ORACIÓN Y LITURGIA
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SUMARIO: I. La oración cristiana en el mundo actual - II. Fundamentos bíblicos de la oración: 1. Israel, "un pueblo que sabía orar"; 2. La oración en el NT: a) La oración de Jesús, b) La oración de la iglesia, c) De la oración bíblica a las fórmulas litúrgicas - III. Dimensiones de la oración cristiana: 1. Aspecto trinitario; 2. Carácter eclesial; 3. Densidad antropológica - IV. Actitudes características, formas típicas, momentos específicos de la oración litúrgica: 1. Actitudes de la oración: a) La escucha de la palabra, b) Agradecimiento y alabanza orante, c) Invocación y súplica, d) Arrepentimiento y ofrecimiento sacrificial, e) Intercesión; 2. Formas típicas de la oración litúrgica; 3. Momentos de la iglesia en oración - V. Orientaciones pastorales: 1. La liturgia, cumbre y norma de la oración cristiana: a) Una liturgia auténticamente orada, b) Norma de toda oración cristiana; 2. Oración litúrgica y devociones; 3. Oración litúrgica y celebraciones modernas; 4. Hacia nuevos espacios de oración litúrgica.


La oración es un fenómeno religioso universal de comunicación con la divinidad. La encontramos, con fuertes acentos patéticos y poéticos, en todas las religiones; por ella el hombre se eleva hasta Dios con el deseo de unirse con él o invoca su nombre para que intervenga en los acontecimientos de la historia y en los fenómenos de la naturaleza; este diálogo con la divinidad surge de la presencia de lo -> sagrado, que el hombre percibe en el ámbito de la naturaleza, o bien en la revelación
que Dios ha querido hacer de sí mismo a través de las múltiples tradiciones religiosas'.

En el ámbito estrictamente cristiano, la oración hunde sus raíces en la experiencia histórica del pueblo de Israel, "un pueblo que sabía orar" (J. Jeremias) y que ha enseñado al mundo a orar. La peculiar revelación hecha por Dios al pueblo elegido funda y llena de acentos particulares el diálogo orante de Israel, diálogo que se enriquece progresivamente en la medida en que el pueblo elegido avanza en su historia. Jesús, nacido y educado en este pueblo amante de la oración, es el vértice de la religiosidad, el maestro y el modelo de la oración. Siguiendo su ejemplo y su mandato, la iglesia ora; es más, desde el alborear de su historia, después de la resurrección del Señor, se presenta como una comunidad orante.

Éstas son las características de la oración en el cristianismo: responde a una revelación del Dios de la historia de la salvación; se hace según el ejemplo y el nombre de Jesús; no es un simple sentimiento o impulso del corazón humano, sino obra del Espíritu que clama en nosotros "Abbá!, ¡Padre!" (Rom 8,15; Gál 4,6).

Cuando la iglesia, reunida en nombre de Jesús para celebrar su misterio, responde a la revelación de Dios con la fuerza del Espíritu y se expresa con actitudes de oración y con fórmulas que derivan de la tradición cristiana, nos encontramos frente a un particular tipo de oración litúrgica. Es sobre todo de ésta de la que trataremos, intentando ilustrar su fundamento en la revelación, sus dimensiones propias, las fórmulas características de expresión, la relación con otras formas de oración del cristiano.


I. La oración cristiana en el mundo actual

En los últimos decenios hemos asistido a un fenómeno pendular de crisis y de despertar de la oración en la iglesia. El fenómeno de la -> secularización ha sometido a una vasta operación de crítica el fenómeno de la oración. Las hermenéuticas de la sospecha suscitaron dudas sobre los fundamentos de esta relación con Dios, por lo que tal relación debía clarificarse a la luz de la nueva imagen de Dios y del hombre. La oración, ¿no es un inútil balbucir del hombre, una proyección subjetiva de sentimientos? ¿No podría ser una forma alienante de fuga de los propios deberes, un culto a la pasividad, un refugiarse en un "Dios tapagujeros"? Más aún, ¿es siquiera posible hablar objetivamente con Dios en la intimidad? ¿No hace falta, más bien, buscar a Dios en los demás y hacer de la oración, en todo caso, una propuesta discursiva en función de una intervención operativa en el mundo político y social?' Estos y otros interrogantes surgidos sobre la oración en los últimos decenios han provocado una desvalorización de la plegaria misma como práctica, pero también una búsqueda comprometida de una nueva teología del fenómeno de la oración. Esta búsqueda no ha sido infructuosa.

La teología ha recuperado plenamente las bases bíblicas de la oración cristiana, en cuanto escucha de la revelación que Dios ha hecho en Jesucristo y en su Espíritu, y consiguiente respuesta de un pueblo a un Dios presente en medio de él. La oración no es, por tanto, una proyección subjetiva, sino más bien una respuesta a un Dios que se revela como Padre; tampoco es un refugio alienante, pues Dios expresa su voluntad y remite al orante al cumplimiento de su voluntad en la caridad y en la justicia, lo compromete con aquellas cosas que él pide. Liberada de estos dos prejuicios —el subjetivismo individualista y la consolación descomprometida—, la oración cristiana ha tenido en los últimos tiempos un notable reforzamiento teológico, en la medida en que se ha realizado una clarificación de la imagen de Dios y de las verdaderas dimensiones del hombre, cuya suprema dignidad consiste en la vocación a la comunión con Dios (GS 19).

Al mismo tiempo también la práctica de la oración ha experimentado un notable despertar, gracias a la renovación litúrgica y a la revalorización de la religiosidad popular, al reflorecimiento de las expresiones individuales de oración y de meditación (no raramente inspiradas en técnicas meditativas no cristianas) y al fenómeno de la oración comunitaria como búsqueda orante de la voluntad de Dios o como libre y jubilosa manifestación del Espíritu en los diversos "grupos carismáticos"'.

Esta simple alusión nos permite captar la amplitud del fenómeno de la oración en el mundo actual, su unidad fundamental, la variada posibilidad de formas que puede adoptar. En este contexto nos parece oportuno puntualizar desde ahora la importancia que tiene la oración litúrgica; a ella se le pueden aplicar por extensión los conceptos de fuente y cumbre (SC 10) propios de la liturgia en relación con la vida de la iglesia. Es obvio que la oración litúrgica, como forma típica de la oración eclesial, no agota todas las posibilidades de oración de la iglesia y del cristiano. Y, sin embargo, es a ella a la que se aplica en el sentido más genuino la noción de oración cristiana: conforme a ella han de modelarse, para ser auténticas, todas las demás formas y fórmulas de diálogo con Dios, por Cristo y en el Espíritu.


II. Fundamentos bíblicos de la oración

Toda la biblia, AT y NT, es por excelencia el libro de la oración. Desde el primer acto creador de Dios en el Génesis hasta el último grito orante de la esposa en el Apocalipsis se desarrolla en la biblia un diálogo hecho de palabras y de obras de Dios y de respuestas del hombre, que, como la misma revelación y la historia de la salvación, es ya auténtica oración en sentido amplio. En este tejido dialógico emergen los grandes orantes y amigos de Dios y las formas originales de relación con él, individuales o colectivas, que son las grandes oraciones. En todo el AT, el libro de los Salmos, síntesis de la oración de Israel, microcosmos de sentimientos humanos y religiosos abiertos a Dios, ofrece un ejemplo emblemático. En el NT emerge la figura de Jesús, modelo y maestro, que enseña a sus discípulos a orar con la oración del padrenuestro, que libera los sentimientos más nobles de un hombre en su relación orante con Dios. La comunidad de los discípulos sigue sus huellas y enriquece la experiencia de oración de Israel con nuevos sentimientos y nuevas fórmulas. Nos parece oportuno trazar con más detalle este arco de la oración bíblica, que sigue siendo el fundamento y la inspiración de la oración cristiana.

1. ISRAEL, "UN PUEBLO QUE SABÍA ORAR". Se ha observado que, respecto a las religiones anteriores, Israel se caracteriza por un tipo de oración narrativa más que descriptiva, porque el Dios al que se dirige es el Dios que ha penetrado en su historia. De hecho, el Dios de los patriarcas y del éxodo, de los jueces y de los profetas, es el que se ha revelado con su propio nombre y se ha hecho presente en medio del pueblo, interviniendo activamente en su historia. El Dios al que se dirige Israel es un Dios cercano, más aún, presente en el lugar de su revelación —la tienda y el templo—; ha realizado maravillas que permanecen para siempre como memorial; ha estipulado una alianza a la que permanece fiel; proyecta al pueblo hacia las futuras promesas. Sobre la base de estos títulos hablan con él e invocan su nombre los grandes orantes del AT: Abrahán, Moisés, David y Salomón, Jeremías y Elías, Job o el autor del libro de la Sabiduría. De estos grandes amigos de Dios el pueblo aprende a orar repitiendo las mismas fórmulas o inspirándose en los mismos sentimientos. Israel vive inmerso en una historia cuyas etapas pasadas están siempre en la memoria como motivo de alabanza por las maravillas realizadas por Dios y como motivo de esperanza por las promesas que todavía no se han cumplido; incluso cuando, como sucede con frecuencia, los acontecimientos parecen contradecir las maravillas pasadas y las promesas, Israel expresa en la oración el arrepentimiento, o en la audacia de la súplica invoca a Dios reprochándole el olvido de su pueblo. De esta forma la oración de los individuos y de todo el pueblo ritualiza constantemente la historia dentro de la que Dios se ha revelado en la progresión de sus intervenciones. La oración de Israel se dirige al Dios de la creación y de la historia salvífica; y es ésta, incluso a nivel individual, pero siempre en la perspectiva de la colectividad, la que forma el objeto mismo de la oración.

Una terminología bien nutrida desvela la riqueza de los sentimientos con los que el pueblo de Israel habla con Yavé: ofrecer-sacrificar, gesto espontáneo y primitivo de confesión de la soberanía; inclinarse, actitud de adoración y de súplica; juzgar, petición hecha a Dios para que diga la última palabra sobre el hecho narrado; invocar, hacer presente al Señor con su nombre para proclamar la fe en él y su alabanza; pedir, con toda la variada gama de sentimientos que expresan la necesidad y la confianza en el cumplimiento. Prevalece como característica de Israel la terminología de la alabanza: narrar, recordar, confesar, cantar lo que Yavé es y lo que ha hecho; es la bendición del nombre, con la narración de sus maravillas, que explota en el canto y en la alegría de una celebración popular.

Dos movimientos pendulares de la oración bíblica indican la alternancia entre la dirección teocéntrica y el repliegue antropocéntrico. El impulso del corazón hacia Dios se expresa en el reconocimiento y en la bendición del nombre de Yavé y de la grandeza de sus obras, con acentos más o menos interesantes. En cambio, la experiencia de un hecho doloroso encierra al hombre y al pueblo en sí mismo, aunque sin dejar de abrirse a Dios; aparece entonces la súplica o la lamentación, la petición confiada, la confesión de la propia inocencia o bien la ardorosa intercesión por los otros; con frecuencia este tipo de oración tiene como origen la disminución de los bienes temporales inmediatos de la vida o de la felicidad que el israelita considera respuesta normal de un Dios que ha prometido fidelidad. Sólo una larga pedagogía de la historia llevará al descubrimiento de una oración humilde, de esperanza y de espera, que tiene como consecuencia la escucha y el cumplimiento de la voluntad del Señor.

Todos los lugares son aptos para orar y todas las horas son buenas para dirigirse a Dios. A Israel le gusta orar en los lugares marcados por la presencia especial de Yavé, particularmente en el templo, al que se dirige simbólicamente la oración.

Así Daniel ora tres veces al día (Dan 6,11), probablemente en concomitancia con las horas de la oración en el templo; pero se ora también por la noche (Sal 118,55); hasta siete veces al día se dirige a Dios el salmista (Sal 118,164). Es sobre todo en la liturgia del templo de Jerusalén, con ocasión de las fiestas memoriales, donde Israel alcanza el vértice de su oración comunitaria, contempla el rostro de Dios y recibe la bendición del Señor.

Aunque la oración es un grito del corazón, encuentra el modo de exteriorizarse en gestos que hacen del hombre entero un ser orante e implican a todo el pueblo; la inclinación y la postración, las manos y los ojos alzados hacia el cielo o hacia el santuario, el batir rítmico de las palmas, la danza y la procesión hacia el altar, el sonido de los instrumentos musicales dan a la oración del pueblo elegido un sentido pleno de expresividad [-> Gestos].

La oración sella los diversos acontecimientos de la historia de Israel, pero con la constante capacidad de hacer presentes en el memorial las maravillas obradas por Dios y sus promesas, que la lectura de la biblia y la oración litúrgica ritualizan continuamente [-> Memorial].

2. LA ORACIÓN EN EL NT. También el NT, no menos que el AT, es libro de oración. En él destaca Jesús, el modelo y maestro; Pablo, el hombre de la oración apostólica incesante, habla de él y hace resonar su oración en las cartas; por todas partes la iglesia se constituye como comunidad de oración con acentos nuevos; finalmente, la comunidad escatológica del Apocalipsis es descrita como una asamblea de alabanza y de intercesión. Todo el horizonte de la oración del NT está impregnado de la presencia de Jesús. Una feliz intuición establece, en efecto, una posible lectura cristológica del tema de la oración en tres etapas sucesivas: a) las tradiciones evangélicas que se refieren a la vida pública de Jesús lo presentan como el orante por excelencia, como el que enseña a orar con nuevas fórmulas y exhorta a orar con frecuencia en su nombre; b) otro grupo de textos, que se refiere especialmente a la experiencia de la iglesia primitiva desde la ascensión hasta la destrucción del templo de Jerusalén, insiste en la oración en el nombre de Jesús, presentado como el mediador; c) finalmente, un tercer conjunto de textos, que refleja la vida de la iglesia después de la destrucción del templo, va más allá: invoca a Jesús como al Señor y ve en él el lugar de la oración, el verdadero templo en el que los cristianos oran.

Un análisis redaccional de todo el NT en orden a una selección de textos eucológicos nos revela la riqueza de fórmulas de oración diseminadas en él y confirma la ósmosis vital entre la oración de la comunidad apostólica y las fórmulas doctrinales contenidas en el NT. Encontramos en el NT la bendición de Zacarías, de María y de Simeón, como eslabones de unión con la anterior tradición; las oraciones de Jesús; las grandes alabanzas trinitarias de Pablo; los cantos del Apocalipsis. Pero se pueden descubrir también himnos o fragmentos de himnos de la comunidad primitiva, aclamaciones e invocaciones, fórmulas de profesión de fe y doxologías, bendiciones y saludos augurales de estilo orante, breves súplicas. En todo el NT palpita la experiencia de la iglesia en oración.

a) La oración de Jesús. Los evangelistas, especialmente Lucas, subrayan unánimemente la oración intensa y frecuente de Jesús durante su vida pública; ella se inserta en el ritmo ordinario de la jornada, como parece indicar Marcos (1,35), y se hace más intensa en momentos particulares y significativos, como el bautismo (Lc 3,21-22), la elección de los apóstoles (Lc 6,12), la transfiguración (Lc 9,28-29), antes de algún milagro, como la multiplicación de los panes (Jn 6,11 y paralelos) y la resurrección de Lázaro (Jn 11,41). Su actitud de oración se hace aún más intensa en las horas de la pasión (Jn 12,27s); en la última cena, cuando pronuncia su gran oración de glorificación e intercesión (Jn 17); en medio de la angustia del huerto de los Olivos, cuando llama a Dios Abbá y se pone en sus manos (Mc 14,36); en el grito del abandono sobre la cruz, pronunciado con las palabras del Sal 21: "Dios mío, Dios mío..." (Mc 15,34), y en la oración de confianza extrema con la que se pone en las manos del Padre antes de expirar (Lc 23,46). Los evangelistas no señalan ningún gesto de oración en el Resucitado; pero él, según la carta a los Hebreos, está vivo, a la derecha del Padre, e intercede por nosotros (Heb 7,25)

Jesús enseñó a los discípulos a orar (Mt 7,7) con perseverancia y humildad (Lc 11,5-13; 18,9-14), en lo oculto, donde el Padre escucha (Mt 6,5-6), empeñándose en cumplir la voluntad del Padre (Mt 7,21); ha prometido su presencia entre quienes se reúnen en su nombre para orar, comprometiéndose a conceder cuanto pidan con fe (Mt 18,20). A los discípulos que le rogaron: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11,1), Jesús les enseñó la oración del padrenuestro, incluida por Lucas en el contexto de una instrucción global sobre la oración (Lc 11,2ss), y por Mateo en la sección del sermón de la montaña, en el ámbito de la revelación de la paternidad y la providencia de Dios (Mt 6,9-13.25-34). En esta oración Jesús invita a dirigirse a Dios llamándolo Padre para cumplir, como él, su voluntad.

b) La oración de la iglesia. Desde las primeras páginas de los Hechos la comunidad de los discípulos, fiel a las enseñanzas de Jesús, aparece como un grupo que ora (He 1,14; 2,42; 4,24s; 12,5.12), que se distingue por dos notas evangélicas derivadas de la enseñanza del Maestro: la unidad de los corazones y la perseverancia fiel. Las comunidades apostólicas que van naciendo se reúnen en asamblea para la escucha de la palabra y la oración (Ef 5,18-20; Col 3,16-17). Pablo ofrece el ejemplo de su oración ardiente con las grandes bendiciones que abren sus cartas (Ef 1,3-14; Col 1,3.13-20) y con la exhortación a una intercesión universal (1 Tim 2,1-8). El cristiano tiene conciencia de orar con el mismo espíritu de Jesús (Rom 8,15; Gál 4,6) y en su nombre. Las fórmulas de la oración son generalmente "salmos, himnos y cánticos inspirados" (Ef 5,18), pero tienen ya la riqueza del misterio de Cristo y de la revelación hecha por su palabra, como podemos ver por las oraciones de Pablo y por los fragmentos de los antiguos himnos cristianos contenidos en las cartas apostólicas (Ef 5,14; Flp 2,5-11; 1 Pe 2,21-25). También Jesús es invocado como Señor; se espera su venida con la fórmula Maraná tha, "Ven, Señor Jesús" (1 Cor 16,22; Ap 22,20). Todo el culto de la iglesia primitiva se desarrolla, por tanto, en un ambiente de oración, con fórmulas apropiadas; junto con la fracción del pan, la oración es el sacrificio espiritual de los cristianos, ofrenda de alabanza a Dios, fruto de los labios que confiesan su nombre (Heb 13,15) 9.

Esta rica experiencia, que va desde el AT hasta la praxis de la comunidad apostólica, sigue siendo el punto de referencia para toda oración cristiana, que debe conformarse a los mismos principios e inspirarse en los mismos sentimientos.

c) De la oración bíblica a las fórmulas litúrgicas. Desde los primeros tiempos de la iglesia podemos detectar la progresiva fijación de los cánones de la oración cristiana, de sus formas típicas, de las mismas horas de la oración. En la formación de estos cánones tuvieron un influjo determinante las mismas fórmulas del AT y del NT, con la novedad que los cristianos proyectaron sobre las oraciones del AT, interpretadas en sentido pleno ya a la luz de Cristo. No podemos olvidar los posibles influjos de la eucología judía extrabíblica, tal como la conocemos hoy, especialmente con las oraciones que acompañaban los sacrificios de la mañana y de la tarde, como la Yózer, bendición matutina, y la gran oración de bendición e intercesión o Tephillah.

Entre las fuentes más antiguas de la oración de la iglesia podemos recordar la Didajé, que prescribe la triple recitación cotidiana del padrenuestro —¿en sustitución tal vez de la fórmula judaica de la Shemá? (cf Dt 6,4-9)—, con la añadidura del embolismo: "Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos", y que incluye una plegaria eucarística todavía fuertemente influida por elementos eucológicos judíos. Con la misma inspiración judeo-cristiana se compusieron algunas fórmulas bajo el nombre de Odas de Salomón. Ejemplos de oración de intercesión de gran extensión y complejidad los encontramos en la Primera carta a los Corintios, de Clemente Romano.

En el Martirio de Policarpo se nos transmite una hermosa oración de acción de gracias y de ofrecimiento, inspirada probablemente en el estilo de la oración eucarística, de la que ofrece algunas alusiones Justino en la 1 Apología.

La teoría y la práctica de la oración son muy pronto tratadas sistemáticamente, como en los escritos de Cipriano y de Tertuliano, de Clemente Alejandrino y de Orígenes. En estos escritos se fijan también las horas de la oración cristiana, recurriendo al ejemplo de los grandes orantes del AT y a la tradición de los apóstoles.

La oración litúrgica de la iglesia en Occidente aparece ya bien estructurada y clasificada en sus formas típicas en la Tradición apostólica de Hipólito. Esta obra nos ofrece un esquema amplio de oración eucarística, fórmulas para la ordenación del obispo, del presbítero y del diácono. Aparece en las mismas bien definida la oración de la comunidad y del cristiano en las diversas horas de la jornada y se insiste en la oración de la tarde o lucernario, incluyendo una fórmula cristológica para esta hora, que coincide con la puesta del sol.

Aunque no podamos seguir la evolución de la oración eclesial a lo largo de la historia, no dejaremos de referirnos, en el momento oportuno, a las formas específicas de la oración litúrgica, especialmente en Occidente, tal como fueron fijadas en el período áureo de la liturgia romana IX.


III. Dimensiones de la oración cristiana

A la luz de estas premisas bíblicas, podemos trazar una síntesis teológica de la oración cristiana, válida para la oración litúrgica, pero indirectamente indicativa también para todas las otras formas de oración. Sustancialmente puede describirse la oración como el diálogo de la comunidad eclesial con el Padre por Cristo en el Espíritu Santo; este diálogo presupone la escucha y la acogida de la revelación hecha en la palabra, la fe en el misterio celebrado, la participación activa en la acción salvífica vivida en la liturgia. Poniendo de relieve a los protagonistas de la oración —Dios y su pueblo—, podemos captar esta triple dimensión de la misma: su sentido trinitario, con el papel especial que corresponde al Padre, a Cristo y al Espíritu; su carácter eclesial-comunitario; su densidad humana.

1. ASPECTO TRINITARIO. Según las antiquísimas fórmulas doxológicas cristianas, la oración se dirige al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo; ella completa el sentido dialógico de la revelación, que es manifestación de Dios por Cristo en el Espíritu a la iglesia (DV 2): la oración actualiza la historia de la salvación en la dimensión de respuesta a la revelación hecha por Dios con palabras y obras, y culminada en el don de Cristo y del Espíritu (ib).

Según el mandato y el ejemplo de Jesús, la oración se dirige al Padre, incluso cuando se usan términos como Dios, Señor. Es el Espíritu el que suscita en nosotros esta palabra y nos permite pronunciarla con audacia: "Nos atrevemos a decir". El Padre es el manantial de todas las gracias que se piden, el término de toda alabanza. En esta dimensión, la oración se convierte en la expresión de la condición filial del cristiano y debe estar empapada de los sentimientos característicos de la filiación divina: fe, ternura, confianza, abandono, empeño coherente en cumplir la voluntad del Padre. La oración litúrgica educa en este teocentrismo y pone al cristiano en la justa dimensión de religiosidad filial.

El cristocentrismo de la oración litúrgica es evidente. Además de ser el maestro y modelo, Cristo es el mediador, el sujeto y el objeto de la oración. Como mediador, ora por nosotros; como sujeto, es el orante que une a sí a la iglesia haciéndose presente en aquellos que se reúnen en su nombre; además lo invocamos directamente como Dios y pedimos al Padre el don de su Espíritu. Toda oración presupone a Cristo activamente presente, implicando en su alabanza e intercesión a la iglesia de la que es la cabeza y a la humanidad de la que es primogénito, según la expresión de Tertuliano: "Cristo es el sacerdote universal del Padre" (Adv. Marc. IV, 9,9: PL 2,405). El "une a sí de tal manera a toda la comunidad humana, que se establece una unión íntima entre la oración de Cristo y la de todo el género humano. Pues en Cristo y sólo en Cristo la religión del hombre alcanza su valor salvífico y su fin"20. Alcanza la eficacia de la oración hecha en su nombre y la universalidad de su alabanza y su intercesión, que por medio de la iglesia asume a toda la humanidad. El fundamento de la relación filial con Dios sigue siendo la unión con Cristo por medio del bautismo y con motivo de su presencia en medio de la asamblea.

La posibilidad y la certeza de un diálogo con el Padre nos las ofrece Cristo en el don de su Espíritu, que viene en ayuda de nuestra debilidad e intercede por nosotros con gemidos inefables (Rom 8,26). El Espíritu es el vínculo de la comunión entre los orantes y el artífice de la oración unánime. En los individuos y en la comunidad, como en un templo, el Espíritu suplica, alaba e intercede; nosotros, a nuestra vez, pedimos el Espíritu como don escatológico supremo, más allá del cual no se puede obtener nada mejor. El purifica e interpreta nuestra oración y nos hace capaces de esa coherencia filial que es condición de la invocación de Dios; toda auténtica manifestación orante, individual o comunitaria, es fruto del Espíritu. El, finalmente, Ileva a la iglesia a la profundidad teologal más pura en la oración y a la fidelidad en el cumplimiento de la voluntad del Padre.

2. CARÁCTER ECLESIAL. La oración cristiana deviene lógicamente eclesial por varios motivos: expresa el nosotros comunitario del pueblo de Dios y del cuerpo de Cristo; se funda sobre la participación en el único bautismo y sobre la confesión de la misma fe; aun admitiendo una gran variedad en las fórmulas, confirma el sentido de la comunión con la iglesia de todos los tiempos y de todas partes porque usa fórmulas típicas de la tradición bíblica y litúrgica antigua; tiene el tono de universalidad y la amplitud de horizontes característicos del pueblo de Dios; confiesa la comunión con la iglesia celeste y la solidaridad con los anhelos de toda la humanidad. Toda oración eclesial es en alguna medida oración de todo el cuerpo de Cristo, especialmente cuando se expresa en las asambleas locales, encarnaciones de la iglesia universal. Al ser la dimensión de la oración una nota característica de la iglesia, los cristianos han dado desde los primeros tiempos espacio autónomo a las reuniones de oración como momentos para expresar la propia fe y confirmarla en medio del mundo.

La oración cristiana ha tenido este carácter eclesial desde los orígenes porque en ella tenía lugar la confesión auténtica de la fe, la expresión de la comunión orante con todos los bautizados, la universalidad de las intenciones. Siguiendo esta eclesialidad es como se debe educar toda manifestación de oración en la iglesia.

3. DENSIDAD ANTROPOLÓGICA. En el diálogo con Dios, la oración abre ante él toda la riqueza humanitaria propia del cristiano y de la iglesia. Los sentimientos humanos, por sí solos, no bastan para que haya oración; deben abrirse a Dios; viceversa, una oración sin vibraciones auténticas de humanidad sería fría fórmula sin contenidos. Sobre la huella de la oración bíblica —microcosmos de la experiencia religiosa humana— y sobre el ejemplo de Jesús, que hace vibrar toda su humanidad en su relación orante con el Padre, la iglesia ofrece al corazón del hombre el instrumento de sus fórmulas, de modo que pueda interpretar los más ricos sentimientos propios y verter en ellas sus experiencias más auténticas que, abiertas a Dios, se convierten en oración. En el ámbito de la específica relación cristiana con Dios —fe, esperanza, amor—, todos los sentimientos humanos encuentran el modo de convertirse en comunión orante: la alegría y el dolor, la historia y el fracaso, el temor y la confianza, el estupor y el peso del pecado, todo puede devenir oración en la alabanza, en el ofrecimiento, en la súplica, en la intercesión.

Obviamente, la oración cristiana asume todas las modalidades que hacen completa y totalizante la oración con Dios: espíritu, alma, cuerpo, psicología y sensibilidad, gestos corporales de adoración o de súplica, movimientos de procesión, canto, danza. Las formas explícitas de la comunicación vehiculan la relación orante y la hacen auténticamente participada y comunitaria: escucha, meditación, proclamación, canto, diálogo.

En la medida en que el hombre se realiza en y es condicionado por las dimensiones del cosmos y de la historia, éstas entran a formar parte de la oración, que asume así el tiempo, el espacio, las cosas, la naturaleza, las estaciones, el trabajo y el descanso. Con frecuencia se invita a la naturaleza a unirse en la oración a través del hombre: "Y por nuestra voz las demás criaturas" (cf plegaria eucarística IV). La historia pasada y la experiencia presente, el futuro lleno de esperanza o amenazante entran en la relación con Dios como "tiempo oportuno" (kairós) e historia de salvación y se convierten en ocasión y motivo de la oración cristiana. Ninguna dimensión humana permanece extraña a la oración de la iglesia que, al menos en principio, integra en sí todas las legítimas expresiones culturales que pueden enriquecerla, en la línea de la inspiración bíblica y de la tradición litúrgica (SC 37-39).


IV. Actitudes características, formas típicas, momentos específicos de la oración litúrgica

La oración específica de la iglesia no es un vago sentimiento ni una caótica lluvia de palabras; menos todavía una operación de vaciamiento interior que conduce, como en las técnicas orientales, a un estado confuso de comunión con Dios. La revelación divina ofrece a la oración cristiana, en la palabra de Dios, el vehículo mismo de la respuesta: la manifestación de Dios traza las vías de la relación con él y disciplina la manifestación de los sentimientos humanos en relación con él. La oración litúrgica es eminentemente positiva y explícita, tiene una tipología característica plasmada por la tradición bíblica y eclesial, se expresa en momentos celebrativos propios.

1. ACTITUDES DE LA ORACIÓN. Sin pretender ser exhaustivos, enumeramos algunas actitudes típicas de la oración cristiana tal como se expresa en la liturgia.

a) La escucha de la palabra. Entre Dios y su pueblo se desarrolla un diálogo que tiene su arranque en el Dios que se revela y habla. Sólo en este sentido primordial puede hablarse de la oración como diálogo: no en cuanto Dios debe respondernos, sino en cuanto nosotros debemos responder a Dios, que ha hablado y ha dicho todo en su palabra (DV 2). De modo muy significativo, la oración de la iglesia asigna un puesto cualificado a la proclamación y a la escucha de la palabra, a la meditación y a la contemplación de las maravillas de Dios; es una equivocación pedir una respuesta a Dios cuando no se ha escuchado antes su revelación. Vale en sentido universal el principio enunciado por el Vat. II, ilustrado por una frase de san Ambrosio: "Recuerden que la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar a la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues hablamos a Dios cuando oramos y lo escuchamos cuando leemos sus palabras" (DV 25). Todo momento de oración de la iglesia reserva un espacio privilegiado para la escucha y la meditación de la palabra; de ésta están empapadas y en ella se inspiran todas las fórmulas de oración de la liturgia (SC 24). Toda auténtica oración cristiana debe tener como punto de referencia la palabra de Dios.

b) Acción de gracias y alabanza adorante. El sentido teocéntrico de la oración cristiana pone a Dios en el primer lugar, su nombre, su naturaleza, sus obras. Es característica del pueblo de Israel, de la oración de Jesús y de las fórmulas de la comunidad apostólica la oración de acción de gracias y de alabanza. A la luz de la palabra de Dios, que revela lo que es y lo que ha hecho, surge espontáneo, en la alegría y en la libertad, un sentimiento que prorrumpe en la alabanza, en la bendición, en la confesión o proclamación de las maravillas de Dios. Psicológicamente, la alabanza es la actitud adulta y madura de quien sabe mirar al otro para expresar el propio agradecimiento; es actitud noble del corazón humano, tanto más pura cuanto más desinteresada. Esta oración de alabanza, característica del cristiano, está presente en toda manifestación de la iglesia que ora, desde los salmos de agradecimiento hasta la plegaria eucarística, desde los cantos del NT hasta los himnos de la tradición eclesial.

c) Invocación y súplica. Por parte del hombre y como expresión más característica de su condición de criatura, tenemos la oración de petición con sus formas típicas de súplica, lamentación, petición y epíclesis del don supremo del Espíritu. No se opone a la alabanza, sino que es su complemento en la experiencia de la necesidad y de la finitud del hombre; tiene de por sí un eminente sentido teocéntrico, en cuanto que en la petición se confiesa la omnipotencia y el amor de Dios, de quien todo se espera. El ejemplo de Jesús, que suplica a Dios en la angustia, su exhortación a pedir con confianza todo al Padre, como él mismo nos enseña en la oración del reino, liberan de todo recelo a la oración de petición, si es que hiciera falta; de hecho, la confianza en Dios Padre en la petición tiene, según la enseñanza de Jesús, un complemento lógico en el abandono a su voluntad y en el compromiso de cumplirla para la venida de su reino. Con frecuencia la oración litúrgica asume este movimiento de petición; pero siempre en la típica forma del padrenuestro: se invoca a Dios y se confiesan sus obras para pedirle aquello que necesitamos. Toda oración de súplica es siempre implícitamente petición del don escatológico supremo: el Espíritu Santo, como Jesús mismo enseña (Lc 11,13).

d) Arrepentimiento y ofrecimiento sacrificial. Con frecuencia la oración del cristiano y de la iglesia hace alusión explícita a la condición de pecado para expresar el arrepentimiento y pedir perdón; resulta así una confesión de la santidad de Dios y de las culpas humanas. Desde los salmos de arrepentimiento hasta la característica invocación "Señor, ten piedad" ("Kyrie, eleison"), presente en todas las tradiciones litúrgicas, la iglesia se coloca en una actitud de pobreza y de sinceridad que la hace grata a los ojos de Dios.

En el mismo ámbito teológico y psicológico se sitúa la oración de ofrecimiento, la actitud sacrificial, con la que nos volvemos a poner en las manos de Dios para cumplir coherentemente su voluntad, sobre todo cuando tal cumplimiento lleva consigo el don de sí en el dolor y tal vez también en la muerte. El ofrecimiento como oración-acción, avalada por la oblación sacrificial de Jesús, se debe hacer siempre en unidad de intenciones y coherencia de actitudes, y se convierte en un generoso y noble empeño del cristiano. Sólo así se puede superar el paganismo del oferente para aplacar a los dioses, o la vacía exterioridad que los profetas y el mismo Jesús condenaron en el culto judío. La oblación envuelve en la obediencia filial toda la existencia, hace verdadera la alabanza, coherente la súplica, auténtico el arrepentimiento. Cristo mismo elevó su oración de ofrecimiento en la cumbre de la autenticidad religiosa con su sacrificio. Cuando la iglesia ora, presupone siempre esta coherencia de base por medio del Amén que sella las fórmulas, y remite a esa personificación del Amén que es Cristo en su oblación al Padre (2 Cor 1,18-20). En la plegaria eucarística, en las preces de la mañana y de la tarde se explicita esta forma noble y comprometida del orar cristiano.

e) Intercesión. Orar por los otros, haciéndose garantes con la propia vida de aquello que se pide, es otro modo noble de interpelar a Dios. Tiene su manifestación suprema en la oración sacerdotal de Cristo cuando intercede por la humanidad entera, ofreciendo como garantía su propia vida. La súplica por los otros, desde los horizontes sin fin de la iglesia, hace de la comunidad en oración sacramento de la humanidad: "La oración, en la liturgia, expresa los votos y los deseos de todos los cristianos; es más, suplica a Cristo y, por medio de él, al Padre por la salvación de todo el mundo... Y así, no sólo con la caridad, con el ejemplo y con las obras de penitencia, sino también con la oración, la comunidad eclesial ejercita su función materna de llevar las almas a Cristo". Con esta oración actualizamos la oración del padrenuestro, que pide el advenimiento del reino de Dios, entramos en las intenciones salvíficas de Cristo y manifestamos nuestra solidaridad con toda la humanidad. Pero la intercesión no debe reducirse a pura expresividad verbal o a un vago sentimiento de caridad: requiere el compromiso. La pedagogía de la iglesia en oración nos enseña que la intercesión debe ser tan amplia y universal como la humanidad; pero también concreta en las intenciones, en relación a las personas y a las situaciones. Así ora la iglesia en el corazón de la eucaristía y, por extensión, en las preces del oficio divino y en la oración común o de los fieles, que tiene precedentes en la exhortación de Pablo (1 Tim 2,1-8) y en la oración judía de la Tephillah.

2. FORMAS TÍPICAS DE LA ORACIÓN LITÚRGICA. Se inspiran éstas en la tradición bíblica y en los tesoros de la -> eucología eclesial, tanto por su contenido como por su género expresivo. Esta relación con la tradición explica por qué en la liturgia, a pesar de dejar espacio a la -> creatividad para un constante enriquecimiento, se permanece ligados a los modelos y a las fórmulas de los mejores momentos de la eucología. Además de la lectura de la Escritura, cuya escucha sigue siendo estructuralmente esencial a la oración eclesial, ocupan un puesto de relieve todas las oraciones bíblicas: salmos, cánticos del AT, los tres cantos evangélicos, las composiciones del NT de estilo himnográfico, la oración del Señor. Otras formas están completamente impregnadas de la Escritura o inspiradas en ella: antífonas, responsorios, versículos.

Es típica de la eucología litúrgica la -> plegaria eucarística y otras oraciones compuestas sobre el mismo esquema (prefacios consecratorios para las ordenaciones [-> Orden/Ordenación]; la bendición del agua [-> Bautismo] y la consagración del crisma [-> Elementos naturales], la bendición de los religiosos profesos [-> Consagración de las vírgenes; -> Profesión religiosa]). El esquema fundamental sigue siendo el de la oración de anamnesis o proclamación y alabanza de las maravillas de Dios, y de epíclesis o invocación para obtener el don del Espíritu que renueve los mirabilia Dei haciéndolos actuales en el sacramento o sacramental. Este esquema se puede considerar típico para cualquier oración de bendición y alcanza acentos líricos magníficos en la liturgia de la luz de la vigilia pascual con la proclamación del anuncio pascual (Exsultet).

Las formas típicas de la eucología romana en la misa son, además de los prefacios, las colectas, las oraciones sobre las ofrendas y después de la comunión. El actual rito de la misa, después de haber suprimido muchas de las antiguas apologías u oraciones secretas del sacerdote, ha introducido las nuevas oraciones para la presentación de los dones, inspiradas en el estilo de bendición judía de los alimentos, y ha recuperado las oraciones sobre el pueblo y las fórmulas deprecatorias de la bendición solemne al final de la misa. Es típica la forma de la oración común o de los fieles, introducida en el rito de la misa, pero que forma parte del esquema dialógico de toda liturgia de la palabra, que se convierte así también en liturgia de la oración.

En la liturgia de las Horas notamos la recuperación de las colectas sálmicas, de las colectas para las diversas horas en el ciclo ordinario, la introducción de las preces o intercesiones en las laudes y vísperas, como formas típicas de bendición, invocación, ofrecimiento e intercesión surgidas de la mejor tradición eclesial, pese a ser un fruto maduro de la actual etapa litúrgica.

Aunque no posea la riqueza y variedad que la himnografía tiene en otras familias litúrgicas, la liturgia romana concede amplio espacio a cantos e himnos de composición eclesiástica. Se trata de un campo poco menos que ilimitado, por la facultad concedida para sustituir antífonas, himnos y responsorios por otros cantos idóneos, aprobados por la autoridad competente. Aquí la iglesia ha conocido una vasta y constante creatividad, que ha explotado sin posibilidad de ser contenida o canalizada con la renovación posconciliar. Sin embargo, una auténtica eucología, para que pueda presumir de ser litúrgica o eclesial, debe observar algunos criterios fundamentales: inspiración verbal y conceptual en los datos de la revelación; auténtica confesión de la fe católica; noble dignidad en la redacción literaria; viva expresión de la fe del pueblo y de las riquezas culturales que pueden asumirse en la oración cristiana. Aunque en la creatividad y en la -> adaptación, las conferencias episcopales regionales y nacionales tienen su propio papel, la elección cuidadosa entre el abundante material con criterios de dignidad, de ortodoxia, de correspondencia con el estilo de la celebración, dependerá de las asambleas concretas y de los animadores [-> Animación] de las celebraciones litúrgicas.

Sigue siendo emblemático el criterio seguido por la liturgia romana en la actual renovación; éste se expresa explícitamente a propósito de la eucología del Misal Romano, en el Proemio (nn. 8 y 15) en los OGMR: una recuperación amplia de la "tradición de los santos padres", una adaptación al lenguaje teológico de la iglesia de hoy, tal como se expresa en el Vat. II. Una creatividad en la oración debe inspirarse en la Escritura y estar en contacto vivo con la tradición de la iglesia, respetando los contenidos y las formas propias de una y otra.

3. MOMENTOS DE LA IGLESIA EN ORACIÓN. Toda -> celebración litúrgica es esencialmente oración, en cuanto que participa en el diálogo santificante y cultual que es la liturgia. De hecho, el culto divino se desarrolla como oración y tiene momentos culminantes de diálogo con Dios, dosificando en un rica variedad las diversas actitudes y la pluralidad de las fórmulas.

Un momento típico de oración y de culto es la -> liturgia de las Horas, que da amplio espacio a la meditación de la palabra, a la oración de los salmos, a la acción de gracias y a la intercesión; ella es por excelencia la liturgia de la oración en la iglesia. También el esquema de la liturgia de la palabra durante la eucaristía es de por sí dialógico y supone la presencia de la oración, por lo que no debería olvidársele nunca con el pretexto de la catequesis; de hecho, a la lectura sigue el salmo, el evangelio está precedido y seguido de aclamaciones en honor de Cristo; su cumplimiento normal es la oración común o de los fieles. La liturgia de los sacramentos se realiza en un clima de oración; son actos de culto y de confesión de fe; el ministro y la asamblea se vuelven a Dios para implorar la gracia del sacramento, para prepararse a él adecuadamente, para dar gracias. El corazón de toda celebración sacramental es estructuralmente una oración, un diálogo de la iglesia con Dios; se subraya así la total dependencia de Dios en la concesión de la gracia sacramental y la actitud totalmente teocéntrica con la que la iglesia debe celebrar el sacramento, rechazando toda tentación de horizontalismo en la pastoral de los sacramentos, comprendida la que se refiere a la confesión.

La máxima expresión de la iglesia en oración es la eucaristía, que tiene como centro la plegaria eucarística, fuente y norma de toda manifestación de la iglesia orante; ella no es sólo una presentación de grandes temas teológicos insertados en la acción sacramental que hace presente al Señor y su sacrificio; expresa sobre todo los sentimientos más nobles de la oración cristiana —acción de gracias, epíclesis, oblación, intercesión— suscitados por el Espíritu.


V. Orientaciones pastorales

Las premisas bíblicas y teológicas (-> supra, II y III) nos llevan a desbrozar una serie de temas colaterales a la oración a modo de orientaciones pastorales. Dentro del amplio abanico de cuestiones elegimos tres: carácter emblemático de la oración litúrgica (1), su relación con las otras formas de oración en la iglesia de hoy (2 y 3), la posibilidad de nuevas formas de oración litúrgica según las exigencias de hoy (4).

1. LA LITURGIA, CUMBRE Y NORMA DE LA ORACIÓN CRISTIANA. Dos observaciones de fondo: la liturgia es oración; la oración litúrgica sigue siendo emblemática para toda manifestación orante de la iglesia.

a) Una liturgia auténticamente orada. Paradójicamente, hoy se toma mayor conciencia de un hecho de por sí evidente: la liturgia debe ser auténticamente orada. Se trata de recuperar plenamente el sentido contemplativo y teologal de toda expresión litúrgica como auténtico diálogo con Dios, creando el clima de fe adecuado. Esto exige recuperar los ritmos de -> silencio, la vibración con la que nos identificamos con las fórmulas de oración (que no son textos para leer o recitar, sino expresiones de la relación con el inefable de Dios Padre o de Cristo Señor); comporta del mismo modo la animación con el -> canto, para hacer a la -> asamblea auténticamente orante, implicándola en los sentimientos más profundos y en la expresividad de los -> gestos más adecuados. Una liturgia auténticamente festiva y popular, igual que una celebración sobria, tienen como medida de autenticidad la profundidad de los sentimientos que son capaces de suscitar y vehicular. Una adecuada -> animación puede despertar sentimientos religiosos adormecidos, sugerir auténticos momentos de oración contemplativa, educar en el diálogo con Dios, que después se prolongará más allá del momento litúrgico.

b) Norma de toda oración cristiana. La oración litúrgica, con su inspiración bíblica, con sus dimensiones teológicas (trinitaria, eclesial, antropológica), con sus actitudes características, con sus fórmulas propias, sigue siendo modelo de toda oración cristiana personal y comunitaria. Tomando como último punto de referencia la eucaristía, se puede afirmar con Von Allmen: "En la medida en que las oraciones son connaturales con la eucaristía son específicamente cristianas. Cualquier manifestación de plegaria, no sólo debe brotar de la oración litúrgica como de su fuente y tender a ella como a su vértice, sino que debe además modelarse sobre la liturgia como escuela de oración del pueblo de Dios. Esta es la razón por la que toda manifestación de plegaria —desde la mental a la devocional—, si quiere ser auténtica, debe partir de la proclamación y de la escucha de la palabra y expresarse como alabanza, acción de gracias, invocación y petición del Espíritu, oblación, intercesión, compromiso de comunión con Cristo y su misterio.

2. ORACIÓN LITÚRGICA Y DEVOCIONES. Entre las expresiones de oración de la comunidad eclesial ocupan un puesto de relieve los ejercicios piadosos con los que se celebran algunas devociones propias de la -> religiosidad popular. Históricamente nacieron fuera de la liturgia; y, en ocasiones, en contraste con ella, casi como una alternativa de liturgia popular contrapuesta a una liturgia clerical. El fixismo litúrgico postridentino no consiguió reabsorberlos; antes bien, fue justamente en el período de la contrarreforma católica cuando experimentaron su máximo desarrollo y prendieron fuertemente en el pueblo. El Vat. II ha admitido su legitimidad y validez pastoral (SC 13). Desde el punto de vista teológico subrayan ciertos aspectos fundamentales de la fe o de la vida cristiana (pasión, eucaristía, María, los santos, los difuntos), pero con algún riesgo de aislarlos del conjunto del misterio cristiano y de las fuentes genuinas de la piedad (biblia y liturgia). A nivel celebrativo, las devociones apuntan a la repetición de fórmulas de oración muy conocidas; el peligro de deformación, no hipotético, sino real, puede venir por la introducción incontrolada de fórmulas de dudosa consistencia teológica alejadas del genuino espíritu bíblico y de las fórmulas de la oración eclesial. No es, pues, extraño que el Vat. II haya auspiciado su renovación a partir de la liturgia: "Es preciso que estos mismos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos" (SC 13).

En el período posconciliar se han hecho laudables intentos de renovación, aunque faltan todavía una teología más profunda de los ejercicios de piedad y normas autorizadas de aplicación del texto conciliar arriba citado. Me parecen oportunas en este campo las orientaciones dadas por Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus (2-2-1974) para la renovación en general del culto mariano; tales orientaciones, a pesar de ser de naturaleza doctrinal, pueden encontrar una adecuada concreción celebrativa 25: a) el criterio bíblico: inspiración y propuesta de celebraciones a partir de la Escritura; b) el criterio litúrgico: acudir abundantemente a la teología litúrgica y a los elementos eucológicos de la iglesia; c) el criterio ecuménico: respeto a las posiciones de los hermanos separados al respecto, sin renunciar a las legítimas tradiciones de la iglesia católica y utilizando en alguna ocasión las fórmulas de oración propias de otras confesiones, como ya se hace en las celebraciones de oración por la unidad de los cristianos; d) finalmente, el criterio antropológico: partir de una antropologia cristiana iluminada por el magisterio para construir formas de celebración adecuadas, que tengan en cuenta también las diversas antropologías culturales.

Personalmente considero que insertando estos ejercicios piadosos en una celebración oracional que se inspire en los esquemas de la liturgia y siga su espíritu, tenemos una auténtica expresión oracional de la comunidad eclesiástica, susceptible de ser reconocida como tal por la iglesia.

3. ORACIÓN LITÚRGICA Y CELEBRACIONES MODERNAS. Además de la persistencia de los ejercicios de piedad, hoy debemos poner de relieve la presencia de variadas formas de celebraciones comunitarias de la oración. Los protagonistas son los jóvenes, especialmente los de los diversos grupos del despertar espiritual conciliar. El fenómeno es más bien reciente, y se refiere a los que podríamos llamar "cristianos del Vat. II". Teológicamente, las celebraciones de oración oscilan entre el fundamentalismo bíblico, con una fuerte referencia a la palabra de Dios (celebraciones neocatecumenales, asambleas de oración de la renovación carismática), y el horizontalismo político (una oración fuertemente inserta en la situación política y social). Tampoco en estos nuevos fenómenos faltan peligros y desviaciones: en algunos casos por excesivo subjetivismo en la interpretación de la Escritura; en otros, por la politización de la oración o por las dudosas doctrinas expresadas en las fórmulas ". Los esquemas celebrativos son tal vez más congruentes con la liturgia: lectura de la palabra de Dios, salmos, oraciones de intercesión; pero se concede también un espacio a la lectura de los periódicos, a la comunicación de testimonios, a otros gestos expresivos (ayuno, marcha, mimos).

Este fenómeno, del que tal vez sólo hemos destacado los extremismos opuestos, pone de manifiesto una fuerte necesidad de oración comunitaria, una búsqueda de nuevos espacios para reflexionar juntos sobre los acontecimientos y orar en torno a ellos, una tendencia a encarnar con más fuerza la oración en la vida. Esta demanda evidencia que no son suficientes o adecuados los momentos clásicos de la oración litúrgica, y menos aún los tradicionales ejercicios de piedad. ¿Es posible encontrar espacios nuevos de oración para los grupos eclesiales? Obviamente esta pregunta no incide en la centralidad de la liturgia, que, por el contrario, debe respetarse para no perturbar sus esquemas celebrativos. Y no es tampoco una crítica contra la liturgia de las Horas, que sigue siendo expresión privilegiada de la iglesia en oración, aunque no se haya hecho (y, quizá, no llegará nunca a ser) popular. No es una alternativa lo que se busca, sino más bien una nueva posibilidad, sobre la base de dos presupuestos. El primero es teológico: el reconocimiento (auspiciado) de la oración comunitaria como auténtica oración eclesial y no sólo como espacio devocional, aunque de estilo moderno; el segundo es la presencia de un esquema válido que pueda garantizar la autenticidad de estas celebraciones como genuinas oraciones cristianas, sin peligro de subjetivismo o de instrumentalización política.

4. HACIA NUEVOS ESPACIOS DE ORACIÓN LITÚRGICA. Una atenta lectura de la teología de la oración de la iglesia, tal como viene delineada en los números iniciales de la Ordenación general de la liturgia de las Horas, confirma que a priori no puede hablarse de una iglesia que ora solamente en función de la consagración y santificación del tiempo; análogamente, el esquema de la liturgia de las Horas, aunque pueda ser indicativo, no puede ser propuesto rígidamente como única opción para una asamblea eclesial orante. El recurso a la iglesia primitiva o a las comunidades paulinas como modelos de oración sería reductivo, si se quisiera fundar sobre ellas exclusivamente la teología de la oración de las horas: los textos hablan sobre todo de reuniones de oración, de iglesia en oración, con una extensión muy amplia y con características que no pueden reducirse al esquema celebrativo actual. Si la oración de las horas puede ser emblemática, no puede sin embargo tener el monopolio de la oración eclesial y excluir todas las posibilidades de una oración comunitaria-eclesial a la que pueda aplicarse toda la teología expuesta en el citado documento, exceptuada la especificidad de la consagración del tiempo en determinadas horas de la jornada. Sobre la base de la teología de la oración de la iglesia allí expuesta, a los esquemas celebrativos y a los elementos característicos con los que la iglesia ora se les abren muchas posibilidades de asambleas de oración, que con derecho propio pueden considerarse teológicamente eclesiales, incluso si no se refieren a la santificación del tiempo.

Esta propuesta teológica satisface una necesidad y una praxis ya en acto. Hoy existen muchos grupos eclesiales que prefieren orar juntos sin tener que seguir el esquema de la liturgia de las Horas, porque lo consideran inadecuado para colmar todos sus deseos o no expresivo de la experiencia de oración que pretenden realizar. Piénsese en los grupos de niños, en los jóvenes comprometidos, en una comunidad rural o un grupo de indígenas de Africa. Téngase en cuenta que éstos quieren orar sobre un determinado tema catequético, sobre un acontecimiento que hay que iluminar, sobre un camino de evangelización hecho no sólo proclamando la palabra de Dios, sino orándola; se trata de comunidades que quieren hacer una experiencia de oración para discernir, a la luz de la palabra, la voluntad de Dios. Añádase que hoy se siente una fuerte necesidad de creatividad litúrgica, que, por un lado, no puede ser indiscriminadamente vertida en las celebraciones eucarísticas y sacramentales y, por otro, tiene muchas posibilidades de expresarse. en el ámbito de las celebraciones de la palabra y de la oración. Además, parece necesario que las comunidades eclesiales recuperen esa dimensión de la iglesia naciente que era la oración comunitaria, más allá y como complemento y preparación de la liturgia eucarística, para expresar y reforzar la fe, para crecer juntos en la experiencia de Dios.

La posibilidad de reconocer el estatuto litúrgico a estas asambleas de oración es hoy objeto de investigación por parte de algunos liturgistas. Aquí, como en el caso de las celebraciones de la palabra (tan difundidas en América Latina) nos encontramos frente a una celebración litúrgica cuando: a) una comunidad eclesial (en comunión de fe y de amor con la iglesia universal y con sus pastores), b) celebra el misterio de Cristo, c) según los esquemas y fórmulas de la liturgia de la iglesia.

A nivel celebrativo son dos los caminos abiertos ya por la iglesia para estos nuevos espacios de oración. El primero son las celebraciones de la palabra (¡liturgia de la palabra!) con fin catequético o como suplencia pastoral de la celebración eucarística allí donde, en ausencia del sacerdote, se distribuye sólo la comunión en -> asambleas (dominicales) sin presbítero. Aunque la liturgia de la palabra es ya oración, como hemos dicho (-> supra, IV, 3), podría hacerse el momento orante más rico y explícito asignando espacios a la acción de gracias, la alabanza o la intercesión en conexión con el tema de la celebración, con la posibilidad de insertar gestos significativos (ofrenda de dones, compromisos de vida, abrazo de paz, etc.). El mismo esquema estructural de la liturgia de las Horas (himno, salmodia, lectura de la biblia, oración) 29 —segundo camino— es susceptible de adaptaciones o modificaciones y de enriquecimientos, con el fin de hacer más viva y participada la oración en función de un tema o de un acontecimiento sobre el que se quiere orar.

Es importante que toda celebración acuda abundantemente a la Escritura, siguiendo en la elección de los textos de las lecturas los criterios usados por la iglesia en los leccionarios; la palabra puede llevarse a una amplia reflexión comunitaria que suscite la oración del grupo. Para la oración explícita (himnos, doxologías, acción de gracias...) siempre se puede recurrir al tesoro eucológico de la iglesia universal, o bien crear oraciones espontáneas surgidas del sensus ecclesiae, en el que debe ser educada toda comunidad, que ha de aprender a orar en la escuela de la iglesia. La creatividad puede encontrar formas adaptadas y nobles, auténticamente religiosas y fuertemente enraizadas en la realidad social o cultural, que ha de insertarse en el clima de oración.

Dentro de este amplio esquema pueden revaluarse y, en su caso, purificarse, evangelizarse y elevarse muchas expresiones de religiosidad popular, ejercicios piadosos o nuevas manifestaciones religiosas de hoy que congenian con el hombre moderno o con los jóvenes de nuestra sociedad. La evangelización y la catequesis pueden llevarse a una auténtica celebración de oración, incluso con el uso de subsidios audiovisuales pertinentes [-> Mass media].

Se abre así, junto a la oración litúrgica y en íntima dependencia de ella, una nueva oportunidad de celebración y de pedagogía en la oración cristiana. No podemos limitarnos a la búsqueda de nuevas formas de celebración. Es preciso unir vida y oración, a fin de que ésta se mantenga a la altura de su genuina naturaleza de actualización del diálogo con Dios en cuanto respuesta vital a la historia de salvación. Es, de hecho, característica esencial de la oración eclesial —lo hemos mencionado repetidamente— la actualización de esa misteriosa dimensión del paschale mysterium, que es el diálogo entre el Padre y el Hijo en el Espíritu para el cumplimiento de la salvación del mundo.

[-> Religiosidad popular, II, 2-4; -> Devociones y liturgia].

J. Castellano


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