APÓCRIFOS
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I. Noción general

Según la terminología de la Iglesia primitiva, los libros llamados «apócrifos» son aquellos que, a diferencia de los libros estimados y usados en la Iglesia, permanecen secretos, «escondidos» (Cf. ORÍGENES, Comment. in Mt. x 18, sobre Mt 13, 57: GCS 40, 24). Fingen en forma increíble proceder de profetas o de apóstoles y, por eso, prescindiendo de pocas excepciones, no fueron utilizados ni en el culto ni en el diálogo teológico (cf. ORÍGENES, Comment. ser. 28 in Mt. 23, 37: GCS 38, 51). Eran considerados como sospechosos por falta de una tradición sobre su procedencia real de profetas o apóstoles y por las fábulas contenidas en estos libros (AGUSTÍN, De civitate Dei xv 23). Cuando se trata de libros de origen cristiano, además de lo dicho no pocas veces fueron escritos por herejes, lo cual explica también que la Iglesia las rechazara (Hegesipo, en EUSEBIo, Hist. EcCI. Iv 22, 9; IRENEO, Adv. Haer. i 20, 1). En consonancia con esto, según la actual terminología católica es apócrifo un escrito que, si bien por su contenido religioso y generalmente por su supuesto autor, podría tener la pretensión de ser contado entre los libros sagrados; sin embargo, en la tradición de la Iglesia ha sido excluido de esa valoración. Esta tradición plantea un peculiar problema teológico en cuanto su juicio se basó, aunque no exclusivamente, en la razón de que el origen profético o apostólico de tales libros no era seguro. Ahora bien, esto mismo debe decirse de muchos libros aceptados en el -> canon, una vez que los conocimientos históricos y literarios han derrumbado la antigua persuasión acerca de su composición por profetas o apóstoles. Pero si a pesar de todo sigue manteniéndose la distinción de la antigua Iglesia entre libros canónicos y libros apócrifos, desde el punto de vista católico la razón está en que el dictamen de la Iglesia no fue el resultado de reflexiones puramente humanas y falibles, o incluso del azar, sino que constituyó una decisión tomada bajo la dirección del Espíritu Santo.

Por el hecho de que la Iglesia ha fijado el canon, el limite entre los escritos bíblicos y los apócrifos está suficientemente claro; en cambio, no es posible determinar con exactitud el límite entre los apócrifos y otros libros religiosos de la antigüedad que se les parecen. No creemos conveniente ampliar aquí demasiado el número de los apócrifos, de modo que nos limitaremos a comentar brevemente los que son de algún modo conocidos, y a la vez los más importantes para entender el -->judaísmo en el momento de tránsito a la nueva época y el cristianismo de los primeros tiempos (véase una enumeración detallada en LThKz i 712s [resumen general]; i 696 hasta 704 [apocalipsis]; i 747754 [historias de apóstoles]; ii 688-693 [cartas]; III 1217 hasta 1233 [evangelios]). Por este motivo no se trata aquí de los escritos de --> Qumrán, los cuales, si bien contienen libros apócrifos, en parte conocidos desde hace mucho tiempo, no obstante, si nos fijamos en los manuscritos más citados y más interesantes para el conocimiento de aquel tiempo, como el manual de disciplina, la regla de la guerra, los himnos, el escrito de Damasco, constituyen un tipo de literatura distinto del de los a. Por motivos semejantes dejaremos de referirnos a los escritos sibilinos.

Hay que distinguir entre a. del AT y a. del NT, según que los escritos a juzgar por su forma (libro profético, evangelio, historia de apóstoles) y por su contenido (judío o cristiano) se parezcan a los libros canónicos del AT o a los del NT. Pero hemos de advertir que existe cierta discrepancia terminológica entre protestantes y católicos. En lo referente al NT los protestantes entienden bajo el término «apócrifos» lo mismo que los católicos; pero, con relación al AT, los protestantes califican de apócrifos los escritos llamados deuterocanónicos (Tob, Jdt, Eclo, Sab, etcétera), calificación que raramente dan a los verdaderos apócrifos del AT (3 Esd, 3 y 4 Mac), que ellos llaman normalmente pseudoepígrafes.

II. Libros apócrifas del AT

1. Escritos de carácter narrativo

a) El libro de los Jubileos, llamado también «pequeño Génesis» y, en el escrito de Damasco (16, 3), «libro de la división de los tiempos según sus jubileos y sus semanas», narra la historia desde la creación del mundo hasta la legislación en el Sinaí (Gén 1 hasta Éx 12), y, por cierto, la narra dividiéndola en «jubileos», es decir, en siete veces siete semanas de años (o sea en períodos de 49 años), procedimiento que ha dado su nombre al escrito. Según el relato del libro, en el Sinaí un ángel por mandato de Dios leyó a Moisés los acontecimientos grabados en las tablillas del cielo, y él los escribió. El libro comentado los narra apoyándose en la sagrada Escritura, pero libremente a modo de haggadá con adiciones y cambios a gusto del desconocido autor judío. Éste hace más rigurosa la observancia de la ley, la cual, junto con los usos y fiestas de los judíos, habría estado en vigor ya desde el principio. El libro utiliza un calendario especial, ordenado según el año solar. Esto, así como la ampliación de la ley y el esfuerzo por aislar a Israel de todo lo que sea impuro, sitúa el libro cerca de la comunidad de Qumrán. El libro, que probablemente todavía fue compuesto en la segunda mitad del s. ii a.C., originariamente estaba escrito en hebreo. Sólo se ha conservado entero en una traducción etiópica, basada en una versión griega, y en gran parte también se ha conservado en latín; a esto hemos de añadir citas griegas y sirias, así como varios fragmentos del texto original hebreo hallados en Qumrán.

b) El tercer libro de Esdras se encuentra en los LXX entre los libros del AT como Esdras A (mientras los libros canónicos de Esdras y Nehemías están unificados como Esdras B). El nombre de «tercer libro de Esdras» procede de la Vg., que enumera los libros canónicos de Esdras y Nehemías como primer y segundo libro de Esdras. El librito relata un trozo de la historia del templo de Jerusalén, así como su destrucción y su lenta restauración, y además el retorno y la actividad de Esdras. El escrito constituye una especie de compilación principalmente de 2 Par 35s, de todos los capítulos del libro de Esdras y de Neh 7, 12-8, 13, pero contiene también bastante materia propia (3, 1-5, 3), sobre una apuesta de tres guardianes en la corte de Darío, a consecuencia de la cual éste permitió a Zorobabel, uno de los guardianes, regresar a Judea y reconstruir el templo de Jerusalén. El libro sin duda estuvo escrito en griego desde el principio y probablemente procede de la segunda mitad del siglo ii a.C.

No pocos teólogos de la Iglesia primitiva consideraron este apócrifo como un libro canónico y lo citaron, p. ej., Cipriano, Basilio y Agustín; otros, como Orígenes, Atanasio, Cirilo de Jerusalén, Epifanio y jerónimo no le concedieron el rango de libro canónico. Como recuerdo de la alta estima de que antes gozó, la Vg. oficial todavía contiene este libro, si bien a modo de apéndice.

c) El tercer libro de los Macabeos lleva sin motivo este título usual, pues no contiene nada acerca de los Macabeos; narra el intento del rey egipcio Ptolomeo IV Filopátor (221-204 a.C.), después de un triunfo sobre el rey sirio Antíoco rii (año 217, junto a Rafia), de entrar en el templo de Jerusalén, cosa que Dios le impidió. Como consecuencia persiguió a los judíos de Alejandría, que, sin embargo, fueron salvados milagrosamente. Finalmente, Ptolomeo, bajo la impresión que le produjo la intervención divina, se convirtió en un protector de los judíos. El librito, escrito en griego, apareció seguramente a finales del s. i a.C., probablemente en Alejandría.

d) El cuarto libro de los Macabeos es un tratado filosófico en forma de discurso acerca del dominio de la razón sobre las tendencias. La idea es demostrada primero filosóficamente, y luego con ejemplos de la historia de Israel, mencionando especialmente el martirio de Eleazar (2 Mc 6, 18 hasta 31) en la persecución religiosa de los sirios y el de los siete hermanos junto con su madre (2 Mac 7). El autor judío trabaja con pensamientos de un estoicismo popular, para exhortar a sus compatriotas a que obedezcan a Dios y a su ley. El libro, escrito originalmente en griego, seguramente fue compuesto en el s. i de nuestra era, o bien a principios del ir, quizá en Alejandría o en Antioquía.

e) Entre los libros sobre Adán se hallan varios escritos que, en forma legendaria y a veces con tierna poesía, hablan de los primeros padres, de su caída, de su penitencia y de su muerte: 1 °, la vida de Adán y Eva, que se conserva en una traducción latina de un texto griego; 2 °, un apócrifo indebidamente llamado Apocalipsis de Moisés, conservado en griego. Ambos escritos corren mayormente paralelos en su materia e incluso en la misma redacción, y sin duda, proceden de una elaboración hebrea o aramea del material, probablemente en el tiempo del templo de Herodes (desde el año 20 a.C. hasta en 70 d.C.); 3 °, El libro sirio llamado La cueva del tesoro (cueva en la que están guardados los tesoros del paraíso) es una historia del mundo desde la creación hasta Cristo; se trata de una obra cristiana que usa tradiciones judías; 4 °, un libro compuesto de varias partes, llamado Testamento de Adán y también Apocalipsis de Adán. Habla de una liturgia celestial de los ángeles y de otras criaturas, con mención de cada hora litúrgica del día y de la noche, contiene profecías de Adán sobre Cristo y menciona los nueve coros de ángeles con sus respectivas misiones.

f) Paralipomena Ieremiae (es decir, suplemento al profeta jeremías), también llamado resto de las palabras de Baruc (Reliquiae verborum Baruchi) es un escrito originalmente judío, cuyo tiempo de aparición no consta con certeza. Luego, quizá en la primera mitad del s. II, experimentó una elaboración cristiana, y se ha conservado en griego y en otros idiomas antiguos. Narra la actividad de Jeremías antes y después de la destrucción de Jerusalén, así como su muerte.

g) José y Asenat, llamado también oración de Asenat, es un escrito puramente judeo-helenístico, sin ninguna elaboración cristiana. Fue compuesto quizá ya en el último siglo a.C., o en el primero d.C., en idioma griego, probablemente en Egipto. Trata de Asenat, la hija de un sacerdote egipcio (Gén 41,45), que al principio no quería casarse con José por ser él un extranjero de Canaán e hijo de un pastor, pero luego, cautivada por su belleza, se convirtió al Dios verdadero y aceptó el matrimonio. El librito resalta especialmente la castidad y el amor a los enemigos.

2. Libros con el título de «testamento»

a) Testamentos de los doce patriarcas. Cada uno de los hijos de Jacob narra su «testamento», es decir, sucesos de su vida, unidos con exhortaciones morales y profecías. Se discute mucho sobre el origen y el tiempo de composición de este libro, que por primera vez cita Orígenes (In Ios. hom. xv 6). Muestra un cierto parentesco con el mundo espiritual de Qumrán, pero esto no nos autoriza a considerar toda la obra como qumránica o esenia. Muchos investigadores suponen la existencia de un escrito judío, redactado originariamente en hebreo o arameo, entre el tiempo posterior al año 200 a.C., y la destrucción del templo de Jerusalén, el año 70 d.C.; en ese escrito se habrían producido más tarde interpolaciones cristianas. Otros piensan en un autor cristiano de finales del siglo II o principios del III, el cual sobre la base de un fragmento acerca de Leví, ciertamente existente, pues ha sido hallado entre los textos de Qumrán, habría creado los demás testamentos. También es inseguro en qué relación se hallan los fragmentos arameos que se han conservado del así llamado testamento de Leví (el cual no se identifica con el homónimo de la colección de los doce testamentos) y un Testamento hebreo de Neftalí con los «testamentos de los doce patriarcas».

b) Se conservan además: 1 °, un testamento de Adán (véase antes 1 e 4.11); 2.0, un testamento de lob, un midrás judío sobre Job, transmitido en una paráfrasis griega, quizá del s. II o III d.C.; 3 °, un testamento de Abraham, que es una narración de su viaje al cielo, de su regreso a la tierra y de su muerte. El escrito, originariamente judío, quizás del siglo I o II d.C., fue sometido a una revisión cristiana y se conserva en griego bajo dos redacciones de distinta extensión; 4 °, un testamento de Isaac, sobre su viaje al más allá y su muerte; emparentado con el citado en 3 °. Nos es conocido a través de su refundición cristiana en una traducción copta, otra árabe y otra etiópica; 5 °, un testamento de Moisés (-> Apocalipsis - apócrifos -, I 2); 6 °, un testamento de Salomón, griego, de origen judeo-cristiano, quizás del s. III O IV después de Cristo.

Cánticos y oraciones

a) El salmo 151 es un himno breve en hebreo a David, pastor de ganado, cantor y rey de Israel. Se ha conservado también en griego, en una traducción muy libre y enriquecida con la victoria de David sobre Goliat, e igualmente en traducciones al latín y el sirio dependientes de la griega. Lo poesía, que por primera vez gracias a un manuscrito del mar Muerto (quizá del tiempo de Herodes) hemos podido conocer en su forma original, recuerda bajo ciertos aspectos el mundo espiritual de Qumrán (cf. la expresión «los hijos de su alianza», usada al final, la cual es extraña al AT y aparece, en cambio, en el rollo de la guerra [ 17, 8 ] ), sin que esto signifique que deba haber surgido allí: Parece haber sido compuesta en el s. II o I antes de nuestra era. La Biblia hebrea delimitada bajo la influencia de los fariseos no contiene este cántico, pero sí lo contienen varios manuscritos griegos y antiguas traducciones de los salmos canónicos, en conformidad con el tipo de mentalidad judía atestiguado en Qumrán. Y todavía algunos escritores cristianos lo consideran como uno de los salmos canónicos.

b) Los salmos de Salomón son dieciocho himnos, semejantes a los salmos bíblicos. Su contenido es variado, en parte muestran una muy tensa expectación mesiánica, y en conjunto constituyen un testimonio de la devoción farisea. Fueron compuestos en hebreo, dentro de Palestina y en el curso del s. i a.C., y, más concretamente, después de la conquista de Jerusalén por Pompeyo, el año 63 a.C., se han conservado en griego y en sirio. La colección en ningún lugar afirma proceder de Salomón; evidentemente le fue atribuida más tarde.

c) Las odas de Salomón, 42 en número, de las cuales hasta ahora falta la segunda), se han conservado en siríaco, cinco de ellas también en copto, en la obra gnóstica Pistis Sophia, y una (la 11) en griego, además. Todavía no está decidido si originalmente estaban escritas en griego, o en siríaco o en arameo o incluso en hebreo. Es igualmente difícil la cuestión de su origen y de la época de su composición. Seguramente se trata de poemas cristiano-gnósticos, que fueron tales desde el principio y no por una elaboración posterior. Su patria quizá sea Siria, y surgieron en un período bastante temprano del s. ii d.C. El que habla en los cánticos no es Salomón. Posiblemente éstos le fueron atribuidos porque se veía en ellos cierta semejanza con los salmos de Salomón, y ya la antigüedad cristiana estableció esa relación.

d) La oración de Manasés es una hermosa y devota confesión de los pecados y una plegaria penitencial del rey judío Manasés, anteriormente tan impío (s. vii a.C.); constituye un desarrollo de lo que ya está dicho brevemente en 2 Par (33, llss, 18s). El autor es sin duda un judío helenista que escribía en griego. No podemos entrever si esta oración, atestiguada por primera vez en el s. rii d.C. (en la Didascalia sitíaca), apareció ya antes de nuestra era (s. II o i) o bien en tiempos del cristianismo.

Es un apócrifo que antes fue muy estimado, y esa estima influye todavía en el hecho de que lo contengan muchas ediciones de la Biblia griega y de la latina e incluso la Vg. oficial a modo de apéndice.

4. Apocalipsis

Como escritos más importantes de este tipo son considerados los libros de Henok, la asunción de Moisés, el libro cuarto de Esdras, los apocalipsis de Baruc (-> Apocalipsis, apócrifos, i, 1-4).

III. Los apócrifos del NT

1. Evangelios

En tiempos primitivos hubo gran número de evangelios a., pero muchos de ellos se han perdido; con todo, se han conservado varias muestras de este tipo de literatura apócrifa, y vamos a referirnos aquí a las principales (por lo demás cf. LThK2 iti, 1217-1233; Hennecke-Schneemelcher i).

a) Evangelios judeocristianos. Clemente de Alejandría (Stromata ir, 45, 5; cf. v, 96, 3), Orígenes (In Io. ii, 12 [87]) y Eusebio (Hist. eccl. III, 25, 5; 27, 4; 39, 17; rv, 22, 8) hablan de un «evangelio según los hebreos». Además de éste, Eusebio menciona (Hist. eccl. iv, 22, 8) un evangelio «siríaco» usado ya por Hegesipo (segunda mitad del siglo ii), el cual está extendido «en lengua hebrea» entre los judeocristianos (Theophania iv, 12); probablemente se trata de un escrito en lengua aramea. Finalmente, nota Epifanio que los nazareos, es decir, los judeocristianos siríacos, poseen un evangelio hebreo que él (Epifanio) identifica falsamente con el llamado proto-Mateo (Raer. xxix 9, 4). Conoce también un evangelio «según los hebreos» (Haer. xxx, 13, 2) o evangelio «hebreo» (Haer. xxx, 3, 7), que a su juicio sería un evangelio de Mateo mutilado y falsificado (¡bid.). Jerónimo (Dial. adv. Pelag. rri, 2; De vir. ill. 2) conoce igualmente un evangelio «según los hebreos», y habla además (De vir. ill. 3) de un evangelio redactado en hebreo, que se halla en la biblioteca de Cesarea, y que usan también los nazareos sirios. El padre de la Iglesia, por lo menos durante cierto tiempo, tuvo ese libro por el texto original del evangelio canónico de Mateo. Las dos veces alude él a la misma obra (cf. Dial. adv. Pelag. iii, 2 ), que sin duda era un evangelio escrito en arameo, pero notablemente diferente del Mateo canónico.

Puesto que no se ha conservado entero o en parte considerable ningún evangelio judeocristiano, es difícil reconstruir una imagen del escrito del que se trataba a base de las noticias y los fragmentos que conocemos. Según el estado actual de la investigación se pueden seguramente distinguir tres evangelios judeocristianos:

1 ° El evangelio de los nazarenos, atestiguado por Hegesipo, Eusebio, Epifanio y Jerónimo, y usado entre los judeocristianos de Siria, o sea, entre los nazareos (o nazoreos), era un escrito arameo, emparentado con el evangelio canónico de Mateo. Los fragmentos conservados tienen un valor secundario en comparación con Mateo. Es probable que surgiera en la primera mitad del s. ir, con toda certeza en círculos de judeocristianos que hablaban arameo, quizá en Siria.

2 ° E1 evangelio de los ebionitas era, según Epifanio, un escrito usado por la secta de herejes judeocristianos que recibían el nombre de «ebionitas»; el padre de la Iglesia nos transmite algunos fragmentos (Raer. xxx, 13, 2ss, 6ss; 16, 5; 22, 4s). Según estas citas parece haber sido una elaboración libre y mezclada con leyendas del caudal de las narraciones sinópticas, hecha en parte bajo una mentalidad gnóstica. Este evangelio, que como obra conjunta se ha perdido, a pesar de su carácter judeocristiano es probable que originalmente estuviera escrito en griego, y quizá surgió en la primera mitad del s. rt. El que fuera usado por los ebionitas, los cuales tenían sus comunidades sobre todo en la región del Jordán oriental, quizá sea un motivo para ver en esa zona la patria del escrito comentado. Muchas veces es identificado con el «evangelio de los doce», conocido solamente por el título, que aparece mencionado en Orígenes (In. Lc. hom. i: GCS 35, 5), en Ambrosio (In Lc. r, 2), en Jerónimo (In Mt. prol.; Dial. adv. Pelag. iii, 2) y en otros. Pero la cuestión de esa identificación debe permanecer abierta.

3 ° El evangelio de los hebreos, del que dan testimonio Clemente de Alejandría y Orígenes, es la única de estas obras judeocristianas cuyo título conocemos, a saber: «El evangelio según los hebreos». Dando crédito a una indicación antigua (Stijometría de Nicéforo), este evangelio habría sido poco más breve que el Mateo canónico. Se han conservado sólo algunos fragmentos, los cuales se diferencian fuertemente de los evangelios neotestamentarios, pues muestran elementos sincretistas de tipo gnóstico y otros heréticos con matiz judeocristiano. Probablemente este evangelio apareció en Egipto, sin duda en lengua griega, quizá en círculos de judeocristianos egipcios que hablaban griego, lo cual explicaría su título. Lo mismo que los evangelios mencionados en 1 ° y 2 0, surgió en la primera mitad del s. ii.

b) El evangelio de Santiago, también llamado desde el s. xvi Protoevangelium lacobi, quizá fue usado ya por Justino (Dial. 78, 5 comparado con Ev. Jac. 18, 1); sin duda lo presupone Clemente Alejandrino (Stromata vii, 93; cf. Ev. Jac. 19s); y está claramente atestiguado en Orígenes, que lo llama «el libro de Santiago» (Comment. in Mt. x, 17 a Mt 13, 55s: GCS 40, 21). Es la primera leyenda mariana de la literatura cristiana. El escrito narra la vida de la madre de Jesús, en parte apoyándose libremente en los evangelios de Mateo y de Lucas. Ciertamente, su narración se deja guiar por la fantasía y desconoce el ambiente judío, pero resulta popular e impresionante hasta la matanza de los niños en Belén. Nombra por primera vez a los padres de María, Joaquín y Ana. describe a María como doncella en el Templo de Jerusalén y su compromiso matrimonial con un viudo llamado José, destaca su perpetua e incólume virginidad, conservada incluso en el nacimiento milagroso de Jesús, acontecimiento que dicho evangelio sitúa en una cueva junto a Belén. El autor se llama a sí mismo Santiago (25, 1) y sostiene que en aquel tiempo estaba en Jerusalén; pretende, pues, ser el Santiago llamado hermano del Señor. Sin embargo, el escrito surgió a mediados del s. zi, sin duda fuera de Palestina; posteríormente se le hicieron adiciones. El librito, transmitido en muchos manuscritos (el más antiguo del s. III), se ha conservado en su forma original griega y en distintas traducciones antiguas. Al principio influyó más en la Iglesia oriental que en la occidental, donde el Decreto Gelasiano lo rechazó. Pero a través de varias elaboraciones terminó por influir también en la Iglesia latina (así a través del Ps. Mateo latino, quizá del s. vi, y a través de la obra latina, dependiente de la anterior, que lleva el título Evangelium de nativitate Mariae y fue compuesta sobre el año 800). Este libro de Santiago, mediata o inmediatamente, fue la fuente principal para las posteriores leyendas marianas, y así, influyó fuertemente en el arte cristiano e incluso en la liturgia, aquí sobre todo en la fiesta de la «praesentatio beatae Mariae Virginis», celebrada el 21 de noviembre, que carece totalmente de fundamento histórico.

c) La historia de la infancia del Señor, por Tomás, el Israelita, hasta ahora ha sido llamada frecuentemente evangelio de Tomás; pero es mejor prescindir de esta designación para evitar una confusión con el recientemente descubierto evangelio gnóstico de Tomás [g]. Esta historia de la infancia narra muchas leyendas acerca del niño Jesús, quizá en parte imitando fábulas indias. Estas leyendas son ciertamente estúpidas e incluso de mal gusto, pero revisten interés para el conocimiento de la vida popular y del mundo infantil de entonces, por ejemplo, en lo relativo a los juegos y a la vida escolar. Anteriormente el escrito fue considerado mayormente como reelaboración de una obra gnóstica más amplia, pero no tiene nada en común con el recientemente descubierto evangelio gnóstico de Tomás. Quizá fue desde el principio una colección de leyendas en la forma en que se encuentra. La tradición atribuye esa obra a un israelita llamado Tomás, sin duda al apóstol de este nombre, el cual de cuando en cuando es mencionado allí directamente. La obra, escrita en griego, se ha conservado en una redacción más larga y en otra más corta, y además en elaboraciones de la misma en otras lenguas antiguas. Es lo más probable que apareció en oriente, posiblemente a finales del s. ii.

d) Las actas de Pilato (o el evangelio de Nicodemo, como las llamaron los latinos en la época medieval) se han conservado en griego y en traducciones antiguas. Ya Justino (Apol. I, 35, 9; 48, 3) hace referencia a las actas de Pilato (cf. TERTULIANO, Apologeticum 21, 24; además 5, 2; 21, 19). Según Eusebio (Hist. eccl, ix, 5, 1; cf. I, 9, 3; 11, 1), durante la persecución de Maximino Daza contra los cristianos (311 / 12) se leyeron en las escuelas actas de Pilato, falsificadas por los paganos para ridiculizar a Cristo. El primero que menciona actas cristianas de Pilato es Epifanio (Haer. i, 1, 5, 8). En las actas conservadas un cristiano llamado Ananías cuenta cómo él ha encontrado protocolos redactados en hebreo por Nicodemo acerca del proceso de Jesús y cómo las ha traducido al griego en el año 425. Relata las negociaciones ante Pilato, la cucifixión y la sepultura de Jesús (1-11), las investigaciones del sanedrín, las cuales habrían demostrado que la resurrección del Señor había sido un hecho real (12-16), y declaraciones de dos difuntos resucitados sobre el descenso de jesús a los infiernos y sobre sus obras en aquel lugar (Descensus Christi ad in f eros: 17-27 ). Da totalmente a los judíos la culpa de la muerte de Jesús y excusa a Pilato. El escrito, redactado originariamente en griego, debió quedar unificado en el s. v, mediante la elaboración de fragmentos anteriores, pero más tarde fue ampliado (especialmente con el Descensus Christi ad inferos) y también modificado. Es totalmente incierto el parentesco de este escrito con las actas de Pilato mencionadas por Justino, supuesto que existieran tales actas.

e) El evangelio de Pedro quizá ya fue utilizado por Justino (Apol. I, 35, 6 = Ev. Petri 7 ); hacia el año 200 hizo mención de él el antioqueno Serapión (en EUSEBIO, Hist. ecel. vi, 12, 4-6); y luego lo citaron Orígenes (Comment. in Mt x, 17 a Mt 13, 55s: GCS 40, 21) y Eusebio (Hist. eccl. III, 3, 2 [cf. 25, 6]; vi, 12, 2-6). Según Serapión estaba en uso entre los docetas de Siria hacia finales del s. ii. De la obra, perdida en su mayor parte, se ha conservado un fragmento relativamente amplio encontrado en Akhmim, en el alto Egipto, el cual narra la pasión y resurrección de Cristo en dependencia ciertamente de los evangelios canónicos, pero con adornos fantásticos. Toda la culpa de la muerte de jesús es imputada a Herodes y a los judíos. Este escrito, sin duda redactado ya originariamente en griego, surgió en el s. ii entre círculos heréticos, probablemente en Siria, y fue atribuido al apóstol Pedro, quien se presenta a sí mismo como autor.

f) Un evangelio de los egipcios aparece atestiguado en Clemente de Alejandría (Stromata 111, 63, 1; 93, 1), en Hipólito (Ref ut. v, 7, 9), en Orígenes (In Lc hom. i: GCS 35, 5) y en Epifanio (Raer, LXII, 2, 4s), y es caracterizado como un escrito herético, usado por encratitas, naasenos y sabelianos, que rechaza el matrimonio y defiende una concepción modalista de la Trínidad. De la obra, que en su conjunto se ha perdido, se conserva en Clemente de Alejandría (Stromata 111, 45, 3; 63, 2; 64, 1; 66, 2; 92, 2 [cf. 97, 4]; Excerpta ex Theodoto 67, 2) un diálogo de Jesús con Salomé contrario al matrimonio. Es inseguro si pertenecen también a este escrito otros fragmentos, p. ej., dichos de Jesús contenidos en la segunda carta de Clemente, los cuales, o bien difieren de los narrados por los evangelios neotestamentarios, o bien no se hallan en éstos (p. ej., 4, 5; 5, 2ss; 12, 2); y además, citas contenidas en las actas de Pedro y en las Constituciones Apostólicas (de principios del s. iv). La obra, escrita ya originariamente en griego, fue compuesta probablemente en Egipto, en el s. ir, y se difundió allí entre los cristianos procedentes del paganismo, a diferencia del evangelio de los hebreos [a) 3 °] que era usado por los judeocristianos.

Se distingue de este escrito y a la vez constituye un tipo totalmente distinto de evangelio apócrifo, una obra gnóstica, conservada en lengua copta y procedente del gran hallazgo de Nag Hammadi, que es denominada igualmente «evangelio de los egipcios», pero que de suyo se titula «El gran libro del espíritu invisible». La obra pretende haber sido redactada por el «gran Seth», pero en realidad fue escrita por un maestro gnóstico llamado Goguessos y con el apodo de Eugnostos.

g) Un evangelio de Tomás usado por el grupo gnóstico de los naasenos aparece citado en Hipólito (Re f ut. v 7, 20 ), que además transcribe una frase del mismo; y también hablan de él Orígenes (In Lc. hom. i: GCS 35, 5), Eusebio (Hist. eccl. rri, 25, 6) y Ambrosio (In Lc. i, 2). Ahora bien, en Nag Hammadi fue hallado un «evangelio según Tomás» en copto, sin duda escrito originaria mente en griego. Se trata de 113 ó 114 (según el sistema de numeración) frases de Jesús, que habría escrito el apóstol Tomás. Esas frases, en parte se parecen literalmente con los evangelios canónicos, especialmente con los sinópticos, y en parte también con evangelios a. y escritos maniqueos y gnósticos.

La introducción y diecisiete frases se han conservado también en griego, en tres papiros de Egipto, pertenecientes al s. III (Pap. Oxyrh. 1, 654 y 655). La cita de Hipólito falta ciertamente en el texto copto, el cual, sin embargo, quizá no transmite la forma original o la única forma de la obra. Fue compuesto en el s. ti.

Un evangelio de Tomás es mencionado también por Cirilo de Jerusalén (Catech, rv 36; vi 31) y, por cierto, como falsificación de un discípulo de Mani. Permanece incierto si se trata aquí de la obra gnóstica cuya alta estima por parte de los maniqueos sería totalmente comprensible, o se trata de otra creación surgida en círculos maniqueos (lo que Cirilo indica sobre el autor podría ser un intento de no mezclar al apóstol Tomás en el asunto).

h) Un evangelio de Felipe estaba en uso entre las gnósticos egipcios según el testimonio de Epifanio, que cita un lugar del mismo (Haer, xxvi, 13, 2s). Quizá se refiera a él también el escrito gnóstico Pistis Sophia (42, 44) cuando dice que Felipe escribió palabras de la revelación de Jesús. En Hammadi se encontró un «evangelio de Felipe», pero éste ciertamente no contiene el lugar citado por Epifanio. Por lo demás el escrito recientemente descubierto recuerda poco la forma de un «evangelio»; es más bien una colección de 127 dichos gnósticos, mayormente de origen valentiniano, los cuales raramente están puestos en boca de Jesús. Tampoco puede reconocerse ninguna relación de la obra con Felipe, que es citado una sola vez y de manera muy marginal (dicho 91); ella quizá le fue atribuida posteriormente. El evangelio citado por Epifanio fue seguramente griego ya en sus principios. Y seguramente esto también puede decirse de la obra copta, pero aquí hay que contar con que algunos dichos estuvieron redactados en copto desde el principio. En el estado actual de la investigación es incierto sí los dos escritos tienen algo que ver el uno con el otro. El escrito de Filipo mencionado por el padre de la Iglesia debió aparecer en el s. ir, quizá en Egipto; al mismo siglo o, como fecha más tardía, al siguiente pertenece también el escrito que sirvió de base al texto del hallazgo copto.

i) Un evangelio de la verdad y, por cierto, como escrito gnóstico usado por los valentinianos está mencionado en Ireneo (Adv. haer iri, 11, 9 y en el Pseudo-Tertuliano (Adv. omnes haereses 4, 6). Ahora bien, un escrito copto encontrado en Nag Hanunadi empieza así: «el evangelio de la verdad». Posiblemente se trata de la obra mencionada por Ireneo. Dicha obra constituye un testimonio de concepciones gnósticas, pero bajo ciertos aspectos se halla también próxima al cristianismo ortodoxo. El hallazgo no ostenta la forma de un evangelio; más bien es una meditación edificante sobre el hecho de que jesús ha traído aquel conocimiento a través del cual los hombres conocen verdaderamente a Dios y alcanzan su salvación. El escrito presupone los cuatro evangelios canónicos y usa el -> apocalipsis de Juan, así como las cartas de --> Pablo, constituyendo así un cierto testimonio de la formación del canon en la Iglesia. E1 libro se debió escribir hacia mitad del s. ii, y sin duda fue redactado originalmente en griego.

2. Historias de apóstoles

Las historias apócrifas de apóstoles pertenecen a la literatura popular narrativa; se proponen decir sobre los viajes y la actividad de los apóstoles aquello que no conocemos por el NT, pero que nos gustaría conocer. Estas creaciones proceden de círculos católicos, y no pocas veces también de círculos heréticos de tipo gnóstico. Las obras heréticas pretenden difundir las doctrinas de los fundadores de la herejía respectiva, recurriendo para ello ficticiamente a la autoridad de algún apóstol. Aun cuando estos escritos heterodoxos recibieron más tarde una elaboración católica, sin embargo no siempre han perdido su intención primitiva. Estas historias apócrifas de apóstoles tienen muchos rasgos comunes con la antigua literatura heroica del paganismo, así con la narración de hechos y de viajes (ambas cosas ya expresadas frecuentemente en los títulos originales), e igualmente con la narración de milagros. También la superstición juega su papel aquí y allá, con lo cual las creaciones cristianas difunden concepciones totalmente paganas y narran cosas estúpidas. Sin embargo, entre esta balumba de cosas increíbles y extravagantes quizá se ocultan también noticias históricamente exactas; pero apenas podemos entreverlas.

a) Actas de Pedro aparecen mencionadas en Eusebio. (Hist. Eccl. III, 3, 2) y en Jerónimo (De vir. ill. 1), pero hace tiempo que se han perdido como un todo conjunto. De ellas se han conservado en versión latina los Actus Petri cum Símone, o bien, según el nombre que reciben por el lugar de su hallazgo (un manuscrito del s. vi o vii en Vercelli), los Actus vercellenses. Cuando Pablo ha abandonado Roma para difundir el evangelio en España, el mago Simón lleva casi toda la comunidad de la capital a la apostasía. Pero Cristo llama a Pedro, que se encuentra todavía en Jerusalén, para que vaya a Roma con el fin de oponerse a Simón y de restablecer el orden en la Iglesia. Finalmente Simón queda muerto en su intento de huir hacia Dios. Pedro, en cambio, por su predicación consigue que muchas mujeres se retraigan de sus maridos. Esto trae un peligro para él y le obliga a huir; pero Cristo le sale al encuentro y lo convence de que ha de regresar a la ciudad (leyenda de Quo vadis: cap. 35 = Mart. c. 6). Pedro obedece a la exhortación del Señor, regresa y es crucificado con la cabeza hacia abajo. El escrito muestra tendencias encratitas y gnósticas. La narración del martirio y distintos fragmentos del texto restante se han conservado también en griego, seguramente la lengua original de las Actas de Pedro. La obra entera surgió indudablemente antes de las Actas de Pablo, que dependen con toda probabilidad del escrito de Pedro, consecuentemente, en el s. it. El lugar de la redacción puede haber sido Roma, pero quizá fue Asia Menor, donde se escribieron con seguridad las Actas de Pablo. La redacción latina parece proceder del s. iit o del iv.

b) Actas de Pablo se hallan mencionadas y rechazadas en Eusebio (Hist. eccl. iii, 25, 4) y en Jerónimo (De vir. ill. 7). El conjunto de la obra se ha perdido, pero se ha conservado buena parte de ella. Son conocidos desde hace mucho tiempo, aunque su reconocimiento como parte integrante de las Actas de Pablo es bastante reciente, los siguientes escritos: 1 °, Acta Pauli et Teclae. Por la predicación de Pablo, cuya figura es descrita aquí (c. 3), en Iconio una doncella llamada Tecla se convierte a Cristo y abandona a su prometido. Se la quiere quemar por esto, pero ella escapa a la muerte; de manera semejante más tarde, en Antioquía, es salvada de las  fieras. Ella se bautiza a sí misma y muere finalmente en Seleucia. 2 °, una respuesta de los corintios a 2 Cor, con una tercera carta de Pablo a la Iglesia de Corinto [cf. después 3, c) 1 °]. 3 °, el martirio de Pablo. El Apóstol es decapitado en Roma bajo Nerón, y salpica con leche el vestido del verdugo.

Estos escritos se hallan en el idioma original griego y también en traducciones antiguas. Además hay una versión copta de toda la obra, conservada fragmentariamente, en un manuscrito en papiro de Heidelberg, así como amplios fragmentos del texto griego original (en un papiro de Hamburgo), donde, entre otras cosas, se dice que Pablo fue condenado en £feso a luchar con las fieras (cf. 1 Cor 15, 32), pero se salvó (en lo cual desempeña su papel un león bautizado y que hablaba).

Según Tertuliano (De baptismo 17, 5) la obra fue compuesta por un presbítero de Asia Menor, el cual, sin embargo, perdió su puesto a causa de estas falsificaciones de la historia (finales del s. ii).

c) Actas de Juan son conocidas por Eusebio, quien, sin embargo, las rechaza (Hist. eccl. 111, 25, 6). El escrito, no conservado en su totalidad, pero sí en muchos fragmentos, narra viajes del apóstol Juan, su estancia por dos veces en Pfeso, donde obra muchos milagros y destruye el templo de Artemis; narra también su predicación sobre Cristo y su muerte. La narración está repleta de concepciones gnósticas, encratistas y Bocetas; así la muerte de Cristo aparece como un engaño. El escrito, redactado originalmente en griego, procede quizás de Asia Menor, y debió redactarse no más tarde del s. 111. Algunas de las tradiciones sobre Juan aquí elaboradas existían ya en el s. 11, lo cual, sin embargo, no exige que la totalidad de la obra fuera escrita en fecha tan temprana. Según noticias posteriores sería un tal Leucius el que habría compuesto estas actas (Inocencio 1, Ap. ad Exsuperium 7, y otros).

d) Actas de Andrés aparecen mencionadas por primera vez e igualmente rechazadas en Eusebio (Hist. eccl. 111, 25, 6). Estaban extendidas en círculos heréticos y se han conservado sólo en fragmentos. Cabe sospechar que fueron redactadas en la segunda mitad del s. 11. Seguramente estas actas no son un producto de la gnosis, aunque tienen ciertos puntos de contacto con ella. Sin duda contienen pensamientos de la filosofía helenística contemporánea, y algunas cosas recuerdan las concepciones de Taciano. Prescindiendo de los fragmentos, hay distintas reelaboraciones católicas más tardías del material de Andrés, las cuales con suma probabilidad no son posteriores al s. v, si bien resulta problemático en qué medida sigue usándose aquí el material antiguo. Entre estas refundiciones se hallan distintas versiones griegas y latinas sobre el martirio del Apóstol, crucificado según ellos en Patrás. La liturgia de la fiesta de san Andrés depende bastante de la exposición legendaria que estas narraciones ofrecen.

e) Las Actas de Tomás sin duda fueron escritas originalmente en siríaco y se difundieron concretamente entre los círculos gnósticos y maniqueos. Quizá surgieron en la primera mitad del siglo rii, posiblemente en Siria. Se conservaron, con una elaboración católica más o menos fuerte, sobre todo en siríaco, en griego y en latín; pero esta reelaboración conserva todavía mucho caudal gnóstico y maniqueo. Se narran aquí los viajes y la predicación de Tomás - con tendencia encratita - en la India, sus milagros y su martirio. Se les han añadido numerosos fragmentos litúrgicos, como oraciones e himnos. La doctrina de la redención que en conjunto allí late es la de la gnosis, también en el poéticamente muy hermoso «himno de las perlas» (c. 108-113).

3. Cartas.

Epístolas apócrifas hay relativamente pocas, a pesar de ser las cartas las que predominan en el NT, el cual constituye el modelo para muchas creaciones apócrifas. Por razones que desconocemos los autores de obras apócrifas sin duda juzgaron que había otros géneros más apropiados que las cartas, tales como evangelios, historias de apóstoles y apocalipsis, para conseguir sus fines, a saber, la difusión de sus doctrinas y la satisfacción de la curiosidad del pueblo cristiano. Además, la mayoría de las creaciones epistolares carecen casi de importancia; sin embargo hay algunas que merecen ser mencionadas.

a) Un intercambio epistolar entre Abgar de Edesa y jesús está mencionado por primera vez en Eusebio (Hist. eccl 1, 13, 2s, 6-10), que indudablemente lo tiene por auténtico; él lo toma de un documento de Edesa y lo traduce del siríaco al griego (o.c. 13, 15). El toparca Abgar v de Edesa, con el sobrenombre de Ukkámá (= el negro), que gobernó del año 4 a.C. al 7 d.C., sufre según el escrito comentado una enfermedad incurable y, enterado de que jesús obra muchos milagros, le envía un mensajero con una carta. En la carta le asegura que él lo tiene por Hijo de Dios, y le ruega que se dirija a Edesa para curar al que subscribe y encontrar allí protección contra las asechanzas de los judíos. La respuesta epistolar de jesús, que el mensajero debe llevar a Abgar, dice: «Bienaventurado tú porque has creído en mí sin haberme visto. Pues de mí se ha escrito que quienes me vean no creerán en mí, y que quienes no me vean creerán y vivirán. Mas con relación a lo que tú me has escrito, que yo vaya a visitarte (has de saber): Es necesario que antes cumpla yo aquí todo el objeto de mi misión y que luego, cuando lo haya cumplido, sea asumido aquí por aquel que me ha enviado. Y cuando yo haya sido asumido aquí, te enviaré a uno de mis discípulos para que cure tus males y a ti y a los tuyos os dé la vida.»

La carta de Abgar, con ligeras variantes, y la respuesta de Jesús, ampliada y transmitida oralmente, están también contenidas en la obra siríaca Doctrina de Addai, de principios del s. v; aquí como en Eusebio ambos escritos se hallan unidos con una leyenda de Edesa sobre la actividad misionera del apóstol Tadeo (según Eusebio) o de Addai (según la Doctrina de Addai). Este intercambio epistolar, que con seguridad fue escrito originalmente en siríaco, surgirá alrededor de Edesa, sin duda con la intención de demostrar el origen apostólico de dicha ciudad y con la de conferirle así un prestigio apostólico. Lo cual sucedería en el s. iii o, lo más tarde, a principios del iv.

b) La Epistola Apostolorum, un apócrifo no mencionado en ningún lugar de la primitiva literatura cristiana, finge ser una circular de los once apóstoles «a las iglesias del Este y del Oeste, del Norte y del Sur». El escrito contiene, además de una breve exposición de la vida de Jesús, sobre todo diálogos de Jesús con sus discípulos en el tiempo entre la resurrección y la ascensión. Cristo predice los destinos futuros de la Iglesia, e instruye sobre el juicio final y los signos de la parusía, la resurrección de los muertos y la recompensa eterna. Aunque el escrito se dirige contra falsos maestros gnósticos y docetas, nombrando expresamente a Simón y a Cerinto como defensores de opiniones falsas, sin embargo, bajo el aspecto dogmático contiene ideas normalmente conocidas como gnósticas; así, p. ej., Cristo baja hasta María bajo la figura del arcángel Gabriel. La patria del escrito, redactado más o menos a mitades del s. ii, difícilmente puede determinarse; la investigación piensa en Asia Menor, en Egipto o en Siria. La obra puede haber sido escrita originalmente en griego, pero también cabe que lo fuera en siríaco. Como un todo conjunto solamente se conserva en una traducción reelaborada en etíope; con lagunas también la poseemos en copto y en pequeños fragmentos latinos.

c) Como epístolas apócrifas de Pablo conocemos:

1 °, una tercera carta de Pablo a los Corintios, con un escrito a manera de introducción de los presbíteros de Corinto a Pablo. El Apóstol expone las ideas cristianas contra los falsos maestros que rechazan la autoridad de los profetas y niegan la omnipotencia de Dios, la creación del hombre por una acción divina, la futura resurrección de la carne y la verdadera encarnación de Cristo en María. El conjunto constituye también una parte de las actas de Pablo [cf. antes, en 2b) 2 °], pero muchas veces lo comentado aquí ha sido transmitido independientemente. Según el estado actual de la investigación no se puede decidir qué relación guardaba originalmente el intercambio epistolar con las actas, si el intercambio fue creado por separado y más tarde se añadió a las actas o, por el contrario, nació junto con ellas y luego se separó. En todo caso las cartas, conservadas en el original griego y en traducciones, pertenecen al s. ii. La alta estima de que algunas veces gozaron se pone de manifiesto en el hecho de que el sirio Efrén, en el s. iv, las tuvo por canónicas y las incluyó en su comentario a las epístolas paulinas.

2.°, una epístola a los de Laodicea, escrita en latín, de sólo veinte versículos, compuesta con giros tomados de las epístolas canónicas de Pablo, especialmente de la carta a los Filipenses. Aparece en occidente a finales de la época patrística. Quizá estuvo redactada en latín desde el principio; y, desde luego, nada insinúa en ella que se trate de la traducción de un anterior documento griego. Pero las noticias sobre una carta a los de Laodicea llegan hasta el s. i. Ya en Col 4, 16 se menciona una epístola de Pablo a los cristianos de Laodicea. Dicha carta no se conserva o, si fuera idéntica con la carta a los Efesios, cosa varias veces sospechada desde el s. xvii (desde Hugo Grocio), por lo menos no se conserva bajo este título. También Marción tenía entre sus epístolas paulinas una carta a los de Laodicea; según el testimonio de Tertuliano (Adv. Marc. v, 11, 12; 17, 1) se trataba de la carta a los Efesios. Además el fragmento de Muratori (líneas 63-68) menciona una epístola poseída por los marcionitas que Pablo habría escrito a los de Laodicea, pero que la Iglesia católica rechaza. El fragmento lo distingue de la carta canónica a los Efesios. Si la noticia es fidedigna, habría que contar con una ficción herética del siglo ii, sin duda escrita en griego, la cual se hacía pasar por una carta de Pablo a los de Laodicea. Pero el escrito conservado apenas tiene nada que ver con esa carta, por más que a veces se haya afirmado lo contrario (así A. v. Harnack y G. Quispel), pues no permite reconocer ningún origen marcionita. Por eso la epístola que se conserva sin duda fue compuesta más tarde, quizá en el s. iv. El autor seguramente se dejó incitar por Col 4, 16 a añadir a las cartas de Pablo la añorada epístola a los de Laodicea. Y logró su intento con tanto éxito, que este apócrifo fue incluido en muchos manuscritos de la Vg. (mayormente detrás de Col), y en la edad media, e incluso todavía en el s. xvi, era considerado como un escrito auténticamente paulino, aunque no como libro canónico.

3º, una epístola a los alejandrinos aparece citada junto con la carta a los de Laodicea (4, 2 °) en el fragmento de Muratori (líneas 63-68) y, lo mismo que ésta, está allí caracterizada como una falsificación marcionita que la Iglesia católica rechaza. No se conserva huella alguna de este escrito, que no se halla citado en ninguna otra parte.

4 °, un intercambio epistolar entre Pablo y Séneca, conservado en más de trescientos manuscritos, consta de ocho cartas breves atribuidas al filósofo romano L. Anneo Séneca (fi 65) y de seis cartas, todavía más breves, atribuidas a Pablo. Todas se hallan escritas en un mal estilo latino y son pobres en pensamientos. Séneca admira ciertamente las doctrinas del Apóstol, pero echa de menos un estilo cuidado y por eso le envía un libro titulado «De verborum copia» (Ep. 9), con el cual Pablo podrá aprender un latín mejor. Séneca lee al emperador Nerón fragmentos de las cartas del Apóstol, las cuales impresionan a aquél. Mas Pablo ruega a Séneca que deje de hacerlo, pues de otro modo el Apóstol deberá temer la ira de la emperatriz Popea. Séneca se queja del incendio de Roma y de los martirios infligidos a los cristianos.

Finalmente Pablo encarga a Séneca que predique el evangelio en la corte imperial. Este intercambio epistolar, conocido ya por Jerónimo (De vir. ill. 12) y por Agustín (Ep. 153, 14), podría haber sido escrito, como generalmente se supone, en la segunda mitad del s. iv.

d) Se llama Carta de Bernabé a un escrito cristiano de la primera época, redactado en griego, que en la antigüedad y en la edad media fue atribuido al apóstol Bernabé, opinión que todavía han compartido algunos eruditos recientes. La carta misma nunca pretende tener este origen apostólico. Ella es un tratado teológico en forma epistolar, compuesto a base de diversas fuentes, pareciéndose, pues, a la carta a los Hebreos. Una primera parte dogmática (1 hasta 17) habla del valor y del sentido del AT según la carta. Éste se halla inspirado por Dios, debe ser tenido en gran estima por los cristianos y está en posesión de la Iglesia. Las disposiciones de Dios sobre sacrificios, circuncisión y alimentos nunca tenían un sentido literal; revestían más bien desde el principio un más alto sentido espiritual, pues, en lugar de ceremonias externas, Dios exigía una actitud interna. Ciertamente, los judíos interpretaron estos mandamientos al pie de la letra, pero en eso fueron seducidos por un ángel maligno y, en consecuencia, desconocieron la voluntad de Dios. Una segunda parte moral (18-20), más breve, acercándose a la Didakhe (1-5), trae la conocida doctrina de los dos caminos: describe el camino de la luz, por el que el hombre debe andar, y el de las tinieblas, que el hombre debe evitar. El autor se regala con la interpretación alegórica de la Escritura y, así, en el AT él encuentra alusiones a Cristo incluso allí donde no cabría sospecharlas. La carta es un testimonio excepcional sobre la discusión entre el judaísmo y el cristianismo en la primera época de la Iglesia, y deja entrever un parcialismo radical que ha perdido ya el sentido de la realidad. La predilección por la alegoría apunta hacia Egipto y quizá, más concretamente, hacia Alejandría como patria de la epístola. También habla en favor de esto el hecho de que los teólogos alejandrinos Clemente y Orígenes tuvieron la carta en muy alta estima. Sin duda el escrito surgió en la primera mitad del s. ii. La epístola fue considerada aquí y allí como un escrito normativo para la Iglesia y, en el conocido manuscrito griego de la Biblia llamado Codex Sinaiticus, se halla incluso junto a los libros sagrados. Pero Eusebio (Hist. eccI. 111, 25, 4; cf. vi, 13, 6) y Jerónimo (De vir. ill. 6) la excluyen de los libros canónicos.

4. Apocalipsis

Entre las producciones de este género literario merecen ser citadas especialmente la ascensión de Isaías, los Apocalipsis de Pedro y de Pablo, así como el Pastor de Hermas; estos escritos están tratados en el artículo -> Apocalipsis ii, 5-8.

IV. Importancia de los apócrifos

Los escritos aducidos muestran suficientemente qué dispares son las producciones incluidas bajo la denominación común de < apócrifos» tanto por su origen, como por su espíritu, como por su finalidad. Pero hay algo común a todas ellas, a saber, que resultan muy extrañas para el hombre de hoy; el mundo al que esas producciones pertenecen ha pasado, y mucho de lo que allí está contenido nos parece totalmente anticuado.

Sin embargo, no sería justo el que sólo viéramos en esa forma literaria testimonios de la ingenuidad humana y consideráramos su estudio como un capricho de algunos historiadores de la literatura. La verdad es que la ocupación con estas obras trae sus frutos, pues ellas ofrecen interesantes visiones de las circunstancias y la manera de pensar del mundo antiguo.

Los a. veterotestamentarios completan no pocas veces en forma valiosa lo que ya sabemos por el Antiguo Testamento, por la literatura judeo-helenista de un Filón o de un Josefo y por los escritos de los rabinos. Nos dan a conocer las concepciones morales y religiosas de los judíos en el momento de transición de una era a la otra, lo cual ayuda a una mejor comprensión de Jesús y del cristianismo primitivo. Pero ante ellos se confirma y generaliza la impresión que nos daban ya los -> apocalipsis (III) de este tipo: la expectación mesiánica está allí, pero no juega el papel que quizá esperábamos; lo cual deberá decirse especialmente si prescindimos de las interpolaciones cristianas y nos atenemos solamente a las afirmaciones judías. Algunos a. tienen importancia porque reflejan la posición de su tiempo con relación a la ley mosaica, en cuanto a modo de halaká completan la torá con nuevas prescripciones. Por otra parte los a. también llevan mucho caudal a modo de haggadá, en cuanto adornan con leyendas la historia conocida por el Antiguo Testamento, o la interpretan en una determinada tendencia.

Los a. neotestamentarios no tienen ninguna utilidad si a través de ellos se quiere obtener noticias fidedignas sobre Jesús y su doctrina, o sobre otras personas nombradas en el NT. Los evangelios apócrifos dependen desde muchos puntos de vista de los evangelios canónicos, presuponen palabras transmitidas o sucesos narrados allí y los transforman (tanto los sucesos como las palabras) según el espíritu de su autor. Las historias de apóstoles, o sea, los relatos sobre viajes y actividades de algún apóstol particular, podrían haber recogido algún que otro recuerdo histórico, pero hay allí tanto material increíble y evidentemente inventado, que apenas es posible extraer lo verdaderamente real. Ambos géneros, los evangelios y las historias de apóstoles, narran muchas leyendas y muestran así cómo se pensaba entonces acerca de las personas veneradas en el cristianismo, pero también muestran qué se osaba presentar al lector. La influencia de estos escritos en la posteridad fue a veces grande; lo cual se deduce de que no pocos elementos suyos han entrado a formar parte del tesoro de leyendas cristianas en la edad media e incluso en la edad moderna, y han penetrado también en la liturgia y el arte. El mismo desarrollo dogmático, sobre todo en lo referente a la mariología, puede haber recibido impulsos de esta literatura, particularmente del evangelio de Santiago y de sus diversas elaboraciones.

No pocos a. neotestamentarios proceden de círculos gnósticos o de otros círculos que se desviaban de la modalidad católica de la fe. Estos escritos no sólo constituyen fuentes valiosas para investigar las direcciones espirituales en ellos reflejadas, sino que muestran también su poderío y su difusión. Da realmente que pensar el hecho de que, p. ej., en Egipto o en Siria oriental, las primeras producciones literarias conocidas del cristianismo son de tipo gnóstico o parecido, mientras los escritos católicos no aparecen allí hasta más tarde.

Ya en los s. II y III la Iglesia estaba dividida en diversos grupos, y se produjo una dura lucha hasta que la forma católica del cristianismo reprimió y superó las otras direcciones.

Johann Michl