DE LAS FIESTAS JUDÍAS A LAS FIESTAS CRISTIANAS
A.-PRELIMINARES
FIESTAS-JUDIAS: Podemos elegir entre dos métodos de
exposición. O bien considerar todas las fiestas de un determinado
periodo, analizando su contenido y doctrina, para pasar después a
otros períodos al tiempo que se registran sus nuevas
características. O bien considerar una sola fiesta, siguiendo su
evolución hasta el final, para pasar después a otra fiesta,
examinarla del mismo modo y no sacar conclusiones de conjunto
hasta terminar tales análisis. Nosotros preferimos el segundo
procedimiento. Es, en efecto, más fácil seguir el desarrollo de una
fiesta que analizar un período determinado. Las fiestas no han
evolucionado todas al mismo tiempo, y un período tal vez notable
para la espiritualizacion de una fiesta puede resultar bastante
retrasado en el significado de otra. El método que vamos a emplear
es, desde luego, más analítico, pero creemos que proporcionará
resultados más concretos y conclusiones más sólidas.
Un primer dato que debemos subrayar a propósito de las fiestas
litúrgicas judías es la extraordinaria fidelidad de Israel a los ritos y a
las fiestas humanas, con excepción de las fiestas típicamente
idolátricas. Veremos cómo la religión judía se va catalizando en
torno a unas fiestas recibidas del medio ambiente, sin añadir otras,
a no ser en la última época de su existencia (fiesta de la dedicación,
de los "purim", etc.). En otros términos, la religión revelada no
siente la necesidad de crear nuevos ritos o nuevas fiestas; se
contenta con asumir, purificar y espiritualizar progresivamente las
fiestas ya existentes en el plano humano. Esto habla en favor del
nexo de continuidad que se da entre la fiesta humana y la cristiana,
por más que exista una total originalidad de contenido: lo
sobrenatural y revelado no rompen con lo natural, sino que se
inscriben en una misteriosa continuidad hecha de superación y, por
tanto, de fidelidad.
El segundo dato que retendrá nuestra atención es el riguroso
proceso de selección a que son sometidas las fiestas humanas en
la liturgia judía: para que una de esas fiestas llegue hasta nosotros,
será necesario que logre superar la prueba de una serie de "tests"
cada vez más exigentes. ¿Será capaz de expresar la experiencia
nómada? ¿Será luego capaz de llevar sobre si el significado
histórico de la salvación de Dios? ¿Podrá, de algún modo, hacer
presente esa salvación, al menos en sus exigencias morales?
¿Será susceptible de contener la esperanza del pueblo en la
renovación escatológica de la salvación? ¿Podrá, finalmente, definir
la persona misma de Cristo, cumplimiento de la salvación mediante
la actitud de espíritu que El adopta ante la voluntad del Padre?
Nuestras fiestas cristianas han pasado con éxito por esta serie de
purificaciones. Y seria necesario que también nuestra actitud de
espíritu pasara por tales purificaciones para situarse al nivel de las
fiestas y alcanzar así su nuevo objetivo.
De la mano de estos hilos conductores, podremos seguir paso a
paso la evolución de las fiestas Iitúrgicas judías hasta su completo
desarrollo cristiano.
B.-LAS NEOMENIAS
1. EL DATO PAGANO
FIESTA-NEOMENIAS NEOMENIAS/FT-JUDIA: Es indudable que
el calendario judío primitivo tomó sin mas las neomenias de Sumer.
No poseemos muchas referencias acerca de esta costumbre, y son
pocos los textos que nos ofrecen una teología de dichas fiestas; no
obstante, podemos aprender bastante en los documentos de que
disponemos.
El texto más antiguo sobre la cuestión sitúa el episodio de la
huida de David -cuando se hallaba en la corte de Salomón- en el
contexto de una neomenia. He aquí los detalles más expresivos:
... Jonatán dijo a David: "¿Qué quieres que haga por ti?" David
respondió a Jonatán: "Mañana es el novilunio, y yo tendría que
comer con el rey, pero, tú me dejarás partir y yo me esconderé en
el campo hasta la tarde. Si tu padre nota mi ausencia, le dirás:
'David me pidió insistentemente permiso para llegarse a Belén, su
ciudad, porque allí se celebra el sacrificio anual por todo el clan. Si
te dice: 'Está bien', tu siervo se encuentra a salvo; pero, si se
enfada, es que ha decidido mi pérdida"... David se escondió en el
campo. Llegado el novilunio, el rey celebró el convite. Se sentó en el
lugar de costumbre, frente a la pared, y Jonatán se puso enfrente;
Abner se sentó al lado de Saúl, y el puesto de David quedó vacío.
Sin embargo, Saúl no dijo nada aquel día; pensó: "No estará puro".
Al día siguiente del novilunio, el segundo día, continuó vacío el
puesto de David, y Saúl dijo a su hijo Jonatán: "¿Por qué el hijo de
Isaí no ha venido a comer, ni ayer ni hoy?" Jonatán respondió a
Saúl: "David me pidió insistentemente permiso para ir a Belén. Me
dijo: 'Déjame ir, por favor, porque tenemos un sacrificio de clan en
la ciudad, y mis hermanos me han pedido que vaya... (1 Sm., 20,
1-29).
En este texto podemos señalar varios indicios. La celebración del
novilunio está dominada por dos ritos esenciales: una comida que
se repite dos días seguidos y supone cierto ceremonial -a juzgar
por los puestos reservados a los comensales-, a la vez que exige un
estado de pureza legal, lo cual explica a los ojos de Saúl la
ausencia de David el primer día. Y la ofrenda de un sacrificio
clánico, al cual se dice que ha asistido David.
La comida a que se alude es probablemente un banquete de
comunión con Dios, celebrado quizá en su templo. El ceremonial no
ha debido de cambiar mucho desde la época pagana, fuera de que
ahora se celebra "en honor de Yahvé" en lugar de realizarse en
comunión con el misterio hierogámico. Esta purificación de los
elementos por parte del monoteísmo es ya importante, pero la
estructura de la ceremonia ha permanecido pagana, y es fácil
imaginar que, a pesar de la pureza ritual exigida para tomar parte
en tales banquetes, éstos terminaban con frecuencia en excesos
totalmente ajenos a la religión. Excesos que son la única nota
característica reflejada en los textos proféticos sobre las
neomenias, unánimes en condenar las exageraciones y el
formalismo. Recordemos algunas invectivas características de los
profetas del siglo VIII:
Cuando venís a presentaros ante mí,
¿quién os invitó a hollar mis atrios?
Dejad de traer ofrendas inútiles:
¡su humo me asquea!
Novilunios, sábados, asambleas...
no resisto más fiestas ni solemnidades.
Vuestros novilunios y peregrinaciones
los detesto con toda mi alma.
son un peso para mi
y estoy harto de soportarlos.
... Quitad vuestra maldad de mi vista,
¡Dejad de hacer el mal!
... Si os decidís a obedecer,
comeréis los frutos de la tierra.
Si os obstináis en la rebelión,
seréis devorados por la espada.
Is., 1, 12-20.
Resulta de este texto que el novilunio, entre otras ocasiones, es
un día en que se "hollan los atrios del templo" para ofrecer
sacrificios. El profeta propone una espiritualización: que el sacrificio
sea la señal de una conversión del corazón.Fijémonos en el último
versículo, que alude al objeto pagano de la fiesta: la neomenia se
celebraba para asegurarse el desarrollo normal del ritmo de las
estaciones y la fecundidad de las tierras y de las cosechas (
...comeréis los frutos de la tierra). Este ritmo dependerá ahora de la
conversión del corazón.
El profeta Amós presenta una invectiva semejante al describir la
impaciencia de los ladrones porque termine el descanso de la
neomenia, para poder ellos reanudar sus fraudulentas actividades:
Los que decís: "¿Cuándo pasará el novilunio, para que podamos
vender nuestro trigo, y el sábado, para que abramos el granero?"
Am 8, 5.
Tanto en este pasaje como en el anterior, se ve el nexo
ideológico entre las neomenias y los frutos de la tierra: las
neomenias deberían ser el día de acción de gracias a Dios por el
ritmo de la naturaleza. Pero el hombre se muestra tan preocupado
por aprovechar ese ritmo que se olvida de dar gracias.
El profeta Oscas es realmente expresivo:
No quiso reconocer
que era yo quien le daba
eI trigo, el mosto y el aceite,
quien le regalaba esa plata y ese oro
con que ha construido Baales.
Por eso, recuperaré mi trigo a su tiempo
y mi mosto a su sazón...
Haré cesar todas sus diversiones,
sus fiestas, sus neomenias, sus sábados,
todas sus solemnidades. Os., 2, 10-13.
Es interesante subrayar que en Oseas, lo mismo que en Isaías, la
sanción que Dios impone contra la celebración formalista de las
neomenias consiste fundamentalmente en la ruptura del ritmo
normal de las cosechas: "Recuperaré mi trigo a su tiempo ... si os
decidís a obedecer, comeréis los frutos de la tierra". Esto parece
indicar que, todavía poco antes del destierro, las neomenias
celebraban el ritmo regular de la naturaleza, asegurado por el curso
regular de la luna; celebraban el perfecto acuerdo del hombre con
los elementos del mundo. Pero es necesario, advierten los profetas,
que ese acuerdo exista también entre la voluntad obediente del
hombre y la voluntad de Dios.
2. NEOMENIAS Y NUEVA CREACIÓN
Las neomenias judías, como las neomenias paganas, vienen a
ser una especie de celebración del orden de la creación y de su
regularidad. Pero el período de fracaso del destierro manifestará el
semifracaso de ese orden de la creación: el hombre, con su
corazón de piedra, no es la imagen ideal de Dios; sera necesario
que Dios recree un hombre nuevo y le ponga un corazón de carne.
El pecado del hombre llega a viciar el proceso de las leyes de la
naturaleza. Y así tendrá lugar una nueva creación:
Crearé unos cielos nuevos y una tierra nueva, y ya no se
recordará lo pasado, no volverá a la memoria. Haya goza eterno y
eterna alegría por lo que voy a crear... Is., 65, 17-18.
Lógico consigo mismo, el Tercer Isaias, después de anunciar la
nueva creación, debe anunciar también un nuevo tipo de
neomenias que celebren mensualmente esa nueva creación:
Porque, así como los nuevos cielos y la nueva tierra que voy a
crear subsistirán ante mí, oráculo de Yahvé, así subsistirán vuestra
raza y vuestro nombre. De novilunio en novilunio y de sábado en
sábado, toda carne vendrá a prosternarse ante mi rostro, oráculo
de Yahvé. Is., 66, 22-23.
La nueva creación se caracterizará por una constante obediencia
de los corazones al plan de Dios y no ya por la simple obediencia
de los elementos exteriores a la providencia divina. Las neomenias
serán, por tanto, las señales de la sumisión del pueblo a la alianza y
los momentos de renovación de esa alianza. En este sentido,
podemos decir que el Tercer Isaías corona el movimiento de
espiritualización moralizadora fomentado por los profetas Isaías,
Amós y Oseas. Tal modificación de perspectivas explica quizá que
en lo sucesivo los textos asocien los novilunios a los sábados,
siendo unos y otros señales de la alianza que fundamenta la nueva
creación.
Los textos legislativos del periodo postexílico muestran cierto
interés por situar las neomenias en esta nueva línea, si bien son
bastante avaros en cuestión de detalles. Ezequiel, en su thora,
precisa que los días de novilunio se hará una excepción a la ley de
preservación de lo sagrado, abriendo una puerta en honor del
Príncipe, a través de la cual -pero guardándose de franquearla-
podrá el pueblo ver lo que se hace en el Templo y prosternarse
ante Yahvé (Ez., 46, 1-7). Esto es, sin duda, todo lo que queda del
antiguo banquete sagrado que el rey y sus invitados celebraban en
el Templo con ocasión de los novilunios. Prescripción que pasará
luego a la ley sacerdotal:
Al comienzo de vuestros meses, ofreceréis un holocausto a
Yahvé... Es holocausto ofrecido en aroma de suavidad, manjar
consumido por Yahvé... . Ese será, mes tras mes, el holocausto
mensual para todos los meses del año. Nm., 28, 11-15.
Así, pues, a pesar de los abusos que habían bastardeado la
celebración de las neomenias antes del destierro, los profetas no se
decidieron a condenarlas. Por el contrario, procuraron salvarlas
espiritualizándolas y transformándolas en fiestas de la nueva
creación en la fidelidad a la voluntad de Dios y la alianza. De ahí
que Nehemías no dude en incluir las neomenias en el calendario
festivo de la nueva comunidad de Jerusalén (Neh., 10, 33-34). Pero
no hay que admitir sin más que tales fiestas se mantuvieran, dentro
del nuevo plan espiritual, en el espíritu del pueblo.
Ya hablaremos más adelante de cómo, después del destierro, se
estableció un calendario perpetuo de tipo solar que ejerció notable
influencia en las etapas de la evolución de las fiestas judías. No
sería imposible que ese calendario hubiera tenido por efecto
relegar a la sombra las neomenias del calendario lunar. Y así, ya
antes de Cristo, una determinada corriente de espiritualidad habría
rechazado algunas fiestas que, por hallarse demasiado
directamente ligadas al plano astronómico, no eran capaces de
tomar parte en la evolución de las demás fiestas del calendario.
3. LIBERADOS DE LOS ELEMENTOS DEL MUNDO
Resumiendo la doctrina del Antiguo Testamento sobre las
neomenias, podríamos decir que las consideró en un principio como
un nexo entre el hombre y el ritmo regular del orden de la creación.
Las neomenias, podríamos precisar, son para el Antiguo
Testamento las fiestas de la alianza noáquica (Gn., 9, 11).El pueblo
judío no tuvo gran inconveniente en celebrar esas fiestas a la
manera de los paganos; sin embargo, procuró espiritualizarlas
progresivamente, primero por su afán de incorporarlas a un culto
exclusivamente monoteísta, después por un deseo de sinceridad
moral al tomar parte en las fiestas y, finalmente, por un propósito de
convertir las neomenias en señales de la nueva creación en los
corazones y las voluntades.
No obstante, cuando esta nueva creación se haya puesto
realmente en marcha, en el Nuevo Testamento, ya no se podrá
hablar de neomenias. Dos textos clarísimos de San Pablo las
declaran abrogadas; vale la pena que nos detengamos en su
argumentación:
Mientras el heredero es un niño..., permanece bajo el régimen de
tutores y curadores hasta la fecha señalada por el padre. También
nosotros, durante nuestra infancia, estuvimos sometidos a los
elementos del mundo. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos,
Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para
conferirnos la adopción filial... De manera que ya no eres esclavo,
sino hijo; hijo y, por tanto, heredero por la gracia de Dios... Y ahora
que habéis conocido a Dios, o mejor, que Dios os ha conocido,
¿cómo volver todavía a esas elementos sin fuerza ni valor, a los
cuales de nuevo, como antaño, queréis sujetaros? ¡Observar días,
meses, estaciones, años! Temo haberme fatigado inútilmente por
vosotros. Ga., 4, 1-11.
Por tanto, según Pablo, mientras el hombre estaba sometido a los
"elementos del mundo" que son los astros -entiéndase: mientras
pertenecía al orden de la creación natural-, podía "observar los
meses" (es decir, las neomenias). Pero se ha producido un cambio
ontológico: el hombre ya no es simplemente un hombre, sino que se
ha convertido en un nuevo ser, en hijo de Dios, perteneciente a una
nueva esfera de la creación que escapa a las leyes y a los
elementos de la creación antigua. Volver a la práctica de las
neomenias, sobre todo en un mundo pagano que no ha sido tocado
por la espiritualización de las fiestas en Israel, equivaldría a negar el
cambio operado en nosotros a partir de Cristo; equivaldría a tratar
con los esclavos cuando se ha pasado a ser hijo de una ilustre
familia.
Una argumentación semejante aparece en otra carta de San
Pablo:
Por tanto (porque Cristo ha venido a ser cabeza de los hombres y
también de los ángeles que controlan los astros), que nadie se
atreva a criticaros por cuestiones de alimento o bebida, o en
materia de fiestas anuales, de novilunios o de sábados. Todo eso
no era sino sombra de las cosas futuras, pero la realidad es el
cuerpo de Cristo. Que nadie venga a privaros de él,
complaciéndose en humildes prácticas ... ; este tal no está unido a
la Cabeza, de la que todo el cuerpo recibe alimento y cohesión, por
las coyunturas y los ligamentos, para hacer realidad el crecimiento
en Dios. Col., 2, 16-20.
No es ya el "crecimiento" de la luna lo que hemos de celebrar,
sino el "crecimiento" del Cuerpo de Cristo, que recibe de su Cabeza
alimento y cohesión.Y Pablo concluye admirablemente:
Una vez que habéis muerto con Cristo a los elementos del
mundo, ¿por qué os dejáis someter, como si vivierais todavía en
este mundo?
El tema de la libertad cristiana forma el substrato del pensamiento
de San Pablo: Cristo nos ha librado del pecado, pero también de la
ley y de los elementos del mundo; y así las neomenias, que
pudieron ser la celebración del ritmo regular de esos elementos del
mundo, que pudieron ser incluso expresión de la esperanza en una
nueva creación, se muestran absolutamente incapaces de significar
esa libertad, puesto que suponen nuestra esclavitud a los
elementos del mundo, al cual ya no pertenecemos totalmente.
Asistimos, pues, a una "espiritualización selectiva", como,hemos
dicho antes: algunas fiestas pudieron seguir durante algún tiempo
ese proceso de espiritualización y adaptarse a sus exigencias, pero
llega un momento en que se demuestran incapaces de cambiar el
contenido de su significado; entonces no tienen más remedio que
desaparecer. Una ley fundamental de la constitución de la nueva
liturgia cristiana será la de tomar del orden de la creación sus
fiestas y ritos, pero precisamente en la medida en que se muestran
capaces de expresar nuestra libertad con respecto a esa creación.
Una fiesta de la creación que no sea capaz de expresar también la
nueva creación en la libertad de los hijos de Dios no tiene cabida en
la liturgia cristiana. Lo que hemos de celebrar no es el crecimiento
de los elementos naturales, sino el crecimiento del Hijo de Dios en
nosotros, en la persona de Cristo.
C.-EL AÑO-NUEVO
FIESTA-AÑO-NUEVO AÑO-NUEVO/FT-JUDIA: El Año Nuevo no
es sino una neomenia más solemne que las otras. ¿Logrará
entonces subsistir cuando las demás han fracasado, o bien podrán
sus características ser asumidas en el orden nuevo hasta el punto
de subsistir en él con otro significado? A esta pregunta
procuraremos responder en el presente párrafo. Pero advirtamos
de antemano que, ya en el mundo pagano, la fiesta del Año Nuevo
se fusionó con la fiesta de la recolección en el séptimo mes. De ahí
que algunos elementos de estas fiestas aparezcan adheridos ora a
la fiesta del Año Nuevo ora a la de la Recolección. Por tanto, la
selección que hagamos aquí de los elementos del Año Nuevo no
será necesariamente exhaustiva. El lector hallará los complementos
oportunos en el párrafo siguiente. De momento, nos limitaremos a
los elementos característicos del primer día del séptimo mes. Estos
elementos aparecen en dos importantes pasajes del Antiguo
Testamento: Nm., 29, 1-6 y Lv., 23, 23-25.Téngase en cuenta que
se trata de dos textos muy tardíos: su composición definitiva es
posterior al destierro, sea cual fuere el material anterior que
elaboraron. El hecho es que algunos historiadores serios formulan
la hipótesis de que el Año Nuevo no existió como entidad autónoma
hasta después del destierro. Hasta entonces abría estado
englobado de manera general en "la" fiesta del séptimo mes, de la
cual hablaremos en el párrafo siguiente.Tarea de los sacerdotes
habrá sido destacar la fisonomía propia de cada uno de los ritos,
repartiendo mejor sus tiempos y significados. Sería, por tanto, fruto
de la reforma sacerdotal la división de la antigua fiesta de la
recolección en tres momentos distintos: fiesta de las aclamaciones o
del Año Nuevo, el primer día; fiesta de la expiación, el décimo; fiesta
de los Tabernáculos, del decimoquinto al vigésimo segundo.
1. EL DÍA DEL CLAMOR
La Biblia y la Mishna están de acuerdo en presentar el primer día
del séptimo mes como el día "de las aclamaciones", o "de los
clamores", o de las "trompetas". Sería de desear que las versiones
bíblicas presentaran un vocabulario en armonía para dar cuenta de
este día. Parece ser que, primitivamente, se trataba de un toque de
trompeta (teru'a). Estos instrumentos anunciaban la aparición de la
luna nueva a todos los habitantes de la ciudad, para que nadie se
equivocara en calendario o cómputo. Por lo demás, el uso de
trompetas era habitual en todas las fiestas litúrgicas (cfr.Nm., 10,
10), pero en el momento de comenzar el año nuevo tomaba un
significado mucho más importante. Los medios experimentales de
que por entonces se disponía para medir el tiempo estaban sujetos
a probable errores. El Talmud consagra todo un tratado a los
medios de descubrir la aparición de la luna nueva y de ir a
comunicarlo a los ancianos o a los sacerdotes, para que ellos
tomen sobre si la responsabilidad de tocar las trompetas.
Tan pronto como oían el toque de trompeta, los judíos se
entregaban a innumerables clamores para recibir un poco
ruidosamente al nuevo año. Por los "clamores" que caracterizan
esta fiesta en algunas versiones bíblicas hay que entender a la vez
los toques de trompeta y las aclamaciones de la muchedumbre.
En el punto de partida, aparece un rito totalmente humano para
designar el tiempo y comunicarlo oficialmente a los ciudadanos en
forma acústica. Los textos sacerdotales se sitúan claramente en
esta línea:
El séptimo mes, el primer día del mes, tendréis una asamblea
santa; no haréis obra servil alguna. Este será para vosotros el día
de los clamores. Nm., 29, 1.
El séptimo mes, el primer día del mes, tendréis día de descanso,
anuncio con clamor, asamblea santa. No haréis obra servil alguna y
ofreceréis un sacrificio a Yahvé. Lv., 23, 23-24.
No podemos, sin embargo, limitar el significado religioso del día
de los clamores al simple aspecto de proclamación oficial de una
etapa nueva en el tiempo. La teru'a tiene en Israel un sentido muy
concreto, que hemos de tener en cuenta.
La teru'a, en efecto, fue primitivamente el fuerte clamor, como el
fragor del trueno, que acompañaba al arca de Yahvé-guerrero en
sus victorias: grito de guerra característico de los hebreos, que
llega a sacudir los muros de Jericó (tal es su fuerza) (Jos., 6, 5-21;
7, 16-22). De clamor guerrero, la teru'a pasó a ser también clamor
religioso dirigido al arca de la alianza como sede de Yahvé-Rey (1
Sm., 17, 20; 4, 5-8; 2 Sm., 6, 15; Nm., 23, 21). Varios salmos aluden
a esta aclamación litúrgica que acompaña a las procesiones de
entronización de Yahvé:
Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con voces de júbilo.
Porque Yahvé, el Altísimo, es temible,
gran Rey de toda la tierra.
... Dios sube entre clamores,
Yahvé entre toques de trompeta:
tocad por nuestro Dios, tocad;
tocad por nuestro rey, tocad. Sal., 47, 1~7.
Gritad de júbilo por Dios, nuestra fuerza;
aclamad al Dios de Jacob.
Iniciad el concierto, tocad el címbalo,
la dulce arpa y la lira;
tocad la trompeta en el nuevo mes,
en el plenilunio, nuestra fiesta. Sal., 81, 2-4.
Este último texto es particularmente interesante porque asocia el
tema real de las trompetas y los clamores a la fiesta del Año Nuevo
e incluso a todas las neomenias. Y así el rito de los clamores del
primer día del séptimo mes no es ya un simple rito que tiene por
objeto regular el tiempo, sino una manera de afirmar la realeza de
Yahvé sobre ese tiempo. En esto consistirá la espiritualización del
día de los clamores emprendida por Israel: en hacer que el día del
Año Nuevo signifique la entronización de Yahvé, ante quien huyen
todos los enemigos como huían los adversarios ante el arca de la
alianza.
2. EL ANUNCIO DEL NUEVO EÓN
El Nuevo Testamento ha mostrado más respeto por el "día de los
clamores" que por los demás días de neomenias. Tal actitud
merece que nos detengamos a examinar sus factores.
Un primer testimonio es el de San Lucas, quien advierte estos
"clamores" en la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén
Ya se acercaban a la bajada del monte de los Olivos cuando, en
su alegría, toda la muchedumbre de los discípulos comenzó a
alabar a Dios con fuertes voces por todos los milagros que habían
visto. Lc., 19, 37.
Ya veremos, en el párrafo siguiente, cómo esta entrada de Cristo
en Jerusalén fue, tanto para él como para sus discípulos, una
verdadera celebración de la fiesta del séptimo mes: los clamores del
gentío responden claramente a los clamores de la liturgia del Año
Nuevo para anunciar la inauguración del año entrante, un año que
no se renovará, que no tendrá fin, un año de gracia del Señor que
desembocará directamente en la eternidad. De este modo, el
auténtico Año-Nuevo-cristiano no es el ciclo regular de doce
meses: nosotros estamos fuera del ritmo cíclico de la creación.
Nuestro nuevo año comienza con la presencia en la tierra del
primogénito de toda criatura, que siembra entre nosotros su semilla
de eternidad e inmortalidad.
Por eso, ya no resuenan los "clamores" en la liturgia de la Iglesia.
Resonarán de nuevo, sin embargo, cuando el Año Nuevo de la
economía divina y eterna desemboque realmente, plenamente, en
el "Día del Señor". Las "trompetas" y los "clamores" tienen gran
relieve en la apocalíptica inaugural de la eternidad:
Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol
se oscurecerá, la luna perderá su resplandor, las estrellas caerán
del cielo y las potencias de los cielos se tambalearán. Y entonces
aparecerá en el cielo, la señal del Hijo del hombre... Él enviará a
sus ángeles con una trompeta sonora para reunir a sus elegidos de
los cuatro Puntos del horizonte, de un extremo del cielo hasta el
otro. Mt., 24, 29-31.
Subrayemos en este texto la manifiesta alusión a la caducidad de
los "elementos del mundo" que proporcionaban materia para la
celebración de las neomenias y del Año Nuevo antiguos: sol, luna y
estrellas perderán su luz. Pero con ellos no desaparecen las
trompetas, sino que convocan a los elegidos para la inauguración
de un nuevo año sin fin.
La "trompeta" tendrá a su cargo anunciar el día del Señor:
Porque él mismo, el Señor, a la señal dada por la voz del
arcángel y la trompeta de Dios, descenderá del cielo... En cuanto al
tiempo y a las circunstancias, no necesitáis, hermanos, que os
escriba. Vosotros sabéis perfectamente que el Día del Señor llega
como un ladrón en plena noche... 1 Tés., 4, 16-5, 2.
San Juan anticipa una descripción muy minuciosa de la fiesta de
los clamores que precederá a la inauguración de la eternidad. El
vidente oye el anuncio de siete trompetas (Ap., 8-11), y el sonido de
la séptima es seguido del clamor de los elegidos:
Y el séptimo ángel tocó... Entonces, en el cielo, unas voces
clamaron: "La realeza del mundo ha sido ganada para el Señor y
para su Cristo; él reinará por los siglos de los siglos"... Entonces se
abrió el Templo de Dios, en el cielo, y apareció su arca de la
alianza, en el Templo; luego hubo relámpagos y truenos. Ap., 11,
15-19.
Así pues, la antigua teru'a que acompañaba al arca aparece
nuevamente descrita en torno al arca nueva, presente en el cielo,
acompañada de truenos y de toques de trompeta: el Año Nuevo
definitivo ha comenzado y nunca terminará.
Esto significa que, en el Nuevo Testamento, asistimos no a una
simple proscripción de la fiesta del Año Nuevo, sino a su
desplazamiento hasta la era escatológica. No celebramos el Año
Nuevo, porque al cristiano, liberado de los elementos del mundo, no
le interesa el ritmo regular de los años y porque la Iglesia pertenece
ya a un Año que no tiene fin. No obstante, se celebrará una vez
más el "día de los clamores" cuando, no sólo en esperanza, sino en
plena luz y en totalidad, se inaugure definitivamente el Año Nuevo
eterno. Entonces serán necesarios nuestros clamores para
derrumbar los muros de la Jericó del mal y proclamar, en torno al
Arca de la Alianza, la entronización eterna del Señor.
Hay, pues, algunas fiestas que no han sido totalmente
suprimidas, sino que, en cierto modo, están en suspenso hasta que
su nuevo objeto, totalmente espiritualizado, se haga definitivamente
real. Según esto, la fiesta judía sirve de elemento básico para la
elaboración de la escatología cristiana.
D.-LA FIESTA DE LA RECOLECCIÓN
O FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS
1. PRELIMINARES
FIESTA-RECOLECCION: FIESTA-TABERNACULOS: Las fiestas
que primitivamente pertenecían a lo que hemos llamado el ritmo
astronómico no han pasado al cristianismo, a pesar de los
esfuerzos de espiritualización llevados a cabo por la religión judía.
Si una de ellas, la del Año Nuevo, no ha sido totalmente rechazada
por el Nuevo Testamento a causa de su simbolismo escatológico,
tampoco se halla ausente de la liturgia cristiana.
Vamos a examinar ahora las tres fiestas de tipo agrícola: la fiesta
de la recolección en el séptimo mes y las dos de ofrenda de las
gavillas en los meses primero y tercero. Los resultados serán más
positivos, ya que dos de esas tres fiestas figuran en el calendario
cristiano, si bien a costa de una profunda espiritualización.
Precisamente, lo que intentaremos determinar son las leyes de
esa espiritualización: ¿a qué se debe que una fiesta humana pueda
llegar a ser cristiana? Si las fiestas astronómicas no han hallado
cabida en un calendario de hombres liberados del ritmo de la
creación, ¿que se requiere para que unas fiestas nacidas del
trabajo agrícola puedan merecer su incorporación a un calendario
cristiano? ¿Por qué una fiesta agrícola concreta, como la de la
recolección, no ha sido incorporada, mientras que si lo han sido
otras fiestas análogas?
Quizá nos sea posible, después de precisar esas leyes, decir lo
que debería ser una catequesis de nuestras fiestas y de nuestros
ritos para que estos aparecieran realmente en su formalidad
cristiana específica. Sin duda, también nos será posible determinar
el tipo de cultura -agrícola, nómada, obrera, burguesa, etc-
incorporada por el rito y descubrir las razones de ello. Podremos,
en fin, a propósito de cualquier rito humano de nuestros días, ver la
manera de trasladarlo, si llega el caso, a una esfera cristiana; y, de
todos modos, podremos ver la serie de pruebas que debería
superar para merecer esa consagración.
2. DE LO AGRÍCOLA A LO NÓMADA
La fiesta de la recolección de los frutos y de la vendimia existe en
Canaán, el séptimo mes del año, ya para la época en que los judíos
se instalan en la región. Las poblaciones autóctonas han adoptado
un estilo de vida sedentario y agrícola, mientras que los judíos se
encuentran todavía prácticamente, en el estadio nómada.
Poseemos dos descripciones de la fiesta de la recolección en los
momentos de la invasión judía. Parece ser -al menos en el primer
caso- que se trata de fiestas propias de Canaán, no celebradas aún
por los judíos: está claro, si tenemos en cuenta que la fiesta es de
inspiración agrícola y que los judíos acaban de salir de su
nomadismo. En todo caso, es significativo que los judíos
aprovechen estas fiestas cananeas para atacar a las poblaciones
que las celebran. Señal de que ellos se consideran ajenos a esas
fiestas, sin duda porque no les recuerdan la espiritualidad del
desierto. Pero dejemos hablar a los textos:
Para burlarse de éI (de Abimelek), los notables (cananeos) de
Siquem colocaron emboscadas en lo alto de los montes y
desvalijaron a quienes pasaban cerca de ellos por el camino. Se lo
dijeron a Abimelek. Gaal, hijo de Obed, llegó a Siquem en compañía
de sus hermanos y ganó la confianza de los notables de Siquem.
Estos salieron al campo para vendimiar sus víñas: pisaron la uva,
organizaron festejos y entraron en el templo de su dios. Allí
comieron y bebieron y maldijeron a Abimelek... Al día siguiente,
salió el pueblo al campo, y Abimelek fue informado de ello. Tomó a
su gente, la dividió en tres grupos y se emboscó en los campos.
Cuando vio que el pueblo salía de la ciudad, cayó sobre ellos y los
hizo trizas... Tomando luego en su mano un hacha, cortó una rama
de árbol, la levantó y se la cargó al hombro diciendo a los que le
acompañaban: "Lo que me habéis visto hacer, hacedlo vosotros".
Entonces todos se pusieron a cortar cada uno una rama, echaron a
andar tras Abimelek y, amontonando las ramas junto al escondite
(donde estaban ocultos los notables de Siquem), les prendieron
fuego contra los que allí se hallaban. /Jc/09/25-49.
El pasaje no necesita muchos comentarios. Los siquemitas se
hallan ocupados en la vendimia y pasan unos días de regocijo.
Vemos aquí la mayoría de los elementos que constituyen la fiesta
pagana de la recolección: diversiones, banquetes sagrados,
estancia en el campo. Sólo falta la mención de las cabañas
provisionales levantadas para tal circunstancia. Incluso se alude a
las ramas de árbol cortadas que, seguramente, había que agitar
durante la fiesta, ceremonia que parodia el rey Abimelek para ruina
de sus enemigos. El episodio nos hace pensar que los judíos no
celebran todavía esta fiesta, puesto que la aprovechan para caer
sobre los participantes, parodiando en son de guerra uno de sus
ritos esenciales: cortar y trasladar ramas de árbol.
El segundo pasaje del Libro de los jueces es también explicito.
Los benjaminitas acaban de ser derrotados por las demás tribus,
debido a que habían mostrado su particularismo sectario en el seno
de la confederación tribal. Resultado de tal derrota es que sus hijas
han sido raptadas o asesinadas por los otros judíos y que las tribus
han jurado no darles sus propias hijas en matrimonio. Por tanto, los
benjaminitas han de hallar un medio de procurarse mujeres fuera
de las otras tribus. He aquí la artimaña de que se valen para
lograrlo:
Está cerca, dijeron (los miembros de las otras tribus), la fiesta de
Yahvé que se celebra cada año en Silo.Y dieron a los benjaminitas
esta orden: "Id y emboscaos en las viñas. Estad alerta y, cuando las
hijas de Silo salgan a bailar en coro, salid vosotros de entre las
viñas, llevaos cada uno a una de las hijas de Silo y marchad a tierra
de Benjamín"... Así hicieron los benjaminitas y, de entre las
bailarinas que se hablan llevado, tomaron un número de mujeres
igual al suyo, después se marcharon, volvieron a su heredad,
reconstruyeron sus ciudades y habitaron en ellas. Jc, 21, 19-23.
Los judíos emplean el mismo procedimiento que en Siquem:
aprovechan la fiesta de los habitantes de Silo (la alusión a las viñas
hace suponer que se trata de la fiesta de la vendimia) y un rito
particular de la fiesta -los bailes de las muchachas- para caer sobre
sus enemigos, probablemente demasiado cargados de bebidas y
cansados de banquetes para poder reaccionar inmediatamente.
Aquí también cabe pensar que ¡no todos los judíos celebraban esta
fiesta de tipo agrícola, que no tenía aún razón de ser en su vida
cultural.
Pero Israel no tardará mucho en incluir esta fiesta en el
calendario del pueblo. Ello tendrá lugar a partir del momento en que
los hebreos comiencen a tomar posesión de las tierras y a
cultivarlas después de haber expulsado a los primitivos ocupantes.
De hecho, los dos textos legislativos más antiguos de Israel
mencionan la fiesta de la recolección entre las fiestas del calendario
judío. Se celebra en el séptimo mes, de acuerdo con la costumbre
recibida de los paganos.
Tres veces al año guardarás fiesta en mi honor. Observarás la
fiesta de los ácimos... Observarás también la fiesta de la siega...,
así como la fiesta de la recolección, a fin de año, cuando recojas de
los campos el fruto de tus fatigas. Ex.,23, 14-16.
La fiesta de la recolección se celebraba, por tanto, a fines de
año. Nuestro mes de septiembre era por entonces el primer mes del
año, y era al principio de este mes o al final del anterior cuando
debía de tener lugar dicha fiesta. Los textos ulteriores serán mas
precisos al fijarla definitivamente el día decimoquinto del séptimo
mes.
La misma perspectiva se encuentra en un antiguo texto yahvlsta
donde la fiesta lleva todavía su viejo nombre pagano y agrícola de
"fiesta de la Recolección":
Celebrarás la fiesta de las... primicias de la siega del trigo y la
fiesta de la Recolección, al fin del año. Ex., 34, 22.
¿Quiere esto decir que los hebreos aceptaron el aspecto agrícola
de la fiesta? Es posible que los hebreos se contentaran en un
principio con adoptar pura y simplemente la fiesta agrícola. Pero
poco a poco se irá perfilando en el pueblo una reacción que
transformará la fiesta agrícola en fiesta nómada. A partir del
Deuteronomio, la transformación es un hecho consumado.
La costumbre agrícola pagana disponía que al tiempo de la
vendimia el pueblo habitara en cabañas provisionales. Era una
costumbre corriente que no tendría otro sentido particular sino el de
facilitar el trabajo permitiendo a los viñadores permanecer en el
campo de operaciones. Los dos antiguos relatos de los Jueces ni
siquiera aluden a tal costumbre, -ni en Siquem, ni en Silo. Tal vez
no se hallaba generalizada, o su sentido era por aquel entonces tan
corriente y funcional que no merecía la pena mencionarla. El hecho
es que esas cabañas van a proporcionar a los hebreos la ocasión
para una primera espiritualización de la fiesta: llegarán a ser, en el
Deuteronomio, el símbolo de las tiendas en que el pueblo habitó
durante su estancia nómada en el desierto. La importancia de este
rito de las cabañas aumenta hasta el punto de que la solemnidad
perderá su nombre agrícola de "fiesta de la recolección" para tomar
el nombre nómada de "fiesta de las cabañas" o "fiesta de las
tiendas" (o, como solemos decir, "fiesta de los tabernáculos").
Celebrarás la fiesta de los tabernáculos durante siete días,
cuando recojas el producto de tu era y de tu lagar. Te regocijarás
en la fiesta tú, tu hijo, tu hija, tu siervo y tu sierva, el levita y el
extranjero, el huérfano y la viuda establecidos en la ciudad. Durante
siete días harás fiesta a Yahvé tu Dios en el lugar escogido por
Yahvé; porque Yahvé, tu Dios, te bendecirá en todas tus cosechas y
en todas tus faenas, para que permanezcas lleno de alegría. Dt.,
16, 13-16.
Es claro que el conjunto de este pasaje está todavía orientado
hacia el contenido de la antigua fiesta agrícola: producto de la era y
del lagar, regocijo común, etc. La única modificación es que ha
cambiado el nombre de la fiesta.
La razón última de tal cambio aparece en una adición al
calendario del Levítico:
Habitaréis siete días en cabañas. Todos los habitantes de Israel
habitarán en cabañas, para que sepan vuestros descendientes que
yo hice habitar en cabañas a los hijos de Israel cuando los saqué
del país de Egipto.
Lv.23, 41-43.
Hemos tenido ocasión de indicar, a propósito de las fiestas del
mundo pagano, la fusión verificada entre las fiestas nómadas y las
agrícolas. En el mundo judío, por el contrario, no se trata,
propiamente hablando, de una fusión, sino de una transformación
de un rito agrícola en nómada. Ya tendremos ocasión de señalar
otras transformaciones de este tipo, manifiestamente intencionadas.
Incluso llegaremos a la conclusión de que, prácticamente, en el
mundo judío, no se mantuvo con su sentido agrícola ningún rito de
origen agrícola. Esto quiere decir que la liturgia judía (y luego la
cristiana) no asume necesariamente los ritos de una cultura dada.
Seria vano pretender que la liturgia asumiera todas las civilizaciones
y todas las culturas. Por el contrario, da testimonio de una cultura
concreta, que es preferida a todas la.s demás: la cultura nómada,
recuerdo de la estancia en el desierto, signo del estado pascual del
pueblo de Dios en marcha hacia el reino. La Iiturgia no congrega
gentes ya instaladas en la tierra, como el agricultor que está
clavado a su terruño, sino nómadas en perpetuo ir y venir, en
perpetua expectación, siempre insatisfechos de las condiciones
terrenas. Y si algunos ritos nacidos en otras culturas, como la
agrícola, han sobrevivido en la Iiturgia judía y después en la
cristiana, no ha sido por su sentido propio, sino por ciertas
características nómadas que les fueron sobreañadidas.
Vemos, pues, que la primera forma de espiritualización de la
fiesta de la recolección consiste en hacerla pasar del.plano agrícola
al nómada.Pero simultáneamente tiene lugar otra transformación,
también muy significativa: de ella hablamos en el párrafo siguiente.
3. DE LO NATURALISTA A LO HISTÓRICO
La espiritualización llevada a cabo por el movimiento
deuteronomista tiene otro sentido, cuya repercusión en la evolución
posterior de la liturgia es particularmente importante. EIigiendo
entre los diferentes ritos de la fiesta de la recolección el que le
parece más interesante para su propósito, el movimiento
deuteronomista añade al significado primitivo de las cabañas un
nuevo significado en relación con la historia del pueblo:
Para que sepan vuestros descendientes que yo hice habitar en
cabañas a los hijos de Israel cuando los saqué del país de Egipto.
Lv., 23, 43.
Así pues, por primera vez en la historia de la liturgia judía, un rito
de origen naturalista pierde este significado para expresar en lo
sucesivo un hecho histórico. La fiesta no simboliza ya el ritmo de la
naturaleza, sino el ritmo de la historia, de una historia guiada por la
mano de Dios. Es la primera vez que un rito resume en sí no una
simple determinante de la naturaleza, sino un acto libre y gratuito de
Dios. La norma de los ritos y las fiestas litúrgicas no es ya el ritmo
de la creación, sino la voluntad de Dios y sus intervenciones en el
mundo. Tal espiritualización es importante, puesto que transforma la
esencia misma del culto, el cual ya no es ante todo un acto religioso
del hombre con ocasión de un acontecimiento natural, sino un
resumen de un acto de Dios que el hombre conmemora y, en cierto
modo, renueva. Gracias a este salto al plano histórico, del cual
encontraremos pronto más ejemplos, Dios pasa a primer término,
puesto que El dirige la historia, y el hebreo que celebra la fiesta se
beneficia a su vez del acontecimiento histórico de antaño.
Esta referencia de la fiesta a la estancia en el desierto hará
desaparecer progresivamente el aspecto agrícola primitivo,
sustituyéndolo por un aspecto nuevo de recordatorio del desierto.
Uno de los efectos de esta espiritualización será desarrollar, en la
fiesta de los Tabernáculos, el elemento de renovación de la alianza
del desierto. Si se habita en cabañas para recordar la estancia en
el desierto, ¿no se hace esto, en último término, para renovar la
alianza con Dios y la fidelidad, continuamente comprometida, a su
plan? Precisamente en las páginas del Deuteronomio, a cuyo influjo
se debe la espiritualización de la fiesta, hallamos los documentos
que nos informan sobre esa renovación de la Alianza.
Cada siete años, tiempo fijado para el año de remisión, en la
fiesta de los Tabernáculos, en el momento en que todo Israel acuda
a presentarse ante Yahvé tu Dios, en el lugar que El elija, tú
pronunciarás esta ley a los oídos de todo Israel. Dt., 31, 9-13.
Y no es imposible que el Deuteronomio nos haya transmitido el
propio texto litúrgico de esta proclamación de la ley, en forma
litánica, interrumpida a cada artículo por la ratificación del pueblo:
Maldito sea el hombre que fabrica un ídolo esculpido o fundido,
abominación ante Yahvé, obra de manos de artesano, y la coloca
en un lugar escondido.
-Y todo el pueblo responderá y dirá: Amén
Maldito sea quien trata indignamente a su Padre o a su madre.
-Y todo el pueblo dirá: Amén.
Maldito sea el hombre que desplaza la linde de su prójimo.
-Y todo el pueblo dirá: Amén.
Maldito sea quien extravía a un ciego del camino.
-Y todo el pueblo dirá: Amén.
Maldito sea quien desprecia el derecho del extranjero, del
huérfano o de la viuda.
-Y todo el pueblo dirá: Amén.
Etc., etc. Dt., 27, 15-26.
Más tarde el tema de la renovación de la Ley se desplazará en
favor de la fiesta de Pentecostés, imprimiendo a ésta una alusión a
la estancia en el desierto que hasta entonces no había tenido. Pero
esto será el tema de otro párrafo.
Un nuevo ejemplo del paso de lo naturalista a lo histórico se
verifica, en las leyendas del judaísmo, a propósito de otro rito de la
fiesta del séptimo mes: las libaciones de agua. Ya hemos visto que
se trataba, probablemente, de un viejo rito pagano que invocaba la
fecundidad de la tierra por el don de la lluvia:se derramaba en el
suelo agua recogida de una fuente para suplicar la fecundidad
durante todo el año. Es, sin duda, un rito agrícola, y los hebreos
debieron de adoptarlo como tal. Pero en el judaísmo se opera una
transformación del contenido. El tratado Sukka (las tiendas, los
tabernáculos) del Talmud es particularmente rico en detalles a este
respecto: se iba procesionalmente a buscar el agua a la fuente de
Siloé, se llevaba al Templo y se la derramaba sobre el altar y sobre
el suelo, pidiendo la fecundidad para el año. Pero, precisamente en
aquel suelo del Templo, asomaba la desnuda roca del monte Sión.
Entonces se formó una leyenda en torno a esta roca: era la roca del
desierto, la que acompañó al pueblo en su periplo del desierto para
proporcionarle regularmente agua viva. Un eco sorprendente de
semejante leyenda lo tenemos en San Pablo:
Bebían, en efecto, de una roca espiritual que los acompañaba, y
esa roca era Cristo. 1 Cor., 10, 4.
Según esto, en el momento en que se derramaba el agua sobre
el suelo del Templo, se daba lectura al milagro de la roca de agua
viva: las libaciones venían a ser como una repetición del milagro del
desierto; el hecho histórico se sobreponga al significado natural de
la fecundidad, y la alusión a la experiencia nómada tomaba la
delantera al rito agrícola. Siguiendo por este camino, numerosos
exegetas han querido ver una espiritualización semejante en otros
temas secundarios de la fiesta, como la nube, la montaña, etc.
Tener en cuenta esos datos menores seria intentar una aventura
demasiado larga. Bástenos aquí haber señalado que el culto judío
no hizo sincretismo al apropiarse algunas fiestas paganas, sino que,
por el contrario, las incorporó a su propia experiencia de Dios en el
acontecimiento del desierto.
4. DE LO HISTÓRICO A LO ESCATOLÓGICO
El recuerdo de los antiguos acontecimientos del desierto se iba
desdibujando en el pueblo a medida que los hechos se iban
alejando en el tiempo y resultaban insuficientes para explicar un
presente catastrófico, sometido al pecado y la persecución.Se
asiste entonces al nacimiento de una corriente profética que
devolverá su interés a los acontecimientos del desierto a base de
proyectarlos hacia un cercano futuro escatológico. Las fiestas que
hasta entonces habían celebrado el recuerdo de los grandes
episodios del desierto, en lo sucesivo significarían, por encima del
recuerdo del pasado, la esperanza de que en el futuro tendrían
lugar unos episodios semejantes, que constituirían una liberación
más completa que la antigua. No es extraño, por tanto, que los ritos
de la fiesta del séptimo mes sean "repensados" en función de la
nueva situación que se prepara en la escatología. La fiesta se
convierte entonces en una especie de ensayo general, por medio
de los ritos, de lo que será la inauguración de la era mesiánica. Lo
comprenderemos rápidamente al ver qué dicen del simbolismo de
cada uno de los ritos los autores posteriores al destierro.
El rito de las libaciones de agua, como acabamos de ver, nació
en un contexto agrícola. La prehistoria de este rito consistió quizá
en una fiesta de otoño que celebraba la primera lluvia y que se unió
después a la fiesta de los Tabernáculos. Pero el rito se desarrolló
mas tarde en el contexto de la estancia en el desierto. Y
posteriormente el Segundo Isaias anuncia que tendrá lugar una
nueva estancia en el desierto, durante la cual brotarán fuentes de
agua viva en la estepa para saciar de felicidad al pueblo en
marcha:
Sobre los montes pelados
haré brotar ríos y fuentes en medio de los valles.
Transformaré el desierto en estanque
y la tierra seca en corriente de agua.
En el desierto pondré cedros,
acacias, mirtos y olivos.
En la estepa plantaré enebros,
plátanos y cipreses juntamente Is., 41, 18-19.
No es extraño, pues, que los comentadores hebreos de la
ceremonia de los tabernáculos vean en el rito de las libaciones no
sólo la antigua roca de agua, sino también la promesa de las aguas
vivas que serán derramadas en la era mesiánica. El paso definitivo
se da con Ezequiel y, más tarde, con Zacarías. Es significativa la
visión de la era mesiánica que presenta Ezequiel al meditar sobre el
rito de las libaciones de agua en la fiesta de los tabernáculos:
Me llevó (el ángel) a la entrada del Templo, y vi que salía agua de
debajo del umbral del Templo hacia el Oriente, porque el Templo
estaba vuelto hacia el Oriente. El agua descendía por debajo del
lado derecho del Templo, al mediodía del altar... El hambre se alejó
hacia el Oriente con el cordel que llevaba en la mano midió y mil
codos; entonces me hizo atravesar el curso de agua: me llegaba el
agua a los tobillos. Midió otros mil y el agua me llegaba a la cintura.
Midió otros mil: aquello era un torrente que yo no podía atravesar,
porque el agua había crecido hasta convertirse en río, un río
infranqueable... Me llevó y luego me trajo de nuevo a la ribera del
torrente. Y, cuando volví, observé que había muchos árboles en
ambas riberas. Me dijo: "Estas aguas van hacia el distrito oriental,
descienden al Arabá y se encaminan al mar; desembocan en el
mar, de suerte que las aguas de éste se tornan saludables. Por
donde pase el torrente, todo ser viviente que lo habita, vivirá. La
pesca será muy abundante, porque estas aguas van sanando por
donde pasan y la vida se desarrolla por donde va el torrente... Ez.,
47, 1-10.
Así, pues, el pequeño rito de libación del agua sobre el altar
llega a suscitar el nacimiento de un río paradisiaco que irá
sembrando vida por donde pase y será incluso capaz de sanear el
agua del mar. El río llevará en su seno una extraordinaria
abundancia de peces (cosa que los apóstoles comprobarán en la
pesca milagrosa) y hará nacer una infinidad de árboles de vida.
Podríamos decir que el tema agrícola subyace todavía a esta
descripción, pero es evidente que, incluso para Ezequiel, ese tema
agrícola no pasa de ser un símbolo: el signo de una realidad más
profunda, de la nueva economía en la que el Espíritu Santo
derramará copiosamente el agua de su gracia.
Veamos ahora la reflexlón del Segundo Zacarías sobre el mismo
tema:
En aquel día no habrá frío ni helada. Será un día maravilloso
-¡Yahvé lo conoce!- sin sucesión de día y noche: de noche habrá
claridad. En aquel día saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad
hacia el mar oriental, la mitad hacia el mar occidental; en invierno
como en verano permanecerán vivas. Y Yahvé sera rey de toda la
tierra. En aquel día Yahvé será único y su nombre único... Todos
los supervivientes de las naciones que hayan marchado contra
Jerusalén subirán año tras año a prosternarse ante Yahvé Sebaot y
celebrar la fiesta de los Tabernáculos. Zac., 14, 6-16.
Si bien Zacarías repite el tema de la meditación de Ezequiel,
subraya mejor su simbolismo asociando las aguas vivas al
reconocimiento universal de la realeza de Yahvé. La fiesta del
séptimo mes, en cuanto fiesta del Año Nuevo, era ya en el mundo
pagano una fiesta de entronización de la divinidad. Ahora las aguas
vivas descienden sobre todas las naciones en forma de gracias,
asegurando así la realeza de Yahvé entronizado sobre todo el
universo. Este tema del agua escatológica tomaba un sentido
especial en el pueblo judío, testigo diario de la esterilidad del mar
Muerto, en cuyo seno es imposible la vida para los peces. La causa
de esa esterilidad está en el pecado de Sodoma y Gomorra; la
difusión de la vida será obra de las aguas derramadas sobre
Jerusalén. De este modo, el rito del agua permanece fiel a su
contenido de "fecundidad" que representaba en el plano humano;
pero ahora se trata de una fecundidad que es la misma vida de
Dios comunicada en los últimos tiempos.
El rito de los nuevos frutos y de los ramajes experimenta la misma
"relectura" escatológico. Hemos visto aparecer este rito de los
ramajes en la parodia sacrílega que representó Abimelek para
conseguir acabar más fácilmente con los notables de Siquem (Jc,
9). Pero, una vez que el pueblo judío haya adoptado la fiesta del
séptimo mes, la ceremonia de cortar ramas y su participación en las
procesiones será un elemento importante de la liturgia:
Celebraron con regocijo ocho días de fiesta al modo de la fiesta
de los Tabernáculos... Por eso, llevando tirsos, ramas verdes y
palmas, cantaron himnos a quien había hecho posible la
purificación de su lugar santo. 2 Mac., 10, 7.
Este rito, como todos los de la fiesta, será objeto de una
espiritualización histórica, cuando las ramas así cortadas se
empleen para la construcción de cabañas que evoquen la estancia
en el desierto:
Encontraron escrito en la Ley que Yahvé había mandado por
medio de Moisés: "Los hijos de Israel habitarán en cabañas durante
la fiesta del séptimo mes".Tan pronto como lo supieron, hicieran
pregonar en todas sus ciudades y en Jerusalén: "Id a la montaña y
recoged ramas de olivo, de pino, de mirto, de palmera y de otros
árboles frondosos, para hacer cabañas, como está escrito...".Neh.,
8, 14-16.
Pero el rito terminará por representar el aspecto escatológico y
paradisíaco. Ya hemos visto cómo Ezequiel describe los árboles de
vida plantados a orillas del río de las aguas vivas; Isaías, por su
parte, había anunciado que hasta en el desierto, gracias al agua
viva derramada, crecería toda clase de árboles frutales
Toda clase de árboles frutales, cuyo follaje, no caerá y cuyos
frutos no faltarán; todos los meses darán nuevos frutos... Y los
frutos serán alimento y las hojas medicina. Ez., 47, 12.
Ahora, pues, los festejos de la recolección y de la vendimia
preconizan el gozo que habrá en la inauguración de la era
paradisiaca, ya próxima. A partir de este momento, la literatura
bíblica hablará a menudo de recolección y de vendimia para
expresar las realidades apocalípticas que nos llevarán a los últimos
tiempos.
También el rito de las tiendas o tabernáculos tomará un
significado escatológico. Los profetas habían anunciado que se
repetiría la estancia en el desierto: día llegaría en que el pueblo
volverá a habitar en tiendas, en torno a la Tienda de la reunión,
para prepararse a la entrada en la nueva Tierra Prometida:
Yo soy Yahvé, tu Dios, desde la tierra de Egipto. Yo te haré
habitar de nuevo en las tiendas como en los días de fiesta; hablaré
a los profetas, multiplicaré las visiones. Os., 12, 10.
Esas tiendas que servirán de morada en la era paradisiaca serán
un signo de la bienaventuranza escatológica:
Entonces el desierto se convertirá en vergel
y el vergel se cambiará en gran selva.
En el desierto morará el derecho
y la justicia habitará el vergel...
Mi pueblo habitará en morada de paz,
en "tiendas" seguras,
en moradas tranquilas. Is., 32, 18.
El judaísmo se encargará de desarrollar este tema, que nosotros
descubriremos frecuentemente en el Nuevo Testamento. Los justos,
pequeño resto reservado para la era escatológica, habitarán en
tiendas, y el Mesías mismo habitará entre ellos en una Tienda
suntuosa, heredera de la Tienda de Yahvé que fue erigida en
medio del pueblo durante su estancia en el desierto (Jn., 1, 14).
El rito de entronización del rey acusa, a su vez, una
espiritualización escatológica. Una espiritualización que se verifica
especialmente en una época en que no hay rey ni en Judá ni en
Israel. El Salmo 118, cuya inspiración es claramente mesiánica, fue
compuesto para una de las procesiones que se celebraban en la
fiesta del séptimo mes:
Voces de gozo y salvación
en las tiendas de los justos...
¡El que viene sea bendito en el nombre de Yahvé.
Nosotros os bendecimos desde la casa de Yahvé.
Yahvé es Dios, El nos ilumina.
Estrechad las filas, con los ramos en la mano,
hasta los cuernos del altar. Salmo 118, 15-27.
Téngase en cuenta la fusión de los diferentes elementos de la
fiesta del Año Nuevo y de la fiesta de los Tabernáculos: los
"clamores", las "tiendas" , las "ramas" y, coronando el conjunto, la
invocacion al que ha de venir.
Conclusión. Si pasáramos del estudio de los textos escriturísticos
al estudio de los textos del ritual judío, reuniríamos sin dificultad una
colección mucho más amplia. Sin embargo, su interés sería
secundario. Tendríamos que cerciorarnos, además, de que ese
ritual es anterior al Nuevo Testamento. En todo caso, nosotros no
pretendemos ser exhaustivos, sino más bien descubrir el camino
por el que el rito humano se dirige hacia su perfección en la liturgia
cristiana. Ya sabemos algo sobre este punto: después de una
espiritualización que consistió en trasladar a los ritos de la fiesta la
experiencia histórica del pueblo en el desierto, asistimos a un nuevo
desplazamiento -profético y escatológico en este caso- en virtud del
cual los mismos ritos preludian la era mesiánica. Cuando venga el
Mesías, fijará su tienda en medio de un pueblo de justos, los cuales
habitarán también en tiendas; derramará sobre ellos un agua pura,
rebosante de vida y fecundidad nueva y espiritual; y el nuevo
pueblo tendrá a su disposición los frutos paradisíacos de justicia y
verdad. La fiesta de los Tabernáculos, cuya celebración no se
interrumpe, se convierte así en una especie de ensayo general de
los acontecimientos futuros, como una ceremonia que pone en
estado de alerta al pueblo convocado para la bienaventuranza de
los últimos tiempos.
Nos hallamos en vísperas del Nuevo Testamento. El pueblo de
Israel ha hecho que la fiesta superase todas las etapas de
purificación impuestas por el desarrollo de su propia historia; ha
contribuido a purificaría incorporándola primero a su monoteísmo y
dándole luego un significado nómada, acentuando los ritos de
contenido histórico, cargándolos finalmente de esperanza
escatológico. Pero la fiesta ha de superar todavía la prueba del
Nuevo Testamento.
5. LA FIESTA ENCUENTRA SU OBJETO REAL EN CRISTO
Los evangelios nos han transmitido dos relatos bastante
concretos de la vida de Cristo que parecen haber sido, en los
primeros estadios de la catequesis primitiva, unas narraciones
referentes a la participación de Cristo en las fiestas del séptimo
mes. Pero, por razones que veremos más adelante, las redacciones
posteriores suprimieron, sin duda, toda alusión directa a la fiesta de
los Tabernáculos, conservando los relatos por si mismos, sin
referencia explicita a la fiesta en cuestión.
El primero de estos relatos es el de la Transfiguración, que
parece redactado de suerte que los lectores contemporáneos
vieran en él la descripción del ritual de la fiesta de los Tabernáculos
realizado en la persona de Cristo. Quizá convenga ver, subyacente
al relato, no el ritual de Jerusalén, sino un ritual galileo que parece
posible reconstruir sobre bases relativamente sólidas. Observemos
los rasgos característicos del pasaje.
Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien
estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra
para Moisés y otra para Elías..." Mt., 17, 4.
Parece ser que Pedro, al ver a Cristo transfigurado, ha pensado
en la morada del Mesías entre los justos, cuando se establecería en
la tienda de los últimos tiempos.
He aquí que una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una
voz decía desde la nube: "Este es mi hijo amado, que tiene toda mi
complacencia; escuchadle." Mt., 17, 5.
Se siente uno inclinado a ver en esta frase una réplica de la
entronización mesiánica contenida en los ritos de la fiesta del Año
Nuevo, en la que "el hijo amado" de Dios era el rey-mesías.
Además, los temas de la montaña y de la nube -que apenas si los
hemos señalado en nuestros análisis de la fiesta de los
Tabernáculos- adquieren, sobre todo en el judaísmo, un papel
bastante importante.
De este modo, el cuidado del Señor por transfigurarse ante sus
discípulos en el marco concreto de la fiesta de otoño significaría su
deseo de presentarse como el objeto mismo de la fiesta de los
Tabernáculos.
El segundo pasaje que nos ha conservado la tradición
evangélica es todavía más claro. Se trata del relato de la entrada
de Cristo en Jerusalén (Mt., 21), muchos de cuyos elementos no
hallan suficiente explicación sino en el contexto de la fiesta del
séptimo mes. Dejemos a un lado, por el momento, el hecho de que
esta subida a Jerusalén aparece actualmente dentro de un contexto
pascual, para analizar tan sólo sus elementos internos.
Vemos, en primer lugar, que el cortejo que acompaña al Señor
canta el Salmo 118, el salmo tradicional de la fiesta de los
Tabernáculos, como lo indica su propio título:
La multitud que iba delante y la que le seguía, gritaba:
¡Hosanna al hijo de David!
¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! Mt., 21, 9.
San Lucas menciona en especial el "clamor" con que se
interpreta este canto: parece ser que tiene interés en aludir a los
clamores de la fiesta del Año Nuevo, conexa con la fiesta de los
Tabernáculos (LC., 19, 37).
Para acompañar al que consideran como el Mesías esperado, los
judíos cortan ramas:
Entonces la multitud, una gran multitud, extendió sus mantos por
el camino; otros cortaban ramas de los árboles y cubrían el camino.
Mt., 21, 8.
Tenemos aquí, evidentemente, una acción que cumple las
prescripciones previstas por la Ley para la fiesta de los
Tabernáculos. Cuesta trabajo pensar que fuera realizada el primer
mes del año, en una época en que las ramas lucen sus primeros
brotes y se las respeta bastante más.
Hallamos, por otra parte, este tema de los frutos nuevos y las
ramas de árbol un poco más adelante, cuando Cristo se acerca a
una higuera para probar su fruto y sólo encuentra hojas:
Cuando entraba en la ciudad muy de mañana, sintió hambre. Al
ver una higuera junto al camino, se acercó a ella, pero no encontró
más que hojas. Entonces dijo: "Nunca más tendrás fruto". Y al punto
la higuera se secó.
Mt., 21, 18-19.
Si este episodio tiene lugar, como quiere la tradición evangélica
actual, en torno a la Pascua, es decir, en el mes primero, la acción
de Cristo es perfectamente incomprensible, porque debía saber que
una higuera no da fruto el primer mes del año. Por su parte, Marcos
cree salir del paso advirtiendo concretamente:
Porque no era tiempo de higos. Mc., 11, 13.
En realidad, no comprendemos el episodio si no lo situamos en su
marco original: una fiesta de los Tabernáculos, en el séptimo mes,
la cual celebra precisamente la recolección de los frutos: entonces
cabe esperar que una higuera los tenga. Cristo habría manifestado
así su deseo de mostrar el fracaso de la economía judía al no dar
los frutos que Dios esperaba de ella. De este modo, aparece la
caducidad de la fiesta de los Tabernáculos: la fiesta de la
recolección agrícola y de la cosecha escatológica debería haber
sido también fiesta de la cosecha de los frutos de sumisión a la Ley
y de fidelidad a la alianza, pero en tal aspecto no es sino mentira e
hipocresía. A las espiritualizaciones progresivas del Antiguo
Testamento les faltaba una profundización moral, cuya presencia
habría asegurado la pervivencia de la fiesta y cuya ausencia revela
su caducidad.
Hay otro episodio, referido también por los sinópticos, que
adquiere un significado nuevo si se lo considera asimismo como
una réplica de los ritos de la fiesta de los Tabernáculos. Se trata de
los vendedores expulsados del Templo.
Los vendedores tenían un papel particular en la fiesta de los
Tabernáculos. Desde hacía siglos, los judíos no llevaban a
Jerusalén la parte correspondiente de sus rebaños o de sus
cosechas: las peripecias del viaje hacían difícil el cumplimiento de
tales prescripciones. Por el contrario, vendían allí mismo, en su
pueblo, la parte que pensaban regalar al Templo y lo llevaban
consigo -lo cual resultaba, evidentemente, más cómodo- el dinero
obtenido de la venta. Una vez llegados a Jerusalén, volvían a
transformar el dinero en frutos o en animales destinados a ser
ofrecidos en sacrificio. Según esto, Zacarías, en su importante
descripción de la fiesta escatológica de los Tabernáculos, dice que
ya no habrá necesidad de vendedores en el Templo, porque la
abundancia será tal que todo se venderá gratis y hasta los pobres
podrán comprar cuanto deseen para ofrecerlo a Dios:
Y toda olla en Jerusalén y en Judea pasará a ser propiedad
santa de Yahvé Sebaot; todos los que quieran ofrecer sacrificios, la
tomarán y se servirán de ella; y aquel día ya no habrá mercaderes
en el templo de Yahvé. Zac. 14, 21.
Al arrojar a los vendedores del Templo, parece que Cristo quiso
dar cumplimiento a la profecía de Zacarías y mostrar a la vez que
realizaba en si mismo la fiesta escatológica de los Tabernáculos
anunciada por el profeta.
No es, por otra parte, imposible que Cristo, al expulsar a los
vendedores, quisiera realizar también otro aspecto de la fiesta de
los Tabernáculos del cual no hemos tenido todavía ocasión de
hablar en detalle: el rito de la expiación. Este rito se remonta al
mundo pagano: en vísperas de un nuevo año, el templo debía ser
totalmente purificado de todas las inmundicias del año anterior.
¿Acaso Cristo, expulsando a los vendedores, no efectúa una
purificación de otro orden, para que la casa de su padre vuelva a
ser casa de oración? ¿No es esto una manera de decir que en ese
momento comienza un nuevo año, una nueva economía que obliga
a rechazar lo que antes había sido hecho?
Una vez trasladados al marco de la fiesta del séptimo mes, la
entrada de Cristo en Jerusalén y los hechos que la acompañan
adquieren todo su relieve: por fin, se celebra en torno a la persona
de Cristo, la verdadera fiesta de los Tabernáculos, esperada para
los últimos tiempos. Esos últimos tiempos han comenzado; la fiesta
desemboca ahora en su objeto real.
Pero, al mismo tiempo que alcanza su objeto, salta hecha añicos:
el episodio de la higuera maldita, el de los vendedores expulsados
del Templo, el pobre boato del Mesías cabalgando sobre un
borriquillo cuando se le esperaba glorioso y potente, todos estos
incidentes imprevistos por el ritual judío subrayan el fracaso de este
último. La fiesta se derrumba al tiempo que alcanza su término. La
recolección que ella celebraba era una recolección de frutos de
maldad, y la institución de los vendedores en el templo había
introducido el formalismo. El espíritu estaba ausente de su
celebración. En el momento en que logra su objetivo desaparece
ahogada por su formalismo.
6. LA FIESTA SE PERSONIFICA
Los dos relatos sinópticos que acabamos de analizar presentan a
Jesús como objeto de la fiesta de los Tabernáculos. San Juan, que
siempre va mas lejos en su reflexión, no verá en Jesús tan sólo el
objeto de la fiesta, sino la fiesta misma. Si la fiesta ha quedado
abolida es porque perdura actualmente en la persona de Jesús.
Es curioso descubrir esta personificación en un relato de San
Juan que refiere la participación de Cristo en una fiesta de los
Tabernáculos:
El último día de la fiesta, el día grande, Jesús, de pie, clamó con
fuerte voz: 'Si alguien tiene sed, venga a mí y beba, aquel que cree
en mi". Según dice la Escritura: "De su seno manarán ríos de agua
viva". Jn 7, 37-38.
Este último día de la fiesta, se organizaba una procesión para ir
por agua a la fuente de Siloé y llevarla al Templo, donde era
derramada sobre el altar y la roca, en memoria del milagro de la
roca de agua viva. Fue probablemente durante aquella procesión
cuando Cristo se presentó como la nueva roca de agua viva de
cuyo seno manarán ríos de agua viva. Con lo cual aplicaba a su
persona lo que hasta entonces pertenecía al rito de la libación.
Cristo no es simplemente el objeto de la fiesta, sino que constituye
su propio rito.
Recordemos también lo que Cristo había dicho a la samaritana:
Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de
beber", serías tú quien le pidieses, y él te daría agua viva. ... Quien
bebe de este agua tendrá sed de nuevo; pero quien beba del agua
que yo le dé no tendrá sed jamás, porque el agua que yo le dé se
hará en él fuente de agua que salte hasta la vida eterna. Jn., 4,
10-14.
Se da, pues, una superación de la fiesta por parte de Cristo, el
cual asume su objeto y sus ritos en su propia persona. Resulta ya
inútil hacer libaciones cuando poseemos en medio de nosotros al
que es fuente inagotable de agua viva.
Esta personificación de la fiesta había comenzado a elaborarse
-al menos, por lo que se refiere a algunos ritos- ya en el Antiguo
Testamento. Tal parece ser, en efecto, lo sucedido con el rito de la
expiación, primitivamente relacionado con la fiesta del séptimo mes.
Ya vimos cómo en Sumer purificaban, en esta ocasión, el templo
con el cadáver de un cordero. Rito que será extendido por la
legislación sacerdotal judía (Lv., 16; 23, 26-32; Nm., 29, 7-11),
elaborando el rito de los dos machos cabrios emisarios. Y
precisamente mientras los sacerdotes se dedican a redactar ese
ritual, el Tercer Isaías se preocupa de personalizarlo presentando al
animal emisario de la expiación bajo los rasgos de una persona, el
Siervo doliente que lleva sobre sí todos los sufrimientos y todas las
iniquidades del mundo:
Llevaba sobre sí nuestros sufrimientos
y cargaba con el peso de nuestros dolores.
Y nosotros le juzgábamos castigado,
herido por Dios y humillado.
Fue traspasado por nuestras iniquidades
y molido por nuestros delitos. Is., 53, 4-5.
Vemos, en resumen, que aparece una nueva exigencia de
espiritualización de los ritos y las fiestas: pueden ser signos de la
persona de Cristo. De hecho, la fiesta de los Tabernáculos no
llegará a soportar totalmente el misterio de la persona de Cristo.
Por eso, desaparecerá o, al menos, pasará a formar parte de otras
fiestas.
7. LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS
SE DILUYE EN LA FIESTA DE PASCUA
En el párrafo siguiente, consagrado a la evolución histórica de la
fiesta de Pascua, veremos cómo se va perfilando una evolución -ya
a partir del Antiguo Testamento- que trasladará a la Pascua
algunos privilegios de la fiesta de los Tabernáculos, hasta
arrebatarle su categoría de fiesta del Año Nuevo y su preeminencia
sobre las demás fiestas.
Por su parte, la tradición cristiana primitiva parece haber
acentuado tal proceso de evolución al trasladar la entrada de Cristo
en Jerusalén del séptimo mes al primero para situarla en un
contexto pascual.
Esta manera de ver las cosas enlaza con el Antiguo Testamento
una línea fundamental en los evangelios. En el Antiguo Testamento
se hablaba mucho de siega, vendimia, recolección. El hebreo
estaba demasiado ligado a la tierra para poder desinteresarse de
los frutos de su trabajo y, cuando los profetas se lanzaron a explicar
los últimos tiempos, emplearon muy a menudo los temas de la
siega, la recolección y la vendimia. En ese clima pudo vivir y
desarrollarse la fiesta del séptimo mes, fiesta de la recolección. En
cambio, el evangelio, y Cristo en particular, hablan muy poco de
siega y orientan la atención de los oyentes hacia otro tema,
desconocido del Antiguo Testamento: el de la semilla y la siembra.
Cabe sospechar qué ha querido decir Cristo al preferir el tema de la
semilla: que, antes de segar y recoger los frutos, está la lenta y
misteriosa labor de la semilla que muere en la tierra para poder dar
fruto, que vive y crece en medio de la cizaña, en continuo peligro de
ser sofocada por ella, y que es depositada en toda clase de
terrenos, la mayoría de los cuales la rechazan o no le procuran el
humus necesario para su desarrollo. Quien dice cosecha dice
riqueza, fecundidad, potencia; quien dice siembra dice caducidad
(el grano de mostaza), muerte, fracaso...
La cosecha llegará, sí, pero antes está la muerte y el lento
desarrollo de la semilla, sofocada, rodeada de cizaña. No se trata
de negar la escatología, sino de hacer comprender que ésta no
viene sino después de un largo tiempo de Iglesia, lento y paciente,
en la gestación penosa de esa escatología tal como comenzó en la
muerte de Cristo.
Viendo así las cosas, se comprende que los principales rasgos de
la fiesta de los Tabernáculos hayan pasado a la fiesta de Pascua,
convertida entretanto, desde un punto de vista cristiano, en la fiesta
del grano que muere en la tierra. Por eso, San Juan puede decir
que la verdadera roca de agua viva se reveló en el preciso
momento en que el centurión traspasó el costado de Cristo:
Uno de los soldados, con su lanza, le traspasó el costado, y al
punto salió sangre y agua. Jn 19, 34.
La misma trasposición presenta el rito de entronización de la
entrada en Jerusalén, desplazada del séptimo mes al primero (Mt.,
21). Probablemente, el consejo de Cristo a sus apóstoles después
de la Transfiguración (que fue una manera de celebrar la fiesta de
los Tabernáculos) hay que entenderlo dentro de la misma intención
de unir en lo sucesivo este fenómeno con el misterio pascual:
No habléis de esta visión a nadie hasta que el Hijo del hombre
haya resucitado de entre los muertos. Mt., 17, 9.
Otra trasposición la tenemos en el rito de la expiación. Cuando
Isaias, como hemos visto, personalizó el rito de la expiación en la
persona del Siervo doliente, dejó abierto el camino para una
"pascualización" de la fiesta de la expiación.
Ultima trasposición: el Apocalipsis considera la cruz de Pascua
como el árbol de vida preanunciado en la fiesta de los
Tabernáculos:
Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida colocado en el
Paraíso de Dios. Ap., 2, 7.
Como vemos, en el cristianismo primitivo se verifica una fusión de
la fiesta de los Tabernáculos en la fiesta de Pascua. Lo cual no
quiere decir que pase a segundo plano la dimensión escatológico
de nuestra vida: queremos decir tan sólo que esa dimensión no
puede expresarse sin tener en cuenta el proceso que se ha de
seguir en la adquisición de la vida escatológica, esto es, la muerte,
la resurrección y el lento crecimiento de la semilla. La fiesta de los
Tabernáculos pierde, por tanto, su prerrogativa de primera fiesta
del año litúrgico y de fiesta inaugural del Año Nuevo: en lo sucesivo
esta prerrogativa pertenecerá a la Pascua, y toda la catequesis
primitiva se esforzó por concentrar en la Pascua las notas
reservadas hasta entonces a la fiesta de los Tabernáculos. Si sólo
se hubiera dado la Encarnación, habría podido bastar la fiesta de
los Tabernáculos: Cristo, en su propia persona, realizaba
suficientemente los ritos y símbolos de la fiesta. Pero no hay
Encarnación sin Redención. En otros términos, Cristo no puede
realizar esos símbolos, si no son capaces de expresar el misterio de
la cruz. La tradición cristiana, al "pascualizar" esos símbolos, lo ha
comprendido perfectamente; pero con ello da la preeminencia
definitiva a la fiesta de Pascua. Comprender el misterio de Cristo es
comprender la Cruz y la Resurrección.
8. PERO HABRÁ UNA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS
Mientras la catequesis apostólica concentra la fiesta de los
Tabernáculos en la de Pascua, el Apocalipsis describe todavía la
próxima celebración de una nueva fiesta de los Tabernáculos:
Después de esto, apareció ante mis ojos una muchedumbre
inmensa, imposible de contar, de toda nación, raza, pueblo y
lengua; en pie ante el trono y ante el cordero, cubiertos de blancas
vestiduras, con palmas en las manos, clamaban con voz fuerte:
"Salud a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al cordero"...
Uno de los ancianos tomó entonces la palabra y me dijo: "Estos que
visten blancas vestiduras, ¿quienes son y de dónde vienen?" Y yo le
respondí: "Señor, eso tú lo sabes". El continuó: "Son los que vienen
de la gran prueba: lavaron sus vestiduras y las blanquearon con la
sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, sirviéndole
día y noche en su templo; y el que está sentados en su trono,
extenderá sobre ellos su tienda... El Cordero, que está en medio de
ellos, será su pastor y los conducirá a las fuentes de las aguas de
vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos."
Ap., 7, 9-17.
Aquí se trata, en realidad, de describir la celebración de una
fiesta de los Tabernáculos en el momento de inaugurarse
definitivamente los tiempos escatológicos. Por eso, volvemos a
encontrar el largo cortejo de toda nación y de toda raza, previsto
para la fiesta de los Tabernáculos por el profeta Zacarías:
Todos los supervivientes de las naciones... subirán año tras año a
postrarse ante el Rey Yahvé Sebaot y celebrar la fiesta de los
Tabernáculos.
Zac., 14, 16.
Efectivamente, volvemos a encontrar el tema de la tienda: "El que
está sentado en su trono extenderá sobre ellos su tienda". Esa
tienda suntuosa, que estaba reservada al Mesías, albergará de
ahora en adelante a los justos que con él comparten su mesianidad
eterna. También se alude al rito de los clamores: la "voz fuerte" con
que los elegidos cantan el "Salud a nuestro Dios". Una vez más se
cortan ramas para tomar parte en la fiesta: los elegidos llevan
palmas en las manos.Y es posible que el tema de las blancas
vestiduras sea también característico de la fiesta del séptimo mes,
aun cuando a él no se aluda explícitamente en los libros
inspirados.
En consecuencia, la fiesta de los Tabernáculos no ha quedado
totalmente abolida: se celebrará cuando la semilla haya concluido
su largo camino y esté asegurada la cosecha definitiva. Pero no
pasemos por alto el cuidado que pone el autor del Apocalipsis en
hacer depender del misterio pascual esta fiesta escatológica de los
Tabernáculos: ¡no olvidemos que los elegidos han lavado y
blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero! Sólo la
celebración regular de la Pascua nos da derecho, según esto, a
celebrar un día de nuevo la fiesta de la abundancia y de la vida, en
la cual conoceremos por fin al "pastor que nos conduce a las aguas
de la vida", para recordar otro tema fundamental de la fiesta del
séptimo mes, recordado a su vez en el Apocalipsis.
Este último libro de la Biblia presenta algunas otras alusiones a la
fiesta de los Tabernáculos. Nos hemos limitado al pasaje más
significativo: el que mejor indica que en nuestro calendario falta una
fiesta, pero una fiesta que no podemos solemnizar hasta que la
celebremos en plenitud, en la entronización definitiva del Rey de la
eternidad, con las palmas en la mano, perfectamente purificados
por la sangre redentora del Cordero pascual.
9. CONCLUSIÓN
En la religión cósmica, la fiesta de la Recolección consiste
esencialmente en un recurso del hombre al arquetipo pretemporal
que, a su modo de ver, regula el orden del tiempo. Para explicar y
abarcar el hecho temporal de la recolección, para estar en buenas
relaciones con él, para comprenderlo y aprehenderlo en su ritmo
fundamental, para que no se le escape en una crisis
incomprensible, el hombre descubre tras él su arquetipo, su mito
regulador. Trasciende el ciclo de la naturaleza para remontarse a
sus orígenes: relato de la primera creación, cuyo esquema no cesa
de reproducirse, hierogamia de los dioses, interpretación del
destino, etc. Pero, en este plano, la fiesta no hace al hombre
plenamente dueño del hecho de la recolección: existen unas leyes
insospechadas e inesperadas que trastornan el orden regular y la
trasparencia absoluta del arquetipo en el hecho: sequía o lluvia,
ruina de la cosecha o incursiones de los enemigos. El hombre
intentará entonces adueñarse también de estos acontecimientos
imponderables, y la magia será el instrumento para dominar lo
fortuito e imprevisto: abluciones de agua como preludio de las
lluvias fecundantes, manejos para prevenir el azar, etcétera. Pero la
religión cósmica presenta una caducidad fundamental al no poder ir
muy lejos por tal camino y tener que reconocer la falta de
compenetración entre el hombre y lo fortuito, entre la criatura y lo
imprevisible. La fiesta de la recolección no tiene todavía todas las
dimensiones de la fiesta verdadera.
En la primera religión revelada, las cosas cambian ya bastante.
Los judíos, por oposición a los miembros de las religiones cósmicas,
han tomado la costumbre de tener en cuenta lo inexplicable, lo
imprevisible: los judíos tienen un Dios que viene cuando quiere, y
viene especialmente en los acontecimientos insólitos como el
milagro, imprevisibles como la revelación o gratuitos como la
misericordia. El arquetipo por excelencia de tales acontecimientos
gratuitos es la estancia en el desierto y la economía que esa
estancia revela. En lo sucesivo, sea buena o mala la cosecha,
siempre sera un "acontecimiento" que podrá comprender el pueblo
hebreo, con el cual se hallará plenamente compenetrado porque
conocerá su arquetipo: la tentación del desierto y la gratuidad de la
elección de Dios. Esto llega hasta el propio ritmo de la creación,
considerada por las religiones cósmicas como fatalidad con ocasión
de la fiesta de la recolección y que pasa a ser en la religión judía un
acontecer gratuito. Sea buena o mala la cosecha, el hebreo sabe
que es un acontecimiento que le permite una relectura de los
acontecimientos del desierto: si es buena, verá en ella una nueva
manifestación de los prodigios del Éxodo y de la fecundación del
desierto; si es mala, verá la tentación y la prueba de fidelidad.
Nos equivocaríamos, si considerásemos como sutil ejercicio de
simbolismo la relectura judía que descubre las tiendas del desierto
en las cabañas de la recolección y la legendaria roca de agua viva
en las libaciones fecundantes. Tras esas acomodaciones -que quizá
se nos antojen de mal gusto- está la presencia del espíritu de fe,
que proporciona al hecho de la recolección una nueva inteligibilidad
y suscita las actitudes morales y espirituales acomodadas a esa
relectura.
Debemos reconocer que, por lo que se refiere a la fiesta de los
Tabernáculos, el pueblo judío no llevó muy lejos el inventarlo de las
nuevas actitudes religiosas que iba suscitando para asegurar la
nueva compenetración entre el hombre y el acontecimiento: en este
aspecto, habrá otras fiestas más espiritualistas. Será Cristo quien
proceda a una relectura en que aparezcan nuevos elementos
espirituales. Al tomar parte en la fiesta de los Tabernáculos -cosa
que hizo varias veces- Cristo descubrió en ella una nueva
compenetración que era él el primero en experimentar: no sólo la
compenetración de su ser con el ritmo de la creación natural, ni sólo
la compenetración de su existencia con la del pueblo en el desierto,
sino, fundamentalmente, la compenetración de su actitud de espíritu
con el objeto de la fiesta. En la fiesta de los Tabernáculos, Cristo se
descubrió -por así decirlo- no sólo en absoluta compenetración con
su Padre por su sumisión y fidelidad, sino también y sobre todo
como creador del orden de cosas celebrado por la fiesta : en ese
sentido, es él la roca de agua viva, el rey entronizado, el árbol de
frutos maravillosos, el animal de la expiación. Al llegar aquí, el
acontecimiento se ha plasmado en una persona cuya conciencia
crea y fija el objeto mismo de la fiesta.
En este momento del proceso de espiritualización, sólo Cristo es
capaz de celebrar plenamente la fiesta de los Tabernáculos, porque
él es el único que puede decirse creador e instaurador del objeto
de la fiesta. Pero llegará un tiempo en que participemos nosotros de
ese privilegio y los hijos de Dios posean también el poder de crear
esas compenetraciones, de ser suficientemente dueños de esos
acontecimientos y de su propia libertad para llegar a reunirse con
Cristo en ese plano. Entonces se celebrará de nuevo la fiesta de los
Tabernáculos, una fiesta eterna que será el objeto de la liturgia
celeste: en ella nada escapará a nuestro conocimiento -ni hechos ni
Iibertades- y todo será, por tanto, perfectamente gratuito. Nuestra
fiesta de entonces consistirá en estar perfectamente
compenetrados con el acontecimiento totalmente gratuito del amor
de Dios y del amor de los demás, puesto que tomaremos parte en la
creación misma de ese acontecimiento y en su instauración en
nuestra conciencia.
THIERRY-MAERTENS
FIESTA EN HONOR A YAHVE
Cristiandad. Madrid-1964. Págs.
43-106