CAPITULO
IV

La virtud de la templanza

Sumario: El orden que vamos a seguir es el siguiente: naturaleza, importancia y necesidad, vicios opuestos y partes de la templanza o virtudes derivadas.

479. I. Naturaleza. La palabra templanza puede emplearse en dos sentidos:

  1. Para significar la moderación que impone la razón en toda acción y pasión (sentido lato), en cuyo caso no se trata de una virtud especial, sino de una condición general que debe acompañar a todas las virtudes morales.

  2. Para designar una virtud especial, que constituye una de las cuatro virtudes morales principales que se llaman cardinales (sentido estricto). En este sentido puede definirse: una virtud sobrenatural que modera la inclinación a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto, conteniéndola dentro de los limites de la razón iluminada por la fe.

Expliquemos un poco la definición:

UNA VIRTUD SOBRENATURAL, para distinguirla de la templanza natural o adquirida, que tiene exigencias menos finas.

QUE MODERA LA INCLINACIÓN A LOS PLACERES SENSIBLES. LO propio de la templanza es refrenar los movimientos del apetito concupiscible—donde reside—, a diferencia de la fortaleza, que tiene por misión excitar el apetito irascible en la prosecución del bien honesto.

ESPECIALMENTE DEL TACTO Y DEL GUSTO. Aunque la templanza debe moderar todos los placeres sensibles a que nos inclina el apetito concupiscible, recae de una manera especialísima sobre los propios del tacto y del gusto (lujuria y gula principalmente), que llevan consigo máxima delectación —como necesarios para la conservación de la especie o del individuo-, y son, por lo mismo, más aptos para arrastrar al apetito si no se le refrena con una virtud especial: la templanza estrictamente dicha. Principalmente recae sobre las delectaciones del tacto, y secundariamente sobre las de los demás sentidos.

CONTENIÉNDOLA DENTRO DE LOS LÍMITES DE LA RAZÓN ILUMINADA POR

LA FE. La templanza natural o adquirida se rige únicamente por las luces de la razón natural, y contiene al apetito concupiscible dentro de sus límites racionales o humanos; la templanza sobrenatural o infusa va mucho más lejos, puesto que a las de la simple razón natural añade las luces de la fe, que tiene exigencias más finas y delicadas.

480. 2. Importancia y necesidad. La templanza es una virtud cardinal, y en este sentido es una virtud excelente; pero, teniendo por objeto la moderación en los actos del propio individuo, sin ninguna relación a los demás, ocupa el último lugar entre las virtudes cardinales.

Sin embargo, con ser la última de las cardinales, la templanza es una de las virtudes más importantes y necesarias en la vida del cristiano. La razón es porque ha de moderar, conteniéndolos dentro de los límites de la razón y de la fe, dos de los instintos más fuertes y vehementes de la naturaleza humana, que facilísimamente se extraviarían sin una virtud moderativa de los mismos. La divina Providencia, como es sabido, ha querido unir un deleite o placer a aquellas operaciones naturales que son necesarias para la conservación del individuo o de la especie; de ahí la vehemente inclinación del hombre a los placeres del gusto y del apetito genésico, que tienen aquella finalidad altísima, querida e intentada por el Autor mismo de la naturaleza. Pero precisamente por eso, por brotar con vehemencia de la misma naturaleza humana, tienden con gran facilidad a desmandarse fuera de los límites de lo justo y razonable—lo que sea menester para la conservación del individuo y de la especie en la forma y circunstancias señaladas por Dios, y no más—, arrastrando consigo al hombre a la zona de lo ilícito y pecaminoso. Esta es la razón de la necesidad de una virtud infusa moderativa de esos apetitos naturales y de la singular importancia de esta virtud en la vida cristiana o simplemente humana.

Tal es el papel de la templanza infusa. Ella es la que nos hace usar del placer para un fin honesto y sobrenatural, en la forma señalada por Dios a cada uno según su estado y condición. Y como el placer es de suyo seductor y nos arrastra fácilmente más allá de los justos límites, la templanza infusa inclina a la mortificación incluso de muchas cosas lícitas para mantenernos alejados del pecado y tener perfectamente controlada y sometida la vida pasional.

480. 3. Vicios opuestos. Los principales son dos: uno por exceso, la intemperancia, y otro por defecto, la insensibilidad excesiva.

  1. La intemperancia desborda los límites de la razón y de la fe en el uso de los placeres del tacto y del gusto. Sin ser el máximo pecado posible, es, sin embargo, el más vil y oprobioso de todos, puesto que rebaja al hombre al nivel de las bestias o animales, y porque ofusca como ningún otro las luces de la inteligencia humana.

  2. La insensibilidad excesiva huye incluso de los placeres necesarios para la conservación del individuo o de la especie que pide el recto orden de la razón. Unicamente se puede renunciar a ellos por un fin honesto (recuperar la salud, aumentar las fuerzas corporales, etc.), o por un bien más alto, como es el bien sobrenatural (penitencia, virginidad, contemplación), porque eso es altamente conforme a la razón y a la fe.

482. 4. Partes de la templanza. La templanza, como virtud cardinal, tiene partes integrales, subjetivas y potenciales. El siguiente cuadro esquemático las recoge todas y muestra el camino que vamos a recorrer en las páginas siguientes:

I. PARTES INTEGRALES

Son—como ya sabemos—aquellos elementos que integran una virtud o la ayudan en su ejercicio. La templanza tiene dos: vergüenza y honestidad.

483. I. Vergüenza. No es propiamente una virtud, sino cierta pasión laudable que nos hace temer el oprobio y confusión que se sigue de un pecado torpe. Es pasión, porque la vergüenza lleva consigo una transmutación corpórea (rubor, temblor...); y es laudable porque este temor, regulado por la razón, infunde horror a la torpeza.

Nótese que nos avergonzamos más de quedar infamados ante personas sabias y virtuosas—por la rectitud de su juicio y el valor de su estima o aprecio—que ante las de poco juicio y razón (por eso nadie se avergüenza ante los niños muy pequeños o los animales). Y sobre todo sentimos la vergüenza del oprobio ante nuestros familiares, que nos conocen mejor y con los que tenemos que convivir continuamente.

Santo Tomás observa agudamente que la vergüenza es patrimonio principal de los jóvenes medianamente buenos. No la tienen los muy malos y viciosos (son desvergonzados), ni tampoco los viejos o muy virtuosos, porque se consideran muy lejos de cometer actos torpes. Estos últimos, sin embargo, conservan la vergüenza en la disposición del ánimo, esto es, se avergonzarían de hecha si inespéradamente incurrieran en algo torpe.

484. 2. Honestidad. En el sentido en que tomamos aquí esta palabra—como parte integral de la templanza—, la honestidad es el amor al decoro que proviene de la práctica de la virtud. Coincide propiamente con lo honesto y lo espiritualmente decoroso.

Puede coincidir en un mismo sujeto con lo útil y deleitable (siempre lo es el ejercicio de la virtud), pero no todo lo útil y deleitable es honesto. Es propiamente una parte integral de la templanza, por cuanto la honestidad es cierta espiritual pulcritud; y como lo pulcro se opone a lo torpe, la honestidad corresponderá de una manera especial a aquella virtud que tenga por objeto hacernos evitar lo torpe; y tal es la templanza.

ADVERTENCIA PRÁCTICA. Es utilísimo inculcar estas dos virtudesvergüenza y honestidad—a los niños desde su más tierna infancia. Son como los guardianes de la castidad y de la templanza. Desaparecida la vergüenza y la honestidad, el hombre se precipita en las mayores torpezas y desórdenes. Nunca se insistirá bastante en esto, aun en el trato entre hermanitos y hermanitas.
 

II. PARTES SUBJETIVAS

Son las diversas especies en que se subdivide una virtud cardinal. Como la templanza tiene por principal misión moderar la inclinación a los placeres que provienen del gusto y del tacto, sus partes subjetivas se distribuyen en dos grupos: a) para lo referente al gusto, la abstinencia y la sobriedad; y b) para lo referente al tacto, la castidad y la virginidad. Vamos a examinarlas una por una.

A) Abstinencia

485. I. Noción. Es la virtud que nos inclina a usar moderadamente de los alimentos corporales según el dictamen de la recta razón iluminada por la fe.

Como virtud infusa o sobrenatural, va más lejos que la virtud adquirida del mismo nombre. Esta última se gobierna por las solas luces de la razón natural y usa de los alimentos en la medida y grado que exija la necesidad o salud del cuerpo. La infusa, en cambio, tiene en cuenta las exigencias del orden sobrenatural (v.gr., absteniéndose en ciertos días de los manjares prohibidos por la Iglesia).

El acto propio de la virtud de la abstinencia es el ayuno, cuyo ejercicio obligatorio está regulado por las leyes de la Iglesia. Al margen de esas leyes generales puede practicarse también por otras leyes especiales (v.gr., las constitucionales de una Orden religiosa) o por la devoción de cada uno controlada por la prudencia y discreción sobrenaturales.

Al hablar de los mandamientos de la Iglesia hemos expuesto ampliamente lo relativo a los ayunos y abstinencias (cf. n. 423-430).

486. 2. Vicio opuesto: gula. A la abstinencia se opone la gula, feo vicio, que constituye uno de los siete pecados capitales (cf. n.263-265). Vamos a estudiarlo a continuación.

a) Naturaleza. Según el Doctor Angélico, la gula es el apetito desordenado de comer y beber.

Dios puso en los alimentos materiales la virtud de producir un placer en el sentido del gusto, que tiene por finalidad ayudar al hombre a realizar esta operación del todo indispensable para la conservación de su vida humana. De suyo, pues, sentir ese placer no supone ninguna imperfección, y no sentirlo sería una deformidad fisiológica. Pero, a consecuencia del pecado original, el apetito concupiscible se substrajo al control de la razón y tiende por su propia inclinación hacia lo desordenado e ilícito. Si la razón no acierta a contenerlo dentro de los justos límites, se produce el pecado; porque la naturaleza del hombre es racional, y lo que va contra la razón es malo para la naturaleza humana y es contrario, por lo mismo, a la voluntad de Dios como autor de la naturaleza.

b) Manifestaciones principales. De cinco maneras, según San Gregorio y Santo Tomás, se puede incurrir en el vicio de la gula:

1.a Comiendo fuera de hora sin necesidad: praepropere.
2.
a
Comiendo con demasiado ardor: ardenter.
3.a Exigiendo manjares exquisitos:
laute.
4.
a Preparados con excesivo refinamiento: studiose.
5.a Comiendo excesivamente:
nimis.

c) Malicia. La gula no suele pasar, ordinariamente, de pecado venial. Pero es pecado mortal cuando se prefiere el deleite a los preceptos de Dios, o sea:

1.° Cuando se quebranta un precepto grave por el placer de comer o beber (v.gr., el ayuno o la abstinencia).

2.0 Cuando se infiere a sabiendas grave daño a la salud.

3.0 Cuando se pierde voluntariamente el uso de la razón. Por eso, la embriaguez perfecta voluntaria es siempre pecado mortal. Volveremos sobre esto al hablar de la sobriedad.

4.0 Cuando supone un despilfarro grave de los bienes materiales (v.gr., el obrero que malgasta en la taberna el jornal de la semana, condenando al hambre a sus hijos durante toda ella).

5.0 Cuando se da con ella grave escándalo.

d) Consecuencias funestas. Como vicio capital que es, la gula da origen a muchos otros vicios y pecados; porque el entendimiento, nublado y adormecido por la pesadez del cerebro a causa del exceso en la comida o bebida, pierde el gobierno y abandona la dirección de nuestros actos.

Santo Tomás, citando a San Gregorio, señala las siguientes principales derivaciones o »hijas de la gula»:

1.a Torpeza o estupidez del entendimiento (por la razón indicada).

2.a Desordenada alegría (sobre todo por la bebida), de la que se siguen grandes imprudencias e inconvenientes.

3.a Locuacidad excesiva, en la que no faltará pecado, como dice la Escritura (Prov. 10,19).

4.a Chabacanería y ordinariez en las palabras y en los gestos, que proviene de la falta de razón o debilidad del entendimiento.

5.a Lujuria e inmundicia, que es el efecto más frecuente y pernicioso del vicio de la gula. Los placeres de la mesa preparan los de la lujuria.

Si a esto añadimos que el exceso en el comer y beber destroza el organismo, empobrece la afectividad, degrada los buenos sentimientos, destruye la paz de una familia, socava los cimientos de la sociedad (con la plaga del alcoholismo sobre todo) e incapacita para el ejercicio de toda clase de virtudes, habremos recogido los principales efectos desastrosos que lleva consigo este feo vicio, que rebaja al hombre al nivel de las bestias y animales.

B) Sobriedad

487. 1. Noción. Entendida de una manera general, significa la moderación y templanza en cualquier materia; pero en sentido propio o estricto es una virtud especial que tiene por objeto moderar, de acuerdo con la razón iluminada por la fe, el uso de las bebidas embriagantes.

Santo Tomás advierte agudamente que, aunque la sobriedad es conveniente a toda clase de personas, de un modo especial deben cultivarla los jóvenes, ya de suyo tan inclinados a la sensualidad por el ardor de su juventud; las mujeres, por su debilidad mental; los ancianos, que deben dar ejemplo a los demás; los ministros de la Iglesia, que deben dedicarse a las cosas espirituales, y los gobernantes, que deben gobernar con sabiduría (II-II,149,4).

488. 2. Vicio opuesto: embriaguez. A la sobriedad se opone directamente el vicio de la embriaguez, que es uno de los más vergonzosos y degradantes. Consiste en el exceso voluntario en la bebida embriagante por mero placer, hasta la privación del uso de la razón.

Expliquemos un poco la definición.

EXCESO VOLUNTARIO, ya sea porque se intentó expresamente o porque se previó suficientemente la pérdida de la razón.

EN LA BEBIDA EMBRIAGANTE. Dígase lo mismo del uso de narcóticos, que producen el mismo efecto.

POR MERO PLACER. Es esencial este detalle para que la embriaguez constituya un desorden moral. Cuando no se busca el placer, sino otra finalidad honesta (v.gr., la anestesia para una operación quirúrgica, curar una enfermedad, como la gripe, fiebre tifoidea, etc.), el uso del alcohol o de los narcóticos es lícito aunque se produzca la total privación del uso de la razón. No porque un fin bueno pueda justificar jamás el empleo de medios malos, sino porque la privación del uso de la razón no es mala cuando se produce sin intentarla directamente (de lo contrario, sería ilícito incluso el sueño, que produce esa misma privación), sino únicamente cuando se la intenta directamente o se la permite sin causa proporcionada (nunca lo es el mero placer voluptuoso), porque en este caso se prefiere un bien inferior (el placer) a otro superior (el uso de la razón), y esto es un desorden contra el recto orden natural, que constituye, por lo mismo, un pecado.

HASTA LA PRIVACIÓN DEL USO DE LA RAZÓN. Si esta privación es total, la embriaguez se llama perfecta; si sólo es parcial, recibe el nombre de imperfecta. Signos o señales de embriaguez perfecta son: hacer cosas completamente desacostumbradas, que no se harían estando en sus cabales; no discernir entre lo bueno y lo malo; no recordar lo dicho o hecho en tal estado, etc. No basta la inseguridad en el andar, la visión doble, etc., que pueden producirse antes de la pérdida completa del uso de razón.

Esto supuesto, he aquí los principios fundamentales en torno a este pecado de embriaguez:

1º. La embriaguez perfecta plenamente voluntaria y por mero placer es siempre pecado mortal.

He aquí las pruebas:

68 P.II. MORAL ESPECIAL

  1. LA SAGRADA ESCRITURA: «No os engañéis; ni los fornicarios, ni los idólatras..., ni los beodos... poseerán el reino de Dios* (r Cor. 6,9-Ic). Hay otros muchos textos (cf. Gal. 5,21; Rom. 13,13 ; Lc. 21,34; Is. 5,11, etc.).

  2. LA RAZÓN TEOLÓGICA. Repugna gravemente a la recta razón que el hombre, por puro placer y sin necesidad alguna, se prive voluntariamente del uso de la razón y de la facultad de recuperarla en seguida para usarla en un acto importante que puede surgir de improviso. Añádase a esto los graves peligros a que expone su misma vida, los males de todo orden que de ella se siguen y los bienes—a veces obligatorios—que se omiten durante ese lamentable estado.

2.° La embriaguez, incluso perfecta y voluntaria, puede ser lícita en determinadas circunstancias.

Ya hemos dicho que la privación del uso de razón es una cosa mala cuando se la provoca voluntariamente y por sólo placer. Pero puede ser lícita en determinadas circunstancias, o sea, cuando hay razón suficiente para permitirla (sin intentarla directamente) en vistas a un bien mayor, según las reglas del voluntario indirecto. Y así es lícito entregarse al sueño natural (incluso provocándolo artificialmente con hipnóticos en caso de insomnio persistente), someterse a la anestesia total para una operación quirúrgica que la requiera, tomar una fuerte dosis de coñac (aun con peligro de embriaguez) si el médico lo considera oportuno para combatir una enfermedad, como la gripe, fiebre tifoidea, etc., y otros casos semejantes. Lo que no sería lícito jamás es la ejecución de una obra intrínsecamente mala (v.gr., una acción deshonesta, el aborto voluntario, etc.) aunque se pudiera salvar con ella la propia vida. No es lícito jamás hacer un mal para obtener un bien, por grande que éste sea.

3° La embriaguez imperfecta de suyo no pasa de pecado venial, pero podría ser mortal por circunstancias especiales.

La razón de su venialidad es porque no se pierde con ella totalmente el uso de la razón ni el control de las propias acciones, aunque se perturbe un poco con el exceso de hilaridad. Pero podría constituir pecado grave por razón del escándalo (v.gr., en un sacerdote o persona de grave autoridad), del daño que se ocasione, de la intención gravemente perversa (v.gr., para permitirse ciertas libertades excesivas so pretexto de insuficiente control de sí mismo), del grave disgusto causado a los padres, a la esposa o hijos, etc.

4º. Los actos desordenados cometidos durante el estado de embriaguez perfecta se imputan al agente en la medida y grado en que fueron previstos, al menos confusamente.

Es una sencilla aplicación de las reglas del voluntario indirecto. Esos actos desordenados (muertes, deshonestidades, blasfemias, perjurios, revelación de secretos, injurias, etc.) no son imputables en sí mismos si se realizan sin control alguno de la razón, puesto que no son actos propiamente humanos; pero pueden ser culpables en su causa si se previeron de algún modo (aunque sea en confuso) en la medida y grado de esa previsión. Más aún: se contraería el reato de los pecados que se prevean (v.gr., blasfemias que suele pronunciar durante la embriaguez) aunque, una vez embriagado, no se produjeran de hecho. Pero no se imputan los que de ningún modo fueron previstos y se realizaron inesperadamente sin control alguno de la razón.

La malicia de los pecados cometidos durante el estado de embriaguez perfecta no se contrae en el momento de cometerlos—ya que no están sometidos entonces al control de la razón—, sino en el momento en que se los previó antes de embriagarse voluntariamente.

489. Escolios. 1º. La cooperación a la embriaguez. No sólo peca el que se embriaga, sino incluso los que cooperan a la embriaguez ajena sin causa justificada. Esta cooperación puede ser de dos clases:

  1. NEGATIVA, cuando no se impide la embriaguez ajena pudiendo y debiendo hacerlo.

  2. POSITIVA, cuando se influye directamente en tal embriaguez (v.gr., aconsejándola, proporcionando el licor embriagante, etc.). Hay que atenerse al siguiente principio:

Es pecado grave inducir a otro a la embriaguez o no impedírsela pudiendo y debiendo hacerlo. Y así peca gravemente el tabernero que sigue ofreciendo vino al que está ya a punto de embriagarse, a no ser que tema mayores males, como blasfemias, riñas, escándalos, etc., en cuyo caso podría permitir la embriaguez haciendo de su parte lo que pueda para evitarla (v.gr., disuadiendo, simulando el agotamiento de la mercancía, etc.). A fortiori pecan los compañeros del beodo que le animan a seguir bebiendo para reírse de él, etc. También los padres o superiores que no impiden a sus hijos o súbditos (incluso con los castigos necesarios) el feo vicio de la embriaguez.

2º. Los narcóticos y estupefacientes. Los narcóticos y estupefacientes son ciertas substancias vegetales o químicas aptas de suyo para producir un sopor y adormecimiento que puede llegar hasta la privación total del uso de la razón. Los principales son el opio, la morfina, heroína, cocaína, éter, cloroformo, etc., y ciertos preparados farmacéuticos derivados de los mismos, tales como el pantopón, eucodal, etc. Su uso produce como efecto inmediato el alivio de los dolores, una sensación de placer y bienestar, un adormecimiento tranquilo y placentero, etc. ; pero su empleo en grandes dosis o por largo tiempo engendra un hábito casi irresistible hacia ellos, juntamente con debilidad general, torpor de la mente, enervación de la voluntad, fuerte inclinación a la sensualidad, trastornos psíquicos y neuróticos y notable abreviación de la vida. Es una especie de dulce y lento suicidio, contra el que no pueden ni quieren reaccionar sus desgraciadas víctimas.

Ya se comprende que el uso de remedios tan peligrosos habrá de estar regulado por severas nofmas morales. Las principales son las siguientes:

1ª. Es lícito someterse al cloroformo u otro narcótico necesario para una operación quirúrgica.

2ª. Es lícito aliviar grandes dolores con el uso de estupefacientes, con tal de mantenerse dentro de los límites no tóxicos y bajo la prescripción y vigilancia de un médico competente.

3ª. No es lícito abreviar directamente la vida de un enfermo incurable que sufre grandes dolores. Pero podrán administrársele los calmantes necesarios para disminuirle extraordinarios dolores, aunque la dosis empleada hubiera de privarle enteramente del uso de la razón, con tal que pueda recuperarla antes de morir o se trate de un enfermo que ha recibido ya los santos sacramentos y haya peligro de que se desespere o prorrumpa en imprecaciones, etc., si no se le alivian sus dolores.

4ª. A los morfinómanos y demás habituados a los estupefacientes no se les puede privar violenta y totalmente del uso de los mismos, por los graves trastornos psíquico-fisiológicos que esto les ocasionaría; pero tienen la obligación grave de ir disminuyendo paulatinamente la dosis hasta desarraigar del todo la perversa costumbre. No se les podrá absolver si no prometen seriamente tomar las medidas necesarias para desarraigar totalmente y lo más pronto posible este vicio, que les llevaría a una vergonzosa degradación moral y a una muerte cierta y pronta.

C) Castidad

490. 1. Noción. Etimológicamente, la palabra castidad viene de castigo, aludiendo al que la razón impone a la concupiscencia sometiéndola enteramente a lo justo y razonable. Realmente puede definirse: la virtud sobrenatural moderadora del apetito genésico. La castidad se refiere a la materia principal; para regular los actos secundarios (miradas, ósculos, tactos, etc.) existe la pudicicia, que no es una virtud especial distinta de la castidad, sino una circunstancia de la misma (II-II,151,4).

La castidad es una virtud verdaderamente angélica, por cuanto hace al hombre semejante a los ángeles; pero es una virtud delicada y difícil, a cuya práctica perfecta no se llega ordinariamente sino a base de una continua vigilancia y de una severa austeridad, acompañadas de ferviente oración, tierna devoción a María y gran frecuencia de sacramentos.

491. 2. Formas. Las diferentes formas de guardar esta virtud son cuatro :

a) VIRGINAL, que consiste en la abstención voluntaria y perpetua de toda delectación contraria en sujeto que nunca la experimentó.

b) JUVENIL, que se abstiene totalmente de ellas antes del matrimonio.

c) CONYUGAL, que regula según el dictamen de la razón y de la fe las delectaciones lícitas dentro del matrimonio.

d) VIDUAL, que se abstiene totalmente después del matrimonio. La forma más perfecta es la virginal, a la que siguen la juvenil, la vidual y la conyugal.

492. 3. Posibilidad. Está completamente desacreditada la absurda teoría lanzada por pseudomédicos de ciencia mediocre y vida desgarrada sobre una pretendida imposibilidad de la castidad perfecta. Su posibilidad está fuera de toda duda por un doble argumento que no admite réplica: a) porque la preceptúa Dios a todos, fuera del matrimonio legítimo, y es impío y blasfemo decir que Dios manda cosas imposibles (cf. D 804) ; y b) por la experiencia de millares y millares de sacerdotes, religiosos y personas piadosas que viven en castidad perfectísima y gozan de excelente salud y equilibrio psicológico. Lo que ocurre es que para lograrla plenamente se requieren ciertas precauciones y remedios de orden natural y sobrenatural, cuya ausencia o descuido hace muy difícil y a veces casi imposible la guarda de la castidad perfecta. Pero entonces acháquese a este descuido y negligencia la imposibilidad práctica de guardarla, no a la castidad misma, que, aunque delicada y difícil, es una virtud perfectamente posible e higiénica—aun en su forma total y absoluta—con la gracia de Dios y el recurso a los medios oportunos para vencer las tentaciones. A continuación exponemos brevemente los principales *.
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* En confirmación de la perfecta posibilidad e higiene de la virtud angélica, podríamos aducir aquí innumerables testimonios de médicos insignes. Recogemos, por vía de muestra, las siguientes palabras del ilustre doctor Marañón: »Un ejemplo muy claro--y muy grave, por la extensión de esta desdicha—es la necesidad de decir a los jóvenes, y de que sean los médicos y no los curas los que se lo digan, que la castidad no sólo no es perjudicial a la salud, sino ahorro de la vitalidad futura; y queda condición viril no se mide por el garbo con que se ejecuta el acto sexual. Por el contrario, si hay una virtud específica y noble de esa virilidad, es la virtud de la renunciación» (GREGORIO MARAÑÓN, Vocación ética [Espasa-Calpe, Madrid 1947] P. 139-140).

493. 4. Medios para conservarla. Establecemos una doble serie: de orden natural y de tipo sobrenatural.

a) DE ORDEN NATURAL:

1) Lucha contra los malos pensamientos e imaginaciones.

2) Lucha contra los sentidos externos (no mirar, tocar, oler cosas peligrosas o excitantes de la sensualidad).

3) Huida de las ocasiones peligrosas (espectáculos, bailes, lecturas, conversaciones, amistades frívolas, etc.). Imposible no quemarse en medio de una hoguera.

4) Encauzar la vida afectiva por los caminos del bien. Vigilar alerta y corregir con energía las desviaciones del corazón.

5) Mortificarse en cosas lícitas para aprender a vencerse a sí mismo cuando surja la tentación.

6) Régimen alimenticio sobrio y apropiado. Están contraindicados los manjares excitantes, el alcohol y el café en cantidad excesiva.

7) Ejercicio corporal intenso (deporte, gimnasia, etc.) y gran limpieza e higiene (baño o ducha fría diaria).

8) En circunstancias especiales, empleo de medicamentos anafrodísicos: alcanfor, bromuro potásico, lupulino, etc., bajo el control de un médico católico y de honrada conciencia.

b) DE ORDEN SOBRENATURAL:

1) Considerar la dignidad del cristiano y la santidad de nuestro cuerpo: u¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz?... ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Cor. 6,15-2o).

2) Confesión y comunión con toda la frecuencia que sea menester, no para levantarse de las caídas, sino para evitarlas cuando se las presiente. Método preventivo, no curativo: para que el pecado no eche raíces en el corazón y engendre una costumbre viciosa que sería cada vez más tiránica.

3. Tierna devoción a María, Reina de los ángeles. Invocarla al sentir  la tentación. Remedio eficacísimo (San Alfonso de Ligorio).

4. Oración humilde y perseverante. La perfecta continencia es un don de Dios que se alcanza infaliblemente con la oración (cf. Sap. 8,21; 2 Cor. 12, 7-9).

5. Considerar el castigo del pecado: (No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas... poseerán el reino de Dios» (1 Cor. 6, 9-10).

A cambio de un brevísimo placer se acarrea el pecador un eterno penar si la muerte le sorprende enemistado con Dios, o, al menos, un terrible purgatorio, aunque se arrepienta de su pecado y se salve.

494. 5. Vicio opuesto. A la castidad se opone la lujuria en todas sus especies y manifestaciones. Como vicio capital que es, de él se derivan otros muchos pecados, principalmente la ceguera de espíritu, la precipitación, la inconsideración, la inconstancia, el amor desordenado de sí mismo, el odio a Dios, el apego a esta vida y el horror a la futura.

Aunque algunas especies de lujuria se oponen a los deberes para consigo mismo (v.gr., el vicio solitario, los pensamientos torpes, etc.), creemos preferible estudiarlas juntamente con las restantes especies relativas al prójimo, que son mucho más numerosas (cf. n.569 as.).

D) Virginidad

495. 1. Noción. Es una virtud especial, distinta y más perfecta que la castidad, que consiste en el propósito firme de conservar perpetuamente la integridad de la carne por un motivo sobrenatural.

Nótese que en la integridad de la carne pueden distinguirse tres momentos:

a) Su mera existencia sin propósito especial de conservarla (v.gr., en los niños pequeños).

b) Su pérdida material inculpable (v.gr., en la mujer, por una operación quirúrgica, por violenta opresión no consentida, etc., y en el hombre, por involuntaria efusión seminal).

c) El propósito firme e inquebrantable de abstenerse perpetuamente, por motivos sobrenaturales, de los placeres venéreos nunca voluntariamente experimentados.

Lo primero no es ni deja de ser virtud (está al margen de ella, pues es algo puramente natural, no voluntario), y lo segundo es una pérdida puramente material, perfectamente compatible con lo formal de la virtud, que consiste en lo tercero (cf. II-II,152,1 c, ad 3 y ad 4).

496. 2. Licitud y excelencia. La perfecta virginidad, voluntariamente conservada por motivo virtuoso, no sólo es lícita, sino que es más excelente que el matrimonio. Consta con toda evidencia por el ejemplo de Cristo y de la Santísima Virgen, por las palabras expresas del apóstol San Pablo (1 Cor. 7,25 ss.), por la doctrina de la Iglesia 2 y por la razón teológica, que nos ofrece un triple argumento: ya que el bien divino es más perfecto que el humano, el bien del alma más excelente que el del cuerpo, y la vida contemplativa es preferible a la activa (II-II,152,4).

III. PARTES POTENCIALES

Son las virtudes anejas o derivadas, que se relacionan en algunos aspectos con su virtud cardinal, pero no tienen toda su fuerza o se ordenan tan sólo a actos secundarios. Las correspondientes a la templanza son las siguientes :

A) Continencia

497. I. Noción. En el sentido estricto en que la tomamos aquí, se entiende por continencia la virtud que robustece la voluntad para resistir las concupiscencias desordenadas muy vehementes.

Como explica Santo Tomás (II-II,155), la continencia reside en la voluntad, y es virtud de suyo imperfecta, ya que no lleva a la realización de ninguna obra positivamente buena, sino que se limita a impedir el mal refrenando los ímpetus vehementes de las pasiones. Las virtudes perfectas, además, dominan de tal modo las pasiones opuestas, que ni siquiera se producen vehementes movimientos pasionales en contra de la razón. Su materia propia son las delectaciones de la comida y generación, sobre todo estas últimas cuando surgen con inusitada vehemencia.

498. 2. Vicio opuesto. Es la incontinencia, que no es un hábito malo propiamente dicho, sino la privación de la continencia en el apetito racional, que sujetaría la voluntad para no dejarla arrastrar por la concupiscencia ; y en el apetito sensitivo es el mismo desorden de las pasiones concupiscibles en lo referente al tacto.

B) Mansedumbre

499. I. Noción. Es una virtud especial que tiene por objeto moderar la ira según la recta razón. La materia propia de esta virtud es la pasión de la ira, que rectifica y modera de tal forma que no se levante sino cuando sea necesario y en la medida que lo sea. Reside en el apetito irascible, como la misma ira que ha de moderar.

Nótese, sin embargo, que en ocasiones se impone la ira, y renunciar a ella en estos casos sería faltar a la justicia o a la caridad, que son virtudes más importantes que la mansedumbre. El mismo Cristo, modelo incomparable de mansedumbre (Mt. 11,29), arrojó con el látigo a los profanadores del templo (Io. 2,15) y lanzó terribles invectivas contra el orgullo y mala fe de los fariseos (Mt. 23,13 ss.). Ni hay que pensar que en estos casos se sacrifica la virtud de la mansedumbre en aras de la justicia o de la caridad. Todo lo contrario. La misma mansedumbre—entra en su misma definición—enseña a usar rectamente de la pasión de la ira en los casos necesarios y de la manera que sea conveniente según el dictamen de la razón iluminada por la fe. Lo contrario no sería virtud, sino debilidad o blandura excesiva de carácter, que en modo alguno podría compaginarse con la energía y reciedumbre que requiere muchas veces el ejercicio de las virtudes cristianas. Lo que ocurre es que, siendo muy fácil equivocarse en la apreciación de los justos motivos que reclaman la ira o desmandarse en el ejercicio de la misma, hay que estar muy alerta para no dejarse sorprender por el ímpetu de la pasión desbordada. En caso de duda es mejor inclinarse del lado de la dulzura y mansedumbre antes que del rigor excesivo.

500. 2. Vicios opuestos. A la mansedumbre se opone, por defecto, la ira desordenada o iracundia, que puede ser venial o mortal, según exceda leve o gravemente los límites que impone la recta razón en la corrección de los demás. Como vicio capital que es, de ella nacen muchos otros desórdenes, principalmente la indignación, la hinchazón de la mente (pensando en los medios de vengarse), el griterío, la blasfemia, la injuria y la riña.

Por exceso se opone a la mansedumbre la excesiva blandura, que omite la justa indignación contra el desorden para no molestarse en castigarlo.

C) Clemencia

501. 1. Noción. Es una virtud que inclina al superior a mitigar, según el recto orden de la razón, la pena o castigo debido al culpable. Procede de cierta dulzura de alma, que nos hace aborrecer todo aquello que pueda contristar a otro.

El perdón total de la pena se llama venia. La clemencia siempre se refiere a un perdón parcial o mitigación de la pena. Na se debe ejercer por motivos bastardos (v.gr., por soborno), sino por indulgencia o bondad de corazón y sin comprometer los fueros de la justicia. Es la virtud propia de los príncipes cristianos, que suelen ejercitarla con los reos condenados a muerte, principalmente el Viernes Santo en memoria del divino Crucificado del Calvario.

502. 2. Vicios opuestos. A la clemencia se oponen tres vicios: dos por defecto, la crueldad, que es la dureza de corazón en la imposición de las penas, traspasando los límites de lo justo y la sevicia o ferocidad, que llega incluso a complacerse en el tormento de los hombres. Con razón se le llama vicio bestial o inhumano, y se ejerce—lo mismo que la crueldad—primariamente en los hombres y secundariamente en los animales, a quienes se complace también en maltratar.

Por exceso se opone a la clemencia la excesiva lenidad de ánimo, que perdona o mitiga imprudentemente las justas penas que es necesario imponer a los culpables. Es muy perniciosa para el bien público, porque fomenta la indisciplina, anima a los malhechores y compromete la paz de los ciudadanos.

D) Modestia

503. 1. Noción. La modestia es una virtud derivada de la templanza que inclina al hombre a comportarse en los movimientos internos y externos y en el aparato exterior de sus cosas dentro de los justos límites que corresponden a su estado, ingenio y fortuna.

504. 2. Formas distintas. Cinco son los movimientos internos y externos que ha de moderar la modestia en general, que dan origen a otras tantas virtudes contenidas bajo ella:

1º. El movimiento del alma hacia la excelencia, que es moderado por la virtud de la humildad.

2.° El deseo o apetito natural de conocer, regulado por la estudiosidad.

3º y 4º. Los movimientos y acciones corporales, que son moderados por la modestia corporal en las cosas serias y por la eutrapelia en los juegos y diversiones.

5º. Lo relativo al vestido y aparato exterior, que se encarga de regular la virtud de la modestia en el ornato.

Vamos a estudiarlas brevemente una por una, con sus vicios opuestos.

I.a HUMILDAD

505. Noción. La humildad es una virtud derivada de la templanza que nos inclina a cohibir o moderar el desordenado apetito de la propia excelencia, dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y miseria principalmente con relación a Dios.

Expliquemos un poco la definición:

UNA VIRTUD, puesto que inclina a algo bueno y excelente.

DERIVADA DE LA TEMPLANZA, a través de la modestia.

QUE NOS INCLINA A COHIBIR O MODERAR, como todas las virtudes derivadas de la templanza.

EL DESORDENADO APETITO DE LA PROPIA EXCELENCIA. Esta es, precisamente, la definición de la soberbia, vicio contrario a la humildad.

DÁNDONOS EL JUSTO CONOCIMIENTO DE NUESTRA PEQUEÑEZ Y MISERIA. Nótese que se trata del justo conocimiento, o sea, de la auténtica realidad de las cosas. Por eso decía Santa Teresa que «la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira" (SANTA TERESA, Moradas sextas I0, 7)

PRINCIPALMENTE CON RELACIÓN A DIOS. Esta es la verdadera raíz de la humildad y su verdadero enfoque. Si establecemos la comparación con los demás hombres, no hay hombre tan malo que no pueda pensar que hay otro peor que él; pero si comparamos nuestro ser y buenas cualidades con la excelsa grandeza de Dios, no hay santo tan encumbrado—aunque sea la mismísima Madre de Dios—que no tenga que hundirse en un abismo de humildad. Ante Dios nadie es ni representa absolutamente nada.

Por eso los verdaderos humildes pueden, sin faltar a la verdad, colocarse a los pies de todos. Porque como la humildad se refiere propiamente a la reverencia que el hombre debe a Dios, puede cualquier hombre someter lo malo que tiene de sí propio—pecados, miserias e imperfecciones—a lo bueno que Dios ha querido poner en cualquier prójimo—todas sus buenas cualidades—; y en este sentido puede considerarse como más indigno que él.

La humildad, por consiguiente, se funda en dos cosas principales: en la verdad y en la justicia. La verdad nos da el conocimiento cabal de nosotros mismos—nada bueno tenemos sino lo que hemos recibido de Dios—, y la justicia nos exige darle a Dios todo el honor y la gloria que exclusivamente a El le pertenece (1 Tim. 1,17). La verdad nos autoriza para ver y admirar los dones naturales y sobrenaturales que Dios haya querido depositar en nosotros; pero la justicia nos obliga a glorificar, no al bello paisaje que contemplamos en el lienzo, sino al Artista divino que lo pintó.

506. 2. Excelencia. La humildad no es la mayor de todas las virtudes. Sobre ella están las teologales, las intelectuales (sobre todo la prudencia) y la justicia (principalmente la legal). Pero en cierto sentido es ella la virtud fundamental, como fundamento negativo de todo el edificio sobrenatural. Es ella, en efecto, la que remueve los obstáculos para recibir el influjo de la gracia, que sería imposible sin ella, ya que la Sagrada Escritura nos dice expresamente que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes (Iac. 4,6). En este sentido, la humildad y la fe son las dos virtudes fundamentales, en cuanto que constituyen como los fundamentos o cimientos de todo el edificio sobrenatural, que se levanta sobre la humildad como fundamento negativo—removiendo los obstáculos—y sobre la fe como fundamento positivo, estableciendo el primer contacto con Dios (cf. II-II,161,5 c y ad 2).

507. 3. Vicio opuesto : la soberbia. A la humildad se opone directamente la soberbia, que es uno de los pecados más graves y, desde luego, el mayor obstáculo que el hombre puede poner a la gracia de Dios.

1) Noción. La soberbia es el apetito desordenado de la propia excelencia.

El soberbio no repara en medios y procedimientos para sobresalir sobre los demás. Y si a veces afecta una postura de aparente humildad y falsa modestia, es tan sólo como táctica sagaz e hipócrita para alcanzar mejor sus objetivos.

2) Formas. Aunque sus formas son variadísirnas, Santo Tomás, siguiendo a San Gregorio, señala cuatro principales:

  1. Atribuirse a sí mismo los bienes que se han recibido de Dios.

  2. O creer que los hemos recibido en atención a nuestros propios méritos.

  3. Jactarse de bienes que no se poseen en absoluto o, al menos, no en tanto grado.

  4. Desear exclusivamente el propio brillo, con desprecio de los demás.

3) Gravedad. La soberbia es, de suyo, pecado mortal; pero podría ser venial por parvedad de materia o por imperfección del acto. En alguna de sus manifestaciones (soberbia contra Dios, negarse a aceptar la fe católica, etc.) es un pecado gravísimo, de los mayores que se pueden cometer. Más que pecado capital, ha de considerársela como la raíz y la madre de todos los demás pecados, incluso de los capitales (cf. II-II,162,7-8). Fué el pecado de los ángeles (I,63,2) y el del primer hombre (II-II,163,1), que trajeron todos los males y calamidades que atormentan a la humanidad.

La soberbia es uno de los pecados más peligrosos por varias razones:

  1. Porque se insinúa cautelosamente hasta en las buenas obras, haciéndoles perder su brillo y mérito ante Dios y acaso convirtiéndolas en pecado.

  2. Porque su fuente y raíz está en nosotros mismos (en el amor propio desordenado), y nada hay tan difícil de desarraigar e incluso de conocer con claridad.

  3. Porque el que se deja dominar por la soberbia lleva consigo una de las señales más claras y terribles de reprobación. De hecho, el único pecado que Cristo rechazó con indignación en el Evangelio fué el orgullo y obstinación de los fariseos.

4) Vicios derivados. Como raíz y madre de todos los desórdenes, de ella proceden, de manera más o menos directa o inmediata, todos los demás pecados. Todos tienen por objeto, en su fondo substancial, el propio egoísmo, la satisfacción de nuestros propios gustos y caprichos, aunque sea enteramente de espaldas a Dios. Pero, de una manera más inmediata y directa, de la soberbia proceden la presunción ante Dios, el desprecio de los demás (manifestado de mil modos: altanería, injurias, burlas, humillaciones públicas, etc.) y la jactancia y vanagloria. Una verdadera sentina de pecados que huelen a infierno y confusión eterna.

2.° ESTUDIOSIDAD

508. 1. Noción. Se designa con este nombre la virtud que tiene por objeto moderar, según las reglas de la recta razón, el apetito o deseo de saber.

El hombre, como dice Aristóteles, desea naturalmente conocer. Nada más noble y legítimo. Pero este apetito natural puede extraviarse por los caminos de lo ilícito y pecaminoso, o ejercitarse más de la cuenta, abandonando otras ocupaciones más graves o indispensables, o menos de lo debido, descuidando incluso el conocimiento de las verdades necesarias para el cumplimiento de los propios deberes. Para regular todo esto, dirigiendo el apetito natural de conocer según las normas de la razón y de la fe, tenemos una virtud especial: la estudiosidad.

509. 2. Vicios opuestos. A la estudiosidad se oponen principalmente dos vicios: uno por exceso, la curiosidad, y otro por defecto, la negligencia en la adquisición de la verdad.

1) La curiosidad es el apetito desordenado de saber cosas inútiles o perjudiciales. Puede referirse tanto al conocimiento intelectivo como al sensitivo, dando origen a multitud de desórdenes.

Acerca del conocimiento intelectivo cabe el desorden:

  1. Por el mal fin (v.gr., para ensoberbecerse de la ciencia o para aprender a pecar).

  2. Por el objeto de la ciencia (v.gr., de cosas inútiles, con daño de las fundamentales).

  3. Por emplear medios desproporcionados (como ocurre en la magia, espiritismo, etc.).

  4. Por no referir debidamente la ciencia a Dios.

  5. Por querer conocer lo que excede nuestras fuerzas y capacidad (II-II,167,1).

Acerca del conocimiento sensitivo la curiosidad recibe el nombre de concupiscencia de los ojos (cf. 1 Io. 2,16). Cabe el desorden de dos modos principales:

  1. Por no referirlo a algo útil y ser más bien ocasión de disipar el espíritu.

  2. Por ordenarlo a algo malo (v.gr., ver a una mujer para desearla o interesarse de la vida ajena para denigrarla) (ibid., 167,2).

Estos principios tienen infinidad de aplicaciones en las lecturas, conversaciones, espectáculos, etc., etc.

2) La pereza o negligencia en la adquisición de la verdad puede ser pecado mortal o venial, según la importancia o necesidad de los conocimientos a que se refiere y el grado de voluntariedad. Es gravísima cuando afecta a las verdades de la fe o a los deberes profesionales, cuya ignorancia puede perjudicar gravemente a los demás (médicos, confesores, etc.). Es el defecto propio de los malos estudiantes.

3ª. MODESTIA CORPORAL

510. I. Noción. Es una virtud que nos inclina a guardar el debido decoro en los gestos y movimientos corporales. Hay que atender principalmente a dos cosas: a la dignidad d'e la propia persona y a las personas que nos rodean o lugares donde nos encontramos.

La modestia corporal tiene una gran importancia individual y social. De ordinario, en el exterior del hombre se transparenta claramente su interior. Gestes bruscos y descompasados, carcajadas ruidosas, miradas fijas o indiscretas, modales relamidos y amanerados y otras mil impertinencias por el estilo son índice, generalmente, de un interior desordenado y zafio.

511. 2. Vicios opuestos. A la modestia corporal se oponen dos vicios principales: uno por exceso, la afectación o amaneramiento, y otro por defecto, la rusticidad y ordinariez zafia y ramplona. De ordinario no suelen pasar de pecado venial.

4.a EUTRAPELIA

512. 1. Noción. Se conoce con este nombre una virtud especial que tiene por objeto regular, según el recto orden de la razón, los juegos y diversiones.

Santo Tomás, al describir esta virtud (II-II,168,z), hace un análisis acabadísimo, que proporciona los grandes principios de lo que podríamos llamar «teología de las diversiones». Empieza proclamando la necesidad del descanso corporal y espiritual para rehacer las fuerzas deprimidas por el trabajo en ambos órdenes. El recreo se impone por una necesidad física y social, reclamada por el bienestar propio y ajeno. Pero hay que evitar tres inconvenientes que pueden afectarle fácilmente:

  1. Recrearse en cosas torpes o nocivas.

  2. Perder del todo la seriedad del alma.

  3. Hacer algo que desdiga de la persona, lugar, tiempo y otras circunstancias semejantes. Es admirable la doctrina que el Doctor Angélico expone en este artículo.

513. 2. Vicios opuestos. Contra esta virtud hay dos vicios opuestos: uno por exceso, la necia alegría, que se entrega a diversiones ilícitas, ya sea por su mismo objeto (torpezas, obscenidades, perjuicios al prójimo, etc.), ya por falta de las debidas circunstancias de tiempo, lugar y persona; y otro por defecto, la austeridad excesiva, que rechaza incluso la recreación honesta y sana. Son los perpetuos aguafiestas, que no se recrean nunca ni dejan recrear a los demás.

5.a MODESTIA EN EL ORNATO

514. 1. Noción. Es una virtud derivada de la templanza que tiene por objeto guardar el debido orden de la razón en el arreglo del cuerpo y del vestido y en el aparato de las cosas exteriores.

El cardenal Cayetano, insigne comentarista de Santo Tomás, distingue cuatro finalidades en el uso del vestido:

  1. Física, para defendernos del frío.

  2. Moral, para cubrir nuestra desnudez.

  3. Social, para conservar la dignidad y decencia del propio estado llevando los vestidos apropiados.

  4. Estética, para acrecentar la belleza corporal. En las tres primeras apenas cabe el desorden; en la cuarta, en cambio, es muy fácil incurrir en él.

515. 2. Vicios opuestos. Aunque contra ésta, como contra las demás virtudes, se puede pecar por exceso y por defecto, hay muchas maneras de incurrir en uno y otro extremo. He aquí los principales desórdenes que señala Santo Tomás en un artículo escrito hace siete siglos, y que resulta hoy de palpitante actualidad (II-II,169,1).

1º. Cuando en el modo de vestir se contrarían las sanas costumbres de un pueblo. Y cita las siguientes palabras de San Agustín: «Un convenio establecido en una ciudad o en un pueblo, sea por el uso o por la ley, no puede ser pisoteado por el capricho de un ciudadano o de un extranjero». Medítenlo las autoridades encargadas de velar por la moralidad pública ante la invasión desvergonzada de tantos y tantas «turistas» extranjeros.

2.° Por el uso de esos trajes u ornatos con afecto desordenado y libidinoso, desdigan o no de las costumbres del lugar donde vivimos.

3.° Por la vanagloria y ostentación del lujo en el vestir. Es muy significativo que en la parábola del rico epulón, condenado al infierno, se nos advierta expresamente que vestía de púrpura y lino (Lc. 16,19).

4.° Por la sensualidad con que se buscan los vestidos suaves y delicados.

5.° Por la excesiva solicitud empleada en el cuidado del vestido, aunque no exista desorden alguno por parte del fin.

6.° Por la negligencia excesiva, que lleve a presentarse en forma indecorosa según el estado y condición de la persona.

7.° Por jactancia, o sea, cuando se toma ocasión del mismo desaliño en el vestir para ufanarse de virtud o perfección. Este defecto es más repugnante e hipócrita, por presentarse con capa de virtud.

Por su especial importancia y peligrosidad dedica Santo Tomás otro artículo (ibíd., 2) al ornato de las mujeres en lo relativo al vestido, perfumes, colores, etc. Dice, en resumen, que la mujer casada puede arreglarse para agradar a su marido y evitar con eso muchos inconvenientes. Las no casadas pecarían mortalmente si con esos adornos pretendieran un fin gravemente malo. Si lo hacen por simple vanidad o ligereza femenina y no exceden los límites de lo honesto ni se siguen graves inconvenientes, pecan tan sólo venialmente. Y si, manteniéndose dentro de estos límites, renuncian también al motivo de la propia vanidad, no cometen pecado alguno. Tampoco hay ningún desorden en ocultar una deformidad corporal procedente de una enfermedad o causa similar (ad 2).