Santificar las fiestas
Aurelio Fernández
El
Tercer Mandamiento: Santificar las fiestas
Dios desea que el pueblo tenga muy claro que Él es el Señor de todo lo creado,
por lo que debe dedicar un día para el culto divino.
La observancia del sábado fue un precepto especialmente recordado y urgido a
los judíos en el Antiguo Testamento. La narración del Génesis, que relata la
creación del mundo en seis días, hizo que Israel conservase muy fresco y
apremiante el mandato de Yavéh de observar el descanso del sábado. De este
modo, la guarda del «Shabat» judío aparece reiteradamente urgida en la Biblia.
Desde la promulgación del Decálogo, este mandato se formula así: «El día
séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor» (Ex 31,15).
Con este precepto, Dios desea que el pueblo tenga muy claro que Él es el Señor
de todo lo creado, por lo que debe dedicar un día para el culto divino: El
sábado es un «día consagrado al Señor». Al mismo tiempo, se manda el descanso
de todo tipo de trabajo, Lo que servirá de ayuda para el que hombre no
desgaste en exceso sus fuerzas. De ahí que el sábado tenga dos fines de honda
raíz teológica y antropológica: ocuparse religiosamente del culto a Dios y
desocuparse del agobio del trabajo para dedicarse a tareas que le faciliten un
descanso creador (CEC 2172).
Con el tiempo, la moral judía apremió la obligación de no trabajar hasta el
punto que se prohibía coda clase de labores, llegando a considerar el descanso
como un peso abrumador, casi como nueva esclavitud. Por eso Jesús condena el
rigorismo de los fariseos y sentencia que «no es hombre para el sábado, si no
el sábado para el hombre» (Mc 2,27).
Después de Pentecostés, el sábado judío se convirtió muy pronto en el domingo
cristiano. La razón mas poderosa que motivó el cambio del sábado al domingo
fue el hecho de la resurrección de Cristo. Es claro que el acontecimiento
fundamental del cristianismo debía influir incluso en la elaboración del nuevo
calendario. Desde muy pronto, los cristianos celebraban con gozo la
resurrección del Señor. Al principio, guardaban el sábado como verdaderos
observantes judíos, y, al mismo tiempo, celebraban también la Eucaristía el
«primer día de la semana», es decir, el domingo. Pero ya desde finales del
siglo I tenemos noticias de que los cristianos judíos habían abandonado la
practica del sábado y celebraban solo el Domingo, al que denominaban «día
primero de la semana», “día del sol” y «día del Señor».
La Iglesia urge con suma insistencia la importancia del domingo para
la vida del creyente. El Concilio Vaticano II enseña:
“La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de
la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el
día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día, los
fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la pasión, la resurrección y la
gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva
esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Petr 1,3).
Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e
inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y
de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser
que sean, de veras, de suma importancia, puesto que el domingo es el
fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico” (SC 106).
Asimismo, el Papa Juan Pablo II, con fecha 31-V-1998 publicó la Carta
Apostólica «Dies Domini», en la que trata extensamente de la importancia del
Domingo.
El texto de Vaticano II y la Carta «Dies Domini» destacan las siguientes
verdades respecto al origen y sentido del domingo cristiano:
- su origen es de tradición apostólica y enlaza con el mismo día de la
resurrección de Jesucristo; de aquí su nombre de “día del Señor”;
- es un día dedicado a que los bautizados recuerden su vocación, para que den
gracias por haber sido salvados y a que se empleen en la instrucción religiosa
y en la plegaria cristiana, especialmente en la participación de la
Eucaristía;
- el domingo es la fiesta primordial del calendario cristiano; por eso es un
día dedicado a la piedad y a la alegría cristiana;
- finalmente, el domingo, para cumplir todos esos objetivos, se ha de dedicar
al descanso, por lo que se prohíbe el trabajo.
Pecados contra el tercer mandamiento
En relación a la observancia del domingo y de los días festivos, el Código
prescribe las siguientes obligaciones:
«El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de
participar en la Misa, y se abstengan además de aquellos trabajos y
actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día
del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo" (c. 1247).
a) Respecto a asistir a fa Eucaristía
El Catecismo de la Iglesia Católica concreta que “los que deliberadamente
faltan a esta obligación (asistir a la Santa Misa) cometen un pecado grave”
(CEC 2181). Por consiguiente, quien no asiste a la Eucaristía el Domingo o las
Fiestas peca mortalmente, a no ser que tenga una causa justa que le dispense
de esta obligación.
b) Respecto al descanso
El Catecismo de la Iglesia Católica recoge la doctrina del Código y explica
que se prohíben los trabajos que «impiden dar el culto debido a Dios», es
decir, asistir a la Misa y otros trabajos penosos, o sea, los que son
impedimento para vivir “la alegría cristiana” u obstaculizan «el debido
descanso de la mente y del cuerpo» (CEC 2185).
Esta doctrina se reitera en diversas enseñanzas de los Papas y de los obispos.
Juan Pablo II la repite en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, en donde
resume su magisterio anterior:
«Sobre la importancia de la Misa dominica! y sobre las razones por las que es
fundamental para la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles, me he
ocupado en la Carta Apostólica sobre la santificación del domingo Dies Domini,
recordando, además, que participar en la Misa es una obligación para los
fieles, a menos que tengan un impedimento grave, lo que impone a los Pastores
el correspondiente deber de ofrecer a todos la posibilidad efectiva de cumplir
este precepto.
Mas recientemente, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, al trazar el
camino pastoral de la Iglesia a comienzos del tercer milenio, he querido dar
un relieve particular a la Eucaristía dominical, subrayando su eficacia
creadora de comunión. Ella –decía- es el lugar privilegiado donde la comunión
es anunciada constantemente. Precisamente a través de la participación
eucarística, el Día del Señor se concierte también en el día de la Iglesia,
que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad» (EdE
41).