Guadalupe
es la virgen y el objeto de culto más célebre de México. Su origen se
establece por tradición oral, comprobado procesalmente en 1666 como antigua,
amplia y uniforme y también por tradición escrita, contenida en numerosos
documentos fehacientes de indios y españoles que establecen el milagroso hecho
de su aparición en el Tepeyac, en 1531, cuando el indio Juan Diego tuvo la
milagrosa visión de su presencia. Se cuenta que en el ayate de Juan Diego,
apareció pintada la imagen de la virgen cuando mostró a fray Juan de Zumárraga,
el primer obispo de México, el cargamento de rosas que traía.
Su culto, constantemente aprobado
por la iglesia, que nada ha objetado contra la historicidad de las apariciones,
ha ido siempre en aumento sobretodo por la creencia de los favores que le ha
dispensado al pueblo mexicano. En este sentido hay dos momentos culminantes: el
de su proclamación como Patrona de la Nación Mexicana, en 1737, cuando hizo
que desapareciera una terrible peste que asolaba a la población y su coronación
como Reina de México en 1895.
La guadalupana ha sido el bastión,
la razón de ser y la imagen de muchos personajes y episodios de la historia:
admiró a Bernal Díaz del Castillo la devoción que los naturales le tenían,
su estandarte fue bandera de los Insurgentes que lograron la independencia de México
y también bastión en la Revolución Cristera.
Pío X la declaró “Celestial Patrona de América
Latina" en 1910 y Pío XII la llamó Emperatriz de las Américas en 1945 y
dijo que “en la tilma del pobrecito Juan Diego… pinceles que no eran de aquí
abajo dejaron pintada una imagen dulcísima”.
La devoción popular guadalupana
es parte importante de la vida cultural y social de nuestro país y las
peregrinaciones hacia su santuario son constantes y multitudinarias.
Su templo, erigido primitivamente
en el lugar preciso que señaló Juan Diego, fue primero una humilde ermita, la
Ermita Zumárraga (1531-1556). Después el obispo Montúfar la amplió y se llamó
Ermita Montúfar (1557-1622) y más tarde, al pie de esta última, se construyó
la Ermita de los Indios, que es la parroquia actual en 1647.
Dicha ermita tuvo al principio un
capellán, luego fue vicaría, parroquia y parroquia archipresbiterial. Un nuevo
templo fue construido, mucho mayor y más suntuoso de 1695 a 1709 y en él se
erigió la Colegiata y la Basílica (1904).
La población construida en torno a este santuario fue erigida en Villa en 1789 y en ciudad -Ciudad Guadalupe, Hidalgo- en 1828.
PRUEBAS INDIGENAS DE LAS APARICIONES
La primera es la relación de Antonio Valeriano conocida con el título de Nicam mopohua, escrita en lengua náhuatl entre 1558 y 1570. Valeriano tenía unos 15 años de edad en 1531. Fue primero alumno y después maestro y rector del célebre Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Los datos que aquí constan sobre las apariciones están tomados de este testimonio. El padre Ángel María Garibay afirmaba que Valeriano no había escrito él solo esa relación, sino que fue compuesta por un grupo de indígenas del que formó parte este cronista. Decía Garibay que se descubrían ahí varios estilos y no uno solo. Si así fuera, tendría todavía más autoridad histórica la exposición de su contenido. Esa relación ha sido considerada como el Evangelio de las Apariciones. La mayor parte de los datos que contiene coinciden con los que se hallan en los otros documentos contemporáneos y con los que más tarde dieron los testigos de las Informaciones de 1556, 1666 y 1723. Hay también once anales y dos mapas. Todos ellos proceden del siglo XVI. Los Anales de Tlaxcala dicen: "1510 (debe decir 1531), Año Pedernal. Fue cuando vino Presidente nuevo a gobernar en México; también en este año se dignó aparecer nuestra amada Madre de Hualalope; se dignó aparecerle a un indito de nombre Juan Diego”. El subgrupo de Anales Catedral, noticias curiosas, Bartolache, dice así: " Técpatl. 1548: murió Juan Diego a quien se apareció la Señora de Guadalupe en México. Granizó en el Iztactepetl". Lo mismo dicen los Anales de Chimalpáin y de Juan Bautista y los que poseyó el padre Baltazar González, SJ. En el mapa que fue de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl estaba figurada la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. El otro mapa, que poseyó Boturini, ahora perdido, también tenía alguna información guadalupana. El Testamento de Cuautitlán de 1559 dice- "A los pocos días después, mediante este joven (Juan Diego, que menciona antes) se verificó una cosa prodigiosa allá en Tepeyácac, pues en él se descubrió y apareció la hermosa Señora Nuestra, Santa María, la que nos pertenece a nosotros los de esta ciudad de Cuautitlán". Además de todos estos documentos citados, existen los cantares y coloquios de los mismos indígenas en los que se hacen no pocas alusiones a Nuestra Señora de Guadalupe.
PRUEBAS
ESPAÑOLAS DE LAS APARICIONES
La primera es el testimonio del obispo fray Juan de
Zumárraga. Existen dos constancias de que este prelado escribió, tanto en México
como en España, una declaración autorizada sobre el milagro de la imagen y
sobre las apariciones al indio Juan Diego. El padre Miguel Sánchez (primero que
difundió la relación de Valeriano) se basó en la palabra del licenciado
Bartolomé García y del deán Alonso Muñoz de la Torre para afirmar que el
arzobispo de México, fray García de Mendoza, por el año 1601 tuvo en su poder
los autos y el proceso de Zumárraga sobre las apariciones. Esos documentos
debieron ser los que dejó el primer obispo de México cuando viajó a España
en 1532. El padre franciscano Pedro de Mezquia aseguró haber visto y leído una
relación semejante en el convento de Victoria, en España, pero después declaró
no haberla encontrado al intentar llevar una copia a México, acaso porque se
hubiera perdido en el incendio que destruyó el archivo de ese convento. Aunque
físicamente no se tienen todavía las copias. de esas dos relaciones de Zumárraga,
sí consta que las escribió con el fin de dar a conocer los hechos que relatan.
Los historiadores guadalupanos confían en dar con ellas en algún archivo
conventual de España o de México. En las Informaciones de 1556, tomadas después
del sermón antiguadalupano del padre Bustamente, se hallan no pocos testimonios
de españoles que confirman expresamente la tradición substancial de las
apariciones y de la devoción consiguiente a la Guadalupana. Otro testimonio,
aunque más general, es el de Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera
de la Conquista de la Nueva España. En los capítulos 150 y 210 se ocupa del
tema; en éste dice: "Y miren las santas iglesias catedrales... y la santa
iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, que está en lo de Tepeaquilla (Tepeyácac)
... y miren los santos milagros que hace cada día'. En 1570 el capellán de la
ermita Montúfar, padre Antonio Freyre, dijo en un informe" que la ermita
de Nuestra Señora de Guadalupe Tepeaca está a media legua de dicha ciudad (México)
hacia el norte, la cual puede haber catorce años que fundó y edificó el Ilmo.
Arzobispo con las limosnas que dieron los fieles. Noticias semejantes constan en
escritos de fray, Diego de Santa María y del virrey Martín Enríquez de
Almanza.
Juan Diego y las apariciones
del Tepeyac
Después de la conquista espiritual que se inició
en la Conquista y continuó en la Colonia, aparecieron pronto las
primeras familias indígenas cristianas en las cercanías de la ciudad
de la Nueva España. Juan Diego pertenecía a una de estas familias y
nació en Tolpetlac, aldea al norte de la Villa de Guadalupe en 1548. Su nombre indígena era
Cuauhtlatóhuac, "el que habla como águila". Su oficio era la
manufactura de petates que vendía en Tlatelolco. Según la leyenda, a los 53 años
de edad tuvo la aparición milagrosa que daría inicio a la adoración
de la Virgen de Guadalupe en México. La historia fue así: Juan Diego
vivía con su mujer y su tío Juan Bernardino en Tulpetac, lugar donde
no había iglesias por lo cual tenían que ir a misa hasta Santa Cruz de
Tlatelolco. El sábado 9 de diciembre de
1531 Juan Diego se encaminaba hacia ahí y al pasar por el cerro del
Tepeyac oyó un canto que no era de esta tierra. Se detuvo a gozar de él
y cuando miró arriba vio un sol resplandesciente y enmedio a una señora
en actitud de oración, él fue a saludarla y ella le dijo que era su
deseo que le labrase un templo en ese llano y le encomendó también que
le comunicara ese deseo al señor obispo. El obsipo no lo tomó en serio
y le pidió que volviese otra vez al lugar a ver si sus ojos no lo habían
traicionado. Regresó desconsolado Juan Diego y la Santísima Virgen se
le apareció otra vez para decirle que volviera el domingo a ver al señor
obispo. Así lo hizo Juan Diego, pero el obispo le pidió una señal
comprobatoria de la voluntad de la Virgen. La señora se le apareció de
nuevo y le pidió que volviera al día siguiente. El lunes, día de la cita, se
enfermó de cuidado el tío Juan Bernardino y hasta el martes pudo salir
Juan Diego que se dirigió la ciudad a buscar a un sacedote para que le
administarara los últimos sacramentos. Iba por ahi, ese día 12 de
diciembre, cuando al pasar de nuevo por el Tepeyac se le volvió a
parecer la Virgen y le preguntó qué le pasaba. El le contó lo de la
enfermedad de su tío y ella le dijo que no se preocupara porque su tío
ya estaba sano, después le pidió que subiera al cerro a recoger unas
flores. Fue Juan Diego y en efecto
encontró muy bellas rosas de las que no era temporada y que nunca se
habían dado allí. Ya con ellas en su ayate, la Santísma Virgen dijo
que las llevara donde el señor obispo pero que no desplegase su ayate
ni lo mostrara a nadie más. Así lo hizo Juan Diego.
Después
de conseguir entrar en el obsipado, le dijo a Zumárraga, el obispo, que
ahí le llevaba la prueba que le había pedido. En ese momento soltó su
ayate y apareció en él pintada como por los ángeles, la imagen de la
Virgen de Guadalupe. Juan Diego ha sido propuesto
como santo a la iglesia católica y durante mucho tiempo su templo fue
venerado por los indígenas. La leyenda al pie de la estatua con su
imagen que se encuentra en la plaza de la Basílica dice lo siguiente:
"Personificación de nuestro pueblo, a quien la excelsa Madre de
Dios tituló: hijo predilecto de su corazón y le mandó pedir al obispo
un templo donde mostrar su misericordia. Al entregar las flores
recibidas como señal, apareció estampada en su tilma la maravillosa
imagen de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre de 1531, año metlactli
omey actal, 13 caña, fecha inmortal para todos los
mexicanos." |
Guadalupe, Patrona de la Nación
y de Iberoamérica
|
En 1736 apareció la peste
llamada matlazáhuatl en la ciudad de México. Atacaba de un modo especial a los
indígenas. Pronto llegó el número de víctimas a 40 mil. Se estuvieron
haciendo oraciones, tributos y procesiones públicas, pero la epidemia
continuaba. Se pensó entonces en invocar a la Virgen de Guadalupe y declararla
patrona de la ciudad. El 27 de abril de 1737 se hizo la solemne Jura del
Patronato de Nuestra Señora sobre la ciudad en el palacio virreinal por el
arzobispo-virrey Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta y ese mismo día comenzó
a disminuir el número de afectados. A causa de que la peste se había extendido
también a las provincias de la Nueva España, con la aprobación de
todas ellas se hizo la solemne Jura del Patronato Nacional de Nuestra Señora de
Guadalupe el 4 de diciembre de 1746 por el mismo señor Eguiarreta, cuando el número
de víctimas era ya de 192 mil.
Con motivo de la coronación de
la Virgen de Guadalupe en 1895, el obispo de Cleveland, monseñor Houslmann,
propuso que se le proclamara Nuestra Señora de América. Hacia 1907 Trinidad Sánchez
Santos y Miguel Palomar y Vizcarra quisieron que se la proclamara Patrona de la
América Latina. Sin embargo, no fue sino hasta abril de 1910 en que varios
obispos mexicanos dirigieron una carta a los obispos latinoamericanos y
anglosajones proponiéndoles proclamar a la Virgen de Guadalupe
como Patrona de todo el continente, pero la Revolución de 1910 y el conflicto
de 1926 a 1929 no permitieron continuar las gestiones.
En abril de 1933 luego de haber
escrito nuevamente a los obispos de Latinoamérica ya se habían recibido
contestaciones favorables de un cardenal, 50 arzobispos y 190 obispos, de modo
que el 15 de agosto el Episcopado mexicano pudo ya publicar una carta pastoral
colectiva en la que anunciaba la proclamación del Patronato guadalupano sobre
toda Iberoamérica para el 12 de diciembre siguiente en Roma; y ese día se
celebró en San Pedro la solemne misa pontificial presidida por el arzobispo de
Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez.
A
esa misa asistió el papa Pío XI y estuvieron presentes un cardenal, cinco
nuncios, 40 arzobispos y 142 obispos. En el ventanal de fondo, llamado
“Gloria de Bernini” se colocó una gran imagen de la Guadalupana y por la
noche de ese día se iluminó la cúpula de San Pedro. Así quedó proclamada
la Virgen de Guadalupe como Patrona de América Latina
El
arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, coronó la imagen
de Nuestra Señora de la Esperanza de Jacona y de ahí surgió la idea de la
coronación pontificio de Nuestra Señora de Guadalupe. Una vez conseguida la
aprobación de Roma, se fijó para este acto la fecha del 12 de octubre de 1895.
El arzobispo le encomendó la preparación de esa ceremonia al presbítero
Antonio Plancarte y Labastida, cura de Jacona que tanto se había distinguido en
la festividad anterior. El nombramiento de abad de la basílica le fue otorgado
después por el papa León XIII. En la madrugada del 12 de octubre de 1895 miles
de peregrinos se dirigían a la Villa de Guadalupe desde todos los rumbos de la
ciudad de México, entre ellos no pocos norteamericanos y centroamericanos. Al
amanecer la gente se entretenía subiendo y bajando las rampas que llevan a la
capilla del Cerrito; las bandas de música tocaban sin cesar, grupos de personas
entonaban cantos y otros lanzaban cohetes. En la capilla del Pocito, en la
iglesia de Capuchinas y en la parroquia de los Indios muchos devotos oían
misa y comulgaban.
Las puertas de la basílica se abrieron a las 8 de la mañana. Pronto se llenó todo el recinto, profusamente engalanado, la mayor parte de la multitud quedó fuera. Los diplomáticos y los invitados se colocaron en sitios especiales. Una comisión de damas llevó la corona hasta el altar. En éste, cerca el baldaquino, se puso una plataforma, y al lado del evangelio se hallaba el dosel para el arzobispo oficiante. Estaban presentes 38 prelados nacionales y extranjeros. Después del canto de nona, principió la misa pontificar presidida por el arzobispo Próspero María Alarcón. Actuó el Orfeón de Querétaro dirigido por el padre José Guadalupe Velázquez. Se ejecutó la misa Ecce ego Joannes de Palestrina. En procesión fueron llevadas al altar las dos coronas: una de oro y otra de plata. El señor Alarcón, una vez arriba de la plataforma, besó la mejilla de la imagen y en seguida él y el Arzobispo de Michoacán, Ignacio Arciga, colocaron la corona de oro sobre la cabeza de la Virgen, suspendiéndola de las manos del ángel que se hallaba sobre el marco. En ese instante los fieles lanzaron gritos de "¡Viva!", "¡Madre!", "¡Sálvanos!" y "¡Patria!", clamorosamente coreados dentro y fuera de la basílica, mientras repicaban las campanas y se hacían estallar cohetes. Al final se cantó el Te Deum en acción de gracias y los obispos fueron poniendo sus báculos y mitras a los pies del altar de la Virgen de Guadalupe, consagrándole así sus diócesis y poniéndolas bajo su protección.