DISCURSOS DE JUAN PABLO I


 

8. LA FAMILIA CRISTIANA

Discurso a los obispos de la XII región pastoral de Estados Unidos presentes en Roma para la visita « ad Limina Apostolorum »

Queridos hermanos en Cristo:

Es un verdadero placer para nosotros encontrarnos por primera vez con un grupo de obispos americanos que realizan la visita ad Limina. Os acogemos de todo corazón, queremos que os sintáis en vuestra casa, que experimentéis el gozo de encontrarnos juntos en familia. Nuestro gran deseo en este momento es confirmaros a todos en la fe y en el servicio al Pueblo de Dios; queremos mantener vivo el ministerio de Pedro en la Iglesia.

Las orientaciones de Pablo VI y del Concilio Desde que soy Papa he ido leyendo con gran atención las sabias enseñanzas que nuestro querido predecesor Pablo VI impartió este mismo año a los obispos de Estados Unidos sobre los temas del ministerio de la reconciliación en la Iglesia, de la protección y defensa de la vida, y del impulso de la devoción a la Eucaristía. Sus enseñanzas las hacemos también nuestras y os renovamos el aliento y las directrices que os dio en esos discursos.

Aunque somos nuevo en el pontificado --apenas un principiante--, queremos elegir igualmente nosotros temas que afecten en profundidad a la vida de la Iglesia y os sirvan de gran ayuda en vuestro ministerio episcopal. Nos parece que la familia cristiana es buen punto para comenzar. La familia cristiana es tan importante y su papel tan fundamental en la transformación del mundo y en la construcción del reino de Dios, que el Concilio la llamó « Iglesia doméstica » (Lumen gentium, 11).

Comunidad de amor
No nos cansemos nunca de proclamar que la familia es comunidad de amor: el amor conyugal une a los esposos y es procreador de vida nueva; es reflejo del amor divina y amor comunicado; según las palabras de la Gaudium et spes, es participación actual en la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia (núm. 48). A todos se nos concedió la gracia de nacer en tal comunidad de amor; nos será fácil, por tanto, defender sus valores.

Por ello, debemos estimular a los padres en su papel de educadores de los hijos; ellos son los primeros catequistas y los mejores. ¡Qué gran tarea tienen y qué reto! Enseñar a sus hijos a amar a Dios, a hacer de este amor una realidad de su vida. Y, por gracia de Dios, qué fácilmente aciertan algunas familias a cumplir la misión de ser primum seminarium (Optatam totius, 2); el germen de una vocación al sacerdocio se alimenta a través de la oración de la familia, el ejemplo de su fe y el apoyo de su amor. Mantenerse fieles a la ley de Dios y de la Iglesia Qué cosa tan maravillosa es el que las familias caigan en la cuenta del poder que tienen en la santificación de los esposos, y de la influencia mutua entre padres e hijos. Entonces y por el testimonio de amor de su propia vida, las familias pueden llevar el Evangelio a los demás. La percepción vital de la participación del laicado --y especialmente de la familia-- en la misión salvífica de la Iglesia, es uno de los grandes legados del Concilio Vaticano II. Jamás podremos agradecer bastante a Dios este don.

A nosotros corresponde mantener fuerte esta convicción, sosteniendo y defendiendo a la familia, a cada familia y a todas las familias. ¡Nuestro propio ministerio es tan vital! Predicar la Palabra de Dios y celebrar los sacramentos. De aquí saca nuestro pueblo su fortaleza y su alegría.

También es tarea nuestra animar a las familias a mantenerse fieles a la ley de Dios y de la Iglesia. Jamás tenemos por qué temer anunciar todas las exigencias de la Palabra de Dios, pues Cristo está con nosotros y nos dice hay como antes: « El que a vosotros oye, a mí me oye » (Lc 10,16).

Sobre todo es importante la indisolubilidad del matrimonio cristiano; aunque sea una parte difícil de nuestro mensaje, la debemos proclamar fielmente como parte de la Palabra de Dios y parte del misterio de la fe. Al mismo tiempo hemos de mantenernos cercanos a nuestro pueblo en sus problemas y dificultades. Tiene que saber siempre que le amamos. Ofrecer íntegras las enseñanzas del Magisterio sobre la familia Hoy queremos manifestaros nuestra admiración y alabaros por los esfuerzos que hacéis para salvaguardar y mantener a la familia como Dios la ha hecho y como Dios la quiere. En todo el mundo las familias cristianas procuran responder a su maravilloso llamamiento, y estamos muy cerca de cada una de ellas. Los sacerdotes y religiosos se esmeran en sostenerlas y ayudarlas, y todos estos esfuerzos son dignos de las mayores alabanzas. Nuestro aliento va sobre todo a los que ayudan a los futuros esposos a prepararse al matrimonio cristiano ofreciéndoles las enseñanzas íntegras de la Iglesia y exhortándoles a los ideales más altos de la familia cristiana.

Deseamos añadir una palabra especial de encomio también a quienes, sacerdotes sobre todo, trabajan tan generosa y abnegadamente en los tribunales eclesiásticos y se esfuerzan, con fidelidad a la doctrina de la Iglesia, en salvaguardar el vínculo matrimonial, en dar testimonio de su indisolubilidad de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, y en ayudar a las familias que lo necesiten.

Renovación a través de la santidad La santidad de la familia cristiana es sin duda alguna el medio más apto para llevar a cabo la renovación serena de la Iglesia, que el Concilio deseaba con tanto afán; a través de la oración en familia la ecclesia domestica se convierte así en realidad efectiva y lleva a la transformación del mundo. Todos los esfuerzos de los padres por infundir el amor de Dios en sus hijos y sostenerlos con el ejemplo de su fe, constituye uno de los apostolados más excelentes del siglo XX. Los padres que tienen problemas especiales son dignos de una atención pastoral más especial por parte nuestra, y merecedores de todo nuestro amor.

Las prioridades del Papa Queridos hermanos:
Queremos que sepáis hacia dónde van nuestras prioridades.

Hagamos cuanto podamos por la familia cristiana a fin de que nuestra gente pueda realizar su gran vocación con alegría cristiana y participar íntima y eficazmente en la misión de salvación de la Iglesia --la misión de Cristo--. Estad seguros de que contáis con todo nuestro apoyo en el amor del Señor Jesús. Os damos a todos nuestra bendición apostólica.


9.

PREOCUPACION POR LOS PROBLEMAS MORALES Y SOCIALES DE ROMA Discurso al Alcalde de la ciudad

Honorable señor Alcalde:

Le estoy vivamente agradecido por esas expresiones deferentes y sinceras que Ud., en representación también de sus colegas de la Administración Pública y de toda la población romana, ha querido dirigirme durante el itinerario que desde la residencia Vaticana me lleva a la Catedral de San Juan de Letrán.

La Urbe civil
Esta parada intermedia al pie de la colina del Capitolio tiene para mi un especial significado, no solamente por el cúmulo de recuerdos históricos que aquí se entrecruzan e interesan conjuntamente a la Roma civil y a la Roma cristiana, sino también porque me permite tener un primer contacto directo con los responsables de la vida ciudadana y de su recta ordenación. Se trata, por tanto, de una ocasión propicia para expresarles mi más cordial saludo y mis mejores deseos.

Los problemas de la Urbe, a los que con fundada preocupación ha aludido Ud., me encuentran particularmente atento y sensible a causa de su urgencia, de su gravedad y, sobre todo, de las desazones y de los dramas humanos y familiares, de los cuales no raramente son el signo manifiesto. Como Obispo de la Ciudad que es la sede primigenia del ministerio pastoral que se me ha confiado, me llegan más agudamente al corazón esas sufridas experiencias y me siento estimulado por ellas a la disponibilidad, a la colaboración y a la aportación de orden moral y espiritual que corresponde a la específica naturaleza de mi servicio, para poderlas, al menos, aliviar. Y esto lo digo no solamente a título personal, sino también en nombre de los hijos de la Iglesia de Dios aquí en Roma: de mis colaboradores los obispos, de los sacerdotes y de los religiosos, de los miembros de las asociaciones católicas y de cada uno de los fieles, comprometidos de diverso modo en actividades pastorales, educativas, asistenciales y escolares.

La Urbe cristiana
La esperanza, cuyo eco he sentido con agrado en su cortés saludo, es para nosotros los creyentes --como recordé en la audiencia general del pasado miércoles-- una virtud obligatoria y un don precioso de Dios. Que sirva para despertar, en cada uno de nosotros y, confío también, en todos los conciudadanos de buena voluntad energías y propósitos; que sirva para inspirar iniciativas y programas, con el fin de que esos problemas tengan la solución conveniente y Roma permanezca fiel, en los hechos, a aquellos ideales inconfudiblemente cristianos que se llaman hambre y sed de justicia, activa contribución a la paz, dignidad suprema del trabajo humana, respeto y amor para con los hermanos, solidaridad a toda prueba con los más débiles.


10. JUAN PABLO I OBISPO DE ROMA

Homilía en la toma de posesión de la basílica de San Juan de Letrán

Agradezco de corazón al cardenal Vicario las delicadas palabras con las que --en nombre también del consejo episcopal, del cabildo lateranense, del clero, de los religiosos, de las religiosas y de los fieles --ha querido expresar la devoción y los propósitos de activa colaboración en la diócesis de Roma. Primer testimonio concreto de esta colaboración es la suma ingente recogida entre los fieles de la diócesis y puesta a mi disposición para proveer de temple y de estructuras parroquiales a una barriada periférica de la ciudad, privada todavía de esos esenciales elementos comunitarios de vida cristiana. Doy las gracias, verdaderamente conmovido.

I. La fisonomía cristiana de la Urbe
El maestro de ceremonias ha elegido las tres lecturas bíblicas para esta celebración litúrgica. Las ha juzgado adecuadas y yo voy a tratar de explicároslas. La Ciudad de Pedro, centro de la Iglesia católica La primera lectura (Is 60, 1-6) puede aplicarse a Roma. Todos sabéis que el Papa adquiere su autoridad sobre toda la Iglesia en tanto en cuanto que es Obispo de Roma, es decir, sucesor de Pedro, en esta ciudad. Gracias especialmente a Pedro, la Jerusalén de que hablaba Isaías puede ser considerada una figura, un preanuncio de Roma. También de Roma, como sede de Pedro, lugar de su martirio y centro de la Iglesia católica se puede decir: « Sobre ti viene la aurora de Yavé y en ti se manifiesta su gloria. Las gentes andarán en tu luz » (Is 60, 2-3). Recordando las peregrinaciones de los Años Santos y las que continúan efectuándose en los años normales con afluencia constante de fieles, se puede, con el profeta, hablar enfáticamente a Roma así: « Alza en torno tus ojos y mira: ... llegan de lejos tus hijos... pues vendrán a ti los tesoros del mar, llegarán a ti las riquezas de los pueblos » (Is 60, 4-5). Es esto un honor para el Obispo de Roma y para todos vosotros. Pero es también una responsabilidad.

Ciudad de la Paz
¿Encontrarán, aquí, los peregrinos un modelo de verdadera comunidad cristiana? ¿Seremos capaces, con la ayuda de Dios, Obispo y fieles, de realizar aquí las palabras escritas por Isaías a continuación de las antes citadas, a saber: « No se hablará ya más de violencia en tu tierra... Tu pueblo será un pueblo de justos » (Is 60, 18-21)? Hace unos minutos, el profesor Argan, alcalde de Roma, me ha dirigido unas corteses palabras de saludo y augurio. Algunas de esas palabras me han recordado una de las oraciones que, de niño, rezaba con mi madre. Decía así: « los pecados que gritan venganza a los ojos de Dios son... oprimir a los pobres, no dar la justa paga a los obreros ». Por su parte, el párroco me preguntaba en la clase de catecismo: « los pecados que gritan venganza a los ojos de Dios ¿por qué son los más graves y funestos? » Y yo respondía según el catecismo de Pío X: « Porque son directamente contrarios al bien de la humanidad y tan odiosos que provocan, más que los otros, el castigo de Dios ». (Catecismo de Pío X, núm. 154).

Comunidad eclesial que preferencia a los pobres
Roma será una auténtica comunidad cristiana si Dios es honrado no sólo con la afluencia de los fieles a las iglesias, no sólo con la vida privada vivida morigeradamente, sino también con el amor a los pobres. Estos --decía el diácono romano Lorenzo-- son los verdaderos tesoros de la Iglesia; deben, por tanto, ser ayudados, por quienes pueden, a tener más y a llegar a ser algo más, sin que se les humille y ofenda con ostentaciones de riquezas, con dinero derrochado en cosas superfluas, en lograr de ser empleado, siempre que sea posible, en empresas ventajosas para todos.

II. Construir una comunidad cristiana viva y operante
La segunda lectura (Heb 13, 7-8, 15-17, 20-21), se adapta a los fieles de Roma. La ha elegido, como he dicho, el maestro de ceremonias. Confieso que el que en ella se hable de obediencia me pone un poco en compromiso.

¡Hoy es muy difícil convencer cuando se enfrentan los derechos de la persona humana con los de la autoridad y de la ley! Libertad y autoridad En el libro de Job se describe un caballo de batalla: salta como una potrilla y bufa, escarba la tierra con la pezuña y luego se lanza con ardor; cuando suena la trompeta, relincha de júbilo; olfatea de lejos la lucha, oye los gritos del mando y el clamor de las formaciones (cf. Job 39,15-25). Símbolo de la libertad. La autoridad, en cambio, se asemeja al caballero prudente, que manta el caballo y, unas veces con voz suave, otras utilizando acertadamente las espuelas, las riendas o la frustra, lo estimula, o también modera su carrera impetuosa, lo frena y lo para. Poner de acuerdo a caballo y caballero, libertad y autoridad, ha llegado a ser un problema social. Y también un problema de Iglesia.

En el Concilio se trató de resolverlo en el cuarto capítulo de la Lumen gentium. He aquí las indicaciones conciliares para el « caballero ». « Los sacros pastores saben muy bien lo que contribuyen los seglares al bien de toda la Iglesia. Saben que ellos no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión de la salvación que la Iglesia ha recibido en relación con el mundo, sino que su magnífica tarea es la de apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y sus carismas, de modo que todos concordemente cooperen cada cual en su medida, a la obra común » (Lumen gentium, 30). Y continúa: saben también los pastores que « en las batallas decisivas las iniciativas más acertadas parten a veces del frente» (ib. 37 nota 7).

He aquí, en cambio, una indicación del Concilio para el « generoso batallador », es decir para los seglares: al abispo «deben adhesión los fieles como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre » (ib. 27).

Roguemos al Señor para que ayude tanto al Obispo como a los fieles, tanto al caballero como al caballo.

Comunión eclesial
Me han dicho que en la diócesis de Roma son muchas las personas que se prodigan por sus hermanos, numerosos los catequistas; otros muchos esperan sólo una leve señal para intervenir y colaborar. Que el Señor nos ayude a todos a constituir en Roma una comunidad cristiana viva y operante. No en balde he citado el capítulo cuarto de la Lumen gentium: es el capitulo de la « comunión eclesial ». Pero lo que allí se dice afecta especialmente a los seglares.

La obediencia sacerdotal y religiosa
Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas tienen una posición particular, ligados como están por el voto o por la promesa de obediencia. Yo recuerdo como uno de los momentos solemnes de mi existencia aquél en que, puestas mis manos en las del obispo, dije: « Prometo ». Desde entonces me he sentido comprometido para toda la vida y jamás he pensado que se tratara de una ceremonia sin importancia.

Espero que los sacerdotes de Roma piensen lo mismo. A ellos y a los religiosos, San Francisco de Sales les recordaría el ejemplo de San Juan Bautista, que vivió en la soledad, lejos del Señor, aun con su gran deseo de estar cercano a Él. ¿Por qué? Por obediencia. « Sabía --escribe el Santo --que encontrar al Señor fuera de la obediencia, es perderlo » (F. DE SALES, Oeuvres, Annecy, 1896 pág. 321).

III. La tarea de evangelizar
La tercera lectura (Mt 28,16-20) recuerda al Obispo de Roma sus deberes. Enseñar con estilo pastoral El primero es « enseñar », proponiendo la palabra del Señor con fidelidad tanto a Dios como a los que escuchan, con humildad, pero con valiente franqueza.

Entre mis santos predecesores Obispos de Roma hay dos que son también Doctores de la Iglesia: San León, el vencedor de Atila, y San Gregorio Magno. En los escritos del primero hay una línea teológica altísima y brilla una lengua latina estupendamente construida; no pienso qué le pueda yo imitar, ni siquiera de lejos. Él segundo, en sus libros, es « como un padre, que instruye a sus hijos y les hace partícipes de sus solicitudes por su salvación eterna » (I. SCHUSTER, Liber Sacramentorum, vol. I, Turín, 1929, pág. 46). Quisiera tratar de imitar al segundo, que dedica todo el libro tercero de su Regula pastoralis al tema « qualiter doceat », es decir, cómo el pastor debe enseñar. A lo largo de 40 capítulos, Gregorio indica concretamente varias formas de instrucción, según las diversas circunstancias de condición social, edad, salud y temperamento moral de los oyentes. Pobres y ricos, alegres y tristes, superiores y súbditos, doctos e ignorantes, descarados y tímidos, etc... todos están en ese libro, que es como el valle de Josafat.

En el Concilio Vaticano se consideró como algo nuevo el que se denominase « pastoral » no ya a lo que se enseñaba a los pastores, sino a lo que los pastores hacían para afrontar las necesidades, las ansias y las esperanzas de los hombres. Gregorio había ya puesto en práctica esa «novedad» muchos siglos antes, tanto en la predicación como en el gobierno de la Iglesia.

Celebrar bien la liturgia
El segundo deber, expresado con la palabra « bautizar », se refiere a los sacramentos y a toda la liturgia. La diócesis de Roma ha seguido el programa de la CEI « Evangelización y Sacramentos »; sabe ya que evangelización, sacramento y vida santa son tres momentos de un camino único: la evangelización prepara al sacramento y el sacramento lleva a vivir cristianamente a quienes lo han recibido. Quisiera que este gran concepto se aplicara cada vez con más amplitud.

Quisiera también que Roma diese el buen ejemplo de una liturgia celebrada piadosamente y sin « creatividades » desentonadas. Algunos abusos en materia litúrgica han podido favorecer, por reacción, actitudes que han llevado a toma de posiciones insostenibles en sí mismas y en contraste con el Evangelio. A1 hacer un llamamiento, con afecto y con esperanza, al sentido de responsabilidad de cada uno frente a Dios y a la Iglesia, quisiera poder asegurar que cualquier irregularidad litúrgica será diligentemente evitada.

Guiar y gobernar con amor
Y hénos aquí ya en el último deber episcopal: « enseñar a observar ». Es la diaconía, el servicio de guiar y gobernar. Confieso que, aunque haya sido yo veinte años obispo, en Vittorio Veneto y en Venecia, todavía no he «aprendido bien el oficio». En Roma, estudiaré en la escuela de San Gregorio Magno, que dice: « Esté cercano (el pastor) a cada uno de sus súbditos con la compasión. Y olvidando su grado, considérese igual a los súbditos buenos, pero no tenga temor en ejercer, contra los malos, el derecho de su autoridad. Recuerde que mientras todos los súbditos dan gracias a Dios por cuanto el pastor ha hecho de bueno, no se atreven a censurar lo que ha hecho mal; cuando reprime los vicios, no deje de reconocerse, humildemente, igual que los hermanos a quienes ha corregido y siéntase ante Dios tanto más deudor cuanto más impunes resulten sus acciones ante los hombres » (Reg. past. porte II, cc. 5 y 6 passim).

Termina aquí la explicación de las tres lecturas. Pero séame permitido añadir una solo cosa: es ley de Dios que no se pueda hacer bien a alguien si antes no se le quiere bien. Por eso San Pío X, al entrar como Patriarca en Venecia, exclamó en San Marcos: « ¿Qué sería de mí, venecianos, si no os amase? ». Algo parecido digo yo a los romanos: puedo aseguraros que os amo, que solamente deseo serviros y poner a disposición de todos mis pobres fuerzas, todo lo poco que tengo y que soy.


11. LA VIRGEN, ESTRELLA DE LA EVANGELIZACION EN AMERICA LATINA

Mensaje a los obispos y fieles del Ecuador

Venerables hermanos y amadísimos hijos del Ecuador:

Con sumo gusto queremos unir nuestra voz a la vuestra, desde esta Roma centro de la catolicidad, para tributar un homenaje de filial devoción y amor a nuestra Madre del cielo, la Santísima Virgen María.

Sabemos que estáis celebrando el III Congreso Mariano Nacional, bajo el lema: El Ecuador, por María a Cristo. Haced de este lema todo un programa de vida y de acción apostólica. María, la Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y Madre dulcísima de cada uno de nosotros, sea siempre vuestro modelo, vuestra guía, vuestro camino hacia el Hermano Mayor y Salvador de todos, Jesús.

Y sea también Ella, en este momento difícil y lleno de esperanza, la estrella de la evangelización en Ecuador y en toda América Latina. Con gran afecto paterno y en unión de plegarias os bendecimos a todos, Pastores y fieles del Ecuador, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. amor, su justicia, su salvación, por medio de la palabra y del ejemplo, ante sus vecinos, los pueblos de Asia.

Y sabemos que disponéis de un instrumento excepcional a este respecto: Radio Véritas. Tenemos esperanza firme de que Filipinas utilizará este medio magnífico, y todos los demás a su disposición, para anunciar con la Iglesia entera que Jesucristo es el Hijo de Dios y el Salvador del mundo.

Enviamos un saludo a todas las Iglesias locales, especialmente a los sacerdotes y religiosos. Les exhortamos a una santidad de vida cada vez mayor, como condición para la eficiencia sobrenatural de su apostolado.

Amamos y bendecimos a las familias de vuestras diócesis y a todo el laicado. Pedimos a los enfermos y minusválidos que comprendan el alcance de su importante papel en el plan de Dios y se den cuenta de lo mucho que depende de ellos la evangelización.

A vosotros, hermanos, os impartimos nuestra bendición apostólica especial pidiendo para vosotros gozo y fortaleza en Jesucristo.



1. Yo soy el puro y pobre polvo

«No sé qué ha podido pensar el Señor, qué ha pensado el Papa, qué ha pensado la divina Providencia de mi. Estoy pensando en estos dias que conmigo el Señor pone en práctica su viejo sistema: saca a los pequeños del lodo de la calle y los coloca en alto, arranca a las gentes de los campos, de las redes del mar, del lago, y hace de ellos apóstoles. Es su viejo sistema. Ciertas cosas el Señor no las quiere escribir ni en bronce, ni en mármol, sino nada menos que en el polvo, para que si queda lo escrito, no borrado, no disperso por el viento, quede bien claro que todo es obra y todo es mérito del único Señor. Yo soy el pequeño de antes, yo soy el que viene de los campos, yo soy el puro y pobre polvo; sobre este polvo el Señor ha escrito la dignidad episcopal de la ilustre diócesis de Vittorio Véneto. Si sale algo bueno de todo esto, que quede claro desde este momento: es sólo fruto de la bondad, de la gracia, de la misericordia del Señor»

(Homilia de 16 deenero de 1959, en Canale d'Agordo)


2. El catecismo

«Si abandonáis el catecismo no sabréis qué medios utilizar para que sean buenos los pequeños y los mayores. ¿Recurriréis a la "dignidad humana"? Los pequeños no comprenden qué es eso, y a los mayores les importa un bledo. ¿Iréis con "el imperativo categórico" por delante? Peor que peor... Se dice que también la filosofia y la ciencia son capaces de hacer buenos y nobles a los hombres. Pero no hay punto de comparación con el catecismo, que enseña en breve la sabiduría de todas las bibliotecas, resuelve los problemas de todas las filosofías y satisface las búsquedas más penosas y difíciles del espiritu humano».

(Catequesis en migajas, 1949)


3. De fórmulas que parecían áridas, surge una flamante santidad

«Mantengámonos unidos a la hora de enseñar las mismas cosas: no opiniones más o menos respetables, sino lo que el Magisterio de la Iglesia propone... El criterio de catequizar es, pues, el depositum custodi de san Pablo, y no el otro, que a veces se usa: «"¿Qué es lo que gusta? ¿qué es lo que hoy va de moda? ¿qué es lo que hará que parezca yo al día y brillante?"... Con el Papa exhorto a no tener demasiados prejuicios contra el uso sabio y moderado tanto de las fórmulas como de la memorización. De acuerdo, saber de memoria no es saber... Sin embargo, una fórmula comprendida y recordada de memoria es como una percha, de la que, a pesar del paso de los años, siguen colgados los conocimientos religiosos más importantes. Ciertas fórmulas de química y álgebra, algunos articulas fundamentales del código, porque exigen precisión, se aprenden de memoria en el instituto y la universidad. Ahora bien, ¿existe un código más comprometedor que las verdades religiosas y los preceptos morales? Se dice que las fórmulas son áridas. También una cerilla parece árida pero al restregarla produce llama. Aquí en el Véneto tenemos el caso de santa Bertilla Boscardin, que conoció casi sólo el catecismo de fórmulas. Se lo había dado el párroco cuando era jovencita; se lo llevó al convento; lo leía y releía sin parar; se lo encontraron en el bolsillo de su ropa tras su muerte. Estaba casi desgastado, pero la santa, de aquellas fórmulas que parecían áridas, había sabido hacer que brotara una flamante santidad».

(Homilía a los catequistas, Venecia, 29 de octubre de 1977)


4. Marcos parece haber visto

«San Marcos, por sintaxis, vocabulario, construcción y elaboración de la frase, es un pobre escritor. Pero es vivaz, pintoresco: por eso gusta. Sólo Marcos reproduce tal cual, en arameo, ciertas frases pronunciadas por Jesús. Esta por ejemplo: "Talitá kum", "Hijita, ¡levántate!". Esta otra: Eloi, ¿lama sabactani?", "Dios mio, ¿por qué me has abandonado?". Todo esto ayuda a ver y sentir el ambiente palestino. Más que enseñar, Marcos describe: parece haber visto».

(Homilía de la fiesta de san Marcos, Venecia, 25 de abril de 1974)


5. La evidencia de los hechos

«Dice san Pablo: "...Fue sepultado, ...resucitó al tercer dia, ...se apareció a Cetas, luego a los doce. Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron... Luego se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; y después de todos ... se me apareció también a mi" (1 Cor 15, 4-9). Pablo usa aquí cuatro veces el verbo aparecer, insistiendo en la percepción visual; ahora bien, el ojo no ve nada interior, sino exterior a nosotros, una realidad distinta de nosotros, que se nos impone desde fuera. Esto aleja la tesis de la alucinación, de lo que, por lo demás, fueron los apóstoles los primeros en tener miedo. Ellos pensaron en primer lugar que veÍan un espíritu, no al verdadero Jesús, quien tuvo que tranquilizarles: "¿Por qué os turbáis...? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espiritU no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo" (/Lc/24/38). Ellos seguían sin creer, por lo que Jesús les dijo: "¿Tenéis aquí algo de comer? Le dieron un trozo de pez asado, y tomándolo, comió delante de ellos" (/Lc/24/41-43). La incredulidad inicial, pues, no fue sólo de Tomás, sino de todos los apóstoles, gente sana, robusta, realista, alérgica a las alucinaciones, que se rindió sólo ante la evidencia de los hechos.

Con un material humano de este tipo también era muy improbable pasar de la idea de un Cristo que merecía revivir espiritualmente en los corazones a la idea de una resurrección corporal a fuerza de reflexión y entusiasmo. Entre otras cosas, en lugar del entusiasmo, tras la muerte de Cristo, había en los apóstoles sólo desazón y decepción. Además no tuvieron tiempo: ¡en quince dias un fuerte grupo de personas, no acostumbradas a la especulación, no cambia completamente de mentalidad sin la ayuda de sólidas pruebas!.

(Homilía de la vigilia pascual, Venecia 21 de abril de 1973)


6.De vieja gnosis se trata

«"¿Teologia nueva?" ¡Bienvenida sea! Sin embargo, a veces nos engañamos: no se trata de nueva teologia, sino de vieja gnosis. Reaflora, en efecto, a menudo la mentalidad presuntuosa de los antiguos gnósticos: "¡Nosotros damos explicaciones a nivel de altísima ciencia, nosotros nos comemos las pobres, rancias y superadas explicaciones del Magisterio!". Vuelve también el método de la gnosis: es decir, tomar los temas y los términos de la fe católica, pero sólo parcialmente, arrogándose el derecho de tamizarlos y seleccionarlos, de entenderlos a nuestra manera, de mezclarlos con ideologías extrañas y fundar la adhesión a la fe no en la autoridad divina, sino en motivos humanos; por ejemplo, en esta o aquella opción filosófica, en la coincidencia de un tema dado con determinadas decisiones políticas abrazadas con anterioridad».

(Homilía sobre Cristo liberador, Venecia, 7 de marzo de 1973)


7. Quietismo y pelagianismo

«...no tengo ningún deseo de convertirme en heresiólogo; sin embargo, a veces siento fuerte dentro de mi la tentación de señalar huellas de quietismo y semiquietismo, de pelagianismo y semipelagianismo en escritos y discursos que, o describen el trabajo pastoral como si todo dependiera de los hombres o de las técnicas sociológicas, o hablan de nosotros, los pobres humanos, como si no tuviéramos ya nada que ver con el pecado».

(Invitación al clero para los ejercicios espirituales, Venecia, 5 de agosto de 1974)


8. El amor a la Tradición

«No se hace necesario hoy recomendar el estudio y la lectura devota (que no es estudio) de la Biblia: por suerte, ambas cosas han entrado en los corazones después del Concilio. Os recomiendo, en cambio, el amor a la Tradición: no seáis de esos que, deslumbrados y ciegos, más que iluminados, por algún relámpago, piensan que el sol existe sólo desde este momento y que a todo le quieren dar la vuelta y cambiar». (Comienzo de curso del seminario, Venecia, 20 de septiembre de 1977)


9. Sólo Dios puede tocar el corazón

«Uno de los obispos más brillantes fue san Pablo apóstol, quien decía de su predicación en Corinto "Yo eché la semilla, pero nada hubiera ocurrido si Dios no la hubiera hecho crecer". No es cuestión de correr, es cuestión sólo de misericordia y delicadeza de Dios. Yo, obispo, y mis sacerdotes podemos instruir, iluminar, convencer también, pero no más; sólo Dios puede tocar el corazón y convertiros».

(Primera homilía en la Catedral, Vittorio Véneto, 11 de enero de 1959)


10. El pecado cometido se convierte casi en una joya

«En Pascua, Dios espera. Un pródigo que regresa le da más consuelo que noventa y nueve que siguieron siendo fieles; dada su infinita misericordia, mientras un pecado aún por cometer es evitado a costa de cualquier sacrificio, el pecado ya cometido se convierte en nuestras manos casi en una joya, que podemos regalar a Dios para darle el consuelo de perdonar. ¡Intentémoslo! Uno queda como un señor cuando se regalan joyas». (Carta a los fieles de Vittorio Véneto, 7 de febrero de 1959)


11. El cónclave

«Un escrito de san Bernardo se utilizó una vez de una manera muy curiosa. Ocurrió durante un cónclave para elegir al papa, los cardenales estaban muy indecisos sobre a quién elegir. Uno de ellos pidió la palabra e hizo la siguiente reflexión: "Queridos colegas, el criterio que hay que seguir en este momento ya fue expuesto con claridad y limpidez por san Bernardo en la carta tal y tal: "Si alguien es sabio, que nos dé buenas lecciones; si tiene piedad, que ore por nosotros; si es prudente, que nos gobierne". Arrodillémonos, pues, ante aquellos que entre nosotros son sabios y tienen piedad, pero elogiemos a aquel que está dotado de prudencia"».

(Elogio de la prudencia. Discurso en la Universidad Federal de Santa Maria, Brasil, noviembre de 1975)


12. Roma y los pobres

«Algunas de sus palabras [del alcalde de Roma] me han hecho recordar una de las oraciones que de muchacho rezaba con mi madre. Decía así "Los pecados que gritan venganza ante Dios son... oprimir a los pobres, robarles a los obreros en su salario". A su vez, el párroco me preguntaba en la escuela de catecismo: "Los pecados que gritan venganza ante Dios, ¿por qué están entre los más graves y funestos?". Y yo respondía con el catecismo de Pio X: "!. .. por ser directamente contrarios al bien de la humanidad y tan odiosos que provocan, como ningún otro, los castigos de Dios". Roma será una verdadera comunidad cristiana si honra a Dios no sólo con la afluencia de los fieles a las iglesias, no sólo con una vida privada vivida con morigeración, sino también con el amor por los pobres. Estos -decía el diácono romano Lorenzo- son los verdaderos tesoros de la Iglesia; quien pueda, pues, debe ayudarlos para tener y ser más sin ser humillados y ofendidos con riquezas ostentadas, con dinero derrochado en cosas fútiles y no invertido -cuando fuera posible- en empresas de interés común».

(Basílica de san Juan de Letrán, 23 de septiembre de 1978)