ANTIGUO TESTAMENTO
SaMun


SU SENTIDO EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN


No se trata aquí del AT como Escritura ni tampoco de la historia del pueblo de Israel en particular, sino de la esencia del período de la historia de la salvación llamado AT (antigua alianza), se trata de cómo éste es comprendido desde el NT a base de las fuentes dogmáticas de la teología. Con la expresión AT se designa teológicamente aquella fase de la historia propiamente dicha de la revelación y de la - salvación de la humanidad que, empieza con el pacto de Dios con Abraham, alcanza su verdadero punto central (según la doctrina de los profetas) en la salida de Egipto y en la -- alianza del pueblo elegido de Israel bajo Moisés en el Sinaí, y llega a su plenitud en la muerte y resurrección de Jesús y en el nuevo y eterno pacto de Dios con toda la humanidad que ahí está implicado. Esta época de la historia de la salvación está limitada temporalmente en sus comienzos, pues la historia primitiva y el tiempo anterior a Abraham es considerado por el mismo AT (incluso por la tradición yahvista) como una < prehistoria» de tipo general (universal), en la cual todavía no se destacaba una historia especial («particular») de salvación que la -> revelación divina distinguiera críticamente de la restante historia del mundo y de la salvación, y, en este sentido, todavía no existía una «pública» historia salvífica. Hacia adelante el AT termina con la alianza en jesucristo.

El AT está limitado espacialmente, ya que, según el testimonio de la Escritura (Ez 14, 14-20; Jn; Sal 46, 2s; 101, 16s; 137, 4s; Mt 12, 41; Sant 5, 11) y de la Iglesia (Dz 160a y b, 1295; cf. también Dz 1379, 1647; a esto se añade la doctrina del Vaticano ti, especialmente en el Decreto sobre la Iglesia [n. 16] y en el Decreto sobre las Misiones [n. 17], según los cuales ya no cabe dudar de que también fuera de la predicación del Antiguo y del NT puede haber auténtica fe salví&a, producida por la gracia), también fuera del AT hubo gracia y no puede excluirse que paralelamente a él se diera cierta revelación (aunque no fuera propiamente «pública» y «oficial»), incluso después de la revelación primitiva. Parece más bien que esto último debe afirmarse, pues donde hay gracia sobrenaturalmente elevante, se da un nuevo objeto formal de orden sobrenatural para el conocimiento y la acción, y, en este sentido, se da una revelación transcendental. Esto supuesto, como para nuestro punto de vista actual ese período llamado AT es espacial y temporalmente muy pequeño (en comparación con la antigüedad de la humanidad y, en consecuencia, con la duración del status legis naturae, así como a la vista de la insignificancia espacial y numérica de la historia que va desde Abraham hasta Jesús, medida con el todo de la historia universal), él se nos presenta justamente en la actualidad como una breve y última preparación próxima de la venida de Cristo y, bajo muchos aspectos (no bajo todos), como una manifestación-hecha por la Providencia mediante una revelación singular de la acción de Dios en la historia en general. Adentrándonos más en el AT, vamos a caracterizarlo en cierto modo con las siguientes notas:

1. Es una auténtica historia sobrenatural de la salvación y de la revelación (por la -> «palabra») y con ello, puesto que la discontinuidad de la historia por culpa de la incredulidad del hombre no puede romper la unidad de la acción salvífica de Dios, es la indispensable prehistoria de la revelación definitiva de Dios en Cristo. La --> salvación procede de los judíos (Jn 4, 22); en el AT Dios habló muy gradualmente y de muchas maneras a los padres mediante los profetas (Heb 1, 1). La Escritura del Nuevo Testamento (Mt 15, 3s; Mc 7, 8; Lc 24, 44; Jn 5, 46; 19, 36s; 1 Cor 10, 11; Heb 7ss, etc.) y la doctrina de la Iglesia (contra las distintas formas de -> gnosticismo, de --> maniqueísmo, etc.) acentúan una y otra vez que la historia del AT partió de Dios, quien se ha revelado definitivamente en Jesucristo (Dz 28, 348, 421, 464, 706), de manera que la Escritura del AT y la del Nuevo tienen un mismo autor (Dz 783, 1787). La condenación de intentos racionalistas (-> modernismo) de reducir la historia peculiar de la revelación a una historia puramente natural, general de la religión (Dz 2009-2012, 2020, 2090, etc.), constituye también una defensa de la historia del AT. Naturalmente, aquí debe tenerse en cuenta cómo el que Dios sea autor de esa historia no excluye el hecho de que la voluntad salvífica y la iluminación de Dios también actuaron fuera de esta historia oficial de salvación, y, por tanto, incluso fuera del AT, nunca y en ninguna parte ha existido una historia meramente natural de la religión; así como, por otra parte, hemos de tener en cuenta que -> Dios y --> hombre alcanzan en Jesucristo una unidad indisoluble, una unidad como antes no se dio jamás, ni siquiera en el AT.

Esta historia auténtica de salvación consistió, según el testimonio del mismo AT, esencialmente en el hecho de que: a) fue la historia de un -> monoteísmo moral y profético, producida o engendrada y conservada por la intervención peculiar de Dios, o sea, consistió en la proclamación de las «experiencias» acerca de los comportamientos libres de Dios, suscitadas por una acción auténticamente histórica del mismo Dios, las cuales iban más allá de un mero conocimiento racional de las propiedades necesarias de la divinidad; y por cierto, b) de tal manera que ese Dios uno, verdadero y «vivo», por y a pesar de ser Señor de todas las criaturas, quiso entrar a través de una actuación histórica en la relación de una alianza especial con el pueblo de Israel, de forma que él no era simplemente una personificación natural y misteriosa del mismo pueblo, no era original e indisolublemente un «Dios del pueblo» (Cf. Vaticano ir, De divina Revelatione, n .o 3, 14ss). Aquí los dos momentos se condicionan mutuamente: el Dios de la alianza, Yahveh, fue conocido y venerado cada vez más claramente como el Dios realmente único (frente al mero henoteísmo y a la mera monolatría), y con ello se penetró cada vez más profundamente en la importancia del hecho de que el Dios de todo el mundo hubiera pactado una alianza especial precisamente con este pueblo, de modo que el fin último del pacto particular no podía menos de ser universal, como se pone ya de manifiesto en la promesa veterotestamentaria de la futura conversión de los gentiles (Gén 12, 3; Is 2, 2; 11, IOss; 42, 4ss; 49, 6; 55, 4; Sal 21, 26; 85, 9; Jer 3, 17; Sof 2, 11; 3, 9; Ag 2, 7; Zac 8, 20). Cuando llegó el cumplimiento se pudo conocer que el pacto histórico del Dios que por libre benevolencia se revela a sí mismo, debía encontrar su plenitud insuperable en el hecho de que las dos partes de la alianza, Dios y el hombre, se unieron en el Dios-hombre, y que así la alianza antigua preparaba este hecho.

2. Es una historia particular de la salvación y de la revelación. Esta historia parcial es elegida por el Dios de la historia entre toda la historia universal, que él también quiere y domina. Dios no se ha revelado «en esta forma» a todos los pueblos y establecido con ellos una alianza. Ya hemos dicho antes lo que esto implica positiva o negativamente. El sentido de este particularismo es el universalismo: si junto a la historia general hay también una historia de salvación (y no sólo una situación salvífica que permanece siempre igual para todos), y si el auténtico redentor no es la humanidad en su totalidad, sino que ésta - evidentemente en su conjunto - es redimida por uno, entonces, el contorno espacial y temporal de este redentor histórica y realmente uno, y, por eso, espacial y temporalmente determinado, tiene con necesidad histórica una configuración concreta, a saber, dicho contorno ha sido planeado por Dios con miras al redentor y participa de su carácter sobrenatural.

3. Es una historia de salvación abierta hacia adelante y todavía no definitiva. El carácter transitorio o la apertura hacia adelante es una nota del AT, no precisamente porque todo lo histórico es histórico, o sea, es transitorio y corre hacia algo siempre nuevo, sino porque: a) el mismo AT como acción de Dios, que en el tiempo veterotestamentario obliga absolutamente, entiende que su función preparatoria (la única función que él ha de tener y tiene de hecho por su propia culpa) pertenece a su propia esencia por la razón de que lo definitivo, la alianza eterna, todavía ha de llegar; b) la alianza antigua, amenazada radicalmente en su existencia por la infidelidad moral del pueblo, podía fracasar y fracasó; y la más firme fidelidad de Dios incluso con los infieles a lo pactado, la cual fue conocida lentamente, se refería a la nueva alianza y no a la antigua. Así se concibe a sí mismo el AT y así lo interpreta el Nuevo. Aquél ha sido planeado desde «los tiempos eternos» como prólogo a Cristo. Éste era su entelequia oculta, que iba anunciándose a sí misma en el lento proceso de la esperanza del -> Mesías, pero aún permanecía escondida (cf. Rom 10, 4).

Consecuentemente, este período de la historia de la salvación, por una parte, todavía no puede ser interpretado como época escatológica, es decir, la libre, definitiva, radical e irreversible revelación y comunicación de Dios por su palabra como gracia victoriosa dada al mundo definitivamente aceptado, todavía no está vista allí como si Dios ya se hubiera entregado palpable e irrevocablemente al mundo. Por esto la historia salvífica del AT oscila todavía entre juicio y gracia, el diálogo está todavía abierto, y aún no se ha acordado en el mundo (es decir, revelado por un suceso) que quien tiene la última palabra es, no el hombre que dice «no», sino la gracia impartida por la palabra de Dios. De ahí que la concreta forma social de esa historia salvífica todavía no escatológica (a saber, la alianza veterotestamentaria, la sinagoga) aún pueda suprimirse por la incredulidad del socio humano, y así todo lo que hay en ella sea todavía ambiguo y constituya una promesa rescindible. Por eso los -> sacramentos del AT no son un opus operatum, es decir, una promesa absoluta e incondicional de la gracia divina (cf. Dz 695, 845, 857, 711s). En cuanto en este sentido el AT toClavZ~ no era el auténtico y definitivo, pero precisamente como institución salvífica de Dios se hallaba expuesto a la tentación y por culpa de los hombres sucumbió finalmente a la tentación de atribuirse un carácter absoluto, él constituye la alianza que es -> «ley», la cual exige sin dar aquello para lo que exige (el espíritu de Dios, su vida, la santidad y la gracia), la alianza que es puro legalismo externo y santificación levítica, sujeción esclavizante tan sólo a lo distinto de Dios (a las estructuras objetivas del mundo hasta la revelación de la ley por medio de los ángeles), pues él no tiene capacidad de dar lo propiamente buscado para el mundo en todo el orden salvífico, la participación en la comunicación del mismo Dios por la gracia y la visión beatífica, y así abandona al hombre en una esfera intramundana, si bien sancionada por Dios. Y si dicha ley (aun siendo divina) llega sin gracia al hombre pecador, en la medida en que lo hace produce esclavitud, se convierte en aguijón del pecado y de la muerte, en servicio a la condenación. Mas con esto (ya que Dios en último término ha concebido la ley «santa» con una positiva intención salvífica, para la redención del hombre) y por la gracia escondida que fue dada junto con la ley, aunque sin pertenecerle, ella se convierte de hecho en guía hacia Cristo (cf., p. ej., Rom 3, 19s), si bien Pablo ve mayormente tan sólo el papel desgraciado (sombrío: Heb) de la ley, la cual aparece así como un mero «7r«sSocyooyós» hasta la venida de Cristo (Gál 3, 24s).

Por otra parte, el AT es un movimiento abierto e impulsado por Dios hacia la salvación definitiva, es la «sombra» (1 Cor 10, 6; Heb 10, 1) proyectada previamente, la cual existe porque lo auténtico está viniendo y se crea su propio presupuesto. En este sentido ya en el AT hay -> gracia, -> fe, -> justificación (Mt 27, 52; Rom 4; 1 Cor 10, 1-5; Heb 11; 1 Pe 3, 19), no en virtud de aquello por lo que se contrapone a la alianza nueva y definitiva, sino en cuanto la contiene ya ocultamente. En efecto, quien con fe obediente se confía a la acción salvífica de Dios, desplegada ya en el AT, a lo imprevisible de la disposición divina y de su intención oculta (y esta obediencia a la disposición imprevisible de Dios pertenece a la esencia de la fe), penetra en la unidad escondida del plan salvífico de Dios y se salva; ese hombre, por cuanto espera, en este sentido, la prometida redención futura (cf. Dz 160b, 794, 1295, 1356s, 1414s, 1519s, 2123), por Cristo encuentra la salvación incluso en la antigua alianza.

La dialéctica que se da en el hecho de que el AT por la fe, que siempre fue posible, puede instalar en la realidad, que no es el AT, pues él es lo transitorio que existe por la fuerza de lo posterior, trajo lógicamente en la teología cristiana acerca del AT una oscilación en el enjuiciamiento del mismo (la cual se insinúa ya en la falta de una síntesis completa en los escritos neotestamentarios acerca del juicio de Jesús y de Pablo sobre el AT), por ejemplo, en la cuestión de si ya los padres recibieron gracia de Cristo, en el problema relativo al valor y al sentido de la circuncisión y de otros sacramentos veterotestamentarios, en lo referente a los principios exactos de la hermenéutica para los escritos del AT, en la pregunta sobre la abolición o la vigencia del -> decálogo, sobre la distinta «medida» de la gracia en el Antiguo y en el NT, sobre el alcance de las profesiones de fe (¿Trinidad?) emitidas por los santos del AT, sobre el principio de la -> «Iglesia» en el AT (por ejemplo, desde Abel), sobre la inhabitación del Espíritu Santo en los justos del AT, sobre la naturaleza (y los límites) del origen de la ley veterotestamentaria en Dios, sobre el momento exacto de la abolición del AT, a partir del cual no sólo quedó muerto, sino que se hizo portador de muerte, etc.

4. Es un período de historia salvífica ahora ya consumado y, en su plenitud, suprimido. Mientras que Jesús dice que su venida no suprime la ley, sino que la «cumple» (Mt 5, 17 ), en cuanto él confiere un carácter más radical a las exigencias concretas de la ley veterotestamentaria (Mc 10, 1-12), en cuanto la lleva a su auténtico núcleo esencial (Mt 22, 34-40), de modo que a la postre abroga la ley ceremonial (Mc 7, 15) y suprime consumando en su sangre la antigua alianza en cuanto tal y en su totalidad (Mt 26, 28 par; cf. ya Lc 16, 16 ); Pablo en cambio declara tan abolida la antigua alianza (la ley), sin distinguir entre la ley ceremonial y sus exigencias morales, que, a su juicio, el seguir observándola como importante para la salvación conduce a la negación de Cristo y de la exclusiva importancia salvífica de su cruz (Gál 5, 2.4). Esta supresión no hace simplemente inexistente para los cristianos lo verdaderamente pasado. Abraham es el padre de todos los creyentes (Rom 4,11), los padres del AT son también para nosotros testigos de la fe (Heb 11), e igualmente lo son, aunque de una manera anónima, todos los demás justos, los miembros y portadores de toda la historia de salvación, la cual va más allá del AT y sobre la cual, en cuanto constituye un todo, descansa nuestra salvación; esta historia es permanentemente nuestro propio pasado que se halla presente. Por eso no resulta fácil decir (ya que se debe tener en cuenta la diferencia ontológica y existencial en las dimensiones de las distintas realidades) qué permanece todavía, pues el AT es nuestro pasado todavía válido, y qué ha quedado simplemente suprimido, pues de otro modo se negaría que la antigua alianza pertenece realmente al pasado. La ley pertenece a la segunda categoría, y la sagrada Escritura del AT, que también sigue siendo nuestro libro sagrado, pertenece a la primera (cf. Vaticano li, De divina revelatione, n .o 15, 16).

5. Como pasado «prehistórico» de la nueva y eterna alianza en la que ha desembocado el AT, éste sólo puede interpretarse adecuadamente desde la nueva alianza, pues su verdadera esencia únicamente se descubre (2 Cor 3, 14) en la revelación de su réXoQ (Ron 10, 4). Una consideración meramente «histórico-religiosa» del AT equivaldría al desconocimiento de su carácter sobrenatural, como sucede en el -> liberalismo teológico y el modernismo. Y el atribuirle un sentido solamente inmanente (M. Buber), por más que hayamos de admitir la acción especial de Dios en el AT, implicaría un desconocimiento de que únicamente desde el NT se descubre plenamente la esencia del Antiguo. Ahora ya no podemos prescindir de ese hecho, sin que al proceder así falseemos la autointeligencia inmanente del AT. Debemos indudablemente preguntar por la autointeligencia inmanente del AT, pero resulta problemático en qué medida esa pregunta puede plantearse y resolverse adecuadamente por los que viven en un período posterior a la alianza antigua.

Karl Rahner