MISTERIO PASCUAL
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SUMARIO: I. La pascua, misterio nuevo y antiguo: 1. El misterio pascual en el Vat. II; 2. El término "misterio pascual" - II. La pascua en el AT: 1. Las fuentes de la pascua; 2. Origen y desarrollo de la pascua; 3. La celebración de la pascua: a) El memorial, b) Anuncio de la historia de la salvación, c) Alabanza, acción de gracias e intercesión, d) La comunidad celebrante; 4. La pascua, centro de toda la vida litúrgica de Israel - III. El acontecimiento pascual en el NT: 1. Pablo; 2. Los Sinópticos; 3. La carta a los Hebreos; 4. 1 Pedro; 5. Juan y el Apocalipsis - iV. El misterio pascual en la iglesia: 1. La celebración del misterio pascual; 2. La comunidad celebrante; 3. El memorial de la pascua; 4. Misterio pascual y existencia cristiana.


I. La pascua, misterio nuevo y antiguo

1. EL MISTERIO PASCUAL EN EL VAT. II. La categoría misterio pascual es una de las recuperaciones más felices del movimiento litúrgico de nuestro siglo. Aparece desde el comienzo y repetidamente en los documentos del Vat. II. La SC la pone como base de su reflexión teológica sobre la liturgia. En el art. 5, después de haber resumido la historia de la salvación, toda ella tensa hacia la realización del misterio escondido por los siglos en Dios, a saber: el designio de conducir a todos los hombres a la salvación y al conocimiento de la verdad, afirma que esta obra —que, dado el incidente del pecado, además de la modalidad de la adoración-culto, ha tomado también la de la liberación-reconciliación con Dios—, preparada y prefigurada en las grandes obras realizadas por Dios en el AT, se ha realizado en la muerte-resurrección-ascensión de Cristo, acontecimiento al que la SC, con expresión tomada de la antigua eucología romana (sacramentarlo Gelasiano, ant. 468.471), llama "misterio pascual". Al hacer esto, la constitución litúrgica pone la obra redentora sacerdotal del Verbo encarnado como cumplimiento antitípico de la liberación y de la alianza que la pascua veterotestamentaria significaba y preparaba tipológicamente: asigna a este acontecimiento el puesto central que en la historia salvífica del AT ocupaba la pascua; declara que este acontecimiento constituye el misterio pascual cristiano, del que pueden participar, en consecuencia, por vía mistérica [-> Misterio], a través de ritos memoriales [-> Memorial], todos los hombres y las mujeres de las generaciones futuras, que de este modo tienen acceso, en la fe, a la reconciliación perfecta y al culto verdadero y pleno que se realizaron de una vez para siempre en la muerte-resurrección-ascensión de la humanidad del Hijo de Dios.

De este modo se pone el misterio pascual como fundamento y clave interpretativa de todo el culto cristiano. Que tal sea el pensamiento de la SC se deduce de la continuación del discurso. En efecto, según la constitución litúrgica, la liturgia actualiza tal misterio sobre todo en el sacramento del bautismo, por el que se realiza en los fieles la muerte-resurrección de Cristo y ellos reciben el Espíritu Santo, en el que tienen acceso al Padre, Espíritu que los consagra sacerdotes del Dios altísimo; y en la eucaristía, que hace presentes la victoria y el triunfo de Cristo sobre la muerte, para que los creyentes, participando en ella con alegre acción de gracias, puedan anunciar la muerte del Señor hasta que venga (SC 6). Por tanto, el convite eucarístico constituye de un modo totalmente particular el memorial del misterio pascual (SC 47). Pero de él obtienen eficacia y significado todos los sacramentos y los mismos sacramentales, por medio de los cuales la gracia contenida en él fluye sobre todos los acontecimientos de la vida santificándolos (SC 61). El misterio pascual se celebra también durante el año litúrgico, sea en el retorno anual de la pascua (SC 102), sea cada ocho días en el día justamente llamado desde la edad apostólica "del Señor" (SC 106), e incluso en la memoria del día natalicio de los santos (SC 104).

La expresión aparece también en el decreto sobre el oficio pastoral de los obispos CD. En cuanto dispensadores de los misterios de Dios, deben procurar que los fieles, por medio de la eucaristía y de los sacramentos, conozcan cada vez más profundamente y vivan coherentemente el misterio pascual de modo que crezcan cada día más como cuerpo de Cristo (CD 15). Por eso el decreto sobre la formación sacerdotal OT quiere que los candidatos al presbiterado vivan el misterio pascual de Cristo de modo que sepan iniciar en él un día al pueblo que les será encomendado (OT 8). En efecto, como explica la constitución pastoral sobre la iglesia en el mundo de hoy, GS, es vocación de todo cristiano, asociado por el bautismo al misterio pascual, realizar en la propia existencia la conformidad con la muerte de Cristo para participar en su resurrección (GS 22). Más aún, se llama a todo hombre de buena voluntad a entrar en contacto con él (ib), y toda actividad humana alcanza su perfección en él (GS 38).

Con ello el misterio pascual traspone los límites de la liturgia para convertirse en el fundamento y el criterio inspirador de toda la vida moral y de las opciones del creyente en cualquier nivel, así como de toda la espiritualidad cristiana.

2. EL TÉRMINO "MISTERIO PASCUAL". El término, aunque fue redescubierto por el movimiento litúrgico que desembocó en el Vat. II, no es de todos modos creación reciente. Se encuentra por primera vez, y con notable frecuencia, en la homilía sobre la pascua de Melitón de Sardes, descubierta por C. Bonner en 1936. Ya en el exordio de su homilía, que puede fecharse entre el 165 y el 185, Melitón afirma que "el misterio de la pascua es nuevo y antiguo, eterno y temporal, perecedero e imperecedero, mortal e inmortal" (Homil. sobre la pascua 2: Cantalamessa [nota 2], 25). Este misterio es identificado con "el misterio del Señor", antiguo según la prefiguración, nuevo según la gracia (ib, 58; l.c., 38), prefigurado en Abel, Isaac, José, Moisés, los profetas perseguidos y en el cordero sacrificado, anunciado en la predicación de los profetas (ib, 59.61; l.c., 38.39) y realizado en los últimos tiempos. Más aún, Melitón dice expresamente que "el misterio de la pascua es Cristo" (ib, 65; l.c., 39).

Está emparentada con la homilía de Melitón, si bien es independiente de ella, la homilía sobre la santa pascua, del anónimo Cuartodecimano, también del s. II y del Asia Menor. También ella habla del "misterio de la pascua" (Sobre la santa pascua 13; l.c., 59), el cual comprende toda la peripecia de Jesús, que se extiende por toda la historia de la salvación, y al que se llama incluso "misterio cósmico de la pascua" (ib, 40; l.c., 67), "festividad común de todos los seres, envío al mundo de la voluntad del Padre, aurora divina de Cristo sobre la tierra, solemnidad perenne de los ángeles y de los arcángeles, vida inmortal del mundo entero, alimento incorruptible para los hombres, alma celeste de todas las cosas, iniciación sagrada (gr. teleté) del cielo y de la tierra, anunciadora de misterios antiguos y nuevos" (ib, 10; l.c., 57).

Con la expresión misterio de la pascua, que representa una ulterior profundización del tema paulino de "Cristo nuestra pascua" (1 Cor 5,7) hecha ya por Justino (Dial. 111,3: Padres apologistas griegos, BAC, Madrid 1954, 495), todo el contenido teológico que Pablo había resumido en la categoría de "misterio de Cristo" (Col 4,3; Ef 3,4) se encierra en la pascua. Pero por la frecuencia con que el término misterio se emplea y por la terminología que le acompaña (teletai = realizar, amyeton = no iniciado, asfragiston = no marcado, etc.) revela una clara referencia a los cultos mistéricos, "a los que se contrapone el misterio cristiano como el único verdaderamente salvífico, en lugar de ser asimilado a ellos".

Como se desprende de estas primeras homilías pascuales, el concepto de misterio de la pascua o pascual, a partir de su primera aparición, recapitula toda la economía salvífica realizada en Cristo y comunicada a la iglesia a través de los sacramentos. Por eso pasará a los sacramentarios romanos y de éstos a los libros litúrgicos del Vat. II, particularmente al Missale Romanum, donde el término aparece frecuentemente para indicar tanto la economía que se ha realizado en la muerte y resurrección de Cristo como el retorno anual de la pascua y los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, centro de toda la liturgia cristiana, mediante los cuales tal economía se actualiza en la iglesia.


II. La pascua en el AT

Si la expresión misterio de la pascua o misterio pascual es una creación cristiana que se remonta al s. II, mucho más antiguo es el término pascua, transliteración griega del arameo paschá, y del hebreo pesah (y no derivación del griego paschein, como pensaban los escritores cristianos anteriores a Orígenes).

De las cuarenta y nueve veces que figura en el AT, treinta y cuatro veces indica el rito del primer plenilunio de primavera y quince veces el cordero inmolado en tal ocasión. El término parece haber significado originariamente la danza (o el saltar) ritual que se desarrollaba con ocasión de la fiesta. Este significado fue asumido por la teología israelita, por cuanto en coincidencia con una memorable fiesta primaveral, Yavé "saltó más allá de" las casas de los israelitas marcadas por la sangre del cordero sacrificado, perdonándolas (Ex 12,13.23.27).

En el NT el término paschá aparece veintinueve veces, para indicar como en el AT toda la fiesta, el rito y la víctima inmolada.

1. LAS FUENTES DE LA PASCUA. El AT, por lo que se refiere a la pascua, contiene textos narrativos, legislativos y proféticos. El texto fundamental es Ex 12,1-13,16, texto muy complejo y resultante de la fusión de elementos provenientes de la tradición J, en algunas partes reelaborada en sentido deuteronomista, y de la tradición P, más reciente, pero de contenido a veces muy arcaico. Describe la lucha de Yavé por la liberación de su pueblo de la esclavitud de Egipto para conducirlo como sobre alas de águila al encuentro del Sinaí y a la alianza (Ex 19,1-24,11).

El carácter literario de la narración, más que referir un acontecimiento histórico acaecido de una vez para siempre, pretende grabar en la memoria y ofrecer el motivo histórico-salvífico de la celebración memorial que debe repetirse cada año y del ritual que se debe observar en ella. Los elementos del rito están relacionados con un acontecimiento del pasado de la historia de Israel, de suerte que los ritos reciban sentido y valor del relato etiológico-cultual de la pascua, que está puesto en el centro de la celebración.

Textos extrabíblicos de fundamental importancia para el conocimiento de la praxis pascual en tiempos de Jesús y de los primeros desarrollos de la liturgia cristiana se contienen en el libro apócrifo de los Jubileos (cc. 18.49), empapado del espíritu de las comunidades de Qumrán; en las obras de Flavio Josefo Antigüedades judaicas y La guerra judaica; en numerosos pasajes de los escritos de Filón, en el cual se encuentra la tendencia a interpretar alegóricamente la pascua, como paso de la bajeza de los sentidos a la altura del espíritu, y los diversos ritos de la fiesta. Nos llegan también preciosas indicaciones de los targumim palestinenses (paráfrasis amplificadas), de los midrashim (comentarios rabínicos a las Escrituras) a Ex 12, y sobre todo de la Mishná (repetición o tradición), en la que el tratado Pesachim, quitados los añadidos tardíos, ofrece el cuadro más seguro de la celebración pascual en tiempos de Jesús

2. ORIGEN Y DESARROLLO DE LA PASCUA. La génesis y el devenir histórico de la pascua son muy complejos por las diferentes estratificaciones y transignificaciones que la fiesta, pagana en su origen, experimentó a través de los siglos. La fiesta, tal como se la conoce en la época del NT, es resultado de dos elementos de origen diverso, que se desarrollaron juntos hasta componer una unidad: la celebración nocturna propiamente tal en torno al cordero (pesah), y la semana de los massot o de los ácimos.

Ambas celebraciones eran en su origen festividades de primavera, propias de ambientes culturales diversos.

Los ritos que están en el origen del pesah, como indican paralelos de otras religiones del ambiente semítico se remontan a una antiquísima celebración familiar, con la que los pastores solemnizaban el comienzo del nuevo año en el mes de abib (posteriormente nisan), la noche inmediatamente precedente a la partida para los pastizales de verano: al claro de la luna llena se inmolaban los primeros nacidos del rebaño, cuya sangre se empleaba con fines apotropaicos y propiciatorios para proteger a pastores y rebaños de influencias demoníacas y asegurar la fecundidad, mientras que la carne se consumía en una comida cultual que tenía por objeto fortalecer los vínculos de parentesco de la familia y de la tribu. Quizá era ésta la fiesta que los hebreos seminómadas en Egipto tenían intención de celebrar en honor del Dios de sus padres, Yavé, en Ex 3,18. Las circunstancias providenciales en que el rito se desarrolló en vísperas del éxodo, circunstancias descritas en forma épica por las fuentes más antiguas (Ex 12,21-23.27b.29-39), hicieron que se encomendara a este rito el recuerdo de aquel acontecimiento salvífico fundamental"'°. La fiesta fue historizada, y con ella todos los elementos que la constituían. Incluso el nombre pesah, que inicialmente se refería a un saltar sagrado, quedó implicado en este proceso de nueva fundación: vino a significar que Yavé "saltó más allá de" las casas de los israelitas, perdonándolas (Ex 12,13). La sangre con que se marcaban las jambas y el dintel de las puertas o los palotes de las tiendas fue referida al hecho de que Yavé perdonó a los israelitas cuando hirió a los egipcios (Ex I2,27a). Las yerbas amargas, que antaño condimentaban la cena nocturna de los nómadas, recuerdan en adelante la amargura de la esclavitud egipcia, y los panes sin levadura hacen pensar en el pan de la miseria de Egipto (Dt 16,3) y en la prisa con que los israelitas partieron sin tener tiempo para hacer fermentar el pan (Ex 12,39; 13,3-8). La fiesta se celebra en primavera porque al comienzo de esta estación Israel salió de Egipto; y es fiesta nocturna porque el éxodo tuvo lugar una noche clara de luna llena (Dt 16,1).

Massot, en cambio, parece haber sido en su origen una fiesta, también de primavera, pero propia de un ambiente agrícola, como podía ser el de Canaán. Esto explica por qué su celebración inicialmente no estaba fijada en un día determinado del mes, sino que dependía de las condiciones de la cosecha (Dt 16,1). En cuanto fiesta agraria, massot celebraba el comienzo solemne de la siega, considerada sagrada. Característica suya era el ofrecimiento de la primera gavilla en el santuario (por lo que era una fiesta de peregrinación, hebr. hag) y comer durante toda una semana pan no fermentado de la nueva cosecha de cebada.

También este rito, que quizá en su origen preisraelita tenía un fin apotropaico y de propiciación, inmediatamente después de la ocupación de la tierra, y quizá precisamente en conexión con ella, fue historizado y puesto en relación con el éxodo (cf Jos 5,10-12). El hecho de que ya en la protohistoria de Israel tanto la celebración de la pascua como la fiesta de los ácimos tuvieran el mismo contenido y significado, y la circunstancia de caer ambas en el primer mes de primavera llevaron a un progresivo crecimiento conjunto, por lo que con la centralización deuteronomista del culto también la pascua, atraída por los ácimos, pasó a ser fiesta de peregrinación al templo de Jerusalén. Es incierto el momento en que se concluyó este proceso de fusión, cuyas huellas son recognoscibles en las diversas estratificaciones literarias del AT. Mientras las fuentes más antiguas distinguen todavía netamente entre pascua y ácimos, en tiempos del exilio e inmediatamente después atestiguan la fusión ya producida (Ez 4,21; 2 Crón 30,1-2.5.13.21). En el período posexílico se llegó a usar los términos pesah y massot sin distinción para una única celebración: en 2 Crón 30, la misma fiesta se llama pascua (vv. 1-2.5) o bien ácimos (vv. 13-21). Así, en la época del NT pascua y ácimos tienen el valor de una sola institución cultual que se indica ora con un nombre, ora con el otro.

Por lo que se refiere a la forma de la celebración, se pueden distinguir tres períodos, y por tanto tres tipos de celebración '^. La celebración familiar doméstica de los primeros siglos, descrita en Ex 12-13, con posterioridad a la centralización deuteronomista del culto se trasladó al templo de Jerusalén, convirtiéndose en fiesta del pueblo con carácter nacional. En el período posexílico, por último, se produjo la síntesis entre las dos formas precedentes: el cordero seguía siendo inmolado en el templo, mientras que la comida volvió a consumirse en el restringido círculo doméstico, si bien ya dentro de los muros de Jerusalén. Esta última forma, atestiguada por la Mishná, es la pascua que existía en tiempos de Jesús. Como lo demuestra el número elevado de pasajes en los que se habla de ella en el NT, era la fiesta más importante, y con mucho. En el contexto de su celebración, "con el recuerdo de los grandes acontecimientos de salvación del pasado, se encendían de nuevo cada año las esperanzas que iluminaban el presente y proyectaban su luz en el futuro" Con ocasión de una de estas pascuas se llevó a cabo la acción salvífica que había de convertirse en centro y fundamento de la nueva economía.

3. LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA. a) El memorial. El contenido y el significado de la celebración pascual y de todos sus elementos rituales está bastante bien resumido en las palabras institutivas de Ex 12,14: "Este día será memorial (hebr. lexikkazon, gr. eis mnemósynon) para vosotros y lo celebraréis como fiesta de Yavé, como institución perpetua de generación en generación". El paralelismo entre fiesta y memorial, que equivale a una identificación, es característico de la concepción litúrgica de Israel y se encuentra en la liturgia convival judía, en la bendición sobre la primera copa que introduce el día de sábado: "Bendito seas, Señor, Dios nuestro, rey del mundo, que has dado a tu pueblo Israel días de fiesta para la alegría y para el memorial". La tarde de pascua, la bendición de apertura dice así: "Bendito seas, Señor..., que nos has elegido entre todos los pueblos..., que nos has dado en tu amor momentos de alegría, fiestas y tiempos destinados al regocijo, así como esta fiesta de los ácimos, fiesta de nuestra liberación, para que sea sagrada reunión festiva como memorial de la salida de Egipto" (Haggadah di pasqua: Toaff [ed.], Roma 1960, 7). Pero ya en el Sal 111,4 "la memoria de sus maravillas" indica la celebración pascual, que debe mantener despierta la gratitud por los grandes beneficios de Yavé. No sólo la fiesta en su conjunto, sino todos sus elementos tienen función de memorial: el pan ácimo, el cordero, las yerbas amargas, la hora nocturna (según Ex 12,42, Israel vela por el Señor porque el Señor, acordándose de Israel, en la primera noche pascual veló, y según los rabinos, sigue velando por los suyos cada noche pascual del presente y del futuro) e incluso el vestido y la postura del viandante o de descanso que los comensales adoptan durante la cena son memorial del éxodo y del don de la libertad. Su objeto es preservar del olvido los beneficios del Señor, traerlos continuamente a la memoria, y de este modo renovarlos y actualizarlos en la conciencia de los israelitas. Pero no sólo Israel, sino sobre todo es el Señor el que en presencia del memorial se acuerda de su pueblo y acordándose se hace presente y actualiza su salvación. Por eso en la liturgia pascual se concluye así la bendición sobre la tercera copa, que sustancialmente, quitadas las referencias a la reconstrucción de Jerusalén, se puede hacer remontar a tiempos de Jesús: "Dios nuestro y Dios de nuestros padres, ábrase paso, venga, llegue, se presente, sea grato, sentido, buscado, recordado ante ti el memorial del Mesías hijo de David, tu siervo, el memorial de todo tu pueblo Israel, para salvación, gracia, benignidad, piedad, vida y paz en este día de fiesta" (Haggadah di pasqua [ed. cit.] 77).

b) Anuncio de la historia de la salvación. El recuerdo que está en la base de la liturgia pascual implica el anuncio de la acción salvífica pascual: "Cuando hayáis entrado en la tierra que Yavé os va a dar, como ha prometido, observaréis este rito. Y si vuestros hijos os preguntaren: ¿Qué rito es éste?, responderéis: Es el sacrificio de la pascua de Yavé, el cual pasó de largo por las casas de los hijos de Israel en Egipto cuando hirió a los egipcios, preservando nuestras casas" (Ex 12,25-27). Lo mismo para los ácimos: "Ese día dirás a tus hijos: Esto es en memoria de lo que por mí hizo Yavé cuando salí de Egipto" (Ex 13,8).

Encontramos aquí el término hebreo higgid, que ha dado el nombre de haggadah al anuncio pascual, y que corresponde al griego katangellein o anangellein (anunciar), que encontraremos en el NT para indicar el anuncio de salvación contenido en la celebración eucarística (cf 1 Cor 11,26). La introducción a la misma haggadah durante la cena pascual afirma: "Aunque fuésemos todos doctos, todos inteligentes, todos expertos en la torah, no dejaría de ser deber nuestro detenernos en la salida de Egipto; más aún, cuanto más se demora uno en tratar de la salida de Egipto, tanto más digno de alabanza es" (Haggadah 13).

El anuncio pascual se relaciona, como en una catequesis mistagógica, con los elementos y los ritos pascuales insólitos que despiertan atención y curiosidad. Por eso el núcleo de la catequesis consiste en la interpretación histórico-salvífica de estos elementos, como resulta de una prescripción de R. Gamaliel referida en Pesachim 10,5 (citada por la Haggadah 37): "Todo el que en pascua no habla de estas tres cosas —de la pascua, de los ácimos y de las yerbas amargas— no ha cumplido su deber. De la pascua, porque Dios ha protegido, perdonándolas, las casas de nuestros padres en Egipto; de los ácimos, porque fueron liberados; de las yerbas amargas, porque los egipcios amargaron la vida de nuestros padres en Egipto".

La celebración pascual en todos sus elementos se dirige en primer lugar a aquella acción salvífica fundamental que el Señor realizó en Egipto con ocasión de la primera pascua. Pero en el curso del tiempo se añadieron a la pascua otros acontecimientos de la historia de la salvación que pasaron a ser también objeto del memorial y del anuncio pascual. Este proceso de asimilación se puede constatar ya en el AT. La celebración pascual de Jos 5,10-12, por ejemplo, además de la salida de Egipto, pretende recordar anualmente la entrada en la tierra prometida y la toma de posesión de sus bienes. Así también las demás celebraciones pascuales a que hacen referencia los libros del AT marcan cada vez una etapa importante en la historia de Israel: la primera pascua conmemorativa en el desierto concluye la institución del culto y la erección del santuario (Núm 9,1-14); la de 2 Crón 30,1-27 corona la reforma de Ezequías y su tentativa de reunificación tras el derrumbe del reino del Norte; la de 2 Crón 35,1-19, la renovación de la alianza a continuación del hallazgo de la Ley; la de Esd 6,19-22, en fin, celebra juntamente el retorno del exilio, la reanudación del culto en el templo y la reconstrucción del pueblo.

La circunstancia de que estas cinco celebraciones pascuales estén mencionadas en la Escritura ha contribuido probablemente a que los acontecimientos históricos relacionados con ellas se convirtieran en objeto del memorial litúrgico de la pascua. El judaísmo posbíblico irá mucho más allá: los más diversos acontecimientos de la historia del AT adquirían en él carácter de acontecimientos pascuales, y se fechan el 14 ó 15 de nisán.

Encontramos un ejemplo espléndido de esta teología pascual en el llamado poema de las cuatro noches, que en los targumim palestinenses a Ex 12,42 concluye la descripción de la pascua egipcia Estas argumentaciones, que contienen sin duda un patrimonio de tradiciones precristianas, presentan al menos seis hechos salvíficos como acontecimientos pascuales: la creación del mundo, el pacto de Abrahán, el nacimiento de Isaac, su sacrificio, el éxodo de Egipto y el acontecimiento final mesiánico. De este modo, la pascua israelita se convirtió en compendio y recapitulación de toda la historia de la salvación, esquema interpretativo de todas las intervenciones de Dios en favor de su pueblo, anticipación, profecía y tipo del acontecimiento salvífico final. Y la celebración pascual, al tiempo que cada año hace revivir actualizándolas en el memorial las grandes acciones de Dios realizadas en el pasado y pregustar el acontecimiento salvífico definitivo, refuerza la fe en la potencia y en la bondad del Señor, en el propio valor y en la misión histórico-salvífica de Israel; funda la esperanza en la inquebrantable fidelidad de Dios y en su constante disponibilidad a la ayuda, enciende y alimenta el amor por el Señor (el Cantar de los Cantares leído en la sinagoga con ocasión de la pascua es interpretado por los rabinos como alegoría de las relaciones entre Dios y su pueblo) y para los miembros que el pueblo de Dios se ha escogido. Este amor encuentra su expresión concreta en la voluntad revigorizada de tomar sobre sí la ley de la alianza y observarla fielmente. En efecto, los más diversos mandamientos y prescripciones cultuales, morales, jurídicas y sociales encuentran la propia raíz, motivo y justificación en la pascua, es decir, en el hecho de que Dios ha liberado a Israel de la esclavitud con brazo fuerte y lo ha unido a sí con lazos de amor. Al mismo tiempo, el Señor, viendo el memorial, se acuerda de la noche de pascua, de las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia, de su alianza, de la misericordia que tuvo con los padres, y vela para intervenir todavía y siempre a fin de salvar a su pueblo.

c) Alabanza, acción de gracias e intercesión. Así el recuerdo y el anuncio se convierten espontáneamente en glorificación que se manifiesta en cantos de alabanza. Quizá ya en Ex 15 se conserva un antiquísimo himno pascual. Cantos de alabanza para la cena pascual se atestiguan en 2 Crón 35,15. Sab 18,9, proyectando usos recientes en tiempos antiguos, afirmará que "los devotos hijos de los justos sacrificaron en secreto, sellaron unánimes la alianza con Dios... y al mismo tiempo entonaron los cantos de los padres". El pasaje alude verosímilmente a los salmos del hallel 113-118.136, que fueron introducidos en la liturgia pascual en el s. 11 a.C., y se cantaban primero en el templo durante la inmolación de los corderos y luego en el curso de la liturgia convival, en parte antes (Sal 113-114), en parte como cierre de la cena propiamente dicha (Sal 115-118.136). A ellos se refiere Mt 26,30 y paralelos. Entre ellos, el Sal 114 es una verdadera cantata pascual.

Los rabinos consideraban importante el canto del hallel porque en él se contienen las cinco realidades siguientes: el éxodo de Egipto (Sal 114,1), la división de las aguas del mar de los Juncos (Sal 114,3), la entrega de la torah (Sal 114,4), la resurrección de los muertos (Sal 116,9) y los sufrimientos de la época mesiánica (Sal 115,1). La haggadah introduce el canto del hallel en estos términos: "En cada generación tiene cada cual el deber de considerarse como si él mismo hubiera salido de Egipto..., porque el Santo —bendito sea— no libró sólo a nuestros padres, sino que también nos libró a nosotros con ellos... Por tanto, es nuestro deber dar gracias, tributar homenaje, alabar, celebrar, glorificar, exaltar, magnificar, encomiar al que nos hizo a nosotros y a nuestros padres todos estos prodigios y nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la sujeción a la redención, del dolor a la alegría, del luto a la fiesta, de las tinieblas a la luz esplendorosa. Digamos, pues, ante él: Aleluya" (Haggadah 39-40).

Del recuerdo de las acciones salvíficas del Señor nace luego la súplica con que se le pide que recuerde, y con ello que renueve, sus prodigios. En la cena, a la bendición de la segunda copa: "Bendito seas, oh Señor, rey del mundo, el que redimió a nuestros padres de Egipto y nos hizo llegar a esta tarde para comer ácimos y yerbas amargas", le sigue inmediatamente la intercesión: "Así, Señor Dios nuestro y Dios de nuestros padres, haznos llegar con salud a otras fiestas futuras y días solemnes, alegres por la restauración de tu ciudad y felices en tu culto. Allí comeremos sacrificios y corderos pascuales, cuya sangre, con tu beneplácito, será rociada sobre las paredes de tu altar, y te ofreceremos en homenaje un canto nuevo para nuestra redención y para nuestro rescate" (Haggadah 43).

Este texto, en la forma citada, presupone la destrucción del templo y muestra que el motivo escatológico-mesiánico tenía una parte importante también en la impetración pascual, así como ya la tenía en el recuerdo y en la alabanza.

d) La comunidad celebrante. Tanto la pascua veterotestamentaria como la judía son esencialmente una celebración comunitaria. En las tres configuraciones que tomó la celebración a través del tiempo se constata que son dos las comunidades que participan en el convite, superpuestas, pero estrechamente enlazadas: la comunidad familiar y la gran comunidad del pueblo.

En la pascua predeuteronomista, la comunidad familiar ocupa un papel centralísimo: "Provéase todo cabeza de familia de un cordero, un cordero por casa" (Ex 12,3). El cordero, tras haber sido inmolado por la familia, lo comen los miembros de la misma, convirtiéndose así en el centro y el medio de cohesión para la pequeña comunidad cultual.

Esta concepción sigue ejerciendo su influjo también en la pascua centralizada: la comunidad, constituida ya por todo el pueblo que tiene el banquete en el área del templo, permanece articulada en grupos familiares que sacrifican y consumen el propio cordero (cf 2 Crón 35,5-12).

En el judaísmo tardío, en lugar de la comunidad familiar, aparece una comunidad convival, que se forma con vistas a la comida. Está constituida por un grupo de al menos diez personas, que se han reunido voluntariamente antes de la inmolación en torno a su cordero pascual (hebr. habura, gr. fratría; cf Flavio Jos., Ant. Jud. 3,10,5). La comunidad pascual se mantiene junta no tanto por el vínculo de la sangre, cuanto por el cordero sacrificado por ella y consumido en común.

Pero junto a la comunidad doméstica y por encima de ella está todo Israel, en cuanto pueblo de los que Dios ha librado para hacer de ellos una nación santa, que constituye la comunidad litúrgica de la pascua.

Esto es evidente en la pascua centralizada celebrada en el templo por toda la comunidad israelita (gahal = ekklesia; cf 2 Crón 30,13.24-25).

La idea ha permanecido viva en la pascua del judaísmo tardío: la enorme concentración de peregrinos en Jerusalén y el acto sacrificial común debían alimentar y despertar de nuevo cada vez en Israel la conciencia de ser el pueblo elegido''. La misma idea está presente también en los textos relativos a la pascua predeuteronomista. La perícopa de Ex 12, que siempre ha permanecido como el texto pascual central, considera sujeto de la celebración no sólo a la familia particular, sino al pueblo entero: "Hablad a toda la comunidad" (12,3); "todo Israel lo inmolará" (12,6); "toda la comunidad celebrará la pascua"; y para los ácimos, celebrados al comienzo separadamente: "El día primero tendréis asamblea santa, y también el día séptimo" (12,16). Los términos qahal = ekklesia y 'eda = synagogé, empleados aquí prolépticamente (dado que serán prerrogativa de Israel a partir de la alianza y de la erección de la tienda), tienen un gran peso teológico: indican que para el Código Sacerdotal, al que pertenecen los versículos citados, Israel se ha convertido en comunidad cultual del Señor, y por tanto en pueblo de la alianza, ya con ocasión de la primera celebración pascual y a causa de ella.

Celebrar la pascua y tomar parte en el convite es, por tanto, privilegio de quien pertenece al pueblo elegido: ningún extranjero puede comer de él; el extranjero que quiera celebrarla, si es varón, debe someterse antes a la circuncisión (Ex 12,48-50). Pero todo circunciso tiene el deber de celebrarla, si no quiere verse excluido de la comunidad. Quien se abstiene de ella culpablemente, según Núm 9,13, se le consagra al exterminio (el verbo usado por los LXX: exolotheuesthai, es el mismo que se refiere al exterminador de Ex 12,23). Para dar a todos los miembros del pueblo elegido la posibilidad de tomar parte en la pascua se instituyó una pascua suplementaria que debía celebrarse el segundo mes (cf Núm 9,5-12).

Filón, refiriéndose a la inmolación de los corderos, afirma que con ocasión de la pascua todos los miembros del pueblo elegido gozan de las prerrogativas sacerdotales (De spec. leg. II, 145).

La participación en el convite pascual exige, sin embargo, el estado de pureza ritual. Junto al Código Sacerdotal (Núm 9,13), el cronista subraya que los sacerdotes, los levitas y la gente del pueblo deben ser santificados y puros (2 Crón 30,15.17-18, y para el judaísmo tardío, cf Jn 11.55). Esta purificación se obtiene "con el agua santa de aspersión" (Filón, De spec. leg. II, 148), o bien, según los casos, con los sacrificios por el pecado o por la culpa o, finalmente, mediante la sangre misma de la pascua.

LA VIDA LITÚRGICA DE ISRAEL. El convite pascual no es sólo el rito memorial con que Israel celebraba la intervención liberadora de Dios que recapitula toda otra acción salvífica del pasado y prefigura la salvación futura. Como la pascua constituía el centro de toda la historia de la salvación, así el memorial pascual se convirtió en el contenido de todas las acciones litúrgicas que celebraban aquella historia.

Así, la circuncisión, el rito que señala la entrada en el pueblo de la alianza, está en estrecha relación con la pascua no sólo por el hecho de que sólo quien está circuncidado puede participar en el convite pascual, sino también porque la teología rabínica la hará remontar a la primera pascua. En efecto, según los rabinos, los israelitas en Egipto estaban sin circuncidar; por ello, para celebrar la pascua debieron antes hacerse circuncidar. Sucedió así que la tarde de pascua la sangre del cordero y la de la circuncisión corrieron juntas y, mezcladas, formaron una sola sangre, en la que Dios se complació'" De suerte que cada vez que corre la sangre de la circuncisión, por la que un nuevo hombre queda introducido en el pueblo de Dios, no sólo Israel, sino también Dios se acuerda de la pascua y de la alianza, que constituye con ella un solo acontecimiento. Todavía más se verificará esto con el baño bautismal prescrito por el judaísmo tardío a los prosélitos, además de la circuncisión, como condición para entrar en el pueblo de Dios. Celebrado también en fechas cercanas a la pascua, pretende hacer participar simbólicamente al prosélito en la travesía pascual del mar de los Juncos.

También el cordero, macho, de un año, sin defecto, que se debía ofrecer mañana y tarde en el templo en sacrificio perenne (tamid, Ex 29,38-42; Núm 28,2-8), según los rabinos tenía la función de recordar continuamente al Señor la pascua, hasta el punto que R. Hillel, entre otros, podía llamarlo "pascua diaria"

Si se considera además que en el judaísmo la oración de la mañana y de la tarde en las sinagogas y en las casas —que gira en su totalidad en torno a la recitación del shemah y del Shemoneh esreh, y se la interpreta como verdadero sacrificio de alabanza— se organizó en coincidencia con la hora en que en el templo se desarrollaba el sacrificio tamid incorporando varios elementos eucológicos suyos, resultará todavía más evidente que el cursus cotidiano de la vida litúrgica de Israel quería presentar a Dios el memorial de la pascua.

Lo mismo puede decirse del ciclo semanal. El sábado, que en la interpretación del Código Sacerdotal es memorial de la .creación y de la alianza establecida por Dios con el hombre al final de la semana de la creación, en los textos deuteronomistas tiene el objeto de recordar a Israel que un día fue esclavo en la tierra de Egipto y el Señor lo sacó con mano fuerte y brazo alzado (Dt 5,15). Además, la cena festiva del sábado, con las típicas bendiciones sobre la tercera copa por el alimento, la tierra y el don de la torah, y con la súplica por el pueblo liberado y convertido en propiedad suya por Dios, volvía a proponer semanalmente la celebración pascual.

En fin, cuando las fiestas de las semanas (shabuot) y de las tiendas (sukkot) —que junto con el pesahmassot eran las tres fiestas de peregrinación y constituían la estructura sobre la que descansaba el año litúrgico hebreo-- experimentaron el natural proceso de historización propio de toda la liturgia hebrea, también a ellas se las puso en relación con la pascua. La antigua fiesta de las tiendas sirvió para recordar los años de la juventud y del noviazgo entre Dios y su pueblo en el desierto, cuando el pueblo y Dios mismo habitaron en tiendas. Y, por último, también la fiesta de las semanas —pero esto, al menos por lo que se refiere a la liturgia oficial, sólo en la era cristiana— fue referida a la alianza que Dios estableció con su pueblo en el tercer mes después de la salida de Egipto (Ex 19,1), es decir, según complicados cálculos rabínicos, el quincuagésimo día después de pascua, y se convirtió así en "la asamblea de clausura" ('aseret) de las celebraciones pascuales.

Así, la pascua, centro de toda la historia de la salvación, pasó a ser, además del fundamento de toda la legislación moral y social, el centro de toda la vida litúrgica del pueblo de Dios. Tales prerrogativas, a través de Cristo que da cumplimiento en sí a la ley, a los profetas y a los salmos, pasarán a la pascua del nuevo pueblo de Dios.


III. El acontecimiento pascual en el NT

El puesto central de la celebración pascual en la vida del pueblo de Dios, la importancia teológica que había adquirido la pascua en la reflexión veterotestamentaria y judía y sobre todo la circunstancia, ciertamente no casual, de que la muerte y la resurrección de Jesús, término al que tendía toda la revelación y la historia de la salvación, se produjeran en coincidencia con una pascua, hacían la categoría pascual sumamente adecuada para convertirse en el esquema interpretativo de la intervención salvífica de Dios, realizada en la plenitud de los tiempos en Jesús de Nazaret, y encomendada por él a su iglesia para que la perpetuase por los siglos.

Esto resulta obvio si se considera que los autores y portadores del mensaje del NT, Jesús y los apóstoles, insertos en el contexto cultural del AT y totalmente empapados de su espiritualidad, no pueden comprenderse más que a partir de ellos.

1. PABLO. Ya para Pablo la acción liberadora realizada por Dios en Jesús es un acontecimiento pascual: con ocasión de la pascua, Cristo fue inmolado como cordero pascual; más aún, en adelante es él el cordero pascual de los cristianos (1 Cor 5,7), y, en coincidencia con la fiesta de los ácimos, resucitando, se ofreció al Padre como primicia (cf 1 Cor 15,20-23) en sustitución de las primicias que se ofrecían en el templo de Jerusalén el mismo día.

Así, lo mismo que la redención de Cristo sustituye a la liberación pascual del AT y el sacrificio de Cristo al sacrificio del cordero, la liturgia eucarística sucede a la liturgia de la pascua. La celebración eucarística descrita en 1 Cor 11,23-26, que Pablo recibió de la comunidad de Antioquía y transmitió a los corintios (verosímilmente entre el 50 y el 52) con su esquema de anuncio, anamnesis, comida sacrificial que produce una comunión (cf 1 Cor 10,16-17) y espera escatológica, asume y prolonga la estructura esencial de la liturgia pascual veterotestamentaria y judía.

A la temática pascual pertenece también la tipología del Exodo, en el que Moisés ocupa un puesto fundamental. Ahora bien, en la misma carta (1 Cor 10,1-5) está presente una teología explícita del éxodo, en cuanto que la liberación obrada por Cristo es presentada en su aspecto sacramental y eclesiológico como el paso del mar de los Juncos. Todavía más notable es el hecho de que gran parte de los términos soteriológicos usados por Pablo (salvar, liberar, etcétera) se deban o se puedan retrotraer a la terminología de la pascua-éxodo.

2. Los SINÓPTICOS. En los Sinópticos, si se prescinde del evangelio de la infancia en Lc, toda la actividad de Jesús, desde el punto de vista literario y teológico, está orientada hacia la única pascua referida por ellos, la de su muerte, meta y cumplimiento de toda su actuación y de la historia salvífica entera.

En ellos la cena de despedida, en cuyo marco se instituyó la eucaristía como culto central de la nueva comunidad, aparece como una verdadera cena pascual. Comoquiera que se hayan desarrollado los hechos en el aspecto cronológico, desde el punto de vista teológico la última cena, celebrada la noche anterior a la liberación en la sangre de Cristo, está bajo el signo de la pascua y constituye el memorial de la nueva pascua.

Es evidente, sobre todo en el evangelio de Mateo, pero también en la primera parte de los Hechos, la tipología del éxodo, en cuanto que se presenta a Jesús como el nuevo Moisés (He 3,22), dador de la ley nueva, jefe y liberador del nuevo pueblo de Dios (He 7,35).

3. LA CARTA A LOS HEBREOS. Es el escrito que, más que ningún otro, ha sufrido el influjo del AT. El autor profundiza en el significado teológico de la obra de Cristo evocando el sacrificio de la alianza sobre el Sinaí (9,20; 10,29, etc.). A tal fin se vale sobre todo de la comparación tipológica con el sacrificio del kippur (9,12-28; 13,11-12), pero recurre también a la tipología de la pascua. Jesús no es sólo el sumo sacerdote, sino que, en cuanto mediador de la nueva alianza (8,6; 12,24) y guía hacia la gloria y hacia la salvación (2,10), es también el nuevo Moisés (3,3-6) que conduce al nuevo Israel al descanso (3,7-4,13), al servicio del Dios vivo (9,14) y a la Sión de los tiempos últimos (12,22). Su sangre no es sólo la de la expiación y la alianza, sino también la sangre de la pascua: lleva a cabo la liberación, y se la compara con la sangre de Abel, el justo, el primer mártir, que, según el libro de los Jubileos (4,2) y los targumim palestinenses a Gén 4,3, fue derramada precisamente con ocasión de una pascua.

4. 1 PEDRO. En la primera carta de Pedro se señala a Jesús como el "cordero sin tacha ni defecto", cuya sangre libera a los cristianos (1,18-19). Esta imagen pascual adquiere tanto más valor cuanto que forma y contenido de la carta hacen pensar en una liturgia pascual, si no es bautismal, con himnos bautismales, parénesis a los neófitos, elementos de la profesión de fe. Sea de ello lo que fuere, no se puede negar que muchos motivos de la 1 Pe se volverán a encontrar en las catequesis bautismales y en las homilías pascuales de los padres en los siglos siguientes.

Además, la tipología de la pascua del éxodo está bastante desarrollada: en cuanto extranjeros (1,1), los cristianos, como antaño los israelitas, son librados de la esclavitud mediante la sangre del cordero (1,18-19); ceñidos los lomos (1,13), y después de haber depuesto toda impureza (2,1), también ellos pasan de las tinieblas a la luz esplendorosa de Dios (2,9); también ellos se han convertido de la idolatría para llegar a ser sacerdocio real y pueblo elegido (2,9). Imágenes y conceptos todos ellos provenientes del vocabulario de la salvación pascual.

5. JUAN Y EL APOCALIPSIS. Un paso ulterior en este proceso de pascualización de la existencia de Jesús lo da Juan al poner bajo el signo de la pascua todo el misterio de Cristo en su realización histórica, en su prolongación sacramental, en su prefiguración tipológica.

En el relato de Juan destacan tres pascuas de los judíos: la primera (2,13) se distingue por la purificación del templo con el anuncio del santuario definitivo que será el cuerpo resucitado de Cristo (2,14-22), y el coloquio con Nicodemo sobre el bautismo como baño de renacimiento en el Espíritu (3,1-21). En el marco de la segunda (6,4) tiene lugar la multiplicación de los panes (6,1-15) y el discurso eucarístico relacionado con ella (6,26-71). La tercera es la de la muerte (11,55; 12,1; 13,1; 19,14), la hora de Jesús. En efecto, como para los Sinópticos, también para Juan Jesús quiso consciente y deliberadamente morir con ocasión de la pascua, y por eso aplazó repetidas veces su detención (cf sobre todo 11,54.57). El cuarto evangelio atribuye valor teológico a esta coincidencia: la muerte de Jesús no es sólo la pascua-paso de este mundo al Padre; Jesús es el verdadero cordero que muere sobre la cruz a la misma hora en que en el templo cercano se inmolan los corderos, a los que no se debía quebrar ningún hueso (cf Ex 12,46; Núm 9,12, con Jn 19, 33-36).

En línea con esta perspectiva tienen carácter pascual también las expresiones cúltico-sacramentales del evangelio de Juan. Los discursos sobre el bautismo y la eucaristía, como se ha visto, están relacionados con una pascua judía; y en una pascua brotan, del cordero pascual de la nueva alianza muerto en la cruz, sangre y agua (19,34), alusión al bautismo y a la eucaristía; los sacramentos cristianos, cuyo eje constituyen éstos, descienden por vía directa del costado del cordero pascual, que lleva a cumplimiento todos los tipos y las prefiguraciones antiguas.

Juan ilustra el significado teológico del acontecimiento salvífico del NT con la tipología de la pascua del éxodo. Todas las funciones salvíficas y todos los bienes de salvación contenidos en el éxodo se recapitulan en la persona y en la obra de Jesús: cordero pascual que da la salvación (19,34-36), signo salvífico alzado sobre la cruz (3,14), más grande que Moisés (1,17), mediador único (1,18), maná (6,35), agua vivificante (7,37), luz (8,12), vida, camino y verdad (14,6), él es el bien omnicomprensivo del nuevo éxodo.

Además, se reconoce el influjo del libro del Éxodo sobre la estructura del cuarto evangelio. Sorprendentes paralelos con la última parte de la Sabiduría (10,1-19,22), particularmente respecto a la narración de los siete milagros, vistos como signos y contrapuestos a las plagas de Egipto, probarían que "el evangelista procede en la redacción de su evangelio de una haggadah pascual cristiana que representa la actividad taumatúrgica de Jesús según el modelo de una haggadah pascual judía deducida del libro de la Sabiduría".

En fin, toda la escena del Apocalipsis está dominada por Cristo, el crucificado resucitado en figura de Cordero. La imagen, aun admitiendo que por el uso estereotipado haya perdido algo de su fuerza originaria, evoca inmediatamente la pascua. Los efectos de su sangre corresponden a los de la sangre de la pascua: precio del rescate, del que depende la liberación (1,5; 5,9); medio de salvación, en cuanto que purifica (7,14) y garantiza la victoria sobre el exterminador (12,11).

El mismo Cordero constituye el centro de la liturgia celeste que refleja la liturgia eucarística en las comunidades protocristianas del Asia Menor. Así también tienen carácter destacadamente cultual los numerosos himnos que celebran el sacrificio y la victoria del Cordero (5,9-10.13; 7,10-11, etc.).

El carácter pascual del Cordero y de la liturgia lo confirma la tipología del éxodo, base del Apocalipsis: los males del fin de los tiempos repiten las plagas de Egipto (8,7-8.12; 9,3; 16,3.10); la iglesia, como nuevo pueblo de las doce tribus (7,4-8), atraviesa el mar cantando el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero (15,3), y es conducida por Dios sobre alas de águila al desierto (12,14) para llegar ala Jerusalén celeste (21,1.2.9; 22,17).

Se puede concluir, pues, con N. Füglister que el NT considera la obra salvífica de Jesús como un acontecimiento pascual; la liturgia que prolonga y actualiza este acontecimiento realizado de una vez para siempre tiene también carácter pascual; tanto el acontecimiento salvífico como el culto cristiano que lo actualiza se explican teológicamente recurriendo a la interpretación tipológica de los acontecimientos vinculados a la pascua del éxodo ".


IV. El misterio pascual en la iglesia

1. LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO PASCUAL. Se tiene noticia de una celebración anual de la pascua en la iglesia, a parte del texto bastante discutido de 1 Cor 5,7-8, interpretado por algunos como el primer testimonio de una pascua cristiana 29, hacia la mitad del s. u con la Epistula Apostolorum. Según este escrito, en coincidencia con la celebración pascual entre los judíos, los cristianos velan hasta el canto del gallo, ciertamente leyendo las Escrituras, entre las que debía de ocupar un puesto considerable Ex 12 —como se deduce de las homilías pascuales del s. u , y luego se hace memoria de Cristo consumiendo el agape y bebiendo el cáliz, hasta el día en que Cristo volverá con sus santos (Ep. Apost. [rec. copta] 15: TU 43 [Schmidt], Leipzig 1919, 5357).

Sin embargo, como sabemos por Eusebio de Cesarea, una controversia de no leve entidad vino a turbar la celebración pascual desde sus comienzos: mientras las comunidades asiáticas, que componían juntas la cronología sinóptica y la teología de Juan, en el intento quizá de subrayar la continuidad entre la pascua antigua y la del NT, la celebraban la noche del 14 de nisán, las comunidades occidentales aguardaban para romper el ayuno a la noche del sábado posterior al plenilunio, acentuando así la novedad cristiana, que ve en la resurrección el momento decisivo del acontecimiento pascual. Sólo la intervención conciliadora de Ireneo, que disuadió al fogoso Víctor de Roma de excomulgar a las iglesias de Asia, las cuales no se decidían a ajustarse a la praxis de las otras iglesias, impidió que la controversia desembocase en el primer cisma de la iglesia (Eusebio, Historia eccles. 5,23-25: GCS, Eusebius 2, 1,488-498). Tanto en un caso como en el otro, si bien con diversa acentuación, la pascua celebraba la bien-aventurada pasión de Cristo como misterio que comprende toda la historia salvífica, misterio en el que los fieles participan con el bautismo y sobre todo con la eucaristía.

Se produce una evolución al comienzo del s. iii en Alejandría, por obra sobre todo de Clemente Alejandrino y de Orígenes. Este corrige la etimología, habitual en aquel tiempo, que pretendía explicar pascua como pasión, más bien que como paso, y, reanudando la concepción propia del judaísmo helenístico representado por Filón, interpreta tal paso en sentido moral y espiritual. El influjo de Orígenes será dominante a lo largo de los ss. lv y v, y determinará el desplazamiento del centro focal de la liturgia pascual de Ex 12 a Ex 14-15, de la inmolación del cordero a la travesía del mar de los Juncos, por lo que sacramento pascual por excelencia no será ya la eucaristía, sino el bautismo. Valga por todos el ejemplo de Ambrosio, quien más que ningún otro en Occidente está bajo el influjo del gran Alejandrino: "¿Qué hay más oportuno a propósito del paso del mar Rojo por parte del pueblo hebreo que hablar del bautismo?" (De sacr. 1, 4,12; CSEL 73, 20) "

La concepción origeniana será divulgada, con alguna rectificación, en Occidente por otro estudioso de los textos originales de la Escritura: Jerónimo. Pero corresponderá a Agustín efectuar lo que R. Cantalamessa llama la síntesis entre el alma asiática y el alma alejandrina de la pascua occidental ". Pascua es paso, pero paso del Señor, que a través de la pasión llega a la vida conduciendo hacia ella a cuantos creen en la resurrección (Tract. in ev. Ioh. 55,1: CCL 36,363-364). Se perpetúa en la iglesia a dos niveles y con dos ritmos diversos: uno anual, representado por la fiesta de pascua; el otro semanal, e incluso diario (Sermo 220 in vig. paschae: PL 38,1089), constituido por la celebración eucarística. Por lo que "no debemos considerar los días de la pascua tan fuera de lo ordinario que descuidemos la memoria de la pasión y de la resurrección que hacemos cuando nos alimentamos cada día con su cuerpo y su sangre" (Sermo Wilmart 9,2, Morin, Misc. Aug. 1, Roma 1930, 693). Sin embargo, la participación diaria en la eucaristía no hace inútil la celebración anual de la pascua. En efecto, ésta "tiene el poder de evocar de nuevo ante la mente con más claridad, suscitar mayor fervor y alegrar más intensamente, por el hecho de que, retornando a distancia de un año, nos representa por así decir visualmente el recuerdo del acontecimiento" (ib).

Esta aclaración de Agustín estaba facilitada por la decisión del concilio de Nicea de distinguir netamente, incluso desde el punto de vista cronológico, la celebración de la pascua cristiana respecto de la judía. La liberación o independización de aquélla y la polémica antijudía que de ahí se siguió, llevaron a un desarrollo de la celebración semanal de la pascua, es decir, de la eucaristía, por lo que celebrar la pascua sólo una vez al año se convirtió en sinónimo de ser judío: "La cuaresma se hace una sola vez al año; la pascua, en cambio, tres veces por semana, alguna vez incluso cuatro veces o, más bien, cada vez que se quiere. En efecto, la pascua no consiste en el ayuno, sino en la oblación y en la inmolación que se hace en cada sinaxis... La pascua consiste en anunciar la muerte del Señor. Por eso el sacrificio que ofrecemos hoy, el realizado ayer y el que se hace cada día es exactamente el mismo que aconteció aquel día de la semana; en nada era aquél más santo que éste; en nada es éste menos digno que aquél, sino único e idéntico, igualmente tremendo y salvífico": así se expresa Juan Crisóstomo contra los judíos (Adv. Iud. 3,4: PG 48, 867).

Entre tanto, sin embargo, se había producido una notable expansión de la celebración pascual. La vigilia pascual de los comienzos, que se tenía el 14 de nisán (en Asia) o el domingo siguiente (en las iglesias occidentales), precedida de uno o pocos días de ayuno, se dilata en cincuenta días vividos como un único día de alegría pascual (cf Tertuliano, De orat. 23,2: CCL 1,267). De la vigilia se va hacia el triduo pascual (viernes, sábado, domingo), interpretado como memoria de la muerte, sepultura y resurrección (cf Orígenes, In exod. hom. 5,2: GCS, Orígenes 6,186) o como recapitulación de la semana de la creación: creación del hombre, descanso de Dios, inauguración del tiempo definitivo (cf Ps.-Crisóstomo, Hora. in sana. pascha 7,4: SC 48,115). El ayuno se extiende hacia atrás por un tiempo de cuarenta días, y a la pentekosté corresponde así la tessarakosté o cuaresma, de la que se tienen los primeros testimonios seguros en Atanasio, en la carta festiva del 334 (Ep. fest. 6, 13: PG 26,1389B), consagrada sobre todo al retiro bautismal de los catecúmenos. Dentro de la cincuentena se destacan durante el s. iv el día quincuagésimo y el cuadragésimo, consagrados respectivamente a la venida del Espíritu Santo y a la ascensión. Y en el siglo siguiente, junto a la octava de semanas que constituyen pentecostés y dentro de ellas, surge una octava simple de pascua, durante la cual los obispos completan la mistagogia de los neófitos.

Las causas principales de esta dilatación parecen haber sido la atención creciente a la humanidad de Jesús, lugar de la revelación y de la realización del designio salvífico, que llevó a la creación de suntuosas basílicas en los lugares en que se habían desarrollado los diferentes episodios de la vida de Jesús, a la celebración historizada de tales episodios (cf Egeria, Itinerarium 35-42: CCL 175,78-85) y a la multiplicación de las peregrinaciones a tierra santa, que tuvo como consecuencia la difusión de la exuberante liturgia jerosolimitana por las diferentes regiones de la cristiandad; la polémica antiarriana, que llevaba a subrayar la consustancialidad del Verbo (institutición de las fiestas de navidad y de epifanía, cuyo objeto fue sustraído a la celebración pascual, y atención a la resurrección mientras que se difumina la pasión); y, quizá también, el deseo de penetrar en los diversos aspectos del misterio de Cristo, cuya riqueza era difícil captar en una única celebración. El resultado de este proceso de historización y de la consiguiente expansión de la celebración pascual fue la fragmentación del misterio de Cristo en momentos y fiestas diversas, considerados como episodios y momentos autónomos del único misterio. De todos modos, esto sucederá fuera de la época patrística, que, en su conjunto, no pierde casi nunca de vista la unidad del misterio y mantiene el equilibrio entre los distintos elementos.

En todo caso, todo esto repercutió en la pérdida de intensidad de la vigilia y en la fragmentación del misterio pascual en menor medida que el nacimiento de un segundo triduo que partía en dos vertientes la pascua cristiana: la vertiente de la pasión (jueves, viernes y sábado) y la vertiente de la resurrección (domingo, lunes y martes in albis). Al triduo de la pasión se contrapone el triduo de la resurrección.

El jueves, antes considerado día conclusivo de la cuaresma y solemnizado en muchas iglesias incluso con una triple celebración (reconciliación de los penitentes, misa crismal y conmemoración de la institución de la eucaristía como rito memorial de la pascua histórica), se incluye en el triduo sacro, quitando de él el domingo. En el Misal de Pío V la separación será tan neta que entre la celebración de la vigilia anticipada a la mañana del sábado (de la vigilia ha desaparecido hasta el nombre) y la misa in dominica resurrectionis se inserta todo el ordo missae.

No quedaba sino añadir una vigilia con ayuno y una octava a pentecostés (ss. vt-vil) y, en fin, los días penitenciales de las rogaciones (s. vui) para vaciar por completo el misterio pascual.

Corresponderá al movimiento litúrgico que desembocará en el Vat. II recomponer la unidad del misterio pascual, afirmando que "en cada circunstancia del ciclo anual es el misterio de salvación en su integridad el que se encuentra ante los ojos de la iglesia y de cada cristiano"".

Pío XII iniciará la restauración del triduo pascual trasladando a la noche la vigilia, y a una hora que corresponde a la verdad histórica las celebraciones del jueves y viernes santo, y tratando de poner orden entre los diferentes elementos.

Pero será la renovación litúrgica del Vat. II la que llevará a término la reforma poniendo el triduo pascual, que culmina en la vigilia nocturna, "madre de todas las vigilias", como vértice de todo el año litúrgico (Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario 21), reconstituyendo la unidad de la sagrada cincuentena, considerada como un gran domingo (ib, 22), poniendo orden en la estructura y entre los diferentes elementos rituales y eucológicos de la celebración y de los domingos del tiempo pascual, y sobre todo ofreciendo, aunque no siempre con la necesaria coherencia, los motivos teológicos (cf la idea de incluir en el triduo la misa vespertina del jueves santo; la conservación de las especies eucarísticas y la consiguiente adoración, si bien privada, durante el viernes, día en que la iglesia se ha visto privada de su esposo; el mantenimiento de la comunión en este día rigurosamente alitúrgico, contrariamente a la antigua tradición romana y a la praxis universalmente existente en Oriente; la supresión de la venerable lectura de Ex 12 de la vigilia pascual). El triduo pascual, con la vigilia en la que la iglesia espera velando el paso liberador del Señor resucitado que en el sacramento anticipa su advenimiento, vuelve a obtener así en el año litúrgico el puesto que ocupa el domingo en la semana, y el tiempo pascual vuelve a ser el laetissimum spatium del tiempo de Tertuliano (De oral. 23,2: CCL 1,272; De bapt. 19,2: ib, 294).

La reforma litúrgica del Vat. II irá todavía más lejos, afirmando que no sólo en el domingo y en las diversas celebraciones del misterio de Cristo, sino también en las memorias de los santos e incluso en la liturgia de las Horas, en no menor medida que en los sacramentos que tienen su centro en el bautismo y en la eucaristía, se celebra en su unidad y globalidad el misterio pascual (OGLH 13). En efecto, la liturgia de las Horas extiende a las diversas horas del día las prerrogativas del misterio eucarístico, centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana: la alabanza y la acción de gracias, la memoria de los misterios de la salvación, las súplicas y la pregustación de la gloria celeste (OGLH 12).

2. LA COMUNIDAD CELEBRANTE. La comunidad que celebra el misterio pascual cristiano, como la del AT, se presenta bajo un doble aspecto. Es ante todo la pequeña comunidad convival ligada a un lugar: en el cristianismo de los orígenes se celebraba la cena "partiendo el pan en las casas" (kat oikon), y en las casa se anunciaba el alegre mensaje de la salvación pascual en forma de haggadah (la misma locución se encuentra en He 2,46; 5,42, y Ex 12,3). Y la LG 25, desarrollando lo que ya había afirmado la SC 42, explica que las iglesias locales en las que se celebra la eucaristía, aunque sean pequeñas, pobres y estén dispersas, son como una concentración y una epifanía de la iglesia, una, santa, católica y apostólica. En efecto, el culto celebrado en ellas atañe al mismo tiempo a toda la iglesia, que precisamente a través del acontecimiento pascual celebrado en la liturgia se ha convertido en el nuevo Israel, y por la celebración es continuamente rejuvenecida, renovada y edificada en templo santo del Señor (cf SC 2). Como explica la misma constitución litúrgica, las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de toda la iglesia, que es sacramento de unidad, es decir, pueblo santo reunido y ordenado bajo la guía de los obispos. Por eso tales acciones pertenecen a todo el cuerpo de la iglesia, lo manifiestan y lo implican (SC 26). Razón por la cual, permaneciendo firme la naturaleza pública y social de cualquier celebración litúrgica, siempre es de preferir la celebración comunitaria, sobre todo por lo que se refiere a la eucaristía y a los demás sacramentos (SC 27). Particularmente, la eucaristía, en cuanto centro de toda la vida de la iglesia local y universal (OGMR 1), congrega a todo el pueblo de Dios en torno al sacerdote que preside la celebración del memorial de la pascua como representante de Cristo (OGMR 7) ".

Como en el AT la celebración de la pascua era privilegio y deber de todo circunciso, así la plena, consciente y activa participación en las acciones litúrgicas es requerida por la naturaleza misma de la celebración litúrgica, asamblea en cuyo centro, como muestra el Apocalipsis, está el Cordero, Cristo crucificado y resucitado, objeto de la contemplación, de la alabanza, de la acción de gracias y de la súplica al Padre; y en virtud del bautismo es derecho y deber, con modalidades diferenciadas (SC 26b-28), de todo miembro del pueblo cristiano, estirpe elegida, sacerdocio regio, pueblo rescatado (SC 14).

Sin embargo, también en el cristiano, para celebrar la pascua, se requiere, como afirma el NT y la tradición eclesial (1 Cor 11,28; Didajé 14,1), una purificación previa de los pecados, purificación y reconciliación que se obtiene en virtud de la pascua misma celebrada en la eucaristía, que presenta a Dios el memorial del único y perfecto sacrificio de Cristo'".

3. EL -> MEMORIAL DE LA PASCUA. La celebración del misterio pascual ha tomado de la pascua antigua la estructura memorial. La obra de redención y santificación realizada por Dios en Cristo ha traído una condición perenne de salvación y una perfección de culto que sigue estando presente en la iglesia y en los fieles. Pero ésta debe ser actualizada continuamente para no ser olvidada y volverse ineficaz. Esto sucede en cada celebración litúrgica, que, como la celebración de la eucaristía, es esencialmente una anamnesis de la pascua (Lc 22,19; 1 Cor 11,24-25). Se trata ciertamente de un memorial subjetivo, en cuanto que los fieles, anunciando la muerte del Señor (1 Cor 11,26), hacen presente de nuevo el paso histórico de Cristo de este mundo al Padre "haciendo el bien y sanando a los posesos del demonio" (He 10,38), y se consolidan en la fe, esperanza y caridad. Pero el memorial es sobre todo objetivo: la celebración se realiza porque el Padre se acuerda de Cristo y de los cristianos. Y él, acordándose, se hace presente, actualiza, aplica y continúa en el cuerpo la obra realizada en Cristo cabeza.

Esto sucede en la celebración eucarística, en la que, a través de los símbolos del pan y del vino convivales, el creyente entra en comunión con el Cordero inmolado y glorificado, y mediante su sangre es insertado cada vez de nuevo en la nueva y eterna alianza concluida y sellada en el acontecimiento irrepetible de su muerte y resurrección; pero también en el baño bautismal, prefigurado, según la Escritura y la liturgia, en el paso de los padres a través del mar, y que, según Rom 6,3-5 y Col 2,12, sume al creyente en la muerte y resurrección de Cristo; en la confirmación, que mediante la unción y la imposición de manos lo hace partícipe del Espíritu septiforme que consagró a Cristo para el anuncio de la salvación y para el sacrificio, y que fue comunicado por él a su iglesia el día de pentecostés como fruto y realizador de la pascua; en el sacramento de la reconciliación y de la unción, que en virtud del mismo Espíritu creador y renovador permiten al creyente participar en la victoria pascual de Cristo sobre el pecado, sobre sus consecuencias y manifestaciones; en el sacramento del orden, en el que el Espíritu Santo de la pascua sigue y seguirá consagrando a un bautizado para el servicio del pueblo de Dios como signo visible de Cristo pastor, que ha dado la vida por su rebaño; y en el sacramento del matrimonio, por el que el amor de un hombre y una mujer creyentes se hace signo visible de la alianza nupcial entre Cristo y la iglesia estipulada con la sangre del Cordero. En las fiestas del año litúrgico, que bajo perspectivas y puntos de vista diversos hacen de nuevo presente el misterio pascual en su totalidad, y en la liturgia de las Horas —en la que el pueblo sacerdotal se une y se hace voz del sumo sacerdote, el cual "en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado, y con la oblación perfecta del ara de la cruz...; y después de resucitar de entre los muertos vive para siempre y ruega por nosotros" (OGLH 4), y la iglesia, unida a Cristo, su esposo, canta las alabanzas de Dios (OGLH 15)— es siempre el memorial de la pascua el que se lleva a efecto en la iglesia.

Al memorial, en su doble aspecto subjetivo y objetivo, se ordena la liturgia de la palabra (lecturas bíblicas y homilía en la celebración de la eucaristía, de los sacramentos y de la liturgia de las Horas), cuya función no es sólo recordar a los fieles lo que Dios realizó por ellos en el pasado e instruirlos sobre las consecuencias que de la intervención divina derivan para sus existencias, sino sobre todo proclamar lo que Dios realiza en el hoy por los suyos que lo esperan. En la liturgia de la palabra Dios, que ha hablado muchas veces a los padres por medio de los profetas y en Cristo muerto y resucitado ha pronunciado su palabra definitiva, habla a su pueblo y manifiesta el misterio de la redención y de la salvación pascual, ofreciéndole el alimento espiritual, o sea, la palabra que es espíritu y vida (OGMR 33); y Cristo, el crucificado resucitado, presente en su palabra, anuncia el evangelio (OGMR 9), es decir, proclama el alegre anuncio de lo que, sobre la base de la historia salvífica pasada, realiza él aquí y ahora por el sacramento en la iglesia reunida en su nombre.

Y del memorial brotan la alabanza y la acción de gracias rebosante de alegría por las maravillas realizadas por él en el misterio pascual (MR, pref. domin. I), y la súplica confiada en que Dios querrá llevar a cumplimiento en favor de todo el cuerpo cuanto ha obrado ya en la cabeza, para que el cuerpo se convierta en Cristo en un sacrificio perenne grato al Padre (pleg. euc. III), a fin de que los hijos de Dios dispersos por doquier obtengan con Cristo ascendido al cielo la herencia eterna de su reino, donde con todas las criaturas, libres ya de la corrupción del pecado y de la muerte, canten su gloria (pleg. euc. IV), y los hombres de toda estirpe y de toda lengua se reunan en el convite de la unidad perfecta en el mundo nuevo donde reina la plenitud de la paz (pleg. euc. de la reconc. II).

Por tanto, como la pascua judía, también la liturgia cristiana, que se funda en ella y la prolonga, es tridimensional: memorial de una acción salvífica pasada que se realizó de una vez para siempre; actualización de la salvación obrada por aquélla; visión anticipadora de su posesión plena, que todavía debe venir.

Como la celebración pascual del AT, también la cristiana fue instituida y celebrada por primera vez la noche anterior al acontecimiento pascual y con vistas a él, para permanecer vinculada con él por siempre. Pero como en el judaísmo, al memorial de la pascua se han superpuesto otros acontecimientos de la historia salvífica, interpretados como momentos de la pascua que abarca toda la historia de la salvación. Según los padres, la pascua de Cristo, que aconteció el 25 de marzo con ocasión del equinoccio y del plenilunio de primavera, resume incluso cronológicamente la creación del mundo y del hombre y la encarnación del Verbo (cf Ps.-Cipriano, De paschae comput.: PL 4,964; Agustín, De Trin. 4,5: PL 42,894). Y ya en el NT la pascua se convierte en clave de lectura de los acontecimientos de la historia de la iglesia, entendidos también como acontecimientos pascuales. Así, la narración de la liberación prodigiosa de Pedro en los días de los ácimos (He 12,3-4) es rica en alusiones pascuales. Más aún, según la Epistula Apostolorum 15 (TU 43, 53-57), el apóstol se ve liberado de la prisión para poder tomar parte junto con los otros apóstoles en la celebración nocturna de la pascua. Por eso, junto a la pascua —como demuestra la liturgia de la palabra de la vigilia pascual, con las lecturas que narran toda la historia salvífica desde la creación hasta la pascua del éxodo y hasta la muerte y resurrección de Cristo, que en el bautismo y en la eucaristía se realizan para el cristiano; como demuestran las diversas anáforas eucarísticas de las diferentes iglesias y las grandes plegarias que recogen su estructura (consagración del crisma y bendición de los óleos santos, bendición del agua bautismal, ordenaciones, bendición nupcial y de las vírgenes, dedicación de la iglesia y del altar, etc.)—, se han acogido en el memorial litúrgico otros acontecimientos salvíficos: los diferentes misterios de Cristo, las acciones divinas en el AT e incluso el sacrificio de los mártires y el testimonio de los santos.

Del mismo modo, también la salvación futura en el cristianismo se concibe como acontecimiento pascual. Según Lactancio, la pascua se celebra velando por razón de la parusía de nuestro rey y Dios; en efecto, en una noche pascual obtendrá él la soberanía sobre el mundo (Div. inst. 7, 19,3: CSEL 19,645). También Jerónimo relaciona el uso de las iglesias de no despedir a la multitud antes de medianoche en la vigilia pascual con la creencia rabínica de que Cristo vendrá a medianoche, como el Señor "pasó de largo" en Egipto (Hom. in Matth. 25,6: PL 26,184); y en el Exsultet de la vigilia la iglesia ruega que Cristo, estrella de la mañana, en su venida gloriosa encuentre encendido el cirio que ilumina la noche pascual.

Por lo demás, ya para el NT Jesús fue inmolado en una pascua como cordero y quedó constituido Mesías; sin embargo, el cumplimiento escatológico está en espera de la plenificación final. También él se llevará a cabo en analogía con el esquema de la pascua del éxodo: después de los dolores del parto, descritos en conexión con los sufrimientos y las plagas de Egipto (Ap 16,1ss; Lc 21,9ss), comparecerá el Mesías, sea como Logos que juzga (cf Sab 18,15-16, en conexión con Ap 19,13-16), sea en la persona del esposo (cf Mt 25,1-13; Ap 22,17), para juzgar a los impíos al modo de los egipcios y conducir a la fiesta, en la mitad de la noche (Mt 25,6, leído a la luz de Ex 12,29), a los suyos, que esperan y velan con las cinturas ceñidas (Lc 22,35, leído a la luz de Ex 12,11; cf 1 Pe 1,13; Ef 6,14).

La esperanza del futuro tiene su ámbito vital en la celebración litúrgica, y sobre todo en el convite pascual, en que se anuncia la muerte del Señor hasta que venga (1 Cor 11,26), se implora insistentemente esta venida (1 Cor 16,26; Ap 22,17-20) y a la vez se anticipa y se pregusta.

4. MISTERIO PASCUAL Y EXISTENCIA CRISTIANA. El NT funda la vocación cristiana, que es llamada al culto sacrificial pneumático a Dios (Rom 12,1; 1 Pe 2,5), en el acontecimiento pascual en que participan los creyentes merced a la liturgia. Ellos se han acercado "a la montaña de Sión, a la ciudad del Dios viviente, la Jerusalén celeste, a miríadas de ángeles, a la asamblea festiva" (Heb 12,22-23) gracias al sacrificio de Cristo y a su sangre, que purifica la conciencia de las obras muertas para servir al Dios viviente (Heb 9,14). El sacerdocio universal de los fieles deriva de la acción salvífica de Cristo, cordero que los ha rescatado con su sangre (1 Pe 2,5.9; Ap 1,6; 5,9). Así como en el AT el fin de toda la obra salvífica fue desde el comienzo el servicio cultual, y la sangre del cordero mezclada, según los rabinos, con la de la circuncisión, además de valor apotropaico, tuvo valor de expiación y de consagración, así toda la moral y espiritualidad cristiana resultan estar fundadas en el misterio pascual. Según el NT y según la mistagogía de los padres, consiste en realizar en la vida diaria la muerte y resurrección de Cristo, que se ha realizado en ellos sacramentalmente en la inmersión y emersión bautismal, y de la que ellos se alimentan en el convite pascual renunciando cada día al pecado para vivir en novedad y libertad (Rom 6,3-11); haciendo morir en sí mismos cuanto pertenece todavía al mundo cerrado e inclinado sobre sí mismo y sobre el propio pasado (fornicación, falsedad, apetito desordenado, idolatría, ira, malignidad) y buscando las cosas de arriba (Col 3,1-9), los cielos nuevos y la tierra nueva que Dios prepara para ellos, no sin ellos (2 Pe 3,13; Ap 21,1); renovándose continuamente en la justicia yen la santidad; revistiéndose de los sentimientos de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia: los sentimientos del hombre nuevo, Cristo, a cuya imagen deben configurarse cada vez más (Ef 4,24; Col 3,10-12); guardando celosamente la libertad con que él los ha hecho libres (Gál 5,1).

La vida cristiana aparece así marcada por el ya y todavía no, que caracteriza el acontecimiento de la salvación pascual y su celebración en la liturgia, por lo que se la puede definir como una liturgia pascual celebrada en la existencia: mantener despierta la memoria de Cristo, que padeció por ellos dejándoles un ejemplo para que caminen en pos de él (1 Pe 2,21); y, por tanto, desembarazarse de la vieja levadura de la malicia y de la perversidad (1 Cor 5,6), vivir como forasteros y peregrinos (1 Pe 2,11), en vela para captar los signos del paso liberador de Dios, con las lámparas encendidas y prontos a acoger a Cristo, que viene como juez, esposo y salvador (Lc 12,35 y par.) y a dar a quien la pida razón de la esperanza que hay en ellos (1 Pe 3,15), cantando las obras maravillosas de aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable (1 Pe 2,9).

Así se puede decir que la existencia cristiana consiste en realizar en la vida el misterio celebrado en los sacramentos (colecta del viernes de la octava de pascua), en hacer pasar a la vida lo que se ha recibido por la fe (colecta del lunes de la octava de pascua) a la espera de que se cumpla la bienaventurada esperanza y venga el salvador Jesucristo.

[-> Misterio; -> Memorial].

P. Sorci


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