REFORMA LITÚRGICA
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SUMARIO: I. Precedentes - II. Organismos de la reforma: 1. El "Concilium"; 2. La Sagrada Congregación para el culto divino - III. Líneas directivas y criterios: 1. Preparación de los nuevos libros litúrgicos: a) Primeras actuaciones, b) Los nuevos libros litúrgicos, c) Profundización y adaptación; 2. Dirección de la renovación litúrgica - IV. Propuestas de la reforma: 1 Dimensión celebrativa; 2. Compromiso pastoral; 3. Profundización bíblica; 4. Capacidad creativa - V. Reacciones - VI. Perspectivas.


I. Precedentes

En la constitución sobre la sagrada liturgia, primer documento examinado y aprobado por el Vat. II, leemos: "La santa madre iglesia desea proveer con solicitud a una reforma general de la misma liturgia" (SC 21). Esta reforma se correspondía con la finalidad pastoral del concilio de "adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio" (SC 1). Habían preparado el camino a la decisión conciliar años de investigación en el campo científico y pastoral. La publicación de las antiguas fuentes de la liturgia y los estudios históricos y arqueológicos habían permitido comprender la verdadera esencia de la liturgia y conocer su evolución, la actividad desarrollada a lo largo de los siglos por los papas y obispos para regularla y las constantes y las diferencias entre las diversas familias litúrgicas. Paralelamente, en el campo pastoral se había desarrollado la idea de la necesidad de introducir al pueblo cristiano en la comprensión y participación de los sagrados misterios [-> Movimiento litúrgico]. Su importancia había sido comprendida por san Pío X cuando, en el motu proprio Tra le sollecitudini (22 de noviembre de 1903), afirmaba: la "fuente primera e indispensable (del genuino espíritu cristiano) es la participación activa en los misterios sacrosantos y en la oración pública y solemne de la iglesia"'. Pero estas palabras quedaron prácticamente en letra muerta, a pesar de las notables intervenciones del mismo papa referentes, por ejemplo, a la reanudación de la comunión frecuente, incluso diaria; a la admisión de los niños a la comunión; a la nueva ordenación del salterio en el breviario romano y del calendario litúrgico La atención se dirigió más bien a lo que parecía interesar más especialmente al papa: "Ver florecer en todas partes el decoro y la dignidad de las funciones litúrgicas" y especialmente de la música y del canto sacros', a lo que se dedicaban casi veintinueve artículos del motu proprio antes indicado.

Tuvieron que pasar años de lenta pero fecunda maduración °. Sólo en el pontificado de Pío XII se empieza a pensar en un plano orgánico de reforma de los ritos mismos con una tendencia más claramente pastoral, "con vistas a aligerar el aparato litúrgico y adecuarlo de un modo más realista a las exigencias concretas del clero y de los fieles en la nueva situación de hoy". En efecto, las grandes encíclicas de Pío XII —Mediator Dei (20 de noviembre de 1947), la primera dedicada exclusivamente a la liturgia, y Musicae sacrae disciplina (25 de diciembre de 1955)— fueron precedidas o seguidas de acciones de tipo práctico para facilitar la participación: la nueva versión del salterio latino para el uso litúrgico 6, la concesión de los rituales bilingües' y, sobre todo, la institución (28 de mayo de 1948), en el ámbito de la Sagrada Congregación de los ritos (SCR), de una comisión especial con el encargo de "estudiar y hacer propuestas concretas sobre el plan general de la reforma'''. Fruto de los trabajos de la comisión fueron: la renovación de la vigilia pascual, punto culminante del año litúrgico (1951), y después de toda la semana santa (1955); la mitigación del ayuno eucarístico (1953, 1957); la concesión de la misa vespertina (1955); la simplificación de las rúbricas del breviario y del calendario (1955) 9. El último acto del papa fue la aprobación, un mes antes de su muerte, de la instrucción sobre la música sagrada y la liturgia.

El trabajo continuó con el papa Juan XXIII, incluso cuando ya estaba anunciado el concilio e instituida una comisión preparatoria para la liturgia. Aparecieron un Código de las rúbricas de la misa y del oficio divino "; nuevas ediciones típicas del breviario, del pontifical y del misal, y un decreto ordenando el catecumenado de adultos. Sin embargo, ya había madurado la conciencia de la necesidad de un trabajo más amplio y fundamental. En efecto, el 20 por 100 de las propuestas hechas por el episcopado en el tiempo de la preparación del concilio hacía referencia a la liturgia, deseando la revaloración de su carácter didáctico y formativo, la simplificación de los ritos, la introducción de las lenguas vernáculas, la adaptación a los diferentes pueblos y la participación de los fieles'2. La intervención masiva y significativa de los obispos revelaba que los deseos de la iglesia se identificaban con los de los estudiosos y los promotores del movimiento litúrgico. La comisión preparatoria del concilio para los temas litúrgicos, presidida por el card. G. Cicognani, secretario, padre A. Bugnini, se aprovechó de ello.

La constitución sobre la sagrada liturgia, a pesar del ajetreo de las discusiones, revisiones e incluso tentativas de manumisión, es el único documento conciliar que conserva sustancialmente el esquema elaborado por la comisión preparatoria. Este hecho se debe al planteamiento del trabajo, basado en la confianza recíproca, la libertad de expresión y la seriedad de la investigación garantizada por la responsabilidad de los pastores y,por la competencia de los expertos. Estos, elegidos internacionalmente, fueron distribuidos en trece subcomisiones, en razón de su competencia en los diversos campos: teología, pastoral, historia, arte. Se pudieron recoger las exigencias más sentidas y los conocimientos y experiencias más válidos. El card. Cicognani dio a los colaboradores "la mayor confianza, y trabajó con ellos: a veces como si fuese uno de ellos, siempre dispuesto a recibir, escuchar, comentar, examinar, discutir y, si fuese necesario, a revisar sus posiciones. Aceptaba con gusto sugerencias y propuestas. Generalmente contemporizaba; pero una vez tomada una decisión, proseguía con resolución y animaba a los otros a seguirlo sin dudar" '°. Se iniciaba, en el ámbito de la curia romana, un nuevo y diferente estilo de trabajo, retomado y continuado en los años sucesivos; ésta es una, si no la principal, causa de la eficiencia y del éxito de los trabajos para la reforma litúrgica.


II. Organismos de la Reforma

Aprobada la constitución litúrgica (4 de diciembre de 1963) con el motu proprio Sacram liturgiam (25 de enero de 1964), fue rápidamente preparado un programa para llevar a la práctica las orientaciones contenidas en ella.

1. EL "CONSILIUM". El encargo de llevar a la práctica la constitución fue confiado por el motu proprio citado al Consilium ad exsequendam constitutionem de sacra liturgia. Su presidente fue el card. G. Lercaro, arzobispo de Bolonia, sustituido el 9 de enero de 1968 por el card. B. Gut; fue secretario el padre Bugnini. Estaba constituido por miembros consultores y consejeros. A los primeros tocaba la aprobación de los esquemas y decisiones que se debían someter al santo padre; a los segundos, distribuidos en unos cuarenta grupos de estudio, la función de estudiar los problemas y elaborar los proyectos de reforma. Se trataba de un organismo colateral a la Sagrada Congregación de los ritos, que conservaba la responsabilidad jurídica en lo que se refería a la liturgia. Las competencias del Consilium se fueron clarificando con el paso del tiempo: sería un órgano cualificado de estudio con funciones administrativas al mismo tiempo, bajo la directa dependencia del papa,. No faltaron motivos de discordia, reivindicaciones de competencias e interferencias. La convivencia no fue siempre fácil ni serena dentro de la curia romana. No obstante, se debe decir que la institución del Consilium fue una intuición genial de Pablo VI. Con él se garantizaba una actuación unida a la letra y al espíritu de la constitución litúrgica y la eficacia y sensibilidad propias de un organismo joven. Todo esto, y sobre todo el apoyo del papa, al que el Consilium dirigía directamente sus propuestas y decisiones, daba confianza a los obispos, a los estudiosos y a los responsables de la pastoral litúrgica.

El método de trabajo del Consilium estaba marcado por el clima humano, que ya se había registrado en la comisión preparatoria; por la seriedad científica y por la atención a los datos de la tradición, las exigencias de la pastoral y las necesidades del momento. Lo exigían la delicadeza de la empresa y las directrices de la constitución litúrgica: "Para conservar la sana tradición y abrir, con todo, el camino a un progreso legítimo debe preceder siempre una concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral acerca de cada una de las partes que se han de revisar"; ténganse en cuenta, además, las leyes generales de la liturgia, la experiencia de las reformas recientes y el bien de la iglesia (SC 23).

El ingente trabajo realizado es prueba de la fidelidad a las consignas conciliares. El card. Gut trazó de él una síntesis al papa en la audiencia del 10 de abril de 1970: "Trece asambleas plenarias, innumerables reuniones particulares, trescientos sesenta y cinco esquemas destinados a las asambleas plenarias y algunos centenares de esquemas particulares; documentos de diferente tipo: constituciones, motu proprios, decretos, instrucciones, son la columna vertebral de un trabajo a través del cual cincuenta pastores, cardenales y obispos y más de ciento cincuenta sacerdotes de todas las partes del mundo, con un empeño oculto, silencioso y asiduo, han dado un nuevo y más auténtico rostro, a la lex orandi de la iglesia... El historiador que en el futuro desee rehacer el camino doloroso y alegre que han seguido cada uno de los ritos reformados, cada una de las fórmulas reutilizadas, compuestas o restauradas, cada una de las rúbricas o de las leyes y normas pastorales que enriquecen los libros reformados, podrá contar con un archivo que recoge un material de una riqueza increíble: ese archivo demuestra del modo más evidente posible con cuánto sentido de responsabilidad ante Dios y ante la iglesia ha trabajado el providencial y dinámico organismo que salió de vuestra mente y de vuestro corazón"''. Desde 1965 el Consilium tuvo una revista propia: Notitiae (= Not).

Para poder llevar a cabo este inmenso trabajo en un período de tiempo relativamente breve se formaron diversos grupos de estudio, encargados de sectores particulares de cada libro litúrgico: breviario, misal, pontifical, ritual, martirologio, ceremonial. La coordinación se efectuaba a través de los respectivos relatores. La garantía de avanzar uniformemente en todas las partes de la liturgia partía del examen de los esquemas generales hecho por todos los relatores de los grupos de estudio. Su reunión plenaria precedía normalmente a la asamblea de los miembros del Consilium, en la que participaban después para explicar los eventuales problemas técnicos y motivar las propuestas hechas. En el lapso de seis años el Consilium tuvo, como ya se dijo, trece asambleas generales, con una media de dos al año. Normalmente, se prolongaban por espacio de una semana, aprovechada íntegramente en sesiones de mañana y de tarde. La fraternidad y la pasión por un trabajo del que se esperaban grandes frutos para la iglesia y el interés por atender las necesidades pastorales del pueblo de Dios sostenían y compensaban el arduo trabajo.

Por el trabajo del Consilium se mostraron interesadas las comunidades eclesiales no católicas. Era un signo del cumplimiento de un deseo del Vat. II, el de promover a través de la liturgia "todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo" (SC 1). Seis representantes de comunidades no católicas tuvieron oportunidad de participar, desde 1966, en las asambleas generales del Consilium como observadores. Su participación fue discreta y respetuosa, sin otra pretensión que la de darse cuenta de la empresa que estaba llevando a cabo la iglesia católica para la reforma de su liturgia y de los principios en que ésta se inspiraba. La insinuación de que influyeron en las decisiones es una falsedad y una ofensa para ellos.

Las conclusiones y resoluciones del Consilium se presentaban, debidamente motivadas, al santo padre. El examinaba todo personalmente, hacía sus observaciones, señalaba los puntos dudosos mostrando su perplejidad, daba directrices. Los esquemas sufrían luego el examen de los dicasterios de la Santa Sede indicados por el papa o de algún modo interesados por el tema. Trabajo éste que necesitaba un cierto tiempo y que no estaba exento de dificultad, ya que lo debían realizar personas extrañas al proceso de maduración de los proyectos y a veces con una sensibilidad no impregnada de los principios de la SC y de la renovación litúrgica. Al final de este largo y difícil itinerario, el santo padre realizaba otro atento examen, señalaba las cuestiones que continuaban sin aclarar y daba su aprobación final. Está claro que no se puede afirmar que la reforma fuera sólo obra de unas pocas personas hábiles que impusieron su punto de vista personal. Sí puede afirmarse, en cambio, que es fruto de una colaboración eclesial, y que fue querida, seguida y aprobada en sus mínimos detalles por Pablo VI.

2. LA SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO (SCCD). Entretanto, la importancia alcanzada por la vida litúrgica en la iglesia después del Vat. II había llevado a la convicción de que la debía seguir y promover un organismo expresamente dedicado a ello. El 8 de mayo de 1969, Pablo VI dividía la antigua Sagrada Congregación de ritos y creaba, junto a la Congregación para la causa de los santos, la Sagrada Congregación para el culto divino, la cual absorbía al Consilium. El primer prefecto fue el card. B. Gut, y su secretario, el padre A. Bugnini, ordenado obispo por el mismo Pablo VI el 13 de febrero de 1972. La nueva Congregación continuó el trabajo del Consilium para llevar a término la restauración de los libros litúrgicos. Pero el estilo de trabajo, el planteamiento de las reuniones y la sensibilidad pastoral, prevalente sobre la jurídica, hacían difícil su inserción en el ambiente curial. Tres fueron las congregaciones plenarias, en las cuales ya no pudieron tomar parte los consultores. Al card. Gut le sucedieron como prefectos, con algunos períodos, largos en ocasiones, de sede vacante, el card. A. Tabera (20 de febrero de 1971) y el card. R.J. Knox (25 de enero de 1974). La Congregación pudo recoger los frutos del trabajo del Consilium con la publicación de los nuevos libros litúrgicos y de otros importantes documentos.

Pero, así como fue inesperado su nacimiento sólo un año después de la reforma de la curia romana, así también fue breve su existencia. El 11 de junio de 1975 se realizaba una fusión, lógica en sí misma, pero artificial en la forma, con el dicasterio encargado de la disciplina de los sacramentos, que se convierte en Sagrada Congregación para los sacramentos y el culto divino. La tentativa de hacer aparecer esta medida como una evolución normal no convence. Sin embargo, el nuevo organismo, aunque empobrecido de personal, continuó, ciertamente con otro ritmo, el trabajo comenzado por los precedentes: de ello es testimonio la revista Notitiae, la cual, traspasada en 1969 del Consilium a la Sagrada Congregación para el culto, ahora informa sobre la actividad de la sección culto de la Sagrada Congregación para los sacramentos y el culto divino. El 29 de mayo de 1977 se publicó la edición típica del Ordo Dedicationis Ecclesiae et Altaris 21, aunque ya estaba preparada para imprimirse antes de la fusión de las dos congregaciones. El trabajo de la reforma general, que ya estaba adelantado 22, había abierto otros horizontes inspirados en los fundamentos puestos por el Vat. II. Quizá se imponía un período de reflexión y de profundización por lo que se refería a los tesoros ya entregados a la iglesia.


III. Líneas directivas
y criterios

La reforma litúrgica se realizó según un plan orgánico en el que estaban previstos tiempos y modos de actuación. Dos eran las líneas de acción: una se ocupaba de la preparación de los libros litúrgicos renovados; la otra, de promover, sostener y dirigir la aplicación de la reforma mediante criterios, orientaciones, aprobación de las decisiones de las conferencias episcopales y concesión, guía y control de experimentos.

1. PREPARACIÓN DE LOS NUEVOS LIBROS LITÚRGICOS. Aunque los principios y criterios de la SC respondían a las exigencias de las personas y ambientes más sensibles, la iglesia, en su conjunto, no estaba preparada para recibir un modo diferente de celebrar, para cambiar de forma repentina costumbres enraizadas. La reforma debía ser preparada a través de la catequesis y de una progresiva asimilación de los nuevos elementos rituales; de otra forma se corría el peligro de que todo quedase en una simple sustitución de ritos y textos, sin impregnarse de su espíritu innovador. Además, era materialmente imposible entregar en un breve espacio de tiempo los libros litúrgicos renovados. Por esto se adoptó una línea de gradualidad, mediante reformas sucesivas. Se tomó conciencia de que esto provocaría malestar, suscitando la impresión de un goteo continuo y originando cuantiosos gastos por el rápido cambio de los libros. Pero el bien de la iglesia y la necesidad del momento no permitían soluciones diferentes. La reforma procedió en tres fases:

a) Primeras actuaciones. La primera fase de la reforma señala el paso del latín a las lenguas vulgares y la introducción de algunos elementos que podían ser adoptados con los libros litúrgicos existentes. Se realizó con documentos del Consilium, publicados luego por la Congregación de los ritos, especialmente la primera instrucción (26 de septiembre de 1964: Inter oecumenici, en EDIL 199-297) y la segunda (4 de mayo de 1967: Tres abhinc annos, en EDIL 808-837) para la aplicación de la constitución litúrgica. El problema de la ! lengua litúrgica fue el más laborioso, suscitando las discusiones más amplias y animadas en la comisión preparatoria, en el concilio y en el Consilium. Sopesadas las ventajas y desventajas, la SC (n. 36) optó por una apertura, y el Consilium señaló en especial las partes en las que podía ser usada la lengua de cada país. Quedaban excluidas: el canon de la misa, las fórmulas sacramentales y el oficio divino para el clero. El resultado de las primeras concesiones fue tal, que inmediatamente llovieron peticiones para la extensión de la lengua del pueblo a toda la liturgia. Y así sucedió progresivamente. Fue otra inteligente y valerosa interpretación del espíritu de la SC hecha por Pablo VI. También hizo pesar toda su autoridad para que el latín se conservase al menos en algunos ambientes, especialmente en los monasterios. Se atendió asimismo a la justa sensibilidad de los fieles, recomendando en varias ocasiones la celebración de alguna misa en latín, especialmente en las grandes ciudades, en los santuarios y en las reuniones internacionales. Pero el bien de las almas indujo a comprender la situación y las peticiones de extender la lengua vulgar, que se basaban en razones válidas. Las trescientas cuarenta y cuatro lenguas admitidas oficialmente en la liturgia hasta 1977, las traducciones aprobadas, los libros litúrgicos publicados en las diversas naciones testimonian el inmenso trabajo realizado en toda la iglesia, y confirman que se ha atendido a una necesidad real. Se registró una ampliación incluso en el concepto mismo de la traducción: desde la insistencia en la fidelidad literal al texto latino, al esfuerzo de interpretación, repensamiento y casi nueva creación del mismo en la propia lengua. Con el fin de unir las fuerzas necesarias para un trabajo tan difícil, la Santa Sede insistió para que se llegase a un entendimiento entre los países que usan la misma lengua, mediante la formación de comisiones mixtas, y para que se redujese el número de las expresiones lingüísticas menores o dialectales 30. A pesar de la buena voluntad, el conseguir un lenguaje que transmita el mensaje de un modo accesible a la cultura, formación y estructura lingüística de los participantes continúa siendo todavía uno de los problemas más graves.

Los cambios llevados a cabo en esta primera fase, aunque limitados, contribuyeron a dar un rostro nuevo a las celebraciones, a hacerlas más participadas, a poner de relieve elementos de gran valor catequético: distinción entre las dos partes de la misa; adaptación de las iglesias, sobre todo para hacer patente el altar vuelto hacia el pueblo, el ambón como lugar de la proclamación de la palabra de Dios y la sede del presidente; la introducción de la oración de los fieles y la obligación de la homilía; el uso experimental de ciclos de lecturas bíblicas para las misas de los días feriales y para circunstancias particulares; recomendación de la celebración del oficio divino con el pueblo; simplificación de los ritos e insignias pontificales, de modo que se facilite la celebración del obispo con su pueblo. Pablo VI dio ejemplo no sólo multiplicando las celebraciones en las parroquias romanas, sino también llevando a cabo una reforma valerosa de todo lo que en las ceremonias papales recordaba costumbres de corte y fasto mundano. También en el templo mayor de la cristiandad (la basílica de San Pedro de Roma) las celebraciones adquirían un tono de verdad, decoro, simplicidad, y sobre todo de oración y de participación, expresada incluso en el canto del pueblo, en la comunión eucarística, en las lecturas y en el servicio del altar, que ya no era desempeñado por monseñores y obispos, sino por lectores y acólitos. Fue un desconcierto para el que se jactaba de antiguos derechos, para el que prefería las finuras musicales de la Capilla Sixtina o un cierto fasto: basta pensar en la desaparición del brillo de los uniformes y armas de la guardia noble y de los collares y capas; de la marcha pontificia con trompetas de plata, sustituida por el canto de entrada; del grandioso catafalco con cien cirios en las exequias de los cardenales, sustituidos por el cirio pascual junto al ataúd depositado sobre el pavimento. De esto se beneficiaron la verdad y el sentido religioso. Los mismos obispos fueron prácticamente educados en la reforma con la renovación de las celebraciones durante el concilio (llevadas a cabo según las nuevas normas), en los ritos, en los cantos, en la variedad de los textos, en la participación activa y en el uso de la concelebración al menos en las ocasiones más solemnes. Durante el cuarto período del concilio (1965), el Consilium preparó expresamente un folleto con los textos de las misas. Se experimentaron así, antes de ser editados, los cantos del Graduale simplex, la lectura semicontinua de la Sagrada Escritura sobre la misión y acción del Espíritu Santo en la iglesia, en la vida de los fieles y en la primera comunidad cristiana. La entronización del evangelio fue integrada directamente con la procesión inicial de la misa, que preveía siempre la oración universal y la comunión de los fieles.

Otros dos aspectos fueron objeto de una particular atención en este período de preparación de la reforma: el culto de la eucaristía y el canto. El primer rito, completamente nuevo, estudiado, aprobado y dado a la iglesia por el Consilium fue el de la concelebración y la comunión bajo las dos especies (7 de marzo de 1965, en EDIL 387-392). Después de siglos se restituía a los fieles la posibilidad de comulgar del cáliz para una participación más plena, a nivel de signo, en la eucaristía y en el mandato del Señor. La concelebración confería de nuevo dignidad a la celebración de la misa en las comunidades de sacerdotes, eliminando la dispersión y la prisa; sobre todo hacía resaltar el significado memorial del único sacrificio de Cristo, vínculo de unidad del pueblo de Dios alrededor del mismo altar, en torno al cual cada uno participa según su grado y oficio propio, fundamento de la fraternidad sacerdotal en el único sacerdocio de Cristo.

La instrucción publicada a continuación, Eucharisticum mysterium (25 de mayo de 1967, en EDIL 899-965), recogía la síntesis de la reflexión doctrinal sobre la eucaristía, madurada en los últimos años y propuesta por los documentos del magisterio, con sus consecuencias en el campo práctico para la celebración y la piedad. Se estimulaba la formación de una visión más compleja y unitaria del misterio eucarístico en su conjunto: cena del Señor, memorial de la pascua, presencia sacramental de Cristo, fuente y cumbre de toda la vida de la iglesia y base insustituible para la construcción de la comunidad cristiana, signo y vínculo de unidad. En consecuencia, se regulaban de un modo más conforme con la renovación litúrgica los ejercicios piadosos del culto eucarístico: oración personal, adoración, exposición, bendición. Después de consultar a cada uno de los obispos se estudió y admitió la posibilidad de una relación más familiar, siempre con el debido respeto, al recibir la eucaristía. En muchos países se introdujo la primitiva costumbre de recibir en la mano el pan consagrado.

Al canto sagrado se dedicó la siguiente instrucción, Musicam sacram (5 de marzo de 1967, en EDIL 733-801), y la publicación de melodías gregorianas más simples: Kyriale, Graduale simplex y cantos del celebrante. La instrucción tuvo una larga gestación y muchas redacciones. La oposición de algunos músicos a la reforma fue siempre tajante, viva e incluso áspera. La introducción de las lenguas vulgares implicaba la formación de un nuevo patrimonio de cantos que facilitase la participación de los fieles. Prácticamente en todas partes se debía partir de cero. Las primeras realizaciones resultaron, por falta de experiencia, de mala calidad o inadecuadas. La instrucción, al par que invita al respeto y a la conservación del patrimonio del pasado, se abre también al futuro: solicita una producción nueva e insiste sobre la necesidad del canto en las celebraciones, no para adorno, sino como elemento primero y fundamental de un pueblo en fiesta. Este no puede quedarse sin el canto, aunque se pueden admitir grados y modos diversos de participación: coro-asamblea, lengua latina-lengua vulgar, canto popular y canto gregoriano o polifónico. El documento animó a la investigación y dio impulso a la formación de repertorios nacionales o diocesanos de cánticos litúrgicos, aprobados por la autoridad eclesiástica local.

b) Los nuevos libros litúrgicos. La segunda fase de la realización de la reforma se caracterizó por la publicación de los nuevos -> libros litúrgicos, después de años de paciente e intenso trabajo. Abre la marcha un trabajo de importancia histórica: la introducción de tres nuevas l plegarias eucarísticas (23 de mayo de 1968). Se colocan junto al canon romano, en uso desde el s. iv como única fórmula del rito romano, en el que nadie había intentado introducir cambios a no ser de poca importancia. La celebración de la eucaristía se enriquecía con la variedad, contenido doctrinal y facilidad de participación y de comprensión. Rota una barrera milenaria, surgió el deseo de una variedad todavía mayor. Se multiplicaron los estudios y las propuestas de plegarias eucarísticas adaptadas a las diversas circunstancias y a la mentalidad de los pueblos. Del ejercicio literario se pasó incluso al uso de textos no aprobados. La Congregación para el culto divino estudio a fondo y con la debida atención el fenómeno y la consistencia de las peticiones. La conclusión fue que en el Missale permaneciesen las cuatro plegarias eucarísticas aprobadas, aunque con disponibilidad para examinar eventuales peticiones para necesidades particulares. Estas se pueden referir a nuevas plegarias eucarísticas o a textos para ser introducidos en las partes variables: prefacio e intercesiones. La promesa fue mantenida: nuevas plegarias eucarísticas fueron aprobadas para Suiza, Bélgica, Holanda, Brasil y Australia. La misma Congregación para el culto divino preparó y aprobó ad experimentum cinco plegarias eucarísticas: tres para la misa celebrada con niños y dos sobre el tema de la reconciliación" [-> Nuevas plegarias eucarísticas].

La obra de restauración de los libros litúrgicos para la misa prosiguió con la publicación del nuevo Ordo Missae (1969), del Ordo Lectionum Missae (1969 [19812]) y del Missale Romanum completo (1970 [19752]). A ritmo rápido, de 1968 a 1975 se publicaron los Ordo para las celebraciones sacramentales y la liturgia de las Horas. En su preparación, además del procedimiento interno ya comentado, se buscó por todos los medios una implicación más amplia. Algunos ritos, antes de su publicación oficial, sufrieron una cierta experimentación según normas precisas en algunos ambientes bien determinados, donde se pudiese tener en cuenta de modo práctico su efectiva funcionalidad e incidencia. Esto fue posible en amplia medida con la concelebración, el catecumenado de adultos, la unción de los enfermos, las exequias y la liturgia de las Horas. Son los ritos más conseguidos. Para otros se pidió el parecer de los obispos o de un círculo más amplio de expertos, especialmente para los leccionarios de la misa y del oficio divino, los himnos y las preces de laudes y vísperas. La reacción ante los experimentos fue tal que obligó a limitarlos al máximo para no comprometer todo el trabajo. En efecto, algunos encontraron en ellos un pretexto para hacer ellos mismos experimentos no autorizados y, en ocasiones, extravagantes, permanentemente reprobados por la Santa Sede "; otros, contrarios a la reforma, se aprovechaban de ellos para divulgar previsiones alarmistas respecto a la integridad de la fe católica.

La estructura general de los libros litúrgicos de la reforma es uniforme, aunque entre los primeros y los últimos publicados hay diferencias debidas a la mayor experiencia acumulada. En particular, dan un gran relieve a las instrucciones iniciales de carácter dominical, pastoral, catequético y rubrical (los así llamados praenotanda o premesse), que indican la estructura y las diversas formas de celebración, el significado de cada una de las partes, la función de los ministros, las adaptaciones posibles. Mención especial merecen las instrucciones antepuestas al misal y a la liturgia de las Horas (respectivamente: Institutio Generalis Missalis Romana [1GMR] e lnstitutio Generalas Liturgiae Horarum [IGLH]; en las ediciones castellanas: Ordenación General del Misal Romano [OGMR] y Ordenación General de la Liturgia de las Horas [OGLH], verdaderas joyas de alta literatura litúrgica).

Dentro de cada uno de los ritos, una gran variedad de textos eucológicos y bíblicos, e incluso de formas celebrativas, da la posibilidad de construir una celebración adecuada a la situación de los participantes y a las circunstancias. Así se tiene: misa con el pueblo, concelebrada, con los niños y sin el pueblo; tres tipos de exequias; tres formas de celebrar la penitencia: comunitaria con absolución individual, comunitaria con absolución general y celebración individual; bautismo de los niños e iniciación cristiana de adultos; esta última prevé el rito ordinario, otro simplificado para situaciones especiales y otro para los jóvenes; rito breve y largo para la comunión fuera de la misa, presidido por el ministro ordinario o por uno extraordinario; matrimonio entre dos esposos cristianos y entre un bautizado y un no cristiano. Los principios inspiradores son los propuestos por la constitución SC: se dará siempre preferencia a la celebración comunitaria, donde cada uno realice todo y solamente aquello que le compete; inserción en la misa; liturgia de la palabra y del sacramento; noble simplicidad, claridad y brevedad, evitando repeticiones inútiles y la necesidad de explicaciones eruditas; participación consciente, devota y activa de toda la asamblea.

c) Profundización y adaptación. Una reforma, aunque sea perfecta, queda muerta si no se comprende el espíritu que la anima. Ya la primera instrucción, Inter oecumenici, que ponía en marcha la reforma litúrgica, señalaba que sus frutos serían "tanto más abundantes cuanto más profundamente los pastores y los fieles capten el espíritu auténtico", porque el objetivo de la constitución conciliar sobre la liturgia "no tiene como finalidad cambiar sólo los ritos y los textos litúrgicos, sino más bien suscitar en los fieles una formación y promover una acción pastoral que tenga como punto culminante y fuente inspiradora la sagrada liturgia" 35. El fin último de la reforma es desarrollar la fe, suscitar la oración, realizar el encuentro del hombre con Dios, inducir a una vida que sea coherente con el misterio celebrado. Por esto, además de la traducción de los libros litúrgicos y de su uso, es indispensable hacer que sean comprendidas, apreciadas y asimiladas sus riquezas espirituales. Es un trabajo largo, paciente, metódico, que requiere un profundo conocimiento no sólo de la liturgia, sino también de las exigencias y capacidad de las diversas asambleas. La liturgia debe arraigar profundamente en el ánimo de las personas. Estas se deben abrir a la revelación de Dios y romper con las costumbres y actitudes que no se corresponden. Al mismo tiempo, la palabra de Dios no se confunde con ninguna cultura, pero se encarna en cada una de ellas. Y "la iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos" (SC 37). Es el principio de la -> adaptación prevista por los libros litúrgicos, que ofrecen diversas posibilidades de elección y permiten a las conferencias episcopales introducir elementos de la propia cultura en los gestos y en los símbolos y proponer textos alternativos. La SC da la posibilidad también de una adaptación más profunda a cada cultura, cosa que se debe hacer en colaboración entre las conferencias episcopales y la Santa Sede (SC 37-40). Es una empresa ardua y delicada. Algo se ha hecho por dar un aspecto más local a las celebraciones, adaptando formas y colores de las vestiduras y de los vasos sagrados, lugares de culto, arte y música, actitudes corporales que respondan mejor a los usos y a la cultura de cada país. También se han hecho tentativas más consistentes para la estructuración de las celebraciones, de modo que, respetando las líneas fundamentales y los criterios dados por los nuevos libros litúrgicos, se ajusten más a la cultura del pueblo. Está abierto un proceso hacia un rito indio y zaireño de la misa, si bien entre múltiples incertidumbres y dificultades'°. Por su parte, también la SCCD ha sugerido la necesidad de la adaptación al tomar en consideración situaciones particulares: celebraciones con -> adolescentes, en pequeños -> grupos, en las comunidades monásticas, neocatecumenales, de aborígenes y de minusválidos. Es todo un fecundo camino de -> creatividad, que puede desarrollarse a diversos niveles guardando orden y respeto a las leyes litúrgicas y al hombre Es un camino necesario para llegar a una liturgia viva y para solucionar el problema fundamental del establecimiento, también en la liturgia, de un diálogo veraz, inteligente y eficaz con el hombre de nuestro tiempo.

2. DIRECCIÓN DE LA RENOVACIÓN LITÚRGICA. Para la correcta realización de un trabajo tan amplio, además de la publicación de documentos oficiales, se sentía la necesidad de un estrecho contacto con todas las personas directamente implicadas en llevar a la práctica la reforma, con el fin de "impedir los abusos, estimular a los retrasados y reticentes, despertar energías, favorecer las buenas intenciones, alabar a los que se lo merecen Convertidos, después de siglos de rígida uniformidad y centralismo, en moderadores, promotores y custodios de la vida litúrgica de sus iglesias, con poder de decisión sobre diversas cuestiones, los obispos y sus colaboradores precisaban ser informados sobre la orientación y las líneas directrices de la reforma, sobre su exacta interpretación, sobre el estado de los trabajos del Consilium, de ser ayudados y sostenidos en su función. Se instituyó, por tanto, un modo de recíproca comunicación y colaboración. El Consilium lo llevó a cabo sobre todo mediante cartas a los presidentes de las conferencias episcopales, en las que de una manera familiar y concreta se trataba de los diversos aspectos de la reforma, se llamaba la atención sobre actuaciones discutibles o no correctas y se daban las oportunas aclaraciones. A los obispos presidentes se les pedía información sobre los primeros pasos de la reforma, sobre las dificultades, respuesta, expectativas y deseos. Hay cuatro cartas de carácter general otras se refieren a temas concretos, como la catequesis sobre las anáforas de la misa, el canto sagrado en lengua latina" o situaciones particulares de algunos países. Estos contactos llegaron a ser muy frecuentes, porque, coincidiendo con la publicación de cada documento o libro litúrgico, se enviaba una copia a los representantes de la Santa Sede y a los presidentes de las conferencias episcopales y de las Comisiones litúrgicas nacionales [-> Organismos litúrgicos].

El instrumento de enlace fue la revista Notitiae [l supra, II, 1 y 2], convertida en una de las principales fuentes de información sobre la reforma. El ejemplo fue imitado: muchas comisiones litúrgicas nacionales e incluso diocesanas fundaron su boletín informativo de carácter litúrgico.

Atención y ayuda merecían también otros sectores implicados en la reforma, con el fin de unir y armonizar las fuerzas y proceder de modo concorde. El Consilium organizó un congreso internacional de traductores de los libros litúrgicos, dos reuniones de los presidentes de las comisiones litúrgicas nacionales (26 de septiembre de 1964 y 17 de noviembre de 1965), dos con los directores de las revistas de carácter litúrgico y pastoral (13-14 de noviembre de 1964 y 14 de noviembre de 1965) y una con los secretarios de las comisiones litúrgicas nacionales (25-26 de febrero de 1971). Era un modo de orientar rectamente la realización de la reforma, especialmente cuando se estaban dando los primeros pasos, y de tomar contacto con la realidad a la que se destinaba. Las distancias con Roma se acortaron. En todos ardía el deseo de continuar con encuentros periódicos a propósito de los diversos sectores. Desgraciadamente, por lo apremiante del trabajo y por dificultades burocráticas y financieras, no fue posible tenerlos. Pero el clima de confianza recíproca y de colaboración que se había instaurado permitió continuar los contactos.

Con ocasión de diversos encuentros o para examinar situaciones delicadas, se pedía cada vez con más frecuencia la presencia del Consilium o de la Congregación para el culto. El card. Tabera participó en reuniones de obispos en América Latina, Inglaterra, Alemania, Austria y Francia; el padre Bugnini estuvo una vez en Méjico y tres en Holanda, donde la situación litúrgica había tenido una evolución más rápida que en otras partes y daba que hablar por la audacia de sus iniciativas, no siempre controladas por los obispos y a veces discutibles. La publicación de tales iniciativas inducía a repetir los modelos holandeses, a difundir textos no autorizados en otras naciones donde eran diversas las situaciones y el grado de preparación, corriéndose el riesgo de comprometer la marcha ordenada y progresiva de la reforma. A través de un diálogo paciente y comprensivo y autorizando todo lo que podía ser concedido, la actuación de la reforma encontró también en aquella nación una vía de mayor equilibrio, de comunión con los obispos locales y de sintonía con el camino ya recorrido por toda la iglesia.

Entre las demás ocasiones especiales de colaboración merecen mención especial los congresos eucarísticos internacionales, ya que coincidieron con las etapas fundamentales de la reforma litúrgica posconciliar y fueron su banco de prueba. El congreso eucarístico de Bombay (noviembre-diciembre de 1964) permitió anticipar las primeras realizaciones de la reforma: lengua vulgar, cánticos populares, concelebración y comunión bajo las dos especies; el de Bogotá (agosto de 1968) experimentó los ritos de los sacramentos según la fórmula de los libros litúrgicos de inmediata publicación entonces; el congreso de Melbourne (febrero de 1973) ofreció la oportunidad de celebrar la liturgia ya renovada totalmente, con atención especial para las exigencias de las masas urbanas y de los grupos particulares, y de experimentar su posibilidad y eficacia pastoral.

La actividad de la Santa Sede para dirigir y estimular la realización de la renovación litúrgica tuvo una respuesta rápida y entusiasta. La iglesia vivió después del Vat. II años de fervientes iniciativas y de intensa laboriosidad para el conocimiento de la liturgia. Surgieron nuevas revistas, se multiplicaron los cursos de estudio para todas las categorías de fieles, las semanas litúrgicas, los institutos especializados. Las expectativas y el interés en los primeros años fueron enormes. Después, como es normal, el movimiento pasó por momentos de mayor lentitud e incluso de estancamiento. Pero las celebraciones habían conquistado ya un dinamismo nuevo por su riqueza de contenidos y de participación.


IV. Propuestas de la reforma

Los principios inspiradores de la reforma todavía no han podido desarrollar todo su potencial. Es necesario tiempo para asimilar y confrontarse con una realidad social y eclesial en rápida transformación. Ciertamente, no todo lo que se ha hecho es perfecto. Algunas soluciones deben ser revisadas a la luz de la experiencia; el lenguaje litúrgico es mejorable. La reforma se ha realizado en un decenio de fermentación y de investigaciones suscitadas por el concilio y, aunque fiel a la tradición, es fruto de su tiempo. Con todo se han sentado las bases para una liturgia renovada, abierta a posteriores desarrollos y con propuestas que comprometen a la iglesia y la estimulan a una acción de gran alcance.

1. DIMENSIÓN CELEBRATIVA. La reforma litúrgica se esforzó por redescubrir y restaurar las líneas fundamentales de cada rito, liberándolas de los elementos heterogéneos, inadecuados o convertidos en anacrónicos, y por insertar en ellos nuevas formas de armonía con las ya existentes. Pero no se ha limitado a un trabajo de restauración. Su fundamento es una concepción renovada de la liturgia y de su relación con el misterio de la salvación, con la iglesia y con el mundo. Se han superado los estrechos límites de quienes la consideraban simplemente como medio, aunque fuera privilegiado, de dar culto a Dios. La liturgia es "la obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios", que Cristo continúa realizando en el Espíritu Santo por medio de la iglesia (SC 5). Es una sola acción de Cristo y de la iglesia, unida indisolublemente a él. Cristo está presente en la asamblea concretamente reunida, en la persona del ministro que obra en su nombre, en los sacramentos y sobre todo en las especies eucarísticas. Es él el que habla cuando se proclama la Sagrada Escritura; es él el "que ruega por nosotros, ruega en nosotros, es invocado por nosotros" cuando la iglesia suplica y salmodia (SC 7). Es una presencia múltiple, dinámica, implicada en todos los elementos de la celebración. La asamblea se encuentra con Cristo como cara a cara, y responde con la adhesión a la palabra, la acción de gracias, el recuerdo de la salvación, la alabanza, la súplica, el compromiso de la vida. La comunidad es, por tanto, el punto de partida, el sujeto de la celebración. Hace visible a la iglesia universal: "La principal manifestación de la iglesia [se realiza] en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma eucaristía, en la misma oración, junto al único altar donde preside el obispo rodeado de su presbiterio y de sus ministros" (SC 41).

Las consecuencias de estas premisas son múltiples. En primer lugar, la celebración no es propiedad de nadie, sino que se construye con la aportación y el compromiso de cada uno de los participantes: "La efectiva preparación práctica de cada celebración litúrgica hágase con ánimo concorde entre todos aquellos a quienes atañe, tanto en lo que toca al rito como al aspecto pastoral y musical, bajo la dirección del rector de la iglesia, y oído también el parecer de los fieles en lo que a ellos directamente les atañe" (OGMR 73). El ministro ordenado no es el único protagonista; todo el pueblo santo

de Dios es protagonista. Aquél, sin embargo, tiene una función necesaria de servicio. Con la palabra, la exhortación, la homilía, la elección de los textos, el modo de orar y de gesticular, debe hacer sentir la presencia viva de Cristo, sostener a la asamblea, suscitar la participación externa e interna, facilitar la inserción en el misterio. Todo esto marca el paso de la simple ejecución de cuanto está mandado a un -> estilo celebrativo en el que se pone en juego la propia personalidad y responsabilidad para animar el rito. El desarrollo mismo de la acción litúrgica no puede agotarse, por parte del pueblo, en la asistencia, sino que debe conllevar una actitud celebrativa, de diálogo entre Dios que habla y salva y el pueblo que responde a su Señor.

Como acción del pueblo de Dios, la liturgia nos empuja a prestar atención a las características humanas, culturales y sociales del pueblo mismo para elevarle si fuera necesario, promover su desarrollo y asimilar los valores que sean apropiados para expresar el misterio de Cristo. Los libros litúrgicos ayudan en este trabajo, presentando diversas propuestas. "Se debe poner todo el esmero posible para que sean seleccionadas y ordenadas aquellas formas y elementos propuestos por la iglesia que, según las circunstancias de personas y lugares, favorezcan más directamente la activa y plena participación de los fieles y respondan mejor a su aprovechamiento espiritual" (OGMR 5). Asambleas diversas precisan de celebraciones diferentes, no en lo sustancial, sino en el estilo, en las expresiones, en los cantos, en los gestos. Muchos sacerdotes, educados y habituados para ser solamente fieles ejecutores, no se han compenetrado todavía con la exigencia de vivificar la celebración con su propia iniciativa. Una mentalidad práctica que sólo busque la eficiencia induce a escoger sistemáticamente la primera indicación, el primer texto propuesto o bien el más breve; a adoptar lo que resulta más fácil y requiere menos esfuerzo; a eliminar símbolos propuestos como facultativos (como el incienso o el agua bendita); a hacer desaparecer todo aquello para lo que solamente se recomienda la sobriedad a fin de no oscurecer el signo principal (flores, vestiduras, luces, ornamentos); a no prestar atención al canto; a confundir la participación activa con la recitación coral de las fórmulas, olvidando su contenido y la interiorización mediante la escucha atenta y el -> silencio; a usar la lengua del pueblo sin cuidar, empero, la dicción correcta. Reside aquí una de las causas de la sensación de pobreza que la liturgia renovada ha producido en algunos, a pesar de su enriquecimiento eucológíco, bíblico y expresivo. Por el contrario, se debe desarrollar siempre la capacidad celebrativa.

2. COMPROMISO PASTORAL. La liturgia, presencia del misterio de Cristo, contiene todo el bien de la iglesia y de la humanidad. Justamente es cumbre y fuente de toda la actividad de la iglesia (SC 10), tanto de la primera evangelización como de la catequesis. En consecuencia, otra tarea y meta fundamental de la reforma es el conducir a los fieles a participar plena y activamente de las acciones litúrgicas [l Participación]. Esto lo exige la naturaleza misma de la liturgia. Puesto que es acción de todo el pueblo de Dios, de toda la asamblea, nadie puede comportarse como mudo y ajeno espectador. Todos deben saber comprender, responder, estar en silencio, cantar, actuar. Aquí se nos presenta de nuevo el problema de la lengua. No se trata solamente de eliminar un obstáculo para su comprensión, sino de consentir al pueblo expresarse de un modo inmediato y veraz, con lo que es él mismo. Haberle dado esta posibilidad es una conquista. Pero no basta para tener una verdadera participación. Es necesario que aparezca también la alegría de la fe; la conciencia de formar parte de un pueblo sacerdotal, amado y salvado por Dios, y la exigencia de la fraternidad hasta compartir todos los bienes. La participación será siempre proporcional a la intensidad de la fe, de la esperanza y de la caridad, se propone así un programa que va más allá del momento de la celebración y su inmediata preparación. Compromete a formar a los fieles en la oración y en el crecimiento en la fe, a crear comunidades que sean verdaderamente un solo corazón y un alma sola, para que puedan vibrar al unísono en la alabanza y florezcan en ellas los ministerios. La reforma ha puesto al desnudo la situación real de las comunidades cristianas. Ha provocado también alguna beneficiosa decepción en quien se esperaba casi automáticamente resultados sorprendentes de renovación de la vida cristiana. No viéndolos en la medida esperada, alguno atribuye la culpa al fallido éxito de la reforma. Una consideración más atenta lleva al convencimiento, por el contrario, de que para la plena eficacia de la liturgia es necesario desarrollar paralelamente una acción atenta a formar cristianos y comunidades que sean verdaderamente cristianas. Así, se ha redescubierto el valor del método catecumenal [I Catecumenado; I Iniciación cristiana] y han surgido múltiples iniciativas de tipo formativo 'Inspiradas en él, especialmente para la preparación a los sacramentos, la profundización en la fe y la vuelta a la vida cristiana. La puesta en práctica de las instancias profundas de la reforma estimula la búsqueda de nuevos métodos pastorales.

3. PROFUNDIZACIÓN BÍBLICA. La liturgia renovada ha expuesto los tesoros de la Sagrada Escritura del modo más amplio, variado y adecuado (cf SC 33; 35). La palabra de Dios ha conquistado en la liturgia un puesto de máxima importancia (cf SC 24) con el ciclo trienal de lecturas para la misa de los domingos y días festivos, bienal para los días feriales, y con el amplio repertorio de textos bíblicos propuestos para cada celebración. El menú tan ricamente preparado supera la capacidad de comprensión de gran parte del clero y de los fieles. La reforma, siguiendo las indicaciones del Vat. II, no ha tenido en cuenta los temores de quien se basaba en el grado de formación bíblica del pueblo de Dios; ha preferido confiar en su buena voluntad y en la eficacia de la palabra de Dios. Pero se impone un trabajo de formación bíblica; así los leccionarios litúrgicos han hecho nacer en todos los países innumerables subsidios para la comprensión y la meditación de las lecturas propuestas en los diversos ciclos. La proclamación litúrgica de la palabra de Dios tiene, en cada celebración, un amplio espacio.

Ya desde la primera instrucción (Ínter oecumenici, 1964) para la aplicación de la SC se han venido recomendando las celebraciones de la palabra de Dios, especialmente en los períodos de cuaresma y adviento y en las vigilias de las fiestas. En los lugares donde falta la presencia del sacerdote y que quedaban prácticamente sin ninguna celebración durante largos períodos de tiempo se han restablecido las reuniones dominicales de la comunidad en torno a la palabra y bajo la presidencia del catequista o de la persona destinada para ello. Diversas comisiones litúrgicas diocesanas se han comprometido a preparar para cada domingo unos subsidios para la celebración de la palabra de Dios y la oración [-> Asambleas sin presbítero; -> Celebraciones de la palabra].

La experiencia litúrgica ha hecho surgir ya un nuevo modo de aproximarse a la palabra de Dios, un deseo vivo de saciarse de ella, y se han multiplicado las iniciativas de escucha de la Escritura en grupos, en comunidades y en los más diversos ambientes. Es el punto de partida más válido y prometedor para la renovación de la vida cristiana. Además, el relieve dado a la Escritura, después de siglos de olvido, ha contribuido a la formación de una concepción más completa de la misma celebración, que exige la estrecha e irrompible unión entre palabra y sacramento: juntos forman un único acto de culto, juntos realizan y renuevan la alianza entre Dios y el hombre. Sin la fe suscitada por la palabra y la respuesta positiva al plano de Dios, el sacramento no tiene eficacia. Así disminuye sensiblemente el grupo de los que se preocupan sólo de la participación en el acto estrictamente sacramental, descuidando, incluso voluntariamente, como una preparación superflua, la celebración de la palabra. Queda todavía mucho por hacer, no sólo para la comprensión de la palabra de Dios (y de la misma liturgia, cuyo lenguaje está constituido por símbolos y palabras inspiradas en la Sagrada Escritura), sino también por crear las disposiciones necesarias para su acogida: capacidad de escucha y de respuesta, proclamación inteligible y digna, -> homilía que cumpla con su función de partir el pan de la palabra, ayude a verla como acontecimiento presente de salvación y a traducirla en la práctica en la vida de cada día [también -> Biblia y liturgia].

4. CAPACIDAD CREATIVA. Regular la liturgia compete a la autoridad eclesiástica. En esta responsabilidad, la SC ha roto el centralismo instaurado por el concilio de Trento. La descentralización, aunque no es absoluta, es una de las aperturas más cargadas de consecuencias. Confiere a la fidelidad una fuerte carga creativa, que se expresa en las traducciones de los textos latinos a la propia lengua, en las adaptaciones, en la elaboración de textos nuevos y de cánticos que deben ser aprobados por las conferencias episcopales y por la Santa Sede. Este trabajo, si se hace con inteligencia y sensibilidad, puede dar a los libros litúrgicos en lengua vulgar una fisonomía característica que los distinga entre sí y los haga aparecer, al mismo tiempo, como patrimonio de la iglesia romana y de las iglesias locales.

En el mismo ámbito de una celebración normal se requiere habilidad creativa para adaptar las moniciones y hacerlas nuevas, introducir las lecturas, formular intenciones para la oración universal y las intercesiones y actualizar la celebración con intervenciones apropiadas referentes a la palabra proclamada, al misterio, a la fiesta celebrada o a la situación local. Para hacer esto no basta la facilidad de palabra: es más, a menudo resulta peligrosa. Se necesita capacidad de contemplación, experiencia del mundo de Dios, sobriedad y buen gusto, conocimiento de las reglas del lenguaje y de la situación de la asamblea. La improvisación total supera la capacidad normal de los celebrantes, y a menudo no es digna de la santidad de Dios y del respeto debido a la asamblea. "La verdadera espontaneidad, la verdadera creatividad consisten en prepararse bien para hacer vivo el texto, dando espíritu a la letra de la liturgia Es un deber del que nadie se puede eximir.

Esta y las demás propuestas de la reforma impiden considerar la misma reforma como un hecho concluido con la publicación de los nuevos libros litúrgicos. Esas propuestas comprometen a todos [-> Formación litúrgica], pero afectan sobre todo a los principales responsables, por haber sido constituidos "dispensadores de los misterios de Dios". La SC demuestra tener una viva conciencia de ello cuando advierte que ante todo es necesario proveer a la formación litúrgica del clero, porque no se puede esperar alcanzar los objetivos deseados "si los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la liturgia y llegan a ser maestros de la misma" (SC 14). Esto se ha evidenciado como el punto débil de la reforma. El programa de estudios de los seminarios y universidades eclesiásticas no da generalmente a la liturgia el puesto que le asigna la SC entre las materias principales e indispensables, de modo que sea tratada en sus diversos aspectos: teológico, histórico, espiritual, pastoral y jurídico. Tampoco ha sido llevada a cabo la coordinación de las diversas materias —especialmente la teología, eclesiología, sacramentología, Sagrada Escritura— con la liturgia, para dar a la formación seminarística un carácter unitario (SC 16). Unidad que hay que realizar no sólo en el campo doctrinal, sino también en la conexión entre estudio y vida. La liturgia conocida, vivida y celebrada con la intensidad, variedad y plenitud propuestas por la reforma es el fundamento de la formación seminarística [-> Formación litúrgica de los futuros presbíteros]. El problema estuvo presente en el orden del día desde el comienzo de la actividad del Consilium. Una instrucción litúrgica para los seminarios, publicada el 25 de diciembre de 1965 por el organismo competente para los seminarios, no fue juzgada conforme con las nuevas posiciones de la reforma y no se la aplicó. Otros proyectos no llegaron a buen puerto por falta de opiniones comunes entre los organismos propuestos para la reforma litúrgica y para los seminarios. Sólo el 3 de junio de 1979, la Sagrada Congregación para la educación católica publicó una instrucción sobre la formación litúrgica en los seminarios. Llegaba tarde, sin duda; pero en compensación tenía la ventaja de ofrecer una visión global de las instancias innovadoras y de las orientaciones de todos los libros litúrgicos y renovados. Si ayuda a formar pastores de almas que tengan un conocimiento sólido de la liturgia, construyan sobre ella su propia vida espiritual y estén preparados para hacer partícipes de ella a los fieles que les son confiados, se habrá dado otro paso hacia adelante en la renovación de la vida litúrgica de las comunidades cristianas.


V. Reacciones

En conjunto, el mundo católico ha aceptado favorablemente la reforma, aunque todavía es necesario algún sacrificio y esfuerzo para adecuarse a ella. Lo reconoció el mismo Pablo VI, que se convirtió en el más autorizado catequista de la renovación litúrgica posconciliar: "No debemos dudar en hacernos primero discípulos y luego mantenedores de la escuela de oración que va a comenzar. Puede suceder que las reformas afecten a costumbres muy queridas, y acaso también respetables; puede darse que las reformas exijan sobre las primeras un esfuerzo no grato; pero debemos ser dóciles y tener confianza: el plan religioso y espiritual que nos ofrece la nueva constitución litúrgica es estupendo"

De hecho no han faltado palabras de amargura y añoranza por parte de los que han conservado la nostalgia por las antiguas fórmulas, por la lengua latina, por el canto gregoriano y polifónico. También han experimentado dificultades, al comienzo, no pocas familias religiosas. Surgidas en tiempos en los que el aspecto devocional prevalecía sobre el litúrgico, habían heredado una tradición de vida espiritual basada en la recitación de múltiples oraciones vocales (no raramente pobres de teología y Sagrada Escritura y ricas en sentimentalismo) y en devociones dirigidas a aspectos particulares del misterio de Cristo. Un mayor acercamiento más vivo y directo a la liturgia; el descubrimiento del valor de la misa comunitaria, de la liturgia de las Horas y de la palabra de Dios, han disipado rápidamente las dificultades. La vida de las comunidades está ya gozosamente medida sobre el metro de la liturgia.

También han manifestado perplejidad los que han visto en la reforma litúrgica la causa de la desaparición de formas de piedad popular muy queridas de los fieles, particularmente las referentes al culto de los santos y a los ejercicios devotos en honor de la Virgen María. Muchas de estas prácticas han caído en desuso por las mudanzas en la vida social, debidas a los ritmos de trabajo de la industrialización, por la revalorización de la celebración eucarística, situada en el centro de la vida de la iglesia, por la mayor participación en la liturgia y la adopción preferencial de celebraciones de la palabra.

Ha faltado, además, una exacta información sobre la importancia y el espíritu de algunas reformas, como la del calendario. Y no se puede negar que el fervor por situar la liturgia en el centro de la vida de la comunidad cristiana, adaptar los lugares de culto a las exigencias de la reforma, corregir expresiones folclóricas locales que no se adecuaban bien al sentido religioso de ciertas fiestas patronales, ha conducido a intervenciones demasiado drásticas y no suficientemente preparadas.

Se puede aplicar a todo este sector lo que el presidente del Consilium indicaba, en carta del 30 de junio de 1965, a propósito de las imágenes: "En la renovación de las iglesias a los postulados de la renovación litúrgica ha habido quizá alguna exageración a propósito de las imágenes sagradas. Había iglesias rebosantes de imágenes y de estatuas; ahora se corre el riesgo de pasar al extremo contrario, haciendo tabula rasa, eliminando absolutamente todo. La transformación ha sido a veces realizada sin el acompañamiento de una catequesis apropiada y ha podido suscitar reacciones negativas o, por lo menos, no edificar a los fieles". La opinión común no ha sabido distinguir entre las directrices y el espíritu genuino de la reforma y algunas de sus aplicaciones menos correctas. Se la ha confundido indebidamente con experimentos arbitrarios, incluso profanadores, de algún desconsiderado. La prisa por hacer las traducciones, la falta de pericia en la composición de nuevos cánticos, la exageración en las simplificaciones hasta rozar el desaliño y la banalidad, han contribuido también a acrecentar el malestar y la desconfianza. Son todos ellos aspectos sobre los que se repite continuamente la llamada y la reprobación del papa, del Consilium, de la Congregación para el culto y de los obispos; pero son incidentes inevitables, al menos en parte, en un período de transición. La adaptación de la reforma a aplicaciones más conformes con los documentos y la experiencia de sus beneficios han reducido los inconvenientes y disipado muchas dificultades iniciales.

Sin embargo, un sector que se ha fijado en posiciones de rechazo del concilio ha opuesto también una resistencia tenaz y persistente a la liturgia renovada, vista como la bandera de la renovación conciliar. Son numerosas las denominaciones y los boletines de información de los grupos de contestación. Algunos se limitaban a la petición de poder continuar celebrando la misa en lengua latina. Pero otros, contrarios a todo, llevaron adelante una batalla desleal y llena de prejuicios, que no ahorró las acusaciones más vulgares y absurdas contra las personas. El sistema consistía en "colocar, sin corregirse jamás, una etiqueta despectiva a los adversarios; amalgamar lo que se detesta en la globalidad de un término que constituye el objetivo de un rechazo afectivo no matizado; sostener que se tiene razón, a veces al precio del formalismo; estar convencido de que existe un complot de los malos, que se ha abierto paso en la iglesia una activa conspiración judeo-masónica o comunista que fomenta una subversión interna.

Un típico ejemplo italiano de esta actitud son las publicaciones de un escritor católico que suscitaron un amplio eco. Y sobre todo la primera, con el significativo título La tunica stracciata: un libelo difamatorio e injurioso contra personas e instituciones. Desgraciadamente, lo avalaba con un prólogo un miembro del sacro colegio. Los periódicos y revistas de la capital (II Tempo, II Messaggero, Lo Specchio, Il Borghese, L'Espresso), particularmente en los primeros meses de 1967, se unieron a él con artículos en defensa de la liturgia tradicional, del latín, de la música clásica en las iglesias. El mismo Pablo VI tuvo que intervenir para defender el trabajo llevado a cabo por la presidencia del Consilium. Pero no pasaría mucho tiempo antes de que él mismo fuera desconsideradamente acusado de herejía.

Especialmente violenta fue la oposición al nuevo Misal, en el que se entreveían errores doctrinales del protestantismo. Gran sensación provocó la divulgación de un Breve examen crítico del "Novus Ordo Missae"; presentado al papa por dos cardenales. Las preocupaciones doctrinales que en él se expresan derivan de la no comprensión del lenguaje adoptado por los documentos litúrgicos. La fijación en las expresiones teológicas de la escolástica no permitió aprehender el significado pleno de términos provenientes de la mejor tradición patrística, como cena del Señor o memorial. Se quisieron encontrar expresiones imprecisas en la Institutio que introduce al Misal (= OGMR), adoptando el método de separar las frases del contexto general del documento y considerarlas aisladamente. Sin embargo, aun con peligro de repeticiones redundantes y superfluas, la Institutio fue completada aquí y allá. Y Pablo VI quiso que fuese precedida por un proemio que ilustrase la continuidad del Misal con la tradición litúrgica en los principales elementos, antiguos y nuevos, y la inmutabilidad de la doctrina y de la fe de la iglesia acerca del misterio eucarístico, incluso mudando las formas. Pero nada sirvió para aplacar a una oposición contraria a todo cambio. Así se llegó a una contraposición insostenible entre el Misal de san Pío V y el de Pablo VI. Los argumentos adoptados para defender la intangibilidad perenne del primero no se mantienen ni histórica ni doctrinalmente. La obstinación, las sospechas de herejía manifestadas con respecto al nuevo Misal y al mismo Pablo VI y el rechazo del concilio impidieron la búsqueda de la posibilidad de una coexistencia serena de las fórmulas antiguas con las nuevas. La oposición encontró un autorizado defensor, aunque aislado en el episcopado, en mons. Maree] Lefebvre. Solamente la paciencia de Pablo VI impidió que se llegase a peores extremos. No hubo clamorosas rupturas. Sin embargo, las continuas insinuaciones produjeron algún efecto negativo. La insistencia en la audacia y peligrosidad de la reforma litúrgica, la generalización de algún acto arbitrario y las calumnias lanzadas contra las personas, la última en el tiempo fue la de asociación con la masonería, encontraron acogida en algún colaborador inmediato del papa.

En el extremo opuesto, otros, generalmente de un modo más tranquilo y más bien a nivel de estudios, juzgan imperfecta la reforma, demasiado tímida y anclada en el pasado, no correspondiente a la evolución cultural y a las necesidades del mundo moderno. También éstos, aunque con algunas observaciones y sugerencias válidas, pecan de una visión parcial y subjetiva. La liturgia no puede ser el banco de pruebas de teorías particulares ni puede reservarse a grupos de élite. Por esto la reforma ha debido tener en cuenta la situación general de la iglesia y fundir en el mismo crisol las exigencias de la sana tradición y del legítimo progreso (SC 23), de modo que todos puedan insertarse en el cauce trazado.


VI. Perspectivas

Ninguna obra humana es perfecta, aunque en ella hayan puesto inteligencia y corazón los hombres más valiosos y competentes del momento. Menos aún lo puede ser la reforma más amplia que la iglesia haya conocido nunca en el campo litúrgico, realizada en un período de tiempo relativamente breve. Hay aspectos que se deben reconsiderar; puntos que se deben coordinar, sobre todo por causa de la fusión de los diversos Ordo de los sacramentos; partes que se deben completar; orientaciones que se deben madurar y desarrollar. La misma naturaleza de la liturgia precisa de la disponibilidad para una continua mejora, porque pertenece a la vida de la iglesia y debe caminar con ella. El lenguaje, las categorías mentales, las costumbres, los gestos, los géneros literarios y musicales, la cultura cambian rápidamente. Surgen nuevos problemas, como la relación con los medios de comunicación social [-> Mass media], con el mundo juvenil [-> Jóvenes], con el mundo del -> trabajo o de la ciencia. La liturgia se debe confrontar con todo esto. La reforma ha recogido lo mejor que ha encontrado en la bimilenaria tradición de la iglesia y ha dado gran importancia a la realidad pastoral. Pero ha faltado la aportación de las ciencias antropológicas, de las dinámicas de la comunicación [-> Liturgia y ciencias humanas]. Por esto su lenguaje encuentra cierta dificultad de transmisión y los textos hacen resonar el clima humano y cultural de épocas cristianas muy lejanas de la nuestra por las condiciones de vida, -> cultura e incluso intensidad de la fe. La atención preferentemente dirigida a suscitar la participación en la liturgia y a preparar los instrumentos que la facilitan no ha permitido valorar adecuadamente el peso y la incidencia, por una parte, de la secularización y, por otra, de las fórmulas devocionales y de la religiosidad popular. El estudio de la relación de estas últimas, en especial, con la liturgia ha sido aplazado. El culto eucarístico y la piedad mariana han sido objeto de documentos importantes e iluminadores [-> Culto eucarístico; -> Eucaristía; -> Virgen María]; sin embargo, falta todavía una investigación y una confrontación de carácter más general y la consideración de aspectos devocionales particulares, como los que se refieren a la humanidad de Cristo, a su pasión, a las peregrinaciones, a las tradiciones populares coincidentes con la semana santa o con acontecimientos particulares de la vida: nacimiento, matrimonio, muerte [-> Religiosidad popular, II]. El mismo desarrollo de la doctrina sobre la iglesia y sobre los sacramentos, y sobre todo la maduración de la fe y de las formas de vida comunitaria de las comunidades cristianas, requerirán una continua puesta al día. [Para la relación entre secularización y liturgia, -> Secularización.]

La reforma ha sentado unas sólidas bases y trazado las líneas para admitir futuros desarrollos en continuidad con cuanto se ha hecho. Ella misma los estimula con sus instancias de renovación de la vida cristiana; con la promoción del sentido comunitario, de la participación activa y responsable, de los ministerios, de la adaptación. Son hechos que animan, que compensan los sufrimientos y las dificultades encontradas en el trabajo y las imperfecciones inevitables, y encaminan a la comunidad cristiana hacia la meta propuesta por la constitución litúrgica: contribuir a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza propia de la iglesia (cf SC 2).

[Sobre el papel que en el campo de la reforma litúrgica ha tenido mons. Annibale Bugnini, cm (1912-1982), primeramente como secretario de la comisión litúrgica antes del concilio (-> supra, I) y después como secretario de la comisión preparatoria del Vat. II para la liturgia (-> supra, 1), del Consilium ad exsequendam constitutionem de sacra liturgia y de la Sagrada Congregación para el culto divino (-> supra, II, 1-2), cf G. Pasqualetti, Una vita per la liturgia, en Liturgia opera divina e umana. Studi sulla riforma liturgica offerti a S.E. Mons. Annibale Bugnini in occasione del suo 70° compleanno, Ed. Liturgiche, Roma 1982; Mons. Annibale Bugnini (1912-1982). "Liturgiae cultor et amator'; en RL 69 (1982) 553-567; P. Jounel, Monseigneur Bugnini, en MD 152 (1982) 187-192; C. Braga, Ricordo di Mons. Bugnini, en Not 18 (1982) 441-452; Ricordiamo Mons. Bugnini, en EL 97 (1983) 5-15; B. Fischer, A. Bugnini e il futuro della chiesa, ib, 23-33.]

G. Pasqualetti