigencia inmediatamente válida que afecta a todos los hombres, hacia la cual les dirige también el evangelio (Gogarten, Logstrup). Junto a este -p kantismo, que hoy se defiende preferentemente dentro de una teología existencial, hay que mentar como segundo grupo un biblicismo ajeno a todo espíritu crítico. Entre todas las tendencias, ésa es la que menos se deja influir filosóficamente, pues se orienta sin más por los mandamientos de Dios, tal como están consignados en la Escritura y hallan aplicación en las distintas circunstancias de la vida, como el matrimonio y la familia, el pueblo y el Estado, la comunidad cristiana y el mundo del trabajo. Esta línea de é. protestante se caracteriza por su oposición a todo influjo del pensamiento filosófico, por una gran sencillez en su sistema y por un predominio de los problemas de é. social (A. de Quervain, H. van Oyen, H. G. Fritzsche). Un tercer grupo toma como punto de partida de su pensamiento ético la ley dada por Dios a la creación. Esta ley puede reconocerse en los «órdenes» de la vida humana, y es confirmada por la ley revelada. Ella nos obliga a responder de nuestro comportamiento (P. Althaus, W. Elert, W. Künneth) y establece como criterio supremo el concepto de justicia, que alcanza su plenitud mediante un contenido teológico (E. Brunner). Esta é. protestante, fundamentalmente conservadora en su concepción social, se distingue por cierta tendencia a pensamientos de derecho natural, aunque falten en ella notas decisivas del tradicional derecho natural (confianza en el conocimiento racional, interpretación autoritativa), y su horizonte esté caracterizado por la doctrina de la ->ley y el evangelio. Finalmente hay que mencionar, en cuarto lugar, a K. Barth y su influyente escuela. Barth mismo ha incorporado totalmente la é. a su Dogmática eclesiástica (cf. bibl.).

La dialéctica luterana de ley y evangelio no tiene en él cabida alguna. Con toda su grandiosa naturalidad en las cuestiones particulares, se trata de una é. del reino de Cristo, que no tiene por qué estar en tensión con la é. extracristiana, pues en la cristología de Barth, abierta o secretamente, todo el mundo se halla ya sujeto a Cristo. Si la é. de los «órdenes» vuelve la vista a los orígenes de la creación, esta é. cristológica y hasta cristocrática mira a un futuro, válido ya, en que imperará la «ley de Cristo» (E. Wolf en la teoría del Estado; O. Cullmann; W. Schweitzer; también H. Soe).

En estos grupos, que, naturalmente, no excluyen múltiples influencias mutuas, se esconden importantes cuestiones objetivas, que están en conexión con la discusión dogmática dentro de la teología protestante. Tres son los principales sectores de problemas que aquí operan: a) ¿La é. teológica tiene que reconocer la é. filosófica, p. ej., sus análisis de la existencia y el hecho de una «evidencia ética» con validez universal (así Ebeling, Logstrup, Trillhaas), o excluirla por razón de su pureza y del exclusivismo del principio de la revelación (biblicismo y escuela de Barth en el más amplio sentido)? b) ¿Puede fundarse la é. en la unidad y uniformidad objetiva de la «palabra de Dios», o precisamente la é. descubre la dialéctica entre ley y evangelio, la compenetración y tensión entre el orden antiguo y el nuevo, entre la ley del mundo y el mandamiento del amor (la conocida doctrina luterana de los dos reinos)? Estos problemas se ventilan sobre todo entre la é. marcadamente «luterana», de una parte, y la é. biblicista de los reformados y la influida por Barth, de otra parte. c) Frente a una é. de los órdenes, que tiende a la estabilidad del pensamiento y está al servicio de un espíritu fundamentalmente conservador,. en la é. protestante también hay representantes de una «é. de situación», que apunta al profundo cambio de los hechos ético-sociales del mundo moderno (H: D. Wendland; W. Schweitzer) y busca la solución de los problemas éticos, partiendo de los casos límite (H. Thielicke).

3. La libertad de discusión, audazmente aprovechada, fue siempre el orgullo y también la fuerza de la teología protestante. En materia de é., los claros principios de la época de la reforma marcan más un elevado objetivo que un límite al trabajo sistemático, a la investigación de la realidad, al influjo a veces inconsciente de la filosofía vigente, y a la exploración de la palabra bíblica. Así, los puntos comunes que, dentro de toda su variedad, se imponen en la moderna é. protestante, pueden por de pronto describirse sin escrúpulos en algunas tesis negativas. Esto es una ayuda para caracterizar el matiz «confesional» de la é. protestante; la interpretación positiva de las tesis no resultará difícil para quien tenga buena voluntad. a) Junto al mandamiento divino y a la intuición racional, la é. protestante no conoce una norma «eclesiástica» de moralidad. La Iglesia, la comunidad de Jesucristo, es desde luego un tema importante de é, cristiana, pero no tiene que proponer verdaderas normas de conducta moral. Los principios morales vigentes en la Iglesia protestante, nunca pueden pretender el carácter de «mandamientos de la Iglesia», tanto más por el hecho de que fuera de la palabra de Dios, creída concordemente en los símbolos de fe, no hay en el protestantismo una superior instancia docente. b) A pesar de la convicción de que los mandamientos de Dios tienen validez para todos los hombres y de que Dios imprimió su voluntad en la creación, no hay en la é. protestante una doctrina bien desarrollada sobre el -. derecho natural. Éste, como cuestión del «derecho en el derecho», es un problema siempre vivo, pero no constituye una instancia a la que en definitiva se pueda apelar claramente en la é. protestante. c) La é. protestante ha rehusado siempre ocuparse de casuística. Esto se debe a que ella no quiere ni puede ser una é. meramente «legal», o sea, que prescribe una acción determinada. Pues, en efecto, el espíritu cristiano de amor a Dios y al prójimo puede manifestarse de modo distinto en diversas situaciones e incluso en acciones opuestas. Ahora bien, la variedad de situaciones no puede encerrarse en un sistema. Así se explica en la moderna é. protestante la tendencia a desarrollar una é. de actitud (é. del amor), que puede aparecer también en el sentido de Kant como é. del deber. d) Desde los comienzos de la reforma protestante se desterró de la é. todo afán de «méritos». Todo afán de ganar bienes, aunque se trate de bienes salvíficos, mediante las buenas obras, oscurece la pureza de la voluntad moral y pone en duda la majestad de la gracia divina. Sin embargo, la gratitud por haber sido admitido en la filiación divina, pide naturalmente el pleno servicio de la moralidad, «no por ansia de premio y reconocimiento, sino por agradecimiento y amor» (W. Lühe). e) Falta por principio en la é. protestante toda reflexión sobre los grados de moralidad. Ella no distingue entre moralidad superior y ordinaria, ni reflexiona sobre «grados» de lo moral, p.ej., sobre los grados de santidad. La unidad del bien es indivisible, y la buena voluntad o el amor a Cristo es sólo uno. El juicio sobre nuestros hechos y el valor de nuestro obrar están reservados, en sentido teológico, es decir, absoluto, exclusivamente a Dios. f) Si quisiéramos ofrecer categorías filosóficas de interpretación, se podría de hecho hablar de una moralidad autónoma, que, no obstante, incluye a la vez un elemento «heterónomo»; pues, si bien la conciencia del cristiano que obra moralmente no está sujeta a ningún hombre, sin embargo es totalmente «prisionero de la palabra de Dios». La moral protestante es «sencilla», lo cual explica la é. infantil de los biblicistas y las inagotables meditaciones sobre el decálogo en el catecismo y en la predicación. Esto no excluye, dada la multiforme riqueza de la peculiaridad protestante, que aparezcan considerables diferencias de estilo, como lo muestra la estrechez puritana en ciertas modalidades de la é. calvinista, en contraste con el disfrute agradecido de los dones terrenos del creador en el luteranismo. Además aquí se tiende a la fidelidad al mundo civil dentro de ciertos límites, mientras que allí opera el propósito de ordenar el mundo según el mandato de Dios y de poner al servicio de su gloria también las instituciones públicas.

BIBLIOGRAFIA: Bibliografía sobre ética teológica y sobre su historia desde 1900: W. Trillhaas, Ethik (B 21965) XI-XIV. - W. Herrmann, Ethik (1901, T 6 1921); E. Brunner, Das Gebot and die Ordnungen (1932, Z 41945); Barth KD 1/2, 11/2, 111/4; R. Niebuhr, An Interpretation of Christian Ethics (NY 1935); N. H. See, Kristelig Ethik (Kop 1942), A. de Quervain, Die Heiligung, Ethik, 4 vols. (Z 1942-56); D. Bonhoeffer, Ethik (1949, Mn 31956); W. Elert, Das Christliche Ethos (T 1949); W. Joest, Gesetz and Freiheit (1951, Gó 21956); H. van Oyen, Evangelische Ethik, 2 vols. (Bas 1951-57); Thielicke; F. Gogarten, per Mensch zwischen Gott and Welt (He¡ 1952,21956); P. Ramsay, Basic Christian Ethics (NY 1952); H. Wendland, Die Kirche in der modernen Gesellschaft (H 1956); H. van Oyen; RGL3 II 708-715 (bibl.); P. L. Lehmann, La ética en el contexto cristiano (Alfa Montev 1967); R. Mehl, Ética católica y ética protestante (Herder Ba 1972).

Wolfgang Trillhaas