ANALOGÍA DE LA FE
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1. La expresión analogía fidei es de origen bíblico y en el único lugar del Nuevo Testamento donde aparece (Rom 12, 6) significa la «concordancia con la fe». Objetivamente equivale a la «medida de la fe», mencionada anteriormente (Rom 12, 3); con la introducción de este concepto el apóstol se propone exhortar a los carismáticos, especialmente a los que tienen el don de profecía, a que no ejerciten su carisma sin medida ni control y a que no abusen de él con un entusiasmo exaltado. Puesto que según Pablo es precisamente el don de profecía el que debe ser probado en su autenticidad (1 Cor 12, 10; 14, 29), resulta especialmente obvia la exigencia de que él coincida con la -->fe. Pero la fe considerada aquí como medida es, no una norma externa y doctrinal, sino la fuerza de la fe misma, la cual se da junto con los carismas a cada uno de los portadores del Espíritu; a base de la reflexión sobre ella el profeta debe probarse a sí mismo con toda sobriedad. Por eso la concepción de la a. de la f, que ahí aparece debe calificarse de
religioso-existencial.

2. En cuanto esta concepción bíblica implica e] momento de lo normativo, el posterior pensamiento dogmático pudo sacar de ella la idea de norma y regla de la fe, si bien alejándose de] contenido original. Así Jerónimo tradujo la expresión griega por mensura y Agustín por regula; aquí se pensaba ya en e] símbolo apostólico. Más frecuentemente en la patrística la analogía de la fe, en cuanto al contenido, es aplicada a la relación entre el -> AT y el --> NT, que para el creyente se presenta como correspondencia entre promesa y cumplimiento, entre el tipo (esbozo previo) y la forma perfecta. La a. de la f. recibe aquí la función de un principio teológico de integración. Bajo esta acepción aparece también (más o menos explícitamente) en la evolución doctrinal y en las definiciones de la Iglesia. Aquí la analogía, dada la tensión entre las verdades de fe a causa de su carácter misterioso (-> misterio) y la posible acentuación unilateral, las integra en el dogma (en oposición a la herejía y a la parcial opinión de escuela) centrando la mirada en el todo.

Más allá de esto, en la teología escolástica de dirección agustiniana, la a. de la f. alcanzó el carácter de un principio metódico de conocimiento, con cuya ayuda se debía lograr la unidad entre el conocimiento revelado y el racional, entre la fe y el saber, entre el orden de la redención y el de la creación. Así Anselmo de Canterbury (en el Proslogion) parte de la correspondencia que se da en la experiencia creyente entre el conocimiento humano y el divino, para llegar a unificar la verdad divina y el conocimiento natural de la criatura (conforme al lema Credo ut intelligam). Un campo típico de aplicación de este principio de la analogía lo tenemos en la doctrina de la vestigia Trinitatis en la creación, en la cual se ha tratado, no tanto de explicar la Trinidad por la experiencia creada, cuanto de interpretar la creación a base de la fe en la Trinidad. El que más decididamente usó ese principio fue Buenaventura, el clásico de la analogia fidei (SBhngen), quien, basándose en que Dios es la causa ejemplar, buscó en la esencia más profunda de las cosas una estructura trinitaria. Bajo esta modalidad la a. de la f. se convirtió en un principio heurístico, que condujo al hallazgo de nuevos conocimientos (relativos incluso a la constitución natural de las cosas).

Ese matiz de la analogía aparece también en la importante declaración del concilio Vaticano i sobre la esencia y la misión de la teología (Dz 1796), en la cual leemos que la razón iluminada por la fe, «en virtud de la relación de los misterios entre sí y con el fin último del hombre», puede obtener un conocimiento sumamente fructífero de misterios. De todos modos, en esa declaración la adquisición de un conocimiento más profundo por medio de la a. de la f. está limitada al ámbito de la misma fe, la cual, por lo demás, según la mente del Vaticano r se esclarece también por la analogía natural «con aquello que la razón conoce por sus fuerzas connaturales». En consecuencia, ahí tenemos también afirmada la unidad entre la a. de la f. y la analogía del elite. La más reciente predicación doctrinal de la Iglesia ha vuelto a resaltar insistentemente que la a. de la f. es un concepto regulativo, valorándola como norma para el estudio de la sagrada Escritura y para su interpretación, en estrecha conexión con la -> tradición activa y el --> magisterio eclesiástico (Dz 1943, 2146, 2315).

3. En todos estos casos el concepto de < concordancia con la fe» está usado en un sentido que incluye los elementos formales del concepto filosófico de analogía. Así la analogía de la fe, entendida por ejemplo como regula fidei, presupone la proporcionalidad de lo particular con el todo y la relación de dependencia entre el primer analogado y los analogados secundarios, a la manera de una analogía de atribución interna. Aquí se conserva también la unidad con la analogía entis, como lo muestra especialmente la declaración del Vaticano i (Dz 1796). Pero las relaciones son distintas cuando el concepto de analogía fidei es concebido en oposición a la analogía entis.

Esto ha sucedido en la reciente teología protestante, que ha convertido el concepto en una fórmula de controversia, cuando, en realidad, también lo conocía la antigua teología protestante, si bien solamente como idea hermenéutica. Sobre todo K. Barth, como réplica a la doctrina católica de la analogía del ser, en la cual él ve una ontología neoplatónica y una teología natural (y que él califica de «invención del anticristo»: Barth, KD I/I3, prólogo, p. VIII), ha elevado la «analogía de la fe> a la altura de un concepto estructural de la dogmática protestante. A base de él quiere Barth que se matice la rnncepción sobre el conocimiento natural de Dios, sobre la imagen de Dios en el hombre, sobre el «punto de apoyo» para la palabra de Dios en el hombre, sobre la teología natural y sobre la relación entre Dios y el mundo en general. Partiendo de la opinión errónea de que la doctrina católica de la analogía del ente lleva a una ordenación de Dios bajo el género del ser y, con ello, a una equiparación entre Dios y el hombre (cuando, en verdad, ya Tomás de Aquino consideró a Dios como extra omne genus et principium omnium generum), de lo cual se deduciría toda una serie de consecuencias negativas, por ejemplo, el sinergismo, la mediación salvífica de la Iglesia y el «panmarianismo»; en el concepto de a. de la f. Barth ha vuelto a enarbolar el principio material de la reforma, la --> justificación por la sola fe.

Afirmada en principio la analogía de las criaturas con Dios, a su juicio esta correspondencia ha de basarse exclusivamente en la revelación, su raíz ha de verse en el don de la gracia que Cristo nos trajo, de modo que la analogía jamás puede ser concebida como un elemento interno de la creación, como una posesión que está a disposición del hombre. El pensamiento aquí decisivo de que sólo Cristo es el hombre parecido a Dios, pone en evidencia que la doctrina barthiana de la fe o de la gracia constituye una consecuencia de su exagerado cristocentrismo, el cual a veces ha sido tachado de cristomonismo. Semejante conformidad entre Dios y el hombre, debida exclusivamente al don de Cristo y de su palabra, tiene que excluir todo anterior entrelazamiento óntico del hombre con Dios, y conduce necesariamente a una concepción puramente actualista del conocimiento de Dios y de la verdad. Con lo cual la analogía de la fe, de nuevo en estricta oposición a la del ente, queda a la vez caracterizada como una mera semejanza de acción.

4. La analogia fidei de Barth, desarrollada como fórmula polémica y determinada por una concepción panactualista del ser, ha tenido que soportar ciertas críticas dentro del mismo campo protestante, las cuales hacen hincapié, no sólo en el insostenible a priori filosófico, sino también en la falta de fundamentación bíblica para esa oposición total entre la analogia entis y la analogia fidei.

5. Desde el punto de vista de la fe católica hay que afirmar plenamente la existencia y la importancia de un parecido entre lo humano y Dios como consecuencia de la gracia y de la fe. La conciencia creyente siempre ha sostenido eso, así cuando, entre otros, Agustín atribuye al hombre creyente una «deiformidad» (deificatio), y santo Tomás de Aquino dice que por la fe se produce en el hombre quaedam divinae sapientiae similitudo. Pero ese reconocimiento de la semejanza del hombre con Dios en virtud de la gracia no excluye, sino presupone la existencia de una analogía óntica en la criatura; pues si el hombre, como ser creado, no guardara una relación de analogía con Dios, no podría corresponder como hombre al acto de la donación divina. Y Dios, propiamente, al obrar en el hombre por la gracia toparía solamente con su propio acto y consigo mismo, y el movimiento divino hacia el hombre se quedaría en un automovimiento inmanente. Si en el hombre no hay ninguna semejanza con Dios recibida por la creación, desaparece su realidad (relativamente) propia frente a Dios, y la concepción de la creación cae por completo en el peligro del acosmismo.

Así, pues, una analogía de la gracia desarrollada solamente en oposición a la analogía natural, se convierte directamente en una antilogía y establece un dualismo en la concepción de la relación entre Dios y el mundo que contradice a la unidad entre el orden de la creación y el de la redención. A la luz de esta unidad la a. de la f. es, en el sentido óntico y en el gnoseológico, aquella correspondencia gratuita proveniente de arriba que, asumiendo en su seno la analogía del ser, la despliega hasta su plena claridad, del mismo modo que esta segunda está abierta por su parte a la a. de la f. y, como imagen de Dios que ni siquiera se ha perdido por el pecado, capacita al hombre para percibir a Dios. Lo cual no implica que se incluya a Dios a la manera neoplatónica en un concepto neutral de ser ni que se afirme un verdadero sinergismo, pues en esta concepción Dios permanece el «enfrente» vivo del hombre. Por el hecho de que Barth desde el tercer volumen de su Dogmática atenúa la polémica contra la analogia entis y acepta una analogía relationis en la criatura (la imagen de Dios en el encuentro entre hombre y hombre), parece que también él haya abandonado la concepción puramente antagónica de la relación entre la a. de la f. y la del ser, si bien no se ve con claridad en qué sentido y medida se ha producido una evolución en el concepto barthiano de la analogía. Cf. también --> naturaleza y gracia.

Leo Scheffczyk