10 - DISCUSIÓN SOBRE EL AYUNO
Mc/02/18-22  Mt/09/14-17  Lc/05/33-39

En la mesa, alguno ayuna... Algún comentarista se pregunta qué relación existe entre
esta tercera controversia (o apotegma) y la precedente. Evidentemente una atención
excesivamente concentrada produce distraídos...
La continuidad, en efecto, resulta bastante evidente. Estamos siempre a la mesa juntos. Y
hay alguno, que en vez de comer, ayuna. Alguien que no entiende, que se resiste a entrar.
Y casi siempre son personas religiosas, ejemplares, de las que no infringen nunca un
mandamiento, como el hijo mayor de la parábola de Lc (15. 29). Obstinado en no tomar
parte en el banquete.
Para los hebreos existía un solo ayuno, el del día de la expiación (1). Pero se podían
proclamar ayunos especiales con ocasión de calamidades, como expresión de luto y
penitencia.
Los fariseos (2) que en cuanto a celo, digámoslo sin ironías, eran irreprensibles, ayunan
voluntariamente dos veces por semana, el lunes y el jueves.
El ayuno en cuestión -que iguala en esto a los discípulos de Juan con los fariseos- puede
estar determinado por la muerte o, más probablemente, por el arresto del Bautista.
El comportamiento distinto de los discípulos de Jesús suscita escándalo en ciertos
ambientes. Alguno pide explicaciones al Maestro. Esta vez es el Maestro quien debe
justificar a los discípulos; en el caso precedente será la postura del Maestro la que hay que
discutir.
ALIANZA/MA: Jesús responde con la imagen del esposo, bastante familiar a sus oyentes.
En el antiguo testamento, en efecto, la alianza se presenta como un matrimonio: Yahvé es el
esposo, Israel la esposa, Moisés el testigo, la ley contiene las cláusulas del contrato.
Es verdad que al Mesías nunca se le presenta como "esposo". Sin embargo Jesús aún
puede hacerlo entender a los que, naturalmente, tienen oídos para oír.
Queda el hecho de que su venida se presenta como «un tiempo de alegría» para el
pueblo.
La persona religiosa, de ahora en adelante, no se moverá ya llevando encima las señales
del luto, en el espacio de las prescripciones legalistas, sino en el terreno de la vida, del
amor, de la alegría.
Más que ir al encuentro de Dios con las obras buenas propias, el hombre tiene que
dejarse alcanzar por el don.
Todo esto lo habían entendido los primeros cristianos que, en efecto, «tomaban el
alimento con alegría y sencillez de corazón» (Hech 2, 46)..
La acusación que, en el fondo, Cristo lanza a los discípulos de Juan y a los fariseos, es la
de no entender el tiempo.
Ya lleven luto, ya ayunen porque viven a la espera, sus gestos resultan desfasados
respecto al evento. Mirando hacia atrás, o mirando hacia adelante, no caen en la cuenta del
aquí, del ahora. Lloran y suspiran por una ausencia y no reparan en la presencia.
Pueden, incluso, hacer todo bien. Pero en tiempo equivocado. En la circunstancia menos
apta.
Con Cristo los acontecimientos religiosos no serán regulados exclusivamente por
prescripciones rígidas, sino que deberán referirse a su persona.
El esposo determina el comportamiento de los amigos.
Aquí hay una referencia al tiempo en que le será arrebatado el novio (v. 20). Una alusión
discreta a la muerte de Cristo. En esta perspectiva se coloca la advertencia de que
«pecado y muerte, legalismo y tentación, bien que confundidos en línea de principio, son
aún fuerzas extremadamente reales y que la comunidad estará mal aconsejada si se
exaltase hasta el punto de actuar como si ya no viviese a la espera. Así, incluso el ayuno
puede tener un significado bueno... como ayuda a la vida del discípulo de Jesús» (E.
Schweizer).
"Ya" y "todavía no": esta es la tensión que deberá vivir el cristiano, quien no olvida que
Cristo glorificado conserva las señales de los clavos.

Cristo, la novedad radical
Cristo inaugura la estación de la alegría -aunque no definitiva-, nos hace entrar en los
«tiempos nuevos» de los que el vino es el signo más evidente. Llegando él, nos pone el
vestido nuevo.
Con los dichos sobre el remiendo del paño tosco que no puede coserse en un vestido
viejo, y de los odres viejos que no logran contener el vino nuevo, Cristo indica claramente
que él es la novedad. Una novedad radical, que no puede ser compatible con lo que es
viejo.
El remiendo de paño tosco, no batanado, al lavarse encoge y el vestido viejo termina
por romperse aún más. Daño y ridículo.
VINO-NUEVO: Más que de odres viejos, me parece que debe hablarse de odres
"deteriorados", usados, no en situación de retener el ímpetu y la efervescencia del vino
nuevo.
Los comentaristas no se cansan de interpretar el signo. Oigámoslos.
«Un nuevo mensaje debe encontrar un nuevo vehículo, si no quiere hacer perecer y
destruir instituciones existentes» (V. Taylor).
«No se puede usar lo nuevo para remendar lo viejo o para meterlo en formas del
pasado» (E. Schweizer).
«Un contenido nuevo necesita formas nuevas» (G. Dehn).
«La nueva alianza representa un salto cualitativo, efecto de la acción de Dios que
inaugura un futuro imprevisible. El criterio de novedad no es el tiempo sino la persona de
Jesús. La relación con él hace viejas e inútiles incluso aquellas ideas y aquellas estructuras
que pretenden programar o manipular la libertad de la acción divina» (R. Fabris).
Por otra parte, ya san Hilario, comentando este episodio, había hecho resaltar que no se
pueden acoger las cosas nuevas si no se hace uno nuevo.
No es lícito encerrar la novedad del mensaje de Cristo en estructuras inadecuadas para
contenerlo y expresarlo. Ciertas convivencias resultan equívocas y peligrosas.
En suma: el tiempo de la salvación concluye en una experiencia de novedad.
CV/NOVEDAD: La novedad de Cristo comporta una mentalidad nueva. He ahí la
exigencia de la conversión. Desde el momento en que Dios se ha abierto un camino hacia
los hombres, es inútil intentar alcanzarlo por nuestros viejos caminos.
Ya el antiguo testamento nos preparaba a esta idea: es necesario cambiar las formas,
para que estemos en disposición de acoger lo nuevo.
Jeremías habla de una ley que no estará ya en lo exterior del hombre, sino que se
colocará en su corazón (Jr 31, 31). Ezequiel declara inservible el viejo corazón de piedra:
se necesita uno de carne (Ez 36, 26). Isaías anuncia un proyecto aún más revolucionario:
cielos nuevos y tierra nueva (Is 65, 17).
El viejo no puede permitirse el lujo de utilizar cualquier retazo de novedad para
enmascarar las arrugas y asegurarse un poco de supervivencia.
Debe «pasar» a lo nuevo, no «utilizar» lo nuevo para sus propios fines de
embellecimiento, no apropiarse lo nuevo para equívocas operaciones de conservación.
Es ridículo y absurdo querer «salvar lo salvable» como algunos pretenden hoy -cuando
anda de por medio uno que ha venido a «rehacer», a «recrear».
El discípulo no tiene ni siquiera necesidad de endosarse un vestido nuevo. Debe
revestirse de Cristo.
Discípulo de Cristo no es uno que acepta lo nuevo en pequeñas dosis. Es alguien que se
hace nuevo. Un hombre nuevo.


PROVOCACIONES
«Hemos caminado bastante por el camino de la renovación», me asegura alguno.
En ciertos casos es verdad.
En muchos otros, no.
Más que caminar, se ha levantado una gran polvareda de palabras, documentos,
reuniones, discusiones. Y cuando el polvo se posa, los más lúcidos caen en la cuenta de
que pasos hacia adelante se han dado más bien pocos.
He seguido de lejos, recientemente, un «curso» durante el que se cacareaban
continuamente palabras tales como «diálogo», «pluralismo», «respeto a la persona», y
cosas por el estilo. Me consta que una participante fue reprendida duramente por uno de
esos a quienes llaman maestro, porque se la vio en compañía de un «disidente», culpable
sólo de usar la propia cabeza. «Hablar con aquella persona significa ya compartir sus
ideas». Quizás, para cierta gente, pluralismo significa permitir que otro piense igual que él.

Más que avanzar, se ha iniciado un vertiginoso baile. Cesa la música, y nos encontramos
con las mismas caras de frente y a los lados, los mismos problemas sin resolver, los
mismos defectos, y el único desplazamiento ha sido un desplazamiento circular, para volver
al punto de partida.
Han cambiado las formas, no los contenidos. La escasez de los clientes no ha llevado a
verificar con coraje la bondad y la originalidad del producto, sino que ha determinado una
afanosa y complacida sustitución de las etiquetas. Se ha llegado incluso a cambiar la
etiqueta del precio. (Aumento o descuento, a medida de las valoraciones contingentes).
Más que transformar la casa, eliminar los chirimbolos inútiles, liquidar los trastos
anacrónicos, hacer sitio a algo verdaderamente nuevo y funcional, se ha modificado la
disposición de lo que se tenía. Más que controlar la solidez y la utilidad de ciertas paredes,
se ha llamado al pintor.
Tiene razón Raimundo Panikkar: no basta limpiar los cristales es necesario que
amanezca el nuevo día.
Cristo habla de una exigencia de conversión, y conversión es cambio de cabeza (además
de cambio de corazón), no de peinado. Es cambio de mentalidad, no de fórmulas. No basta
lavarse la cara: hay que cambiarla.
Existe algo peor que coser un remiendo de paño recio en un vestido usado. Es el poner
un vestido nuevo (¡e incluso juvenil!) al hombre viejo. 1
Hoy, probablemente, Cristo usaría otra imagen: un trozo de papel, un pedazo de
documento sobre un vestido descosido.
No, no soy pesimista.
Me doy cuenta de que mucha gente camina con coraje y sufrida coherencia por el camino
de una renovación profunda.
Pero existen también aquellos que creen que caminan, sólo porque han entonado la
marcha triunfal de la renovación, y lo que ocurre es que -con sus desfiles- estorban el
avance de quien está dispuesto a trabajar en serio.
Es necesario localizar a estos «entorpecedores del camino» e invitarles a hacerse a un
lado (ahí están los prados para su baile loco).
No nos dejemos engañar por su música, por sus vestidos, por sus charlatanerías, por su
maniobras tácticas, por su vino abundamentemente aguado en los odres de siempre, aptos
para todos los gustos.
De todo esto, pongamos el corazón en paz, no hay nada que esperar.
«¿Qué puede acaecer de nuevo al hombre viejo?» (Lanza del vasto).
Yo me obstino en mirar en otra dirección. Quizás finalmente llegará alguien que no jugará
con las palabras, no hará acrobacias con las fórmulas. Sino que tendrá coraje para hablar
sin vacilar: señores, como primera medida tirad vuestros recipientes. Aquí quien quiera de
este vino debe adquirir también los odres. Son inseparables.
Aquel día, quizá, ya no habrá necesidad de hablar de «novedad» y de otras cosas viejas
por el estilo.


CONFRONTACIONES

Dejemos el evangelio en la periferia de la aldea
...Los hombres se resisten a la novedad. Con sus palabras acerca de lo viejo y de lo
nuevo, Jesús denuncia una primera y fundamental resistencia a la acogida de su mensaje:
se puede rechazar la conversión evangélica en nombre del equilibrio (¡la prudencia!), y de
la tradición: dos valores más que suficientes para poner en paz la conciencia. Equilibrio y
tradición significan en este caso apego al propio esquema y rechazo a renovarse. Los
fariseos pensaban «que convertirse a Jesús» significaba introducir algún simple
perfeccionamiento (podríamos decir algún adorno, algún detalle) en su sistema de vida:
como si la novedad de Jesús fuese como una pieza nueva que se cose en un vestido viejo,
como si fuese posible meter la novedad de Cristo en los viejos barriles. Por esto el milagro
de la conversión, a pesar del encuentro con la palabra de Dios, no nos llega: no ofrecemos
zona alguna de sincera disponibilidad al cambio, a la inseguridad y a la fe, a la acción
desbordante de Dios. Me parece que dejamos el evangelio en la periferia de la aldea,
haciéndonos la ilusión de ser seguidores de Jesús, porque hemos construido algún
monumento-recuerdo suyo en el centro de la plaza (B. Maggioni, o c.).

El legalismo hace ciegos
El legalismo con el que el hombre quisiera salvarse le hace completamente ciego para
captar la presencia de Dios vivo, que viene bajo formas siempre distintas de lo que se
espera el hombre, quien piensa haber encerrado a Dios en sus teorías (E. Schweizer, o. c.).


Laceración y explosión
Por una parte, el simbolismo judío se presenta como un viejo tejido (o texto), que no
tolera un cosido con un nuevo tejido (o texto); por otra parte, como un cuadro, un orden
viejo (odre) que no tiene capacidad para soportar la fuerza de un vino nuevo. La subversión
se reafirma con claridad: laceración del viejo texto simbólico, explosión del orden viejo (F.
Belo, o. c.).

El ayuno es la ausencia del esposo
«Días vendrán en que les será arrebatado el novio; y ayunarán entonces, en aquel
día...». Con excesiva frecuencia estas palabras, de un significado profundo, se han
interpretado torcidamente como simple anuncio de un ayuno corporal. En realidad se
encuentra en ellas prefigurada misteriosamente toda la existencia terrena de la comunidad
cristiana entre la ascensión y la parusía; ofrece en ellas una especie de período de
sufrimiento dominado totalmente por la privación del esposo mesiánico y del deseo ardiente
de reencontrarlo (A . Feuillet, La controverse sur le jeûne. Nouvelle Revue Théologique).

"¡Señor, dame de ese vino!"
Este vino nuevo y espumoso del amor de Dios, que se nos ha dado en Cristo, se
derrama, rompiendo todos los odres viejos (v. 22): es incontenible y se difunde como
torrente de agua viva que recubre y llena de flores una tierra, que estaba desierta (cf. Is 35,
1-2.6-7).
Es inútil intentar encerrarlo en viejas reglas de prudencia o de sabiduría humana: eso es
"locura" (cf. I Cor 1, 18-25) y ninguna ley puede contenerlo. El único odre que puede
contenerlo es solamente el mundo nuevo, el «corazón nuevo y de carne» (Ez 36, 26). Sin
esfuerzo todas las estructuras saltan gracias a este «espíritu nuevo» que Dios había
prometido (Ez 36, 26) y en Jesús se nos ha dado. Como la samaritana, a quien Jesús habló
de la fuente viva que brota de lo profundo, pide el don (Jn 4, 15), también nosotros aquí
rezamos: «Oh Señor, danos también a nosotros de ese vino» ( Una comunità legge il
vangelo..., o. c.).
...............
1) Después del año 70 existía también el de la destrucción del templo.
2) En el texto se habla de "discípulos de los fariseos" (v. 18). Pero sólo los escribas eran maestros y podían,
por tanto, tener discípulos, dada la relación personal entre estos últimos y un maestro. Puede tratarse de
aquellos escribas que seguían la trayectoria de los fariseos. O también puede ser un error causado por la
expresión "los discípulos de Juan".
(·PRONZATO-3/1.Págs. 125-132)


11 - EL ESCÁNDALO DE LAS ESPIGAS ARRANCADAS:
Mc/02/23-28   Mt/12/01-08   Lc/06/01-05
ESPIGAS-ARRANCADAS

...Pero después llegaron los escribas
Y surge de nuevo la controversia. Cuando anda de por medio el comportamiento del
Maestro, los adversarios piensan "en sus corazones" (2, 6), o bien se lamentan con los
discípulos. Pero cuando los discípulos son los culpables, entonces buscan camorra con el
Maestro.
Aquí, después, la discusión continúa con los comentaristas. La emprenden con Mc, con
sus narraciones puestas juntas independientemente del desarrollo real de los hechos, con
sus citas bíblicas inexactas (y no es el primer infortunio en la materia), con la superposición
más o menos lograda de cuestiones que interesaban a la iglesia primitiva, etc.
Un episodio simplicísimo -¡y siempre de actualidad!- se vuelve más bien confuso a fuerza
de quererlo explicar.
Entonces, alguno se pregunta alarmado, ¿de dónde vienen los fariseos, dado que un día
de sábado solamente es lícito andar unos cientos de metros, y esta gente guarda estas
cosas?
¡Qué historias! Estos no vienen. Son infalibles, inexorables policías. Aparecen allá donde
hay alguien que infringe una ley.
Y así es como la ley del descanso sabático -uno de los puntos claves de la religiosidad
hebrea- se explicita en una infinidad de prescripciones y prohibiciones (¡hay nudos que
pueden hacerse, mientras otros están prohibidos! Se especifica incluso cuántas sílabas se
pueden escribir), no hay necesidad de recorrer mucho camino para poder sorprender a un
transgresor.
Pero entre las innumerables listas de trabajos prohibidos en día de sábado, no se había
incluido un "trabajillo" bastante difundido: mover la lengua contra el prójimo. Por lo que
también durante el descanso, los fariseos están siempre en actividad.
En conclusión. Existía una lista confeccionada por los rabinos de "trabajos capitales":
había catalogados 39. Por cada uno de estos 39 trabajos prohibidos, existía una sub-clase
de seis, para incluir todos los casos y eliminar las dudas. Así la siega era considerada una
acción incompatible con el descanso sabático. Pero estaba especificado: "segar, vendimiar,
recoger aceitunas, cortar higos, arrancar (es la infracción cometida por los discípulos)».
Y además existía la casuística. ¡Subirse a una planta era ilícito, porque se podían dejar
caer inadvertidamente los frutos, lo que ya formaba parte del caso de la siega (sub-especie
«recolección de frutos»)!
A los discípulos se les consentía segar en un campo ajeno sirviéndose de las manos, pero
no de la hoz (1). Debían, sin embargo, prestar atención al calendario. La acción, lícita
habitualmente, estaba prohibida en día de sábado. Porque, estaba escrito, "arrancar las
espigas es un trabajo auxiliar de la siega, por eso quien arranca allí donde la espiga crece,
es tan culpable como si segara". ¡Por eso los discípulos que desgranan, ya que -por lo que
dice Mt- tienen hambre, se hacen culpables de siega!
Será oportuno recordar la concesión de la ley original:
«Pero el día séptimo es día de descanso para Yahvé, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni
tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu
ciudad. Pues en seis días hizo Yahvé el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contiene, y el
séptimo descansó; por eso bendijo Yahvé el día del sábado y lo hizo sagrado» (Ex 20,
10-11). Una ley fundamental expuesta en dos versículos.
...Pero después llegaron los escribas, que de este mandamiento simplicísimo y bien
motivado han sacado «una construcción monstruosa de incomprensibles pretensiones
divinas sobre los hombres (G. Dehn).
Una auténtica aberración.

El exceso de señales hace perder el camino
Me parece que la narración de Mc intenta resaltar, ante todo, este aspecto del legalismo:
la desproporción. Un motivo fútil, un incidente insignificante, da lugar a un caso enorme.
LEGALISMO:Es la desgracia del legalismo de todos los tiempos: la complicación. Se
parte de la ley, que tiene como fin trazar la carretera, indicar la dirección del camino, y se
llega a una tal proliferación de precisiones e indicaciones detalladas, que un pobre hombre
no se las arregla más y termina por perder el camino.
Un antiguo dicho rabínico sostiene que si el pueblo llegase a observar al menos dos
veces el sábado, vendría el reino de Dios. O sea: la empresa presenta unas dificultades tan
insuperables que, si hubiese acontecido, sería... ¡el fin del mundo!
El legalista no cae en la cuenta de que una norma pierde dignidad y credibilidad, cuando,
usada únicamente para restringir los espacios de la vida del hombre, no logra ya responder
a una pregunta precisa: ¿Por qué? Proliferación y degeneración de las leyes caminan
juntas.
En contraposición a la minuciosidad casuística de los fariseos, la enseñanza de Cristo es
liberadora. No ahoga, permite respirar.
Jesús rechaza colocarse en el terreno de la polémica moralista.
Podría objetar que el caso no tiene nada que ver con aquello del "segar". Pero entonces
Cristo se colocaría a la misma altura de sus adversarios. Y él quiere superar el legalismo.
Con su contra-pregunta "¿nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad?"
(v. 25) intenta solamente subrayar que, en ciertos casos, puede no observarse la ley, que
existe una exigencia dictada por la necesidad, superior a la exigencia de la observancia (2).


El sábado ha sido instituido para el hombre,
o sea, Cristo nos hace descubrir las intenciones de Dios DO/SANTIFICAR
Pero el «pronunciamiento» decisivo de Cristo es el del v. 27: "El sábado ha sido instituido
para el hombre y no el hombre para el sábado".
Se ve que no era una novedad absoluta para el judaísmo.
Expresión de una cierta mentalidad abierta puede ser considerado el célebre dicho de
Simón ben Benashia, un rabino del siglo II d.C.: «El sábado ha sido dado a vosotros y no
vosotros al sábado».
Pero, evidentemente, no siempre se tenía esto presente. Y la novedad para cierto tipo de
gentes puede ser precisamente el recuperar la memoria.
SABADO/A-H MDT-03/A-H Nota agudamente ·Lagrange: «La observancia del sábado
no añade nada a Dios. Dios no ha creado al hombre para que custodie sus sábados, sino
que ha instituido el sábado para el interés del hombre, como todas las leyes que le ha
dado. Lo que no quiere decir que el hombre sea libre para abrogar y ni siquiera para
infringir una ley puesta por Dios para su bien, sino solamente que esta ley ya no obliga si
perjudica al hombre».
La novedad de Cristo no está en descubrir otros casos, además de los ya conocidos, en
los que es posible liberarse de la ley.
Los fariseos, con su casuística puntillosa, en el fondo tratan con Dios, chalanean, pactan
con él en el intento de llegar a transaciones ventajosas para el hombre.
No. Con Dios no se puede tratar de igual a igual.
Cristo, más bien, enseña a descubrir la intención de Dios cuando da una ley. Y esta
intención es reconducible al bien, al beneficio del hombre. La intención del legislador revela
la finalidad del sábado.
LEY/A-H: Por lo cual la ley es liberada de sobrecargas abusivas y llevada de nuevo al
proyecto original de Dios en favor del hombre.
La ley no es solamente peso, sino ayuda.
No es yugo, sino liberación.
No es imposición, sino don.
Los fariseos terminaron por olvidar (y hacer olvidar) que el sábado era una bendición, un
don, que debía ser saludado con alegría, no una prisión.
Y era verdaderamente paradójico que una institución, que, además de recordar el
descanso de Dios en la creación al séptimo día (Gn 02, 02-03), debía ser memorial de la
liberación de Egipto (Dt 05, 15), se hubiera convertido en esclavitud legalista. El «premio»
aún permanecía. Pero resultaba tan difícil conseguirlo, que tomaba características
punitivas.
Olvidando el aspecto fundamental de don, es natural que se absolutice la ley, por lo que
el hombre, en su observancia escrupulosa, cree «conquistarse», «pagarse» la propia
salvación.
Y se invierten los papeles. Dios, dador, se convierte en quien me debe algo por mis
prestaciones onerosas. De acreedor se hace deudor.
La «buena noticia» se transforma en código de comportamientos exteriores. El régimen
de la gracia cede el paso al rescate del miedo, a la obsesión legalista, a la exasperación
formalista.
Más que recibir de Dios cada día, el hombre presenta la cuenta a efectos de
recompensa.
Más que acoger el sábado como un don, posibilidad de encuentro, el hombre se
posesiona de él, se lo apropia, hace de él el campo de sus prestaciones virtuosas.
El don, cierto, exige una responsabilidad, un compromiso. Pero los fariseos terminan
aprisionando al hombre en una red tan tupida de preceptos que impide al destinatario
gustar del don.
También en este caso los fariseos son unos separados: su interpretación mezquina de la
ley les separa de la voluntad expresa del legislador. Meten de contrabando, como voluntad
de Dios, lo que va directamente contra la intención original de Dios.
No existe peor enemigo de la voluntad de Dios que aquél que adosa esta etiqueta de
favor sobre una mercancía fabricada abundantemente por la mezquindad humana. A lo
mejor por no pagar la aduana de una debida explicación a base de inteligencia y buen
sentido. O quizás, peor, para esconder intereses inconfesables. O maniobras sospechosas.


El hombre como medida de la ley
Cristo, pues, pone al hombre como medida de la ley.
La ley no tiene valor en sí misma. Vale en cuanto que es para el hombre, se resuelve en
favor de su vida, de su crecimiento.
Y como garantía de este principio, Cristo coloca su propia persona: «De suerte que el
hijo del hombre también es señor del sábado» (v. 28).
Alguno defiende que el "de suerte" está fuera de sitio, y que este versículo explica
simplemente el anterior.
O sea, así como el hijo del hombre es señor también del sábado establece que el sábado
está hecho para el hombre. Tendríamos así una especie de concesión benévola.
A mí me parece todo lo contrario. Precisamente porque el sábado ha sido instituido para
el hombre -como principio intangible-, y así como los escribas y fariseos de todos los
tiempos están inclinados instintivamente a olvidarlo, he ahí que el hijo del hombre pone su
fuerza en defender este «espacio sagrado». ¡Espacio sagrado que no es el sábado, sino el
hombre!
De ahora en adelante, quien ose confundir las cosas, y someter el hombre a la ley,
encontrará al mismo hijo del hombre oponiéndose.
Dios está de parte del hombre. Y le restituye el sábado como espacio de libertad, de vida,
de amor, substrayéndole a todo tipo de compromiso legalista.
Dios es quien ofrece posibilidad de movimiento al hombre, ensancha los espacios.
Dirá san Agustín: «Nosotros mismos seremos el séptimo día». Y lo seremos a través de
un camino de gozosa obediencia bajo el signo de la gracia, durante el que acogeremos el
pan que se nos «da», y nuestro canto de alegría apagará las voces de desaprobación de
los fariseos que «asoman» por todas partes.

PROVOCACIONES

1. «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado». No
olvidemos, sobre todo, el aspecto de gozo y bendición que debe caracterizar al sábado. En
efecto, los recursos de la mentalidad farisaica son infinitos. Algunos individuos admiten, sí,
el principio del «sábado para el hombre». Sólo que después, lo que es bueno para el
hombre, lo establecen ellos, lo saben ellos. Y entonces incluso un montón de imposiciones
se hacen tragar como medicina, amarga sin duda, incluso quizás repugnante, pero «para tu
bien».
Es necesario estar muy atentos frente a gente que saca de su cabeza el bien del hombre
en vez de referirlo al proyecto de Dios.
El criterio para distinguir los dos productos es la «bendición». Difícil de precisar en
términos teóricos. Son cosas que se advierten instintivamente.
Lo que es producto farisaico sabe a rancio, tiene un no se qué de tétrico, te congela, te
complica la digestión.
Lo que viene de Dios tiene el signo de la frescura, es algo de manantial, te encuentras a
gusto en ello, te hace intuir una posibilidad.
En el primer caso, te acomodas fatigosamente.
En el segundo, te sientes comprometido. Seriamente, pero gozosamente.
Los fariseos no pueden menos que imponer.
Dios te invita.

2. En la perspectiva del «sábado para el hombre», estamos en disposición de responder
a una pregunta: «¿Qué comportamiento puede definirse como religioso?». Pues es
religioso un comportamiento determinado por una ley hecha para el hombre, para sus
exigencias, para su realización.
Es antirreligioso un comportamiento que aplasta, mortifica, sofoca al hombre, restringe la
libertad, le amarga la alegría de vivir, estrangula su espontaneidad.
H/NORMA-CR: La línea de demarcación entre postura religiosa y postura antirreligiosa
no es Dios sino el hombre. O. si queremos, es «Dios para el hombre».

3. Ha caído en mis manos recientemente un documento de "renovación" de un instituto
religioso. Algo que hace palidecer al legalismo minucioso de los fariseos. La vida de una
persona allí dentro, ya no es vida. Era el quebrantamiento de innumerables movimientos, la
descomposición de todas las posturas posibles, la enumeración de todos los casos. En
suma, una especie de engranaje monstruoso, cuyo funcionamiento es programado
rigurosamente desde fuera con el fin de producir gestos, actos, un estilo al que se da el
nombre (una especie de marca de fábrica garantizada) de «auténtica vida, según el carisma
del fundador».
Pero, entre aquella sarta interminable de exigencias precisadas en los detalles más
banales, estaba esta frase: «vida religiosa, proyecto de liberación». Es realmente verdad
que el humorismo más eficaz es el inadvertido.
Me venía a la cabeza una imagen. Te libero de una prisión. Basta con que recorras este
itinerario que te presento. Y el itinerario a seguir resulta tan embarullado, retorcido, frenado
por centenares de direcciones únicas, limitaciones, advertencias, imposiciones, giros
prohibidos, operaciones absurdas, que resulta prácticamente imposible salir de allí... O, si
uno llega a salir, es sólo para ser internado en un hospital psiquiátrico.
Qué triste es constatar que ciertos maestros confunden las exigencias del seguimiento
con la preocupación cuantitativa, el necesario sacrificio con las imposiciones más
arbitrarias, la obligada renuncia con el ahogo de las personas o de su espontaneidad, el
ser-para con la instrumentalización más vil.
«Anuncio gozoso». Pero, para ir a retirar aquella "buena noticia", esta gente te impone
una hilera burocrática extenuante. Siempre falta un documento. O un sello. O aquel dato es
inexacto. Y cuando llegas, si llegas, tienes la impresión de encontrarte entre las manos un
código y no el mensaje esperado. La triste impresión de haber sido engañado. No,
ciertamente, por Dios. El no defrauda jamás.
«Ven y sígueme». Muy simple, aunque extremadamente comprometido.
Pero estos te dicen: «Ven y lee». Y. cuando has terminado de leer el mamotreto, Cristo
ya desapareció. Su figura se ha desdibujado. Entre él y nosotros un muro de papel.
Pero Dios, quede bien claro, no tiene nada que ver con todo esto. Aun cuando alguno
indique abusivamente que él es el remitente, para hacer pasar la propia mercancía de
dudosa calidad.
Lo que viene del Señor está contenido en un sobre simplicísimo. Lo abres, lees, y... te
dan ganas de correr.
«No el que dice voluntad de Dios, voluntad de Dios...». Es difícil establecer la
proveniencia. Es arduo verificar si la cosa llega de lejos, o de una estación intermedia que
la manipula según el propio capricho.
Existe, sin embargo, un criterio bastante seguro: basta con probar qué produce la
comunicación en el destinatario.
Si ves un hombre encorvado, puedes estar seguro de que Dios nada tiene que ver con
ello.
Si, por el contrario, ves un hombre de pie. Entonces, sí, esa es la voluntad de Dios.

4. Todavía una palabra acerca de los fariseos de todos los tiempos que «asoman» y
«van a decir». Hace falta tener piedad de ellos. Es gente observante, sí, pero a quienes la
observancia de la ley no les da alegría. Su alegría es completa sólo cuando pueden
detectar o denunciar las infracciones ajenas. Confunden la colaboración con el ser espías.
Llenan su vacío no con valores sino con minucias. Preocupados por cuatro espigas
arrancadas, no dudan en demoler a una persona a golpes de lengua. Es gente así.
Pero es triste que existan personas que los escuchen, les tomen en serio, se sirvan de su
«colaboración». Cristo se comportó de muy distinta manera y se hizo cargo de la defensa
de los discípulos «culpables». Su respuesta podemos traducirla libremente así: «¡Seamos
serios!».


CONFRONTACIONES

LEY/SV SV/LEY
El observante absolutiza la ley, buscando la salvación en la observancia escrupulosa y
minuciosa de la ley, que se convierte así en un medio de autoliberación y autoafirmación,
porque el Dios justo es deudor de una recompensa a la observancia legalista y farisaica de
la norma, y así el hombre ya no queda confiado a la gracia de Dios. El ya no recibe de Dios
su liberación... Está cogido por el ansia y la preocupación... El hombre de la ley está
siempre tentado de transformar el evangelio en un código y a Jesús en un legislador... Al
sistema de observancias exteriores, Jesús opone una religión fundada en la verdad, en el
amor y en la libertad (Una comunitá legge il vangelo... o. c.).

J/SABADO SABADO/J
Algunos querrían llevar la institución del sábado no sólo al uso del hombre, sino también
a las manos y bajo la autoridad del hombre. Este no es el pensamiento de Jesús. Sabe muy
bien que, para los judíos, el sábado es de institución divina. Y él no lo niega. Pero recuerda
que Dios ha establecido el sábado, no como una especie de absoluto, que tiene el propio
fin en sí mismo, sino de hecho, para el bien del hombre. Luego coloca la cosa en el sentido
de su finalidad. En cuanto a tocar el mismo sábado, o incluso dominarlo, esto pertenece
exclusivamente a la autoridad de quien lo ha fundado. Esta es la razón de por qué, cuando
Jesús reivindica la soberanía del hijo del hombre sobre el sábado, está hablando de sí
mismo, no de un hombre cualquiera (T. R. Bernard, Le mystère de Jésus, Mulhouse 1959).

.................
1) "Si pasas por entre las mieses de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano, pero no meterás la hoz
en la mies de tu prójimo" (Dt 23. 26). Lo que es incluso lógico...
2) En lo que se refiere a las «equivocaciones» de Mc. resultan más bien evidentes. Leyendo el episodio en I
Sam 21, 2-7, se cae en la cuenta de que el sacerdote no era Abiatar sino Ajimélek. Y el rey no entró "en la
casa de Dios", o sea en la tienda donde se custodiaba el arca, sino que más bien ha sido el sacerdote el
que ha salido fuera a ofrecerles los panes sagrados de la proposición, o sea, los doce panes frescos que,
en dos montones, se ponían cada sábado sobre la mesa en la presencia de Dios (por eso se llamaba «de la
proposición»). A Mc le interesa más, como hace notar san Jerónimo, el sentido de la Escritura, que los
detalles. Por otra parte, se puede explicar el «vacío de memoria» teniendo presente que Abiatar era más
conocido por su padre Ajimélek y su nombre se asociaba comúnmente a las vicisitudes de David. Y hay que
subrayar que en este episodio entra por primera vez el término «pan», que tiene un puesto relevante en el
evangelio de Mc: lo nombrará más de veinte veces. «Los que le acompañaban» pretende subrayar la ligazón
entre los compañeros de David y «los que están» con Cristo, o sea los discípulos. Y esta alusión puede
servir como argumento en las polémicas sobre la observancia del sábado que implicaba a las comunidades
primitivas. Los que están con Cristo están dispensados de la ley antigua. El concepto es siempre válido: el
que está con Cristo se mueve en un espacio de libertad. No está contra la ley. Pero no se deja aprisionar por
el legalismo.

(·PRONZATO-3/1.Págs. 133-142)


12 - EL HOMBRE CURADO EN DÍA DE SÁBADO
Mc/03/01-06   Mt/12/09-14   Lc/06/06-11   Lc/14/01-06
MILAGRO/MANO-SECA

En la iglesia Dios no está para escuchar
SABADO/FANATISMO: Y todavía otra polémica sobre el sábado. En los relatos
precedentes, Mc ha alternado regularmente los exteriores con los interiores, las escenas al
aire libre con las que se desarrollan en casa. Aquí estamos en una sinagoga. El ambiente
puede ser el de Cafarnaún, y así volvemos al inicio de la misión de Jesús.

«Había allí un hombre que tenía la mano paralizada» (v. 1). Algunos sostienen que se
trata de un «agente provocador». Es más verosímil la interpretación del Evangelio de los
Hebreos -una obra bastante difundida en los ambientes judeo-cristianos- que pone en labios
de aquel hombre esta invocación: "Era albañil y ganaba para vivir con el trabajo de mis
manos, te ruego, Jesús, que me devuelvas la salud, para que no tenga que pasar la
vergüenza de mendigar un poco de pan".
Pero hay gente al acecho, «a ver si le curaba en sábado para poder acusarle» (v.
2)Estaba prevista la posibilidad de ayudar a un enfermo en sábado pero sólo cuando su
vida estuviese en peligro y ése no era el caso. Este hombre podía esperar aún un día, hace
tiempo que espera, quizás desde la infancia...
Pero Jesús tiene prisa. En esta última controversia, él se manifiesta más agresivo. Quiere
plantear enseguida, abiertamente, la cuestión de principio que le interesa: la caridad por
una parte, la exageración legalista por otra; la preocupación por el hombre, y la
preocupación por la observancia del código; la vida y el rito. Una vez más los enemigos no
hablan, pero, como dice Lc (6, 8), «Jesús conocía sus pensamientos».
Tengamos presente el ambiente religioso en el que se desarrolla la escena. En la iglesia
Dios, más que de escuchar, se interesa por leer «dentro». Se diría que no le interesan las
palabras, sino la trama de los pensamientos y de las intenciones de las «personas
piadosas».

El hombre resucitado de los libros «Levántate ahí en medio» (v. 3).
El verbo empleado (égheire) significa, literalmente, «despiértate», «levántate», y era la
expresión usada por la iglesia primitiva en el sentido de «resurrección».
Cristo hace surgir al hombre. Lo resucita de los textos sagrados. Le hace salir de los libros
en los que se habla de él, se decide a su favor. Y lo coloca en medio de la sinagoga.
Le sustrae a la escuela y a sus doctas disputas, para ponerlo en medio, en carne y hueso.
Ahora, podemos discutir.
Sólo cuando el hombre está en el centro, es posible razonar.
Las personas religiosas tienen que hacer sus cuentas con él, con su presencia
inquietante. En el centro.
De un hombre colocado en las líneas de los códices se puede hacer todo lo que se
quiera, se le puede manejar con desenvoltura.
Pero un hombre «resucitado», sacado fuera de las frases hechas, de las
sistematizaciones abstractas, de las definiciones fáciles, se hace embarazoso, exige un
lugar no sólo en la inteligencia, sino en el corazón de los «expertos», les obliga a salir de
las discusiones de escuela para comprometerse en el terreno de la vida.
«¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?»
(v. 4).
Cristo, con el hombre en el centro, pasa por encima del terreno de la casuística religiosa,
de la lista de los trabajos prohibidos, para ponerse en el plano de los valores. La pregunta
que plantea exige una posición neta, haciendo imposible cualquier solución de compromiso.

«Existe una sola alternativa: no hacer el bien significa hacer el mal. No salvar una vida
significa matarla. Cuando se debe hacer el bien no existe una zona neutral en la que no se
hace ni el bien ni el mal; ninguna escapatoria, ningún derecho a un legalismo cuya
observancia formal permita evitar hacer el bien, esto es, hacer el mal» (E. Schweizer). Con
otras palabras: no amar significa ya hacer el mal.
«Así Cristo ha expresado, con la mayor claridad, la incondicionada precedencia de lo que
es moral sobre lo que es ritual, como el precepto del sábado» (J. Schmid).

«Pero ellos callaban» (v. 5). No es el silencio de quien reconoce la propia derrota, sino el
silencio de la obstinación, de la incapacidad para salir de los propios esquemas.
Aquella gente estaba acostumbrada a hablar del hombre (y a veces incluso a su costa),
pero se muestra inexplicablemente embarazada cuando se encuentra en presencia de un
hombre, o sea del interesado, y de «el hijo del hombre», solidario con él. Cuando el hombre
cesa de ser objeto de disputas académicas y de declaraciones abstractas, para convertirse
en sujeto, presencia partícipe, no destinatario de respuestas sino portador de preguntas,
entonces los «expertos» pierden la palabra.

«Entonces mirándoles con indignación apenado por la dureza de sus corazones...» (v. 5).
A la mirada cargada de malicia de los adversarios que lo expían, Jesús contrapone su
propia mirada llena de indignación.
Mc registra, aquí como en otras partes, estas miradas de Jesús. Los otros evangelistas
se manifiestan más controlados cuando se trata de atribuir a Jesús ciertas emociones. Mc,
no. No tiene estas preocupaciones. Y subraya la indignación, la tristeza, la ira, la
compasión. J/IRA IRA/J Dice Taylor: «la ira, que de suyo no comporta elementos de rencor
personal, puede muy bien sentirse ante gente cuya fidelidad a la ley va del brazo con la
ceguera de los valores morales».
Ira, y al mismo tiempo desconsuelo, frente a la obstinación, a la insensibilidad, y a la
torpeza de entendimiento de los adversarios, que se ponen en contra de él y en contra del
hombre. Indignación por una inhumanidad enmascarada de exigencias religiosas.
«¡Extiende la mano!». «El la extendió, y quedó restablecida su mano» (v. 5).

Sábado se deriva de un verbo que se usa frecuentemente en el sentido de «cesar»,
«interrumpir» y, por tanto, «reposar».
Dios «cesó el día séptimo de toda la tarea que había hecho» (Gén 2, 2). Se podría decir:
hizo sábado.
Cristo precisa que el descanso sabático de Dios no interrumpe toda actividad. En la tarea
en favor de su criatura, Dios no se concede descanso: «Mi Padre trabaja siempre, y yo
también trabajo» (/Jn/05/17). «Hacer el bien» al hombre es el modo elegido por Dios para
festejar el sábado.
Podremos decir que «hacer el bien» es el trabajo obligatorio en los días de fiesta.
Y Cristo se convierte en el «sábado de Dios».

Aquellos que no puede curar
Cristo cura al hombre de la mano paralizada. Querría también curar a otros, aquejados de
un mal aún más grave: la dureza del corazón (1). Pero no puede. Además porque aquéllos
ya «salieron» (v. 6).
Tienen una reunión importante. Una decisión que tomar: hacer desaparecer a aquél que
se permite el lujo de hacer el bien fuera de los tiempos y de los modos establecidos. Se
confabulan con los herodianos, tenidos por incrédulos. Una alianza con connotaciones
increíbles, la de los fariseos y herodianos, que no tienen nada en común.
Llegan a un acuerdo fácilmente.
Entre individuos incapaces de trabajar por algo es fácil encontrar un espacio de
entendimiento cuando se trata de ponerse contra alguien. Cierta gente logra ir de acuerdo
sólo contra otros.
Entonces jefes religiosos y personajes influyentes encuentran inmediatamente las
modalidades para un compromiso, saltando por encima de todas las divisiones de principio.
«Es característica la habilidad totalmente mundana de la gente religiosa, cuando se para a
discutir con personas que no tienen el más mínimo interés religioso» (G. Dehn).
«La decisión de matar a Jesús por parte de los responsables religiosos, fariseos, y
políticos, herodianos, obedece a la lógica de un sistema que busca autoconservarse» (R.
Fabris).
Alguno objeta que la decisión de "eliminar" (v. 6) a Jesús es un poco prematura. Sin
embargo, también en este caso Mc tiene razón. La decisión se toma enseguida, apenas se
perfila la amenaza. Cierto tipo de gente es muy hábil para husmear de qué parte viene el
peligro y de qué parte puede venir la ayuda para eliminar al intruso. El tiempo siguiente se
empleará para recoger los argumentos, las pruebas que justifiquen esa sentencia.
Cristo es un «prejuzgado». Fue condenado, inmediatamente, en el corazón de sus
enemigos. El proceso será una simple repetición, una representación hacia afuera de lo
que fue «decidido» dentro, desde el primer momento.
La primera sección del evangelio de Mc que presenta a Jesús que «sale» a Galilea, se
cierra con sus enemigos que «salen» para confabularse y ver cómo eliminarlo. Y he aquí la
primera nota: los hombres se le oponen. «Ofrecen resistencia a la novedad... Los hombres
parecen rechazar a un Dios que les ama y los libera. Parecen preferir un Dios que los
domine» (B. Maggioni).
En el evangelio de Mc hay todavía una serie de cinco controversias (en los capítulos 11 y
12), ya no en Galilea, sino en Jerusalén, la semana anterior a la muerte.
Pero desde este momento la ruptura parece insalvable y se proyecta ya la sombra de la
cruz. Un Dios que no está en su sitio, en su puesto de legislador inflexible, que le ha sido
asignado por los hombres, en los confines sagrados en los que ha sido colocado, un Dios
que no está a favor de un orden rígido, es un Dios que hay que quitar de en medio, echarlo
fuera de la humanidad.
Un Dios que está a favor del hombre, un Dios-para-nosotros, es un Dios que se pone
fuera-de-la-ley.
Es necesario impedirle a toda costa que haga daño, esto es, que nos cure.
Ortodoxia, esta es la posición justa
Se cierra el capítulo de las controversias en Galilea.
Es necesario estar atentos para no minimizar la importancia de estas discusiones. Lo
hemos dicho ya, no se trata de simples debates doctrinales, disputas sobre cuestiones
rituales y cavilaciones jurídicas. Hay, debajo, algo más.
Dos comentaristas recientes han particularizado el debate de fondo. «Jesús no responde
nunca directamente a las preguntas precisas de los adversarios (2, 16.18.24), sino al
interrogante fundamental que estas preguntas presuponen: "¿Tú quién eres?"» (J.
Radermakers). J/D:Y R. Fabris lo precisa todavía mejor: «La pretensión de Jesús de ocupar
el puesto de Dios en el perdón de los pecados, su toma de posiciones frente a las
estratificaciones socio-religiosas, frente a la práctica del ayuno y a la institución del sábado,
todo esto es intolerable para los guardianes de la ortodoxia y de la tradición, porque no
propone como alternativa una reforma a discutir, sino a sí mismo».
Los adversarios son así desplazados respecto a su terreno preferido, quisieran discutir
contraponiendo un argumento a otro argumento, una teoría a otra teoría, una interpretación
a otra interpretación. Jesús, por el contrario, más que contraponer razones, contrapone su
persona, sus gestos, sus preferencias. La ortodoxia tropieza con una persona, no con una
doctrina.
Pensándolo bien, estas controversias plantean la pregunta de fondo del evangelio de Mc
«¿quién es, Jesús?» y las polémicas que se desarrollan, arriban no a una solución de
"casos", sino a un autorrevelación de Cristo. El es el médico que cura, perdona, se sienta a
la mesa con los pecadores. El es el esposo que inaugura el tiempo del gozo. El es quien
libera al hombre de la obsesión de las observancias exteriores, de la esclavitud del
legalismo para hacerlo mover en el espacio de la vida, del amor. de la libertad, del don.
Como hemos ya subrayado, la identidad de Jesús se desvela aquí, en su
ser-para-el-hombre. Esto abre el camino a otro elemento intolerable para los adversarios,
obligados a tomar posiciones, no en el campo de las ideas abstractas, sino en el campo de
los valores.
Discutir con Jesús significa renunciar a las citas doctas, a los casos ya contemplados en
los libros, y aceptar dejarse interpelar por una presencia, más aún, por dos presencias.
No se trata de tener razón. Sino de declararse en favor o en contra de alguien. La
ortodoxia no es sólo tener las ideas justas. Sino tomar la posición justa.
Una persona religiosa está en su puesto cuando sale a descubierto y se compromete.


CONFRONTACIONES

No se puede encerrar la vida en la ley:
Los rabinos han contado 365 prohibiciones y 278 mandamientos: ellos han pretendido
cerrar toda la vida de los hombres en la red de los mandamiento divinos. Pero precisamente
con esto habían logrado quitar la verdadera seriedad en las relaciones entre el hombre y
Dios. Cuando todo está regulado y cerrado en prescripciones, entonces, en mis relaciones
con Dios, estoy dispensado precisamente de la cosa más importante, esto es, de mi
decisión personal; y si esta única relación, que o es profundamente viva o no es nada, se
mecaniza, entonces se hace impersonal y se sale de la esfera de la fe. Además es
absolutamente imposible encerrar toda la vida en la ley... (G. Dehn, o. c.).

El corazón endurecido no sabe leer la práctica de Jesús
El relato puede leerse de dos maneras. La primera: «hizo un trabajo en día de sábado».
La segunda, la que debería sustituir a la precedente: «ha salvado una vida en día de
sábado». Sin embargo, los acusadores no han logrado llegar a esta lectura, a causa,
explica el relato, de la "dureza de sus corazones". Aquí el corazón indica el lugar de las
decisiones, donde se hace la elección de los lectores, de los actores, en su relación a la
práctica de Jesús, actor principal. El corazón endurecido no sabe leer la práctica de Jesús,
su narración. (F. Belo, o. c.).

Una obediencia que no pase factura de los servicios personales
Una rigurosa santificación del sábado era, en tiempos de Jesús, el distintivo de aquella
parte del pueblo de Israel que seguía la tendencia farisaica. No se trataba, en absoluto, de
hipocresía. Cierto, se discutía también acerca de las trampas legales; por ejemplo, si un día
de sábado, en el que no era lícito llevar cargas, se consentía llevar atrás un pañuelo o era
mejor atárselo en torno a un brazo, porque así, en vez de ser un objeto transportado, se
convertía en una pieza del vestuario. Pero incluso esto era sólo expresión de la seriedad
con que se intentaba realizar una obediencia radical. OBEDIENCIA/LEY
LEY/OBEDIENCIA Había también israelitas dispuestos a dejarse hacer pedazos, sin
defenderse, para no violar el precepto del sábado con los esfuerzos de la defensa, y
disminuir así el honor de Dios (I Mac 2, 36-38). Si Jesús transgredió con bastante
frecuencia el precepto del sábado con su predicación o con su conducta (hecho histórico,
sin ninguna duda), no es porque pensase que se podía también servir a Dios a menos
precio, sino al contrario: toda obediencia que se atiene sólo a la letra de la ley no es
todavía para él una obediencia plena. En efecto, es posible observar literalmente una ley
sin poner en ello el corazón, es más, permitiendo al corazón desear lo contrario y
preocuparse sólo de ver hasta dónde la ley se lo permite...
...Desde otro punto de vista, la obediencia legalista lleva al cálculo, intercambia las
propias obras por el don de Dios...
...Jesús, en vez de hacer aumentar aún más el número de las demandas de Dios, recorre
un camino completamente distinto, con una libertad que escandaliza a sus
contemporáneos. El hombre debe dejar que Dios le dé todo sin cálculo alguno y debe abrir
el corazón a esa alegría. Un corazón abierto así servirá a Dios con el mismo gozo que un
muchacho que ya no mira a hurtadillas la recompensa o que tiene miedo al castigo, sino
que vive en el amor hacia sus padres.
...Una obediencia que no factura sus servicios personales a Dios, exige una potencia de
amor que supere con mucho la observancia de una ley. Y. sin embargo, permanece
siempre obediencia en la libertad, en la cual participa también el corazón. A una tal
obediencia llama Jesús con su palabra y con su conducta (·Schweizer-E, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 143-150)
.....................
1) COR/INTELIGENCIA: Advirtamos que corazón, según el lenguaje semita, no es la sede de la
misericordia (la sede son las «vísceras»), sino de la inteligencia. Dureza de corazón puede significar:
incomprensión.
.................................................................
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JESÚS Y LA MULTITUD
Mc/03/07-12   Mt/12/15-21   Lc/06/17-19

Ocultamiento y revelación
Estamos en la segunda etapa del ministerio de Jesús en Galilea (3, 7-6, 6). Los lugares
son varios: mar, montaña, casa.
La actividad se desarrolla a lo largo de las dos directrices acostumbradas: palabras (en
particular las parábolas del reino, 4, 1-34) y gestos de poder (curaciones, exorcismos,
tempestad calmada, endemoniado de Gerasa, hemorroísa, hija de Jairo). Así como en la
primera etapa estaba la llamada de los primeros discípulos, aquí está la elección de los
doce (3, 13-19).
En las disputas con los adversarios, se inserta la discusión con los familiares
«preocupados por el buen nombre de la familia» (R. Fabris).
Y también esta etapa se concluye con el drama: Cristo rechazado por los suyos.
Mc presenta el acostumbrado triángulo, compuesto así:
-Jesús,
-los que están con él (discípulos, apóstoles),
-los otros (la gente, los adversarios, los parientes, los demonios).

La sección viene precedida de un sumario bastante amplio acerca de la actividad de
Jesús y de las multitudes que acuden a él.
Aparece por vez primera y única el verbo "retirarse" (v. 7), anêchôresei, que difícilmente
se pone para indicar una huida.
La gente que cuenta se separa de Jesús, y él se pone en contacto con la multitud. Se
verifica, en proporciones mucho más amplias, el fenómeno descrito por Pedro: «todos te
buscan» (Mc 1, 37). La centralización de la figura de Cristo, que se convierte en polo de
atracción, hace caer las fronteras: la gente llega de todos los puntos cardinales, sur, este,
norte, noroeste (al oeste, Palestina limita con el Mediterráneo). Se señalan regiones,
incluso paganas, que serán tocadas por el ministerio de Jesús. Falta Samaria.
Es una multitud atraída por su fama de taumaturgo. Busca un contacto físico, lleva
consigo deseos excesivamente humanos aún. Jesús se defiende de ellos. Quiere que los
discípulos tengan preparada una barca para sustraerse a los apretujones de la gente.
Aquella barca que sus amigos un día abandonaran, ahora les es útil. Dentro de poco
servirá para comunicarse con la multitud apiñada en la orilla. Finalmente están también los
demonios que lo reconocen, no tienen duda sobre su identidad: "Hijo de Dios". Jesús les
ordena no revelarlo, una vez más no quiere el testimonio de estos teólogos, incluso
excesivamente informados.
Cristo desea ser reconocido a través de un itinerario de fe, no a través de revelaciones
espectaculares y ambiguas. Sólo el que lo siga hasta el final descubrirá su identidad.
Si queremos, también este sumario está articulado en fuertes contrastes. Jesús «se
retira», pero atrae a las multitudes. Las acoge, pero se defiende de ellas (la barca es el
elemento que le permite ahora, como dentro de poco, distanciarse de la multitud). Es
«proclamado», pero impone silencio. Ocultamiento y revelación.
Es la paradoja que aparece en Jesús.
Una paradoja que obliga, a quien le siga, a tener «oídos para oir» y «ojos para ver».
«El reino de Dios se nos ha acercado; ¿quién se acerca al reino»? (Radermakers).
Más que acercarse, es necesario «echarse encima» (v. 10) de Jesús. Con todos
nuestros males.
Con la desesperación de la esperanza.
El Dios que se revela escondiéndose, es el Dios que nos pone al descubierto, desvela lo
que nosotros tenemos escondido. El Dios que se deja alcanzar para escapar, es el Dios
que gusta ver a gente que no se cansa de buscarlo.
Se deja tocar. No entretener.
El que, reconocido, exige silencio, es alguien que reserva aún sorpresas. «Has de ver
cosas mayores» (Jn 1, 50).
Primero está la estación del estupor, el tiempo de la maravilla. Después llegará la hora de
hablar.
Pero será sólo la fe la que tome la palabra.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 153-155)


13 - LA LLAMADA DE LOS DOCE:
JESÚS FORMA UN NUEVO PUEBLO:
Mc/03/13-19   Mt/10/01-04   Lc/06/12-16

Un foco de contagio
Es necesario tener presente la colocación de los varios grupos humanos que Mc presenta
en torno a la figura de Jesús: los discípulos, la multitud, los jefes del pueblo hebreo
(fariseos, herodianos, sumos sacerdotes, ancianos, escribas sobre todo). Se podría incluso
sostener -como hace E. Trocmé- que en los trece primeros capítulos de Mc toda la actividad
de Jesús se resume en la tentativa de "librar al pueblo de la influencia de sus malos
pastores y darles nuevos jefes, en la persona de los discípulos que él forma para este fin".

De la multitud a los discípulos. De los discípulos a los doce, un núcleo de íntimos
asociados más directamente a la misión de Jesús. Mc demuestra un interés particular por
esta elección. Con frecuencia usará la palabra «los doce» (oi dòdeka), sin añadir la palabra
apóstoles (1). APOSTOL/ELECCION
Separándonos de otras versiones, hemos traducido literalmente el verbo usado (v. 14 y
16) por «hizo», en vez de "instituyó") o "constituyó", que exigirían un contexto jurídico. Jesús
«hizo» a los doce. La expresión recuerda, en cierto sentido, la idea de creación. Es una
fórmula semita que en el antiguo testamento sirve para indicar la consagración de los
sacerdotes y en los Hech se refiere a Cristo: "Dios ha constituido (literalmente: hecho) Señor
y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hech 2, 36).

«Subió después al monte» (v. 13). Y dan ganas de ir a buscar en el mapa el nombre de
esta montaña que Mc ha olvidado nombrar. Tanto más cuanto que sabemos qué mar era
aquel. Búsqueda inútil. Como de costumbre, estamos en la geografía "teológica". El monte
como lugar apartado, apto para la revelación de Dios, expresión de la cercanía con Dios.
Puede ser cualquier altura comprendida entre la zona llena de colinas al norte del lago.
Pero el «lugar apartado» no comporta necesariamente la separación de la gente. La
multitud está presente sin duda. Y. precisamente, por la multitud Cristo llama a los doce.
Muy oportunamente C. Martini, reconstruyendo el escenario, pone de relieve, ante todo, la
"convergencia del hombre hacia la persona de Jesús que habla". Y subraya, fuertemente, el
carácter de elección eclesial. «De la masa de personas que le siguen, Jesús, dominándola,
llama misteriosa y solemnemente a algunos... Mc nos presenta claramente una elección
solemne, en la que Jesús, sin separarse de la multitud, aunque distanciándose de ella de
algún modo, como para proveerla mejor, abrazándola, con una mirada, llama a los doce. No
elige a los suyos en la soledad; los elige en plena actividad en medio de la gente que busca
ayuda en él.

"Llama a los que él quería; y vinieron donde él" (v. 13): ¡tres tiempos distintos (presente
histórico, imperfecto, aorisco) en un solo versículo! (2).
Es necesario pararse sobre todo en el verbo «quería» (éthelen): el tiempo usado, el
imperfecto "sugiere la idea de que la elección no se hace en aquel momento, si bien
entonces se manifestó, sino que fue fruto de una larga meditación" (G. Nolli). No olvidemos
que Lc (6, 12) pone la elección después de una noche pasada en oración.
Pero hay más. Como hace observar todavía C. Martini, el verbo usado no habla tanto de
"aquellos que le gustaban" o «aquellos que le vinieron a la cabeza», sino, con referencia al
verbo hebreo correspondiente, «aquellos que él tenía en el corazón» (3). Jesús, pues,
llama a los que quiere, en el sentido de aquellos que tiene en el corazón, que ha amado
con predilección. «No existe cualidad alguna, belleza o atractivo alguno por parte de quien
es llamado, sino que es él el que los tiene en el corazón y los elige. Este amor suyo es el
móvil de sus acciones».
Es necesario subrayar todavía una vez más el carácter de la llamada como libre iniciativa
de Dios, bajo el signo de la más absoluta gratuidad.
«Y ellos vinieron donde él». La respuesta se expresa una vez más con un verbo que
indica movimiento (como, en la llamada de los discípulos: «le siguieron»). «Es interesante
advertir que aquí Mc no ha usado un verbo que indique una postura interior, por ejemplo:
"le obedecieron", sino que usa "se movieron", dejaron su puesto y vinieron allá donde él
estaba. En toda la descripción advertimos este aspecto de concreción: "no se habla
únicamente de una decisión interna, sino precisamente de ponerse en la situación en la que
se halla Jesús" (C. Martini). Los apóstoles no van hacia un lugar, sino junto a una persona.
El «cambio de puesto», en este caso, crea una intimidad.
Mc insiste especialmente acerca de la intención de la llamada: Cristo quiere a algunos
para asociarlos estrechamente a su vida, a su destino («estarían con él»), a su misión
(«para enviarles a predicar» -literalmente a «proclamar», o sea a evangelizar-), a su poder
(«con el poder de echar los demonios», esto es, de liberar la tierra de las potencias del
mal).
Comunión de vida y participación en su misión. VOCA/MISION:
Lo que es fundamental es la vinculación a la persona de Jesús.
Ahora comprendemos el porqué del abandono, de la separación, que comporta la
llamada. Es necesario «soltarse» de algo para poder vincularse a alguien.
«Están con él porque deben dar testimonio de él. No están con él porque deban ser
instruidos y después enviados a repetir, sino para que le conozcan íntimamente en una
comunión de vida y después le testimonien» (C. Martini). Se trata, sobre todo, de
identificarse con su estilo de vida, con su modo de obrar, para «repetirlo» existencialmente
de la misma manera.
Como para la llamada, también para la "proclamación", estamos frente, no a una elección
del individuo, sino a una decisión gratuita de Cristo. Y la predicación es una predicación
que se efectúa con poder.
El número doce no es casual: contiene una referencia a las doce tribus que constituía el
pueblo de la antigua alianza.
Jesús, con los doce, realiza el proyecto de la creación de un pueblo suyo. Tenemos así
el núcleo del nuevo pueblo de Dios.
«La elección de los doce muestra probablemente la intención de Jesús de preparar el
nuevo pueblo de Dios, el Israel de los últimos tiempos, pero pone también en evidencia que
Jesús, a diferencia de los fariseos y de la comunidad de Qumran, no quiere crear un grupo
aparte, sino que llama a todo Israel. Añadiendo el inciso sobre la misión, Mc subraya en la
perspectiva de su tiempo lo que Jesús expresaba con la elección: el nuevo Israel no se
realiza simplemente en el grupo de los discípulos, como si pudiese contentarse con un
grupo cristiano; ellos no son otra cosa que mensajeros que llaman a todos los demás» (E.
Schweizer).
Así pues, nada de grupo elitista, que es protegido en un parque nacional religioso, sino
foco de contagio, fuerza de transformación que se desplegará a campo abierto.
Gente "sacada" de la multitud, pero para ser restituida a los otros como portadora de un
mensaje.

El nombre nuevo
La lista de los doce fijada por Mc concuerda, en cuanto a los nombres, con la de los otros
sinópticos y de los Hech (1, 13). Sólo que en lugar de Tadeo, Lc y los Hech ponen a un
Judas, hijo de Santiago.
Es importante el orden. Pedro es el primero, y, después de él, no viene su hermano
Andrés, como podíamos esperar, sino la otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, hijos
del Zebedeo. Mc pone seguidos inmediatamente los tres que serán testigos privilegiados de
la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración de Jesús, y de la agonía de
Getsemaní. Una prioridad, que quizás pretende indicar los tres que se han aproximado más
al misterio de la persona de Cristo.
La figura de Andrés, inicialmente en primer plano, va lentamente desenfocándose.
También es significativo el cambio de nombre. Para indicar una nueva personalidad, en
relación a una tarea especial. Simón se convertirá, en realidad, en Pedro (4), roca, sólo
después de la resurrección. No es "roca" por su carácter. Aquí tenemos una anticipación de
lo que será a través del don del Espíritu.
Sólo entonces, con su testimonio de fe y su predicación, esta piedra servirá para edificar
la comunidad.
PEDRO/ROCA: Nota agudamente Dehn: «Para este hombre voluble y típicamente
sanguíneo, el sobrenombre Cefas es como un milagro de promesa, un signo del poder de
Dios en la debilidad. Por sí mismo, Pedro no ha sido jamás una piedra, y si se ha convertido
en tal, ha sido únicamente por el don de la gracia divina. Al margen de la fe, este nombre no
hubiera sido nunca una realidad para él".
El sobrenombre Boanèrges dado a Santiago y Juan ha hecho y hará discutir aún durante
mucho tiempo. Probablemente, ni siquiera Mc en su tiempo, sabía algo preciso acerca de
su significado. «Hijos del trueno», o del ruido, del huracán. Probablemente tampoco aquí se
refiere al carácter de los dos. Quizás tengamos un anticipo de lo que será su destino. Se
expresa la idea de la tormenta, de la tempestad, o sea de la lucha, de la persecución, del
martirio. Se convertirán en compañeros de Cristo «en el huracán», en su bautismo de
muerte. Una profecía, en este caso, que no atañe solamente a ellos. La tempestad es el
elemento natural de todos los seguidores de Cristo.

Judas, uno de los doce
Una particularidad que impresiona en esta lista es la diversidad de los llamados, la
heterogeneidad de esta comunidad: junto a un empleado del fisco vinculado a los romanos
(bien que a través de Herodes) -Mateo- tenemos a un partisano, Simón, miembro del
movimiento anti-romano de los Zelotas que propugnaban la liberación de Palestina incluso
a través de la lucha armada (5). Luego un colaboracionista junto a un guerrillero.
Y es sorprendente la apostilla de Judas-Iscariote, "el mismo que le entregó" (v. 19). Un
detalle que se subraya en todos los evangelios, y que dice en favor de su honestidad y
fidelidad histórica (una historia construida con intenciones apologéticas habría omitido esta
vergüenza de familia, los trapos sucios se lavan en casa, como dicen quienes no intentan
lavarlos nunca, sino simplemente esconderlos...).
No. Los apóstoles cargan también con «el mismo que le entregó». No se avergüenzan de
verse recordados con esa compañía. Es un «recuerdo» constante de la falta de motivación,
desde un punto de vista humano, de la llamada de Jesús. El recuerdo de aquello que podía
ser también suyo. Los motivos de la elección no hay que buscarlos en las virtudes de los
apóstoles, sino únicamente en la gratuidad del amor de Dios. Libertad de Dios, o sea, es
inútil pedir explicaciones.
No son los doce más Judas. Son los doce. Y Judas es uno de ellos. Y también él es
llamado como los otros. No para ser traidor. Llegará a serlo después, porque con la libertad
que Cristo le ha dejado decidirá «inventar» la traición.
Judas, o sea no una parte asignada ya previamente. Sino una posibilidad. Un modo de
responder (mejor, de no responder) al amor.
Judas, uno como yo.
Pero volvamos a la comunidad heterogénea de que hablábamos: diversidad de
temperamentos, de condiciones sociales, de mentalidad, de oficio, de estado (al menos
uno, Pedro, estaba ciertamente casado).
Total que resulta evidente que no tenemos una comunidad de perfectos, de héroes, de
santos, de puros. Son hombres escogidos allí donde están y tal como están. Y «llamados»
para ser recibidos por otro.
Provienen de experiencias diversas, pero que no impiden participar en la experiencia
decisiva de su vida.


PROVOCACIONES

1. Bruno Maggioni comenta el episodio en términos de «elección- separación» .
DISCIPULO/QUIEN-ES CR/QUIEN-ES:
Pero esta elección no se resuelve en la creación de una categoría de privilegiados, sino
que está hecha con vistas a un servicio que hay que prestar a todos. Si puede hablarse de
privilegio, es sólo el privilegio de ponerse a disposición de los demás.
Así también la separación no se entiende como un sentirse extraño en el mundo, un
rechazar la solidaridad. Existe, es verdad, una diferenciación, una especificidad del apóstol,
incluso una oposición suya a las modas y a los conformismos de turno. El discípulo de
Cristo no puede diluirse en la insignificancia (pérdida de significado, y pérdida de valores),
sino que debe ser espina, conciencia crítica, voz disonante en el coro general. Pero en
vista de una comunión, de una participación más profunda.
El apóstol esta tomado de para ser dado a. Es «sacado» para ser «restituido».
Su necesaria diversidad se convierte en elemento de unificación.
Discípulo no es uno que va a esconderse. Es uno que, como el Maestro, se hace
encontrar.
Todos le perdonarán que se haya alejado.
Pero lo que no podrán jamás perdonarle es el no reconocerlo más.
Hay una diferencia enorme entre un extraño y uno que llega de lejos...

2. Y he aquí a los comentaristas, dispuestos a distinguir los dos momentos: «estar con
él» y «mandarles a predicar». O sea, la formación y la misión, la contemplación y la
actividad, la escucha y la palabra.
Me parece que el «estar con él» comprende también el otro momento. Los dos momentos
no se colocan en una sucesión cronológica y no son dos dimensiones opuestas, sino que
se hacen complementarios y casi se confunden.
No es necesario, en efecto, olvidar que es «él». Es el enviado del Padre. Es uno que ha
sido enviado. La encarnación no es una visión, es un itinerario. No es una imagen estática,
sino una realidad dinámica. Cristo está siempre en movimiento, y pone todo en movimiento.
Incluso en la cruz Cristo no está quieto: «cuando sea levantado, atraeré todo...».
Por esto, «estar con él» significa estar en camino con Cristo, orar, curar, proclamar,
vencer el mal junto con él. En suma, hacer su mismo camino. Participar en su aventura.
Estar con él significa estar con aquél que es «enviado», y nos hace ser «enviados» a su
vez.
Es difícil establecer cuándo acaba el momento de la escucha y comienza el de la palabra;
cuándo termina la contemplación y empieza la lucha.
Existe un «estar» que es, al mismo tiempo, quedarse y marchar, ser y hacer.
En el límite, se puede decir que uno camina incluso cuando está parado, trabaja, cuando
está imposibilitado, habla también cuando calla. Todo depende del «estar con él», del no
perder el contacto.
Es difícil determinar qué significa «estar con él». Sólo sé una cosa con certeza: que
nunca se está parado.

3. «...El mismo que lo entregó más tarde». Mucho cuidado con quitar de la lista el nombre
del traidor. JUDAS/CR
Debe estar en ella, absolutamente.
No se encuentra allí alguna indicación que me dé pie para ver, aunque sea de soslayo,
quién es en el grupo el traidor. Y sentirme satisfecho.
Aquel nombre puede ser mi segundo nombre. Yo puedo ser fiel o infiel. Traidor no es sólo
aquel que «sale». Puede serlo también el que está dentro. Estamos frente a la presencia
inquietante del «mysterium iniquitatis», el misterio del mal. Y se trata de una presencia que
puedo albergar también yo. El mal no puede confinarse dentro de los límites que separan a
los individuos. «Traspasa los limites» en el corazón de los hombres, de todos los hombres,
por tanto también del mío.
A fuerza de intentar descubrir al Judas fuera de mí, yo termino por no caer en la cuenta
del Judas que crece silenciosamente dentro de mí, inobservado, protegido, dispuesto a salir
fuera en el momento oportuno. Él pasa desapercibido, porque es habilísimo para distraer la
atención hacia aquellos otros.
El traidor más peligroso puede ser el que está dentro. Quiero decir aquél que se siente
tranquilo sólo porque queda, y se convence de la propia fidelidad observando la infidelidad
ajena...


CONFRONTACIONES

FE/OBRAS: La síntesis entre fe y obras es necesaria. La fe se encarna y se expresa en
la acción, la cual, sin embargo, halla su raíz en el encuentro personal y comunitario con el
Señor Jesús. La fe «se hace», «acontece» en las obras, como el alma en el cuerpo. Fe y
compromiso histórico constituyen una sola cosa, precisamente como el alma con el cuerpo:
«estar con Jesús» y «ser enviado» se condicionan recíprocamente, porque se actúa
creyendo y se cree actuando (Una comunità legge il vangelo... o. c.)
..................
1) Como observa C. Martini existen al menos ocho perícopas que se pueden llamar las perícopas de los doce:
3, 14-19: 4, 10 s; 6, 7 s; 9, 35-40; 10, 32-35; 11, 11 s; 4, 10 s.
2) C. Martini nota, a propósito del verbo «llamar», que se sobreentiende la idea de subordinación. Llama así
quien tiene poder sobre otro. Y cita un uso análogo del mismo verbo con el mismo matiz en el caso de Pilato
(Mc 15, 44) que, maravillado, «llama» al centurión. Pero más allá de la idea de subordinación está también
aquella explícita de preferencia.
3) «El mayor parangón lo encuentro en Mt 27, 43, que cita el Sal 22, 8. Lanzando invectivas contra Jesús en la
cruz, la multitud grita: «Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora si es que de verdad le quiere»
(eithélei), el mismo verbo de 3. 13: (éthelen)... El mismo matiz del imperfecto lo tenemos en un caso
totalmente opuesto, en el cap. 6, 19: "Herodías le aborrecía y quería quitarle la vida (éthelen); esto es,
incubaba en el corazón este deseo desde hace tiempo, con intensidad de pasión. Aquí, al revés, Jesús tenía
en el corazón a los suyos con amor apasionado (o. c., 40).
4) Del arameo Kêphâ, piedra. Simón es la forma griega de Simeón (Dios ha escuchado u oído). Según las
etimologías, pues, aquel que es escuchado por Dios se convierte en roca.
5) Según Cullmann, probablemente Pedro y con seguridad Judas serían ex-Zelotas. A propósito de Judas hay
quien hace derivar "Iscariote" no de "hombre de Kerioth" (un pueblecito de Judá) sino de «sicario», asesino,
o sea "hombre del puñal" (de sica, un puñal corto y curvo que usaban ciertos piratas).

(·PRONZATO-3/1.Págs. 156-164)


14 - LA NUEVA FAMILIA DE JESÚS
Mc/03/20-35   Mt/12/24-32   Lc/11/14-23   Lc/12/10   Lc/08/19-21

Dos actitudes
La oposición y la incomprensión con relación a Jesús se concretan aún en dos posturas:
la de sus parientes y la de los escribas.
Los primeros juzgan su comportamiento en base a los esquemas del sentido común y
concluyen: "Está fuera de sí" (v. 21).
Los segundos, cerrados teológicamente, destilan un diagnóstico más sofisticado: «Está
poseído por Beelzebul» (literalmente, tiene a Beelzebul, (v. 22).
Loco o endemoniado, Jesús es juzgado "fuera" de la normalidad. Ya se trate de la
normalidad común, ya de la normalidad de la religión oficial.
Su comportamiento no encaja en ninguno de los módulos generalmente admitidos.
En esta página Mc, usando materiales heterogéneos, forma una de sus construcciones
características, sostenida por lazos sutiles pero bastante evidentes.
Veamos los cuatro bloques:
- Las preocupaciones de los parientes de Jesús (19-21);
- Acusaciones de los escribas: pacto con Satanás (22-26);
- Dichos acerca del hombre fuerte y sobre la blasfemia (27-30);
- La nueva familia de Jesús (31-35).

Es evidente la disposición entrecruzada.
A las acusaciones de los parientes, Jesús responde en último lugar. En medio, con un
procedimiento que suele llamarse «inclusión» o «incapsulamiento» (1), Mc pone la disputa
con los escribas.

Las preocupaciones de los parientes de Jesús
Los términos-clave para captar este episodio, que se une con el anterior, son: casa, fuera,
los suyos.
Paradójicamente a Jesús, que está en casa, se le considera fuera de casa. Y los suyos
que están fuera, pretenden llevárselo a casa.
En efecto, aquella no es su casa. Y se dedica a individuos que no son los «suyos», sino
que es gente que le roba el tiempo y las fuerzas y, no sólo no le dan de comer, sino que le
impiden hasta tomar un bocado. No hay, por tanto, otra explicación: «está fuera de sí» (v.
21).
Desde el momento en que no está en su contexto familiar, en el puesto que le han
señalado, ya no es él. Hay que preocuparse.
Cierto, el incidente es embarazoso. Por algo Lc y Mt lo ignoran, limitándose a la escena
final.
Advierte Taylor: «Nadie ha tenido el coraje de insinuar que se trate de una invención de la
comunidad, porque ningún narrador primitivo habría afirmado que la familia de Nazaret
consideraba a Jesús fuera de sí e iba recogerlo, si esto no correspondiera a la verdad de
los hechos».
En compensación alguno, animado por loables intenciones (¡si se trata de salvar el buen
nombre de la familia!), gracias a notables acrobacias gramaticales, descarga toda la
responsabilidad sobre la multitud. Sería ésta el objeto del diagnóstico o también -a elegir- la
autora del diagnóstico. Así pues, la gente es la que está «fuera de sí», no razona, ha
perdido el sentido de la realidad, está exaltada. O también: la gente tiene por loco a Jesús.
Y los parientes serían solamente víctimas de la propaganda.
Pero aquí Juan destruye cualquier ilusión. "Sus hermanos no creían en él" (Jn 7, 5)
De todos modos, el "está fuera de sí" no hay que entenderlo como si se tratara de una
locura de esas que cura el psiquiatra, sino como una expresión popular.
Como cuando se dice de uno «está loco», o también «ha perdido la cabeza».
«No afirman que Jesús haya perdido la razón... Pero lo consideran en un estado de
exaltación mística tal, que le hace perder el sentido real de la vida y de su condición
personal» (Loisy).
Es verdad que quedan muchas dudas: ¿de qué casa se trata, y quiénes son los «suyos»,
y qué es lo que han oído?
La casa probablemente es todavía la de Pedro. En tal caso, existiría una lucha de clan.
La verdadera familia se movería de Nazaret para arrancar a Jesús de la familia abusiva de
Cafarnaún (2).
Los «suyos» son probablemente lo s parientes cercanos, pero podía ser también el cerco
más amplio de conocidos y amigos. En el segundo caso, los familiares propiamente dichos
entrarían en acción solamente al final, después de esta primera misión fracasada.
«Se enteraron...» (v. 21). Qué es lo que han oído exactamente, no lo podemos saber.
Muchas cosas. Excesivas. Como para no tener tiempo de verificar cada una de ellas. En
estos casos se interviene para cortar el mal en la raíz, y terminar con el escándalo. La
familia tiene derecho a vivir en paz.
«Fueron a hacerse cargo de él». Con todo el respeto hacia el padre Lagrange que habla
de «violencia afectuosa», me parece que en este caso hay algo más. Como si dijeran:
ahora nos preocupamos nosotros. Pensaremos nosotros por él. Es necesario cerrar cuanto
antes este asunto. En la situación en que se encuentra, él no está en condiciones de salir
de ésta.
En su postura coexisten el interés por la persona física de Jesús (no come, no descansa,
no puede continuar así) y también un neto rechazo de su proyecto.
No reniegan de su pariente, se separan, sin embargo, de sus tomas de postura.
Jesús se convierte así en objeto de solicitud, pero no se le reconoce como sujeto de
decisiones al margen de los modelos codificados.
Por encima de todo, pues, está la preocupación del buen nombre, de la honorabilidad de
la familia, que se convierte en ídolo ante quien se sacrifican las exigencias de la persona.
Jesús debe «entrar de nuevo», más aún, hay que llevarlo a la fuerza, para cerrar lo antes
posible este desagradable capítulo.
La casa recobra una fachada de respetabilidad, cuando todos están «dentro», en el
puesto asignado.

La bajada de los escribas
«Los escribas que habían bajado de Jerusalén» (v. 22). El sanedrín, evidentemente,
tiene un servicio de informaciones eficiente. Han sido los escribas «locales», con toda
probabilidad, los que han ido con cuentos a quienes tienen obligación de saber.
La predicación de Jesús iba tomando aspectos preocupantes. Estaba fuera de la
ortodoxia, sobre esto no había duda. Pero iba acompañada de hechos excepcionales, de
prodigios innegables. Y la gente, inexperta, se dejaba pillar.
Los que bajan de Jerusalén -el bastión de la sabiduría según la ley tradicional- no gastan
mucho tiempo en dar sentencia: «Está poseído por Beelzebul», y «por el príncipe de los
demonios expulsa a los demonios». Las dos cosas no es que vayan muy de acuerdo:
endemoniado y exorcista a la vez (¡con la ayuda del jefe!). De todos modos permanece la
acusación de fondo: es un instrumento del demonio.
Un argumento de baja estopa (cuando se quiere descalificar a alguien, basta insinuar
que está de parte del enemigo, y ¡el juego está hecho!), pero con fácil enganche en el
pueblo crédulo.
BELZEBU: ¿Quién es este Beelzebul que aparece aquí? Los estudiosos se desojan
buscando las etimologías más curiosas. He aquí un muestrario: «señor de la suciedad»,
«señor del estiércol», «señor de las alturas», «señor de las moscas», «señor de la
enemistad» (o sea, enemigo), «señor de la casa».
Algunos después sostienen que Beelzebul y «príncipe de los demonios» se identifican.
Otros, por el contrario, replican que se trata de dos personajes distintos, y que Beelzebul es
un demonio menor.
Jesús no responde directamente. Se sirve de semejanzas, de parábolas bastante
misteriosas. Son imágenes alusivas más que réplicas precisas. El sentido puede ser:
Satanás no está tan desprovisto como para luchar contra sí mismo. Una casa dividida «en
sí misma» es una casa que va «contra sí misma». Si Satanás se revela contra Satanás, si
echa a sus demonios, estamos llegando al final. Se autodestruye. Pero no es así.
Al contrario, el reino de Satanás se tambalea no por disensiones internas (es inútil
hacerse ilusiones sobre este punto) sino porque ha llegado el más fuerte. Este es el punto
central de la argumentación de Jesús.
J/MAS-FUERTE: Cristo hace entender que él es el más fuerte. Con su venida, las
fuerzas del mal sufren una derrota.
«Jesús vence al maligno con el poder de la obediencia y del amor; el poder de Dios se
hace presente en la disponibilidad de quien aceptó, en el bautismo, ser el siervo que asume
el peso del mal» (B. Maggioni).
Dice muy bien H. Schlier: «Ese amor desinteresado de Cristo, dirigido a Dios y a los
hombres confiados a él, desenmascara y vence al espíritu del egoísmo y le quita el mundo
de que abusa. Este amor alcanza su plenitud en la cruz. En la cruz, esto es, con la pasión y
la muerte preparadas en el fondo por los mismos espíritus del mal, la arbitrariedad de
Satanás se abisma en el amor omnipotente a Dios, amor que soporta incluso la
arbitrariedad en sus consecuencias. Sobre la cruz es vencido incluso el espíritu de la
arbitrariedad. Sobre la cruz de Cristo el poder de los espíritus del mal se hace añicos
gracias al poder inquebrantable del amor que todo lo carga sobre sí. Que tal amor no se
haya roto con la muerte se demuestra por la resurrección de Cristo de entre los muertos,
que fue así "elevado" sobre todo principado y "potestad".
Precisamente cuando es elevado en la cruz, Cristo «tiene atado» al enemigo, lo tiene
bajo su poder y le sustrae «su presa», o sea los hombres.
Obligados a defenderse
Una vez aquí, después de haber desplazado a los adversarios llevándolos al terreno de
las parábolas, donde se ven obligados a plantearse unas preguntas, Jesús pasa al ataque
obligándoles a defenderse.
Está el dicho sobre la blasfemia «contra el Espíritu santo» (v. 29). Se afirma la
universalidad del perdón, excepto en este caso.
BLASFEMIA/ES: ¿De qué pecado se trata? Lo explica Taylor: «...Es una perversión del
espíritu que, desafiando los valores morales, elige llamar luz a las tinieblas» (y viceversa).
Según E. Schweizer, aquí son atacados no los buscadores, los perplejos, los que
avanzan a trompicones, todos éstos son bendecidos. Pero la palabra de Jesús pone en
guardia, con profunda seriedad, contra esa extrema, casi inimaginable posibilidad
demoníaca del hombre, de declarar la guerra a Dios, no en debilidad ni en duda, sino
después de haber sido vencido por el Espíritu santo, sabiendo, pues, con precisión a quién
declara la guerra». Se trata por esto de «esos anticristos duros como el acero que no
anhelan la gracia de Dios, sino que se ponen ellos mismos en su lugar».
B. Maggioni: «Es el pecado de quien rechaza la verdad con los ojos abiertos... Es el
pecado que se comete no sólo sabiendo, sino sabiendo y encubriendo, sabiendo y
justificando, es más distorsionando, para ventaja propia, la misma manifestación de Dios.
Es el pecado cometido con los ojos abiertos y, al mismo tiempo, justificado, aceptado,
racionalizado» .
R. Fabris: «El pecado contra el Espíritu es imperdonable, no porque sea más grave que
los demás, sino porque incluye en sí mismo el rechazo del perdón, excluyendo la postura de
fe y de conversión».
O sea, es el individuo que se autocondena con su rechazo, consciente, de la propuesta
de salvación.
Puede venir a la mente la imagen de un hombre que se está ahogando y aleja la cuerda
que se le ofrece (3).
Muchos comentaristas -siguiendo a Knabenbauer- sostienen que este pecado consiste
en atribuir al espíritu del mal las obras sobrenaturales del Espíritu santo.

Es difícil estar en su puesto dentro de la familia de Jesús
«Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan...» (v. 32).
Jesús no se mueve. Como si la cosa no fuera con él.
«¿Quién es mi madre y mis hermanos?» (v. 33).
«Nadie, en este momento, está más lejos de Jesús que los que le son más cercanos por
razón de la sangre» (G. Dehn).
Ahora él ya está en otro plano, en el que no existen derechos adquiridos, sino sólo
posibilidades. «Madre y hermanos y hermanas» en esta nueva familia ya no se es por
derecho propio, sino que todos pueden hacerse.
La parentela no es un dato registrado, sino una conquista. Más que un punto de partida,
es un punto de llegada.
«Y mirando en torno...» (v. 34).
Es la acostumbrada mirada circular, característica de Mc. Esta vez es una especie de
«reconocimiento» oficial de los que forman parte de su nueva familia.
«¡Estos son mi madre!» (v. 34).
De esta nueva familia no se excluye, naturalmente, a los parientes: son la carne. Pero
tienen que "entrar" también ellos haciendo la voluntad de Dios. O sea, superando el simple
cuidado por la persona física de Jesús para llegar a compartir totalmente su proyecto y las
consiguientes tomas de postura.
¡Más que preocuparse por el buen nombre de la familia, de ahora en adelante se verán
obligados a preocuparse de no formar parte de ella! He ahí cómo Cristo cambia las
posiciones.

A Jesús se le encuentra siempre rodeado por otros. En el templo y en casa. Pero nunca
en su casa.
«...Lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros» (Lc 2, 46).
«...Estaba mucha gente sentada a su alrededor» (Mc 3, 32).
«Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos
buscando» (Lc 2, 48).
«Tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan» (Mc 3, 32).
«Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que...?» (Lc 2, 49).
«¿Quién es mi madre y mis hermanos?» (Mc 3, 33).
«Yo debía estar en las cosas de mi Padre» (Lc 2, 49).
«Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano...» (Mc 3, 35)
Ya está claro. A Jesús se le encuentra únicamente donde está el Padre.
Entre él y los «suyos» está el Padre.
Se entra a formar parte de su familia, sólo si se trabaja con él en la empresa de «hacer la
voluntad de Dios».
La obediencia al Padre se convierte así en el título que permite entrar en familia.
Si alguien lo busca por otros motivos, quedará siempre «fuera». Jesús no se moverá por
esas llamadas. Excesivamente «ocupado». En las cosas del Padre.
Sólo tiene tiempo para aquellos que no lo llaman desde fuera, sino que desean entrar
para «hacer».
Los que están mirando deben dejar el puesto a los que están decididos a «hacer».
Cristo no lleva de paseo a la propia familia a lo largo de las orillas del lago.
Las «cosas del Padre» le llevarán, sí, a un jardín. Pero será drama no poesía.
«¡Abba, Padre! ...aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero sino lo que quieres
tú» (Mc 14-36).
(Jesús no es de esos para quien resulta fácil cumplir la voluntad de Dios... ¡cuando son
los otros quienes deben cumplirla!).
«...Los encuentra dormidos» (Mc 14, 37).
Esta vez es él quien va a buscar a los suyos, y los encuentra dormidos, «fuera» de su
angustia.
Pero... En esta familia de Jesús, qué difícil es estar en su sitio.


PROVOCACIONES

1. «Está fuera de sí». En cierto sentido, tienen razón. Es el Espíritu, que una vez más, le
ha «echado fuera», lo ha «desequilibrado».
H. Cox habla de dos concepciones de la personalidad. Una concéntrica, y otra
excéntrica.
La primera se limita a ampliar y profundizar las propias posibilidades. Por lo que uno se
hace siempre más semejante a sí mismo.
La concepción excéntrica no se entiende en el sentido de extraño, extravagante. Sino
como algo que tiene el centro fuera de sí mismo. Es la persona que acoge el elemento
nuevo, inesperado, aquel que llega de «otra parte». Es la persona abierta al Espíritu,
disponible para su «juego», capaz de aceptar sus riesgos.
Con la concepción concéntrica, tenemos un mundo cerrado en sí mismo, que no reserva
sorpresas, que no va más allá de las propias posibilidades, caracterizado por la rigidez y
por la esclerosis.
En la concepción excéntrica tenemos un mundo tocado por la gracia, caracterizado por lo
imprevisible y por lo imprevisto, con personas sin parangón, siempre «fuera» de los
esquemas.

2. «Está fuera de sí». Debería decir: «Está fuera de nosotros». Fuera de nuestros
modelos, de nuestras previsiones, de nuestros equilibrios.
Una cierta búsqueda de la propia identidad, de la que hoy tanto se habla, puede encubrir
una mentalidad reaccionaria y conservadora (en el sentido peyorativo de la palabra).
Pertenece a la concepción «concéntrica» más que a la «excéntrica» de la personalidad.
Está permitido hacerse «semejantes a sí mismo», o sea a aquel «sí mismo» que tienen en
su imaginación los demás respecto de nosotros.
Se permite la búsqueda de la propia identidad en la zona de caza bien definida, en base
a modelos preestablecidos. La persona es sí misma si se adecúa, si «entra dentro» de los
esquemas que han sido fijados para ella, en vez de ella. La persona encuentra la identidad
que le hacen encontrar los otros (como en ciertas reservas de caza, donde la pieza se hace
saltar allí cerca de donde está el personaje importante...). Descubre aquello que está
establecido que debe descubrir. Encuentra lo que simplemente le han preparado. En suma,
es sí misma en cuanto que copia conforme a los deseos ajenos.
Los gestos, entonces, se convierten en poses.
La persona más que ser sí misma, interpreta un papel, respeta un guión, se convierte en
personaje.
Sus acciones deben ser todas previsibles.
No hay lugar para la improvisación, la sorpresa.
Hay espacio, sí, pero dentro de los límites del papel asignado. Se sabe ya dónde puede
marchar, dónde debe ir a parar.
Si uno se pasa, si escucha a un apuntador que no es aquél, tranquilizante, de buen
sentido común, se está "fuera". Fuera de sí. Mejor: fuera de ellos.
A-H/MANIPULACION MANIPULACION/A-H: Justamente el mismo ·Cox-HARVEY
subraya cómo lo contrario del amor no es el odio, sino el afán de imponer, de dominar a las
personas (por su bien, naturalmente...), el instinto profundo de manipular, controlar a los
demás.
«El amor no puede existir más que en un mundo en que se den personalidades
auténticamente diferentes. Cuando Jesús y los profetas me enseñan que debo amar al
prójimo como a mí mismo, no pretenden que yo y el prójimo seamos la misma cosa. El amor
se hace necesario y posible, porque el prójimo es distinto de mí... Si no existiese alguna
diferencia real, el amor es algo superfluo...
«...Casi todas las filosofías occidentales no saben construir una ética del amor.
Invariablemente transforman a los otros en preciosas inversiones que darán como
dividendos la realización de la propia personalidad».
Se ama a las personas de la misma manera que lo hacían los parientes de Jesús. Yendo
a «cogerle», haciéndole entrar de nuevo en los propios criterios. Pensando por ellos,
decidiendo en su lugar. Se ocupa uno de ellos, así se dice. En realidad, se ocupa
abusivamente el espacio que les pertenece, impidiendo la libertad de movimiento.
Se conjuga el verbo «sacrificarse», pero nunca en el sentido de «darse» al otro
dejándole toda su libertad. Se sacrifica uno estorbando, poniéndose en medio.
Con frecuencia se hacen cosas maravillosas por la persona «amada». Y no se cae en la
cuenta de que es necesario, ante todo, sacrificarse en el sentido de sacrificar los propios
proyectos, las propias ambiciones, los propios puntos de vista, para aceptar una elección
distinta, un itinerario que no es el nuestro, un plan al margen de nuestras perspectivas (y a
veces de nuestros intereses...)
Se sacrifica uno de verdad por el otro cuando se le deja «fuera de sí»
A-H/RESPETO: Una persona se sacrifica por otra cuando renuncia a «programarla» a la
propia imagen y semejanza. Cuando, en vez de ir a cogerla, sale fuera para intentar
comprenderla.
Si logro sacrificar el instinto de «hacer comprender» a la exigencia de «comprender»,
entonces es cuando empiezo a amar de verdad al otro.

3. «Tiene un Beelzebul». El error más trágico y más común.
Se baja de Jerusalén con los textos de la sabiduría codificada en la mano. Todo lo que
no viene contemplado en esos códices se descalifica. Todo lo que no pertenece al grupo
de lo «ya visto», representa una amenaza a la seguridad, a la regularidad, se declara
ilegítimo. Todo lo que es diferente se considera abuso.
El producto nuevo se empaqueta en una fórmula más aparente que exacta y se le aplica
encima una etiqueta: «sospechoso», o también «peligroso», que obliga a mantenerlo a
distancia. Todo lo que amenaza lo habitual, disturba el acostumbrado curso de los
pensamientos, es «removido» atribuyéndolo al enemigo.
Es una operación, por desgracia, siempre de moda.
Una alusión a la justicia, y se les tacha de marxistas.
Una crítica apasionada y sufrida, y se le viene encima la descalificación de «infidelidad».

La denuncia de una tortura, y he ahí la diagnosis inmediata: uno que hace el juego a los
enemigos. Y se engaña uno pensando que basta no hacer el juego al enemigo para hacer
el juego al Espíritu...
Una exigencia de sinceridad, e inmediatamente se es culpable de «exageración» .
El deseo de ver claro en ciertos asuntos que son más bien... oscuros, y se les acusa de
«crear divisiones».
Se intenta usar la propia cabeza, y se dispara la sentencia: «cabeza caliente» (quién
sabe por qué una cabeza que piensa es una cabeza caliente. O, quizás, lo sea porque está
funcionando).
Lo diferente se identifica, tout court, con el mal.
Se trata de una táctica verdaderamente mezquina: para neutralizar las voces o las
presencias incómodas, se invoca al espíritu del mal.
Todo lo que se mueve, se hace automáticamente sospechoso.
Es en verdad trágico el equivoco de los escribas: tienen en el bolsillo el identikit de
Satanás. ¡Y, fijándonos en los resultados, ese identikit es muy semejante al Espíritu santo!

Es necesario que tengamos presente esta terrible posibilidad, a través de la cual el
Espíritu es buscado como sospechoso y peligroso, y se pretende meterlo en una jaula.
Los escribas acusan a Cristo de echar los demonios en nombre del príncipe de los
demonios. Y ellos hacen algo peor: exorcizan al Espíritu santo...

4. Parientes de Jesús son quienes exhíben derechos sobre él, una especie de
monopolio-tutela. Y consideran a los que "están con él" como abusivos. Cuando Jesús sale
fuera hacia los otros, los así llamados "suyos" se dan prisa para atraparlo de nuevo, porque
sin él no se sienten seguros. Tienen necesidad de él para dar una patente de honorabilidad
a la casa. Cristo no puede estar con ellos. Aunque ellos estén lejísimos de él. Peor que los
enemigos son quienes pretenden «anexionarse» a Cristo.
Y no quieren dejarlo a gente que se ha vinculado a él con el verbo "hacer".

5. Y. sin embargo, toda la vida de Jesús se ha desarrollado «fuera». Nace «fuera» de su
país, «fuera» incluso de su casa. Se deja encontrar por los magos, gente que viene de
«fuera». Marcha al exilio «fuera de su patria». Y también para morir irá "fuera" de la ciudad.
Y cuando alguien está seguro de que lo va a encontrar en el sepulcro, donde le han
«puesto» (Jn 20-15), él ya está fuera, en otro lugar.
Sin querer forzar excesivamente las cosas, podemos decir que es más fácil afirmar dónde
no lo encontramos, que dónde podemos encontrarlo. Sí, no lo encontramos seguramente
donde esperábamos que estuviese. No lo encontramos, sobre todo, donde pretendemos
nosotros meterlo.

6. Así también es conveniente estar atentos a no decidir con prisas quién está "dentro" y
quién está "fuera". Dentro y fuera, con frecuencia, son categorías que se fijan a base de
lugares, que hemos construido nosotros. Pero las cosas no son tan simples y cómodas.
Sólo después de haber adivinado dónde está él, es posible determinar quién está dentro
y quién está fuera. continúa


CONFRONTACIONES : IDENTIDAD
Se puede reencontrar la propia identidad de... esclavos
La espiritualidad bíblica con su concepción de un Dios que supera el orden social no
puede reducirse a una fuerza integradora, porque puede ser también destructora y
subversiva...
...EI problema teológico fundamental es que la así llamada identidad puede reducirse a
un conjunto de elementos que el individuo aprende de la cultura en que vive, y que hace
suyos. Se convierte así en el producto final de una serie de negociaciones entre el pequeño
yo que intenta afirmarse, que detesta cualquier tipo de control, y las formas sociales
impuestas por las instituciones de la sociedad a quien haya logrado una cierta fase de
desarrollo. La identidad no es otra cosa sino la autocomprensión de la sociedad. Está
creada y perpetuada por sus grupos privilegiados y no reside en realidad más que en la
cabeza de éstos...
...Una teología basada en la búsqueda de la identidad tiene que ser conservadora. Le
falta, en efecto, el elemento del ridículo, de lo nuevo, de lo inesperado que proviene de un
mundo transcendente. La fe no nos muestra a un Dios que protege las jerarquías sociales,
sino a un Dios que a veces las hace añicos y las pone al revés. Para los profetas de Israel
y sus sucesores, de Jesús de Nazaret a Baal Shem Tov, el reencontrar la propia identidad
en cualquier sociedad de este mundo puede ser no salvación sino esclavitud...
...En el universo bíblico de la gracia y la sorpresa, el yo humano no es una esencia
eterna, sin tiempo; es más bien un campo psicoespiritual abierto, que es tanto el producto
como el productor del cambio real. Como dice san Juan, «no se ve todavía lo que seremos»
(Cox-H, La svolta ad oriente, Brescia 1978).

El cristianismo no es una forma de autorrealización
La cuestión es que el cristianismo no es una forma de autorrealización. Jesús no era
Narciso. El evangelio presupone que yo renuncie a mí mismo, que mi corazón, como decía
Lutero, no se doblegue sobre sí mismo, y que yo acepte las posibilidades derivadas de mi
nueva orientación hacia algo fuera de mí.
El evangelio no es «con-céntrico», sino "ex-céntrico". En la autorrealización la
personalidad crece y se desarrolla en el interior de una estructura fija, y el crecimiento
actúa el potencial que ya se encuentra dentro. Por otra parte, el término "sacrificio" indica
que lo nuevo presupone un desasimiento radical de lo viejo. El cambio real se hace de una
manera tan violenta y traumatizante que es como recomenzar desde el principio («debes
nacer de nuevo», dijo Jesús a Nicodemo).
Por otra parte, no sólo la persona opera cambios en el modelo ordinario de
comportamiento sino que puede incluso seguir otro modelo. El sacrificio no tiene nada que
ver con el eclipsarse o con el servilismo; implica, por el contrario, un estilo de vida, en el
que renunciamos no sólo a lo que ya no nos sirve, sino también a lo que aún nos es útil, y
todo esto para tener derecho a las promesas del futuro (Ibid.).

El hombre normal no entiende
Su hablar permanece privado de sentido para el hombre« normal» y se hace
comprensible sólo para quien deja que Jesús lo lleve consigo (E. Schweizer).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 166-178)
......................
1) Otras veces Mc interrumpe una narración para meter allí otro episodio. Es típica la narración de la curación
de la hija de Jairo (5, 21-23) que cuenta a mitad de camino el caso de la hemorroísa (5, 25-35). Cf. también
el martirio de Juan Bautista, puesto entre el envío y la vuelta de los doce (6, 6-32), y la unción de Betania
colocada entre los preparativos de la pascua (l4, 1-11).
2) Según Eusebio de Cesarea, la iglesia primitiva habría utilizado el dicho final (v. 35) en la polémica contra
Santiago y los parientes de Jesús que, en Jerusalén, habían instaurado una especie de "califato",
aferrándose a los lazos de la sangre.
3) Santo Tomás escribe: "Dicitur irremissibile (peccatum) secundum suam naturam, in quantum excludit ea per
quae fit remissio peccatorum" (Suma theologica 2-2 q. 14. a.3). En suma, es la exclusión voluntaria de los
medios de salvación.