RELIGIONES NO-CRISTIANAS Y FIESTAS
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SUMARIO: Premisa - I. Dos grandes grupos de religiones - II. Las religiones cósmico-místicas y sus fiestas - III. Las religiones monoteístico-proféticas y sus fiestas - IV. ¿Antítesis o convergencia?


Las fiestas y celebraciones religiosas son patrimonio de todos los pueblos y, por lo que parece, tan antiguas como su historia, hasta el punto de que alguien ha observado que el hombre, además de ser definido como homo faber, ludens, politicus, religiosus y oeconomicus, debería ser denominado también festivus Según el filósofo neopositivista L. Wittgenstein, que discute ásperamente sobre este punto con Frazer, "se podría casi decir que el hombre es un animal ceremonial". Pero aparte de estos importantes, aunque tardíos, reconocimientos, tanto la historia de las religiones como la antropología religiosa todavía no han estudiado de un modo global y sistemático este sector; prueba de ello es el hecho de que los más conocidos manuales de fenomenología de las religiones existentes en nuestros días, carecen de un tratamiento específico y general de este argumento.

Este breve tratado se limitará, por tanto, a las celebraciones más importantes de las grandes religiones actuales, no sin haber hecho notar antes que, al igual que en el cristianismo, la celebración festiva se inscribe en el tema y en el contenido fundamental de toda fe religiosa, para actualizarlo y ofrecerlo al disfrute de toda la comunidad.


I. Dos grandes grupos de religiones

Antes de tratar de las celebraciones festivas de las grandes religiones, se impone la necesidad de echar un vistazo al mapa religioso de la tierra para comprender sus características y distinciones fundamentales.

Observamos rápidamente que existe una gran división bipartita en el mapa religioso de la humanidad. Las religiones se dividen en dos grupos, que se caracterizan por el modo diverso de representarse la realidad última y primordial, "ese último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos", que la declaración del Vat. II sobre las religiones no cristianas (NA 1) sitúa en la base de todas las religiones. Existen en las religiones dos modos de concebir el Absoluto. Tenemos religiones monoteístico-proféticas y religiones cósmico-místicas; en las primeras, el Absoluto es concebido como un ser personal distinto y diferente del cosmos, al que ha dado origen con un acto creador y en el que interviene a través de los profetas; en las segundas, el Absoluto es imaginado como un ente indiferenciado, realidad teo-cosmo-antropológica, de la que los individuos particulares se han separado por un accidente originario inescrutable. Estas dos formas religiosas, que conviven en nuestro planeta unas veces en zonas separadas, otras de modo sobrepuesto y enlazado, tienen modos diversos y peculiares de celebrar las fiestas religiosas.


II. Las religiones cósmico-místicas y sus fiestas

Nos ocuparemos en primer lugar de las religiones que representan al Absoluto con trazos impersonales, indistintos y totalizantes. Se trata del Brahman, en el área hindú del Nirvana, que "no es ni existencia ni no-existencia, ni siquiera alguna imaginable combinación de existencia y no-existencia" (L. de la Vallée-Poussin), en el área del budismo Theravada; del Tathata (el ser así, o sea, la naturaleza profunda no definible de las cosas), en el área del budismo Mahayana; del Tao, origen de todo, en el área china. Son denominaciones mítico-filosóficas, que se corresponden sustancialmente con el Mummu de la mitología sumerio-babilónica, con el Kaos, el Apeiron, el Kosmos y el Uno de los griegos y, en cierto aspecto, con la Sustancia de Spinoza, con el Espíritu eterno de Hegel y con la materia primordial de todas las formas del neopositivismo filosófico contemporáneo.

Supuesta la existencia de este Principio impersonal, el hombre se convierte en un fragmento del ser, caído accidentalmente; la historia, en el puro juego fenoménico del Absoluto, sin consistencia propia ni significado intrínseco (el lilá de los dioses en la India, o una sucesión de yuga o ciclos del mundo según la cronología mítica del hinduismo), y la salvación consiste en la inmersión o absorción de la existencia individual en el todo cósmico. Las técnicas orientales del yoga, del zen, del ying-yang y de la meditación trascendental tienden sustancialmente a esto. Símbolos clásicos de este modo de pensar me parecen Los Recuerdos, de Marco Aurelio, cuyo título original en griego es Eis eautón, esto es, discurso dirigido a sí mismo con vistas a la autointegración en el imperio, expresión social del cosmos. En la misma dirección nos llevan las últimas palabras de Plotino a sus discípulos: "Esforzaos por elevar lo divino que está en vosotros hasta lo divino que está en el universo", y la intuición suprema de la Chandogya Upanishad "tat tvam asi" ("tú eres Aquello", o sea, el Brahman), que domina toda la búsqueda espiritual hindú.

En este contexto religioso, presente por doquier en el planeta tierra, las fiestas y los rituales sagrados asumen el carácter de celebraciones cósmico-naturalistas. Estas celebraciones cósmicas son patrimonio atávico de la humanidad. Persisten como trasfondo, incluso donde se ha afirmado el monoteísmo profético, y aparecen sometidas a un esquema común. Casi todas están moduladas por un ciclo cósmico, y precisamente por el más obvio e inquietante, que es el movimiento lunar. En algunas ocasiones, el ciclo lunar se asocia de diversos modos al solar o estacional. Es recurrente en estas solemnidades el horror temporis, o sea, la preocupación por la consunción del mundo y de la vida en el fluir del tiempo, que hace nacer el propósito de poner en contacto cada año que nace, cada estación, cada mes que comienza con el Principio originario del cosmos. Existe también la percepción de que hay tiempos críticos y débiles en el transcurso del año, como el novilunio y el solsticio, por lo que es necesario recurrir a ritos para sostener el decurso de las energías cósmicas. Hay alegría por la renovación de la fecundidad en los rebaños y en los campos, por el retorno de la lluvia y del sol, por el florecer de la vida en las familias y en las tribus. Existe la intuición de un ordenamiento divino del universo, gracias al cual la luz vence a las tinieblas, la vida predomina sobre la muerte, el orden se mantiene y se impone sobre las fuerzas absurdas de la disgregación. Pero surge también el temor de que el orden cósmico pueda ser quebrantado y de que con él se rompan la comunicación y la fraternidad familiar y social. De aquí la preocupación para que cada cosa vuelva a su puesto, los espíritus a sus habitáculos, los muertos a sus moradas, los vivos a su propio contexto social y que todo se reintegre a la unidad primordial. No faltan las purificaciones con aguas lustrales, prácticas adivinatorias y execratorias, entremezcladas de tradiciones y leyendas populares, precauciones contra posibles catástrofes o colapsos de la energía cósmica. Falta una esperanza verdadera y propia; se tiene la impresión de una revolución centrípeta: el individuo y la comunidad tienden a dirigirse, como en un movimiento de sístole, hacia el Principio del que se han separado. No existe la espera de un reino de Dios, pero se pide la liberación del mal.

Me limitaré a indicar rápidamente alguna celebración entre las muchas de este tipo de religión.

En el área hindú está el Divali o el Dipavali (literalmente, guirnalda de luces), ciclo festivo de cinco días (hoy es fiesta nacional) que se celebra en torno al novilunio de octubre: el centro de la fiesta es la diosa Laksmi, mujer de Visnú, diosa de la prosperidad, de la belleza y de la felicidad; en cambio, en Bengala es Kali, consorte de Shiva, diosa de la disolución y de la regeneración. El primer día de la fiesta se entroniza su imagen en las casas y comercios; el segundo se celebra la victoria de Krishna sobre el demonio Naraka (una especie de victoria de Apolo contra los centauros o de Zeus contra Tifón), y después comienza la adoración en masa (pújá) de Laksmi y de Kali en sus respectivos santuarios, mientras que casas, templos y fuentes son iluminados por millares de pequeñas lámparas de aceite. Los hindúes de hoy ven en este ritual un símbolo de la luz que disipa las tinieblas de la ignorancia. Cabras y búfalos son inmolados a centenares para propiciar los favores de las diosas, mientras que la sangre derramada a los pies de la negra imagen de Kali crea un ambiente de embriaguez y de exaltación en todos los presentes.

También en la India, pero sobre todo en Tamil Nad, se celebra la fiesta de Ponga!, en el solsticio de invierno, hacia el 12 de enero. Dura tres días, y es la única celebración solar del año. En diversas partes de la India coincide con la estación de la cosecha; es, en efecto, una celebración del sol y de la fecundidad.

Por eso los miembros de las familias se reúnen en los patios de las casas, veneran el sol bajo la forma de un diagrama rojo, renuevan la vajilla de la casa y asisten juntos al hervido del arroz en la leche, símbolo de prosperidad. En los dos primeros días se realizan baños en los ríos sagrados, se comen semillas de sésamo para purificarse de las culpas, y el tercer día la fiesta se extiende a los animales: vacas, toros, búfalos y elefantes son lavados, pintados, adornados y festejados de todos los modos posibles, con regalos de golosinas a base de arroz y leche.

Muy celebrada en toda la India, hacia el novilunio de febrero, es la fiesta de Mahashivaratri, donde se celebra a Shiva bajo el símbolo del linga. Con este motivo se relatan mitos y puranas sobre las gestas del dios y se acude a sus templos para echar flores y hojas de betel sobre el linga. Son consideradas especialmente eficaces las infusiones de leche y miel sobre la imagen de la fecundidad. Las celebraciones se prolongan con vigilias, ayunos y oraciones; es particularmente abundante la participación de las muchachas núbiles para obtener la gracia de un marido; la atmósfera es a menudo tórbida y excitante; los occidentales, y en general los no hindúes, son mantenidos lejos de los templos donde tiene lugar la celebración.

Más tranquila es la celebración de Holi, que coincide con la luna llena de marzo: su característica consiste en encender grandes hogueras, mientras que se espía a los que pasan por las calles para empaparlos abundantemente con agua colorada.

Festejada en toda la India como un verdadero y propio período de vacaciones es la solemnidad de Navaratra o de las nueve noches, que tiene lugar en el novilunio de septiembre. Se venera a Sarasvati, mujer de Brahma, en el sur y en el oeste; y a Durga, mujer de Shiva, en el resto del país. Sarasvati es la diosa de la palabra y de la sabiduría; Durga es la madre benévola y providente. El sexto día de la fiesta todas las plazas y casas son adornadas con una imagen de la diosa, y ante ella los brahmanes recitan oraciones para que la divinidad venga a habitarla. En ese momento la fiesta alcanza su punto culminante: baños sagrados, flores, himnos, fórmulas sagradas, lámparas, ritos, espectáculos teatrales y cantos se suceden continuamente durante tres días ante la diosa, antes de que al décimo día, según se cree, el espíritu divino abandone la estatua. Entonces se toma la imagen, se la acompaña al río más cercano y se la arroja al agua en medio de gritos de fiesta; al volver, se pasa por las casas para darse unos a otros los augurios y felicitarse por la fiesta realizada.

En el área china, marcada por el budismo Mahayana y por el taoísmo, predomina sobre todas la fiesta del comienzo del año, que dura quince días a partir de la aparición de la luna del año nuevo (finales de enero-primeros de febrero). La celebración alcanza su máxima intensidad en los primeros dos días del novilunio y en el decimoquinto día del plenilunio; pero ahora sólo puede ser observada en los confines de la China continental, esto es, en Malasia, Singapur, Vietnam, Hong-Kong, Macao, Taiwan y en los barrios chinos de las grandes ciudades asiáticas. Templos y pagodas se iluminan y se llenan; la gente rivaliza en ofrecer alimentos y flores; se hacen oraciones, adivinaciones y votos. Las expresiones de buenos deseos acostumbradas son: "Sé vigoroso y ágil como el dragón y el caballo", "Que tu fortuna sea tan grande como la tierra y el mar", "Que tu vida dure como la montaña". Es evidente la atmósfera cósmica de la celebración.

Está difundida en todo el área chino-japonesa la festividad de los muertos, llamada Ullambana (probablemente del sánscrito), Urabon en japonés, fiesta relacionada con el plenilunio de julio. La celebración consiste en ofrendas de flores y alimentos, y en la recitación de oraciones con el fin de propiciar la paz a los difuntos y su tranquila entrada en el reino de los muertos. Es la resignada celebración de la muerte como reabsorción cósmica, en la que toda la población participa intensamente.

En el área del budismo Theravada (Sri Lanka, Thailandia, Birmania), la mayor celebración es el Vesaka, coincidente con el plenilunio de mayo, que recuerda al mismo tiempo el nacimiento, la iluminación y la muerte, o sea, el paso definitivo al Nirvana de Gautama Buda. La gente se concentra en las pagodas y acampa en sus cercanías. Campea sobre el conjunto la imagen dorada e impasible de Buda (el amarillo es el símbolo de lo eterno, en donde Buda ha entrado) en actitud de meditación sobre una flor de loto, el mágico símbolo de la pureza y de la salvación, porque los pétalos y las hojas del loto son refractarios al agua en la que se encuentran inmersos. Es la gran lección del budismo, que enseña a percibir la no-consistencia del yo (anatta), la no-permanencia de los seres (anicca), para liberarse de la sed existencial (tanha) y evitar finalmente el dolor (dukka). La gente permanece en recogimiento ante Buda y ofrece pétalos perfumados, pronunciando fórmulas eficaces para obtener el desapego interior por las cosas, pero también favores y prosperidad material.

Una festividad mensual del budismo es el poya o celebración del plenilunio, sobre todo el de enero. La gente se apiña en las pagodas para contemplar la arcana imagen de Buda impasible, mientras que de lo alto cae la luz blanca de la luna. Pequeños y grandes, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos se concentran en silenciosa meditación; se arrepienten de sus culpas y oran para obtener la iluminación, bajo la mirada tranquila e inalterable de los monjes.

Además, todo buen budista, sobre todo si es monje, guarda un día de meditación, de abstinencia y de limosna cada semana en correspondencia con cada cuarto de luna. De este modo la existencia cotidiana es reconducida a su origen y reconciliada en la paz: ¿de la Nada o del Todo? Buda soslayó la respuesta a esta fundamental pregunta.


III. Las religiones monoteístico-proféticas y sus fiestas

Pasamos ahora a la otra gran división de las religiones del mundo, que representa al Absoluto en términos de un Dios personal distinto y diferente del cosmos, llamado por él a la existencia mediante un libre acto de su voluntad.

Se trata de monoteísmo histórico profético, que tiene sus ejemplos más representativos en la Biblia y en el Corán. Judaísmo, cristianismo e islam representan un salto cualitativo en la historia de las religiones. A su órbita pertenece también en cierto sentido el zoroastrismo, pero su verdadera naturaleza y consistencia no han estado nunca claras, y hoy prácticamente no tiene ningún significado.

En estas religiones tiene gran importancia la creación, de la que dependen todos los seres; pero todavía es más determinante la intervención de Dios en la historia: esta intervención consiste, para los judíos, en el don de la ley y de la alianza por medio de Moisés en el Sinaí; los cristianos la ven en la misión de Cristo y en la salvación realizada por él en su nacimiento, muerte y resurrección, mientras que para los musulmanes consiste en la bajada del Corán, expresión perfecta de la voluntad de Dios para regular la vida individual y social de los hombres.

Está claro que el primer resultado de este acontecimiento es la exaltación del hombre, que, después de haber venido a la existencia como criatura de Dios, surge como interlocutor de Dios, aunque las posturas se hacen aquí divergentes en una escala que va del islámico "siervo de Dios", al judío "compañero de Dios" y al cristiano "hijo de Dios". La fe en esta intervención de Dios en la historia por medio de los profetas y mediadores acabó con las anteriores visiones cosmocéntricas y totalizantes e inauguró el reino del hombre en relación con Dios en la historia.

Para los seguidores del monoteísmo profético, la historia y la temporalidad ya no representan un momento alienante, sino, para todos y para cada uno, el kairós, el momento oportuno que se debe llenar de obras de justicia; y para la humanidad en su conjunto, la trayectoria que recorrer, docilidad a la palabra de Dios para realizar su plan. En efecto, hay un éschaton, un horizonte final establecido por Dios para la humanidad, entendido como "los días del Mesías" en el judaísmo, como "día de la resurrección" (Corán 2,79) en el islam o como "epifanía de la parusía del Señor Jesús" (2 Tes 2,8) en el NT.

Nos preguntamos ahora qué significado revisten las celebraciones festivas en este contexto religioso. La respuesta es clara: las fiestas y las solemnidades religiosas son aquí una evocación y un recuerdo de la intervención de Dios en la historia; todas de algún modo celebran y actualizan el acontecimiento que diera una nueva dirección a la vida humana. Esto provoca sentimientos de gratitud y de alabanza. Se mira con ojos nuevos la experiencia de la vida cotidiana, y se renuevan los vínculos de solidaridad y de participación que han caracterizado a la comunidad religiosa en su estado naciente. Por esto las celebraciones tienen el estilo de asambleas: el viernes se llama en árabe yóm algum'a (día de la asamblea); en el shabbat, los judíos van a la sinagoga, y en el "día del Señor" los cristianos se reúnen para la synaxis eucarística. En esta ocasión se propone tanto a la comunidad como a los individuos asumir y apropiarse personalmente la finalidad de la intervención de Dios, cuya certeza celebrada en asamblea se convierte en prenda de esperanza y casi preludio del cumplimiento futuro, al que tiende la intervención de Dios en la historia. La celebración se convierte así en un momento sumamente denso, en un tiempo fuerte, en el que el pasado y el futuro se funden en una atmósfera de acción de gracias, de invocación y de renovación de propósitos.

Ya conocemos estas celebraciones en el mundo judío e islámico, por no hablar del mundo cristiano. Todos conocen el sábado de los judíos, día de reposo y de reevocación de los prodigios realizados por Dios en la creación y en el éxodo (cf Ex 20,8-10; Dt 5,12-15).

Dentro del mundo judío están íntimamente conectadas con la intervención de Dios en la historia la Hag ha-Pesah y la Hag ha Massót, es decir, la fiesta de la pascua y la afín de los ázimos; sigue, a siete semanas de distancia, la Hag Shavuót, fiesta de pentecostés, memorial de la alianza y de la ley recibida en el Sinaí, mientras que en septiembre la Hag ha Sukkót o fiesta de las tiendas recuerda la permanencia transitoria en el desierto que precedió a la entrada en la tierra de Canaán. Sigue la fiesta de la Hanukkah, o de la dedicación del templo, llamada también "fiesta de las luces", como recuerdo de la purificación del templo después de la profanación de Antíoco Epífanes en el 167 a.C. De ella se habla también en los evangelios (cf Jn 10,22). Gran relieve desde la época de Cristo en adelante ha asumido la Rosh-hassanah o comienzo del año judío, que celebra el día de la creación y el del juicio universal, mientras que el Yóm Kippúr está dedicado a pedir el perdón por todas las transgresiones cometidas por el pueblo contra la alianza.

Para los musulmanes, el día festivo es el viernes, escogido al parecer porque en ese día Mahoma entró en Medina por primera vez. A diferencia del sábado judío, no es un día de reposo, sino "el día de la asamblea", en el que la comunidad es invitada a acudir a la mezquita para profesar la fe (sahada) que Dios proclamó por medio de Mahoma. El ritual es el mismo en todo el mundo musulmán: a eso de mediodía la gente se reúne al grito del muecín, se purifica, se descalza y entra en la mezquita, colocándose delante del mirhab en dirección a La Meca: los hombres están de pie en líneas paralelas; las mujeres, detrás, a una cierta distancia. En presencia del imán, el muecín invita a la oración (salát); después tiene lugar la hutba, alocución pronunciada por el hatib (predicador). Siguen otras oraciones, y después el imán lee en alta voz algunos trozos del Corán en árabe. Se concluye con más oraciones. Son de pragmática cuatro raka'at (postraciones), y antes de dejar la mezquita los hombres deben esperar a que las mujeres se hayan alejado. Durante esta asamblea del viernes debe cesar toda actividad laboral; después, disuelta la asamblea, la gente se dispera alegremente en dirección a sus casas, según la prescripción del Corán: "Cuando la oración ha acabado, id adonde queráis y buscad los dones del favor divino. Pensad a veces en Dios y seréis felices" (Sura 62,10) '.

La fiesta más popular del islam es la 'id al fitr (= fiesta del comienzo), que se celebra al final del mes de Ramadán. Está precedida por la gran vigilia de la noche de al-qadr, en la que se festeja la "bajada" del Corán. El anuncio del fin del Ramadán se da apenas se ve aparecer en el cielo la hoz de la luna nueva del mes siguiente. La noticia es acogida con una explosión de alegría: todos se visten con ropas nuevas, las barberías se llenan de parroquianos, los sastres mandan a sus clientes los nuevos vestidos encargados, todos adquieren en los comercios regalos para los amigos, se prepara la propina para los dependientes, se da a los pobres las limosnas del fin del ayuno. Desde hace varios años, el Secretariado vaticano para los no cristianos envía un mensaje de participación y de felicitación cristiana para esta festividad popular panislámica.

Igualmente sentida en el mundo islámico es la "fiesta del sacrificio" ('id al-adha), que se celebra el 10 del mes de du 'l higga, día en que termina la peregrinación a La Meca. Es llamada "fiesta grande" ('id al-Kabir), y se caracteriza por la inmolación de un corderillo o un cabrito en conmemoración del sacrificio de Ismael. La matanza de reses que se lleva a cabo en esta circunstancia es una preocupación para los responsables de la economía en los países islámicos, donde hasta hace poco el pastoreo era la fuente principal de riqueza.

Debe mencionarse todavía, entre las fiestas panislámicas, el día del nacimiento del profeta; pero la celebración es más civil que religiosa.


IV. ¿Antítesis o convergencia?

Antes de concluir esta panorámica sobre los dos tipos de celebraciones festivas existentes hoy en el mundo, parece útil subrayar que ambas clases de fiesta no han estado nunca en antítesis entre sí; como ya sucedía en la Biblia y en el Corán, así también en el mundo cristiano se han unido celebraciones cósmicas y celebraciones histórico-salvíficas, y muchas veces la celebración del acontecimiento histórico-salvífico se ha introducido en el marco de las celebraciones cósmicas. Es sabido que las grandes celebraciones judías de la historia de la salvación se han introducido en el marco de las fiestas de origen pastoril o agrario: la pascua se ha sobrepuesto a la fiesta de la inmolación del cordero en primavera, la de pentecostés se sitúa en el marco de las fiestas por la cosecha, los tabernáculos coinciden con las celebraciones de la vendimia y de la cosecha de otoño. No se ha advertido ninguna falta de armonía ni incompatibilidad entre los dos tipos de acontecimientos. El Dios que da la fecundidad y la vida es también el autor de la salvación, que perfecciona y eleva lo que germina y madura en el campo de la creación. Por eso los cristianos espontáneamente colocaron la fiesta del nacimiento del Salvador en los días del solsticio de invierno, cuando los emperadores romanos celebraban la victoria del Sol invictus. Se sabe que allí donde ha sido posible la iglesia ha asimilado a su liturgia las celebraciones cósmicas y sociales que ha encontrado donde ha echado raíces. Y hoy todavía los cristianos de la India, así como los de otras partes de Asia y África, se preguntan seriamente sobre el modo de adoptar y reinterpretar las antiguas celebraciones locales a la luz del mensaje de la salvación y de su celebración social. "Puede llegar un día —escribe un autor que conoce a fondo el cristianismo y el hinduismo— en que la iglesia de la India podrá adoptar algunas fiestas del gusto de los hindúes..., por ejemplo, Divali, como fiesta de Cristo luz del mundo; Pongal, día de acción de gracias por la cosecha; Sarasvati-puja, fiesta de la Sabiduría divina... Ciertamente no se hará esto sin una transformación de las fiestas, pero conservando ese núcleo significativo a través del cual los hombres pueden elevar su corazón a Dios'''.

[-> Adaptación, IV].

P. Rossano

BIBLIOGRAFÍA. Caubet A., El calendario de Enoc-Juhileos e el antiguo calendario hebreo, en "Salmanticensis" 6 (1959) 131-142; De Vaux R., Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1964; Eliade M., Tratado de historia de las religiones, 2 vols., Cristiandad, Madrid 1973; Frazer J.G., La rama dorada, Fondo de Cultura Económica, México 1969'; Maertens Th., Fiesta en honor de Yahvé, Cristiandad, Madrid 1964; Sartori L., Teología de las religiones no cristianas, en DTI 4, Sígueme, Salamanca 1982, 416-436; Van der Leeuw G., Fenomenología de la religión, Fondo de Cultura Económica, México 1964; VV.AA., Ritos de enterramiento no cristianos, en "Concilium" 32 (1968) 301-341; VV.AA., Fiestas, en Diccionario de Religiones Comparadas 1, Cristiandad, Madrid 1975, 643-653. Véase también la bibliografía de Antropología cultural, Calendario, Fiesta/Fiestas, Tiempo y liturgia.