COMUNICACIÓN SOCIAL,
MEDIOS DE
SaMun


I. Concepto e importancia

Medios de c.s. es el nombre que a partir del Vaticano II se da oficialmente en la Iglesia a los medios de comunicación de masas (mass media) y, en principio, a las técnicas modernas de información pública.

Este nombre, acuñado y divulgado por el decreto sobre los medios de comunicación social Inter mirifica del concilio Vaticano II, hace resaltar la función ideal que se atribuye a estos instrumentos de publicación. El concepto de comunicación indica que se trata de un proceso de mediación, de una acción de compartir con otra persona. Los hombres, al intercambiar entre sí lo que tienen, se prestan una ayuda mutua y, a la vez, se acercan y asemejan los unos a los otros. La comunicación libremente realizada y orientada hacia un fin determinado constituye una parte de la realidad social. El adjetivo «social» fue elegido conscientemente, en primer lugar para no tener que utilizar el concepto «masa», concepto que expresa una idea de despersonalización e irresponsabilidad; en segundo lugar para expresar que la comunicación transmitida mecánicamente alcanza a grandes sectores de la población, «incluso a toda la humanidad», y que debe ser considerada como uno de los principales factores de la socialización (cf. la encíclica Mater et Magistra, n. 58, y la constitución pastoral del Vaticano II Gaudium et spes, n. 25, 75). Por otra parte, hay que notar que en el concepto «medios de masas», utilizado normalmente, la palabra «masa» no expresa ni el comportamiento de los destinatarios ni el posible efecto degradante del medio; no indica más que la cantidad y la heterogeneidad del público.

Como características de los medios de c.s. se consideran, y con razón, la rapidez, la simultaneidad y el carácter universal tanto en el contenido como en la forma, características que son posibles gracias a la técnica moderna; pero más característica aún es quizá la heterogeneidad de los destinatarios (lectores, oyentes, expectadores), pues hombres de diferente civilización, profesión, destino, edad, sexo, raza y religión reciben al mismo tiempo las mismas informaciones. Aquí tenemos uno de los fenómenos característicos de nuestra civilización y decisivo para el futuro de la humanidad: la igualdad de oportunidades del hombre actual respecto a la -> formación; esta igualdad aumentará más aún en el futuro.

La radio y la televisión, en un grado mayor aún que la prensa, a pesar de que ésta dispone de una oferta casi ilimitada y de que tiene que adaptarse necesariamente a los diferentes niveles del público, nos proporcionan constantemente (a un precio módico y servidos a domicilio) unos bienes culturales que antes no estaban apenas al alcance de nadie - o solamente a un precio muy elevado -y que se hallaban reservados exclusivamente a una clase social privilegiada.

En el contexto general de la urbanización y de la industrialización, los medios de c.s. son expresión e instrumento de la llamada cultura de masas. Como los bienes culturales pueden ser producidos y almacenados industrialmente (cintas magnetofónicas, discos, etcétera), se han convertido en objeto comercial y bienes de consumo. Desde este punto de vista, respecto a los llamados bienes culturales nos encontramos nosotros mismos dentro de una civilización de consumo. Pero esta situación responde a una necesidad latente en cada uno de los hombres (cf. a este respecto, W. BENJA1vIIN, Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit, F 1963 ).

El progreso de la técnica electrónica, cuyo campo de aplicación más inmediato será la transmisión mundial de programas de televisión y de periódicos enteros a través de satélites para noticias, hará que esta civilización de masas adquiera una amplitud y una densidad que por ahora no podemos sospechar aún. Las noticias más diferentes, y en un número cada vez mayor (informaciones y comentarios, ciencias y datos, obras de teatro radiadas y televisadas, etc. ), serán percibidos al mismo tiempo por un público tan numeroso como heterogéneo en su visión del mundo.

En el plano de la información o del espectáculo encontrarán los hombres la condición previa para la unidad. Pero ¿qué uso harán de ella? La misma noticia provoca diversas reacciones, aquí aprobación y alegría, allí desaprobación y tristeza. En lugar de acercar a los hombres entre sí, podría tener el efecto contrario. Y sin embargo, confiamos en que esta comunidad de destino que es la humanidad poco a poco se irá haciendo cada vez más consciente, y en que la solidaridad entre los hombres no quedará reducida a una esfera superficial, sino que se convertirá en un compromiso por un mundo más justo, más libre y de más hermandad. Para la humanidad esto constituye casi una necesidad biológica.

Cada vez que el «homo faber» descubría nuevas herramientas de trabajo, estaba creando nuevos medios de destrucción o de perfección. Y en esta mutua sucesión de fases ascendentes y descendentes en el curso de la evolución, la humanidad no sólo no ha sucumbido sino que ha hecho algunos avances; actualmente, la humanidad tiene tales instrumentos de poder sobre la materia, sobre el conocimiento y sobre la conciencia, que ella se encuentra ante una decisión radical: «El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado y que pueden aplastarle o salvarle» (Gaudium et spes, n. 9).

Con los medios de c.s. puede el hombre «dirigir una llamada directa al conocimiento y a la libertad del individuo». La situación del hombre en general, así como el destino de la humanidad están confiados a la conciencia del cristiano y a la misión de la Iglesia, cuya más noble tarea es servir al hombre. «La comunidad de los cristianos se siente íntimamente unida al género humano y a su historia» (Gaudium et spes, n. 1). La postura que la Iglesia ha adoptado frente a los medios de c.s. (prensa, cine, radio, televisión y otros) es actualmente positiva e incluso optimista. Las palabras con que comienzan los documentos eclesiásticos más importantes publicados en los últimos años sobre este tema, son una prueba de esto. La encíclica de Pío xii sobre cine, radio y televisión, del 8-9-1957, comienza con las palabras Miranda prorsus (el avance admirable), y al principio del decreto conciliar sobre los medios de c.s., del 4-12-1963, tenemos las palabras: Inter mirifica (Entre los maravillosos inventos). Por tanto, la postura de la Iglesia frente a la ciencia y a la técnica no es de desconfianza ni de indiferencia, sino más bien de admiración. Pero la Iglesia no se queda simplemente en esto; ella va más allá y se interesa ante todo por la función social de los medios de c.s. y por el mensaje que estos medios nos transmiten.

El decreto Inter mirifica fue publicado al final de la segunda parte del Vaticano ir. Este documento fue cada vez objeto de mayor discusión en el aula, aumentando al mismo tiempo los recelos contra él. En la última votación fue aprobado con 503 votos en contra. Sus puntos débiles obedecen fundamentalmente, según opinión general, al hecho de que, después de la primera discusión, se les obligó a los redactores a que se atuviesen al contenido de un texto redactado durante la fase de preparación del Concilio. Por tanto, no pudieron tener en cuenta el cambio de perspectivas en la postura que la Iglesia adoptó frente al mundo, frente a las realidades terrenas, frente al apostolado y frente a la actividad del mundo; cambio que se había producido ya al final del segundo período conciliar.

A pesar de estos defectos hay que tener en cuenta los elementos positivos y dinámicos de dicho documento: el valor intrínseco que tienen estos medios por el servicio que prestan al hombre y al progreso de la humanidad; el derecho a obtener información; el papel de la autoridad pública, que no solamente debe proteger y fomentar la moralidad, sino también la libertad; el derecho a poder tomar personalmente una decisión y, por tanto, a una educación para la libertad; el respeto al carácter peculiar del respectivo medio de c.s.; la integración de estos medios en la --> pastoral ordinaria de la Iglesia; una definición amplia del trabajo de la prensa católica; la crítica a la superficialidad y, por tanto, la exigencia de una gran preparación, etcétera. Este decreto, que tiene 24 parágrafos, está dividido en dos grandes partes: la doctrina de la Iglesia (n. 3-12) y la actividad pastoral de la Iglesia (n. 13-22), con una introducción (n. 1-2) y una conclusión (n. 23 y 24). En la conclusión se anuncia una instrucción pastoral sobre los medios de c.s. La comisión papal, para los n•edios de c.s., prevista en el número 19 del decreto conciliar, fue creada por el motu proprio In f ructibus multis, del 2-4-1964. La comisión está unida al secretariado de estado y cuenta también con seglares entre sus miembros y consultores.

II. Aspectos teológicos

Pero estos medios de c.s., en su propia naturaleza técnica y en su significado humano, incluso prescindiendo de su uso eclesiástico como instrumentos para extender el evangelio, ¿pueden ser considerados bajo una perspectiva teológica? Vamos a intentar dar una respuesta en tres puntos.

1) Toda actividad que haga posible y facilite la comunicación entre los hombres, nos hace partícipes de la bondad de Dios, que ha destinado sus bienes a todos los hombres. Por tanto, la comunicación tiene un carácter cuasi-religioso. Pío xii en su Enc. Miranda prorsus dio la siguiente fundamentación: «Dios, sumo bien, difunde sin cesar los dones entre los hombres, a quienes rodea de especial solicitud y amor... Con el deseo de volver a encontrar en el hombre el reflejo de sus propias perfecciones, Dios lo ha hecho partícipe de su generosidad divina, llamándolo a ser mensajero, portador y dispensador de su obra entre sus hermanos y en la sociedad. El hombre, en efecto, en virtud de su propia naturaleza, comunicó ya desde un principio los bienes espirituales a su prójimo mediante signos sensibles que él encontró en las cosas materiales y que ha procurado perfeccionar cada vez más. Desde los dibujos y signos gráficos de los tiempos más remotos hasta las técnicas contemporáneas, todos los medios de c.s. deben estar orientados, por tanto, a esta gran meta: prestar una ayuda al hombre y defender la causa de Dios» (n. 4).

Desde este punto de vista, la exigencia misteriosa de comunicación interhumana tiene un fundamento teológico, y su carácter obligatorio pertenece al campo de la teología. Para el cristiano esa exigencia no constituye un imperativo categórico provocado por una razón utilitarista, sino que más bien es - o debería ser- una respuesta amorosa a la voluntad de Cristo. Con ayuda de la comunicación universal que la técnica le ofrece al hombre, éste tiene actualmente más posibilidades que en el pasado de ser administrador de Dios, que se ha abierto a sí mismo al hombre en su revelación.

2) Hay una segunda razón que induce al cristiano a adoptar una postura positiva frente a la evolución de los medios de comunicación social: la humanidad camina hacia su perfección bajo la guía de la providencia y bajo la acción del Espíritu. Esta perfección no se alcanza realmente en este mundo, pero la humanidad experimenta ya en su peregrinar terreno síntomas de su futura gloria. Pero tendríamos un concepto demasiado estrecho del plan de Dios para con la humanidad, si buscásemos esa perfección solamente en el orden de lo sobrenatural y afirmáramos que la historia profana de la humanidad va hacia su ruina por razón del pecado.

Dios ama al hombre en todo su ser y en todas sus cosas. Por esto, los formidables medios de c.s., y los medios más formidables aún que nos traerá el futuro, entran dentro del plan de la providencia de Dios. Y no ocupan un puesto de segunda categoría, ni constituyen un mero recurso para casos de urgencia, sino que son signos y medios positivos de perfección.

¿No participa acaso de la resurrección de Cristo, de la victoria de la gracia la misma recuperación histórica y natural de la unidad de todos los hombres? Pues el pecado significa rechazar a los demás, ruptura, alejamiento de los otros y alejamiento en sí mismo; y, por tanto, precisamente lo contrario de la comunicación. «Por primera vez, los hombres adquieren conciencia no sólo de su mutua dependencia, que cada vez es mayor, sino también de su extraordinaria unidad. Esto significa que la humanidad está cada vez en mejores condiciones de convertirse en el cuerpo místico de Cristo» (Pío xii, el 19 de marzo de 1958 ). Un mundo unido - no importan los sufrimientos, el tiempo y las inseguridades que esto cueste- ¿no puede convertirse en símbolo, lazo unificante e incluso exigencia para la unidad de los cristianos y la universalidad y catolicidad de las Iglesias?

3) Otro aspecto teológico se refiere a su aplicación: los medios de c.s. son utilizados principalmente durante el --> tiempo libre. Pero el problema del tiempo libre es uno de los más serios que tiene planteados la sociedad moderna, tanto a nivel económico, como a nivel social, psicológico y cultural. De aquí, la urgencia de una teología del tiempo libre, que debería ir paralela a la teología del trabajo. El hombre puede disponer de su tiempo libre con toda libertad y emplearlo en hacer lo que le plazca. Debería ser un tiempo especial en el que el hombre se descubriera y realizara a sí mismo, y no un tiempo perdido, de ociosidad y degeneración. El que el tiempo libre llegue a ser una cosa u otra depende en primer lugar, no de la comunicación ofrecida, sino de la comunicación que se elige. Pues en último término, al menos en la sociedad democrática y pluralista, .es el consumidor el que elige la comunicación. ¿Por qué elige y cómo elige esta comunicación? Ésta es una pregunta fundamental no sólo para comprender ciertas formas erróneas, sino, sobre todo, por la relación que dice del hombre.

Desde este punto de vista hay que comprender la insistencia con que el decreto Inter mirifica pide que el hombre moderno se prepare moral, técnica y estéticamente, con miras a la utilización de los medios de c.s. Como el hombre al elegir una comunicación determinada lo hace en razón de lo que es o de lo que quiere ser, tiene gran importancia, tanto para la sociedad como para la Iglesia, el que el hombre de hoy - y más aún el del mañana- esté en condiciones de elegir, entre las muchas informaciones que se le ofrecen, aquellas que le ayudan a realizar, con una alegría que no excluye el esfuerzo, su imagen de hombre. La obligación de formarse a sí mismo, de que se nos habla en Gaudium et spes (cap. it, 2) bajo el significativo título de « El progreso de la cultura», está íntimamente unido, en nuestra civilización, con el uso que se haga de los medios de c.s. durante el tiempo libre.

III. Conclusiones

Para formarnos un juicio exacto de los medios de c.s. en el plano que aquí nos interesa, son necesarias antes dos observaciones:

1) Si nos fijamos primeramente en el objeto, entonces debemos tener en cuenta tanto el momento como la forma de la comunicación. La elección de unas horas determinadas o la prohibición de unos programas concretos no excluye el que se puedan dar algunos abusos. La autoridad pública tiene el derecho y la obligación de intervenir para evitar los abusos demasiado grandes y para defender la dignidad y la decencia públicas, sin las cuales no puede existir una comunidad humana. La autoridad pública debe proteger también a los más débiles contra los programas indecentes, que generalmente están motivados por un deseo de lucro y son defendidos hipócritamente en nombre de la libertad de prensa y de la libertad artística.

En este campo la responsabilidad recae primeramente sobre los productores (en un sentido muy amplio de la palabra) de los medios de comunicación, aunque no siempre les resulte fácil saber hasta qué punto pueden invocar, con conciencia clara y recta, unos derechos de información y unas razones artísticas. El decreto conciliar formula el siguiente principio: «Misión suya (de los productores) es, por tanto, tratar las cuestiones económicas, políticas o artísticas de modo que no produzcan daño al bien común» (n. 11). Pero ¿quién podrá fijar cuándo y hasta qué punto está amenazado el bien común? Los medios de c.s. han puesto fin en nuestros días a las sociedades cerradas y están acelerando el proceso hacia una sociedad uniforme; por esto, se puede decir que los riesgos calculados están más en consonancia con el bien común que las tímidas medidas de precaución. En este terreno habrá siempre contradicciones entre las autoridades de la moral y de la política, los guardianes del orden y de la ley, y los productores que luchan por la libertad de expresión.

La Iglesia de nuestros días parece conceder más respeto y confianza a esta libertad de expresión (cf. Inter mirifica, n. 12 ). Antes, lo primero que la Iglesia exigía de las autoridades civiles, era la prohibición de todo abuso de la libertad de prensa; ahora les recuerda que «su deber es defender y tutelar la verdadera y justa libertad de información, que es imprescindible para que la sociedad moderna pueda progresar, sobre todo en el terreno de la prensa».

2) Los medios de c.s. se distinguen entre sí en su técnica, en su historia, en sus estructuras jurídicas y económicas, en sus leyes, en sus funciones sociales, en su aplicación, etc. Por esto, el mismo medio utilizado aparece como un < mensaje», en cuanto que pone al descubierto las diversas facultades del hombre y, de esta forma, nos presenta en sí mismo la realidad bajo una luz completamente nueva. La misma noticia tendrá para el receptor un significado diferente, según esté expresada en un documento escrito, transmitida verbalmente o comunicada a través de la televisión.

Los medios audiovisuales han ayudado al hombre a descubrir nuevamente la realidad, a expresarla y comunicarla en una forma nueva y diferente del pensamiento y de la palabra escrita. En el sonido, en la imagen y en el movimiento experimenta el hombre lo concreto, lo individual, lo existencial. Por tanto, uno se puede preguntar si la formulación de la fe, y sobre todo de la catequesis, que encontramos en los libros, responde al horizonte y a las categorías experimentales de la generación actual, que está más o menos habituada a las técnicas audiovisuales. Esta cuestión preocupa seriamente a los especialistas en catequesis. Si la Iglesia quiere utilizar esos medios para anunciar su mensaje, tiene que adaptarlo a la forma o a la estética de estas técnicas. Para transmitir el mensaje del evangelio necesita, por tanto, un nuevo idioma que se base más en las sugerencias de las comparaciones y en la analogía de la historia actual que en ideas y tesis abstractas.

Si bien es verdad que se deben «emplear los medios de c.s. para anunciar el evangelio de Cristo> (Decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos, n. 13) y que «los hijos de la Iglesia han de utilizar los instrumentos de la c.s. sin la menor dilación y con el máximo empeño en las múltiples obras de apostolado, tal como lo exigen las realidades y las circunstancias del tiempo y del lugar» (Decreto sobre los medios de comunicación social, n. 13), sin embargo estos medíos de c.s. presentan a la Iglesia un problema más grave aun que el de su aplicación, por muy normal y provechosa que pueda ser ésta, a saber: que la Iglesia tiene ante sí una sociedad y unos hombres que llevan el cuño de la comunicación moderna y se encuentran en una transformación continua precisamente a causa de estos medios de comunicación.

Los medios de c.s. tienen en sí una gran fuerza para acelerar el proceso evolutivo de toda la humanidad. Gracias a ellos todo se pone en movimiento, y el «mensaje eterno» del cristianismo tiene que intentar llegar al hombre y a la nueva situación de éste. Por último, el carácter peculiar de los medios de c.s., gracias al cual toda la realidad adquiere una nueva dimensión dinámica, puede ayudar a la Iglesia a descubrir nuevamente el horizonte escatológico que le corresponde por su propio origen, poniendo constantemente en duda la verdad que aparentemente ha conseguido y buscando superar continuamente los límites alcanzados (siempre fiel a lo esencial), con una mirada impaciente hacia el futuro.

Emile Gabel