Sexto y Noveno Mandamiento

La vida cristiana es una lucha: porque nuestras facultades inferiores se inclinan con fuerza hacia el placer, mientras que las superiores tienden hacia el bien honesto.

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ÍNDICE:

12.1 El plan de Dios.

12.2 La virtud de la santa pureza.

1.2.2.1 Razones para vivir la pureza.
A. Razones naturales.
B. Razones de la revelación.
C. Razones sobrenaturales.
12.2.2 Virtud positiva.
12.2.3 Universalidad y excelencia de la virtud.
12.2.4 Medios para conservarla.
12.2.5 La lucha contra la tentación.

12.3 Las ofensas a la castidad.

12.3.1 Definiciones y valoraciones morales.
12.3.2 Gravedad de los pecados contra la castidad.
12.3.3 Sus causas.
12.3.4 Sus consecuencias.

12.4 Algo más sobre el Noveno Mandamiento.

12.5 Algunas cuestiones concretas.

12.5.1 Relaciones pre-matrimoniales.
12.5.2 Homosexualidad.
12.5.3 Anticoncepción.

12.6 La educación sexual.

12.6.1 Necesidad de impartir la educación sexual.
12.6.2 Documentos del Magisterio de la Iglesia.
12.6.3 Forma en la que se ha de impartir.
12.6.4 La información sexual indiscriminada.
12.6.5 Un caso especial: la televisión.



12.1 EL PLAN DE DIOS

Para el cristianismo, la diferencia de sexos está incluida en el plan de Dios desde el momento mismo de la creación del hombre: “Y creó Dios al hombre a imagen suya,... y los creó varón y hembra” (Gen. 1, 26-28).

Ya desde ese momento inicial dio Dios a nuestros primeros padres el precepto de poblar la tierra: sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra (Id.).

Entre los dos sexos hay, pues, mutua correlación, el sentido de una tarea y una responsabilidad para la transmisión de la vida en el pleno cumplimiento del amor.

El fin de la sexualidad, por expreso querer divino, se ve como la superación de la simple esfera individual, pues tiende a la propagación de la especie, a comunicar el gran don de la vida. De aquí que el sentido cristiano de la sexualidad se entienda como una donación -al otro cónyuge y a la nueva vida-, que trasciende los órdenes biológico y psicológico, afectando al núcleo íntimo de la persona humana (cfr. Exh. Ap. Familiaris Consortio, n. 11).

Para facilitar el cumplimiento de esta obligación, Dios asoció un placer al acto generativo. De otra suerte podría haber peligrado la propagación de la especie humana sobre la tierra.

El pecado original, con las heridas que produjo en la naturaleza humana, altera el orden natural: ese apetito o placer se desordena, y la razón no domina del todo la rectitud de las pasiones.

La vida cristiana es una lucha: porque nuestras facultades inferiores se inclinan con fuerza hacia el placer, mientras que las superiores tienden hacia el bien honesto. Pero entre ambos suele haber conflicto: lo que nos agrada, lo que es o nos parece ser útil, no es siempre bueno moralmente. Es necesario que la razón, para imponer el orden, reprima las tendencias contrarias y las venza: ésta es la lucha del espíritu contra la carne, de la voluntad contra la pasión.

Dios ha puesto dos mandamientos para ayudarnos a orientar el instinto sexual: el sexto -"no cometerás actos impuros", -que engloba todos los pecados externos en esta materia, y el noveno "no consentirás pensamientos ni deseos impuros"-, que abarca todo pecado interno de impureza.

En virtud del precepto divino, y por razón del fin propio de las cosas, el uso natural de la sexualidad está reservado exclusivamente al matrimonio: “¿no habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra?, y dijo: por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne” (Mt. 19, 4-6). Por lo tanto: el hacer uso de ese poder generativo fuera de los cauces por Él marcados el matrimonio es un pecado contra alguno de estos mandamientos.

12.2 LA VIRTUD DE LA SANTA PUREZA

Dios dio a nuestros primeros padres, y en ellos a los demás hombres, el precepto de multiplicarse y poblar la tierra. Como hemos dicho, para facilitar el cumplimiento de esta obligación, asoció un placer al acto generativo.

Por lo anterior, buscar el placer por sí mismo, olvidando el papel providencial que Dios confía al hombre, o buscarlo fuera de las condiciones establecidas por Él, es ir contra el plan divino, es ofender a Dios, es un pecado grave: El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión (Catecismo, n. 2351).

La pureza es, precisamente, la virtud que nos hace respetar el orden establecido por Dios en el uso del placer que acompaña a la propagación de la vida. O bien, si se quiere una definición formal, es la virtud moral que regula rectamente toda voluntaria expresión de placer sexual dentro del matrimonio, y la excluye totalmente fuera del estado matrimonial.

Conviene detenerse a pensar en esta última definición: con la recta comprensión de los conceptos que encierra se solucionan y explican todos los cuestionamientos sobre el tema.

12.2.1 RAZONES PARA VIVIR LA PUREZA

Son muchas las razones que pueden darse por las que todo hombre ha de vivir la castidad:

A. Razones naturales

El placer venéreo es sólo estímulo y aliciente para el acto de la generación, dada su necesidad imprescindible para la propagación del género humano; de otra suerte, sería difícil la conservación de la especie.

Es por tanto un placer cuya única y exclusiva razón de ser es el bien de la especie, no del individuo, y utilizarlo en provecho propio es subvertir el orden natural de las cosas.

El Catecismo de la Iglesia Católica explica que la virtud de la pureza o castidad significa la integración de la sexualidad en la persona, invitando así a evitar una visión mutilada de la persona humana a su sola sexualidad.

La sexualidad rectamente entendida no pertenece sólo al mundo corporal y biológico, sino que es inseparable de la persona toda. Otra forma de actuar manifestaría un reduccionismo de la persona, considerándola como “objeto de uso”. Cuando no se entiende a la persona como un todo en sí misma, sino que se le reduce a alguno de sus aspectos (en este caso su cuerpo, en el sentido del posible placer sexual que reporte), se produce una visión utilitarista de la persona, incompatible con su dignidad.

B. Razones de la revelación

Esa ley natural ha sido incontables veces positivamente prescrita por Dios: Ex. 20, 14; Prov. 6, 32; Mt. 5, 28; 19,10ss.; Col. 3, 5; Gal. 5, 19; I Tes. 4, 3-4; Ef. 5, 5; I Cor. 6, 9-10; Heb. 13, 4; etc.

C. Razones sobrenaturales

Al haber sido elevado a la dignidad de hijo de Dios, el hombre participa -en su cuerpo y en su alma- de los bienes divinos.

Gracias al bautismo, nuestro cuerpo es “templo del Espíritu Santo, que está en nosotros y hemos recibido de Dios” (I Cor. 6, 19). Como templo de Dios, debe servir para darle culto a Él y no a la carne. Ha sido injertado en el Cuerpo Místico de Cristo y destinado a resucitar con Él. Por eso, los pecados contra la castidad no son sólo pecados contra el propio cuerpo, sino también contra “los miembros de Cristo”, y tienen el carácter de una horrible profanación. “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy a tomar yo los miembros de Cristo, para hacerlos miembros de una meretriz? ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo?”(I Cor. 6, 15-20).

12.2.2 VIRTUD POSITIVA

Es importante considerar que la pureza es eminentemente positiva: no supone un cúmulo de negaciones (“no veas”, “no pienses”, “no hagas”), sino una verdadera afirmación del amor, que es explicable desde dos órdenes:

a) En el plano natural, la castidad consiste en realzar el valor de la persona frente a los valores del sexo. Por ello, no es una virtud negativa (una serie de “no”), sino al contrario: un rotundo “sí” ( -“yo te veo a ti como persona, como ser espiritual”- ) al que, inseparablemente, vienen unidos los “no” (“no quiero verte como cosa, como objeto para obtener placer”). El desarrollo insuficiente de la castidad se manifiesta en una tardanza en afirmar el valor de la persona, dejando la supremacía a los valores del sexo que, al apoderarse de la voluntad, deforman la actitud respecto a la persona del sexo opuesto.

Ello exige un esfuerzo interior y espiritual considerable porque la afirmación del valor de la persona no puede ser más que fruto del espíritu. Lejos de ser negativo y destructor, este esfuerzo es positivo y creador: no se trata de destruir los valores del cuerpo y del sexo, sino de realizar una integración duradera y permanente; los valores del cuerpo y del sexo como inseparables del valor de la persona.

Por eso, la castidad verdadera no conduce al menosprecio del cuerpo ni a la minusvaloración del matrimonio y de la vida sexual. Considerarla como una virtud negativa es el resultado de una falsa concepción originada, precisamente, de la impureza. Pues la falta de dominio de la concupiscencia -el lujurioso que todo lo sacrifica a su pasión- no puede ya sino verla como algo que la coarta y limita su irrefrenable deseo de placer.

b) En el plano sobrenatural, es la afirmación del hombre que se sabe llamado a participar del mismo amor de Dios, y que su corazón no se sacia sino con la posesión de ese bien infinito. Si en ese esfuerzo pone sus mejores energías, la pureza le resultará fácilmente asequible; de otro modo, al permitir que el amor propio y las satisfacciones egoístas invadan ámbitos de su corazón, hallará que éste no se satisface, despertándose en él un deseo cada vez mayor de los bienes finitos, dentro de los cuales con particular fuerza se presentarán los relativos al placer sexual.

Por ello, el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas supone el primero y más fundamental apoyo en la práctica de esta virtud.

12.2.3 UNIVERSALIDAD Y EXCELENCIA DE LA VIRTUD

Todos estamos llamados a vivir la castidad o pureza:

“Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad” (Catecismo, n. 2348).

Ahora bien, “las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia” (Id., 2349).

Por ello, todo aquel que no está unido en legítimo matrimonio, debe vivir estos mandamientos con la abstención de todo placer sexual. Esto vale también para los novios: “los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad” (Id., 2350).

Nuestro Señor Jesucristo confirma y perfecciona la obligación de la castidad externa e interna en el Sermón de la Montaña (Mt. 5, 31ss.), y señala la virginidad como superior al estado matrimonial (Mt. 19, 10-12).

La Iglesia definió como verdad de fe que la virginidad es superior al matrimonio (Concilio de Trento; cfr. Dz. 980). Permaneciendo en el celibato, el hombre puede donar a Dios un corazón indiviso, según el modelo de su Hijo, Jesucristo, que le dio a su Padre el amor exclusivo y total de su corazón. Es entonces cuando el hombre conquista la cumbre suprema, el vértice del testimonio cristiano: “Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre... la virginidad testimonia que el reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que se debe preferir a cualquier otro valor” (Juan Pablo II, Enc. Familiaris consortio, n. 16).

12.2.4 MEDIOS PARA CONSERVARLA

Para conseguir ese dominio que Dios nos pide sobre las tendencias desordenadas, hay necesidad de poner los medios: unos, los más importantes, sobrenaturales, y otros naturales.

A. Los medios sobrenaturales

a) Confesión y comunión frecuentes: purifican el alma y la fortalecen contra las tentaciones al infundir o aumentar la gracia santificante, y la castidad es “un don de Dios, una gracia” (Catecismo, n. 2345).

La confesión frecuente es una ocasión para vencer la soberbia, además de que otorga las gracias sacramentales que nos ayudan en la lucha.

El contacto de nuestro cuerpo con el Santísimo Cuerpo de Nuestro Señor, es una magnífica ayuda para aplacar la concupiscencia.

b) Oración frecuente: sin el auxilio divino el hombre no puede con sus propias fuerzas resistir a los embates del demonio; “desde que comprendí -decía el sabio Salomón- que no podría ser casto si Dios no me lo otorgaba, acudí a Él y se lo supliqué, y pedí desde el fondo de mi corazón” (Sab. 8, 21).

Cristo Nuestro Señor hablando de la impureza dice: esta casta de demonios no se lanza sino mediante la oración y el ayuno (Mt. 17, 21); y en otro pasaje del Evangelio leemos: “velad y orad para que no caigáis en la tentación” (Mt. 26, 41).

Lo recuerda también aquel punto de Camino: La santa pureza la da Dios cuando se pide con humildad (n. 118); o aquel otro: “Domine" ¡Señor!-, "si vis, potes me mundare" -si quieres, puedes curarme-. ¡Qué hermosa oración para que la digas muchas veces con la fe del leprosito cuando te acontezca lo que Dios y tú y yo sabemos!- No tardarás en sentir la respuesta del Maestro: volo, mundare! -quiero, ¡sé limpio! (Camino, n. 142).

c) Devoción a la Santísima Virgen, que es Madre nuestra y modelo inmaculado de esta virtud; a Ella, Mater pulchrae dilectiónis -la Madre del amor hermoso- hemos de acudir llenos de confianza.

“Ama a la Señora. Y ella te obtendrá gracia abundante para vencer en esta lucha cotidiana. -Y no servirán de nada al maldito esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo dentro de ti, hasta querer anegar con su podredumbre bienoliente los grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo mismo ha puesto en tu corazón.- Serviam!” (Camino, n. 493).

d) Mortificación, con la que procuramos avalar las peticiones que le hacemos a Dios.

Mortificación corporal y de los sentidos: “Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Si no, hace traición” (Camino, n. 196). “Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo” (ibid., n. 214).

B. Los medios naturales ayudan a vivir la pureza, pues ésta:

“implica un aprendizaje del dominio de sí... la alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace un desgraciado” (Catecismo, n. 2339).

Esos medios son:

a) Guarda de la vista, pues los pensamientos se nutren de lo que se ha visto; los ojos son las ventanas del alma. Por tanto, hacia todo aquello que es directamente excitativo del placer carnal, escenas pornográficas, desnudos eróticos, etc., existe la obligación de retirar la vista por la ocasión próxima voluntaria de pecado mortal.

Aquel a quien una imagen no directamente obscena por ejemplo, contemplar una joven que va por la calle, le produce excitación, tiene también el deber de guardar la vista, pues en ese caso es igualmente ocasión de pecado.

b) Sobriedad en la comida y en la bebida: “La gula es la vanguardia de la impureza” (Camino, n. 126).

c) Cuidado del pudor, que puede definirse diciendo que es la aplicación de la virtud de la prudencia a las cosas que se refieren a la intimidad o, en otras palabras, la prudencia de la castidad. Es el hábito que “advierte el peligro inminente, impide exponerse a él e impone la fuga en determinadas ocasiones. El pudor no gusta de palabras torpes y vulgares, y detesta toda conducta inmodesta, aun la más leve; evita con todo cuidado la familiaridad sospechosa con personas de otro sexo, porque llena plenamente el alma de un profundo respeto hacia el cuerpo que es miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo” (PIO XII, Enc. Sacra Virginitas, n. 28).

d) Evitar la ociosidad, llamada con justa razón la madre de todos los vicios; siempre ha de haber algo en qué ocupar el espíritu o ejercitar el cuerpo.

e) Huir de las ocasiones: “No tengas la cobardía de ser valiente: ¡huye!” (Camino, n. 132).

f) Dirección espiritual llena de sinceridad; siempre es necesaria la ayuda de un prudente director de conciencia, pero más aún en las épocas de especial dificultad.

g) Deporte, que forma virtudes especialmente aptas para resistir al capricho.

h) Modestia en el vestir, en el aseo diario, etc.

12.2.5 LA LUCHA CONTRA LA TENTACIÓN

Los pensamientos involuntarios contra la pureza no son pecado de suyo, sino tentaciones o incentivos del pecado. Proceden de nuestras malas inclinaciones, de la sugestión del demonio, que intenta a toda costa alejarnos de Dios, o del ambiente que nos rodea, que frecuentemente es un incentivo de la concupiscencia.

Enseña Santo Tomás (S. Th., I, q. 114, a. 3) que no todas las tentaciones que vienen sobre nosotros son obra del demonio: basta con nuestra concupiscencia, excitada por hábitos pasados y por imprudencias presentes, para dar razón de muchas de ellas. Así pues, no debe sorprendernos que vengan tentaciones, pero hay que ser fuertes para rechazarlas prontamente. Si resistimos a la tentación, crecemos en amor a Dios y en la virtud de la fortaleza. Si no luchamos por rechazar esos pensamientos -acudiendo a Dios, pensando en otras cosas, etc.- sino que nos entretenemos con ellos, son pecado mortal.

Además sabemos que la fuerza para vencerlas nos viene de Dios, que siempre nos da su gracia.

Cuando tengamos duda de si una cosa es pecado de impureza o no es, hay que preguntar a las personas competentes.

12.3 LAS OFENSAS A LA CASTIDAD

12.3.1 DEFINICIONES Y VALORACIONES MORALES

Empleando como referencia los números 2351 a 2356 del Catecismo de la Iglesia Católica, definimos a continuación lo que se entiende por lujuria, masturbación, fornicación, pornografía, prostitución y violación, señalando el por qué de su ilicitud moral.

La lujuria es un deseo o goce desordenado del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión (n. 2351).

Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado (n. 2352).

Una práctica deliberada de la masturbación es indicio de falta de dominio de sí, básicamente en la educación del amor: una vida centrada en el egoísmo no raramente desemboca en este hábito desordenado. El remedio se encuentra al margen de los casos patológicos en la causa que lo origina: al ser la masturbación el replegarse sobre sí mismo, su solución ha de buscarse en la apertura a los otros; a Dios, al mundo y a los propios deberes.

La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación de los hijos.

Además, es un escándalo grave cuando hay de por medio corrupción de menores (n. 2353).

La pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales reales o simulados, puesto que quedan fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada.

Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de placer rudimentario y de una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico (n. 2354).

La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, puesto que queda reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga peca gravemente contra sí mismo: quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo (cfr. I Cor. 6, 15 a 20).

Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de la falta (n. 2355).

La violación es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad.

La violación lesiona profundamente el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad física o moral. Produce un daño grave que puede marcar a la víctima para toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente malo (n. 2356).

12.3.2 GRAVEDAD DE LOS PECADOS CONTRA LA CASTIDAD

El principio fundamental es que el placer sexual directamente buscado fuera del legítimo matrimonio, es siempre pecado mortal y no admite parvedad de materia.

No admite parvedad de materia (incluso la lujuria no consumada interna, como por ejemplo, un mal pensamiento: cfr. Mt. 5, 28) quiere decir que, por insignificante que sea el acto desordenado, es siempre materia grave. Sólo puede darse el pecado venial por falta de suficiente advertencia o de pleno consentimiento.

Los textos de la Sagrada Escritura que así lo muestran son muy numerosos:

Ex. 20, 14: “No adulterarás”;

Mt. 5, 8: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”;

I Cor. 6, 9-10: “No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas... poseerán el reino de Dios”;

Mt. 5, 28: “Todo aquel que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”.

Otros textos: I Tes. 4, 3; Rom. 12, 1-2; I Cor. 5, 1; 6, 20; Apoc. 21, 8.

Es muy clara la razón por la cual no existe materia leve en las faltas de impureza: el poder de procrear es el más sagrado de los dones físicos dados al hombre, aquel más directamente ligado con Dios. Este carácter sagrado hace que su transgresión tenga mayor malicia: Dios se empeña en que su plan para la creación de nuevas vidas humanas no se degrade a instrumento de placer y excitación perversos. La única ocasión en la que un pecado contra la castidad puede ser pecado venial es cuando falta plena deliberación o pleno consentimiento.

La materia nunca es necesario analizarla, porque ya hemos dicho que es siempre grave; en cambio, lo que sí puede cambiar son la advertencia y el consentimiento. Si se comete un acto impuro mientras se duerme, o en un estado de semiconciencia, no puede haber pecado mortal, porque falta la plena advertencia. Si nos asalta un pensamiento impuro, en contra de nuestros deseos, -y por tanto luchamos por rechazarlo- no puede haber pecado mortal, porque falta el perfecto consentimiento. Por el contrario, un simple pensamiento que, luego de advertido, se mantiene voluntariamente, es pecado mortal.

Por tanto, cada vez que se incurra en un acto o venga un pensamiento impuro, tenemos sólo que preguntarnos: ¿lo hice con plena advertencia? Sí o no. ¿Hubo perfecto consentimiento? Sí o no. Si resulta afirmativo en ambos casos, hay pecado mortal; si se luchó eficazmente por evitar la tentación, no hay falta grave.

12.3.3 SUS CAUSAS

Las causas del pecado pueden ser interiores y exteriores.

Entre las causas interiores están:

1) la falta de moderación en el comer y en el beber, y en general toda falta de mortificación; el aburguesamiento, que debilita la voluntad;

2) la ociosidad, que es fuente y origen de muchos vicios;

3) el orgullo, que lleva a buscar egoístamente las propias satisfacciones;

4) la falta de oración y de trato con Dios.

Entre las causas exteriores pueden enumerarse las siguientes: asistencia a espectáculos, cine, TV, teatro obscenos o que despiertan la concupiscencia, malas compañías, bailes impropios, asistencia a ciertas playas o piscinas, modas, familiaridades indebidas con personas del otro sexo, etc.

Estas causas exteriores se llaman también ocasiones de pecado, y si habitualmente conducen a la comisión de una falta grave, por sí mismas constituyen pecado grave. Es obligación, como ya se ha dicho (cfr. 5.8), tener la valentía de huir de dichas ocasiones.

Hay pues obligación grave de evitar todo aquello que en sí mismo o por debilidad nuestra resulta directa y gravemente provocativo: ciertos programas de TV, películas con escenas eróticas, etc. Es necesario percatarse que los productores de esas imágenes buscan precisamente excitar con ellas el placer del público, como medio añadido para aumentar sus ingresos.

Transcribimos a continuación algunos párrafos de un moralista contemporáneo, que pueden ser orientativos, en lo relativo a este precepto en relación con el noviazgo. Se trata del tema de los besos y abrazos:

“a) Constituyen pecado mortal cuando se intenta con ellos excitar directamente el deleite venéreo...;

b) Pueden ser pecados mortales, con mucha facilidad, los besos pasionales entre novios -aunque no se intente el placer deshonesto-, sobre todo si son en la boca y se prolongan por algún tiempo; pues es casi imposible que no representen un peligro próximo y notable de movimientos carnales en sí mismo o en la otra persona. Cuando menos, constituyen una falta grandísima de caridad para con la otra persona, por el gran peligro de pecar a que se le expone. Es increíble que estas cosas puedan hacerse en nombre del amor. Hasta tal punto les ciega la pasión, que no les deja ver que ese acto de pasión sensual, lejos de constituir un acto verdadero y auténtico amor -que consiste en desear o hacer el bien a quienes se quiere-, constituye en realidad un acto de egoísmo grandísimo, puesto que no vacila en satisfacer la propia sensualidad aun a costa de causarle un gran daño moral al otro.

Dígase de igual manera lo mismo de los tocamientos, miradas, etc.

c) Un beso rápido, suave y cariñoso dado a otra persona en testimonio de afecto, con buena intención, sin escándalo para nadie, sin peligro o muy remoto de excitar la propia o ajena sensualidad, no puede prohibirse en nombre de la moral cristiana.

d) Lo que acabamos de decir puede aplicarse, en la debida proporción, a los abrazos y otras manifestaciones de afecto (A. Royo Marín, Teología Moral para Seglares, p. 458). Véase lo que añade el P. Prümmer al respecto: Oscula vero indecentia, que scil. fiunt in partes minus honestas aut inhonestas, aut cum insertione linguae in os alterius (osculum columbinum), sunt ordinarie graviter illicita propter periculum illicitae delectationes venereae (Manual Theologiae Moralis, II, p. 535).

12.3.4 SUS CONSECUENCIAS

Las consecuencias que se derivan de no vivir la virtud de la pureza son muchas: nosotros, siguiendo a Santo Tomás (S. Th., II-II, q. 153, a. 5), enumeraremos algunas:

1) Enemistad con Dios y, consecuentemente, peligro serio para la salvación del alma. Por eso señala San Alfonso María de Ligorio que “la impureza es la puerta más ancha del infierno. De cien condenados adultos, noventa y nueve caen en él por este vicio, o al menos con él”.

Bien manifiestas son las obras de la carne, las cuales son fornicación, impureza, lascivia..., de las cuales os prevengo, como ya os tengo dicho, que los que tales cosas hacen no conseguirán el reino de Dios (Gal. 5, 19ss.).

2) Ciega y entorpece el entendimiento para lo espiritual porque, como señala San Pablo, el hombre animal no puede percibir las cosas que son del Espíritu de Dios (I Cor. 2, 14).

“La lujuria -enseña santo Tomás de Aquino- nos impide pensar en lo eterno; torna pesada la piedad y la lleva al hastío de Dios: quien no reprime los placeres carnales no se preocupa por adquirir los espirituales, sino que siente fastidio por ellos” (S. Th., II-II, q. 153, a. 5, c.).

3) Produce un tedio profundo por la vida, al ver que los deleites en los que se cifró la felicidad acaban por defraudar y torturan.

4) Arrastra a toda clase de pecados y desgracias, ya que el lujurioso todo lo sacrifica a la pasión, incluso al grado de arruinar la familia y poner en peligro la estabilidad de los hijos.

5) Ocasiona desgaste mental y físico, pudiendo acarrear graves y vergonzosas enfermedades.

6) Produce una falta de carácter y personalidad, intranquilidad y falta de alegría.

“...precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad” (Camino, n. 124).

Por el contrario, la pureza nos lleva a un amor de Dios cada vez más profundo, humanamente templa el carácter, y hace crecer la reciedumbre, la paz interior y la alegría sobrenatural.

12.4 ALGO MÁS SOBRE EL NOVENO MANDAMIENTO

El Noveno Mandamiento ordena vivir la pureza en el interior del corazón, y prohíbe todo pecado interno contra esta virtud: pensamientos y deseos impuros. El enunciado del Decálogo (cfr. Ex. 20, 17) lo prescribe diciendo: “no desearás la mujer de tu prójimo”.

La pureza interior que se nos manda con este precepto va más allá de lo puramente sexual, ya que prescribe también el orden en los afectos del corazón, y puede faltarse a este mandamiento si no se tiene el cuidado de evitar apegamientos a cosas o personas, enamoramientos que no resultan conformes a la recta razón.

Es importante considerar que el amor verdadero viene con el sacrificio y la entrega, después de mucho tiempo de haberse probado, y es el que busca el bien de la persona amada.

El amor repentino -los enamoramientos juveniles- no son de ordinario sino amores egoístas: se quiere a una persona, es verdad, pero sólo por los beneficios -reales o imaginativos- que se piensa se recibirán de ella: presencia agradable, comprensión, sentirse amado, compañía y consuelo, etc.

Se precisa, por tanto, una educación de la afectividad, que lleve a una verdadera madurez en los afectos, y que se base en:

1) poner sobre todo el amor en Dios y en las cosas que a Él se refieren,

2) ejercitarnos en la humildad, buscando no lo que halaga a la vanidad sino lo que resulta provechoso en servicio de los demás, empezando por la propia familia,

3) buscar la ayuda de la dirección espiritual, siendo muy sinceros al manifestar la presencia de afectos desordenados.

Citamos a continuación las ideas que un moralista contemporáneo expresa sobre la forma en que se concreta el Noveno Mandamiento:

“No te enamorarás de quien no debes”.

“No te enamorarás de tal modo y con tal falta de control, que ese amor te lleve a ofender a Dios, porque te obceque y te impida reaccionar como cristiano (como cristiana)”.

“No te enamorarás de ningún hombre (de ninguna mujer) si el Señor te ha pedido el corazón entero”.

“No te enamorarás de quien todavía es joven o tiene más belleza, cuando quien Dios ha puesto a tu lado en el matrimonio ha dejado atrás la lozanía de la mocedad o se ha marchitado”.

“No te enamorarás sólo de la apariencia, porque el hombre (o la mujer) no son sólo cuerpo”.

“No te enamorarás de los frutos de tu fantasía”.

“No te enamorarás del protagonista de la última película que has visto, de la última novela que has leído, del último serial radiofónico que has escuchado”.

“No te enamorarás de la primera persona que te trate con educación, comprensión y delicadeza”.

“No coquetearás con los maridos de tus amigas (no serás un dechado de galantería con las amigas de tu mujer, y un erizo con ella)”.

“Probarás la calidad de tu amor con la piedra de toque del sacrificio; no olvidarás que el amor está en dar y no en recibir”.

“Por último, tendrás siempre presente que el cariño bueno ensancha el corazón, acerca a Dios, se extiende a todos; si algún cariño no hace eso, es malo” (Soria, J.L, El noveno mandamiento, MiNos, Máxico).

12.5 ALGUNAS CUESTIONES CONCRETAS

Entre los documentos recientes del Magisterio de la Iglesia sobre la persona humana y la sexualidad, destaca la Declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos de Ética Sexual (llamada también Declaración Persona Humana), del 29 de diciembre de 1975. En ella no se pretende tratar de forma integral el extenso tema de la ética sexual, aunque sí recuerda sus principios fundamentales y habla de algunas cuestiones más controvertidas hoy en día. A continuación trataremos algunas de ellas.

12.5.1 RELACIONES PREMATRIMONIALES

Un principio base de la ética es que el uso de la función sexual logra su verdadero sentido y su rectitud moral sólo en el matrimonio legítimo. Esto basta para dejar clara la inmoralidad de las relaciones sexuales fuera del matrimonio, es decir, son siempre grave pecado mortal, inexcusable bajo ninguna circunstancia.

Sin embargo, no faltan hoy en día quienes consideran que es distinto el caso de las relaciones sexuales entre quienes piensan seriamente unirse luego para toda la vida en matrimonio.

Las razones que se dan para justificar ese comportamiento pueden ser diversas: obstáculos insuperables para el matrimonio a largo o corto plazo, necesidad de conservar el amor, deseo de conocerse mejor, también en el aspecto físico, etc.

La Iglesia nos hace ver que esa opinión se opone a la doctrina cristiana que mantiene en el cuadro del matrimonio todo acto genital humano.

“La unión carnal no puede ser legítima sino cuando se ha establecido una definitiva comunidad de vida entre un hombre y una mujer... Las relaciones sexuales prematrimoniales excluyen las más de las veces la prole, y lo que se presenta como un amor conyugal no podrá desplegarse, como debería indefectiblemente, en un amor maternal y paternal o, si eventualmente se despliega, lo hará con detrimento de los hijos, que se verán privados de la convivencia estable en la que puedan desarrollarse como conviene y encontrar el camino y los medios necesarios para integrarse en la sociedad” (cfr. n. 7 de la citada Declaración de la Santa Sede).

Además, son múltiples y de sentido común las razones humanas que desaconsejan este modo de actuar. Piénsese, por ejemplo, en el alto porcentaje de madres solteras en los países subdesarrollados, en los abortos provocados que se siguen de este tipo de relaciones, en la dificultad de la mujer para lograr un buen matrimonio luego de perdida la integridad, etc.

12.5.2 HOMOSEXUALIDAD

También este punto de la Declaración recoge algunos de los argumentos más o menos difundidos que, amparándose en observaciones psicológicas sobre todo, intentan excusar las relaciones entre personas del mismo sexo.

Distingue el documento citado entre la homosexualidad que proviene de una educación falsa, de la falta de una normal evolución sexual, de un hábito contraído, de malos ejemplos, etc., que es una homosexualidad transitoria y no incurable, y la homosexualidad que se tiene por una especie de instinto innato o constitución patológica, que ordinariamente se tiene por incurable.

La Declaración se refiere casi exclusivamente a estos casos de homosexualidad innata, generalmente muy raros; y al negar su justificación moral rechaza, con mayor razón, la homosexualidad adquirida.

“Indudablemente esas personas homosexuales deben ser acogidas en la acción pastoral con comprensión, y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos, por considerarlos conformes a la condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable” (n. 8).

Por lo anterior, estos tipos de relaciones son siempre pecado grave.

No obstante la claridad de esta enseñanza, en los últimos años se han acrecentado las tentativas de justificación de la homosexualidad. Por esta razón, la S.C. para la Doctrina de la Fe ha visto conveniente enviar a los obispos con fecha 1-X-1986 una Carta sobre los cuidados pastorales de las personas homosexuales, recordando la doctrina de la Declaración de 1975.

Entre otros aspectos, se manifiesta en la carta la preocupación por ayudar espiritualmente a esas personas, pero recordando que quienes se comportan homosexualmente actúan inmoralmente y, por tanto, nunca se pueden legitimar sus actos: su esfuerzo, iluminado y sostenido por la gracia de Dios, les permitirá evitar la actividad homosexual (...) Las personas homosexuales están llamadas, como los otros cristianos, a vivir la castidad (n. 11).

Por otra parte, la idea de la inevitabilidad de la condición homosexual aparece hoy en día como carente de fundamento. Al contrario, van surgiendo nuevas e interesantes perspectivas sobre la posibilidad de una completa curación. En el caso de los católicos, además, el recurso a los sacramentos, especialmente la Confesión, ofrece una ayuda especial (cfr. p. ej., el libro publicado por Gerard J. M. van der Aardweg, uno de los más calificados expertos de la materia a nivel científico: On the origins and treatment of homosexuality: a psichoanalytic reinterpretation, New York, 1986).

12.5.3 ANTICONCEPCIÓN

Por ser un pecado que atenta tanto contra el 6o. como contra el 5o. mandamientos -se opone al fin natural del matrimonio y es atentatorio a la trasmisión de la vida- se incluyó en el capítulo precedente: ver inciso 11.2.1.D.

12.6 LA EDUCACIÓN SEXUAL

12.6.1 NECESIDAD DE IMPARTIR LA EDUCACIÓN SEXUAL

El materialismo práctico de la sociedad moderna defiende una especie de culto al sexo, que incita a los jóvenes a "realizarse", dando rienda suelta al instinto sexual en manifestaciones individuales o con pareja, reduciendo la sexualidad -que es donación, apertura a la vida- a la esfera del placer egoísta.

Esta degradación radical de algo sagrado -pues la sexualidad es participación del poder creador de Dios- ha sido tema constante en la enseñanza de S.S. Juan Pablo II, al indicar que la cultura moderna banaliza en gran parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta (Exh. Ap. Familiaris consortio, n. 37).

Dicha forma de entender el sexo la difunden con frecuencia medios de comunicación, profesores, intelectuales, etc., que usan un lenguaje destinado únicamente a estimular el instinto, innovando manifestaciones sexuales desconectadas con el sentimiento y el espíritu, con el don de sí, con la apertura a los otros, a la vida y a Dios.

Por eso es preciso oponer a esa acción -verdaderamente deformadora y corruptora del hombre en su totalidad- una verdadera educación centrada en el concepto cristiano de la sexualidad.

12.6.2 DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Las ideas que vamos a exponer son las que repetidamente ha puesto de manifiesto el Magisterio de la Iglesia, principalmente en el Concilio Vaticano II (Declaración Gravissimum educationis y la Const. Ap. Gaudium et spes), la Declaración Persona Humana (29-XII-1975), la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II Familiaris consortio (22-XI-1981) y el reciente documento de la Sagrada Congregación para la Educación Católica Orientaciones educativas sobre el amor humano (1-XI-1983).

12.6.3 FORMA EN LA QUE SE HA DE IMPARTIR

Todo lo que sea necesario para que el niño o el joven se den cuenta del valor y del objeto preciso de la sexualidad humana, desde el mismo inicio del uso de razón, ha de ser tema de iniciación o revelación, pero con las siguientes salvedades:

1) Ha de ser paulatina, de forma que, por una parte, dé elementos suficientes para que el niño o el joven puedan precaverse contra los asaltos de la sexualidad, en función de su edad y de las circunstancias concretas que lo rodean y, por otra, no multiplique ni agrave estos asaltos a consecuencia de un conocimiento prematuro que lleve la natural curiosidad más allá de lo conveniente; dice al respecto un autor espiritual que esa educación ha de darse a los hijos “de un modo gradual, acomodándose a su mentalidad y a su capacidad de comprender, anticipándose ligeramente a su natural curiosidad” (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 100).

2) Ha de ser explicada de modo recto y sobrenatural, evitando rodear de malicia esta materia, haciendo ver que forma parte del plan providente de Dios y, por tanto, no sólo es en sí misma buena y noble, sino que tiene una dignidad altísima pues hace a los padres partícipes del poder creador de Dios.

3) Ha de ser explicada por los padres, adelantándose al posible peligro que supone recibir deformados estos conceptos, a través de personas perversas o corrompidas (cfr. S.C. para la Educ. Católica: Orientaciones..., n. 107; Exh. Ap. Familiaris consortio, n. 37).

S.S. el Papa Pío XII hace esta explícita recomendación a los padres de familia:

“Las revelaciones sobre las misteriosas y admirables leyes de la vida, recibidas oportunamente de vuestros labios de padres cristianos, con la debida proporción y con todas las cautelas obligadas, serán escuchadas con una reverencia mezclada de gratitud e iluminarán sus almas con mucho menor peligro que si las aprendiesen al azar, en turbias reuniones, en conversaciones clandestinas, en la escuela de compañeros poco de fiar y ya demasiado versados, o por medio de ocultas lecturas... Vuestras palabras, si son ponderadas y discretas, podrán convertirse en salvaguardia y aviso frente a las tentaciones...” (Discurso, 26-X-1941, n. 10).

Son momentos oportunos para conversar sobre el tema y educar gradual y personalmente a cada hijo, por ejemplo, el desarrollo del niño en el seno de la madre, la llegada de un nuevo hijo, la maduración del sexo en la pubertad, la atracción de los adolescentes hacia amigos y conocidos de distinto sexo, el noviazgo de algún hermano, la boda de amigos o familiares, etc.

Estas condiciones las recordó recientemente el Episcopado Latinoamericano diciendo que “la educación sexual debe ser oportuna”, de modo que lleve a “descubrir la belleza del amor y el valor humano del sexo” (Documento de Puebla, n. 606).

4) Ha de dirigirse no sólo a educar la mente sino también a educar la voluntad, de modo que el joven consiga la firmeza de carácter y el dominio sobre las inclinaciones desordenadas de la concupiscencia.

12.6.4 LA INFORMACIÓN SEXUAL INDISCRIMINADA

Ciertas corrientes pedagógicas propugnadoras de una irrestricta educación sexual, achacan a la Iglesia el supuesto error de mantener a la niñez y a la juventud en una ignorancia del problema sexual. La Iglesia no prohíbe la formación -tomando las cautelas ya indicadas-, y señala la falsía de la información sexual impartida indiscriminadamente, sin consideraciones de edad.

“La Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios morales y tan frecuentemente difundido, el cual no sería más que una introducción a la experiencia del placer y un estímulo que lleva a perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años de la inocencia” (Juan Pablo II, Exh. Ap. Familiaris consortio, n. 37).

Por lo anterior, al educador que vaya a actuar de acuerdo con la familia en la educación sexual de los hijos se le debe pedir, además de recto juicio, principios morales cristianos, sentido de responsabilidad, competencia profesional y maduración afectiva. Se puede afirmar sin temor a equivocarnos, que las escuelas estatales y no pocas privadas, son incapaces de dar una educación sexual que tenga los requisitos indispensables para no perjudicar a los alumnos en su desarrollo psico-físico. Los padres, por tanto, deberán actuar en consecuencia.

12.6.5 UN CASO ESPECIAL: LA TELEVISIÓN

Una responsabilidad igual tienen los padres respecto al contenido de los programas de televisión. Está demostrada la gran influencia (“arrolladora” dice el Papa Juan Pablo II) y el poder de sugestión que la TV tiene sobre los telespectadores, especialmente si son menores. Poder que afecta a todos los campos pero especialmente al afectivo, con la consiguiente deformación si el tema del amor es tratado de manera simplemente materialista.

La experiencia de cada día puede aportar datos de las muchas ocasiones que, actualmente, se dan en los programas de televisión de tratar asuntos de sexualidad de forma soez e inmoral.

Aunque no excluye en este campo la responsabilidad pública y de los mismos profesionales que no respetan la intimidad del hogar, serán los padres quienes deberán defender la salud moral (y mental) de sus hijos por todos los medios posibles.

Está en primer lugar la protesta ante quien corresponda, por toda programación que se juzgue inadecuada. Hay cauces establecidos para ello y podrían abrirse otros nuevos que hicieran más eficaz el control sobre el contenido de lo que se da por la pequeña pantalla, especialmente en horarios con mayor audiencia juvenil e infantil.

También es preciso que los padres preparen a sus hijos para saber usar moderadamente la televisión. Es conveniente que se acostumbren a dedicar su tiempo libre a otros entretenimientos fuera de la televisión que siempre resultan más formativos (deportes, aficiones, lecturas, etc.).

Si en una familia se establece el hábito de ver sólo aquellos espacios televisivos que se han previamente seleccionado por su calidad, resultará fácil que los hijos incorporen esa norma a su futura conducta.