Castidad o pureza

 

Ricardo Sada Fernández

 

Un acto voluntario del ser humano que evita reducir la capacidad sexual a instrumento de placer.


La castidad -o pureza- se define como “la virtud moral que regula rectamente toda voluntaria expresión de placer sexual dentro del matrimonio, y la excluye totalmente fuera del estado matrimonial”.

Si nos ponemos a pensar un poco en esta definición, podremos resolver con conciencia recta la mayoría de los planteamientos que se nos hagan en esta materia. Para el soltero y para el casado, para los actos internos y para los externos, para nuestras propias dudas o para resolver la duda de un tercero, esta definición nos despejará las incógnitas.

Ahora bien, importa mucho hacer una aclaración: los pecados contra esta virtud difieren de los que van contra la mayoría de las demás virtudes en un punto importante: los pensamientos, palabras y acciones contra la virtud de la castidad, si son plenamente consentidos, son siempre pecado mortal. Podemos fallar en otras virtudes, incluso voluntariamente y, sin embargo, nuestro pecado no es mortal, ya que se trata de un asunto de poca monta. Una persona puede ser ligeramente corajuda, mentirosa o injusta. Pero nadie puede cometer un pecado ligero contra la castidad si su transgresión es plenamente voluntaria.

Tanto en pensamientos como en palabras o acciones, no hay materia pequeña respecto a esta virtud, toda es grave. El motivo es muy claro: la facultad de engendrar es el más sagrado de los dones físicos del hombre, aquél más directamente relacionado con Dios. Ese carácter sagrado hace que su transgresión tenga mayor malicia. Si a ello añadimos que el acto sexual es la fuente de la vida humana, comprenderemos que si se contamina la fuente, se envenena la humanidad. Este motivo ha hecho que Dios proteja la dignidad del acto sexual castigando severamente cualquier atentado contra él. Dios insiste en custodiar su plan creador de nuevas vidas humanas, y en evitar que el hombre lo degrade al reducir la capacidad sexual a instrumento de placer y de excitación perversa. La única ocasión en que un pecado contra la castidad puede ser pecado venial es cuando falte plena advertencia o plena voluntariedad.

Una virtud muy relacionada con la castidad es la modestia. Podríamos decir que es su guardiana, centinela que protege los accesos a la fortaleza. La modestia es la virtud que sabe evitar toda acción, palabra o mirada que pueda ser ocasión de pecado contra esta virtud. Estas acciones pueden consistir en besos, abrazos o caricias imprudentes; pueden ser formas de vestir atrevidas, como usar “bikinis”. Las palabras pueden ser conversaciones de color subido, canciones obscenas o chistes de doble sentido. Estas miradas pueden ser aquellas que se realizan desde una ventana indiscreta, o las dirigidas a las bañistas en una piscina, o la contemplación de escenas morbosas en la televisión o en el cine.

Es verdad que “todo puede verse con ojos limpios”, pero también es verdad que quien quiera ser limpio debe evitar todo aquello que amenace su pureza, toda ocasión de acercarse al pecado. Y recordemos que la ocasión próxima y voluntaria de pecar es, en sí misma, ya un pecado.

Un aspecto más de la cuestión debe tenerse en cuenta. Nuestro Creador, al proveer los medios para perpetuar la especie humana, ha hecho al varón el principio activo del acto de procrear. Por esta razón los deseos masculinos se despiertan, normalmente, con mucha más facilidad que en la mujer.

Suele ocurrir que una mujer, con toda inocencia, atente contra la modestia en el vestir sin intención, simplemente por juzgar la fuerza de los instintos sexuales masculinos por los propios. O que una chica se permita unos escarceos cariñosos que, para ella, no serán más que un rato romántico a la luz de la luna, mientras para su joven compañero serán ocasión de pecado mortal. De ahí que las trilladas justificaciones entre novios al realizar actos de pasión, empujados por sus instintos (“no tiene nada de malo, pues lo hacemos por amor”) sean un péndulo que oscila entre la hipocresía de él y la ingenuidad de ella.

La corrupción de las costumbres y de la conciencia moral comienza, no rara vez, por los pecados contra la pureza. La experiencia enseña que el abandono de la lucha que lleva a contrarrestarlas trae consigo una gran cantidad de situaciones deplorables, como enseña San Pablo en el primer capítulo de la carta a los romanos. Nosotros debemos ver en esta lucha un reto, no un obstáculo. Sabemos que toda prueba es para fortalecernos, que no se da virtud auténtica ni bondad verdadera sin verdadera lucha.

Una persona que no tuviera tentaciones no crecería en la virtud. Dios puede, por supuesto, conceder a alguien un grado excelso de virtud sin prueba de la tentación, como en el caso de Nuestra Madre Santa María. Pero lo habitual es que precisamente por sus victorias sobre las tentaciones que Dios permite que una persona se fortalezca y consiga méritos para la vida eterna.

No debemos olvidar que cuanto mayor sea la tentación que Dios permita, mayor será su ayuda para vencerla. San Pablo dice que "fiel es Dios, que no permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas". Pero también pide que sepamos huir de la ocasión, poner tierra de por medio. A los novios, por ejemplo, contando siempre con su intención recta, se les pedirá huir de la oscuridad, la soledad y el coche. A todos, de aquello que para una persona normal y bien constituida, es excitativo de la sexualidad. Y, como siempre, ser constantes en la oración, especialmente en nuestros momentos de debilidad; acudir a la dirección espiritual; frecuentar la Misa y la Sagrada Comunión; tener una profunda y sincera devoción a Santa María, Madre Inmaculada.