La Escritura en el Tiempo Pascual

 

            ¿Cómo presenta la Iglesia la palabra de Dios en este tiempo? Es lo que queremos considerar ahora, ya que la conmemoración litúrgica de los misterios de Cristo se comprende con mayor plenitud precisamente a la luz de la Sagrada Escritura.

            Nada se deja al azar en la elección de las lecturas para esta época. Si observamos detenidamente el leccionario, podremos detectar con facilidad que se basa en un plan bien estudiado; y, teniendo presente el conjunto, podremos apreciar debidamente las lecturas de cualquier día concreto.

            Con acertado discernimiento la Iglesia reserva determinados libros del Nuevo Testamento para los tiempos especiales del año. Esto forma parte de su didascalia o función pedagógica, que se ejerce de manera preeminente en la liturgia.

            En la selección y organización de las lecturas, tanto para la misa como para la liturgia de las horas, la Iglesia ha permanecido fiel a la tradición secular de la liturgia romana. Ciertamente se han introducido elementos nuevos; las lecturas son más numerosas que en el pasado, pero no hay modificaciones radicales de la estructura antigua. Para los cristianos actuales, como para los de otros tiempos, esto proporciona un camino seguro que facilita la comprensión de los misterios que se celebran. Por medio del uso orante de esas lecturas profundizamos nuestro conocimiento de Cristo, de la Iglesia y de la vida cristiana.


El evangelio en el Tiempo de Pascua

            Es digno de destacar que a lo largo de estos 50 días predominan las lecturas del evangelio de san Juan. La elección del cuarto evangelio no es casual, sino intencional. Se lo ha escogido para que nos guíe a través de estas semanas.

            Es verdad que durante la octava de pascua se leen también los evangelios sinópticos. Cada día de la semana se nos propone la lectura de la Resurrección según un evangelista diferente. Así escuchamos el testimonio de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Conviene que oigamos la narración de los cuatro. Cada uno de los evangelios está inspirado, y no hay por qué pensar que uno es más importante que el otro. Además, cada uno describe bajo una luz particular los acontecimientos del domingo de pascua.

            Terminada la octava, las lecturas comienzan a ser casi exclusivamente de Juan, tanto en los domingos como en los días de semana, con excepción del domingo tercero y del día de la ascensión. Se comienza con el capítulo tercero de este evangelio, y se sigue en una lectura casi continuada hasta terminar con el último versículo del capítulo final, que coincide con la víspera de Pentecostés.

            No se lee el evangelio de san Juan completo, pero sí buena parte de él. El leccionario salta de vez en cuando algunos párrafos; pero las partes de contenido particularmente catequístico -como el discurso sobre el pan de vida (c. 6) y el del buen pastor (c. 10)- se leen completos. El discurso final del Señor, que culmina con su gran oración por la Iglesia, cierra este evangelio.

            Esta elección de textos de san Juan para el tiempo pascual tiene profundas raíces en la tradición litúrgica. La Iglesia ha visto siempre una afinidad particular de este evangelio con el tiempo que sigue a la pascua. Esto se relaciona ciertamente con la historia del rito romano, pero lo atestiguan también otros ritos; por ejemplo, el bizantino y el mozárabe.

            ¿Por qué esta preferencia por el evangelio de Juan para el tiempo pascual? El motivo estriba, sin duda, en que la Iglesia ha captado que san Juan profundiza con mayor clarividencia en el misterio de Cristo. Lo que él ha oído, visto y tocado, su propia experiencia de la Palabra de Vida, es lo que él comparte con nosotros. Con razón se le llama "el teólogo", ya que muestra los misterios ocultos bajo los acontecimientos externos de la vida de Cristo. Se preocupa de los hechos de la vida de Jesús tanto como cualquiera de los otros evangelistas, pero es más consciente de su valor simbólico. Incluso los milagros son para él "signos" que apuntan a otras realidades misteriosas.

            Se puede decir que san Juan ve el entero desarrollo de la vida de Jesús a la luz de su plenitud en la gloria de pascua. El resplandor de la resurrección ilumina incluso los terribles acontecimientos del viernes santo. El misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor está presente en todo el relato. San Juan relata con mucha mayor abundancia que cualquiera de los otros escritores sagrados las palabras y discursos de Jesús. Su discurso final de la última cena ha sido calificado como la "cumbre de la revelación". Son palabras que el Maestro pronunció antes de volver al Padre. Su significado completo sólo se pudo comenzar a comprender más tarde.

Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de verdad, os guiará a la verdad completa... (Jn 16,12-13).

            La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, considera esas palabras de Cristo. Son proclamadas durante el tiempo pascual, y cada año descubrimos en ellas significados más profundos. De esa forma se nos conduce a la comprensión completa del misterio de Cristo.


Los evangelios de los domingos

            Las lecturas de los domingos, incluidos los evangelios, siguen un orden propio. Aquí consideraremos los evangelios que se leen los domingos que median entre pascua y pentecostés.

            El II domingo de pascua, el evangelio nos narra la aparición del Señor al grupo de los apóstoles, incluido Tomás (Jn 20, 19-31). Ocurrió ocho días después, es decir, a los ocho días de la resurrección; por tanto, la elección de este párrafo para tal día no necesita explicación. Desde el punto de vista doctrinal, nos habla claramente de la fe. Nos muestra la victoria de la fe sobre la duda y la desconfianza. En cada uno de nosotros hay un dudoso Tomás, siempre exigiendo garantías y seguridades. Esto debe dar paso a una actitud de fe y confianza. La confesión de fe, tardía pero significativa, del apóstol debe ser la nuestra. "Señor mío y Dios mío".

            El III domingo los evangelios están organizados siguiendo el orden de los tres ciclos. Las lecturas de los ciclos A y B se toman del evangelio de san Lucas (Lc 24,13-35). El primer pasaje relata la aparición de Jesús a dos discípulos por el camino de Emaús y cómo lo reconocieron al partir el pan. El paso siguiente es la continuación del mismo capítulo, y el hecho tiene lugar en la sala alta, en Jerusalén, donde el Señor se aparece de nuevo, habla con sus discípulos y come con ellos. El evangelio del ciclo C está tomado una vez más de Juan (21,1-19), y nos relata lo que ocurrió a orillas del lago de Tiberíades cuando, después de la pesca milagrosa, los discípulos reconocen al Señor y comen con él, y Pedro recibe el encargo: "Apacienta mis corderos... Apacienta mis ovejas".

            En cada uno de estos evangelios tiene lugar una comida de Cristo resucitado con sus discípulos. La comida expresa intimidad y compañerismo. Aun después de haber vuelto al Padre, Cristo permanece en amistad y familiaridad con sus seguidores. Nada esencial ha cambiado en su relación con ellos. El vínculo que unía al Maestro con sus discípulos no se ha roto; antes bien, se ha fortalecido, convirtiéndose la antigua relación en una auténtica comunión.

            El énfasis que se pone en la comida sugiere además otro pensamiento. La eucaristía es el banquete sagrado que preside el Señor; es la cena del Señor. Nosotros somos los invitados, que participamos de su cuerpo y su sangre sacramentados. Es un misterio de fe. Nosotros no vemos al que nos ha invitado; pero, por la fe, lo reconocemos en la palabra y en el sacramento, al partir el pan.

            El IV domingo se dedica al buen Pastor. Se llama precisamente Domingo del buen Pastor. Las lecturas evangélicas para los tres ciclos están tomadas de un gran discurso (Jn 10, 1-30). Toda la liturgia de este domingo está orientada á poner de manifiesto este tema central: la oración colecta, la segunda lectura, el salmo responsorial y el versículo del aleluya, así como la antífona de comunión y la oración poscomunión. Todas ellas aluden a Cristo como buen Pastor.

            La imagen de Jesús buen Pastor era la que más atraía a los cristianos de los primeros tiempos. Encontramos imágenes pintadas en los más antiguos lugares de culto, en las catacumbas y otros. A veces se trata de Cristo pastoreando su rebaño en praderas celestiales. Más a menudo está representado por un joven que lleva sobre sus hombros la oveja perdida: es el buen Pastor de los evangelios sinópticos (Mt 18,12-24; Lc 15,4-7). La Iglesia primitiva respondía a esta imagen como los cristianos de épocas más recientes respondían a la del sagrado corazón.

            La lectura evangélica del Buen Pastor es la más característica del tiempo de pascua. Cuando meditamos sobre este evangelio, nos damos cuenta de que todas las grandes verdades de nuestra redención están contenidas en él. El sacrificio expiatorio de Cristo se expresa en la imagen del buen Pastor que da la vida por sus ovejas. El motivo de su sacrificio es su obediencia amorosa al Padre. Su objetivo final, que tengan vida abundante.

            La parábola del buen Pastor nos muestra a Jesús actuando en su Iglesia a lo largo de los siglos. Desde el cielo sigue pastoreando su rebaño. Como observa un escritor: "Después de haber pasado a través de su muerte y resurrección, ha entrado en su gloria con el Padre, y desde allí conduce a su rebaño a la perfección".

            Finalmente, esta imagen transmite maravillosamente la relación entre Cristo y su Iglesia y entre Cristo y cada persona en particular. ¡Cuán expresiva es la frase: "Conozco mis ovejas y las mías me conocen"! Conocer tiene un sentido muy rico en el lenguaje bíblico. Es algo dinámico que se expresa en amor y servicio al otro, interesando el corazón tanto como la mente. El amor de Cristo hacia nosotros es algo íntimo y personal, y nuestro amor hacia él es la respuesta a su llamada. Oímos su voz, y lo seguimos. Este es el mutuo conocimiento entre el Pastor y sus ovejas.

            Las lecturas del evangelio para el V domingo revelan otros tantos aspectos de esta relación. Cristo es "el camino, la verdad y la vida", se nos recuerda en el ciclo A (Jn 14,1-12). Cristo es la verdadera vid, y nosotros los sarmientos. La unión con él se debe mantener a toda costa. El sufrimiento es condición indispensable para crecer, porque el labrador ha de podar las vidas para que den más fruto. Aquí entra en juego la teología del sufrimiento. El evangelio del ciclo C (Jn 13,31-35) trata del "mandamiento nuevo" de amarse mutuamente. El amor de Cristo hacia nosotros ha de ser la medida de nuestro amor mutuo.

            El VI domingo nos prepara para la fiesta de Pentecostés que se avecina. En los evangelios de los ciclos A y B Jesús promete el Espíritu Santo y describe su rol en la Iglesia. El será abogado y maestro, y conducirá a la Iglesia hacia la verdad completa. Es el gran principio de unidad en la Iglesia.

            El tema de la unidad aparece de nuevo el VII domingo, antes de Pentecostés. Todas las lecturas evangélicas se toman del capitulo 17 del evangelio de san Juan, que contiene la gran oración conocida generalmente por oración sacerdotal de Jesús. En ella Jesús implora al Padre para que guarde a sus discípulos en su nombre y mantenga a la Iglesia en perfecta unidad.


Otras lecturas del Nuevo Testamento

            También la lectura de los Hechos de los Apóstoles durante el tiempo de pascua tiene una larga tradición. Se comienza el mismo domingo de resurrección y se sigue leyendo en todas las misas hasta pentecostés. Un indicio de la importancia que tienen estas lecturas es el hecho de que, durante el tiempo pascual, también la primera lectura de las misas de los domingos es del Nuevo Testamento, cuando normalmente está tomada del Antiguo. Este ya no es tiempo de promesas, sino de cumplimiento, y este cumplimiento se manifiesta de la manera más adecuada en los relatos referentes a la primera comunidad cristiana.

            Se puede objetar que la lectura litúrgica de los Hechos sería más apropiada después de pentecostés por ser cronológicamente el tiempo más indicado. Esto es cierto; pero no es más que una consideración, y no de gran importancia. Interesa más mostrar cómo la vida de las primeras comunidades cristianas era un testimonio vivo de la resurrección. La buena nueva de la resurrección era el mensaje central de la predicación apostólica. Los signos y maravillas realizados por los apóstoles confirman su mensaje, de la misma manera que lo corrobora su disposición a afrontar la persecución por Cristo.

            Los Hechos nos hablan de la infancia de la Iglesia, de esa Iglesia nacida del costado de Cristo mientras él "dormía el sueño de la muerte en la cruz". Evidentemente es muy oportuno revivir, durante este tiempo pascual la historia del primer desarrollo y expansión. En ella se nos describe una comunidad cristiana que todo lo comparte, que tiene "un solo corazón y una sola alma"; una comunidad luchando por vivir según las categorías morales establecidas por Cristo; una Iglesia animada y conducida por el Espíritu Santo.

            En su crónica de la infancia de la Iglesia, san Lucas describe una vida de actividad incesante. Salta a la vista el marcado contraste entre estas narraciones y el evangelio de san Juan, de carácter tan sereno y contemplativo. Dicho contraste subraya muy oportunamente la doble naturaleza de la Iglesia, que es al mismo tiempo activa y contemplativa, combinando así los papeles de Marta y de María. En palabras de la constitución sobre liturgia: "Es característico de la Iglesia ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina".


La liturgia de las horas

            La Liturgia de las horas, en su oficio de lecturas, utiliza otros libros del Nuevo Testamento para enriquecer nuestra comprensión del misterio pascual en la vida de la Iglesia.

            Durante la primera semana, la lectura escriturística se toma de la primera carta de san Pedro. La elección no podía ser más adecuada, considerando el carácter marcadamente bautismal de esta carta. Algunos comentaristas sugieren la idea de que se trate de una homilía pascual dirigida a los recién bautizados. Esto, sin embargo, es discutible; aunque ciertamente en su sección introductoria parece una exhortación a los nuevos bautizados para que sean fieles a su llamada. Contiene, además, importante doctrina acerca del bautismo: sus efectos regeneradores, que hace derivar del misterio pascual de Cristo; su aspecto corporativo, que introduce a quienes lo reciben en el pueblo de Dios. Por el bautismo se transmite al neófito el poder vivificante de la resurrección.

            El libro de la Revelación o Apocalipsis tiene parte preponderante en el oficio de lecturas, comenzando el lunes de la segunda semana y continuando hasta el final de la quinta. Armoniza bien con la liturgia de este tiempo que celebra la victoria de Cristo, victoria que es también el tema del Apocalipsis. Aquí contemplamos al Señor en su gloria después de haber vencido a todos sus enemigos. Se nos presenta como el cordero que ha redimido a su pueblo y lo conducirá a la victoria final. Su lucha con el poder de las tinieblas continúa en la Iglesia. A pesar de la continua persecución, la victoria está asegurada. El libro concluye con cantos victoriosos en el cielo y una visión de la nueva Jerusalén.

            Por fin, en las dos últimas semanas del tiempo pascual, una vez más el apóstol san Juan se dirige a nosotros con sus cartas a las iglesias. Estos escritos, especialmente la primera carta, concuerdan muy bien con Jn 15,17, que se lee en la misa durante ese tiempo. El mandamiento de amarnos mutuamente como Cristo nos amó es el gran tema tanto del evangelio como de las cartas. Este mandamiento, antiguo y nuevo a la vez, es esencial al cristianismo.

            San Juan nos exhorta a que vivamos en el espíritu de la renovación bautismal, lo cual significa romper con el pecado y caminar a la luz de la gracia de Dios, guardando los mandamientos y no dejándonos contaminar por el mundo. Esto implica vivir según conviene a los hijos de Dios. El amor ha de ser el sello de nuestras vidas; amor no sólo de palabra, sino de "obras y verdad".

            La gran lucha entre el bien y el mal, tan dramáticamente pintada en el Apocalipsis, tiene su contrapartida en las cartas. Aquí se lucha no en el gran escenario del mundo y el cosmos, sino en el corazón mismo del hombre. Cristo sigue batallando contra Satanás y venciéndolo. En esta lucha, en que todos nosotros estamos comprometidos, nuestras armas son la fe y el amor. Por la fe vencemos y hacemos nuestra la victoria de Cristo: "¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn 5,5). Por la práctica del amor, el misterio pascual de Cristo se hace realidad en nuestras vidas: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1 Jn 3,14).

 

VINCENT RYAN

 Act: 28/03/16   @pascua cristiana           E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A