2. Los Antiguos Libros Litúrgicos Latinos.

 

La Génesis de los Libros Litúrgicos.

¿Cuándo fueron escritas las primeras fórmulas litúrgicas? La cuestión, ciertamente de gran interés, provocó en el siglo 18 vivas discusiones entre los liturgistas; algunos, como Renaudot y Le Brun, sostienen que las fórmulas en uso en la antigua liturgia fueron practicadas durante diversos siglos sólo oralmente, con motivo de la disciplina del arcano en vigor desde la época apostólica, en fuerza de la cual se cubren de misterioso silencio los dogmas y la liturgia sacramental.

Le Brun citaba en su epopeya a Tertuliano. Hablando de los siguientes, escribe: Harum et aliarum eiusmodi disciplinarum, si legem expostules scriptam, nullam ingenies; traditio tibi praetendetur autrix, consuetudo confir-matrix, et fides observatrix. Parece, sin embargo, que en esto quiso Tertuliano quizá simplemente afirmar que en la ley escrita, es decir, en los libros neotestamentarios, no se contiene nada en torno a la disciplina de los sacramentos; ésta nos ha llegado preferentemente por la tradición.

Lo mismo viene a decir un texto de San Basilio: "Invocationis verba, cum conficitur pañis Eucharistiae et poculum benedictionis, quis sanctorum (es decir, los escritos inspirados) in scripto nobis reliquit? Nec enim his contenti sumus, quae memorat Apostolus aut Evangelium; verum alia quoque et ante et post dicimus, tamquam multum habentia momenti ad mysterium, quae ex traditione citra scriptum accepimus. Consecramus aquam baptismati et oleum unctionis. praeterea ipsum qui baptismum accipit, ex quibus scriptis? Norme a tacita secretaque traditione? Ipsam porro olei inunctionem, quis sermo scripto proditus docuit? lam ter immergi hominem, unde e Scriptura haustum? Reliqua autem quae fiunt in baptismo, veluti renunciare Satanae et angelis eius, ex qua Scriptura habernus? Nonne ex minime publicata et arcana hac doctrina, quam Patres nostri silentio quieto minimeque curioso servarunt?"

También aquí es fácil comprender cómo San Basilio, si bien usó términos más bien enfáticos, intentó contraponer a las enseñanzas de los libros escriturísticos (scriptum, scriptura) la tradición divina y apostólica de tantos ritos, la cual no está escrita, solamente por que no se halle contenida en ellos; sin olvidar que en su tiempo estaba en pleno vigor la disciplina del catecumenado que ocultaba a los nuevos bautizados la doctrina sobre el bautismo y la eucaristía.

Contra las afirmaciones, evidentemente exageradas, de la escuela francesa, otros liturgistas, como Muratori, Selvaggi y Dom Gerbert, demostraron cómo desde los tiempos apostólicos se debía sentir la necesidad de tener los primeros esbozos de un formulario litúrgico. Ciertamente, hubo al principio un período en que la tradición prevaleció. Nosotros, en efecto, hemos observado en otra parte cómo en aquella época el celebrante gozaba de una amplia libertad de expresión. Pero es preciso también admitir que la selección y el orden de las ideas a desarrollar en la solemne plegaria eucarística y en cualquier otra acción principal debieron ser fijados muy pronto. De todo esto a tener un formulario escrito de uso local y privado era fácil el paso.

Estas conjeturas, ya verosímiles a priori, dada la frecuencia, la importancia y la regularidad del servicio litúrgico desde la época primitiva, se encuentran confirmadas en muchos documentos antiquísimos, en les cuales se contienen textos de fórmulas litúrgicas, muchas de ellas con una clara intención de servir como norma. Baste recordar las preces de la Didaché, las no menos importantes de San Clemente I, las preces alusivas a los conceptos desarrollados a la plegaria consecratoria de San Justino, la anáfora y las otras fórmulas contenidas en la Traditio: el fragmento de Crum, Eucologio de Serapión de Thmuis; las Constituciones Apostólicas, cuyas fórmulas se remontan en gran parte a una época muy anterior a la de su definitiva compilación. En Oriente, por lo demás, Orígenes (+ 254) hace mención de un libro litúrgico cuando, refutando los errores de Celso, trae un pasaje de este último en el que afirmaba: Vidisse se, apud quosdam nostrae religionis, praesbyteros, libros barbaros in quibus daemonum nomina et praestigia videbantur. Era probablemente una colección de fórmulas de exorcismo.

 

Del examen de los datos históricos hasta ahora conocidos podemos deducir las fases sucesivas de la formación de los libros litúrgicos.

1.° Período de improvisación carismática. — El celebrante no tiene delante de sí libro alguno; solamente de su inspiración interior toma las expresiones más adaptadas para desarrollar el tema de la gran plegaria eucarística que Cristo ha fijado y los apóstoles la han transmitido a las iglesias. Contra Qelsum, VI.

Si se comienza a escribir alguna fórmula, como, por ejemplo, la de los capítulos 9 y 10 de la Didaché, ella no reviste carácter oficial; a los profetas se les permite dar gracias como quieran.

2.° Período de las fórmulas primitivas. — En este período (siglos II-III), el núcleo eucológico central, la anáfora, por la importancia capital que tiene, tiende a precisarse en una fórmula invariable o en un resumen descriptivo de su contenido. Las referencias de San Justino y, sobre todo, el texto de San Hipólito, compuesto en el 218, en uso quizá en su iglesia cismática, nos reflejan, en efecto, una situación eucológica más estable que la presente. Las demás fórmulas, sin embargo, permanecen todavía oscilantes. La Traditio, aunque propone alguna, deja todavía al oficiante plena libertad para servirse o no de ella; importa más que su plegaria sea correcta y ortodoxa.

3.° Período de libre composición (siglos IV-V). — La adaptación del latín como lengua litúrgica (siglos III-IV), el advenimiento de la paz, la afluencia de las masas populares a la Iglesia, determinó un rápido y extraordinario desarrollo litúrgico, al que corresponde un intenso trabajo de producción eucológica, especialmente en África y en Italia. En torno a la anáfora, que era como la gran plegaria central, substancialmente inmutable, se multiplican fórmulas de toda clase, tanto para el ritual de los sacramentos como para el de los sacramentales, pero sobre todo para el de la misa. De aquí los primeros libelli missarum, es decir, artículos que contienen algún formulario de la misa, de los cuales tenemos un tipo en Oriente, en el libro octavo de las Constituciones Apostólicas, y en Occidente, en el llamado misal de Stowe y en las misas de Mone. Esta imponente eflorescencia litúrgica no siempre, como es fácil suponer, ortodoxa y correcta, la ha atestiguado ampliamente a finales del siglo IV un sínodo de Hipona (393), y a principios del siglo V, los concilios de Cartago y Mileto, San Agustín y el mismo papa Inocencio I (416).

Un canon del llamado cuarto concilio de Cartago (primera mitad del siglo V) prescribe que cum altari assistitur, semper ad Patrem dirigatur oratio. Et quicumque sibi preces aliunde describit, non eis utatur; nisi prius eas cum instructioribus fratribus contulerit. También San Agustín, lamentando la falta de corrección de muchas composiciones litúrgicas redactadas ab imperitis loquacibus, sed etiam ab haereticis compositas, exige que sean revisadas por personas competentes: multorum enim preces emendaniur cotídie, si doctioribus juerint recitatae et multa in eis reperiuntur contra catholicam fidem. Los Padres del concilio Milevitano (416) sancionaron sin más que pudieran ser usadas solamente las composiciones aprobadas por el concilio y enumeraron una serie variada de ellas: preces, vel orationes seu missae, sive praefationes, sive commendationes seu manus impositiones.

El desorden eucológico que vemos en África encuentra una semejanza exacta en Italia, porque el papa Inocencio I, en la carta escrita en el 416 al obispo de Gubbio, deplora que unusquisque, non quod traditum est, sed quod sibi visum fuerit, hoc aestimat esse teneñdum; inde diversa in diversas locis vel ecclesiís, aut celebran videntur; ac fit scandalum populis...

4.° Período de las primeras colecciones: los sacraméntanos. — Para obviar los grandes inconvenientes antes enumerados, era natural que se pensase hacer una colección de libros de más garantía para la ortodoxia y corrección literaria, uniendo diversas fórmulas de ellos, incluso para la misma fiesta, de modo que el celebrante pudiese escoger a su gusto. Estas colecciones fueron precursoras inmediatas del sacramentarlo, del cual el canon del concilio Milevitano nos muestra ya el diseño. Esta es la fase última de la evolución eucológica, que ve hacer los primeros libros litúrgicos verdaderos y propios. La podemos circunscribir substancialmente al siglo V-VII, si bien fue continuada todavía durante mucho tiempo después.

A esta época, en efecto, pertenecen las más antiguas noticias de compositores y compiladores de fórmulas litúrgicas: papa San León 1 (440-461), papa San Gelasio (492-496); Sidonio Apolinar, obispo de Clermont-Ferrand (470-480); San Paulino de Ñola (+ 431); Voconio, obispo africano (+ 460); Museo, obispo de Marsella (siglo V); el llamado sacramentarlo leoniano, el formulario más antiguo de la liturgia ambrosiana. San Gregorio de Tours (+ 594) alude más de una vez a los obispos editores de libelli missarum o compositores de nuevas fórmulas litúrgicas en los ratos de ocio del exilio. En confirmación, son también de este tiempo las primeras pruebas de un libellus missarum leido en el altar por el celebrante. Lo encontramos en San Agustín, y a finales del siglo V, en la bibliografía de Sidonio Apolinar, escrita por San Gregorio de Tours.

Hemos hablado preferentemente de formularios que afectan a la misa; pero es cierto que el trabajo de recopilación debió poco a poco extenderse a todos los elementos eucológicos de la liturgia y en relación con los diversos ministros que tomaban parte. Porque cada clase de ministro, que tenía en la sinaxis una función propia, tenía también su libro propio. Encontramos así el sacramentarlo para uso del celebrante; el evangeliario y los dípticos, para el diácono; el leccionario, para los lectores; el cantatorium y el antiphonarium, para los cantores, y más tarde otros libros de menor importancia.

Aun antes de la paz, las iglesias, aun las de escaso relieve, se hallaban bien provistas de códices. El verbal-inventario de secuestro de los objetos encontrados en la iglesia de Cirta, en Numidia, redactado el 19 de mayo del 303, enumera, entre otros, más de 29 códices sagrados, de los cuales, los consignados por los obispos, se puede creer que no fuesen escritúrales. Otros obispos, como los de Calama, Cartago y Tigisi, en la misma persecución de Diocleciano, en la que se había ordenado arrojar al fuego todos los libros sagrados, llegaron a ponerlos a salvo con algún subterfugio, sustituyéndolos con los libros profanos o heréticos o con papeles inútiles. Pero, por desgracia, en la mayor parte de las iglesias, incluida la de Roma, muchísimos códices fueron encontrados destruidos, y entre éstos hubo no pocos recordados como preciosos y preciosísimos. Pasada la tempestad, en el régimen de libertad y con mayores facilidades, las bibliotecas sagradas debieron muy pronto recobrar su precioso patrimonio. San Jerónimo, con cierto desdén, alude a una cuasi lucha entre las iglesias más importantes para procurarse los códices litúrgicos, escritos por los mejores calígrafos con todos los recursos del arte, revestidos de oro, de plata y de piedras preciosas. Inficientur membranae colore purpureo — escribe en una carta a Eustoauio —, aurum liquescit in Hueras, gemmis códices vestiuntur, et nudus ante ores Christus emoritur. Más tarde vemos escrito entre los deberes de un sacerdote el de proveerse de los libros indispensables para el servicio litúrgico. Missale breviarium et martyrologium, unusquisque habeat, impone una instrucción de San Cesáreo, después retocada y atribuida a León IV (+ 855). Más detalladamente, un contemporáneo suyo, Hetto, obispo de Basilea, prescribía: Sexto, quae ipsis sacerdotibus necessaria sunt ad discendum: id est, sacramentarium, lectionarium, antiphonarium, baptisterium, computus, canon poenitentialis, psalterium, homiliae per circulum anni dominicis diebus et singulis festivitatibus aptae. Ex quibus ómnibus, si unum defuerit, sacerdotis nomen vix in eo constabit. Los inventarios de las bibliotecas parroquiales hechos en torno a esta época y en los siglos sucesivos confirman que tal era, más o menos, la normal dotación libraría sagrada y litúrgica de las iglesias y de los monasterios.

 

Los Sacramentarios.

Sacramentarium1 o Líber sacramentorum, en lenguaje litúrgico medieval, era llamado el libro que contenía las plegarias dichas por el obispo o por el sacerdote en la celebración de la misa y en la administración de los sacramentos y sacramentales (colecta, secreta, postcomunión, prefacio, el canon con los Communicantes y el Hanc igitur especiales, y finalmente oraciones y fórmulas diversas). Las primeras colecciones de plegarias litúrgicas para la misa fueron hechas, como explicamos antes, alrededor del siglo V, distintas unas de otras según los criterios de los diversos compiladores y, sobre todo, de la influencia de los diversos centros litúrgicos sobre ellos. Todas, desgraciadamente, se perdieron. Los numerosos sacramentarlos de épocas posteriores llegaron hasta nosotros, y compuestos en el ámbito litúrgico de Roma, se pueden reducir a tres tipos principales: a) el leoniano, b) el gelasiano, c) el gregoriano, porque son atribuidos por sus primeros editores, respectivamente, a los papas León I (+ 461), Gelasio I (+ 496), Gregorio Magno (+ 604), no tanto como una auténtica obra suya, porque su composición refleja bien claramente tres distintas épocas litúrgicas.

 

El sacramentarlo leoniano.

El sacramentarlo leoniano, el más antiguo de todos, fue descubierto por José Bianchini en la biblioteca capitular de Verona (Ms. LXXXV), donde se conserva todavía en un códice, escrito en caracteres unciales, que Delisle lo atribuye al siglo VII. Es un repertorio de formularios para la misa (colecta, secreta, communio, oratio super populum) para muchas (no todas) fiestas del año, junto con algunas fórmulas de bendición (consecratio episcoporum, presbyteri, benedictio super diáconos, benedictio fontis y alguna otra), dividido en doce secciones, según los meses del año. Pero el códice, desgraciadamente, está mutilado al principio; comienza sólo con la misa de los Santos Tiburcio y Valeriano y termina en diciembre con las cinco in ieiunio mensis decimi. Los formularios de la misa para cada una de las fiestas son casi siempre más de uno, y a veces extraordinariamente numerosos; se cuentan, por ejemplo, 14 para San Lorenzo, 28 para los Santos Pedro y Pablo, 23 para el aniversario de la consagración de un obispo, cada uno separado del otro con la rúbrica ítem alia. Esta abundancia de misas parece atestiguar un estado arcaico de las cosas, cuando en el copioso material litúrgico no se ha hecho todavía una selección para coleccionarlo en el sacramentarlo tipo. El orden del libro deja mucho que desear. En las misas de septiembre se encuentra una para San Pedro y otra para San Lorenzo, así como una invitatio ieiunii mensis decimi. Un prefacio en honor de Santa Eufemia está puesto antes que las oraciones del día de la fiesta de los Santos Cornelio y Cipriano. Y el 3 de agosto, fiesta de San Esteban Papa, están insertas siete misas para su homónimo protomártir, que después saltan al final de diciembre. Se encuentran también allí, por una y otra parte, oraciones y prefacios de un carácter polémico muy vivo, llenos de fieras invectivas contra ciertos falsos confesores que se hallan mezclados con los verdaderos, contra adversarios de los que es preciso guardarse como de lobos, con la astucia de serpientes, los cuales dedecora sua notasque non cernunt, pero ut se valere contendat, volumina divina percurrunt, quum per haec ipsi potius ímprobos mores suos et profiteantur et damnent... subdoli operará," qui introeunt explorare Ecclesiae libertatem quam habet in Christo, ut eam secum in turpem redigat servituíem... qui penetrant domos et captivas ducunt mul\lerculas, oneratas peccatis; non solum viduarum facultates sed devorantes etiam gloriantur, et domi forisque spurcitiam contrahentes, non tam referti sunt ossibus mortuorum, auam magis ipsi sunt mortal Todas estas particularidades indican fundamentalmente que el leoniano no es un sacramentarlo verdadero y propio, ni siquiera un libro oficial, sino una simple colección hecha a título privado de algunos de los libelli missarum existentes en las diversas basílicas cementeriales donde se celebraban las fiestas de los mártires respectivos, así como de los que tenían las iglesias titulares de la ciudad, de la urbe y de otros, propios del scrinium papal, compuestos para diversas circunstancias.

Fueron ellos la fuente de donde provinieron los formularios leonianos. Podemos añadir que el compilador, al hacer la colección, miró probablemente a juntar los materiales para un sacramentarlo que sirviera para un obispo; se insertaron, en efecto, todas las fórmulas de las ordenaciones.

Una característica de este libro es, por lo tanto, la de ser puramente romano, sin interpolaciones extranjeras. Lo prueban las indicaciones precisas de los lugares en que se deben celebrar los divinos misterios, en los cementerios o en las basílicas; preciosos indicios que sirven de pista segura a De Rossi (y a otros) para descubrir e identificar muchos lugares monumentales. Lo prueban también ciertas fórmulas que suponen al celebrante no sólo en Roma, sino también en la misma iglesia dedicada a los santos mártires. En la misa quinta para la fiesta de San Juan y San Pablo se lee: Nobis contulisti, ut non solum passionibus Martyrum gloriosis urbis istius ambitum coronares, sed etiam ipsis visceribus civitatis Sancti lohannis et Pauli victricia membra reconderes. En las misas cuarta y quinta, super Jeuncios, se alude claramente a la iglesia de San Lorenzo extramuros, donde estaba el sepulcro de muchos papas: Adiuva nos, Domine, Deus noster, beati Laurentii martyris tui precibus exoratus, et animam famuli tui (illius) episcopi in beatitudinis sempiternae luce constitue. Capelle ha localizado dos misas compuestas probabilísimamente por el papa Gelasio (+ 496), como se muestra por su composición.

Puede creerse que esta genuina impronta romana del sacramentarlo, conservada afortunadamente inmune de influencias extranjeras, se debe al carácter privado de la colección, por lo cual, al menos al principio, no salió de los estrechos límites de la basílica o del título a que estaba destinada.

 

En cuanto al autor y a la fecha de compilación del sacramentario leoniano, los críticos están muy lejos de ponerse de acuerdo. Bianchini lo atribuye al papa León I (440-461), por la indiscutible afinidad de forma y de concepto entre las cartas y los sermones de este Pontífice y las fórmulas del sacramentario. Muchas de éstas, sin duda alguna, se remontan a su tiempo y a su escuela; pero también hay otras muchas de época posterior; sin embargo, puede decirse que la mayor parte pertenecen a la primera mitad del siglo VI.

Lietzmann y Duchesne, relacionando algunas colectas con el sitio de Roma, realizado por Vitige en el 537-38, colocan la redacción definitiva en la mitad del siglo VI, bajo el pontificado del papa Vigilio (+ 555). Bourque, después de un minucioso análisis de los diversos libellt insertos en la colección para indagar la época probable de su composición, llegó a la conclusión de que son de una época comprendida entre el año 440, como término mínimo, hasta el año 560, como límite extremo.

Si en algún formulario podemos fácilmente adivinar el autor, nada sabemos sobre quién ha hecho la composición leoniana. Escribe Bourque: "Cualquiera que sea, esto es verdad: que los materiales empleados por él son de origen claramente romano. Aquel que los ha reunido candorosamente sentía, desde luego, una profunda veneración por la liturgia de Roma, y de ella pudo procurarse los preciosos textos con singular largueza. Quizá era un romano; pero no podemos tampoco excluir que fuese un extranjero. La historia litúrgica nos enseña que muchas veces fueron precisamente los extranjeros los que apreciaron los tesoros rituales de Roma."

El leoniano nos ha llegado en un solo manuscrito, el de Verona, que probablemente no fue jamás reproducido, transcrito en un manuscrito de la alta Italia, quizá en Bobbio. Pero muchos han creído ver derivaciones del mismo en algunos restos que en cuanto a su tipo parecen inspirados en el leoniano o derivados de una fuente común. Son los siguientes: a) Algunas fórmulas de probable origen arriano, del siglo IV-V, descubiertas y publicadas por el cardenal Mai en el 1828. b) Diecisiete oraciones (secretas y postcomuniones) editadas por Mercati según un manuscrito de la Ambrosiana (siglos VII-VIII). c) Cuarenta oraciones relativas a la preparación de la fiesta de Navidad, originarias de Rávena, del siglo V-VI, editadas por Ceriani. d) Doce oraciones contenidas en un pergamino del siglo VIII, descubiertas y editadas por A. Dold. e) Una benedictio super fideles bajo la forma de prefacio, atribuida a Prisciliano (fin del siglo VI); f) Una serie de dieciséis prefacios para todos los formularios de la Cuaresma, existentes en el sacramentario ge" lasiano Philipps, del siglo VIII, los cuales, por el estilo y por las frases, pudieran ser muy bien copia de los prefacios cuaresmales que faltan en el leoniano.

 

El sacramentario gelasiano.

El sacramentarlo gelasiano representa el segundo tipo de los sacramentarlos romanos. Fue publicado por el cardenal Tommasi en el 1680, según un manuscrito (Reg. 316) del siglo VII-VIII, que perteneció antes a la abadía de San Dionisio en Francia y actualmente se encuentra en la Biblioteca Vaticana. El códice es anónimo y lleva como título Líber sacramentorum romanae ecclesiae. Está dividido en tres libros. El primero, Líber sacramentorum romanae ecclesiae anni circuli, contiene las misas de las fiestas natalicias, de las dominicas hasta la octava de Pentecostés y de las ferias de Cuaresma (excepto la del jueves); cada misa tiene una doble colecta: la secreta, la postcomunión, la oratio super populum, excepto en el tiempo pascual, según las fórmulas relativas a las ordenaciones, al catecumenado, a las bendiciones de los óleos, a la fuente bautismal, a la consagración de las vírgenes y a la dedicación basilicae novae. El segundo libro, titulado Oratíones et preces de natalitia sanctorum, contiene el prólogo propio de los santos (colecta, secreta, prefacio y postcomunión), desde San Félix (5 de enero) hasta Santo Tomás (21 de diciembre); el común de los santos (ocho misas para los santos mártires) y finalmente cinco misas de Adventum Domini. El tercer libro, Oratíones et preces cum canone pro dominicis diebus, contiene dieciséis misas, cada una de las cuales se halla precedida por la rúbrica ítem alia missa; el canon, al que falta el memento de los muertos y termina con el embolismo del Pater noster; un.a colección de Benedíctiones super populum post communionem, muchas misas votivas (pro iter ageniibus, in tribulatione, tempore mortalitatis, actío nuptialis, pro defunctis, etc.) y plegarias para diversas ocasiones.

El sacramentarlo gelasiano, a diferencia del Leoniano, es, como dice su título, un libro oficial y el libro litúrgico más antiguo que ha llegado a nosotros de la iglesia romana. Este carácter romano es indiscutible. Además, puede decirse no sólo de su título, sino también de muchos textos del libro, como cuando, por ejemplo, se ruega a Dios ut romanorum regum sibi subditum regat princípatum...; ut romani nominis mímicos virtute suae comprimat maiestatis...; ut romani regni adsit principibus, etc. Se nota en él, sin embargo, cierta interpolación galicana, debido al hecho de que el sacramentarlo fue copiado de un autógrafo venido de la baja Italia, quizá de Capua o Cuma, pero transcrito y retocado para el uso de la iglesia de San Dionisio en París.

En las plegarias del Viernes Santos se lee: Réspice propitius ad romanum sive francorum benignus imperium; son mencionadas las fiestas de Santa Juliana, San Magno, San Rufo, propias de la Galia y desconocidas en Roma; en el canon aparecen insertados los nombres de los santos-galicanos Dionisio, Rústico, Hilario, y Martín. Bourque encuentra también elementos galicanos en el ritual de las ordenaciones.

 

Sobre el compilador y, por lo tanto, sobre la fecha de este sacramentarlo, las opiniones son muy concordes. Puede retenerse como substancialmente auténtico el apelativo gelasiano que le dio Tommasi. En efecto, en el De viris illustribus, de Jenaro de Marbella, que se escribió alrededor del 480, leemos del papa Gelasio; Scripsit volumen... sacramentorum, delimato sermone; pero la noticia llegó evidentemente hasta nosotros por una mano posterior que quizá la extrajese del Líber pontificalis. El cual, sin atribuir expresamente al papa Gelasio (492-496) la composición de un sacramentarlo, dice alguna cosa parecida: Sacramentorum orationes et praefatíones composuit. Más tarde, en las Calías, en tiempo de Wilfredo Estrabón (+ 849), el papa Gelasio fue considerado como compilador de estas plegarias, compuestas en parte por otros, en parte por él mismo, las cuales estaban todavía en uso en muchas iglesias galicanas. Juan Diácono (+ 880), en la biografía de San Gregorio Magno, habla de un gelasianus codex de missarum solemniis que aquel santo Pontífice multa subtrahens, pauca convertens, nonnulla vero adiiciens... in unius libri volumine coarctavít. Es del todo probable que Estrabón y Juan Diácono intentasen hablar de nuestro actual sacramentarlo gelasiano, porque, comparándolo con el gregoriano, el primero es más largo (multa subtrahens), las fórmulas comunes son casi idénticas (pauca convertens) y los tres libros son reducidos a uno solo. Todo esto, sin duda alguna, es de gran peso a favor de la sustancial autenticidad de la colección gelasiana, y, en efecto, Tommasi, Probst, Bavmer, Cabrol, E. Bishop, Morin y Bourque son muy favorables a esta opinión.

Las diversas adiciones, como la dominica de Adviento, las estaciones del miércoles, viernes y sábado antes de la primera dominica de Cuaresma, las cuatro fiestas de la Virgen, la Exaltación de la Cruz, que no existían ni siquiera en el tiempo de San Gregorio (+ 604), son debidas a inserciones posteriores que tuvieron lugar en la Galia, sea durante el siglo VI, sea también alrededor del 600. Por el contrario, el texto de los santos celebrados en el santoral se halla limitado a sólo los mártires y algún confesor equivalente a ellos (por ejemplo, los Santos Félix y Marcelo), que debían haber sufrido por la fe, lo que supone un estado litúrgico poco posterior al siglo V. De todas formas, es cierto que el sacramentarlo llamado hoy día gelasiano tiene un fondo romano, tomado, como el leoniano, del rico repertorio de los libelli missarum para servicio de los títulos de las principales iglesias cementeriales de la Urbe.

 

Del sacramentarlo gelasiano, en su genuina redacción original romana, no existe más que algún manuscrito, o al menos no se ha descubierto todavía ninguna copia de; él. Los códices gelasianos que poseemos nos dan, como decimos, una redacción del gelasiano compilada en Francia y, por tanto, con sensibles toques galicanos. Podemos creer que el gelasiano fue introducido en las Galias poco antes de la primera mitad del siglo VI, y es cierto que, a pesar de la concurrencia de los libros galicanos, obtuvo él muy pronto una amplísima difusión; tanta, que a principios del siglo VÍII se vio convertido en uso común en los territorios directamente sometidos a los carolingios, mientras el rito galicano podía todavía existir en las provincias más lejanas del mediodía de las Galias. Una prueba de ello es el inventario de la Biblioteca de San Riquier, compilado en el 831, que contaba dieciocho sacramentales gelasiancs, contra sólo tres gregorianos y ningún galicano.

El sacramentarlo gelasiano, adaptado al uso de las iglesias francesas, nos ha llegado en diversas recensiones, que se diferencian, sobre todo, por la diversa distribución de la materia. La más antigua se halla representada por el único códice (Biblioteca Vaticana, cód. Regin. 316), del cual hemos descrito arriba el contenido; su transcripción puede ser asignada a la mitad del siglo VII. Otras recensiones dependen substancialmente de un tipo de sacramentarlo de carácter sincretista, aparecido en las Galias alrededor del 750, formado sobre la base del gelasiano (fipo Regin. 316), a quien fueron añadidos elementos gregorianos derivados del sacramentarlo anónimo, que ya había penetrado en Francia, y de otros indígenas; la división primitiva en tres libros está generalmente abandonada; mantienen, sin embargo, siempre las dos colectas en la misa. A este tipo compuesto, que encontró discreta aceptación aun en Italia, los liturgistas le han dado el nombre de gelasiano del siglo VIII. He aquí las recensiones principales en orden al tiempo: a) Sacram. de Gellone (París, Bibl. Nac., Ms. lat. 12048), compilado hacia el 770-780. Está todavía inédito, pero ha hecho un amplio estudio comparativo de él Dom P. De Puniet, Sacramentare romain de Gellone (Roma, Ephem. Liturg., 1938). b) Sacram. de Angulema (París, Bibl. Nac., Ms, lat. 816), editado parcialmente por Dom Cagin en el 1920 (fin del siglo VIIl). c) Sacram. de San Galo (Ms. 348), compilado hacia el 800-820; editado por Mohlberg, Das frankische Sacram. Gelasianum in alamannischer Ueberlieferung (Mvnster i. W., 1918); 2.a ed., 1939. d) Sacram. de Rheinausul Reno (actualmente en la Bibl. Cant. de Zurich, Ms. 30), de principios del siglo IX, utilizado por Gerbert, Monum. vet. lib. Alemann., I, 362-399. e) Sacramentarium triplex (actualmente en la Biblioteca Municipal de Zurich, c.43), llamado así porque contiene una combinación de tres sacramentarlos: gelasiano, gregoriano y ambrosiano, puestos paralelamente. Fue editado imperfectamente por Dom Gerbert, Monum. vet. lit. Alemannicae, t.l p. 1-240; análisis de historia en DAL, e.VIH 233. f); Sacram. de Berlín (n.125, Phil.1667), inédito, de fin del siglo VIII o principios del IX. g) Sacram. palimpsesto (Roma, Bibl. Angélica, Pal.), del siglo VIII, que perteneció a una iglesia de la Italia central, descrito por Mohlberg: Un sacramentarlo palimpsesto del siglo VIII dcir Italia céntrale (Roma 1925)." h) Sacram. de Esternach (París, Bibl. Nat., Ms. lat. 9433), escrito al principio del siglo XI; inédito. i) Sacram. de Montecasino, fragmentario, proveniente de la Galiay escrito entre el 750 y el 760ea.

Los gelasianos tipo siglo VIII no tuvieron larga vida, suplantada, sobre todo, por la creciente difusión del gregoriano.

 

Afín al tipo gelasiano es el llamado Missale francorum (cód. Reg. 257 de la Vaticana), un fragmento de sacramentario escrito en Lieja a finales del siglo VII o poco después. Según los análisis hechos por Rule, el primer núcleo del libro era un pontifical que conteníalas ordenaciones, redactado para uso de un obispo romano, que cree era Sidonio Apolinar, creado en el 468 por el praefectus urbis, obispo de Clermont. Mas tarde, a principios del siglo VI, a este libellus original se le hicieron varias adiciones: un santoral de la missae cotidianas, de verdadero estilo romano; las bendiciones de las vírgenes y de las viudas y finalmente el canon actionis en su texto gregoriano con el Pater noster. Sin embargo, en el formulario de la misa, en lugar de romanum Imperium, se encuentra Regnum francorum, y tampoco falta alguna rúbrica galicana.

 

El sacramenítario gregoriano.

El tercero y más reciente tipo de sacramentarlo llegado hasta nosotros en un número considerable de ejemplares, evoca en su título la paternidad de San Gregorio Magno: Incipit líber sacramentorum de circulo anni expositus, a S. Gregorio Papa Romano editus. Ésta atribución gregoriana, que, a una con los códices, le atribuyen los escritores del siglo VIII en adelante, fue discutida no menos que la del antifonario, el libro de los cantos de la misa, llegado hasta nosotros con e¡ mismo apelativo. Duchesne, fundándose especialmente en las misas de época posterior contenidas en el sacramentarlo, observaba justamente que el tipo de los llamados sacramentarlos gregorianos llegados hasta nosotros debiera haberse llamado no gregoriano, sino adrianeo, porque está derivado del antitipo enviado a la Galia por el papa Adriano en el 785-90 y, por consiguiente, representando, en realidad, el estado de la liturgia romana a finales del siglo VIII, doscientos años después de San Gregorio.

Por desgracia, no poseemos un manuscrito que nos represente el sacramentarlo en la forma auténtica recibida de San Gregorio; sin embargo, por un sacramentarlo de Padua, estudiado y publicado en el 1927 por Mohlberg, copiado, como parece, de un gregoriano puro, alrededor del 680-85, es decir, menos de ochenta años después de San Gregorio, podemos hacernos una idea precisa de su contenido. Era un sacramentarlo completo, práctico, bien ordenado, mucho más simple que su predecesor gelasiano, del que, según el testimonio de Juan Diácono, San Gregorio intentó hacer una reforma compendiosa. Comenzaba por la vigilia de la Navidad y traía el de tempore amalgamado con el de sanctis; pero el temporal estaba bien separado de las dominicas después de la Epifanía, después de Pascua, después de Pentecostés, y estas últimas, agrupadas en post Pentecosten propiamente dichas, post ss. Apostólos (29 de junio), post s. Laurentium (10 de agosto), post s. Angelum (29 de septiembre); cada dominica tenía señalado su propio formulario, sin necesidad de tener que seleccionar una en cada serie, como en el gelasiano. Mientras en éste se tenían dos oraciones, en el gregoriano la colecta era una sola para cada misa; los prefacios y las variantes del canon, numerosos todavía en el gelasiano, estaban reducidos poco más o menos al mínimo actual. Las fórmulas para las ordenaciones y las bendiciones seguían a las dominicas después de Pentecostés; venían después las missae cotidíanae, la última de las cuales se hallaba con el canon; el común de los santos y algunas misas según diversas intenciones o circunstancias especiales. Por lo demás, mientras en el gelasiano las indicaciones estacionales se hallaban desparramadas, el gregoriano las tenía en su lugar.

No conocemos las vicisitudes del gregoriano durante el siglo VII y el VIII. Ciertamente, debía enriquecerse con las nuevas misas introducidas por los papas en este período; pero sufrió también extrañas modificaciones: por ejemplo, la de la serie de dominicas después de Pentecostés.

 

Hacia finales del siglo VIII, Carlomagno, queriendo unificar en su reino la liturgia, reduciéndola toda al rito romano, pidió al papa Adriano (771-795) le enviase un sacramentarlo que le sirviera de norma para la ejecución de sus planes. El papa le mandó, en efecto, entre el 784-790, por medio del abad Juan, un líber sacramentorum, o sacramentarlo, a sartcto dispositus praedecessore nostro deifluo Gregorio patoa; pero, naturalmente, en el estado al que se hallaba reducido en su tiempo. De este precioso códice, depositado en la Biblioteca Imperial, ex authentico libro bibliothecae cubiculi, fueron hechas numerosas copias, algunas de las cuales llegadas a nosotros, que en breve arrinconaron casi por entero a los sacraméntanos preexistentes de tipo gelasiano y galicano.

No debe creerse, sin embargo, que esto sucedió tan sencillamente. Introducido el sacramentarlo adriano-gregoriano en el uso litúrgico de las Galias, se constataron inmediatamente profundas diferencias con los sacramentarlos existentes allí, lo mismo romanos que los de tipo gelasiano y gelasiano-gregorianizado, pero retocados en sentido galicano, como los de puro rito galicano. El uso romano presentaba fórmulas breves, simples; el galicano, fórmulas largas y floridas; faltaba la riqueza de los prefacios y de las misas votivas de uso popular; faltaban las benedictiones ep_scopa les tradicionales en las Galias, como también las misas de las dominicas después de Pentecostés, etc. Por eso, de los sacramentarlos usados hasta entonces se extrajo una serie de formularios, formándose un apperidice, que fue unido al nuevo sacramentarlo gregoriano llegado de Roma. Autor de este apéndice fue el docto consejero de Carlomagno, Al cuino, el cual oportunamente lo hizo preceder de un breve prólogo que comenzaba con las palabras Hucusque praecedens sacramentorum libellus... en el cual da lajrazón de los criterios que le han guiado en su obra.

El suplemento de Alcuino encontró una gran difusión, merced a su autor y a la excelencia de su contenido (Mss. grupo C). Pero no faltaron iglesias que porque se contentaron con menores adiciones, como en Italia, o porque no lo conocieron, se compilaron suplementos propios menos ricos o menos homogéneos (grupo D). Otros, en fin, en el transcurso de los tiempos, encontrando poco cómodo para el sacerdote el buscar ciertas fórmulas de uso frecuente en el final del suplemento, comenzaron a escribirlas en el margen del libro o a insertarlas sin más en su lugar en el cuerpo del sacramentarlo. Este proceso de integración se nota después del siglo IX y dio origen a una gran variedad de gregorianos, semejantes más o menos en su substancia, pero diferentes en las particularidades (grupo E, a), hasta que poco a poco, en el siglo X y siguientes, encontramos que en el sacramentarlo ha desaparecido toda traza de suplemento, y hasta aparece fundido completamente con el núcleo original del gregoriano adrianeo, formando con éste un todo orgánico (grupo E, b).

 

La decoracion de los sacramentarios.

El grupo de los sacramentarlos gregorianos, a diferencia de los gelasianos, que se presentan con una presentación más bien modesta en el aspecto artístico, tiene una notable importancia en la historia del arte medieval, porque a partir de la época carolingia, que los multiplicó y difundió, y a pesar de la deficiencia de su decoración y de sus figuras, todavía ordinarias, desastradas, sin ningún relieve de perspectiva, revelan un empeño nuevo de dar vida y movimiento a la composición, es decir, los primeros indicios de aquel despertar del arte, que pronto, más allá de los Aloes y en Italia, se desarrollará y crecerá vigorosamente. Dio quizá ocasión particular para esto el hecho de que el sacramentarlo gregoriano-adrianeo llegado a Francia no traía el canon al final del códice, como hasta entonces se había usado, sino que lo ponía al principio. El artista tenía, por lo tanto, una buena ooortunidad de poner en evidencia su maestría. Y es, en efecto, en el siglo IX cuando se reformó, y después, poco a poco, se acentuó la confección artística de los sacramentarlos. La ornamentación de estos libros, por encima de aquella más limitada en torno de las letras iniciales y reducida en general a trenzados geométricos, según la costumbre irlandesa, se precisó especialmente en torno a dos puntos: el comienzo del Praefatio communis y el del canon.

 

Los Libros de Lectura.

Si bien la lectura de los libros sagrados tiene una parte muy importante en las primitivas reuniones cristianas, no parece que se haya prestado tanta atención a las colecciones especiales hechas con ese fin. El presidente de la asamblea indicaba al lector en los códices los trozos de la Sagrada Escritura a leer, que generalmente se leían por orden, unos a continuación de otros (lectio continua); alguna vez, sin embargo, eran tomados de un sitio o de otro cuando, en ocasión de algunos domingos o fiestas, se juzgaba que una determinada perícopa escrituraria tenía con aquellas cierta relación. Este segundo caso se hace muy frecuente después del siglo IV, porque con el desarrollo del año litúrgico se sintió la necesidad de crear un sistema apropiado de lecturas sagradas. Esto estuvo ya organizado en el tiempo de San León (440-461). El elenco de estas lecturas, que debían hacerse sobre todo durante la misa, compuestas según el orden del año litúrgico, es lo que en la Edad Media se llamó leccionario, si su texto se ponía extensa y detalladamente, y capitularlo (capitulare), cuando se indicaban solamente las primeras y las últimas palabras (capitulum). Ei capitulare se ponía normalmente en la cabeza o al margen del códice de las lecturas paulinas; el OR I lo dice expresamente: Legitur lectio una, sicut in capitulare continetur (n.28). Alguna vez se escribía al margen del texto escriturístico.

Comúnmente, sin embargo, se dio al leccionario un significado más restringido, indicando con tal nombre las lecturas tomadas del Antiguo y del Nuevo Testamento, con exclusión de los Evangelios. En este sentido se decía con preferencia comes o líber cómicas, y más tarde, apostolus o apostolicus, porque las lecciones en él contenidas eran tomadas principalmente de las cartas de San Pablo Apóstol.

 

El leccionario.

El comes más antiguo de que tenemos noticias circulaba en la Edad Media con el nombre de San Jerónimo, porque llevaba al principio, como prólogo, una carta del Santo Doctor a un tal Qonstantium constantinopolitanum epzscopum, en el que decía haber recogido ex tanta divinorum librorum copia, quid brevius, quid utilius, singulis festivitatbus aptum vel competens esset. La carta es apócrifa; pero el libro fue ciertamente compilado hacia finales del siglo V o a principios del VI, cuando en Roma existía todavía en la misa la lección profética, porque en ella se habla de una triple lección (Antiguo Testamento, Cartas canónicas, Evangelios) que se leía en las iglesias. El autor de la carta y del comes es desconocido; como posibles autores se creyó a Víctor, obispo de Capua (541-554), y a Claudino Mamerto, obispo de Viena (+ 474). Desgraciadamente, el comes original estuvo perdido, y las copias del siglo VIII llegadas a nosotros contienen modificaciones y adiciones posteriores. En compensación, existe al principio el Codex Fuldensis, escrito alrededor del 540 por el ya citado Víctor de Capua, una sencilla colección de epístolas para el año litúrgico, las cuales posiblemente formaban parte del comes perdido.

Los leccionarios o comes (capitulan) más antiguos llegados a nosotros son:

a) El Capitulare de Wurzburgo, leccionario completo, que se remonta a los primeros años del siglo VII y está contenido en un manuscrito de Wurzburgo (Bibl. de la Universidad Mp. Theol., f.62, siglo VIII). Se intitula Incipiunt capitula lectionum de circulo anni. Su carácter es puramente romano y nos representa el sistema de lecciones vigentes en un tiempo poco posterior a San Gregorio Magno.

b) El Comes de Alcuino (735-804). Tiene una gran importancia litúrgica, porque fue compilado por él hacia el año 782, sobre la base del sacramentarlo gregoriano-pre-adrianeo, por orden de Carlomagno. Comes ab Alcuino, ex Carolí imperatoñs praecepto, emendatus, dice el título, que se encuentra en el comienzo del códice (París, Nac. 9452; siglo IX), perteneciente a la catedral de Chartres, donde lo publicó Tommasi. El leccionario, que está seguido de un suplemento, entre el prólogo y un códice, redactado por Helisacar, canciller de Ludovico Pío, cuenta en total de 307 títulos o lecturas, que nos representa al uso litúrgico romano-galicano de finales del siglo VII o principios del siglo VIII.

c) El comes de Murbach, editado por Wilmart, con un códice perteneciente antes a la abadía de Murbach (Alsacia) y ahora a la de Besangon (Bibl. Munic., Ms.184). Es un indiculus o capitulare compilado hacia finales del siglo VIII. que presentaba, ante todo, el esquema de las lecturas trasladadas más tarde a la misa. Fue compuesto sobre el sacramentario gelasiano-gregoriano del siglo VIII, en uso en las Galias.

Con el renacimiento carolingio comenzaron a ser más comunes los lectionarios plenari, los cuales no se limitaban a dar las primeras y últimas palabras de la lectio, sino que reproducían el texto por entero. El ejemplo más antiguo de esta clase nos lo ha dado el leccionario de Luxeuíl (siglo VII), del cual hemos hablado a propósito de los textos de la liturgia galicana. Después del siglo XI, los leccionarios, si bien incorporados poco a poco al misal completo, continuaron siendo transcritos, sea aparte, sea en unión con las perícopas evangélicas. Todavía hoy en las grandes iglesias catedrales se usa en las misas solemnes un libro distinto, donde están recogidas exclusivamente las epístolas y los evangelios de las principales fiestas del año.

 

El evangeliario.

El evangeliario designaba no sólo el libro que contenía los cuatro Evangelios, sino también el texto de las perícopas evangélicas que debían leerse durante la misa, capitula lectionum evangeliorum, el conjunto de las cuales, como dijimos, se ponía al principio o al final del volumen y se llamaba con el término propio de capitulare evangeliorum. De éstos, los más antiguos actualmente conocidos pertenecen al siglo VII y están añadidos a dos evangeliarios, que son:

a) El evangeliario de S. Cutberto (Brit. Mus. Cotton Ñero D. IV), transcrito en Lindisfarne (Inglaterra) hacia finales del siglo Vil de un evangeliario en uso en la iglesia de Nápoles, llevado allí en el año 638 por Adriano, abad del monasterio Neridanum, junto a Nápoles, o bien, según las conjeturas de Chapman, en el año 658, por Ceolfrido, monje de la abadía de Lucullanum, en Nápoles.

b) El evangeliario de Burchard, llamado así porque, según la tradición, pertenece a S. Burchard, monje inglés, después obispo de Wurzburgo del 741 al 753. Es afín al precedente.

Estos dos capitulares no dan una tabla precisa de las diversas perícopas evangélicas dispuestas según el año litúrgico, sino que se limitan a poner a la cabeza del texto de cada evangelio una lista de los días en los cuales se usaba el mismo evangelio, seguido de una sumaria indicación de la lectio. Según Morin y Beissel, representan muy verosímilmente el uso romano de los tiempos de San Gregorio, si bien el escaso número de fiestas de los santos registradas por ellos nos hace pensar en una época más antigua.

En los siglos siguientes, los capitulares y los evangeliarios propiamente dichos se multiplican de un modo extraordinario. Sería muy largo dar aquí aunque no fuera más que una simple reseña de los principales, que se conservan en las bibliotecas de Europa; Tommasi, y más recientemente Godu, Frere y, sobre todo, Klauser, lo han tratado ampliamente. Este último clasifica los capitulare evangeliorum romanos en cuatro tipos, refrendados por él con otras tantas cartas griegas.

1,° (A) Representa el rito romano puro alrededor del 645; es el mejor exponente del mismo el códice de Wurzburgo antes citado, en el cual al índice de las lecciones epistolares sigue inmediatamente el de las perícopas evangélicas; editado por Morin, Rev. Bénéd. (1911) pp.297-317. Como el índice de estos últimos está mutilado al final, Klauser lo completa con el cód. Pal. lat. 46 de la Vaticana, escrito alrededor del 800.

2.° (Λ) Representa también el uso romano puro, pero en una época posterior, alrededor del 740. Un espléndido exponeiite del mismo es el llamado Codex aureus de los Evangelios (cód.XXII de la Bibl. Munic. de Tréveris), escrito alrededor del 800, editado por K. Menzel, Die Trierer Ada-Handschrift (Leipzig 1889) pp. 16-27.

3.° (Σ) Es tambiιn un tipo romano puro de una época alrededor del 755. El exponente principal del mismo es el Cocí. lat. 1588 nouv. acq., de la Nacional de París, escrito alrededor del 800.

4.° (Δ) Es romano de fondo, pero con adiciones galicanas. Es un exponente del mismo el cσd.8523 de la Vaticana, escrito entre los siglos IX-X.

 

El evangeliario fue siempre considerado en la Iglesia como el símbolo de Cristo, y, por tanto, fue signo de honor religioso y litúrgico especial. Los códices que contenían su texto se quería, con preferencia a los otros, que estuviesen escritos en caracteres unciales de oro y plata sobre finísimos pergaminos de púrpura suntuosamente encuadernados y guardados en cajas preciosas. Ya San Ambrosio recuerda la custodia de oro que encerraba el códice de los Evangelios: Ibi arca testamenti vindique auro tecta, ides doctrina Christi. De un tiempo poco posterior al suyo (principios del siglo VI son las dos tablillas de marfil, antigua cobertura del evangeliario, que se conservan en la catedral de Milán. "Pertenecen ellas — escribe Kaufmann — a lo mejor que nos ha transmitido la antigua orfebrería en marfil." Envuelto y espléndidamente cincelado en lámina de oro es el evangeliario que la reina Teodolinda ofreció a la iglesia de San Juan Bautista, en Monza (siglo VI). El Líber pontificalis recuerda el regalo hecho por el emperador Constante a la basílica de San Pedro: Evangelia áurea cum gemmis albis mirae magnitudinis in circuitu amata. Pero la edad de oro de los evangeliarios comenzó con Carlomagno. En esta época, una serie de calígrafos, especialmente en los escritorios monásticos, trabajó con infatigable actividad y con habilidad sin par, escribiendo los libros litúrgicos, y antes que nada los evangeliarios, que el rey y los grandes señores descaban poseer o regalar a las iglesias. Entre los calígrafos más renombrados de aquel tiempo se recuerdan: el gran Alcuino, que escribió el evangeliario ofrecido por Carlomagno a la abadía de Aniano; Godescalco, a quien se debe el evangeliario llamado de Carlomagno, actualmente en el Louvre; Luitardo y Berengario, autores del evangeliario que Carlos el Calvo donó a San Emmerano de Ratisbona, ahora en la Biblioteca Real de Monaco; Pedro, que escribió el magnífico evangeliario de Epernay, y otros muchos.

No menor fue la preeminencia de honor asignada al evangeliario en el campo litúrgico. En los concilios de Efeso (431) y de Calcedonia (451), la profesión de fe se leyó en presencia del evangeliario; en el IV concilio de Constantinopla (869), que tuvo lugar en la basílica de Santa Sofía, el códice de los Evangelios estaba encima de un trono, junto con las reliquias de la cruz. También sobre un trono, el arte antiguo en Rávena, en Roma y en Aquileya, en las iglesias y en los baptisterios, quiso representar el libro de los Evangelios para recordar a los fieles la majestad de Cristo legislador y la escena inolvidable de la aperitio aurium. Desde finales del siglo V, el evangeliario fue colocado sobre el altar junto a la Eucaristía, leído en la misa entre cirios, perfumado de incienso, honrado poniéndose de pie toda la asamblea, besado, usado en la consagración de los obispos y llevado en procesión como símbolo de Cristo. Sobre él, todavía hoy, como se hacía en tiempo de Justiniano, se profieren los juramentos.

 

Los Libros del Oficio Divino.

 

El Salterio.

El libro del los Salmos, desde los comienzos de la Iglesia, fue el primero y más importante libro de las plegarias publicas, germen fecundo del que gradualmente se desarrolló a través de los siglos el árbol magnífico del oficio canónico. Tratando aquí del Salterio, intentamos referirnos únicamente a aquellos códices del libro de los Salmos que tienen alguna relación con la recitación de las horas canónicas. A este respecto pueden distinguirse cuatro tipos:

a) El Psalterium non feriatum o salterio simple, es decir, el texto con el orden numérico de los 150 salmos. Este, aunque no redactado directamente para el oficio canónico, lleva en el apéndice algunos textos de uso litúrgico, como los Cántica Bíblica acostumbrados, el Te Deum, el Gloria in excelsis, el símbolo, las letanías de los santos, etc. Tal es, por ejemplo, uno de los más antiguos salterios conocidos, el Codex Alexandrinus, del siglo V, y los no menos famosos de Utrecht y de Carlos el Calvo (siglo IX). que resumía brevemente el sentido general del salmo. Ha editado un texto del mismo el cardenal Tommasi.

c) El Psalterium feriatum completo, es decir, el texto de los salmos en orden numérico, al que va unido el Ordinarium officii de tempore, es decir, los invitatorios, las antífonas, los himnos, los versículos, los capítulos señalados para cada día de la semana. Esta es la forma conocida de los salterios medievales redactados para el uso litúrgico.

d) El Psalterium disposítum per hebdomadam. En éste, los salmos no están dispuestos en orden bíblico, sino según su rezo semanal. Están generalmente acoplados al proprium de tempore y al de los santos para formar el breviario en el sentido más moderno de la palabra.

 

Los Calendarios y Martirologios.

La liturgia católica se desenvuelve en el ámbito del año eclesiástico; las diversas etapas de este ciclo anual están indicadas en los calendarios y en los martirologios, dos clases de libros litúrgicos que se completan mutuamente.

 

El calendario.

El calendario era el simple conjunto de las fiestas observadas en una iglesia particular o diócesis, dispuestas en los días propios del año. Su uso se remonta ciertamente a los primeros siglos y quizá nace de los dípticos litúrgicos que poseía cada iglesia. Ηabes tuos fastos, decía Tertuliano al cristiano.

El más antiguo calendario eclesiástico de Roma que existía en los tiempos del papa Milcíades (+ 314) se perdió; pero nos han llegado dos extractos que Furio Dionisio Filocalo, el famoso calígrafo, amigo del papa Dámaso, unió a su colección. Cronológicamente, su primera redacción puede remontarse al 336, pero de todos modos no es posterior al 354. Uno tiene como título Depositio episcoporum, y el otro, ítem Depositio martyrum, y son el catálogo de los papas y de los mártires venerados en Roma a mitad del siglo IV (feríale filocaliano); un conjunto de apenas treinta y seis nombres, los cuales, añadiendo la solemnidad de Pascua y de Pentecostés y quizá la Epifanía, representan todo el ciclo hagiográfico de Roma después de la paz constantiniana.

Al año 448 pertenece el calendario de Polemio Silvio, más rico que el filocaliano; y a los comienzos del siglo VI el Calendarium africanum vetus, de Cartago, descubierto por Mabillon, que a la lista de los santos africanos añadió algunos otros propios de Roma y de Italia. Merece ser también recordado el Sinassario, de Oxyrhynchos (Egipto), escrito sobre un papiro del siglo VI, que da la lista de todas las reuniones litúrgicas hechas en Qxyrhynchos entre el 21 de octubre de 535 y el 22 de marzo sucesivo.

El más antiguo calendario eclesiástico en el sentido moderno de la palabra se encuentra en el famoso Codex epternacensis (manuscrito lat. 10837 de la Bibl. Nac. de París), que fue antes propiedad de San Willibrordo, apóstol de los frisios, y está escrito entre los años 702-706. Dignos de mención son también algunos calendarios de Carmena (España), de la primera mitad del siglo VI, grabados en tres columnas, y el calendario de Nápoles, esculpido todo él en mármol, descubierto en el 1742 en la iglesia de San Juan Mayor. Se remonta al siglo IX y tiene casi todos los días el el año ocupados por un santo. No tiene, sin embargo, un carácter estrictamente litúrgico, si bien en la base del mismo está el calendario de la iglesia napolitana. Después del siglo VIΙΙ los calendarios locales se multiplican, se enriquecen con nuevos elementos, como el aniversario de la dedicación de la iglesia catedral, el del santo titular o la traslación de sus reliquias, la clasificación ritual de las diversas fiestas, y se generaliza la costumbre, todavía vigente, de introducirlas en los dos más importantes libros litúrgicos: el misal y el breviario.

Muchos calendarios medievales fueron editados e ilustrados en diversas publicaciones. Nosotros nos limitamos a enumerar algunas colecciones más importantes:

a) Para Italia. — A. Ebner, ítem Italicum, Quellen una Forschungen. De los sacramentarlos y misales italianos más importantes de los que hace la crítica, refiere generalmente los datos importantes del calendario. A Spagnolo, Tre calendan medioevali veronesi (Verona 1915). F. Altham, De calendariis in genere et speciatim de calendario ecclesiastico (Venecia 1743); Borgia, Kalendarium Venetum (Roma 1773): PL 138, 1257-1259; Biblioth. Casinensis, III, 131;

IV, 129, 237, 365.

b) Para las iglesias franco-germánicas. — Marténe et Durand, Ampliss. co., V, 66β, 679, Gerbert, Monum. vet, lit. alem., I, 469 (PL 138, 1193. 1203). H. Grotenfend, Zeíírecinung des deutschen Mittelalters und der Neuzeit, dos volúmenes (Hannóver 1891). Además del texto de muchos calendarios diocesanos y monásticos alemanes, da también los calendarios de Dinamarca, Escandinavia, Suiza. L. Delisle, Mém. sur d’anc. Sacram., 313, 324, 345, 392, 397; el conjunto de dieciséis calendarios franco-germánicos, publicados por él aparte, se encuentra en DAL, IV, c.557; Marténe y Durand, Thes. nov. anecd.f III, 1605.

c) Para Inglaterra. — Marténe y Durand, Ampliss. Co..V, 652 (PL 72, 619). R.Hampson, Medii Aevi Calendarium (Londres 1841), dos volúmenes. F. Wormald, English Kalendars before a. D. 1100 (Londres 1934), vol. I, Texts; y del mismo, English Benedictine Kalendars after a. D. 1100; vol. I, 1939; vol. II, 1946.

d) Para las iglesias orientales en sus relaciones con el calendario latino. — N. Nilles, Kalendarium manuale utriusque Ecclesiae orientalis et occidentalis (Oeniponte 1896-97), dos volúmenes.

 

El martirologio.

Afín con el calendario es el martirologio, que de su significado etimológico primitivo pasa a indicar un catálogo de santos, dispuestos según el orden del calendario, o más generalmente el conjunto de las fiestas eclesiásticas celebradas anualmente en una fecha determinada. Tal es para el Oriente el Martirologio siríaco, arriano, compilado en el 412 en Edesa, editado en el 1866 por Wright, una de las fuentes del jeronimiano y testimonio de las fiestas de los mártires de Nicomedia, Antioquía y Alejandría, así como de algunos occidentales, como las Santas Perpetua y Felicitas, San Sixto y los Santos Pedro y Pablo. En Occidente, algún tiempo después surgió la primera redacción de un famoso martirologio, llamado Hieronymianum porque estaba atribuido falsamente a San Jerónimo. Ha llegado a nosotros en muy malas condiciones de lectura. Según los estudios de Duchesne, parece ser el resultado de la combinación de un martirologio griego redactado en Nicomedia hacia la mitad del siglo IV, de un martirologio local de la iglesia de Roma y de otros martirologios de Italia, África y las Calías. Fue compilado en Italia en la segunda mitad del siglo V; pero todos los manuscritos existentes reproducen una recensión ulterior hecha en las Calías, en Autún o en Auxerre, alrededor del 600. Nos han dado la edición crítica del mismo G. B. de Rossi y L. Duchesne en los Acta Sanctorum Bollandiana, noviembre, volumen 2.

Debe observarse que los dos martirologios arriba citados se limitaban a mencionar en el día señalado los mártires o los santos, añadiendo todo lo más el nombre del lugar o del cementerio donde se veneraban; pero más tarde pareció oportuno unir al nombre de los santos una sucinta noticia biográfica de los mismos. Surgieron de este modo los llamados martirologi storici.

El primero de ellos se debe al Venerable San Beda (673-735), en el cual, como él mismo afirma, quiso reunir en el día respectivo de la muerte todos los mártires de los que tenía noticia; pero, no habiendo encontrado bastantes (114 en total), dejó a propósito en el martirologio muchos días vacantes. Sobre la base de su obra y con el fin de llenar sus lagunas, pero no siempre con el mismo deseo de escrupulosa exactitud, se publicaron sucesivamente dos martirologios. un anónimo lionense (c.800); Floro, diácono de Lyón (d.852); Vandelberto, monje de Prvm (+ 842), que lo compuso en verso; Rábano Mauro (c.845); Adón (+ 875); Vsuardo (c.875) y, por último, Notker (+ 896). La obra de Usuardo, compilada con justo criterio y fundada en los precedentes martirologios, fue la que encontró mayor favor en las iglesias, y más tarde, con algunas adiciones y correcciones, se transformó en el martirologio actual de la Iglesia romana. El martirologio, según el uso iniciado en el siglo VIII y hoy todavía vigente, se leía todos los días a la hora de prima, in choro, en las iglesias colegiatas y catedrales, e in capitulo, en los monasterios.

Si ha habido libros donde muchas Aveces la fantasía del escritor ha trabajado más que la concienzuda investigación científica, éstos son los martirologios medievales, a los cuales, por tanto, la Iglesia no ha dado jamás una sanción oficial. "Su carácter — escribe Quentin — consiste en ser obras esencialmente privadas." No sólo la autoridad pontificia, pero ni siquiera la autoridad episcopal ha intervenido jamás en la obra de compilación. El concilio de Aíxla-Chapelle del 817 ordena leer el martirologio en el oficio de prima (canon 69); los estatutos episcopales prescriben a los sacerdotes tener un martirologio, es decir, en la mayor parte de los casos un calendario para anunciar oportunamente a los fieles las fiestas de los santos; pero tales prescripciones oficiales no han ido más allá, y todo compilador queda libre de escoger los personajes a insertar en su obra. Alguna vez el santo que se introduce en él goza ya un culto regular; pero en otros casos, no queriendo dejar libre un día, se pone un nombre cuya verdad hagiográfica no es lo suficientemente probada. He aquí por qué será poco prudente apoyarse en el martirologio romano, directo heredero de los martirologios medievales, o, lo que es peor todavía, endosar a la Iglesia la responsabilidod de los errores que contiene.

 

La editio princeps del Martirologium fomanum aparece en el 1583, preparada, por orden leí papa Gregorio XIII, por una comisión de doctos, presidida.por el cardenal Sirleto, y de la que tomaba también parte Baronio. Pero otra edición, la de 1584, fue la promulgada e impuesta oficialmente a toda la Iglesia. En las ediciones sucesivas se hicieron correcciones de poca importancia por Urbano VIII (1630) y Clemente X; mayores todavía las introdujo Benedicto XIV (1748), cuya edición quedó sustancialmente inalterada hasta 1922, salvo la introducción de nuevos santos elevados a los honores del culto. A esta nueva edición típica se hicieren algunas adiciones y correcciones, que encontraron en los estudios de la hagiografía una crítica más bien severa; la edición ha quedado así.

 

Los Libros de Canto.

 

El "cantatorium."

El primero de los libros de canto, por su importancia musical y por su dignidad litúrgica, es el cantatorium (Líber gradalis, Gradúale). Contenía los cantos del Psalmus responsorius y del Alleluia, que el solista (cantor) ejecutaba sobre la primera plana de la escala (gradus) del ambón después de las lecturas, y a la que respondía con una frase-estribillo el pueblo o la schola cantorum.

Un libro de esta clase debió de ser usado desde la más remota antigvedad cristiana, porque el canto del salmo responsorial se remonta a la misma liturgia apostólica. Naturalmente, al principio no debía existir una notación musical propiamente dicha; pero ciertamente desde mucho tiempo atrás, además del texto litúrgico, se tuvieron indicaciones escritas que servían de guía al cantor. El concilio de Laodicea (c.360) prescribe que los cantores litúrgicos canten sobre el pergamino y Víctor Uticense narra el piadoso fin de un cantor que en el día de Pascua, mientras pulpitu sistens, alleluiaticum melos canebat... sagitta in gutture iaculatus, cadente de manu códice, mortuus postea cecidit ipse. El I Orden romano observa que, después de la lectura de la epístola, cantor cum cantatorio ascendit et diicit responsorium. El cantatorium estaba de ordinario artísticamente encuadernado con tablillas rodeadas de hueso o de marfil, de donde viene el nombre de tabulae que le da Amalario: Tabulae, quas cantor in manu tenet, solent fieri de os so. Un fragmento del cantatorium nos ha sido conservado en un papiro procedente de Fajum, y se remonta hasta principios del siglo IV; contiene cuatro versos para la fiesta de la Epifanía y de San Juan Bautista, para intercalarse como estribillo en el canto del salmo responsorial, que debía ser el 32, Exultate iusti. Puede también recordarse el cantatorium de Monza, del siglo VIII, sin anotaciones, donado por la reina Teodolinda a la basílica de San Juan Bautista y publicado por Tommasi, así como el de San Galo (cód.359), del siglo IX, con notación musical, encerrado en dos magníficas tablas de marfil.

El antifonario.

 

El antifonario (antiphonarium, antiphonale, antiphonale rnissarum, antiphonarius líber) era la colección de cantos que debía ejecutar durante la misa la schola cantorum, es decir, la antiphona ad introítum, el responsorio gradual, la antiphona ad offertorium y ad communionem, con versículos relativos correspondientes según el uso medieval. Como se ve, el antifonario comprendía también el cantatorium. Esta era la práctica más común especialmente fuera de Roma, porque también la schola participaba en el canto del responsorio gradual. Amalario escribía a este respecto: Notandum est, volumen, Quod nos vocclomus duale. illi in aliquibus ecclesiis in uno volumine continetur. Seauentem partem dividunt in duobus nominibus. Pars, quae continet responsoríos, vocatur responsoriale; et pars, Quae continet antiphonas, vocatur Antiphonarium. Ego secutus sum nostrum usum. et posui mixtim responsoria et antiphonas secundum ordinem temtoorum in quibus solemnitates nostrae celebrantur. Mientras Roma procuraba distinguir cada una de las partes del canto — gradual, antífonas, responsorios del oficio —, en Francia se prefería reunirías todas en un solo volumen bajo el título de antifonario.

Los orígenes del antifonario no van más allá de finales del siglo IV o principios del V. El canto de un salmo en el ofertorio y en la comunión fue introducido en África, y probablemente también en Italia, en los tiempos de San Agustín. El introito comenzó en Roma, bajo el papa Celestino I (422-432) o poco antes. Si debemos creer a las anotaciones, muy lacónicas en verdad, que nos ha dejado Juan Archicantor de San Pedro en una obra suya, la colección de los cantos de la misa y del oficio, comenzada por el papa Dámaso (366-384) con la ayuda de San Jerónimo, fue sucesivamente elaborada y completada por diversos papas durante los siglos V-VII; es decir: San León I (440-461), el cual annalem cantum omnem instituit; San Gelasio (492-496), el cual omnem annalem cantum... conscripsit; papa Símaco (498-514), qui et ipse annalem suum cantum edidit; papa Juan I (523-526); papa Bonifacio II (530-532); papa San Gregorio Magno 590-604), el cual cantum anni circuli nobile edidit; papa Martín I (649-655) y, por último, los abades Cataleno, Mauriano y Virbono, del monasterio de San Pedro, en Roma.

 

Entre estas diversas compilaciones de los cantos de la misa, sobre las cuales, en general, no tenemos otros testimonios históricos, la compilación de San Gregorio Magno tuvo un nombre y una importancia especialísima. Las dudas aparecidas recientemente sobre la realidad de la reforma gregoriana del antifonario, atribuido por la tradición litúrgica medieval a él, han sido victoriosamente discutidas por la crítica moderna gracias especialmente a las investigaciones de Morin. San Gregorio, al compilar su Antifonario centone, como lo designa su biógrafo Juan Diácono (+ 880? no intentó crear nuevas melodías, sino que de los textos melódicos preexistentes quitó lo que sobraba, reduciéndolos a una forma más ágil, siempre correcta artísticamente, y no despreciando, cuando ocurría, las adiciones oportunas.

Ipse, Patrum monumenta sequens, renovavit et auxit, dice el famoso prólogo Gregorius praesul, que se encuentra encabezando el cód. 339 de San Galo y la mayor parte de los antifonarios.

Desgraciadamente no nos ha llegado ningún ejemplar de antifonario contemporáneo a San Gregorio; pero existen numerosos manuscritos de los siglos IX y X, los cuales, aparte de las adiciones de los siglos VII-VIII, se pueden considerar como copias muy fieles del primitivo antifonario gregoriano. Las principales son: Para un estudio comparativo de los textos antifónicos de la misa según los manuscritos, tiene una gran importancia la publicación de R. J. Herbert Antiphonale missarum sextuplex (Bruselas 1935), donde se hallan colocados en columnas paralelas los textos del más antiguo testimonio del antifonario romano, es decir, el gradual de Monza, y los antifonarios de Rheinau, Mont Blandin, Compiégne, Corbie y Senlis.

 

Además del antiphonarium missae, la schola poseía un antiphonarium officii, que contenía la colección de las antífonas y responsorios que debían cantarse en la celebración del oficio nocturno (maitines, laudes). Un libro de esta clase existía ya en el tiempo de la Regla benedictina (c.526), y de ése se sirvió más tarde San Gregorio para compilar su antifonario en la parte que tocaba al oficio. Falta todavía un códice que se remonta hasta la época gregoriana; los manuscritos más antiguos presentan todos el antifonario en una forma muy diversa del original por la fusión del rito romano con los elementos galicanos, que tuvo lugar en la época de los carolingios. Recordaremos entre los más importantes: a) El Líber responsorialis de Compiégne antes citado, del siglo IX, editado por Tommasi y reproducido por PL 78, 726 ss. b) El antifonario de Hartker (cód.390-391), de San Galo, antes citado; siglos X-XI. c) El antifonario de San Pedro (Vatic. B.79), siglo XII; editado por Tommasi, Opera, t.4 p. 1-700; rico en particularidades propias de la basílica de San Pedro.

 

El "Exultet."

Merece una mención el libro de canto, propio del diácono, llamado Rotólo dell´Exultet. Era una tira de pergamino no muy ancha, pero muy larga, que contenía el praeconium del cirio pascual, que acostumbraba cantar el diácono en el Sábado Santo. En Italia, especialmente en las iglesias de Sur, se acostumbró decorar el texto con ricas miniaturas pintadas en el reverso de la escritura, de forma que, desenvolviendo el rollo, la parte miniada venía poco a poco a desplegarse delante del pueblo circunstante. El más antiguo es el de Barí, hacia el 1607. Famoso por la riqueza de las composiciones, que representan escenas evangélicas y alegóricas, es el rollo del Museo Británico (siglo XII; 0,28 m. de ancho y 7 m. de longitud); además el que se conserva en la basílica de San Mateo, en Salerno, escrito en tiempo del obispo Romualdo (+ 1181) (0,47 m. de ancho y 8,20 m. de largo) y usado todavía en la bendición del cirio. Otros ejemplares se conservan también en Pisa, Velletri, Mirabella, Gaeta, Capua, Sorrento, Foggia y Montecasino. El praeconium paschale ha llegado a nosotros en varias recensiones distintas e independientes entre sí, que son: a) La romana, transmitida a nosotros en la más antigua copia del sacramentario gregoriano (Vat. Reg. 332; siglo VIIl), pero ciertamente muy anterior, actualmente en uso general en la Iglesia latina. b) La gelasiana, contenida en el sacramentarlo gelasiano (MURATORI, Lit. Rom. Vet., I, 564. c) La ambrosiana, que, según Mercati, pudiera tener por autor al mismo San Ambrosio. d) La mozárabe, en forma métrica, del siglo VII. e) La Vetus ítala, en uso, según Bannister, en las iglesias italianas antes de los carolingios. Suplantado en esta época por el texto romano en la alta Italia, quedó en vigor en el Mediodía hasta el siglo XII y aún más tarde. Todas las recensiones tienen común el prólogo festivo Exultet iam angélica; cambian, sin embargo, el texto de la bendición propiamente dicha, manteniendo en general un desarrollo análogo de conceptos, entre los cuales está el característico elogio de las abejas y por último la commendatio a Dios de las diversas autoridades.

 

Otros libros subsidiarios del canto eran:

a) El processionale, que contenía las antífonas que debían cantarse durante las procesiones, que en la Edad Media eran mucho más numerosas que hoy. Publicaron ejemplares de los mismos J. Henderson, según un códice en uso en la catedral de Salisbury, y V. Legg, según las costumbres del monasterio femenino de Chester, en Inglaterra. Hay también una selección de antiguos cantos procesionales hecha por Dom Pothier y Dom Andoyer.

b) El prosarium o sequentiarum, destinado a recoger las secuencias que debían cantarse en la misa. Notker lo llama líber hymnorum, y muchas veces tales composiciones tomaron un puesto en el volumen de los himnos propiamente dichos, como ya dijimos.

c) El tropario, es decir, la colección de los tropos, o sea los que se insertaban entre los cantos propios de la misa, como los del Ordinarium. Publicaron un gran número de ellos (fexto solamente, sin canto), Blume y Bannister, Tropi graduales (Leipzig 1905-1916), dos volúmenes, y W. Frére, una colección del siglo XI, en uso en la catedral de Winchester, la mejor en su clase.

A veces las colecciones de las prosas y de los tropos formaban un solo volumen. Tal es, por ejemplo, el tropario-prosario de la abadía de San Martín de Montauriol (en Montauban), del siglo XI, con adiciones posteriores, editado por C. Daux.