ANTICRISTO
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I. Problemática

La exposición, caracterización e interpretación del fenómeno escatológico designado con el término «anticristo» no siguen una línea uniforme ni en la Escritura ni en la Tradición. El desgaste que este concepto ha sufrido a lo largo de la historia eclesiástica, tanto por la polémica interna de la Iglesia como por las luchas interconfesionales, así como la identificación - debida al odio o al miedo - con ideas, sistemas y personas coetáneos, han contribuido a que «hoy el pensamiento del a. ya no tenga ningún poderío histórico» (H. Tüchle, LThK2 z 637). Por mucho que esto sea de alabar, en cuanto implica una superación de la tendencia a tratar a otros de herejes, sin embargo hay que preguntarse si el núcleo escatológico y parenético del pensamiento del a. no sigue conservando un carácter obligatorio.

1. En la teología actual encontramos respuestas afirmativas con relación a nuestra pregunta: «Esta doctrina da siempre a los cristianos el derecho, no sólo a combatir in abstracto los poderes e ideas anticristianos, sino también a señalar como representantes suyos (del a.) a unos hombres y poderes concretos, y a huir de ellos» (K. Rahner, LThK2 >: 636); «Entre las tradiciones que se refieren al fin de la historia, la doctrina del a. tiene una extraordinaria misión pastoral que cumplir, a saber, la de equipar a la comunidad para la lucha de fe contra la fuerza apiñada de los poderes de las tinieblas, bajo la forma como esa fuerza le sale al encuentro en su tiempo» (K. Frór 371).

2. Sin embargo, debemos prevenirnos contra la exposición del pensamiento del a. en forma de doctrina. Una doctrina tal apenas podría darse sin una armonización forzada de las afirmaciones discordantes de la Escritura (y sin una opresión de las que no están claras); pero tal proceder encubriría más que destacaría ante la comunidad cristiana el estímulo siempre valioso de la expectación del anticristo. Una reflexión sobre el fundamento de la falta de unidad y claridad en el pensamiento del a. puede mostrar que dicho fundamento está en la siempre necesaria orientación nueva de la inteligencia escatológica del presente y del futuro. Y, para lograr esa orientación, la fe le indica al creyente una dirección, pero no le da un «mapa» completo. A base de las diversas configuraciones del pensamiento del a. en la Biblia no se puede componer un cuadro conjunto, a la manera como se hace un mosaico (para contemplar luego con embeleso sus diversos rasgos según la situación mundana). Más bien, en cada frase de la tradición bíblica hay que preguntar por su intención, para sacar de allí el «sentido de orientación» en la expectación del a., aquel sentido por el que todavía hoy puede regirse la vida cristiana.

II. El contenido del Nuevo Testamento

Lo dicho quedará roborado mediante una mirada a la historia neotestamentaria de la expectación del A.

1. Dentro de la Biblia la expresión «anticristo» aparece solamente en la carta primera y segunda de Juan. Sin duda aquí se presupone en la primitiva comunidad cristiana la existencia de la expectación escatológica de un a. (la cual se desarrolló en conexión con las concepciones del AT y del judaísmo tardío, así como en conexión con la predicación de Jesús), mas para el autor el a. o los anticristos están ya presentes en las actuales doctrinas erróneas; de donde él deduce «que ha llegado la última hora» (1 Jn 2, 28). Juan no da ninguna doctrina del a., sino que, presuponiendo la tradicional expectación del a. (abierta a una interpretación en cada momento presente), esclarece la situación de su Iglesia amenazada por doctrinas erróneas. Mediante su interpretación, él pone la expectación tradicional a sercivio de la parénesis, de la preparación escatológica de la comunidad (Cf. 2 Jn 8).

2. La expectación del a. por parte de la Iglesia primitiva, atestiguada en la primera y segunda carta de Juan, está plasmada (con muy diversos matices) en 2 Tes 2, 3ss; Ap 13, lss; 19, 19ss (y no en Mc 13, 14 par; Jn 5, 43; 2 Cor 6, 15).

a) En 2 Tes el entusiasmo escatológico («el día del Señor ha llegado»: 2, 2) es rechazado con ayuda de la expectación del a. (pintada con material apocalíptico que ya estaba anteriormente elaborado); primero ha de venir el «hombre de la impiedad», el «hijo de la perdición» (2, 3), que ahora se ve todavía impedido para manifestarse claramente (2°, 6s), y que después será aniquilado por el Cristo de la parusía «con el hálito de su boca» (2, 8). La disposición permanente de la comunidad (cf. 1 Tes 5, 2) no debe aflojarse con la expectación (ya comunicada antes: 2 Tes 2, 5) del a., pero debe prevenirse contra una falsa interpretación entusiástica. La expectación del a. es usada polémicamente, en un sentido parenético opuesto al de las dos cartas de Juan.

b) En el Apocalipsis encontramos unidos diversos rasgos del a., así como del Pseudomesías en la figura «de la bestia procedente del mar» (13, lss). La descripción de la primera bestia apunta a un poder idolátrico, que persigue a los cristianos (13, 7; ¿es el imperio romano?), y al representante de este poder (¿el culto al césar?), cuyo aniquilamiento «en una charca de fuego» se profetiza (19, 21). En el marco del Apocalipsis el uso parenético de motivos antiguos (procedentes de Daniel principalmente) está asegurado ya por la gran introducción de las siete cartas a las comunidades (Ap 2-3). Tampoco aquí se describe y fija con todo detalle el curso exacto que ha de seguir el final de los tiempos. El a. no aparece en un momento determinado, en el instante «final» de la historia, sino que está ya aquí y actúa desde que Cristo ha llegado a la historia y, con esto, ha empezado el fin; desde que la fuerza concentrada de los poderes opuestos a Dios -tal como están descritos en el AT y en el judaísmo tardío: cf. Ez 38s; Dan 2, 20-45; 7, 7s; Sal 2; Esd lls; ApBar 36; 39, 5-8, entre otros lugares- se dirigen contra Cristo (Ap 12, lss) y su comunidad (Ap 12, 17); y ha de esperarse que esto acontezca en una forma especialmente acentuada hacia el final de los tiempos.

BIBLIOGRAFÍA: J. González Ruiz La incredulidad de Israel y los impedimentos del anticristo según 2 Tes 2 6-7: Est. Bibl. 1962, 189-203.

Rudolf Pesch