AMOR AL PRÓJIMO
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I. Concepto y problemática

El a. al p., como abertura a nuestro semejante e interés por él, es universalmente reconocido como forma elevada de la conducta moral. Sin embargo, se plantean las cuestiones de quién sea nuestro prójimo y hasta dónde haya de llegar el amor al mismo. La ética natural responde espontáneamente a esta pregunta distinguiendo entre el amor a los próximos parientes y la actitud servicial frente a los extraños. El hombre se siente obligado a amar a otro en la medida de su proximidad social a él. En la polis griega, este ethos se convierte en una ética del a. al p. para con los parientes de sangre en un sentido amplio, para con la comunidad de ciudadanos libres, y con ello, se lleva a cabo cierta exclusión de otros.

Ciertamente, en el AT hay también una ética del a. especial al p. con relaciónalos hermanos de fe; pero, como se lo ve fundado en la paternidad de Dios y el Dios de Israel es el Dios de todos los hombres, este a. al p. está en principio abierto para ver en cada hombre al prójimo. Sin embargo, como según la mente judía hay una elección especial de Israel y una paternidad particular de Dios respecto de Israel correspondiente a su elección, y, consiguientemente una peculiar obligación de amar a los miembros de este pueblo, esa idea condujo, señaladamente en el judaísmo tardío, a una fuerte exclusión de los extraños.

Sin embargo, hay deberes para con los extraños que sobrepasan el marco de la comunidad fraternal de raza, pues también ellos son criaturas de Dios y descienden de los mismos padres primeros, Adán y Noé (Éx 22, 20; 23, 9; Det 14, 29 y otros; Lev 19, 33s; 19, 10; 23, 22; Núm 9, 14; 15, 14ss; 35, 15) .Aisladamente, también el judaísmo tardío juntó el amor a Dios y el a. al p.; pero el fundamento de la ética judaica es la ->justicia.

De ella hay que distinguir la ética del prójimo en las religiones mistéricas, en las que el hombre se torna prójimo por la admisión en la comunidad esotérica. Estas comunidades deben precisamente su existencia al deseo de una comunión más estrecha y desarrollan consiguientemente por lo general un ethos interno («los nuestros»), que en ocasiones conduce a hostilidad con «los de fuera».

La unificación política del mundo trajo consigo dentro del --> estoicismo una actitud cosmopolita, la cual hace, p. ej., que Epicteto vea hermanos en todos los hombres, pues todos tienen su origen en Dios. A todos los hombres conviene, por tanto, un solo y mismo ethos fundamental de a. al p.

En la ilustración, la fraternidad universal y el deber que de ella emana de amar igualmente a todos se funda por la igualdad de naturaleza de todos los hombres. Las diferencias entre los hombres deben suprimirse como atavismos del capricho histórico.

El marxismo abandona esta ética irreal del amor universal al prójimo en favor del amor exclusivo a la propia clase. Si se ama a los proletarios, hay que combatir a los capitalistas. Esta división es fruto de la historia del enajenamiento del hombre, que sólo será superado en la sociedad sin clases.

Con la aparición del dialogístico pensamiento existencial, el cual destaca reflejamente la relación yo-tú y la comunicación, distanciándose de las formas generales de pensar la realidad, y así da razón de lo indeductiblemente personal e histórico, se hace prójimo aquel con quien, ligados por la situación, somos confrontados. Así, en Jaspers, p. ej., el amor se dirige al individuo, insustituible en cada caso, al que estamos dispuestos a ayudar, no sólo por principios éticos universales (por deber), sino porque, al encontrarnos con él, percibimos la exigencia del momento (del < Kairós»). El a, al p. así entendido ayuda según la situación e incondicionalmente, y no está ligado absolutamente por ningún ethos objetivo, sino sólo por la comunicación personal (que no podemos provocar intencionadamente) con este prójimo insustituible (cf. también -->personalismo).

En todas estas formas de la ética, el a. al p. está restringido por el amor a sí mismo en el sentido de que, según la regla de oro (Mt 7, 12; Lc 6, 31), el hombre debe amar a su prójimo «como a sí mismo» (Lev 19, 18). O bien se sienta una prioridad de la sociedad frente al individuo concediendo a ésta una primacía absoluta, o bien, finalmente, se renuncia a definir objetivamente la medida del a. al p.

En contraste con ello, la concepción cristiana del a. al p. se funda en la unión del amor a Dios y al prójimo. Jesús junta de forma característica en el mandamiento máximo el amor de Dios y del prójimo (Mc 12, 28-31 par). Más concretamente, el a. al p. aparece expresamente como criterio único por el que es juzgado el hombre (Mt 25, 34-46). El enfriamiento de la caridad es mirado como trasunto de la iniquidad en medio de las tribulaciones del fin del mundo (Mt 24, 12). Amar al prójimo «como a sí mismo» se entiende de forma completamente ilimitada, de suerte que el amor a los enemigos (Mt 5, 43ss; Lc 6, 27ss) y la entrega de la vida por los amigos (Jn 15, 13) son expresión de sumo amor. Así el amor es la suma de la ley (Mc 12, 31; cf. Mc 3, 1-7; Mt 5, 23s; 9, 13 ). Tiene su razón de ser y su modelo en el amor universal de Dios (Lc 6, 36) y en el servicio propio de Jesús (Mc 10, 44s; Lc 22, 26; Jn 13, 14s).

En Pablo son vistos en unidad el a. al prójimo (1 Cor 13), el cumplimiento de toda la -> ley (Rom 13, 8-10; Gál 5, 14), la consumación de la vida cristiana (Col 3, 1) y el amor a Dios. En Sant 2, 8 el a. es calificado de ley regia. Y, según Juan (Jn 13, 34; 1 Jn 2, 8), el a. al p. constituye un mandamiento nuevo, que se funda en el amor con que Dios amó primero a los hombres (Jn 3, 16; 16, 27; 1 Jn 4, 11), igual a aquel amor con que el Hijo escogió a sus discípulos (Jn 15, 9s, 12).

II. Teología del amor al prójimo

El a. al p., sistemáticamente visto, determina la estructura fundamental del obrar moral (->acto moral), en cuanto una posición ante Dios sólo se realiza en la medida en que nos volvemos a nuestro prójimo. Sólo estando con el hombre podemos estar con Dios. Solamente por el a. al p, podemos llegar a nuestra perfección en el amor de Dios. La referencia a la transcendencia sólo nos es posible por la referencia al prójimo que debe realizarse categorial e históricamente. Ahora bien, la «profundidad transcendental» del hombre en los «otros» que le salen al encuentro remite siempre, por lo menos implícitamente, más allá de sí mismo, a Dios y, simultáneamente, a la persona del que ama, la cual sólo en el encuentro con los «otros> tiene la identidad consigo misma. Pues el hombre, sólo en cuanto está material e irreflexivamente en el ser y formal y reflejamente en las realidades categoriales, puede estar también en sí mismo. Igualmente, el hombre sólo puede distanciarse como persona de las realidades categoriales en la medida en que - por lo menos material e irreflexivamente - esté en el ser personal por excelencia (en Dios) y, formal y reflejamente, esté en su cohombre en cuanto tal. De donde se sigue que la ordenación explícita y formal a Dios sólo es posible en la medida de la ordenación al prójimo.

Aquí hay que ver el núcleo de verdad de la concepción sostenida por teólogos no católicos según la cual Dios es solamente < una manera de estar con los demás hombres». Cuanto más nos abrimos al prójimo, que nos sale al encuentro bajo la dimensión de su singularidad y abertura a Dios, tanto más incondicionalmente nos damos a Dios. Esta abertura puede no haberse convertido en tema explícito, pero materialmente se da siempre. De ahí que, materialmente, todo acto de a. al p, es un acto de amor de Dios en la medida que es amor. Si este amor de Dios se convierte en tema explícito, hay también formalmente un acto de amor de Dios. Según eso, todo hombre es potencialmente nuestro prójimo; y actualmente lo es el que nos sale al paso en nuestra situación concreta con su singularidad subjetiva, y en la medida en que lo hace. El prójimo tanto puede ser el buscado por mí como el que inesperadamente penetra en mi existencia personal. El hecho de que en el a. al p. podemos llegar a una perfección que sobrepuja toda comprensión humana y de que estamos llamados a un incondicional a. al p., sólo es aprehensible en la fe. Por ésta se esclarece el llamamiento de todos los hombres a la filiación de Dios en el Hijo (-> voluntad salvífica) y, consiguientemente, la relación - en principio matizada por la gracia - de todo --->acto moral a la salvación eterna. De la -> justificación se desprende que todos los justificados en Cristo son hermanos por la gracia (Mc 3, 31-35; cf. Jn 14, 21; 15, 14s), y por lo tanto pueden amarse sobrenaturalmente.

Hermanos en sentido propio sólo lo son los justificados en Cristo, los otros están fuera de esa hermandad peculiar (1 Tes 4, 10-12; cf. 1 Cor 5, 12.13; Col 4, 5). Así, las prescripciones paulinas sobre la conducta con los de fuera, en parte son abiertas (Rom 13, 8; 1 Tes 3, 12; 5, 15; Tit 3, 2; también 1 Cor 9, 19; 1 Tim 2, 1; Rom 13, 1; Tit 3, 1; Flp 2, 15; Rom 12, 17; 2 Cor 8, 21; 1 Tes 4, 12; 5, 22; Rom 15, 2; 1 Tim 4, 12), y en parte señalan fuertemente las fronteras (Col 4, 5; cf. 2 Cor 6, 15; Ef 4, 28; 1 Tes 4, 11-12; Ef 5, 6-7; 2 Cor 6, 17). La delimitación de la fraternidad cristiana no tiene, sin embargo, por finalidad trazar un círculo esotérico, sino que se hace en servicio de la totalidad (particularmente Rom 5, 12-21).

Puesto que Jesús murió por todos los hombres y, consiguientemente, todos están llamados a esa fraternidad sobrenatural, el amor sobrenatural al prójimo debe extenderse a todos los hombres y actualizarse con aquellos que necesitan su ayuda en el ámbito espiritual o en el material (Lc 10, 30-37; Mt 25, 31-46), tanto más por el hecho de que los justificados han sido llamados con miras a los no escogidos. Pues el misterio de la -> representación, que se ha constituido en Cristo y forma la base de toda elección, a partir de él prosigue por voluntad de Dios a través de toda una serie de representaciones en el orden histórico-salvífico. La representación es la ley estructural de la historia de la -> salvación. Elección es siempre, en su más profundo sentido, elección para el otro. Esa ley es válida para la Iglesia lo mismo que para el individuo, y por eso la elección se identifica con el mandato misional. Lo cual significa que el cristianismo afirma la existencia de diversos ámbitos de a. al p. y, si bien sólo a los hermanos en la fe llama simplemente hermanos, sin embargo, él está exento de toda tendencia al esoterismo por el esoterismo. Más bien, el que uno se delimite frente a otros, tiene su sentido último en el cumplimiento del se icio a los demás. El a. al p. halla su forma mas n-ei sufrimiento vicario al lado del Señor mediante el --> martirio de la entrega de a. por el p., pues aquí se produce siempre a la postre una parusía de Dios en Cristo. Donde se realiza auténticamente el a. al p., está ya presente todo el fondo o contenido del cristianismo, éste ya ha sido abrazado originariamente y sólo falta que se despliegue expresamente.

Waldemar Molinski