FIESTAS PAGANAS
INTRODUCCION
Existen numerosas monografías históricas sobre los ritos y las
fiestas litúrgicas del pueblo judío y sobre las relaciones de tales
ritos con la cultura religiosa del Antiguo Oriente. Algunas fiestas,
como las del Año Nuevo, han hecho correr raudales de tínta: la
Historia de las Religiones no ha dejado de subrayar la aparente
identidad de las fiestas judías con las fiestas paganas, en
detrimento de la profunda originalidad de las primeras.
En todo esto la teología bíblica no tenía gran cosa que hacer.
Pero se fue cayendo poco a poco en la cuenta de que ciertos
testimonios, corno los del Evangelio de San Juan o los relatos de la
Transfiguración y la Pasión, suponían toda una teología bíblica de
la fiesta y de cada una de las fiestas judías. No obstante, las
monografías publicadas en esta línea son todavía escasas y no han
alcanzado por lo regular gran difusión.
El presente libro pretende realizar una síntesis de los principios
que la teología bíblica pone de relieve al hablar de las fiestas en la
Escritura y en la Historia del pueblo elegido. Y pretende a la vez
vulgarizar esos principios en un círculo relativamente amplio.
Sucede, en efecto, que la lenta evolución de las fiestas judías hacia
su término -que es Cristo- descubre una pedagogía divina en la
cual el significado obvio y natural de cada fiesta recibe un
significado sobreañadido que sólo la Palabra puede mantener en
vigor. Asistimos a una espiritualización progresiva de las fiestas,
tanto en sus ritos como en su contenido religioso; advertimos una
lenta obra de selección que va eliminando tal o cual género de ritos,
para quedarse solamente con los ritos de un significado muy
particular: con aquéllos, en concreto, que el Cristianismo ha
incorporado a su propio ciclo de fiestas.
Cabe, pues, adivinar que este estudio, si logramos llevarlo a
término, nos proporcionara una teología bíblica de la fiesta. La
fiesta judía será para nosotros un hecho histórico real, pero
también un "tema bíblico" cargado, ya en el curso de su evolución,
del pensamiento de Dios cada vez más explícito. Y este
pensamiento divino, una vez descubierto en la evolución de las
fiestas judías, nos hará ver mejor el contenido de nuestras fiestas
cristianas, en la medida en que éstas perfeccionan y dan
cumplimiento a las fiestas judías.
Según esto, tendremos que penetrar rápidamente en el ámbito de
la pastoral litúrgica de nuestros días para preguntarnos si la
manera de presentar a los fieles las fiestas cristianas se halla
realmente en la prolongación y en el cumplimiento del dinamismo
inherente a la evolución de las fiestas a lo largo de toda la
Escritura. A veces nos sorprenderemos al descubrir que, insistiendo
en este o en aquel aspecto de nuestras fiestas actuales, estamos
"judaizando" en el sentido de que insistimos en un significado
natural o histórico superado por Dios hace mucho tiempo. Al ver
cómo ha procedido Dios para dar a conocer la catequesis de las
fiestas por El instituidas, para enseñar a sus pueblo a ver, tras el
significado obvio de las cosas, un significado sobrenatural,
sacaremos quizá algunas enseñanzas válidas para nuestra propia
catequesis. Siguiendo, por último, paso a paso la selección que se
registra a lo largo de la evolución de las fiestas judías, estaremos
en condiciones de fijar ciertas conclusiones que iluminarán, sin
duda, el difícil problema moderno de la adaptación de los ritos y de
las fiestas a las nuevas culturas que entran hoy en la Iglesia. Las
fiestas que nosotros celebramos y los ritos que practicamos, ¿son
patrimonio de una civilización concreta, semítica o mediterránea?
En tal caso, ¿podemos lealmente imponerlos a otras culturas? Pero,
si la pedagogía divina ha consistido precisamente en desligar esas
fiestas de sus resonancias culturales para poner en su lugar unas
resonancias nuevas, universales, válidas para todos, ¿no habrá
entonces una obligación clarísima de imponer esas fiestas y esos
ritos a cualquier cultura, aunque añadiendo siempre una catequesis
que evite cuidadosamente el retorno de esos ritos al contexto
natural que los vio nacer y del cual se hallan emancipados?
PRIMERA PARTE
LOS PRELUDIOS PAGANOS
A.-PRELIMINARES
Ha pasado a la historia la época en que las almas piadosas se
indignaban al leer a ciertos autores preocupados -a veces, en
demasía- por poner de relieve los evidentes paralelos de la liturgia
judía con las liturgias paganas de su tiempo. Es claro que el pueblo
elegido, antes de recibir la revelación de Yahvé, era un pueblo
"pagano" que adoraba a su dios como los demás pueblos paganos
adoraban al suyo, mediante fiestas y ritos muy semejantes. Es claro
también que, cuando ese dios del pueblo judío se reveló como el
Dios verdadero, el Dios personal y único, los judíos no inventaron
de la noche a la mañana unos ritos radicalmente distintos, sino que
se limitaron, al menos en un principio, a celebrar "en honor de
Yahvé" las fiestas que hasta entonces celebraban en honor de su
dios. Sólo después, progresivamente, se fue introduciendo en tales
ritos una espiritualización que los convertiría en lo que han llegado
a ser en manos de la iglesia.
Por tanto, las primeras fiestas judías nacieron en un contexto
indiscutiblemente humano de ritos y fiestas. Este dato es de gran
importancia, pues nos permite establecer un punto de contacto
entre lo humano y lo revelado. En la práctica, la revelación no
impondrá nuevos ritos, propiamente sobrenaturales, sino que se
limitará a tomar los ritos naturales ya existentes, purificándolos y
añadiendo un nuevo significado al que ya tenían.
No está, pues, fuera de sitio examinar, en las religiones del
Antiguo Oriente, los elementos del calendario de las fiestas y su
significado, sabiendo de antemano que los judíos han respirado en
esa atmósfera y de ella han tomado sus propios esquemas, por más
que se discuta todavía, en el plano histórico, tal o cual cuestión de
detalle.
No se trata, po lo demás, de hacer ahora un estudio exhaustivo
de los calendarios festivos de la época, sino de fijarnos tan sólo en
los elementos que puedan iluminar la formación y la evolución
ulterior del calendario judío. Para esta primera parte, nos
contentaremos con acudir a obras de segunda mano: tal método
será suficiente para captar la originalidad del marco judío -y luego
del marco cristiano- con relación al marco pagano primitivo.
En el aspecto geográfico, los dos centros de interés son Sumer y
las civilizaciones que le sucedieron, por una parte, y Canaán, por
otra. Abrahán es, en efecto, un arameo que, si bien ha conocido al
verdadero Dios y ha abandonado su patria por seguirle, no le ha
conocido sino a través de una mentalidad concreta y de unos ritos
emparentados con las costumbres sumerias, como la circuncisión y
el sacrificio de niños. Por su parte, Canaán vive una religión
heredera también de Sumer y, como tal, hermana de la religión de
los hebreos.Pero, mientras los ritos y las fiestas judías se van
espiritualizando sin cesar, los de Canaán permanecen en un nivel
naturalista, acentuando incluso este aspecto. La comparación de
los ritos judíos con los ritos cananeos -precisamente por su
semejanza exterior, a pesar de su radical diferencia interior- será
una incesante "tentación" para Israel, en la que caerá no pocas
veces. Es curioso advertir que la influencia de Egipto sobre la
religión de Israel es muy reducida: nuestras fiestas nacieron en el
mundo semita.
En el aspecto cultural, hallamos también dos centros de interés:
el mundo nómada y el mundo agrícola. Cada una de estas culturas
posee sus propios ritos. El mundo nómada está fuertemente
influenciado por el culto lunar, el mundo agrícola vive más bien al
ritmo de la siega y la vendimia. El género y la calidad de los
sacrificios varían de un mundo al otro, y la competencia entre el
sacrificio de Abel, de tipo nómada, y el de Caín, de tipo agrícola,
demuestra la tensión que existió en todo el Antiguo Oriente entre
estas dos formas de cultura y sus ramificaciones cultuales. Al fin,
todo esto desembocará en el sincretismo de las religiones paganas
ya sedentarias en el momento en que nace el pueblo hebreo. Pero,
¿qué sucederá en la religión de Israel? Aquí no podremos hablar de
sincretismo, sino de selección de ritos, nómadas o agrícolas, en
función de un criterio superior que habremos de descubrir.
Pero hagamos previamente el inventario de las principales fiestas
paganas de aquellos tiempos.
B.-EL RITMO ASTRONÓMICO
1. LAS NEOMENIAS
Desde el tercer milenio antes de Jesucristo, la mayoría de las
religiones de Oriente se guían por el retorno periódico de la luna 1.
Los días festivos son esencialmente los del novilunio (neomenia) y
del plenilunio. El mes comienza con la aparición de la luna nueva y
alcanza su punto culminante en el momento de la luna llena (día
decimoquinto). La mitología explicará este ritmo lunar diciendo que,
el último día del mes, se retira el dios-luna a su cámara nupcial para
celebrar la hierogamia y nacer a una nueva vida que se difundirá
por el mundo a lo largo del mes siguiente. Esta explicación
mitológica es interesante porque relaciona el tema de la neomenia
con el de la nueva vida y fecundidad. Pero no era necesaria mucha
mitología para convencer al nómada, habituado a considerar la
importancia de la luna en el ritmo de su vida clánica y de su vida
personal, de que debía reservarle un puesto en su vida religiosa.
En esa concepción astronómica, la unidad de medida del tiempo
litúrgico -en cuanto cabe emplear ya tal expresión- es el mes. La
semana no existe todavía; se cuentan los días de uno a (treinta),
según vienen en el mes, sin subdivisiones. Lo que constituye la
unidad de tiempo es el ciclo creciente y menguante de la luna.
2. EL AÑO NUEVO
Si bien el mes carece de submúltiplos, tiene un múltiplo en el año,
compuesto de doce meses. Se puede pensar que la regularidad en
la sucesión de los equinocios pudo llevar a esa fijación del año en
doce meses, pero no es imposible que a ello contribuyera una razón
litúrgica. De hecho, en varias regiones del Antiguo Oriente las tribus
se reúnen en grupos de seis o de doce. Muchos historiadores ven
aquí una expresión de las anfictionías en que se agrupaban las
tribus para asegurar durante un año, por turno, el servicio mensual
del templo común 2.
Hay, en este marco anual, dos neomenias que adquieren capital
importancia: la del séptimo mes (aproximadamente nuestro
septiembre) y la del primer mes (aproximadamente marzo.). Se
trata, evidentemente, de las neomenias más cercanas a los dos
equinocios: las que inauguran las dos fases de disminución y
aumento de los días con respecto a las noches. No es imposible
que esas dos neomenias fueran, según las regiones o los
cómputos, fiestas de Año Nuevo, alternativamente la una y la otra.
Pero parece ser que, en el ambiente que sirvió de inspiración a
Israel, el verdadero Año Nuevo se celebraba en la neomenia del
séptimo mes, sin por ello quitar toda importancia a la neomenia del
primer mes.
Numerosos estudios históricos han analizado los temas
doctrinales más significativos que constituyen el fondo de la
celebración del Año Nuevo. El peligro de semejantes estudios es
generalizar el alcance de las hipótesis, pretendiendo hallar siempre
y en todas partes, a base de endebles indicios, uno u otro de esos
temas. Otro peligro consiste en descubrir en tales temas toda la
profundidad doctrinal que fueron introduciendo, en el mundo de
Israel los largos siglos de reflexión religiosa. Con estas reservas, se
pueden señalar algunos temas importantes de esas festividades
paganas del Año Nuevo:
a) Tema de la creación. Al término de la disminución del año, el
dios muere en los infiernos para renacer acto seguido a una vida
nueva en la que participan todos los que celebran el Año Nuevo. El
año entrante aparece así como una nueva creación en la que el
dios-creador triunfa una vez más sobre las fuerzas del mal y del
caos para instaurar su reino de paz y felicidad. Es probable que,
con ocasión de esta fiesta del Año Nuevo, se leyeran en Oriente
algunas epopeyas de creación como, por ejemplo, la epopeya
sumaria de Gilgamés, paralelo y fuente remota de nuestro primer
capítulo del Génesis.
b) Tema de la expiación. Cuando nace el Año Nuevo, hay que
evitar que subsistan miasmas del año viejo: comprometerían el éxito
del nuevo año. Por eso, la fiesta del Año Nuevo suele ser ocasión
de una gran limpieza del templo y de la incineración de todas las
suciedades encontradas. No es imposible que esta limpieza
meramente exterior vaya acompañada a veces de una limpieza más
intima: la eliminación de las impurezas cultuales contraídas durante
el año anterior.
c) Tema de la entronización. Es tal vez el que más ha solicitado
la atención de los historiadores, demasiado preocupados a menudo
de ver en él un substrato cultual de ciertos episodios evangélicos,
como el bautismo de Cristo o su transfiguración, y de ciertos
esquemas de la predicación primitiva referentes al señorío
adquirido por Cristo. Por el momento, dejemos a un lado estas
hipótesis, para quedarnos sólo con lo esencial: al renacer a la vida,
el dios que iba a presidir los destinos del nuevo año era entronizado
oficialmente; se reconocía su poder sobre el año y se esperaba de
él paz, dicha y justicia. Más en concreto, se solían trasladar al rey
humano, encarnación del dios en medio del pueblo, los derechos y
deberes inherentes a tal entronización. No es imposible que quede
algo de esto en la manera de contar en la Escritura los años que
reinaron los reyes hebreos: parece ser, en efecto, que se cuenta
por un año el período que va desde su exaltación al trono hasta el
primer Año Nuevo que sigue a esa exaltación, de suerte que los
años de reinado se cuentan de Año Nuevo a Año Nuevo.
d) Tema de las suertes (cfr. Est., 3, 7-13). Al comenzar un nuevo
año, encomendado a la providencia de un dios, se le consulta al
mismo acerca de los favores o desgracias que su reinado
proporcionará al pueblo. Se intenta conocer su plan para el año
entrante y el comportamiento que espera de sus súbditos.
e) Tema de la fecundidad, paralelo al de la creación. Aparece
expresado mitológicamente por la hierogamia de los dioses; pero
manifiesta, sobre todo, la preocupación de los hombres por hallar a
lo largo del año semillas fecundas, rebaños bien cebados y larga
descendencia. Cada región tenia su manera propia de expresar
este deseo de fecundidad, y las libaciones de agua sobre la tierra
debían ser conocidas por aquellos países donde la lluvia era el
vehículo de toda fecundidad 3.
Esta fiesta del Año Nuevo duraba ocho o quince días, según las
regiones. El día quinto, al parecer, se procedía a los ritos de
expiación. La limpieza del templo y de la estatua del dios se hacia
con el cadáver de un carnero. Se pensaba, sin duda, -que éste
tomaba sobre si las impurezas del año y las hacia desaparecer
consigo al ser quemado o arrojado al mar o al río. El último día de la
fiesta, las ceremonias adquirían un carácter todavía más solemne,
expresado en una grandiosa procesión con la imagen o las
imágenes de dioses en medio de aclamaciones y gritos cuya
finalidad era atraer sobre la ciudad la protección del dios
entronizado.
3. CONCLUSIÓN
La liturgia del Antiguo Oriente estaba muy lejos de contentarse
con estas únicas fiestas de ritmo astronómico: Sumer poseía un
panteón copiosamente abastecido, que daría lugar a un número
considerable de fiestas de todas clases. Pero esas fiestas
directamente idolátricas no dejaron huella alguna en Israel, y
podemos sencillamente pasarlas por alto.
En cuanto a las fiestas de ritmo astronómico, es importante captar
la orientación y, si cabe decirlo, la espiritualidad que reflejan.
Prescindiendo de la mitología -y no parece que la mitología sea un
elemento muy esencial desde el momento en que los judíos llegan a
liberarse de ella-, las fiestas de tipo astronómico celebran el orden
del mundo, el ritmo regular de su evolución, la sumisión del hombre
a ese orden de "los elementos del mundo", como dirá más tarde
San Pablo. Nos hallamos fundamentalmente ante una religión
natural en la que el hombre se siente solidario de los elementos de
la creación y llega a hacer de esta solidaridad el objeto de su
alabanza y de su oración.
C.-EL RITMO ASTROLÓGICO
DIAS-FASTOS: DIAS-NEFASTOS: Pasamos ahora a un plano
artificial. No es ya la naturaleza quien dicta su ley al culto del
hombre, sino los cálculos de la inteligencia humana y en especial
las elucubraciones de los magos de la época. Analizando y
desmenuzando minuciosamente el ritmo astronómico, estos magos
descubren en él leyes nuevas, insospechadas, que traducirán en
mil y un preceptos destinados a permitir al hombre comportarse
teniendo en cuenta la voluntad de tal o cual astro, de tal o cual dios
sobre él. Sus investigaciones los llevan a descubrir unos días fastos
y otros nefastos, que se han de tener presentes para permanecer
en solidaridad con el ritmo de la creación. No vamos a entrar en el
dédalo de sus prescripciones, donde a ciertas leyes matemáticas se
une una simbólica de los números, un poco de magia y un mucho
de mitología. Todo ello no tiene que ver gran cosa con el culto
propiamente dicho, sino que se parece más bien al horóscopo
diario de nuestros periódicos populares. Y así, el noveno día del
mes está prohibido barrer la casa o lavarse los pies, so pena de
desgracia... Cada día tiene su prohibición de una práctica concreta
en función de los caprichos de una determinada divinidad. Es, sin
embargo, interesante tener en cuenta, en iré esos días fastos y
nefastos, un grupo de días que son objeto de particular atención
por parte de los magos y que están destinados, como veremos, a
gozar de un importante porvenir religioso. Se trata de los días que
son múltiples de siete: el séptimo, el decimocuarto, el vigésimo
primero, el vigésimo octavo y... el decimonoveno 4. Casi todos los
ciudadanos están obligados a "no hacer nada" (sabbatu, dicen los
acadios) en tales días. He aquí, por ejemplo, una prescripción
astrológica referente a ellos:
El pastor de pueblo numeroso no comerá carne cocida con
carbón, ni comerá pan cocido bajo la ceniza, ni se mudará de ropa
interior, ni vestirá trajes limpios, ni hará sacrificios. El rey no subirá
a su carro, ni hablará como señor. En el recinto del misterio, el
adivino no pronunciará palabra. El médico no tenderá su mano al
enfermo. Este día no es bueno para realizar un proyecto.
Y se añade, aludiendo al día decimonoveno:
este día es nefasto para cualquier intervención que desearan
intentar los médicos.
En tales textos conviene subrayar algunas características de esos
días. En un estilo que se parece extraordinariamente a nuestros
horóscopos modernos, se afirma ante todo la prohibición de
trabajar. Lo importante es "no trabajar". Y este descanso forzado no
es considerado simplemente como un descanso natural: no se hace
esto o aquello para no indisponer al astro que dirige y protege tales
acciones. Lo que preside el descanso es el temor a violar un tabú.
Por lo demás, tales prescripciones no presentan ninguna relación
con el culto. El descanso que se impone es más un acto mágico que
un verdadero rito religioso. Es tan poco religioso que el horóscopo
prohíbe incluso ofrecer sacrificios en ese día y consultar al adivino.
En un principio, el septenario de los días nefastos no tiene valor
como medida de tiempo: lo que acompasa el tiempo es el mes y no
la semana. Pero es innegable que nos hallamos en el punto de
partida de una evolución que desembocará un día en el sábado
judío, después de pasar por una serie de purificaciones sucesivas
que procuraremos determinar mas adelante. Por su parte, el mismo
mundo pagano preparó esta transformación, a juzgar por las
prescripciones existentes en Lagos hacia el 2500 antes de
Jesucristo, en virtud de las cuales se santificaban ya esos días
mediante el ofrecimiento de un sacrificio; lo cual contradice al texto
que acabamos de citar. El septenario mágico tiende a convertirse
suavemente en un septenario litúrgico.
El ritmo astrológico del septenario es, por tanto, un subproducto
del ritmo natural de los meses y los años. Es fruto del cálculo de la
magia, vigente sobre todo en una religión de temor y terror en la
que el hombre procura ponerse al abrigo de la cólera de los dioses
y conciliarse sus caprichos. Si en esta actitud hay algún elemento
religioso, no se puede asegurar que sea ya un elemento cultual.
D.-EL RITMO AGRÍCOLA
1. CONSIDERACIONES GENERALES
Es en Canaán donde Israel inicia -o tal vez prosigue- el ritmo de
las fiestas agrícolas. No sabemos si ya en Egipto vivía Israel de
acuerdo con un ritmo agrícola propio. Lo cierto es que no se inspiro
en el ritmo agrícola egipcio, sino más bien en un ritmo de origen
semita que encontrará de nuevo en Canaán al tiempo de su
instalación. En Egipto, concretamente, el Año Nuevo comienza tres
meses antes, la medida de tiempo parece ser la década y el ritmo
lunar se ve suplantado por la vida del Nilo. Desde luego, no
hallaremos traza alguna de influencia egipcia en la liturgia india. Es
probable, por tanto, que Israel tuviera en la tierra de Goshen su
propio calendario y sus propias fiestas agrícolas. Incluso se puede
suponer que tal hecho hubo de crear frecuentes incidentes entre
israelitas y egipcios, y cabe la posibilidad de que uno de los
primeros incidentes entre el Faraón y Moisés naciera precisamente
de diferencias en el calendario litúrgico:
Te presentarás, en compañía de los ancianos de Israel, ante el
rey de Egipto, al cual hablaréis así: 'Concédenos ir a tres días de
camino en el desierto para sacrificar allí a Yahvé nuestro Dios".
Bien sé yo que el rey de Egipto no os dejará partir... (Ex., 3,
18-19).
En cambio, cuando el pueblo elegido entra en Canaán, vuelve a
encontrar unas costumbres agrícolas con las que se siente
perfectamente compenetrado. Costumbres que se hallan
generalizadas incluso fuera de la tierra de Canaán, si bien resulta
difícil comprender sus características esenciales sin consultar la
Biblia, que es, a fin de cuentas, el documento más importante de
cuantos poseemos alusivos a las fiestas agrícolas de todo el
Antiguo Oriente. Los detalles propios de las fiestas agrícolas
paganas aparecen señalados en nuestra investigación bíblica
ulterior. Por el momento, hemos de limitarnos a presentar un ligero
esbozo.
Ante todo, hay que tener presente que, para el momento en que
Israel entra en la Tierra Prometida, el sincretismo ha fusionado ya
algunas fiestas. Y así las dos fiestas agrícolas principales se sitúan
una en el primer mes -la fiesta de la primera gavilla de cebada- y la
otra en el séptimo -la fiesta de la cosecha-. Habrá otra tercera fiesta
menos importante por el momento: la del tercer mes, cuando se
ofrece la primera gavilla de trigo. Colocando las dos grandes fiestas
agrícolas en los meses primero y séptimo, se vuelve al antiguo ritmo
astronómico en el que esos dos meses, particularmente el séptimo,
tenían una importancia excepcional. No cabe duda de que las
fiestas agrícolas y las fiestas astronómicas del Año Nuevo van a
cambiar sus características, desembocando en un sincretismo que,
ya ha adquirido forma en el momento en que Israel entra en
Canaán. Ese sincretismo es importante desde nuestro punto de
vista, porque fusiona varios elementos de origen agrícola con los de
orden nómada que son los elementos astronómicos. Ya veremos
cómo, al fusionar tales elementos, los hebreos no procedieron del
mismo modo.
Hay que señalar otra característica de estas fiestas agrícolas:
están orientadas hacia la siega o hacia la recolección de los frutos.
Son esencialmente fiestas de la riqueza. El campesino, que es el
obrero típico de la época, hace el balance de la productividad de su
trabajo, almacena cuantiosas riquezas y se regocija de su felicidad
asegurada y de la fecundidad de una naturaleza que le ha sido
dócil. Reconoce también, al mismo tiempo, que su baal, dios de las
fuerzas de la naturaleza, interviene en esa fecundidad y le ofrece,
en señal de acción de gracias, las primicias de tales riquezas. Y
llega a concebir las cosas con más profundidad: por haber
participado de la fecundidad de su dios, le ofrece en el templo un
banquete, mediante el cual repartirá con su dios, en un sacrificio de
comunión, los frutos de esa fecundidad. En efecto, una
característica de estas fiestas, especialmente de la del séptimo
mes, es que se prolongan en banquetes, embriagueces,
diversiones y bailes sin cuento, donde la cuantía de los alimentos
responde a las riquezas obtenidas. Conviene tomar nota de
semejante expresión de riqueza y de ruidosa acción de gracias para
comprender mejor la espiritualización que en todo esto llevará a
cabo la teología de Israel.
Si tuviéramos que traducir a lenguaje moderno la mística (!) que
preside estas fiestas, diríamos que cantan el gozo del hombre al
poseer la tierra con su trabajo, al saberse dueño de la naturaleza,
logrando de ella su felicidad mediante una participación real en la
obra fecundante de la divinidad. En estas fiestas antiguas tenemos
casi una "teología del trabajo".
2. LA FIESTA DE LA PRIMERA GAVILLA
Advirtamos algunas características particulares de cada una de
dichas fiestas agrícolas. La primera, la del primer mes, consiste
esencialmente en ofrecer a la divinidad la primera gavilla de cebada
segada en los campos. Una fiesta relativamente más sobria que la
del séptimo mes, debido a que las faenas del campo corren prisa y
no hay tiempo para gastar una semana en diversiones, como en el
séptimo mes. Con la fiesta del el primer mes está relacionado un rito
muy curioso: el del pan sin levadura. Ya hemos visto cómo, con
ocasión del Año Nuevo, se procuraba limpiar el templo de toda
impureza y de todo lo que pudiera recordar el año anterior,
definitivamente muerto e incapaz de ejercer influencia alguna sobre
el nuevo año. El origen del pan sin levadura ha de buscarse,
probablemente, en ese mismo orden de ideas. Es sabido que la
levadura se fabricaba por entonces a base de harina fermentada.
Pero, una vez que se dispone de harina nueva ¿cómo añadirle
levadura hecha con harina de la cosecha precedente? Sería
mezclar los "espíritus", como dirían los bantúes de nuestros días.
No habrá, pues, más remedio que resignarse a comer pan sin
levadura hasta que fermente la nueva harina y procure así nueva
levadura; y se tendrá gran cuidado en arrojar de casa todo resto de
levadura antigua, como hacen hoy día los niños de las familias
judías practicantes.
3. LA FIESTA DE LA GAVILLA DE TRIGO
La segunda fiesta permaneció largo tiempo en penumbra, de
suerte que sólo aparecen algunas escasas alusiones en el mundo
pagano de la época. Era la fiesta en que se ofrecían en el templo
las primicias del trigo, algún tiempo después del ofrecimiento de la
primera gavilla de cebada. Es poco probable que en los orígenes
esta fiesta se celebrara exactamente en el tercer mes, y menos
probable todavía que tuviera lugar el quincuagésimo día después
del ofrecimiento de la gavilla de cebada: se trata de disposiciones
relativamente recientes y que tendremos ocasión de comprender
dentro del contexto espiritual del mundo judío.
4. LA FIESTA DE LA RECOLECCIÓN
Ya en época pagana, esta fiesta es la más importante del año.
Presenta, además, cierta ósmosis con la fiesta del Año Nuevo en el
séptimo mes. Para facilitar las faenas de la recolección y de la
vendimia, era costumbre abandonar las sólidas moradas
tradicionales para albergarse en frágiles chozas, construidas a
propósito para proteger a los obreros durante la época de los
trabajo en los campos. Ello permitía ganar tiempo. Y así es
verosímil que los banquetes y las diversiones de la fiesta agrícola
del séptimo mes se celebraran en este marco de chozas
apresuradamente construidas.
E.-UN RITO MÁGICO NÓMADA
Antes de cerrar la enumeración de las principales fiestas paganas
del Antiguo Oriente, hemos de señalar un rito mágico de los
nómadas de aquellos tiempos. Un rito que se efectúa en cualquier
momento del año, que no se encuentra centrado en ninguna fiesta
concreta ni tiene, por lo demás, alcance cultual, sino meramente
mágico. Se trata de la costumbre de degollar un cordero y derramar
su sangre sobre los postes de la tienda para preservar a sus
habitantes de un cataclismo o de una epidemia. Gesto mágico,
desde luego, pero absolutamente clásico y corriente en numerosas
religiones primitivas. Lo encontramos en la actualidad entre muchas
tribus de beduinos y en ciertos clanes bantúes. El cordero no sirve
necesariamente de comida; de todos modos, el banquete en que se
emplea no tiene ningún alcance religioso: es la sangre lo que sirve
de preservativo e impide la invasión del espíritu maligno y del ángel
exterminador. Debemos subrayar especialmente que este rito no
está ligado, de momento, a ninguna fiesta particular, sino que se
practica en cualquier tiempo del año, según los peligros que se
juzgan inminentes.
F.-CONCLUSIÓN
Hemos esbozado un brevísimo estudio de los preludios paganos
del año Iitúrgico judío, Iimitándonos a recoger las enseñanzas que
nos proporcionan las obras de los especialistas, sin llegar hasta las
fuentes originarias. Se trataba tan sólo de situarnos en el medio
ambiente en que habrá de verificarse el esfuerzo de
espiritualización por parte de los hebreos. De hecho, al interesarnos
exclusivamente por las fiestas y los ritos destinados a tener
repercusión en la religión judía, hemos podado y "espiritualizado"
singularmente la religión pagana de Sumer o de Canaán, puesto
que no hemos tenido en cuenta las fiestas directamente idolátricas,
que ocupaban un lugar considerable en el calendario de la época.
Es ya un punto en favor de Israel haber sabido escoger, en el
amplio patrimonio común al Antiguo Oriente, lo que era susceptible
de expresar su religión particular.
En cuanto al contexto general que caracteriza las fiestas que
acabamos de enumerar, podríamos decir que se define por un
movimiento de fusión entre las fiestas de ritmo nómada y las fiestas
de ritmo agrícola. Esa fusión se consuma en los pueblos
sedentarios al tiempo en que Israel se retira de la vida nómada para
instalarse en unas tierras que habrá de cultivar como agricultor. Al
ritmo nómada pertenecen las fiestas de las neomenias y del Año
Nuevo, así como el rito del cordero degollado. Al ritmo agrícola
pertenecen las fiestas de la ofrenda de las primicias de la siega y la
recolección, con las diversiones consiguientes. Queda todavía otro
ritmo, mas artificial: el ritmo septenario de los días nefastos.
Es probable que esta fusión entre fiestas nómadas y fiestas
agrícolas no se haya visto libre de dificultades en el mundo judío.
Así lo prueban las reacciones de Israel ante las fiestas agrícolas de
Canaán. Es evidente que las fiestas nómadas son mucho más
sobrias que las agrícolas. Ello hace que las primeras sean más
fácilmente espiritualizables.
No es imposible que en el viejo relato de Caín y Abel tengamos,
por encima de los significados de que se ha ido cargando a lo largo
de relecturas bíblicas posteriores, una muestra de esa oposición
entre ritos y fiestas nómadas y agrícolas, y que el relato haya
servido en algún momento como expresión de la voluntad de Dios,
manifestada en forma de "concurso" entre las dos especies de
sacrificio, concurso que gana el sacrificio de tipo nómada:
Abel fue pastor y Caín cultivaba la tierra. Pasó el tiempo y
sucedió que Caín presentó productos de su tierra en ofrenda a
Yahvé, y Abel, por su parte, ofreció los primogénitos de su ganado
e incluso su grasa. Entonces Yahvé aceptó con agrado a Abel y su
ofrenda. Pero no aceptó a Caín y la suya... (Gn., 4, 2-5).
Sea cual fuere el ritmo, nómada o agrícola, de las fiestas
paganas, éstas revelan siempre un espíritu característico. El
espíritu nómada es tímido, tiene miedo del dios y procura aplacarlo.
Su fiesta es esencialmente un medio para ponerse de acuerdo con
el ritmo de la naturaleza, para acomodarse a ella lo menos mal
posible, para no turbarla con cualquier torpeza. En el caso de que
la naturaleza se alce contra él, emplea el rito de la sangre
protectora, que le pone al abrigo del mal. El agricultor, por el
contrario, está más seguro de sí: celebra su propio trabajo y lo
presenta con orgullo ante su dios. Es rico, mientras que el nómada
parece más pobre. Mientras el nómada procura sintonizar con las
leyes de la naturaleza, el agricultor canta más bien la toma de
posesión de la naturaleza por su trabajo. El primero es pasivo, el
segundo activo. El primero será más introvertido, el segundo
necesitará expresiones, regocijos, danzas y holocaustos.
Se trata aquí de simples notas psicológicas que conviene no
tomar con excesivo rigor, so pena de que no correspondan a la
realidad de la época. Pero no es inútil, desde el comienzo de
nuestra investigación, procurar discernir las dos mentalidades,
nómada y agrícola, porque ellas serán, como veremos, los polos de
evolución de la liturgia judía y tendrán su repercusión incluso en el
marco de la liturgia cristiana.
THIERRY-MAERTENS
FIESTA EN HONOR A YAHVE
Cristiandad. Madrid-1964. Págs. 15-41