PROFESION DE FE
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SUMARIO: I. Problemática - II. Símbolo - III. Liturgia y profesión de fe - IV. Circunstancias en las que aparecieron las profesiones de fe: 1. Vida litúrgica; 2. Kerigma; 3. Catequesis; 4. Experiencia eclesial; 5. Controversias - V. Fórmulas históricas de la profesión de fe: 1. Antiguo Testamento; 2. Nuevo Testamento; 3. Iglesia antigua - VI. Perspectivas actuales.


I. Problemática

La fe cristiana desde sus inicios se ha expresado en las profesiones de fe, que han asumido lenguajes y matices diversos en dependencia de las variadas situaciones ambientales y de las necesidades pastorales. La confesión pública de Jesucristo es la determinación decisiva, que lleva posteriormente a formular síntesis autorizadas de los contenidos de la propuesta cristiana de salvación. A lo largo de la historia, la iglesia ha proclamado siempre, si bien con modalidades literarias, expresiones cultuales y acentuaciones existenciales diferentes, su total adhesión al misterio de la condescendencia del amor del Padre en Cristo Jesús. En nuestro mundo contemporáneo, en el intento de reformular el lenguaje del credo para hacerlo más comprensible en su anuncio y en su celebración, ha vuelto a aflorar la urgencia de captar el alma más verdadera de la proclamación comunitaria de la fe. Frente a esta exigencia, en la comunidad eclesial emergen al mismo tiempo la necesidad de vivir en profunda unión con toda la tradición de la iglesia y de dar un rostro nuevo al contenido doctrinal. En torno al misterio de Cristo, cada vez más luminoso y estimulante, se revitaliza de modo continuo la existencia de los fieles concretos y de sus comunidades, que celebran en el culto y confiesan en la historia.

La profesión de fe posee una gran eficacia, porque evidencia el proceso de continuidad del misterio histórico-salvífico de la redención e invita a los fieles a una coherencia renovada; todas las generaciones que se han venido sucediendo en la historia de la iglesia proclaman el mismo mensaje, celebran la única salvación, testimonian la misma vitalidad.

Las fórmulas son la manifestación de la fe, acogida y proclamada, de la comunidad eclesial. El lenguaje mediante el que se comunica el anuncio, necesariamente debe asumir categorías culturales propias del momento histórico en el que la proclamación del evangelio tiene lugar; las significaciones de esta acogida de la fe deben a su vez retraducirse en expresiones que evidencien cómo ha sido percibido el mensaje, cómo ha determinado la vida personal y comunitaria y la fuerza de la celebración salvífica. La profesión de fe se hace así visibilización de la vitalidad de la tradición de la iglesia, que camina, en un dinamismo ascensional, proyectada hacia la parusía.

En el campo estrictamente litúrgico, la profesión de fe anima las celebraciones sacramentales y se hace particularmente explícita en el bautismo y en la eucaristía; la proclamación de la fe, tanto en las promesas bautismales como en el canto del credo en la asamblea litúrgica dominical, representa la más luminosa manifestación de la vitalidad de la fe de la comunidad de los creyentes. En estas específicas celebraciones los fieles revelan la alegría de estar insertados en una situación de salvación que debe traducirse en gesto en la acción de gracias sobre los dones, como justamente afirma la OGMR: "El símbolo o profesión de fe, dentro de la misa, tiende a que el pueblo dé su asentimiento y su respuesta a la palabra de Dios oída en las lecturas y en la homilía, y traiga a su memoria, antes de empezar la celebración eucarística, la norma de su fe" (n. 43).

Si se conduce a la comunidad cristiana a comprender el valor de la profesión de fe y a personalizar sus contenidos, la ritualidad celebrativa será verdaderamente signo de una vitalidad eclesial.


II. Símbolo

En su modo cotidiano de vida los cristianos se han habituado a entender, con la palabra credo, una fórmula fija, que sintetiza los aspectos principales de su elección de fe. Esta visión, sin embargo, puede inducir fácilmente al error de considerar la profesión de fe sobre todo como una simple enumeración de proposiciones que los fieles han de aceptar. Para evitar este peligro, la tradición de la iglesia, sobre todo la patrística, ha utilizado otro término, seguramente más vivo: símbolo. Este vocablo no indicaba entonces ante todo la adhesión a algunos elementos doctrinales, sino más bien la acogida viva y activa del Otro que viene en la historia. El lenguaje del símbolo, por su propia naturaleza, pone en estrecho contacto con la totalidad del misterio. Quien se apropia su contenido profesa aceptar todo el proceso revelativo, que tuvo su culminación en el misterio pascual. El acto de proclamar el credo en la asamblea litúrgica por parte de la comunidad celebrante evidencia la voluntad de realizar un gesto que indica que la propia existencia está en íntima relación con la fuente de la historia de la salvación, es decir, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La recitación del símbolo descubre una vida ya inmersa en una relación estable con la Trinidad, que con su activa presencia cualifica el ser de los creyentes. "El symbolum es la cara visible del mysterium de Dios, una expresión"'

En este cuadro vivo, el símbolo resulta lógicamente la regla de la fe a la que hay que acudir constantemente para llevar una existencia auténtica y testimonial. La comunidad eclesial, de hecho, se vio precisada en su historia a elaborar fórmulas que resumieran su fe- y sedimentaran en las diversas culturas el núcleo esencial del kerigma. Los fieles, si quieren desarrollar su propia vitalidad en torno a Cristo, deben situarse en actitud de verificación con el símbolo, para que su crecimiento sea un real florecer de la vocación a ser cada vez más lugar del señorío de Cristo en la alabanza del Padre mediante la comunión creada por el Espíritu.

En las catequesis mistagógicas de la época patrística estaba muy presente la imagen de la elección cristiana como celebración de la alianza en la iglesia entre Dios y su pueblo en el misterio pascual de Cristo. Con el término símbolo se expresaba la consciencia de querer vivir en comunión con toda la tradición, en una activa continuidad con la tradición apostólica. La alianza, que Jesús celebró en su misterio pascual que fue objeto de la predicación de la iglesia nacida de pentecostés, se les volvía a proponer continuamente a los simpatizantes del anuncio. Estos, en el acto de acoger el mensaje de la salvación, proclamaban su fe y así se ritualizaba para ellos la alianza pascual. La profesión de fe se hacía por ello signo de su comunión existencial con el resucitado en el ámbito de la comunidad cristiana. Para este admirable camino de unión asumía una relevante importancia el lengua-je objetivo del símbolo, que quería remarcar y expresar la relación con la situación existencial de los creyentes, que manifestaban en el acto de fe su propia elección de Cristo Jesús. La triple profesión de fe, que caracterizaba la celebración pascual [1 Bautismo], evidenciaba toda su plenitud de valores. Las preguntas y las respuestas eran un signo rico y expresivo del actuar de Dios uno y trino, en cuyo nombre se celebraba el bautismo y con el cual el catecúmeno estaba a punto de unirse definitivamente. Cuando los bautizados recibían el símbolo, era presentado de modo lapidario un estilo de vida que debía poseer la existencia de fe. En el momento de la celebración los catecúmenos debían recitarlo además con el corazón, porque en él es-taba escrita la alianza y de él surgía una vitalidad nueva para la comunidad. Mediante este gesto ritual, el símbolo se hace signo de reconocimiento, fórmula de iniciación; de hecho es "la fórmula por la que los cristianos se inician en el misterio de la fe y el signo por el que puede reconocerse que profesan la verdadera fe"

La profesión de fe revela por sí misma una vitalidad eclesial. El bautismo no es un acontecimiento puramente individual, sino que se cumple en y a través de la comunidad de la iglesia, pueblo de Dios. El símbolo es expresión de una comunidad que cree en la revelación trinitaria y tiende a identificarse progresivamente con el Padre, el Hijo y el Espíritu. La identidad cristocéntrica y trinitaria de la iglesia se manifiesta en la formulación de los contenidos de la revelación, que pertenece a su misma estructura. La fe, en efecto, no es un secreto que los creyentes deben custodiar celosamente en su propia interioridad, sino el vínculo de comunión fraterna, el signo de pertenencia a la iglesia, en la que se ha recibido la fe cristiana y es continuamente vivida. "La profesión de la fe cristiana, junto con el ejercicio de la caridad a Dios y al prójimo, la celebración de la eucaristía y de los sacramentos, constituye la vida misma de la iglesia, su identidad, su continuidad y la fuente de su renovación y de su juventud a lo largo del tiempo"'. Con la entrega del símbolo no se quiere indicar simplemente la comunicación de una fórmula para recitar; en el lenguaje ritual de la traditio symboli [-> Iniciación cristiana] aflora la vitalidad de la fe de la iglesia local a la que el elegido es agregado. En el símbolo se afirma la fe común de la comunidad particular. En efecto, la expresión de la fe hace emerger el rostro teologal de la iglesia local y se entreteje en la trama socio-cultural en que vive la comunidad. Sin embargo, en el símbolo, más allá de estos condicionamientos, se evidencia la prenda de ese tesoro que es la fe, acogida en la comunidad de los creyentes, vivida y celebrada por ellos, en la espera de la perfecta comunión en la comunidad escatológica. Quien profesa la propia fe y es regenerado por el agua y el Espíritu expresa, sí, la propia fe en el misterio pascual de Cristo, pero al mismo tiempo participa en la expresión de la fe de la iglesia local, signo de la universal. Inmerso en la asamblea litúrgica con los hermanos en la fe, el bautizado, en la escucha, contempla la presencia de Dios en la historia y celebra sus maravillas. Entonces la misma asamblea litúrgica, en la que él vive y de la que surge el canto de alabanza, se hace confesión de fe. El himno celebrativo de la fe de la iglesia local, que se significa por la proclamación comunitaria del símbolo, es por ello el signo de la comunión en la glorificación con todos los hermanos esparcidos por el mundo, a imagen de la maravillosa comunión trinitaria.


III. Liturgia y profesión de fe

La profesión de fe es un acto de culto y está animada por un profundo espíritu de adoración. Es natural, por tanto, que la liturgia sea el lugar por excelencia, aunque no exclusivo, en el que los cristianos son llamados a proclamar la propia fe y a custodiar la propia elección existencial: Cristo Jesús. "En la liturgia, gradual pero constantemente, la profesión de fe (solicitada por la palabra, vivamente proclamada en la acción litúrgica), que es espontánea, personal, dictada por la circunstancia de la celebración, es orientada, a la luz de la regla de fe, hacia una objetividad y una síntesis en sintonía con el depósito común de la fe" °. La liturgia, en efecto, asume en la historia un papel bastante relevante en la determinación de las fórmulas de la profesión de fe. A través del lenguaje ritual, la verdad de fe celebrada se sedimenta en las fórmulas. Esto sucede continuamente en la historia de la iglesia, porque el ambiente vital del culto está caracterizado sobre todo por la toma de conciencia de la realidad de Dios y de la presencia de las obras divinas. Las expresiones de fe han tomado forma en el proceso de continua glorificación que permite ver e intuir el misterio de la salvación.

El símbolo de fe, que es esencialmente un acto de alabanza, vive de una atmósfera de oración. Incluso cuando expresa una serie de afirmaciones sobre Dios es esencialmente una oración de acción de gracias. La matriz de fondo de la confesión de fe es la contemplación de las maravillas de Dios y la resonancia que se crea en el ánimo de los creyentes y de la comunidad frente a lo que el Padre obra cada día. Del corazón lleno de admiración por las maravillas de Dios nace la alabanza y la celebración de su poder. La historia de la salvación, que tiene su núcleo fundamental en el misterio pascual de Cristo, es el lugar del que surge la alabanza. La condición para poder percibir estas riquezas es que el hombre tenga siempre el ojo abierto ante las grandezas de Dios. Si no se pone en actitud de escucha con todo su ser, no puede emerger la confesión de fe como himno de alabanza al Padre. De hecho, el punto de partida de todo este proceso no es el hombre, sino la venida de Dios en la creación, en la historia, en la redención. El creyente alaba a Dios cada vez que descubre las maravillas realizadas por él. La glorificación, a su vez, se sedimenta en la profesión de fe, que llega a ser la declaración de adhesión de los creyentes al misterio de la salvación y el signo de su fidelidad al continuo ofrecimiento de amor por parte del Padre para hacer siempre viva y vital la alianza en la pascua del Señor.

La confesión de fe se califica como la respuesta a la acción salvífica de Dios en Cristo Jesús y como la proclamación de su señorío. Este procedimiento se realiza de modo particular en la liturgia cristiana, que desde sus orígenes ha sido claramente considerada como la expresión máxima y la custodia por excelencia de la fe de los apóstoles [-> Fe y liturgia]. Ella conserva y hace vivo en todas las épocas el t memorial de la salvación; es asimismo conservadora de la tradición pascual.

Sobre este fondo, la confesión de fe llega a ser la celebración de la propia fe; representa por parte de la comunidad la significación de la voluntad de vivir en el señorío de Cristo, de expresar el dinamismo más profundo de la elección cristiana. En el momento de la proclamación de la fe el creyente es ayudado a discernir el camino por el que es conducido, para afirmar cada vez más que Dios les hace vivir en Cristo Jesús. En este clima la profesión de la fe de los apóstoles quiere poner de relieve la intención del fiel de volver a ponerse continuamente en la condición de seguir al Señor para renovar el propio corazón y toda la comunidad. La confesión de fe expresa la actitud del hombre en relación con el actuar de Cristo y su sumisión a él. Cuando se celebra en el culto, el símbolo es el signo vivo de la propia consciencia de querer dar cumplimiento, si bien en modo progresivo, a la propia identificación con el Redentor. En tal modo, la confesión de la fe en Cristo, hecha por la comunidad, deberá orientarse hacia el Señor que celebró en su propia vida la fidelidad del Padre para asumir los sentimientos cultuales y existenciales. En la confesión de Cristo en favor de los hombres, los creyentes encuentran la fuerza y la comunión de su fe en acción. En él, "testimonio fiel del Padre" (Ap 1,5; 3,14), el cristiano, en la proclamación personal y comunitaria de la fe, siente su compromiso de llegar a ser signo de la vitalidad de Cristo. El discípulo que alaba en la confesión de fe es la continuación sacramental de Cristo en la historia. En la fuerza del Espíritu, que obra en el creyente y en el contexto cultural, Cristo es confesado por aquellos que en él son activamente nuevas criaturas, celebrando las maravillas del Padre. "La confesión de los creyentes en favor de Cristo es sustentada por la confesión de Jesucristo en favor de ellos, y representa sólo una pequeña respuesta humana. La confesión de Jesucristo en favor de esos creyentes es asumida por el testimonio del Espíritu Santo, que instaura la nueva creación".


IV. Circunstancias en las que aparecieron las profesiones de fe

La presencia en la comunidad cristiana, desde los primeros tiempos, de la profesión de fe es una invitación a ver cuáles han sido las circunstancias que la han hecho emerger y qué funciones realizaba. Las motivaciones que hay en el origen de su aparición son múltiples y se insertan en el conjunto de la vida de la primitiva comunidad cristiana. El florecimiento de una gran variedad de situaciones ha operado de forma que aparecieran diversas formulaciones del núcleo del mensaje cristiano. La variedad de los fines a los que la confesión de fe debía responder se refleja en los diveros rostros que asume. Las situaciones concretas eran el lugar en el que se formaban y crecían las fórmulas de fe, que no sólo vivían del lenguaje litúrgico, sino que estaban llamadas también a dar una respuesta a todas las problemáticas que afloraban en la vida de la iglesia.

1. VIDA LITÚRGICA. La situación más obvia que requirió una profesión de fe es la liturgia, pues ella es el clima ideal para hacer viva y manifestar la propia adhesión a Cristo. Los gestos sacramentales, en efecto, debían vivir de la fe para significarla. El misterio de la celebración del I bautismo tuvo una importancia relevante en el proceso de la formulación de los contenidos de la fe. Si la palabra da el contenido al gesto ritual, era indispensable que apareciera una fórmula que informase de sí el lenguaje gestual (cf la relación entre 1 Cor 15,3-4 y Rom 6,3-11). La confesión pública de fe se sedimentaba en la celebración. Desde los orígenes, los cristianos comprendieron la naturaleza de aquello en que creían y buscaron términos que expresaran su comprensión del misterio de la salvación. El lenguaje bautismal, a su vez, alcanza la culminación expresiva en la oración eucarística, donde la comunidad, reunida para celebrar la cena del Señor, toma conciencia del proceso histórico-salvífico y se pone en actitud anamnético-epiclética, proclamando las maravillas hechas por el Padre en Cristo Jesús. La plegaria eucarística, en efecto, ha sido durante mucho tiempo, especialmente en la liturgia romana, la única profesión de fe durante la celebración de la misa. En este contexto doxológico, la proclamación de la fe adquiere toda su vitalidad, la fórmula de fe vive de la alabanza y, a través de la actitud de glorificación, la voluntad de creer por parte de la comunidad celebrante capta su verdadero contenido: Cristo Jesús. Las confesiones de fe bautismal y eucarística son un himno de alabanza al Padre por la bondad que se ha manifestado en favor de la humanidad entera en Cristo Jesús.

2. KERIGMA. El momento celebrativo presupone el anuncio de la salvación. La iglesia ha sido llamada por Cristo a proclamar el mensaje cristiano a todos los hombres teniendo en cuenta sus necesidades. En virtud de su naturaleza misionera, a la iglesia se le imponía la necesidad de redactar un símbolo que fuese una condensación de la fe, como ayuda concreta a la predicación. Se crearon esquemas para los predicadores del evangelio. Las fórmulas de fe que derivaron de ello llegaron a ser interpretaciones privilegiadas del mensaje cristiano, que había calado en circunstancias históricas y culturales bien definidas. Todo ello fue la lógica consecuencia del encuentro entre el evangelio y la comunidad cristiana que vivía en una época y en un lugar histórico bien determinados.

3. CATEQUESIS. El símbolo es el fundamento de la catequesis que precedía al bautismo. Entre el anuncio y la celebración se insertaba el discurso catequético, que ayudaba a profundizar y a personalizar lo que se había anunciado (cf He 28,31). La catequesis era la exposición sistemática y elemental del misterio cristiano a aquellos que se preparaban para la celebración de los sacramentos de la iniciación y querían posteriormente conocer a fondo el anuncio con el fin de hacer verdadera y auténtica la vitalidad de la asamblea litúrgica. Ella permitía guiar a los creyentes a vivir en la historia el momento central representado por el misterio pascual, para poder llegar a celebrar el culto en la plenitud de la propia personalidad, ya en fase activa de cristificación [-> Catequesis y liturgia].

4. EXPERIENCIA ECLESIAL. Las fórmulas de fe tienen una función de integración/ agregación en la-> a la iglesia. El deseo de proclamar la propia fe se manifestaba en cada reunión de la comunidad. Puesto que la fe cristiana se celebraba en el lugar donde se reunían los fieles, era necesario que asumiera también una dimensión comunitaria. A través de la proclamación cultual y existencial del mensaje salvífico, el creyente se sentía cada vez más insertado en la iglesia local y adquiría ulterior capacidad y fuerza para testimoniar con los hermanos el anuncio pascual. En efecto, en torno a la fe misma la comunidad se reconocía tal, sus miembros se integraban entre sí mediante una profunda relación de comunión, y la asamblea litúrgica, que se expandía en la temporalidad, se hacía signo comunitario de la presencia en la historia del misterio de salvación. De ese modo las fórmulas de fe servían como signo de reconocimiento, y permitían a Cada creyente y a la comunidad identificarse recíprocamente como creyentes en la misma fe. La proclamación del símbolo significaba la voluntad de hacer emerger la vitalidad de la propia fe eclesial. En esta perspectiva podemos comprender por qué numerosos mártires recitaban el símbolo de la propia iglesia antes de morir.

5. CONTROVERSIAS. Para permitir el crecimiento comunitario en torno a la misma fe y salvaguardar la unidad de los cristianos, la autoridad dictaba fórmulas claras. A causa de las dificultades que los contenidos de la fe encontraban en la vida de la iglesia local surgían fórmulas de fe. Por ello éstas fueron más doctrinales que doxológicas, como sucedió, por ejemplo, con las fórmulas de fe conciliares [-> infra, V, 3]. Este paso aparece más claro en la literatura apologética y en las tomas de posición contra las herejías. En su presentación al mundo, la iglesia no sólo debía explicar su propia identidad, sino también responder a las problemáticas que emergían en su ámbito, tanto desde el exterior como desde el interior de la comunidad cristiana.

"Las fórmulas de fe tienen una función apologética o defensiva: establecen líneas de demarcación entre su propio mensaje y lo que no es cristiano. Incluso en el NT ciertas expresiones de fe básicamente positivas adquieren a menudo un matiz defensivo o polémico. Las dificultades que surgían en el camino de la vida cristiana ayudaban a profundizar en los contenidos de la fe y a hacer aparecer toda la luminosidad del mensaje revelado.

La constatación del hecho de que son múltiples las circunstancias que han permitido la aparición de las profesiones de fe debe inducir a pensar que existía en la antigüedad un dato de fe único y fundamental al que cada iglesia o creyente debía referirse necesariamente. Las diferentes formas aparecieron para responder a las diversas exigencias de las comunidades cristianas. Teniendo presente la visión global del anuncio, se trataba de centrar la atención de los oyentes sobre un aspecto particular de la tradición cristiana. La vida de toda la iglesia primitiva no sólo hizo brillar el contenido del anuncio pascual, sino que favoreció también la construcción formal de confesiones primitivas de la fe. Las necesidades de la vida de la iglesia estimularon desde el principio este proceso de una multiplicidad de confesiones.


V. Fórmulas históricas de la profesión de fe

Las diversas situaciones con las que se enfrentó el mensaje cristiano han hecho emerger profesiones de fe diferenciadas. En este proceso nos encontramos en continuidad con la estructura del AT, donde se sintió la necesidad de dar vida a proposiciones sintéticas que resumieran las convicciones de fondo del pueblo de la antigua alianza.

1. ANTIGUO TESTAMENTO. Ya en el AT habían aparecido profesiones de fe para ayudar a Israel a tomar conciencia de la propia historia, celebrar las acciones salvíficas de Dios para con ellos, introducir a la comunidad israelita de todos los tiempos en la alianza y revigorizar la esperanza en el advenimiento de los tiempos mesiánicos. La comunidad del AT trató, desde los primeros tiempos, de recoger en frases concisas aquello que Dios había realizado en su favor. Los acontecimientos históricos formaban el fundamento de toda la confesión de fe (cf Dt 26,5-11; Jos 24; los Salmos históricos). Partiendo de la constatación de tales acontecimientos, siempre renovada a través de las celebraciones cultuales en los santuarios, afloraba la pública proclamación del señorío de Dios, según el estilo propio de la poesía litúrgica (cf Sal 16,2; 97,9; 104; 146). Además, la recitación cotidiana de la Schemah resultaba para el hebreo piadoso una continua celebración de la propia fe en el Dios que continuamente guía con fidelidad a su pueblo. "El credo israelita, en el AT, no abarca todo el contenido de la fe del pueblo escogido. Está abierto para recibir nuevas acciones salvíficas de Dios. Tomado de la celebración de la alianza, sirve al israelita para confesar su fe en Dios que salva a través de sus obras, y después también su fe en el Dios creador y quizá juez. Se conservaba vivo en el culto y repercutía en la oración y en la parénesis. Pero al pueblo de Dios de la nueva alianza podía proporcionar contenidos e impulsos para su nueva confesión.

2. NUEVO TESTAMENTO. En el NT se encuentran varias fórmulas de confesión de fe. La iglesia primitiva sentía la necesidad de expresar la fuerte experiencia de que había sido objeto y de la que era depositaria. El mensaje debía encarnarse inevitablemente en fórmulas que explicasen el bagaje de fe propio de los testigos oculares de la época apostólica. La literatura del NT está llena de ellas. La profesión de fe ayudaba a comprender y a comunicar el misterio indicando sus características y evidenciando sus elementos existenciales, en su intento de colocar a la comunidad en una situación decididamente mesiánica. El presente era cualificado escatológicamente a través de la acogida del evangelio, presentado como el significado existencial de lo que Jesús había hecho y anunciado. La predicación apostólica representaba la continuación de la plenitud de los tiempos aportada por Cristo.

La más simple y tal vez la más auténtica podría ser la profesión de fe en Jesucristo, hijo de Dios y Señor (cf He 8,37; Rom 1,3; Rom 10,9; 1 Cor 12,3; Heb 4,14; 1 Jn 4,15). Desarrollando este elemento central se esbozó, especialmente en los Hechos y en Pablo, el cuadro de los contenidos kerigmáticos proclamados en la iglesia en los primeros veinte-treinta años después de la resurrección. Los aspectos del proceso salvífico manifestados en Cristo Jesús que se remarcaban en este período, consistían en afirmar que Jesús de Nazaret era de la descendencia de David, había entrado en la historia como hijo de Dios-Mesías, había sido crucificado, muerto y sepultado, resucitando al tercer día; exaltado a la derecha de Dios y vencedor de los principados y potestades, finalmente vendría de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos (cf He 2,22ss; 3,13ss; 5,30ss; 10,36ss; 13,23ss; Ef 1,20ss; Flp 2,6ss; Col 1,15ss; 1 Tim 3,16; 2 Tim 2,11 ss). Es interesante notar con Cullmann cómo el camino histórico de Jesús en su plenitud era el lugar para comprender su dignidad. Cullmann, en efecto, afirma que "no es la filiación divina la que sirve para explicar la elevación del Cristo resucitado, sino que el cristiano del s. I habla de su origen divino y de su retorno a partir de la dignidad de Señor resucitado del Cristo".

La confesión de fe más difundida en los albores tiel cristianismo era, en todo caso, la fórmula puramente cristológica. La historia de Jesucristo era la salvación porque su presencia en la comunidad eclesial era su lógica consecuencia. Por esta razón, en los primeros tiempos los cristianos consideraban como elemento esencial de su propia fe el misterio de Cristo; la fe en Dios estaba presupuesta e implícita. Un anuncio en esta línea creaba por ello un símbolo de fe esencialmente cristocéntrico y un bautismo en el nombre de Jesús. La proclamación de su señorío se retraducía en una fe cristológica y en una celebración sacramental informada por su acción (cf He 8,32ss).

La predicación a los paganos hizo aparecer la confesión de fe, que comportaba dos artículos: el Padre y Jesucristo (cf 1 Cor 8,6; 2 Tim 4,1), con la insistencia en la unicidad de Dios.

La utilización de la confesión de fe para el bautismo hizo necesaria la fórmula con tres artículos, en la cual el Espíritu era la fuerza de la eficacia del bautismo (cf Mt 28,19; 1 Cor 13,13; Ef 4,4). El núcleo principal, fundamentalmente cristológico, se desarrolló en una perspectiva claramente trinitaria.

3. IGLESIA ANTIGUA. En Justino, Ireneo y Tertuliano se encuentran fórmulas más diferenciadas, que exponen el contenido de la verdadera fe en el cuadro de una fórmula trinitaria. La estructura ternaria, Padre, Hijo, Espíritu Santo, ha dominado las confesiones de fe sucesivas, que simplemente han desarrollado los conceptos implícitos en las fórmulas del NT a la luz de una continua relectura del dato revelado. "Así, el credo del s. rI es eco de las confesiones de fe primitivas, que se remontan al kerigma apostólico y a la revelación de Jesucristo mismo".

En la primera época patrística, el símbolo era sobre todo una confesión de fe que el catecúmeno proclamaba en el momento del bautismo. En el s. In, en Roma, existía una fórmula del símbolo similar a lo que comúnmente se llama símbolo apostólico o romano. La actual fórmula surgió probablemente en las Galias (parece que por obra de Cesáreo de Arlés) y fue ampliada respecto al primitivo núcleo romano con añadidos provenientes del Oriente (Marcelo de Ancira).

En Oriente existía un mayor pluralismo y una vasta diferenciación de la formulación de la profesión de fe. Los diversos credos representaban las fórmulas con las cuales se enseñaban y profesaban los puntos fundamentales de la fe. El uso kerigmático y catequético comportaba inevitablemente una evolución, que dependía de la aparición de problemáticas y de la profundización del dato revelado. Las múltiples formas de símbolos eran variaciones armoniosas de un único tema: la celebración de las acciones realizadas por el Padre en Jesús. Cuando la iglesia, en Nicea (año 325), quiso definir su fe contra la herejía arriana, se sirvió para tal fin del marco de las profesiones de fe bautismal (o de la fórmula usada en Cesarea, o de la de Jerusalén), a las que añadió algunos términos técnicos (por ejemplo "consubstancial"). De igual modo podría haber sucedido con todas las fórmulas elaboradas en el curso de las discusiones trinitarias habidas en el s. iv.

El desarrollo de la teología conciliar del tiempo de Nicea dio gran impulso hacia la unificación del credo. Es interesante notar, sin embargo, cómo las definiciones conciliares tenían reflejos también en la plegaria eucarística, la profesión de fe por excelencia en el período patrístico clásico [I supra, IV, 1]. Las anáforas orientales de tipo sirio-antioqueno [-> Plegaria eucarística, I, 2] y ciertas añadiduras prefaciales de origen leoniano (León Magno, 440-461) son una clara documentación de esto mismo. Por lo que se refiere al símbolo de Constantinopla (año 381), el origen parece incierto; en todo caso, no se trata de una elaboración de la fórmula de Nicea (aunque se denomina comúnmente símbolo niceno-constantinopolitano). "El texto fue leído en el concilio de Calcedonia (año 451) como símbolo del concilio de Constantinopla, y esta atribución se hizo tradicional. (...) Este acuerdo suplantó a los demás símbolos bautismales de Oriente y, por algún tiempo, también al de Roma. El símbolo fue introducido en la liturgia eucarística; con la misma función se difundió luego en Occidente, primero en Hispania, más adelante en la corte imperial y finalmente en Roma, desde 1014, a petición de Enrique II.

En la evolución histórica, el símbolo, que al principio tenía multiplicidad de usos según las situaciones concretas de la comunidad cristiana, llegó a ser la forma de fe a la que había que referirse para juzgar la ortodoxia de un teólogo y para expresar la recta fe frente a un hereje. En esta línea surgieron nuevos símbolos con carácter más o menos oficial que concordaban con el símbolo de Nicea.


VI. Perspectivas actuales

El símbolo de fe se funda en el recuerdo del Jesús histórico visto a la luz de la reflexión teológica sobre el misterio pascual del Señor muerto y resucitado y todavía vivo en su iglesia. El símbolo es necesario para la construcción de la comunidad cristiana, que se mira, se verifica y encuentra esperanza en él. Es fácil advertir cómo en la historia de los últimos cuatro siglos ha desaparecido la creatividad de las fórmulas. En la perspectiva contemporánea, en cambio, nace la exigencia de nuevos símbolos de fe que emerjan de una vivaz vitalidad cristiana y de las formas renovadas de vida comunitaria. Las nuevas confesiones, que se sitúan junto a las antiguas como reinterpretaciones modernas del mismo dato, aparecen bajo el estímulo de nuevas formas creadoras y de los signos de los tiempos, y expresan la continua reflexión de la iglesia sobre el gran acontecimiento de Jesucristo. Cualquier comunidad eclesial como tal es heredera de una común tradición propia a todas las generaciones que han creído y creerán en Cristo Señor. En él radica todo verdadero testimonio evangélico. Los símbolos de fe son signos que hacen presente toda la tradición de la fe en un devenir que revitaliza y reactualiza el anuncio evangélico.

La más autorizada confesión de fe moderna es la de Pablo VI (30 de junio de 1968), pronunciada en la clausura del año santo de la fe. El dinamismo carismático ha hecho emerger con gran empuje esta exigencia de nuevas fórmulas de fe, y en estos años han aparecido bastantes, si bien con formulaciones más bien breves'. Las necesidades catequéticas, las preocupaciones para hacer accesible el anuncio cristiano y la insistencia en la importancia de la iglesia local han llevado a expresar de un modo nuevo la fe en Jesús con vistas a hacerla verdadera en sus lenguajes kerigmáticos, catequéticos y litúrgicos.

En la mentalidad contemporánea se evidencia también otro aspecto en relación a los siglos precedentes. En vez de una visión teológica, hoy se trata de dar una entonación más bíblica y mesiánica a las nuevas confesiones de fe. Se advierte mucho, en efecto, el sentido de la historia de la salvación, en la cual la comunidad creyente se siente inmersa. Desde este punto de vista es importante superar la tendencia a la separación entre profesión de fe y liturgia. En la iglesia antigua las fórmulas de fe servían para un uso tanto misionero como litúrgico; la celebración era la admirable síntesis de ello. En la época pospatrística, moderna y contemporánea, estas dos finalidades, a pesar de haberse conservado, se han ido separando cada vez más la una de la otra. El acento exagerado sobre la función doctrinal y dogmática del credo ha eclipsado su función litúrgica y doxológica. El resultado final de tal ruptura consiste en el vaciamiento del credo de toda vitalidad litúrgica, porque se pone sólo al servicio de una investigación especulativa. De este modo la confesión de fe pierde la estricta conexión con la revelación histórico-salvífica propia de la Sagrada Escritura y del camino de la liturgia.

Hoy la profesión de fe y la liturgia deben ser vividas de modo unitario, para que lleguen a ser una experiencia real y benéfica para todos los creyentes ". Lo que se cree es tal sólo cuando se celebra y se hace fuente de testimonio en la alabanza al Padre. La formulación de la profesión de fe debe ser colocada en relación con la liturgia y con la catequesis, y de ellas debe recibir su profunda vitalidad. En la admirable síntesis de anuncio de la salvación, de catequesis y de celebración deberían nacer las diversas formulaciones de la fe. El pueblo de los creyentes en Cristo Jesús, como todas las comunidades humanas, tiene una expresión, una experiencia y un lenguaje totalmente propios para reencontrar la comunión viviente con sus peculiares orígenes. Este proceso utiliza, en el mundo contemporáneo, sobre todo lenguajes más bíblicos y más litúrgicos.

La vitalidad de la fe se manifiesta de modo pleno en el canto del credo durante la liturgia dominical. En la alegría de esta proclamación se evidencia aquello que hace de la asamblea celebrante una auténtica comunidad eclesial, que revive el único y gran misterio salvífico y se siente salvada. En el contexto litúrgico de la palabra escuchada y acogida, la profesión de fe resulta un gran himno y ayuda a la asamblea litúrgica a vivir el anuncio en actitud de alabanza al Padre. De la proclamación litúrgica de la propia fe a través del canto del credo y de un lenguaje más ajustado a la vitalidad de la comunidad celebrante (por ejemplo, la posibilidad actual de celebrar misas con -> niños) nace un verdadero compromiso también en la historia. La confesión de fe debe ser al mismo tiempo recuerdo del misterio pascual, alegre celebración de la presencia del Resucitado entre los suyos y real y verdadera inserción en la historia con vistas a construir un mundo del que brote la glorificación del Dios uno y trino.

[-> Fe y liturgia].

A. Donghi


BIBLIOGRAFIA Brekelmans A., Confesiones de fe en la Iglesia antigua, en "Concilium" 51 (1970) 32-41; Camelos P.-T., Símbolos de la fe, en SM 6, Herder, Barcelona 1976, 359-366; Cullmann O., La fe y el culto en la Iglesia primitiva, Studium, Madrid 1971, 63-122; Documentación Concilium, Agitación en torno a la confesión de fe, en "Concilium" 51 (1970) 129-146; Hamman A., Las primeras formulaciones trinitarias en los Padres Apostólicos, en VV.AA., La Trinidad en la Tradición prenicena, Secretariado Trinitario, Salamanca 1973, 93-108; Kelly J.N.D., Primitivos credos cristianos, Secretariado Trinitario, Salamanca 1980; I.escrauwaet J., Aspectos confesionales en la teología de hoy. Momentos de la confesión en la liturgia, en "Concilium" 54 (1970) 125-132; Manders H., ¿Qué relación existe entre nuestro bautismo y nuestra fe?, ib, 22 (1967) 175-187; Schmidt H., Creer y confesar la fe en un mundo irreligioso, ib, 82 (1973) 281-293; Schreiner J., El desarrollo del "credo" israelita, ib, 20 (1966) 284-396; Vawter B.-Vilanova E., Expresión de la fe en el culto, ib, 82 (1973) 183-203; VV.AA., Historia r teología del símbolo de la fe, en "Phase" 73 (1973) 2-60; VV.AA., La confesión de la fe, en "Communio" 2 (1979) 2-106. Véase también la bibliografía de Fe y liturgia.