SACRIFICIO
NDL


SUMARIO: I. El sacrificio de Cristo y su memorial: 1. Antiguo Testamento; 2. Trasfondo en la historia de las religiones; 3. Nuevo Testamento - II. Teología de los padres - III. La escolástica - IV. Reforma y teología postridentina - V. Las concepciones actuales: 1. "Sacrosanctum concilium" y "Eucharisticum mysterium"; 2. Contribución ecuménica; 3. ¿Figura del convite?; 4. "Institutio Generalis Missalis Romani" - IV. Epílogo.


Punto de partida de nuestras reflexiones será la doctrina clara y normativa de la iglesia, tal cual viene propuesta en la constitución sobre la liturgia del Vat. II: "Nuestro Salvador, en la última cena, la noche en que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su esposa, la iglesia, el memorial de su muerte y de su resurrección" (SC 47).

El sacrificio eucarístico es la "fuente y culminación de todo el culto de la iglesia y de toda la vida cristiana"'. El sacrificio llevado a cabo por Cristo sobre la cruz se coloca de este modo, a través de su celebración, en el centro de la fe y de la vida cristiana.

Hay dos puntos controvertidos: el carácter sacrificial de la misa —sobre todo por parte de la teología protestante ; por otro lado, incluso la valoración de la misma acción salvífica de Cristo en cuanto sacrificio tropieza con alguna crítica en la exégesis moderna, y no sólo fuera de la iglesia católica.

He aquí, por consiguiente, el sentido de nuestra pregunta: ¿qué queremos decir cuando afirmamos que la muerte de Cristo en la cruz es su sacrificio, y cuando declaramos igualmente como sacrificio la celebración litúrgica del memorial de su muerte y resurrección?


I. El sacrificio de Cristo y su memorial

Es evidente que ni Jesús en su mensaje ni los evangelios que nos lo transmiten llaman a la obra de Cristo con el término técnico de sacrificio. Pero tampoco cabe duda de que Pablo, Juan y en general la predicación apostólica designan el don que el Señor hizo de sí mismo sobre la cruz por nosotros, en su núcleo esencial, con el nombre de sacrificio.

1. ANTIGUO TESTAMENTO. Estos testimonios primeros presuponen con absoluta claridad la doctrina y la praxis del AT. En su centro se encuentran con carácter dominante y claro los sacrificios ofrecidos por el pueblo de Israel a lo largo de su historia. Esto también ocurre en el culto del templo. Pero todos estos sacrificios hallaron su último cumplimiento y, consiguientemente, su superación (Aufhebung), en la muerte sacrificial de Jesucristo, como afirma en términos claros la plegaria sobre las ofrendas del domingo XVI per annum del nuevo Misal Romano: "Oh Dios, que has llevado a la perfección del sacrificio único los diferentes sacrificios de la antigua alianza, recibe y santifica las ofrendas de tus fieles, como bendijiste la de Abel, para que la oblación que ofrece cada uno de nosotros en honor de tu nombre sirva para la salvación de todos" ("Deus, qui legalium differentiam hostiarum unius sacrificii perfectione sanxisti, accipe sacrificium a devotis tibi famulis, et pari benedictione, sicut munera Abel sanctifica, ut quod singuli obtulerunt ad maiestatis tuae honorem, cunctis proficiat ad salutem"). La predicación apostólica del mensaje de Jesús, y en modo muy particular su muerte expiatoria, son propuestos con el término y el concepto de sacrificio. Al final, esta interpretación la propone sobre todo la carta a los Hebreos, que entiende la acción salvífica de Cristo esencialmente como el sacrificio que Jesús llevó a cabo sobre la cruz cuando asumió la muerte "por nosotros" en obediencia al Padre, con un amor que llegó "hasta el fin" (Heb 9,11-23; 10,5-18). En la perspectiva de esta interpretación, "el sacrificio de Jesús en la cruz señala la plenitud y abolición de todos los sacrificios antiguos"'.

Abolición aquí significa, sin duda alguna, el fin, la superación definitiva del culto sacrificial anterior; pero al mismo tiempo significa igualmente su cumplimiento más verdadero. Aquello que estaba en tal culto de manera vaga prefigurado, es ahora verdad, es realidad perfecta. Por lo mismo podemos ya sentir y pregustar aquello que es el sacrificio de Cristo, mirando a las veladas prefiguraciones que Dios nos ha dado de él en la historia del pueblo de Israel.

El sacrificio, junto con la oración, es una de las formas más antiguas e importantes del culto humano general. Y esto es así para todas las religiones, incluido el culto del AT. Allí el sacrificio ocupa una posición centralísima. Es importante notar que la religión revelada del AT excluye del modo más categórico cualquier forma de magia. "El sacrificio veterotestamentario no tiende a desencadenar una dinámica apersonal, sino a establecer y restablecer una conexión con Dios en la que se expresa sumisión o petición de reconciliación y ayuda" °. Se le aplican los nombres de don consagrado (santo, santificante), ofrenda (korban), don (minchah); se trata de un don hecho a Dios, realización de la comunión con él, reconocimiento de lo sacro, alimento de la divinidad (algo que, obviamente, muy pronto llega a convertirse sólo en una imagen para expresar el beneplácito de Dios ante el "suave perfume del holocausto"), reconciliación con Dios, acto de obediencia 5. La torah es, de modo muy particular, una regulación de la recta ofrenda del sacrificio. Se distinguen sacrificios cruentos de incruentos, sacrificios consistentes en alimento e incienso o en bebida. "Con más precisión pueden distinguirse los holocaustos (sacrificios totales de adoración a Dios) de los sacrificios de acción de gracias, que muchas veces comportaban también una súplica, un voto. Es de mencionar, por fin, el sacrificio de expiación'''. Bajo algunos puntos de vista se trata de sacrificios análogos a los ofrecidos por los pueblos paganos vecinos, pero se diferencian y distinguen "de modo muy característico porque tienen por fundamento y motivación religiosa más profunda la historia de la salvación"'. Se ofrecen a Dios creador y señor de acuerdo con su función de construcción de la comunidad; ocupan una posición importante en el establecimiento de las alianzas (con Noé, con Abrahán, en el Sinaí). Terminan con un convite sacrificial. "En el caso de algunos sacrificios puede llevarse a pensar en una cierta actualización (representación) de los acontecimientos histórico-salvíficos". Es el caso del sacrificio pascual o de la fiesta de la reconciliación'. A lo largo del tiempo, el sacrificio pascual se convierte en el más importante de todos No hay duda de la posición decisiva, central, del culto sacrificial en la antigua religión de Israel. "Incluso la toma de posición de los profetas es considerada [por los exegetas] no ya como un rechazo radical sino, más bien, como una protesta contra una cierta exteriorización del culto sacrificial"

2. TRASFONDO EN LA HISTORIA DE LAS RELIGIONES. Si resumimos brevemente los rasgos esenciales del sacrificio cultual tal como aparece en las afirmaciones del AT y en una consideración global de la historia de las religiones, "podemos decir que [el sacrificio] es la presentación hecha a Dios (o a un ser superior) en forma ritual por parte de un miembro de la comunidad delegado para ello (sacerdote), de un don concreto (vivo) con el cual el sacrificante se identifica a fin de expresar la propia autodonación respetuosa, grata y amante; su finalidad estriba en llegar a transformarse con el mismo don, a través de la consagración que santifica en virtud de la (originaria) acción divina presente, en el ser superior (sacro) y llegar así a la unión con Dios, que acoge benignamente el don y consiguientemente al sacrificante mismo, en plena comunión de vida y de amor".

3. NUEVO TESTAMENTO. Ahora bien, en el NT todo esto es superado, es decir, cancelado en su forma cultual concreta, pero realizado en medida sublime en su profundo núcleo esencial. Por consiguiente, el NT conoce una crítica del sacrificio, ya que Jesús insiste en la actitud interior que debe encontrar su expresión en él, y porque, como los apóstoles lenta pero cada vez más claramente comprenden, en la muerte de Jesús crucificado ("por muchos") se ofrece a Dios Padre el sacrificio verdadero. "El concepto de sacrificio, aplicado a la muerte salvífica de Cristo, tiene un sentido totalmente distinto, mucho más concreto, y al mismo tiempo más elevado que en el caso de los sacrificios de los paganos y de los hebreos. También en la autodonación libre y voluntaria del Hijo de Dios se ha convertido en realidad aquel lamento único e irrepetible, pero en el fondo válido para todos los tiempos y todas las zonas, que constituía como el presagio y la aspiración más secreta de los mitos y leyendas cultuales. Aquí la creación ha sido radicalmente renovada de una vez para siempre, brillando ante los ojos del creyente como la nueva creación en la gloria pascual y escatológica de la resurrección. Aquí el pecado y su precio, la muerte, son vencidos para siempre y se abre la fuente inagotable de la vida eterna y divina. Precisamente en el don del cuerpo martirizado de Jesús se verifica aquella transformación realmente recreadora que vanamente y desde siempre los antiguos habían previsto en sus sacrificios".

Cierta exégesis, algo más crítica en nuestros días, afirma que "en la cristología de Pablo la idea de sacrificio asume un valor metafórico y es un medio para interpretar el hecho fundamental de la salvación realizada por la muerte de Cristo". Pero tal reserva no se sostiene frente a pasajes como Rom 4,25; Gál 3,13; 2,20; 2 Cor 5,14s.18-21, etc., sobre todo si leemos el NT a la luz de las últimas cartas paulinas y de la carta a los Hebreos. En estos textos "se intenta comprender e ilustrar" el significado salvífico de Jesucristo "utilizando el concepto cultual tradicional de sacrificio: Cristo se entregó a sí mismo por nosotros en sacrificio de suave olor (Ef 5,2). Tal sacrificio es, al mismo tiempo, sacrificio de la alianza, sacrificio de expiación y sacrificio pascual. Su efecto salvífico consiste, por consiguiente, en sellar la nueva alianza, en expiar por medio de una purificación y una santificación y en redimir. Partiendo de la carta a los Hebreos, hay que decir: "La muerte de Cristo es el sacrificio escatológico, ofrecido de una vez para siempre y definitivamente, para la supresión de los pecados en virtud de la fuerza expiatoria de su sangre; la autoofrenda perfecta del sumo sacerdote neotestamentario; obra salvífica única".

A pesar de las reservas de la exégesis más reciente, nosotros seguimos manteniendo que todo el mensaje del NT, "prolongando el uso lingüístico veterotestamentario, usa los vocablos prosphorá y prosphérein (oblación, ofrecer) también para describir la obra redentora de Jesús. [Las cartas a los Efesios y a los Hebreos] conciben la muerte de Jesús mediante la categoría de sacrificio cultual. Esto no se encontraba todavía con tanta nitidez en la predicación apostólica primitiva ni en la sinóptica, donde la muerte de Jesús es proclamada de modo más martirológico como entrega de la vida realizada por el Siervo de Dios. Pero con Pablo se inicia una cultualización más intensa de la pasión de Jesús. Según Ef 5,2, la persona corpórea de Jesús es la prosphorá y la thysía, el don sacrificial ofrecido por Cristo por nosotros. La carta a los Hebreos proclama más tarde con énfasis la acción redentora de Jesús como prosphorá, y precisamente como prosphorá irrepetible que anula todos los sacrificios legales precedentes y los futuros sacrificios materiales. Con tal concepto la carta a los Hebreos abraza en una síntesis grandiosa toda la vida y acción de Jesús... El acontecimiento de la encarnación es ya la obertura, primer paso, de la prosphorá de Jesús como acción sacrificial... Vértice de la acción sacrificial de Jesús es su muerte en la cruz..., el sacrificio cultual cumplido de una vez para siempre... La consecuencia ineluctable de la prosphorá de Jesús en el Gólgota es su entrada en el santuario celestial, puesto que él lleva su sangre como don sacrificial al Padre".

La muerte de Jesús en la cruz, su sacrificio por la salvación del mundo, es el signo del cumplimiento de todos los sacrificios antiguos y su meta; ella es el sacrificio que ha sido ofrecido de "una vez" (ephápax) por todas. "No existe ya ningún sacrificio cultual" ". Cuando en el NT se habla de sacrificio y de sacrificar sin referencia al sacrificio de Cristo en la cruz, estos términos son usados en sentido traslaticio. Los cristianos tienen que ofrecer sus cuerpos como "sacrificio (thysía) viviente, santo y agradable a Dios", como su "culto espiritual" (logiké latréia) (Rom 12,1). De la misma manera se habla en 1 Pe 2,5. "Ahora bien, Heb 13,15, conectando con el AT, presenta como sacrificio la alabanza a Dios, el fruto de los labios, es decir, el comportamiento ético-religioso. De todas formas, no se da aquí una cultualización del éthos, sino también una etización y una espiritualización del culto. De hecho, la alabanza consiste en la confesión del nombre de Dios; pero a su vez ésta se hace en el culto y por medio de él. De tal manera reconoce la carta a los Hebreos un carácter sacrificial en el culto cristiano, aunque no ve este carácter en el valor autónomo de una ofrenda sacrificial, sino en la confesión espiritual de Dios".

En el marco de esta tendencia progresiva de la espiritualización del culto, comenzada ya en el AT (con los profetas) y en la interpretación de la biblia por Filón de Alejandría, es preciso ver también el mandato del Señor de celebrar el memorial de su muerte y, por consiguiente, el modo en que los apóstoles y la iglesia primitiva realizan esta acción memorial agradeciendo y proclamando en la eucaristía y en la eulogía la muerte del Señor (cf 1 Cor 11,23-26 y Mt 26,26ss; Mc 14,22ss; Lc 22,19ss). El NT no llama expresamente jamás sacrificio a la "fracción del pan", a la "cena del Señor". Esta es el memorial agradable de la muerte de Cristo, y por ello de su sacrificio, su proclamación. Pero tal memorial (anamnesis), tal proclamación, es la actualización del sacrificio de Cristo realizado de una vez para siempre y suficiente para todos los tiempos, su aplicación a los fieles que lo celebran. Ni siquiera esto queda dicho de una manera tan expresa en el NT; pero son las interpretaciones válidas de las afirmaciones neotestamentarias las que hablan de la muerte de Jesús en la cruz y de su voluntad de dejar memoria de ella en la celebración de la fracción del pan y en el beber el cáliz de bendición.

Todo ello debe ser visto en la perspectiva de una creciente espiritualización del culto (cf Jn 4,21-24); de un culto que no consiste ya en la ofrenda de dones materiales, sino en la eucaristía, en el himno lleno de gratitud y de alabanza a Dios por las gestas llevadas a efecto por él para la salvación de los hombres.

Teniendo presente estos dos grupos de motivos, resulta que la proclamación llena de gratitud, el memorial de agradecimiento, es decir la eucaristía, es la actualización del sacrificio de Cristo, su presencia siempre nueva que, no obstante, no repite numéricamente aquel único sacrificio. Más bien lo presencializa en su plena suficiencia haciéndolo patente a todos los tiempos y lugares y a los creyentes para que se convierta en su propio sacrificio. Lo hace presente como el don sacrificial donde Dios, prenda de la salvación y también como acción sacrificial, se introduce en los creyentes y en cuantos la celebran con fe a través de la donación única de Cristo. En él, por él y con él tienen acceso al Padre para la gloria del Padre por medio de Cristo.


II. Teología de los padres

Esta actualización del único sacrificio de Cristo ha llevado a llamar a la acción eucarística prosphorá y memorial. Y esto incluso teniendo presente "la acentuación enfática de la unicidad y exclusividad del sacrificio visible de Jesús". "Particularmente los escritores eclesiásticos primitivos que, como Clemente Romano o Bernabé, se hallan claramente influenciados por el texto de la carta a los Hebreos o al menos por sus ideas, llaman franca y libremente a la eucaristía una prosphorá".

La acción eucarística es un sacrificio en cuanto que introduce a la iglesia dentro de la donación sacrificial de su Señor. Ello ocurre mediante la celebración de la acción memorial y por la ofrenda del pan y del vino, que son los elementos constitutivos de la acción memorial.

En tal sentido la Didajé (que data del año 100 d.C. poco más o menos) denomina a la synaxis de los cristianos, durante la cual en el día del Señor "parten el pan" y "dan gracias", una thysía, un sacrificio. Tal sacrificio es necesariamente puro, pues se encuentra precedido por la confesión de los pecados. Así se realizaría la profecía de Malaquías: "En todo lugar se ofrecen sacrificios de incienso a mi nombre" (Mal 1,11).

Posteriormente, incluso los dones materiales quedan inscritos de alguna manera en esta actualización del único sacrificio de Cristo. "Esto resulta tanto más sorprendente cuanto que, oponiéndose el cristianismo a los sacrificios materiales y cosificados de procedencia judía y pagana, había llegado a considerar la oración y la intención pura como su único y auténtico sacrificio".

Justino subraya de manera extraordinariamente fuerte que los sacrificios de los cristianos son sus oraciones y acciones de gracias (eucharistíai) (Diál. con Trifón 117). Ahora bien, tales oraciones de acción de gracias llegan a concretarse en la acción de gracias pronunciada sobre los elementos del convite que llevan los cristianos al acercarse al altar, para que el presidente pronuncie sobre ellos la eucharistía en memoria de la pasión de Cristo (Apol. I, 66,1 y 67,5). Esta acción de llevar los dones es llamada sin empacho prosphérein; éste es el modo en que los cristianos quedan involucrados en la donación sacrificial de Cristo, para que en el sagrado banquete puedan llegar a alimentarse de los dones eucaristizados, que ya son el cuerpo y la sangre de Cristo.

Resumiendo, puede decirse que la teología que se anuncia en estos escasos testimonios del s. n "ha fundido en una síntesis sorprendente y grandiosa estas afirmaciones que resultarían divergentes a primera vista sobre la prosphorá visible, única y definitiva de Jesús en la cruz, sobre la prosphorá espiritual de los cristianos en su oración y en la pureza de corazón y sobre la prosphorá material de la eucaristía".

Por ello, hacia el año 200, Ireneo de Lyon, polemizando con los falsos maestros gnósticos que despreciaban los elementos de la creación, podía insistir tranquilamente en la oblatio de los elementos del pan, del vino y del agua. Algo más tarde, el canon romano hablará en el mismo sentido de "ofrenda de los dones" que el mismo Dios nos ha dado: "Offerimus... de tuis donis ac datis", y añade a continuación: "... hostiam puram"; es decir, la oblación de los elementos es únicamente el presupuesto de la actualización de la única oblatio plenamente válida, suficiente y verdadera, tal como se da en el sacrificio de Cristo, que es actualizado en esta celebración memorial.

Además, contamos con la siguiente afirmación decisiva de la primera plegaria eucarística cristiana, tal como nos ha sido transmitida por la Tradición apostólica de Hipólito de Roma al comienzo del s. ni: "Te damos gracias, oh Dios, por medio de tu amado Hijo Jesucristo... Recordando por lo mismo su muerte y resurrección, te ofrecemos el pan y el cáliz, y te damos gracias por habernos hecho dignos de comparecer en tu presencia y de servirte. Te pedimos también que envíes tu Espíritu Santo sobre la ofrenda de tu iglesia..." ("Gratias tibi referimus, Deus, per dilectum puerum tuum Jesum Christum... Memores igitur mortis et resurrectionis eius, offerimus tibi panem et calicem, gratias tibi agentes, quia nos dignos habuisti adstare coram te et tibi ministrare. Et petimus, ut mittas Spiritum tuum Sanctum in oblationem sanctae ecclesiae...").

La iglesia sacrifica, sí; pero en la ejecución de la acción memorial, el don de la iglesia se transforma en el cuerpo sacrificial de Cristo. El único sacrificio ofrecido por Cristo en la cruz se actualiza, haciéndose presente en el aquí y el ahora. "La solución del problema se manifiesta con la plenitud clásica de las dos breves palabras contenidas en la así llamada anamnesis tras el relato de la institución: memores offerimus-memneménoi prosphéromen. Celebrando el memorial de la prosphorá de Jesús, llevamos a plenitud nuestra propia prosphorá. En otras palabras: nuestra prosphorá es un memorial de la prosphorá de Jesús, y puede ser sólo entendida como memorial de la prosphorá de Jesús. Así suena la explicación de los padres, y por lo mismo la interpretación normativa de la liturgia antigua"".

La desenvoltura con que la celebración del sacrificio de Cristo es denominada por la teología también sacrificio, actualización del sacrificio de Cristo, aparece de modo particularmente clara en Cipriano. "Oblatio y su sinónimo sacrificium son para él la denominación predominante de la eucaristía". He aquí lo que él mismo dice expresamente: "Quia passionis eius mentionem in sacrificiis omnibus facimus; passio est enim Domini sacrificium quod offerimus"".

Ofrecemos un testimonio ulterior del Oriente. Se trata de un texto del comentario de san Juan Crisóstomo a Heb 10,10: "También hoy nosotros ofrecemos (prosphéromen) aquel sacrificio (thysía), que fue ofrecido de una vez para siempre y de modo inagotable. Lo hacemos en memoria (anámnesis) de lo que ocurrió entonces; de hecho él dijo: `Haced esto en mi memoria'. Nosotros no llevamos a efecto otro sacrificio, como hacía antiguamente el sumo sacerdote, sino que siempre ofrecemos el mismo; mejor aún, nosotros realizamos (ergázomen) el memorial del único sacrificio"

El punto de vista que aquí se adivina con su síntesis entre memorial del sacrificio y sacrificio aparece explícitamente también en los antiguos sacramentarios romanos (Veronense, Gelasiano antiguo, Gregoriano) y en la eucología del Misal Romano, que hace referencia a ellos, trátese del postridentino de Pío V o del pos-vaticano de Pablo VI. Bastan algunos ejemplos para demostrarlo. Una oratio super oblata del sacramentario Veronense dice: "Munus populi tui, Domine, placatus intende quo non altaribus ignis alienus, nec inrationabilium cruor effunditur animalium, sed sancti Spiritus operante virtute sacrificium iam nostri corpus et sanguis est ipsius Sacerdotis" (Ve 1246). Munus significa don; pero al mismo tiempo se refiere a toda la acción cultual, a toda la acción sacra. En esta acción del pueblo creyente no se ofrece ya un sacrificio imperfecto, un simple sacrificio cruento de animales, sino el sacrificio (del cuerpo y de la sangre) de Cristo sacerdote. En la celebración de la acción cultual se verifica el sacrificio de Cristo.

Ve 1250: "Vere dignum: tuae laudis hostiam iugiter immolantes cuius figuram Abel iustus instituit... celebravit Abraham, Melchisedaec sacerdos exhibuit, sed verus agnus aeternus pontifex hodie natus Christus implevit". La iglesia inmola (immolat) el sacrificio de alabanza, que el verdadero sacerdote Cristo, que es a la vez verdadero cordero pascual, ha ofrecido como cumplimiento de las prefiguraciones veterotestamentarias.

Ve 1265: "Oblatio tibi sit, Domine, hodiernae festivitatis accepta; qua et nostrae reconciliationis processit perfecta placatio, et divini cultus nobis est indita plenitudo, et via veritatis et via regni caelestis apparuit". Pide la iglesia que sea acogido con benignidad su sacrificio. De él procede la salvación. Resulta evidente que la fuente de la misma salvación es el sacrificio de Cristo, que se hace presente en la oblatio de la iglesia y coincide con tal oblatio (cf 1269; 91; 93; 95; 216; 222; 228; 238; 253).

No habla de distinto modo el Gelasiano antiguo. GeV 679 (= Ve 253): "Remotis obumbrationibus carnalium victimarum spiritualem tibi, summe Pater, hostiam supplici servitute deferimus, quae miro et ineffabili mysterio et immolatur semper et eadem semper offertur, pariterque et devotorum munus et remunerantis est praemium". Aunque hayan pasado ya los sacrificios materiales, la iglesia ofrece su sacrificio, que por un misterio inefable es siempre el mismo, o sea, el único sacrificio de Cristo.

GeV 1188: "Dus, qui legalium differentias hostiarum unius sacrificii perfectione sanxisti, accipe sacrificium a devotis tibi famulis et pari benedictione sicut munera Abel iusti sanctifica, ut quod singuli obtulerunt ad maiestatis tuae honorem, cunctis proficiat ad salutem". Se pide la aceptación del sacrificio, es decir, de lo que cada uno ha ofrecido (pan y vino o lo que corresponda). Pero la aceptación, a través de la benedictio, transforma tales dones en el sacrificio perfecto de Cristo, que lleva a plenitud todos los sacrificios veterotestamentarios (cf GeV 111; 116; 126; 158; 165, etc.).

Gr 70,2 (Lietzmann): "Domine Deus noster, qui in his potius creaturis quas ad fragilitatis nostrae subsidium condidisti, tuo quoque nomini munera iussisti dicanda constitui: tribue quaesumus, ut et vitae nobis praesentis auxilium et aeternitatis efficiant sacramentum". Con los dones que Dios concede la iglesia celebra el sacrificio, que —y ahora el sentido, el contenido de tal acción sacrificial se transforma casi imperceptiblemente en el del sacrificio de Cristo— debe servir de ayuda para el presente y garantía de salvación eterna.

Gr 77,2: "Ipse tibi quaesumus, Domine, sancte Pater, omnipotens Deus, sacrificium nostrum reddat acceptum, qui discipulis suis in sui commemorationem hoc fieri hodierna traditione monstravit". Cristo mismo es mediador de la aceptación del sacrificio de la iglesia, que ella realiza por su voluntad, en memoria suya (cf, por ejemplo, 39,2; 40,2; 43,2; 55,2; 87,2, etc.).

Todo lo que estas oraciones (casi todas super oblata) dicen unánimemente, se confirma en términos clásicos en la oración más antigua de la liturgia romana, en la oración conocida como Canon Romanus (GeV 1244-1255): la iglesia pide la aceptación de los "dona, munera, sancta sacrificia illibata", ofrecidos por ella, por sus ministros y por los mismos fieles: "Qui tibi offerunt hoc sacrificium laudis". Tal oblatio, continúa la oración, debe hacerse cuerpo y sangre del Señor: "Quam oblationem...". Recordando su mandamiento, "nos servi tui sed et plebs tua sancta" ofrecemos "de tuis donis ac datis hostiam puram, sanctam, immaculatam, panem sanctum vitae aeternae et calicem salutis perpetuae".

También aquí, por tanto, se ofrece, en un característico proceso pendular, un don terreno, pero en la celebración memorial de la muerte y resurrección del Señor, en la cual el don se transforma en el cuerpo y sangre de Cristo, de modo que la iglesia, haciendo memoria y ofreciendo, ofrece el sacrificio de Cristo, del que ella misma espera la salvación eterna.

Según los claros términos de la liturgia romana, la celebración de la eucaristía es sacrificio de la iglesia, porque ella ofrece dones en memoria de la muerte del Señor, de modo que su acción sacrificial no es otra cosa que la ofrenda del sacrificio del Señor, un ser-insertados en ese sacrificio, que así se hace presente sin por ello hacerse un nuevo sacrificio de Cristo. Este último permanece en su unicidad y es hecho presente, en cuanto único, a los celebrantes.

Es digna de notarse la tranquilidad con que consecuentemente se habla del sacrificio de Cristo y del sacrificio de la iglesia. La iglesia espera del propio sacrificio la salvación eterna, precisamente porque en su acción, por obra del Espíritu Santo, se hace presente el único sacrificio de Cristo. En la medida en que la iglesia presenta, ofrece e inmola sobre el altar dones terrenos, concedidos por Dios creador, como expresión de la propia donación y de la propia disponibilidad para insertarse en el sacrificio de Cristo, está ofreciendo hoy, en el marco de la acción memorial, el sacrificio de Cristo al Padre.

Éste será el lenguaje de los siglos sucesivos. Pero antes queremos considerar todavía algunos testimonios de los grandes padres, que preceden a las formulaciones de la liturgia romana.

Ambrosio dice: "Por la muerte de uno fue redimido el mundo... Su muerte es la vida de todos... Mortem eius orantes annuntiamus, mortem eius offerentes praedicamus; ... mors eius sacramentum est, mors eius annua solemnitas mundi est"". En la acción de la iglesia —"offerentes praedicamus", en la celebración del sacrificio, en la oración eucarística—se predica, se actualiza la muerte (sacrificial) del Señor para vida de todos.

En Agustín leemos: "Jesucristo... en la forma de esclavo prefirió ser un sacrificio más que recibirlo... Por eso él es sacerdote, es contemporáneamente sacrificador y víctima sacrificial. Cuius rei sacramentum cottidianum esse voluit ecclesiae sacrificium". El sacrificio de la iglesia es día tras día sacramentum, o sea, imagen mistérica, actualización del sacrificio de Cristo dispensador de vida.

León Magno utiliza un lenguaje en que la cercanía a las formulaciones de los sacramentarios romanos se hace casi tangible. "Atrajiste a ti, Señor, todas las cosas para que la piedad de todas las naciones celebrase, como un misterio lleno de realidad y libre de todo velo, lo que tenías oculto en un templo de Judea a la sombra de las figuras. Ahora es también cuando, abolidos ya los sacrificios de animales carnales, la sola oblación de tu cuerpo y de tu sangre ocupa el lugar de todas las víctimas que la representaban. Por eso, tú eres el cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y todos los misterios se cumplen en ti de tal suerte, que así como todas las hostias que se te ofrecen no forman más que un solo sacrificio, así todas las naciones de la tierra no forman más que un solo reino""

Gregorio Magno afirma: "Quoties ei hostiam suae passionis offerimus, toties nobis ad absolutionem nostram passionem illius reparamus". Nuestro sacrificio consiste en representar la única passio (la acción sacrificial de Cristo); cada vez que ofrecemos el sacrificio de su pasión, ese sacrificio está entre nosotros, se hace nuestro sacrificio.

Pascasio Radberto (+ 860) sostiene: "Este sacramento es inmolado en memoria de la muerte de Cristo (in memoriam mortis Christi immolatur), para que sea el cuerpo de nuestra redención, el alimento de vida en nosotros y la sangre del Nuevo Testamento en la muerte del testador".

Algero de Lieja (+ 1131 ó 1132) declara con fuerza: "Es necesario saber, que si nuestro sacrificio cotidiano fuese diverso del que Cristo ofreció una vez, no sería un verdadero sacrificio, sino un sacrificio superfluo. Así como es imposible que se dispense otra salvación, del mismo modo el sacrificio ofrecido una vez y el nuestro cotidiano deben ser la misma cosa (oponer eandem esse illam semel oblatam et nostram cottidianam oblationem': Algero pronuncia estas palabras refiriéndose al comentario de Juan Crisóstomo a la carta a los Hebreos [->  supra, nota 28], que la edad media atribuía erróneamente a Ambrosio.


III. La escolástica

La doctrina de la tradición fue finalmente sintetizada de manera clásica por Pedro Lombardo, el Magister, el autor del manual fundamental de la alta escolástica, que en el libro IV de las Sententiae, presentando expresamente la problemática decisiva, escribe: "Después de esto nos preguntamos si lo que realiza el sacerdote puede llamarse con propiedad sacrificio o inmolación y si Cristo es inmolado cotidianamente o fue inmolado una sola vez. A esto podemos responder brevemente así: lo que el sacerdote ofrece y consagra se llama sacrificio y oblación, porque es memoria y representación del verdadero sacrificio y de la inmolación santa hecha sobre el altar de la cruz. Además, Cristo murió una sola vez en la cruz y allí fue inmolado en sí mismo; pero es inmolado cotidianamente en el sacramento, porque en el sacramento se hace memoria (recordatio fit) de lo que se hizo una sola ver". A continuación siguen algunos textos clásicos de los padres. "De aquí se deduce que lo que se hace sobre el altar es y se llama sacrificio, que Cristo ha sido inmolado una sola vez y que se le ofrece cotidianamente, pero entonces de una manera y ahora de otra".

Comoquiera que se explique el modo de actualización del sacrificio de Cristo, es indudable que el Magister Pedro Lombardo llama a la misa sacrificio; y que ésa lo es en cuanto recordatio del único sacrificio de la cruz, en cuanto memorial.

Esa seguirá siendo la doctrina de los teólogos, como resulta por ejemplo del testimonio de Tomás de Aquino: "... No ofrecemos un sacrificio diverso del que Cristo ofreció por nosotros, o sea, su sangre. Por tanto, el nuestro no es otro sacrificio, sino el memorial del que ofreció Cristo" 36.

Entre los diferentes nombres del sacramento del altar, Tomás menciona en primer lugar el de sacrificio: se llama así "referido al pasado, o sea, en cuanto que es conmemorativo de la pasión del Señor, que fue un verdadero sacrificio; y por eso se llama sacrificio" (S. Th. III, q. 73, a. 4c). Como el acontecimiento de la cruz fue un sacrificio (III, q. 48, a. 3), así lo es también el sacramento. A continuación resuelve las dificultades remitiéndose a la tradición y a su manera de resolverlas: "Si en la celebración de este sacramento Cristo es inmolado" (III, q. 83, a. 1). En el Comentario a las Sentencias afronta brevemente la cuestión sólo en la expositio textus: "Efectivamente, no decimos que Cristo sea crucificado y muerto cotidianamente, porque el acto de los judíos... ha pasado. Decimos, en cambio, que se repiten cotidianamente las cosas que se refieren a la relación de Cristo con Dios Padre, como la oferta, el sacrificio y similares, por el hecho de que la hostia es perpetua".

En los siglos sucesivos esta doctrina sobre el sacramento de la eucaristía como sacrificio es sustancialmente conservada y transmitida; pero dentro de la perspectiva general de la teología eucarística, como se ha ido delineando en el curso del medievo: cada vez más "aparece en primer plano el asombro que adora la presencia real que el Señor nos ha dejado... como alimento y consuelo"". Para Ockham y los demás teólogos de la escolástica tardía, esto con frecuencia significa que "el interés teológico se concentra en medida creciente sobre la doctrina de la transubstanciación; y, dentro de ésta, sobre cuestiones filosófico-especulativas de la relación entre sustancias y quantitas". La justa comprensión del significado de la realidad sacramental desaparece en medida pavorosa. Falta por completo una discusión del carácter sacrificial. Se la deja a la piedad, limitándose a lo sumo a tocar algunas cuestiones casuísticas y rigurosamente rubricistas. Con razón dice E. Iserloh: "Ockham instauró una mentalidad teológica que no sólo no estudia la eucaristía como sacrificio, sino que hacía difícil a Lutero conciliar el carácter sacrificial de la misa con la revelación, y a los teólogos controversistas católicos defenderlo con eficacia".

Y pese a todo, la doctrina de la misa como sacrificio sobrevive. Tanto Ockham como los demás teólogos de la época la reflejan de continuo. Es simplemente presupuesta y vivida de manera práctica en la actividad litúrgica cotidiana. "Precisamente el s. xv conoce numerosas y amplias explicaciones de la misa... Sin embargo, en ellas aparecen en primer plano con frecuencia cuestiones periféricas, mientras el método alegórico domina toda la exposición. Pese a esto, en esas explicaciones de la misa condicionadas históricamente se mantiene (aunque débilmente) la justa idea fundamental de que la misa es la representación de la muerte redentora de Cristo... Los sermones [sobre la misa], con pocas excepciones, son repeticiones áridas, y con demasiada frecuencia mezcladas con opiniones supersticiosas o historias milagrosas bastante problemáticas, de explicaciones académicas... poco adecuadas para inflamar los corazones y promover la recta comprensión del significado de la misa. El tema de los frutos de la misa, tratado con frecuencia en los sermones de esa época, contribuía poco a la instrucción de los fieles; y el método seguido para ello no carecía de peligros para la vida religiosa del pueblo. En efecto, las exaltaciones de la misa como medio infaliblemente eficaz en todas las necesidades corporales y espirituales no promovían la tensión moral de los oyentes, y constituían además un motivo de escándalo para todos los que buscaban una reflexión más seria"".


IV. Reforma
y teología postridentina

De todas formas, si prescindimos de fenómenos marginales de exageraciones supersticiosas, el creyente católico podía gozarse tranquilamente de la misa como de un sacrificio, como de su sacrificio, mediante el cual hallar acceso al único sacrificio de Jesucristo en la cruz. Lutero, en cambio —que se movió primeramente sin más por los carriles de la concepción contemporánea sobre la eucaristía, pero que se alzó polémicamente después, por motivos pastorales auténticos, contra los abusos en el campo de la vida concreta de piedad—, se ve poco a poco arrastrado por su polémica a oponerse a la doctrina de la misa en general. En su opúsculo polémico De captivitate babylonica sostiene sobre todo (testificando así involuntariamente la convicción de fe de entonces, que él en cambio valoraba de manera negativa) que la tercera cautividad, en la que ha caído este sacramento, es "el abuso sin duda más impío, que ha llevado a hacer que hoy en la iglesia quizá ninguna opinión esté tan difundida y sea defendida tanto como la opinión según la cual la misa sería una obra buena y un sacrificio" En el escrito Vom Missbrauch der Messen (de 1522) leemos: "Decidnos, sacerdotuchos de Baal, ¿dónde está escrito que la misa es un sacrificio? O ¿dónde ha enseñado Cristo que es necesario sacrificar a Dios el pan y el vino bendito? ¿No oís? Cristo se ha sacrificado a sí mismo una sola vez, no quiere seguir siendo sacrificado por ningún otro; quiere que se haga memoria de su sacrificio. ¿Cómo podéis entonces ser tan audaces que hacéis del memorial un sacrificio?... Temo, más aún, por desgracia sé que vuestro sacrificio es un sacrificar de nuevo a Cristo".

Lutero, por tanto, lucha contra la realidad del sacrificio de la misa casi con las mismas palabras con que la tradición, a partir de la Didajé y Justino (de acuerdo con Pablo, 1 Cor 11, y las narraciones sinópticas de la institución), expresa la unicidad y la no repetibilidad del único sacrificio de la cruz y su presencia en el memorial de la iglesia. Él (así como los teólogos anteriores a él) no comprende ya como es debido el significado de la realidad sacramental, del memorial cultual, de la anamnesis".

Contra esta enseñanza de Lutero, defendida con tanto ahínco, el concilio de Trento (ses. 22, DS 1738-1759) simplemente volvió a afirmar, con palabras solemnes, la doctrina de toda la tradición: "... a fin de que se mantenga en la santa iglesia católica la fe y la doctrina antiguas, absoluta y de todo punto perfecta sobre el gran misterio de la eucaristía; y se conserve en su pureza...: enseña... acerca de [ella] en cuanto que es el verdadero y único sacrificio" (DS 1738) 4.

Ante todo, el Concilio afirma en el c. 1 que Jesucristo, el nuevo sumo sacerdote, ha venido para completar los sacrificios insuficientes del AT, y así llevar a la plena santificación a cuantos debían ser santificados. El se ofreció una sola vez sobre la cruz para llevar a efecto la única redención eterna. Pero para que no se extinguiese su acción de sumo sacerdote, en la última cena dejó a su iglesia "un sacrificio visible en el que estuviera representado (repraesentaretur) aquel sacrificio cruento que iba a realizar una sola vez en_la cruz; y permaneciera su memoria hasta el final de los tiempos (eiusque memoria); y su eficacia salvífica se aplicara a la remisión de los pecados que cometemos diariamente...: ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino...; los dio... con estas palabras: Haced esto en memoria mía, etc. Así lo entendió y enseñó siempre la iglesia. Porque habiendo celebrado la antigua pascua..., instituyó una pascua nueva, que era él mismo, que había de ser inmolado por la iglesia..., en memoria de su tránsito (transitus) de este mundo al Padre... Y ésta es, ciertamente, aquella oblación pura que no puede mancillarse con ninguna indignidad o malicia de los oferentes... Esta es, en fin, la que estaba prefigurada, en los tiempos de la ley natural y de la ley revelada (naturae et legis tempore), por las imágenes (similitudines) diversas de los sacrificios, puesto que ella contiene todos los bienes que aquéllos significaban, con su plenitud y perfección" (DS 1739-1742)".

En el c. 2 se llama al sacrificio eucarístico "sacrificio verdaderamente propiciatorio", porque "en este divino sacrificio... se contiene e inmola incruentamente aquel mismo Cristo...". El motivo de este hecho es: "Porque la víctima es una sola y la misma; el mismo que ahora se ofrece por el ministerio de los sacerdotes es el que entonces se ofreció en la cruz; sólo es distinto el modo de ofrecerse. Los frutos de esta oblación (de la cruenta hablamos) se reciben abundantemente por medio de esta oblación incruenta: tantum abest, ut illi per hanc quovis modo derogetur" (DS 1743) ".

Esta doctrina finalmente se resume de manera precisa en los cánones 1-4. Especial importancia reviste el can. 3 (DS 1753): el sacrificio de la misa no es sólo un sacrificio de alabanza y acción de gracias (¡cosa que es, naturalmente!); no es tampoco una nuda commemoratio del sacrificio de la cruz, con lo que se rechaza la errónea explicación luterana del memorial, del recuerdo puramente subjetivo. El sacrificio de la misa es una memoria = anamnesis en el pleno sentido antiguo del término: recuerdo/ memorial lleno de realidad; copia perfecta de la realidad; sacramentum (mysterium) del irrepetible sacrificio de la cruz, en el que este último está presente, de tal manera que los celebrantes sacrifican realmente, realizan aquí y ahora el sacrificio de Cristo, lo hacen propio, y como propio se lo ofrecen al Padre, para que, pese a su indignidad, con fe y pureza de intención (cf DS 1743) puedan recibir los frutos (del sacrificio de Cristo en la cruz), esto es, "la gracia y el don de la penitencia" (ib).

Aquí, como es natural, hemos expuesto la doctrina del concilio de Trento tal como la vemos y comprendemos hoy, tras cuatrocientos años de diligente trabajo teológico. Lo primero que hay que destacar es esto: frente a las negaciones de los reformadores, el Tridentino afirma claramente que "la misa es un verdadero sacrificio" y que "este carácter sacrificial suyo, que no coincide simplemente con la comida en cuanto tal, sino que más bien es una realidad particular, no contradice de ningún modo la unicidad del sacrificio redentor de Cristo; más aún, sacrificio de la cruz y sacrificio de la misa son en cierto sentido un único sacrificio". Pero el concilio, conscientemente, no ha querido decir más; y "con razón, pues los debates conciliares revelaban una notable inseguridad en cuanto se intentaba pasar a explicar teológicamente estas líneas fundamentales: se avanzaba un poco a tientas, porque, según parece, faltaban las categorías conceptuales con las que entender esta verdad de fe entonces claramente recordada por su negación". Pero por causa de la situación polémica, el concilio acentuó de manera particularmente fuerte el carácter sacrificial.

A esto cabe añadir el hecho, debido a circunstancias diversas, de que se expuso la doctrina sobre la eucaristía en tres sesiones distintas, con un intervalo de más de diez años entre la primera y la tercera, correspondientes a las tres grandes temáticas: presencia real (1551), comunión (1562) y, al final, sacrificio de la misa (1562). Se insistió con mayor fuerza en la presencia real, mientras el sacrificio de la misa --sin duda en la línea de la evolución teológica del medievo tardío— se consideró más en sí mismo, y no tanto en conexión directa con el sacramento. El clima polémico y fuertemente antiprotestante obligó a subrayar la realidad del sacrificio de la misa.

En los siglos sucesivos al concilio de Trento se trabajó en el mismo sentido con las llamadas teorías de la destrucción, que intentaban demostrar la existencia de un cambio real del don sacrificial de la misa, o con las teorías de la oblación, que veían en la misa un (nuevo) acto sacrificial de Cristo. El agudo problema de todas las teorías era y sigue siendo éste: "Cómo conciliar la realidad del sacrificio eucarístico con la unicidad del sacrificio redentor en la cruz". La mejor solución al problema la apuntaron algunos teólogos de una tradición tomista que, como Vázquez y Bossuet, subrayaron el carácter sacramental del sacrificio. Hoy podemos decir que, en cierto sentido, se cierra el círculo. El camino intermedio entre los dos extremos, o sea, entre "la realidad brutal de una nueva inmolación, análoga a la del Calvario, y el signo desnudo, falto al menos por su propia fuerza de cualquier realidad sacrificial", es éste: "El sacrificio de la misa consiste esencialmente en el hecho de que las especies eucarísticas representan el sacrificio de tal manera que lo contienen realmente, de manera sacramental"".


V. Las concepciones actuales

1. "SACROSANCTUM CONCILIUM" Y "EUCHARISTICUM MYSTERIUM". Así ve también el Vat. II el sacrificio de la misa, particularmente en la constitución sobre la liturgia (SC 47; 2; 5-7). Posteriormente se desarrolló el argumento en la encíclica de Pablo VI Mysterium fidei, de 1965, y, a partir de ella, en la instrucción Eucharisticum mysterium, de 1967, sobre el culto del misterio eucarístico ". Tal instrucción presenta de manera excelente la síntesis a la que se ha ido llegando lentamente en la discusión teológica desarrollada después del concilio de Trento. Delinea el marco histórico-salvífico, la acción salvífica con la que Cristo ha constituido su iglesia, para comunicarle a ella su propia vida, y en ella a los creyentes, "que se unen misteriosa y realmente a Cristo paciente y glorificado, por medio de los sacramentos. Por eso nuestro Salvador... instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos hasta su vuelta el sacrificio de la cruz y a confiar así a su esposa, la iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad... (SC 47). Por eso la misa o cena del Señor es a la vez inseparablemente: sacrificio en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz; memorial de la muerte y resurrección del Señor, que dijo: Haced esto en memoria mía; banquete sagrado en el que por la comunión en el cuerpo y la sangre del Señor el pueblo de Dios participa en los bienes del sacrificio pascual, renueva la nueva alianza entre Dios y los hombres sellada de una vez para siempre con la sangre de Cristo, y prefigura y anticipa en la fe y la esperanza el banquete escatológico en el reino del Padre, anunciando la muerte del Señor hasta que venga"(n. 3, a).

Resumiendo, podemos decir con J. Betz: "El sacrificio de los cristianos no pretende completar el sacrificio de la cruz, sino representarlo, actualizarlo, presencializarlo, desarrollar su dimensión interna aquí y ahora. Además, el mismo sacrificio de la cruz no es sólo sufrimiento, sino también acción del hombre Jesús... Aun cuando todo depende de la eficacia salvífica de Dios, ésta no excluye una actividad propia de la criatura espiritual en el acto de salvación, sino que la incluye, la prepara previamente con la gracia, de modo que el movimiento ascendente está siempre posibilitado por un movimiento descendente. En el caso de la eucaristía, el mandato de institución Haced esto legitima la colaboración de la iglesia en el sacrificio. La autocomprensión de la iglesia encuentra su más fuerte articulación en el offerimus y, sobre todo, en la precisión de que ofrecemos a Cristo. Es la autoconciencia del cuerpo, que sabe con certeza de su unión con la cabeza, pero tiene que rogar a Dios que se digne aceptar misericordiosamente su sacrificio".

2. CONTRIBUCIÓN ECUMÉNICA. Esta concepción —fruto precioso de un trabajo multisecular— ha madurado en el intento de hallar una solución válida y de dar una respuesta satisfactoria a la protesta de los reformadores y, por tanto, a la problemática que levantó. Con muchos teólogos protestantes de hoy, podemos decir que, según la fe católica, es necesario "afirmar la representación no sólo del Christus passus, sino también de la passio Christi". Naturalmente, la mayor parte de los teólogos protestantes afirma esto permaneciendo dentro del ámbito "de la concepción luterana del sacramento como acción exclusivamente receptiva"", mientras la doctrina católica —junto a pocos teólogos protestantes, entre los cuales destacan M. Thurian y J.-J. von Allmen— dice además que es precisamente Dios mismo quien nos da la posibilidad de ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo como nuestro en la acción memorial sacramental. "La crítica protestante se basa... en un desconocimiento de la verdadera concepción católica primitiva; es fruto de una consideración atomista de la teología del s. II (y de la doctrina católica en general). Toma aisladamente las afirmaciones particulares y las encuentra contradictorias. Pero no ve que la iglesia de ese mismo siglo (como también la actual) fundió en una síntesis sorprendente y grandiosa estas afirmaciones realmente divergentes a primera vista sobre la prosphorá visible, única y definitiva de Jesús en la cruz, sobre la prosphorá espiritual de los cristianos en la oración y en la pureza de corazón y sobre la prosphorá material en la eucaristía. Esa síntesis salvaguarda el derecho de cada una de las proposiciones particulares, y las concilia. Es uno de los mayores servicios prestados por la historia de la teología" .

Este servicio, prestado ya por la antigüedad cristiana, hoy, después del Vat. II, es ampliamente aceptado. "En realidad, viendo en la eucaristía la representación sacramental del sacrificio de la cruz, se eliminan objeciones decisivas de los reformadores, sin tocar por ello la doctrina eucarística del Tridentino; más aún, volviendo claramente a la doctrina eucarística de la escolástica clásica, de la época de los padres y de la Sagrada Escritura, se reconoce nueva vitalidad a aquella tradición que había encontrado un vértice provisional en el Tridentino. En las dos acciones históricamente separadas —allí el sacrificio de Cristo en el Gólgota, aquí la acción cultual-sacramental del sacerdote en el altar— tenemos sólo el único sacrificio de Cristo, que se realizó entonces históricamente; con la acción actual el sacerdote no repite ni completa ese sacrificio, sino que lo representa sacramentalmente, de modo que en ambas maneras tenemos numéricamente sólo un único acto de Cristo; con otras palabras: el solo y único acto sacrificial de Cristo en el Gólgota es el núcleo más íntimo también del sacrificio de la misa realizado hoy nuevamente por el sacerdote. La acción sacramental del sacerdote hoy en el altar es precisamente el medio gracias al cual el único sacrificio, el único acto sacrificial de Cristo hoy reentra en nuestro tiempo, y no mediante una nueva puesta en acto de sí mismo, ni tampoco mediante un nuevo y ulterior acto de Cristo, sino, precisamente, mediante la acción sacramental del sacerdote, sacerdotum ministerio, como dice el concilio de Trento. En esta acción del sacerdote se desarrolla la acción de Cristo. En toda misa el agente principal es Cristo, y de tal manera que el acto de Cristo que está detrás de la acción del sacerdote es numéricamente idéntico al acto del sacrificio de la cruz".

3. ¿FIGURA DEL CONVITE? Todo esto se debe tener presente también de cara a ciertas tendencias de la teología católica de nuestros días, que subrayan preferentemente en la eucaristía la figura del convite, de la comida. El impulso en esta dirección vino inicialmente de la exégesis, que enlaza con la terminología neotestamentaria: cena del Señor (deipnon kyriakón) y fracción del pan. Nada menos que Romano Guardini pudo escribir: "Figura sustentante fundamental de la misa es el convite. En ella no aparece en primer plano el sacrificio, sino que está detrás de todo... no como figura, sino como realidad, fuente, presupuesto". Se trata de una acentuación ciertamente posible incluso dentro del dogma católico. De todas formas, pasa por alto el hecho de que este convite, en la medida en que se inserta en el marco de las oraciones eucarísticas que se remiten a las berakoth (= alabanzas, bendiciones) veterotestamentarias judías, en su figura de conjunto es un convite— memorial, un memorial (anamnesis) en el que aquello de lo que se hace memoria deviene verdaderamente presencia real. Precisamente las narraciones neotestamentarias de la cena del Señor dicen de forma clara que la oración de acción de gracias, esto es, la eucaristía, en la que se alaban y exaltan las grandes obras de Dios, la acción salvífica y el don sacrificial de Cristo, se pronuncia sobre elementos del convite que se transforman en el cuerpo y sangre de Cristo para que todos puedan comer y beber de ellos y unirse así totalmente al Señor sacrificante y víctima. La figura de la celebración, si se quiere usar precisamente esta palabra, no es el (simple) convite y tampoco un sacrificio material de pan y vino en cuanto acción distinta del sacrificio de Cristo, sino el memorial de acción de gracias sobre el pan y sobre el vino (elementos del convite), en los que se hace presente el único sacrificio de Cristo en la cruz: sacrificio sacramental, lleno de realidad. La acción sagrada, como se dice en el texto de la instrucción Eucharisticum mysterium citado más arriba, es insimul et inseparabiliter sacrificio, memorial y convite sacrificial, y todo esto de manera sacramental, en palabras y acciones como signa sacra, bajo los que se esconde la realidad históricosalvífica: sacrificio de Cristo como nuestro sacrificio, cuerpo sacrificial y sangre del Señor, con los que nos podemos alimentar.

4. "INSTITUTIO GENERALIS MISSALIS ROMANI". Todo esto se dice claramente en la IGMR (= OGMR),'?. En el proemio expresamente solicitado por Pablo VI leemos: "El Señor, cuando iba a celebrar la cena pascual en la que instituyó el sacrificio de su cuerpo y de su sangre..." (n. 1); "El concilio Vat. II (SC 47; LG 3; 28; PO 2; 4; 5) ha vuelto a afirmar la naturaleza sacrificial de la misa, solemnemente proclamada por el concilio de Trento en consonancia con toda la tradición de la iglesia..." (n. 2). Esa doctrina se expresa igualmente en los formularios del Misal Romano, por ejemplo en la conocida oración sobre las ofrendas del Ve 93: "Cuantas veces se celebra el memorial de este sacrificio se realiza la obra de nuestra redención" (ib). Lo mismo se dice en las plegarias eucarísticas: "En éstas el sacerdote, al hacer la anamnesis, se dirige a Dios en nombre de todo el pueblo, le da gracias y le ofrece el sacrificio vivo y santo, es decir, la ofrenda de la iglesia y la víctima por cuya inmolación el mismo Dios quiso devolvernos su amistad; y pide que el cuerpo y sangre de Cristo sean sacrificio agradable al Padre y salvación para todo el mundo. De este modo, en el nuevo Misal, la lex orandi de la iglesia responde a su perenne lex credendi, que nos recuerda que, excepción hecha del modo diverso de ofrecer, constituyen una misma y única realidad el sacrificio de la cruz y su renovación sacramental en la misa, instituida por el Señor en la última cena con el mandato conferido a los apóstoles de celebrarla en conmemoración de él; y que, consiguientemente, la misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza, de acción de gracias, propiciatorio y satisfactorio" (ib).

Después de haber explicado el "sacerdocio ministerial del presbítero" (n. 4), siempre en el proemio, el papa pone expresamente el acento también en "el sacerdocio real de los fieles [distinto del de los presbíteros, pero preciosísimo], cuya ofrenda espiritual es consumada en la unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador, por el ejercicio ministerial de los presbíteros" (n. 5). "Se trata nada menos que del pueblo de Dios, adquirido por la sangre de Cristo, congregado por el Señor, que lo alimenta con su palabra; pueblo que ha recibido el llamamiento de encauzar hasta Dios todas las peticiones de la familia humana; pueblo que en Cristo da gracias por el misterio de la salvación en el ofrecimiento de su sacrificio; pueblo que por la comunión de su cuerpo y sangre se consolida en la unidad" (ib).

A la interpretación auténtica del papa, expresada en el proemio, corresponde después el cuerpo de la Institutio. "La celebración de la misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenada jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente, ya que en ella se culmina la acción con que Dios santifica en Cristo al mundo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de Cristo, Hijo de Dios. Además, se recuerda de tal modo en ella a lo largo del año los misterios de la redención, que en cierto modo éstos se nos hacen presentes" (OGMR 1). En el auténtico capítulo principal de la Institutio, titulado "Estructura de la misa. Sus elementos y partes", leemos en el n. 7: "En la misa o cena del Señor el pueblo de Dios es reunido, bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico. De ahí que sea eminentemente válida, cuando se habla de la asamblea local de la santa iglesia, aquella promesa de Cristo: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos... Pues en la celebración de la misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la cruz, Cristo está realmente presente en la misma asamblea..., en la persona del ministro, en su palabra y ciertamente de una manera sustancial y permanente en las especies eucarísticas".

Lo que así se dice del sacrificio de la misa en general, se repite insistentemente a continuación. En el mismo capítulo, al comienzo del párrafo C sobre la "liturgia eucarística", leemos: "En la última cena, Cristo instituyó el sacrificio y convite pascual, por medio del cual el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo Señor, realiza lo que el mismo Señor hizo y encargó a sus discípulos que hicieran en memoria de él" (OGMR 48). En primer lugar se habla de la "Preparación de los dones" (nn. 49-53): "... se llevan al altar los dones" (n. 49); dentro de lo posible deben ser los mismos fieles quienes los presenten; "el rito de presentarlos conserva igualmente todo su sentido y significado espiritual" (ib). A continuación sigue lo que se refiere a la "plegaria eucarística" (nn. 54-55), donde se afirma con fuerza: "Ahora es cuando empieza el centro y el culmen de toda la celebración, a saber, la plegaria eucarística, que es una plegaria de acción de gracias y de consagración... El sentido de esta oración es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de la grandeza de Dios y en la ofrenda del sacrificio" (n. 54). Está claro que no basta con hablar de la figura de convite de la misa. Efectivamente está en primer plano la "plegaria de acción de gracias y de consagración", de la que se distinguen los elementos particulares (n. 55), los cuales, sin embargo, en cierto sentido, se compenetran y todos juntos forman la única plegaria eucarística, en la que se celebra el memorial del sacrificio de Cristo y los dones se transforman en su cuerpo y sangre. He aquí los elementos particulares: la acción de gracias ("por toda la obra de salvación o por alguno de sus aspectos particulares"); la aclamación (Sanctus); la epíclesis; la narración de la institución y la consagración ("con las palabras y gestos de Cristo se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última cena"); la anamnesis, en la que "la iglesia... realiza el memorial del mismo Cristo, recordando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y la ascensión al cielo"); la oblación ("la iglesia, en este memorial... ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La iglesia pretende que los fieles no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que de día en día perfeccionen... la unidad con Dios"); las intercesiones; la doxología final.

La celebración del sacrificio eucarístico es, por tanto, hasta tal punto el centro solemne de todo el culto de la iglesia, con la que "Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados" y es actualizado el "sacerdocio de Jesucristo" (SC 7), que la misma iglesia debe necesariamente esforzarse por conducir a los fieles a una participación viva en ella, para que "los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos cuando ofrecen la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él; se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos" (SC 48). Esto significa que el sacrificio de Cristo, hecho ahora realmente también sacrificio de los cristianos, debe constituir el centro de su culto.


VI. Epílogo

El culto sacrificial ocupa un puesto central en todas las religiones. Esto sucede también en el AT. En los vértices de la historia de salvación encontramos siempre un sacrificio, que sella la alianza entre el Dios misericordioso y los patriarcas que él ha elegido y llamado, y finalmente, entre él y el pueblo elegido, Israel. El culto sacrificial, su rica articulación y su minuciosa reglamentación ocupan el centro de la ley veterotestamentaria. Frente al peligro de la exteriorización, la crítica de los profetas invita a la interiorización y a la espiritualización, aludiendo al mismo tiempo a un cumplimiento último y futuro de esos sacrificios. Por tanto, los sacrificios veterotestamentarios en el fondo son solamente prefiguraciones e indicaciones tipológicas. Su cumplimiento llegó en la plenitud de los tiempos con Jesucristo, Hijo de Dios. El vino para "dar su vida en rescate por muchos", en perfecta obediencia a la voluntad del Padre que le había enviado, pronto a sacrificar, con un amor por los suyos hasta el final, su vida, a dar el propio cuerpo y a derramar la propia sangre, gesto último de quien ha dejado un memorial con el mandato de celebrarlo continuamente en recuerdo de su muerte. Los apóstoles y sus sucesores lo han hecho, y al mismo tiempo han ido profundizando cada vez más el sentido último de la acción salvífica de Cristo, descubriendo en ella un don sacrificial para nuestra salvación y para gloria del Padre.

Pablo interpreta la muerte del Señor como la del verdadero cordero pascual: "Cristo, ya fue inmolado" (1 Cor 5,7); "En Cristo, Dios reconciliaba al mundo" (2 Cor, 5,19). La carta a los Hebreos ha expuesto y desarrollado esta idea en una gran síntesis: "En efecto, no siendo la ley más que una sombra de los bienes venideros..., sin poder hacer perfectos a aquellos que se acercan a Dios... porque es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados. Por eso, al entrar en este mundo, Cristo dijo: No has querido ni sacrificio ni oblación, en cambio me has formado un cuerpo... entonces dije: Heme aquí que vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad... Y en virtud de esta voluntad somos nosotros santificados, de una vez para siempre, por la oblación del cuerpo de Jesucristo" (Heb 10,1-10; cf también 10,11-18).

En correspondencia con el mandato del Señor, la celebración memorial del único sacrificio de Cristo constituye el centro del culto cristiano. Es en su núcleo un sacrificio sacramental, memoria en palabras y acciones, mediante las cuales aquel único, perpetuo y omnisuficiente sacrificio de Cristo se hace presencia continua en medio de la iglesia que celebra el memorial con fe. De este modo toda la vida cristiana está destinada a ser "en Cristo Jesús", insertada en su sacrificio, en su camino sacrificial, en su paso de este mundo al Padre, para nuestra salvación y gloria del Padre. Con la celebración del sacrificio de Cristo, ofrecido ahora por la mano sacrificante de la iglesia, esta última se transforma en un don incesante, que le permite ofrecerse, sacrificarse y caminar con toda su vida hacia el Padre por Cristo y en Cristo. Esto expresa en términos clásicos la oración sobre las ofrendas del domingo de pentecostés del sacramentario Veronés (n. 216): "Propitius, Domine, quaesumus, haec dona sanctifica, et hostiae spiritalis oblatione suscepta, nosmetipsos tibi perfice munus aeternum" (en el Misal Romano de Pablo VI, sábado después del domingo II, IV, VI de pascua).

Tal oblación traza el programa de la vida cristiana en función del sacrificio de Cristo. La disponibilidad que el cristiano, inspirado ya por la gracia, presenta y expresa en los dones ofrecidos en el altar, pueda —así pide— ser santificada por Dios mediante la transformación de tales dones (imagen de su disponibilidad) en el cuerpo y sangre de Cristo; Dios Padre acepte benigno este sacrificio espiritual —o sea, el sacrificio de Cristo, ofrecido en el Espíritu Santo, hecho ahora sacrificio de los cristianos en virtud del mismo Espíritu-para que, gracias a él, toda la vida cristiana sea un munus aeternum, don perenne del creyente a Dios en el sentido de Rom 12,1; en la perseverancia de la fe y del amor, en la creciente configuración con Cristo, según las palabras que se leen en F1p 3,8-14.

[-> Memorial].

B. Neunheuser


BIBLIOGRAFÍA: Alfaro J., Las funciones salvíficas de Cristo como revelador, Señor y sacerdote, en MS 111/1, Cristiandad, Madrid 1971, 671-755; Bouyer L., El rito y el hombre. Sacralidad natural y liturgia, Estela, Barcelona 1967, 79-94; Frazer J.G., La rama dorada. Magia y religión, Fondo de Cultura Económica, México 1969; Guerra M., La función sacrificial, definitoria del sacerdocio en las religiones etniopolíticas, en VV.AA., Teología del sacerdocio 2, Facultad de Teología, Burgos 1970, 247-281; Lecuyer J., El sacrificio de la Nueva Alianza, Herder, Barcelona 1969; Ratzinger J., La eucaristía, ¿es un sacrificio?, en "Concilium" 24 (1967) 72-85; Rojo A., El sacrificio de Melquisedec, en "Liturgia" 2 (1947) 161-164; Scheffczyk, Eucaristía, en SM 2, Herder, Barcelona 19762, 972-980; Semmelroth, Sacrificio, en SM 6, Herder, Barcelona 1976, 180-185; VV.AA., Sacrificio, en Diccionario de las Religiones, Herder, Barcelona 1964, 1202-1219; VV.AA., Sacrificio, en Diccionario de Religiones Comparadas 2, Cristiandad, Madrid 1975, 1262-1267; Widengren G., Fenomenología de la religión, Cristiandad, Madrid 1976, 257-299; Véase también Eucaristía, Jesucristo, Memorial v Sacerdocio.