ACOMODACION
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1. Lo que el concepto a. (= adaptación, asimilación) significa en teología no está en modo alguno fijado; en todo caso se refiere a la relación de la Iglesia, de su teología y de los cristianos con el socio histórico o el que está enfrente, con aquel que está extra ecclesiam, con el «otro». La concepción de la a. depende de la interpretación teológica de la situación del «otro» en la historia única de Dios con la humanidad y, más próximamente, de la caracterización de la singularidad concreta de los no cristianos, es decir, de su religión, cultura, lenguaje, sociedad, etc. Esto significa que el sentido de la a. se interpreta en cada momento en virtud de la concepción de la Iglesia que entonces prevalece. En cuanto una uniformidad de la teología no es ni posible ni deseable, también las opiniones sobre la a. serán cada vez divergentes. Por consiguiente no cabe buscar una doctrina invariable de la a.; más bien es en la misma historia de la relación entre la Iglesia y el «otro» donde hay que descubrir la historia de la inteligencia de la a. La palabra a. apunta pues a la habitudo ecclesiae ad extra, y concretamente bajo el interés especial de si y de qué manera la Iglesia se comunica a lo distinto de ella.

2. Toda respuesta debe partir del hecho de que la Iglesia no-mediada, la ecclesia pura, no existe e incluso no puede existir, así como tampoco se dan la doctrina y la verdad no-mediadas, el cristianismo, por así decir, en su forma «pura», no acomodada; pues la revelación histórica implica eo ipso la a. de Dios a lo humano y a lo histórico, ya que de otro modo lo divino - a causa de los límites impuestos por la creación de Dios a la capacidad humana de recepción - no podría ser jamás experimentado. Por esto toda «aparición» y todo «hacerse visible» de Dios (en las religiones, en Israel, en Jesús, la historia de la Iglesia y, principalmente, el de la historia de las misiones.

5. La a. de la Iglesia y de la teología a griegos, romanos y germanos es universalmente conocida. Discrepan las opiniones en el enjuiciamiento de la cuestión de si la Iglesia en estas simbiosis históricas ha hecho concesiones ilegítimas o si, por el contrario, ha transformado aquellas culturas, las ha asimilado y, por esto, se ha manifestado en ellas y se les ha comunicado legítimamente. Sin embargo, por lo menos con relación a la teología se puede sostener que, p. ej., Platón y Aristóteles fueron sometidos a la crítica de la verdad bíblica antes de producirse la a. a ellos. Con relación a la espiritualidad cristiana, especialmente a la recepción de formas religiosas de expresión, parece que las concesiones alguna vez han ido demasiado lejos.

6. El que la misión católica (y también la protestante) desde el principio de la moderna actividad misionera fuera de Europa en general recibió una orientación europea, es una realidad conocida y cada vez más lamentada desde los años veinte del siglo actual. Se exportó liturgia, gestos de plegaria, arte, formas de piedad, costumbres y concepciones sociales del mundo greco-romano-germánico, ideas filosóficas y políticas de Europa, etc.; es más: la condena de lo indígena fue el presupuesto de este ofrecimiento del totalitarismo europeo. R. Panikkar ha hablado con razón de un «colonialismo teológico». Los jesuitas Roberto de Nobili (1577-1565) y Mateo Ricci (1552-1610 ), así como los escasos partidarios de sus métodos, pueden valer como testimonio excepcionales de la a., que ellos, es verdad, entendían primariamente todavía de una manera psicológica y pedagógica. Su valentía y su renuncia a un éxito cuantitativo condujeron a la llamada disputa de la a. o de los ritos (cf. LThK2 VIII 13221324), la cual duró casi dos siglos, entre los jesuitas por un lado y los dominicos, los franciscanos y el papa con la curia, por otro. El motivo de la disputa y el objeto que estaba en primer plano era si se podían permitir en la Iglesia determinados ritos chinos (confucionistas o budistas) e hindúes, principalmente el culto a los muertos. En esta disputa, caracterizada tanto por la obcecación y la ignorancia como por las calumnias y las desfiguraciones, triunfó el integrismo (cf. la bula de Benedicto xiv Ex quo singular¡, 1742). Esa problemática disputa y victoria han desacreditado ampliamente hasta nuestros días la misión, ya que ésta cayó desde entonces totalmente del lado del europeísmo (y del colonialismo). La decisión del año 1742 no se revisó hasta el año 1939. El desarrollo global eclesiástico de los últimos treinta años ha superado teóricamente el europeísmo (cf. las enc. misionales de los años 1926, 1951, 1954, así como la Enc. Ecclesiam suam del año 1964). Desde hace algunos años hay no pocos intentos de a.; y especialmente las reformas litúrgicas del Vaticano ii, así como los esfuerzos por entender más a fondo las religiones no cristianas y las filosofías extraeuropeas, han conducido a intentos más fuertes de a. Pero, en conjunto, la Iglesia no está todavía acomodada a Asia y a África. Con todo, se muestran ya nuevas lineas evolutivas, las cuales, guiadas por la «astucia de la historia», hacen que de las omisiones brote lo positivo.

7. Por la a., en cuanto autorrealización de la teología y de la Iglesia, ésta no se puede jamás ligar a algo ya superado. Seria una cosa totalmente sin sentido el que en la actualidad, cuando se tiende hacia una civilización mundial unitaria, se quisiera conservar precisamente en la Iglesia fondos de reserva de lo antiguo. La conservación artificial de formas y estructuras moribundas tendría que conducir a un «romanticismo» no serio, folklórico; pero esa conservación es sociológicamente imposible desde todo punto de vista. De ahí que las advertencias contra una a. exagerada y miope a una determinada forma particular sean plenamente acertadas (OHM: «complejo de acomodación»). Sin embargo, esto de ningún modo significa que el problema de la a. esté ya zanjado; por el contrario, parece que resurge en forma nueva y más difícil, pues, según todas las previsiones, en el one world técnico, científico y secularizado, perseverarán profundas diferencias, sobre todo desde un punto de vista étnico, cultural y psicológico. No es en absoluto seguro que la Iglesia logre adaptarse a los estratos profundos de las culturas; pero la novedad de su mensaje y de su doctrina exige, no simplemente la sustitución global de las «ordenaciones antiguas» por las nuevas, sino más bien una novedad de la vida humana «ante Dios», la cual presupone, permite y aplaude formas plurales de realización. Por más que hoy comprendemos la razón y el deber de la a. (y hayamos de lamentar que esto no sucediera siglos antes), el terminus ad quem de las acomodaciones actualmente necesarias es muy incierto. El secularizado mundo futuro exigirá evidentemente formas de teología y de vida creyente, o sea, de a., distintas de las exigidas por las zonas de África y de Asia, que en gran parte todavía son religiosamente homogéneas. Si se juzga que la «humanización» del mundo es imparable (J.B. Metz) y que, por tanto, la estructura formalmente cristiana ha de marcar la pauta del futuro, la posición frente al problema de la a. será ciertamente de reserva. Mas eso no significa en modo alguno que las formas más simples de a., las fundadas en la convivencia humana, p. ej., la acomodación del idioma, de la forma de vestir, de las costumbres, del arte, etc., permitan el más pequeño aplazamiento. El análisis teológico, histórico y filosófico de la problemática de la a. a gran escala, junto con su importancia para una visión mundial del futuro, no quiere ni puede impedirnos realizar «hic et nunc» en lo pequeño y cotidiano la a. exigida por el bien de los hombres y de sus posibilidades de fe. Y, a este respecto, no hay una distinción de principio, sino solamente gradual, entre los llamados «países de misión» y los «países cristianos».

Heinz Robert Schlette