PROCESIÓN
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SUMARIO: I. Enfoque antropológico - II. Las procesiones en la biblia: 1. En el AT; 2. En el NT - III. Desde la historia de la liturgia: 1. Procesiones que conmemoran los misterios de Cristo; 2. Procesiones extraordinarias y ocasionales; 3. Procesiones rituales o ceremoniales; 4. Procesiones devocionales y votivas - IV. Reflexiones teológico-pastorales.


I. Enfoque antropológico

La procesión es un rito religioso de significado universal. Su simbolismo, el gesto de caminar juntos, responde a una necesidad primaria de esa agregación con la que el grupo adquiere consistencia. Es un signo válido para significar la historia de la comunidad humana. La procesión añade a la celebración un elemento de notable incidencia psicológica: el orar subrayado por el movimiento. La oración resulta ayudada por una expresión más ferviente, la comunidad es potenciada en su unidad. Su imagen es una larga fila que, con paso uniforme, procede lentamente, orando y cantando; o la de un cortejo con aparato ceremonial, a menudo con vestidos uniformes, en homenaje a un personaje o a un signo sagrado.

Se camina no sólo para llegar, sino también para vivir el camino: la procesión añade a la ritualización de los sentimientos de penitencia, de súplica y de acción de gracias un simbolismo que hace ver a los hombres insertos en la vida que se desarrolla fuera del ambiente sagrado, en los lugares donde viven y trabajan. Mezclados en el camino y unidos en el canto, los creyentes se descubren hermanados, más implicados en los mismos problemas.

La procesión no es sólo un caminar juntos de cualquier modo: antes de partir se reúne la asamblea estructurada; parte de un lugar determinado, camina con un reglamento preciso y se dirige a una meta bien definida. Estos elementos enriquecen la celebración con valores psicológicos y sociológicos de fuerte eficacia emocional (que frecuentemente se añaden a los del carácter excepcional).

A pesar de la vida sedentaria; es más, precisamente cuando es tal, la procesión tiene el fin de recordar a los hombres que son peregrinos, el fin de despertar en ellos la parte nómada de su alma, para que recuerden que su estancia aquí abajo no es estable, sino transitoria (cf Heb 13,14; 1 Cor 5,6).

Procesión y peregrinación son dos signos contiguos, hasta el punto de interferirse entre sí, con análogo simbolismo. Peregrinación es un concepto más amplio, mientras que procesión es más circunscrito y determinado. La procesión puede ser la parte ritualizada de la peregrinación: los momentos más importantes de la peregrinación, como el principio y el fin, pueden convertirse en procesión. La peregrinación puede ser también individual; la procesión lo es siempre de una comunidad.

Por ser un símbolo abierto, al que se le concede gran libertad de adaptación y creatividad, la procesión es uno de los símbolos más expuestos a los riesgos de la manipulación.


II. Las procesiones en la biblia

Las procesiones en la biblia aportan los elementos teológicos y normativos de la procesión litúrgica: son celebraciones que se inscriben en la historia de la salvación, dan una imagen de la iglesia peregrina y son un signo de su realidad pasada, presente y futura.

1. EN EL AT. La legislación ritual no hace mención de las procesiones que formaban parte de la liturgia del templo; sin embargo, una decena de salmos (67; 83; 104; 113, etcétera), además de los graduales (119-134), las evocan por el contenido o por alguna referencia.

La marcha del éxodo, más allá de la temática de la peregrinación, por influjo sacerdotal, es presentada como una gran procesión. Peregrinación y procesión en los momentos más relevantes llegan a identificarse (por ejemplo, la nube sobre el tabernáculo se pone en movimiento o se detiene para indicar las etapas del pueblo; cf Núm 9,17s; también Ex 40,36-38; Sal 67,1; Is 33,3). Los primeros capítulos del libro de los Números nos muestran cómo Dios mismo regula, hasta los más mínimos detalles, el modo de proceder, el orden de las tribus, el puesto de los estandartes, casi como si fuese un desfile.

Análogamente, el déutero-Isaías y el libro de Esdras presentarán el retorno del exilio —el segundo éxodo— como una inmensa peregrinación-procesión, en la que Yavé camina a la cabeza de su pueblo (Is 40,3; 52,12; Esd 1,8-11; 3,3-6.10s; Sal 117; 125; cf Ez 10,4.18.23; 43,1-7). El toque de la redacción sacerdotal le confiere un carácter litúrgico de alto lirismo, alegre y triunfal: lo que fuera una caravana se ha convertido en un cortejo ordenado, que camina cantando; no se prevén altos, sino que se procede directamente al lugar del templo para reconstruir en seguida el altar (conforme al edicto de Ciro: Esd 1,2-4) y ofrecer los holocaustos de acción de gracias.

El AT describe a propósito cuatro procesiones extraordinarias: la toma de Jericó, el transporte del arca a Jerusalén, la procesión de Nehemías y la de Judit.

La toma de Jericó (Jos 6,1-16) es una procesión de Yavé: el arca, llevada por los sacerdotes al son de las trompetas, precede al pueblo. La procesión, que dura siete días, tiene primero carácter de súplica; al final se convierte en celebración de la victoria de Yavé. La narración más típica de la guerra santa de conquista (en la que Dios actúa prácticamente solo) ha sido transformada por la redacción definitiva en una liturgia. Se subraya el papel de los sacerdotes, como anteriormente para el paso procesional del Jordán (Jos 3,14-4,18). Esta procesión no va de un lugar a otro, pero se inscribe en el camino hacia la tierra prometida,. Se nota también la ausencia de cantos: el silencio se interrumpirá en el último momento por el grito de guerra, que se convierte en aclamación al Señor. El holocausto consiste en entregar todo al anatema.

El traslado del arca a Jerusalén (2 Sam 6,12-19; 1 Crón 15,25-16,3) está ligado, pese a su distancia en el tiempo, al camino del éxodo, del que constituye la conclusión. Un hecho político-militar —la conquista del último baluarte jebuseo, destinado a convertirse en capital del reino unificado—, presentado en un marco litúrgico, viene a adquirir valor soteriológico: como coronación de las guerras de conquista, Dios pone el sello, entra vencedor en la ciudad santa y establece allí su morada. David, que lo festeja ante Yavé —danzando con todas sus fuerzas—entre el alborozo y el sonido de las trompetas (de modo análogo a María a la salida del mar Rojo: Ex 15,20s), expresa la tonalidad festiva y popular de la procesión. Esta es la más importante de todas las procesiones del AT; varios salmos hacen referencia a ella (23; 67; 131; etc.). Este acontecimiento divide en dos períodos la historia de Israel: al nomadismo sucede el asentamiento. Por eso se presenta como la última procesión de Yavé. En ella tenemos todos los elementos de las procesiones, incluido el holocausto y la distribución de los dones.

La procesión de Nehemías (Neh 12,27-43) tiene lugar por la dedicación de las murallas reedificadas. Ya no es la procesión de Yavé, sino la de su pueblo (después de la destrucción del templo no se volverá a hablar del arca). Existe una continuidad entre el retorno del exilio y este acontecimiento. Sobre los baluartes se abren al mismo tiempo dos coros que, avanzando en sentido opuesto, recorren el perímetro de la ciudad, reuniéndose después en el templo. La vuelta alrededor de las murallas es un rito de propiciación y de consagración, que une en un desposorio (renovación de la alianza) templo y ciudad, Dios y su pueblo. Los cortejos ensalzan —tocando, alabando y dando gracias— a Yavé. El rito se completa con sacrificios y manifestaciones de fiesta popular.

La procesión de Judit (Jdt 15,12-16,18) se describe con categorías inspiradas en la cultura popular helenística (tirsos, laureles, coronas), a pesar de la intención nacionalista: es un testimonio indirecto de las procesiones del tiempo. Se coloca en una topografía arbitraria y extravagante y se desenvuelve, por más de un centenar de kilómetros en línea recta, a través de un país montañoso: parece el intento de colocarla fuera del tiempo y del espacio para acentuar el carácter escatológico. Danzas, música, himnos y el cántico de agradecimiento expresan la acción de gracias al Dios liberador y vencedor de las potencias del mal. Como las otras procesiones, tiene por meta Jerusalén, donde se concluye con el ofrecimiento de los dones y los holocaustos.

2. EN EL NT. El testimonio de Lucas nos presenta el ministerio de Jesús ° —en analogía con la peregrinación del éxodo— como una subida a Jerusalén.

La única procesión recordada por el NT es la entrada de Jesús en Jerusalén (al templo: Lc 19,45) como conclusión ritual de esta peregrinación o preludio del sacrificio de la cruz. El Mesías se presenta excepcionalmente con el aparato de los conquistadores, pero el caballo es un mulo (como en el cortejo que consagrará a Salomón: 1 Re 1,33), porque es un rey manso y el siervo de Yavé.

En el mundo helenístico, un cortejo tal formaba parte del ritual de la parusía: la ceremonia del triunfo de los imperatores podía dar a los cristianos la imagen de la venida escatológica del Señor. Las aclamaciones de la multitud son del Sal 117 (vv. 25s), el último del hallel, utilizado en las mayores solemnidades y en la fase conclusiva-ritual de las peregrinaciones; la palma, que en la mentalidad helenística tiene significado de victoria (1 Mac 13,51; Jn 12,13; Ap 7,9), rememora las celebraciones de la fiesta de los tabernáculos, en cuyos días Israel escenificaba la marcha por el desierto.

Con este signo se cierran las procesiones bíblicas. Durante esta procesión Jesús llora sobre Jerusalén, y dos días después pronunciará el discurso escatológico. Desde el momento en que se rasga el velo del templo, algo ha cambiado: Cristo ha muerto fuera de la ciudad; las narraciones evangélicas se cierran sobre el monte de los Olivos, bajo la bóveda del cielo. El libro de los Hechos nos muestra a la iglesia alejándose progresivamente de Jerusalén: ¿debe tal vez interpretarse este signo en el sentido de que la iglesia se dilata según las dimensiones del mundo? En el Apocalipsis, escrito cuando la ciudad y su templo ya han sido reducidos a la ruina, se presenta la ciudad celeste sin el templo. En ella ya no hay procesiones porque el camino está ya realizado. El único movimiento será reunirse al Resucitado, cuyo cuerpo es el nuevo templo; la escena central del Apocalipsis es la asamblea de los elegidos en torno al altar del Cordero y al trono de Dios. Pero la realidad plena, ya realizada en Cristo, debe difundirse todavía en la iglesia y entre los hombres; por eso el signo de la procesión es todavía posible; es más, necesario.

Las narraciones bíblicas están de acuerdo sobre los elementos comunes que nos ayudan a definir la procesión cristiana: Dios camina a la cabeza de su pueblo entre invocaciones de súplica y aclamaciones de alabanza; la procesión es la ritualización del peregrinar de los hombres sobre la tierra; el camino se proyecta en la escatología y es motivo de esperanza en el advenimiento del mundo futuro, al que se orienta la esperanza; el pueblo se ordena por categorías, cada uno según su papel; el tono festivo y lúdico está muy marcado; la procesión se dirige hacia el templo, donde se concluye normalmente con los sacrificios. Son los elementos que deberemos encontrar en la procesión litúrgica, que sigue conservando su significado en la iglesia.


III. Desde la historia de la liturgia

Para valorar la fenomenología de las procesiones es necesario confrontar la teología bíblica con la historia de la liturgia; el orden histórico, mejor que el jurídico de los libros litúrgicos, constituye para ello, en cierto modo, la exégesis, y ayudará a comprender su significado e importancia.

Mientras la iglesia no tuvo libertad religiosa, no se pensó evidentemente en las procesiones; éstas aparecen después de la paz constantiniana, primero de forma sobria y excepcional, luego cada vez más numerosas y en perjuicio de la calidad.

1. PROCESIONES QUE CONMEMORAN LOS MISTERIOS DE CRISTO. Son celebraciones que se refieren directamente a la historia de la salvación; evidentemente son las más significativas. La lectura bíblica prolonga su eficacia en la animación simbólica, haciendo revivir sus frutos.

a) La presentación de Jesús en el templo es el término de una peregrinación que tiene el significado de la entrada y la toma de posesión del templo por parte del Señor; por eso su anamnesis ha asumido la forma de procesión. Nacida en Oriente (Egeria habla de ella en su Peregrinatio: cf tr. A. Arce, BAC 416, Madrid 1980, 271), fue introducida en Roma —desde donde se difundió en Occidente— por un papa griego, Sergio I (687-701). Los cantos, adaptaciones de troparios bizantinos, subrayan el tema de la luz (en analogía con la fiesta de la epifanía, de la que es la conclusión), a la que los griegos son muy sensibles. Occidente, durante el medievo, hizo de ella una procesión en honor de María (la candelaria), introduciendo la bendición de las candelas y sin salir de la iglesia.

b) También de la procesión de las palmas nos da la primera noticia Egeria (o.c., 283.285). Nació en una iglesia la de Jerusalén— que celebra el misterio de Cristo historizándolo; por este motivo recorta alguno de sus aspectos para evidenciar los misterios particulares del mismo. El éxito y la popularidad de esta evocación conmemorativa se afirmaron desde el principio; la comunidad revive, dramatizándola, la escena evangélica que se lee al principio, rehaciendo después el recorrido hecho por Cristo. La celebración no tardará en imponerse en Occidente, que hará de ella una procesión en honor de Cristo rey, recorriendo un itinerario de una iglesia extraurbana hasta la catedral (en el medievo era la procesión tipo, que movilizaba a la ciudad entera). A lo largo de los siglos habrá evoluciones, como la de la bendición de los ramos, que tanto estima la gente todavía hoy. En los textos (formularios y rúbricas) se nota uná notable analogía, con reclamos, con la procesión del 2 de febrero (presentación del Señor).

c) La procesión del "epitafio Los bizantinos, en la celebración nocturna del viernes santo, llevan en la procesión un paño que representa la sepultura de Cristo (análogo al antimension, el equivalente del corporal): se deriva de la procesión de la sábana santa, durante algún tiempo custodiada en la capilla imperial de Constantinopla. Al entrar en la iglesia, la procesión desfila bajo el epitafio, simbolizando cómo nosotros, mediante el bautismo, somos consepultados en la muerte de Cristo. Es una procesión popular asumida por la liturgia hasta hacer de ella una celebración conmemorativa de un misterio de Cristo.

d) En la liturgia latina tiene un profundo significado la procesión con el cirio al comienzo de la vigilia pascual: este cirio está cargado del simbolismo de la luz en la noche del éxodo y de la presencia del Resucitado. A medida que la procesión avanza, a las aclamaciones del lumen Christi, la luz del cirio se propaga a las velas de los participantes, haciéndoles pasar simbólicamente de las tinieblas a la luz. Es el rito que hace de prólogo a la máxima celebración de toda la liturgia. El cirio se encenderá también durante las celebraciones que, de algún modo, quieren significar el paso pascual: bautismos y funerales principalmente.

2. PROCESIONES EXTRAORDINARIAS Y OCASIONALES. a) La traslación de las reliquias. Apenas gozaron de paz, los cristianos se las ingeniaron para dar una sepultura de honor a los mártires, los hermanos en la fe que más se habían conformado con el misterio pascual de Cristo. Aquéllas llegaban a constituirse en lugares de culto, bien en el lugar mismo del martirio o bien dentro de los muros, trasladando las reliquias a una iglesia que se les dedicaba. Estas traslaciones se hacían con gran solemnidad, por tratarse de un signo que celebra la iglesia del cielo. El nuevo rito para la dedicación de la iglesia y del altar (RDI) prevé la posibilidad, con ocasión de la 1 dedicación de la iglesia, de la procesión con las reliquias que serán colocadas bajo el altar (inspirándose en Ap 6,9; cf RDI 35; 39; 58, etc.).

b) Análogos a las precedentes, por la índole pascual que los aproxima a las procesiones memoriales, son los cortejos fúnebres o exequiales: se trata de procesiones con tres estaciones —en la casa del difunto, en la iglesia y en el cementerio—, allí donde es todavía posible hacerlas. Como en el caso de los mártires, se da honor al cuerpo que ha sido santificado, mediante los sacramentos, por la acción del Espíritu Santo; la fe en la resurrección le confiere una índole escatológica (cf RE passim).

c) Ya en la antigüedad tenemos procesiones por causa pública, sea para dar gracias, sea en caso de calamidades (con carácter de súplica) o penitenciales; el medievo fue muy sensible a este modo de orar y lo vivió intensamente (con los pies desnudos, vestidos de saco, la cabeza cubierta de ceniza y el rostro oculto).

Históricamente se han venido desarrollando las procesiones purificativas, derivadas del paganismo: consistían en dar la vuelta a los lugares que habían de ser exorcizados o bendecidos. En el campo adquirieron importancia las rogativas (también llamadas letanías mayores y menores, porque se cantaban en ellas las letanías de los santos).

En las ciudades eran significativas las procesiones estacionales durante la cuaresma y en la semana pascual: la comunidad se reunía en la iglesia ad collectam, desde donde se partía procesionalmente hacia la "estacional".

En todos los casos se concluía con la celebración eucarística.

3. PROCESIONES RITUALES O CEREMONIALES. Cuando en el desenvolvimiento de la acción litúrgica se precisa un desplazamiento de personas —dentro de la asamblea y en el lugar mismo donde se celebra—, se suele hablar de procesión (en realidad el término se usa impropia o análogamente, porque una procesión supone el traslado de la asamblea de un lugar a otro). Las procesiones dentro de un rito, del que se habla frecuentemente en los nuevos libros litúrgicos, son de este género; por tanto se procurará no falsear el concepto. Nos limitamos a un inventario de las más importantes, remitiendo, para completarlo, a los respectivos libros litúrgicos.

a) En la celebración de la eucaristía tenemos: la procesión inicial (entrada de los ministros); a las del evangelio y de las ofrendas en los ritos orientales corresponden, respectivamente, la pequeña y gran entrada; la de la comunión; el domingo es posible la procesión lustral, que recuerda el bautismo y subraya el carácter pascual del día del Señor.

b) La procesión con los óleos sagrados, en jueves santo: después de la misa crismal, en la catedral, y, en la misa vespertina, para presentarlos a la comunidad parroquial (ver RO 210-211).

c) La procesión de los "presanticados" (se trata de una costumbre oriental que pasó a la iglesia latina): después de la misa vespertina in coena Domini se traslada procesionalmente el pan consagrado al lugar preparado para la adoración; desde aquí se le volverá a llevar al altar durante la acción litúrgica del viernes santo para la comunión de la asamblea.

d) En la última parte del rito del bautismo se hace la procesión del baptisterio al altar, con la vela encendida. Están previstas otras procesiones en los ritos progresivos de la iniciación cristiana de los adultos: la más importante es la de los neófitos, del baptisterio al altar (el RICA no habla de ello porque la arquitectura de las iglesias de hoy no prevé normalmente un baptisterio autónomo).

4. PROCESIONES DEVOCIONALES Y VOTIVAS. Su popularidad está en razón inversa de su importancia litúrgica; tal como nacieron históricamente y según se las celebra con frecuencia, no es fácil ver su conexión con el misterio de la salvación.

a) Procesiones eucarísticas. La del Corpus Domini es, en orden cronológico, la última de la serie; pero con el paso de los años se ha convertido en la más importante de todas. Nacida, como prolongación de la misa, del "deseo de ver la hostia", ha evolucionado convirtiéndose en fiesta de la realeza de Cristo, y ha adquirido carácter de purificación (la presencia del Señor bendice a la ciudad y a los hombres) y de adoración (para suscitar la fe en la presencia real). A diferencia de la procesión del viático y de la de los "presantificados", no desemboca en la comunión. La desproporción entre la importancia de la misa y la que se da a la procesión no debe descompensar el significado de la eucaristía; el culto eucarístico debe manifestar dependencia, conexión y referencia a la celebración, que tiene importancia primaria (cf RCCE 101-105 y 112d, Procesiones eucarísticas).

b) Procesiones en honor de la Virgen y de los santos. Lo mismo que en Oriente, las de la natividad de María, anunciación y dormitio, junto con la del 2 de febrero, son las más antiguas que se celebran en honor de la Virgen: se llevaban en procesión los iconos correspondientes y, si se hacían por la noche, se iluminaban con antorchas. Desde el medievo, con el surgir de las fiestas patronales, nacieron y se multiplicaron las procesiones con reliquias, efigies o estatuas de la Virgen o de los santos; tal hecho asumió proporciones espectaculares, sobre todo en cuanto a la pompa, a partir del período barroco. Las particularidades del fenómeno son muy variadas, con notables diferencias entre campo y ciudad, entre cultura y subcultura.

Concluyendo, podemos resumir los elementos de la procesión cristiana en los siguientes puntos,: 1) reunión en un determinado lugar de la comunidad eclesial local; 2) procedimiento según cierto orden; 3) un lugar de culto fijado como meta; 4) la oración intensa —sobre todo el canto—, que hace de la procesión un tiempo excepcionalmente fuerte de la vida litúrgica; 5) celebración de un misterio cristiano. A éstos debería añadirse la celebración eucarística como conclusión; pero sólo la encontramos en las procesiones de origen más antiguo; las más recientes, o se hacen después de la misa (procesiones eucarísticas) o están totalmente separadas de ella. En síntesis, las procesiones están ligadas a modelos bíblicos, pero también en conexión con la cultura: son los dos componentes, que deben encontrar un constante equilibrio, so pena de que el signo decaiga; el signo, además, ha de ser salvífico, es decir, fundado en la revelación.


IV. Reflexiones teológicas

Según los datos de la antropología (-> supra, I) y de la biblia (-> supra, II), la procesión aparece como un hecho sólido y fundado, y un signo apto para celebrar el misterio de Cristo (y no sólo un fenómeno religioso susceptible de ser cristianizado). Una actitud iconoclasta al respecto sería equivocada e injusta. La procesión es un valor por sí misma; requiere ser reestudiada e inculturada con claridad. Sin embargo, de hacer caso a la historia (-> supra, III), resulta que, al decaer la liturgia, la procesión se ha cargado poco a poco de elementos negativos: se ha pasado de las procesiones memoriales a las devocionales; pero éstas han descendido de un plano cristiano a un plano simplemente religioso (con todas las posibles contaminaciones a las que puede someterse lo sagrado).

Los estudiosos y los documentos pastorales ponen de relieve en ellas graves desviaciones: la inautenticidad cristiana y la decadencia de los contenidos; la vuelta del paganismo, la exterioridad, la mundanización; las expresiones oscuras de la religiosidad, como la superstición y el fanatismo; la religiosidad aberrante, el exhibicionismo, el derroche, que es una provocación para los pobres. En algunos casos las procesiones se reducen a un desfile de asociaciones, de religiosos y de clero entre dos filas de pueblo pasivo; o a una parada folklórica de dignatarios, eclesiásticos y laicos (éstos, tal vez, no creyentes), que exhiben antiguos y extraños objetos históricos; o en una anacrónica parada triunfal de una minoría, por sincera y ferviente que pueda ser, en medio de un pueblo .que asiste sin la fe necesaria para captar el significado de la celebración.

Si del análisis sociológico pasamos al psicológico, las deformaciones resultan todavía más graves: una búsqueda de protección y de seguridad por parte de gente que no tiene alternativas en el plano económico, político y social; la pasividad y la dependencia de un mundo sacral y de una religión del miedo; la marcada manifestación exterior, que denuncia una ausencia de vitalidad interior, la religiosidad reducida a episodio, sin que se traduzca en la vida.

En perspectiva cristiana se notan aún otros desfases: la falta de referencia a la palabra de Dios; despreocupación por insertarse en el año litúrgico; el acento en formas marginales (búsqueda de milagros, en vez de compromiso; cristianismo reducido a religión de los santos; devociones que marginan a los sacramentos; procesión como momento principal de la fiesta; formas devocionales exageradas y aberrantes; etcétera).

Estas manifestaciones no son la verdadera procesión y, en consecuencia, no deben generalizarse de modo absoluto; son las desviaciones, no la sustancia. Existe después una panorámica muy variada que debe estudiarse interdisciplinarmente, porque la procesión es un hecho complejo ". Esta tipología ayuda a entender por qué, en un mundo secularizado y pluralista que despierta el sentido crítico, existe, sobre todo entre los jóvenes y en el mundo de la cultura y del trabajo, alergia hacia las procesiones o, mejor, hacia una cierta imagen de ellas, creada a lo largo de los siglos. Su ocaso no significa su muerte, sino que es índice de la crisis de un cierto modo de realizarlas, ligado al pasado y ya no asimilable hoy.

La pastoral deberá orientarse hacia soluciones adecuadas que privilegien no las formas que tienen mayor éxito', sino las más válidas, hacia las que se orienta la auténtica tradición. Una procesión que se contenta con apoyarse en sentimientos religiosos populares es de por sí insuficiente; las que apuntan a lo devocional deben tener en cuenta el SC 13, que quiere que estén en armonía con la liturgia, deriven de ella y hacia ella se orienten. Las procesiones por ello deben ser auténticos actos de culto y testimonios convincentes de fe.

No es éste el lugar para sugerir indicaciones pastorales técnicas. A lo largo de la exposición, especialmente en la reflexión bíblica e histórica (-> supra, II-III) han emergido, directamente o por contraste, constantes significativas, que parece deben orientar la lectura del fenómeno y la elección de criterios en los que ha de inspirarse la praxis. Los elementos que encontramos en los orígenes cristianos deben ser considerados como paradigmáticos, aunque ha de tenerse en cuenta la situación de hecho y la cultura cambiante. Donde el problema se ha repensado seriamente y se ha iniciado una pastoral iluminada y valiente —integrando positivamente los aspectos en los que había lagunas y resolviendo los críticos— se han obtenido resultados notables y también las procesiones se renuevan.

[-> Devociones; -> Gestos; -> Religiosidad popular].

S. Rosso


BIBLIOGRAFÍA: Aldazábal J., Caminar, en "Oración de las Horas" 7-8 (1984) 223-230; Carretón E., Las rogativas, en "Liturgia" 6 (1951) 65-71; Martimort A.-G., Procesiones, peregrinaciones, jubileos, en La Iglesia en oración, Herder, Barcelona 1967', 691-700; Moll X., Peregrinaciones, en DE 3, Herder, Barcelona 1984, 146-148; Righetti M., Las procesiones eucarísticas, en Historia de la liturgia 2, BAC 144, Madrid 1956, 546-549; Sciadini P., Procesiones, en DE 3, Herder, Barcelona 1984, 191-192. Véase también la bibliografía de Devociones y Religiosidad popular.