JOVENES
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SUMARIO: I. Análisis socio-cultural de la religiosidad juvenil - II. ¿Qué liturgia ofrecer a los jóvenes? Una pregunta planteada en términos nuevos: 1. Principios generales tomados del Vat. II; 2. Primeras tentativas para una respuesta pastoral - III. Un diálogo difícil: términos para un contraste: 1. Creatividad; 2. Fiesta; 3. Compromiso en la vida - IV. Hipótesis para una educación litúrgica: líneas metodológicas y pastorales: 1. Papel de la comunidad eclesial como sujeto y lugar de una liturgia "joven" 2. Manifestación de la iglesia como "asamblea" y recuperación de todos sus valores litúrgicos; 3. La presidencia litúrgica.


I. Análisis socio-cultural de la religiosidad juvenil

En los años siguientes al Vat. II, es decir, de 1965 en adelante, la iglesia católica ha realizado la mayor -> reforma litúrgica de su historia. Al observar esta obra de renovación, encaminada también a la recuperación de ciertos valores esenciales, es preciso evidenciar algunos que son sumamente importantes, como: a) el puesto central de Cristo y el primado del -> misterio pascual en todas las modalidades de oración y de celebraciones litúrgicas: -> domingo; -> año litúrgico; -> sacramentos; -> liturgia de las Horas, como santificación del tiempo y de la vida de cada día; b) la estructura dialogal de la nueva liturgia, que revela el carácter típico de la oración cristiana basada en la palabra de Dios. El Señor abre el diálogo dirigiéndonos su palabra; nosotros respondemos a su invitación con la escucha, la alabanza, la acción de gracias, el ofrecimiento. Al mismo tiempo que se procedía a esta obra de reforma litúrgica, los creyentes se han visto invadidos por una profunda crisis acerca del significado de la oración. Las señales más significativas de esta crisis han aflorado en la asamblea del Consejo ecuménico de las iglesias, tenida en Uppsala en 1968, con los interrogantes sobre el problema de la -> oración y del -> culto en nuestro tiempo. ¿Por qué orar? ¿Para qué sirve el culto? ¿Qué importancia tiene la oración? ¿No pertenecen quizá la oración y el culto a la infancia del hombre?

Entre este proceso de renovación litúrgica impulsado por el Vat. II y la crisis del significado del culto que se ha manifestado en estas últimas décadas, se coloca singularmente el problema juvenil y el nuevo acercamiento de los jóvenes a la liturgia y a la oración. En los jóvenes encontramos la expresión más llamativa de los problemas más cruciales vividos por una época: ellos son los portadores de las nuevas demandas y de la necesidad de redescubrir desde el comienzo los motivos profundos que están en la base de la experiencia cristiana; además, en estos últimos veinte años, con sus comportamientos, han puesto al descubierto las graves contradicciones de nuestra época, haciéndolas estallar de forma tan improvisa como inesperada. El mismo análisis de la crisis religiosa de los jóvenes (dada por descontada y no siempre adecuadamente analizada) presenta elementos de novedad y de contradictoriedad: es un fenómeno tan complejo y mudable, que se quedan en gran parte anticuadas muchas categorías sociológicas que se usaron y se siguen usando para comprenderla.

De la crisis religiosa de los jóvenes parecen aflorar síntomas de un cierto cambio de rumbo, en cuanto que manifiesta una rica fenomenología de comportamientos individuales y colectivos que de varias maneras se remiten a un significado religioso.

Más allá de un análisis que es más bien difícil— de la fenomenología que expresa la demanda religiosa de los jóvenes, es necesario tomar nota de algunos datos que son indicadores para la elaboración de un proyecto educativo-pastoral en el que pueda encontrar positiva y constructivamente espacio también el tema jóvenes y liturgia. Con otras palabras: la experiencia juvenil, leída con una mirada de conjunto, deja entrever los signos de los tiempos o algunas semillas de vida que caracterizan la sensibilidad de las nuevas generaciones que van creciendo en nuestro tiempo.

He aquí sintéticamente un cuadro de valores o sensibilidades en que se mueve el proyecto de los jóvenes para el futuro: a) el redescubrimiento del individuo como persona, el valor de las potencialidades de cada hombre y el respeto a las mismas, así como la importancia dada a la riqueza de las experiencias de los individuos; b) la comprensión de la política, no como fruto de una ideología, sino como respuesta a las necesidades concretas del hombre; c) la consiguiente prosecución de los grandes valores de la justicia y de la libertad, no de un modo abstracto, sino como traducibles en las necesidades reales del territorio y capaces de anclar en una historia viva de una comunidad; d) la concepción del trabajo como expresión del desarrollo del hombre, y no sólo como medio de sustento; e) la responsabilidad y el compromiso personal como valores constantes, con cuyo cultivo se realizan los individuos al participar en la construcción de la historia y del futuro de la humanidad; f) la aceptación, por parte de los jóvenes, de las instituciones creativas, es decir, que no sean fin a sí mismas ni tampoco fixistas y repetitivas, aunque procuren garantizar la continuidad; por tanto, estructuras e instituciones sociales y eclesiales que sepan liberar y no burocraticen la vida del hombre.

Junto a estas semillas de vida, la condición juvenil presenta en su insistente demanda religiosa otros signos, que es preciso analizar: a) el desarrollo de una creciente área de religiosidad extraeclesial y de comportamientos no-religiosos altamente ritualizados; b) la tentativa de enlazar directamente la experiencia religiosa con la militancia política, cultural y social o, más generalmente, con los procesos históricos; c) el renovado interés por la dimensión eclesial y la superación de una apriorista disensión estéril y fraccionadora; d) el abandono de una concepción cultural del compromiso religioso por una más precisa definición teorética del mismo en términos de fe.

Son, éstos, datos de un desarrollo todavía por producirse, pero ya cargado de implicaciones para el presente. Se nota en ellos una nueva sensibilidad por la temática religiosa: requieren, por tanto, una nueva reflexión general sobre las líneas pastorales para una educación de los jóvenes en la fe y en la vida cristiana; en consecuencia, interpelan también sobre la educación en la liturgia y sobre el significado que adquiere a los ojos de las nuevas generaciones.


II. ¿Qué liturgia ofrecer a los jóvenes? Una pregunta planteada en términos nuevos

1. PRINCIPIOS GENERALES TOMADOS DEL VAT. II. La pregunta acerca de si es pensable una liturgia adecuada para los jóvenes forma parte de una interrogante más vasta, que no encontró eco particular en el Vat. II, cuya concepción de reforma litúrgica planteaba la problemática de esta última todavía sobre la lengua latina (SC 36, 1.2). Junto al problema del texto, el posconcilio ha suscitado progresivamente el de la inteligibilidad de los textos y el de las fórmulas litúrgicas en lengua hablada; ha aflorado la exigencia de crear nuevos signos expresivos y de participación en la vida litúrgica de la comunidad que respondan mejor al dato cultural y estén más cerca de los signos con que se expresa la vida cotidiana.

Pero no obstante el escasísimo relieve que nuestro tema tuvo en el concilio, gracias a la sensibilidad pastoral que caracterizó a la redacción de los documentos, podemos encontrar en estos últimos algunos gérmenes positivos de solución. El primer principio orientador es el de la participación. La atención pastoral no debe mostrarse solícita solamente por una perfecta observancia de las normas relativas a una celebración válida y lícita, sino que de modo particular debe preocuparse de que los fieles participen en ella conscientemente, de modo activo y fructuoso (SC 11). Esta participación debe ser proporcionada a la edad, a la condición, al género de vida y de cultura religiosa de los fieles (SC 19). Un segundo principio es el de la adaptabilidad de la liturgia. Palabra y rito están íntimamente relacionados en la liturgia; pero hay que adaptarlos a la capacidad de comprensión de los fieles, que, generalmente, no deben tener necesidad de excesivas explicaciones a lo largo del desarrollo de la celebración (SC 34). Esto significa, para la reforma litúrgica, bien la simplificación de los ritos, de modo que resulten más esenciales, más claros; bien una reescritura de los textos litúrgicos que tenga en cuenta las costumbres y la índole de los diversos pueblos (SC 37 y 38); bien la concreta referencia a la comunidad reunida, de forma que, habida cuenta de la naturaleza y de las demás características de cada -> asamblea, se ordene toda la celebración de modo que conduzca a los fieles a una participación consciente, activa y plena, externa e interna, ardiente de fe, esperanza y caridad (OGMR, c. I, n. 3) ° [-> Adaptación].

2. PRIMERAS TENTATIVAS PARA UNA RESPUESTA PASTORAL. No podemos ignorar que, por desgracia, en la pastoral juvenil el capítulo de la educación litúrgica nunca ha sido suficientemente desarrollado. Todo lo más se ha dejado a alguna afortunada improvisación. No se encuentra una seria reflexión teológico-pedagógica encaminada a elaborar un proyecto coherente de educación litúrgica de los jóvenes. Hoy el silencio parece haber envuelto este tema pastoral. Hay una difusa impresión de cansancio y una necesidad de refugiarse en esquemas aprobados y de discreta aplicabilidad.

A partir de los años del concilio hubo una primera orientación tendente a presentar la liturgia al hombre de hoy, y en particular a los jóvenes, que podemos describir del modo siguiente. Gracias a la renovación de la teología bíblica y patrística se redescubrió la liturgia como lugar privilegiado de la actualización de la historia de la salvación, como misterio de la presencia de Cristo y anticipación de la plenitud salvífica del reino. La liturgia es presencia objetiva del misterio, participable por nosotros como don, como experiencia de salvación. Nacía de aquí el redescubrimiento pedagógico de la categoría de iniciación como educación del hombre para hacerlo entrar conscientemente en el misterio de la salvación. Era un primer significado de iniciación, que encontrará ulteriores desarrollos en el redescubrimiento de la tarea eclesial de educación en la fe y en la vida cristiana.

En los años sucesivos, marcados por una visión más subjetiva sobre el hombre, todo lo real fue visto a partir de su significado funcional en favor del crecimiento de la persona, es decir, como instrumento de autorrealización. En esta perspectiva la liturgia no era ya don —objeto de acogida— del misterio, no era ya espacio en que se experimenta el encuentro con Dios. Así la visión antropocéntrica conduce a presentar la liturgia a los jóvenes como una inmersión en la vida del hombre a la búsqueda de un sentido último. La liturgia como celebración de lo cotidiano pasa a ser experiencia de grupo, fiesta y alegría del estar juntos. Aquí hay que recordar que el delicado equilibrio entre objetivo y subjetivo en la liturgia debe salvaguardarse siempre'.

En estos años han sido significativas las problemáticas pastorales suscitadas por las misas de jóvenes, en las que quizá cobraba la liturgia un sesgo unilateral en el sentido que acabamos de indicar, provocando intervenciones y directrices pastoralespor parte de algunos episcopados nacionales o regionales

Más tarde la crisis litúrgica de los jóvenes fue interpretada más profundamente desde el trasfondo de la crisis religiosa del hombre de nuestro tiempo, según revelan ciertos momentos de la experiencia litúrgica del creyente, como la celebración del sacramento de la penitencia o la celebración del sacramento del matrimonio.


III. Un diálogo difícil: términos para un contraste

¿Qué liturgia buscan los jóvenes? Es particularmente difícil dar una respuesta; quizá es imposible: la sensibilidad juvenil, al expresar un rechazo hacia una determinada realidad, no llega a una formulación de algo preciso como alternativa, limitándose a subrayar una exigencia de algo diverso. Sólo la globalidad de la acción de toda una comunidad será capaz de descodificar el mensaje que llega de las nuevas generaciones, a modo de un continente desconocido. No obstante, se pueden reseñar algunas señales que no hay que absolutizar, sino más bien someter a un contraste serio y crítico con la tradición viva de la iglesia. De un diálogo desapasionado podrán nacer perspectivas fecundas de renovación para toda la comunidad e itinerarios positivos para la educación litúrgica de los jóvenes.

El dato más positivo para este contraste está en la actual superación de un rechazo estéril de las formas institucionales de una comunidad. Los jóvenes viven ahora una actitud más constructiva en relación con las estructuras sociales y eclesiales; por consiguiente, son capaces de acoger cuanto forma parte de una historia ya vivida, cuya riqueza de experiencia no debe perderse. Pero en estas instituciones buscan realidades a medida del hombre: instituciones creativas con vistas al crecimiento del hombre, no de la propia autoconservación; personas creativas, capaces de afrontar con prontitud las necesidades que afloran, y que se hacen juzgar por lo que saben crear, no por sus principios abstractos; los jóvenes quieren vivir acontecimientos nuevos, preñados de novedad para la vida y para el futuro, aunque tales acontecimientos hayan pasado ya y deba hacerse memoria de ellos, pero para sacar proyectos de cara al futuro.

En esta relación de los jóvenes con la comunidad es donde se deben interpretar las sensibilidades que han aflorado [-> supra, I] y dar razón de las líneas constructivas presentes en la vida de la iglesia y en la liturgia [-> supra, II].

1. CREATIVIDAD. Es quizá la nota más significativa, la cual, si bien es propia de la juventud de todo tiempo, hoy es sentida con exasperación quizá porque las experiencias de masificación y de repetitividad mecánica en una sociedad tecnificada han reducido los espacios reales de manifestación de la originalidad positiva y constructiva del espíritu humano. También la liturgia es rechazada como componente de un ritual pensado y decidido por otros, en el que sólo hay sitio para la repetición mecánica de gestos y fórmulas impuestos por un pasado al que ya no se siente uno ligado. Acompaña a esto la exigencia de libertad como ideal supremo; no sólo como libertad para, como proyecto positivo que construir, sino como libertad de, como rechazo instintivo de la ley o del precepto. La iglesia, en muchas de sus manifestaciones, forma parte de este mundo rechazado porque se la ve como el baluarte de lo legal, sea moral, canónico o ritual.

No será ciertamente el valor de la -> creatividad el que interponga un foso imposible de salvar entre los jóvenes y la liturgia de la iglesia. ¡Al contrario! La liturgia tiene detrás de sí toda una historia de creatividad en el Espíritu, historia que ha producido expresiones siempre nuevas de alabanza y de acción de gracias por las maravillosas obras salvíficas del Señor y que ha asimilado nuevas sensibilidades presentes en las culturas de los diferentes pueblos. La liturgia de la iglesia no teme dejar espacios a la creatividad que se traduzca en sabias propuestas maduradas en la fe; desconfía más bien de la improvisación total, que a menudo es fruto de superficialidad y de personalismos. La iglesia no teme el principio de la libertad litúrgica, exigencia de una fundada diversidad cultural de los pueblos; lo que teme es una liturgia libre, fruto del gusto del momento o de las decisiones particularistas de un grupo. La iglesia vive su liturgia y la presenta a los jóvenes como la más pura celebración de la fe; pero no fe individualista o de un grupo, sino de la iglesia, en la que siempre está presente el Resucitado. Frente a un posible riesgo de anarquía destructiva, la iglesia profesa su fidelidad al misterio.

2. FIESTA. El interés por la -> fiesta, que en los adultos parece coincidir con un revival de celebraciones populares bajo diferentes formas, no es sólo un síntoma de la vitalidad redescubierta de algunos valores humanos y religiosos indispensables para la existencia, sino que es también la expresión de un sí dicho a la vida, de un juicio positivo sobre nuestra existencia y sobre el mundo. La fiesta se reviste de la nota de la alegría, y quizá también de las notas de la exuberancia, del exceso, de la espontaneidad, que rescatan del convencionalismo social para introducir en el mundo la esperanza de una vida vivida en plenitud, en libertad. En formas originales, la exigencia de la fiesta caracteriza la sensibilidad juvenil también en relación con la liturgia. La fiesta se sirve del movimiento, del canto, de la fantasía, de la imaginación y de la poesía para expresar cosas nuevas con la plena participación del cuerpo. Así pues, la fiesta, como signo de libertad y de encuentro, contiene la exigencia de expresar visiblemente, corporalmente, lo que uno lleva dentro y de vencer las frustraciones que derivan de la represión de los sentimientos y de lo que hay en lo íntimo del hombre.

¿Es capaz la liturgia, con sus viejos rituales, de crear un clima de fiesta en el que se rompa la rutina diaria? ¿Son capaces los ritos transmitidos de expresar las situaciones nuevas vividas en nuestro hoy? La acentuación del clima festivo no va contra la liturgia, antes bien constituye una recuperación del sentido auténtico de la celebración de las fiestas litúrgicas. Estas últimas tal vez no parecen verdaderas' porque están sobrecargadas de hieratismo, de ritos complejos y de cantos cuidados hasta la perfección, pero extraños a la sensibilidad de la gente. La fiesta cristiana se alimenta en las fuentes de la fiesta bíblica; memoria viva de los acontecimientos maravillosos de Dios realizados para la liberación del hombre. Pero ¿qué fiesta cristiana prolonga la fiesta bíblica? La que es alegría en el presente, y no fuga evanescente de la realidad; la que es encuentro de comunión abierto a la universalidad de la experiencia humana, no la que es fiebre ansiosa o autoclausura de pequeños grupos que se nutren de emociones intimistas y evaden las demandas concretas. Fiesta cristiana es también reflexión y celebración de los más fundamentales valores de la existencia diaria para encontrar sus aspectos positivos y rescatarlos de la banalidad de la rutina; es estar juntos en aceptación recíproca, en apertura entre individuos y grupos; es poner signos que proféticamente rompan la monotonía e indiquen el sentido profundo de la vida. La iglesia repropone la fiesta —la solemnidad litúrgica— como compromiso de vida, no como fuga. La fiesta litúrgica se expresa con signos que son dados, se reciben como don del Resucitado y, por tanto, renuevan la eficacia salvífica del misterio del amor de Dios por el hombre. No puede la iglesia suprimir ciertos signos —instrumentos de la presencia del Resucitado-; aunque algunas incrustaciones celebrativas, a veces más bien vinculadas al dato cultural, hay que distinguirlas y purificarlas como es debido.

3. COMPROMISO EN LA VIDA. Una de las demandas más fuertes expresadas por las comunidades juveniles es la de hacer entrar la vida en la liturgia (especialmente en la misa), para que esta última pueda convertirse en fuente y testimonio de servicio al hombre [1 Compromiso]. La neutralidad, el espiritualismo, tras el que acaso se esconde una alianza con el poder político o económico, son denuncias hechas contra la institución, en favor del redescubrimiento de una dimensión profética que se ponga en defensa del pobre, del oprimido, del marginado. La liturgia, según algunas expresiones juveniles radicales, debe hacerse política si quiere ser significativa para la vida, si quiere ejercer una influencia y tener un eco en los problemas sociales y políticos de la comunidad. La suma de todas estas demandas plantea concretamente el problema de dónde, con quién y de qué modo realizarlas. De ahí deriva como consecuencia un hecho, de signo a veces pesimista: el de refugiarse en pequeñas asambleas donde la identidad de puntos de vista y de sentimientos parece ofrecer mayores garantías; por parte de algunos grupos juveniles nace el rechazo de las grandes asambleas porque casi necesariamente son masificantes.

La iglesia es bien consciente de que uno de los peligros más graves que llevan a la falsificación del culto es la separación entre liturgia y vida (GS 43). Reconoce la validez de una integración entre liturgia y problemas humanos para sacar de ahí la luz y la fuerza que brota del misterio de Cristo. Pero pretende defender la liturgia de cualquier riesgo de supeditarse a los intereses de ideologías, de partidos, de clases: la liturgia es la celebración del misterio de Cristo muerto y resucitado para la salvación de todos los hombres. Por consiguiente, respetando y valorizando itinerarios particulares de educación en la fe, realizables en comunidades pequeñas y bien caracterizadas, la iglesia siente la liturgia como celebración de toda la iglesia: no como experiencia de gueto, sino como comunión en una comunidad abierta a todos. La liturgia en los 1 grupos particulares es una realidad que debe ser atentamente valorada en el plano pastoral; pero es negativa si se convierte en refugio de grupos intimistas o separatismo de grupos elitistas que, contagiados por un antropocentrismo exasperado, transforman la celebración del misterio de Cristo en celebración de la vida simplemente.

Entre estos extremos, que determinan una alternativa entre la liturgia oficial y la liturgia propuesta por las sensibilidades juveniles, ¿es posible un punto de encuentro? Nos parece que, más allá de endurecimientos preconcebidos, es posible y fructuoso un punto de encuentro para ambas realidades, en la perspectiva unitaria de un camino que recorren juntas como comunidad cristiana.


IV. Hipótesis para una educación litúrgica: líneas metodológicas y pastorales

¿Es posible hoy una nueva fase de renovación de la liturgia y una educación de los jóvenes en la liturgia? En base a las experiencias de estos años han madurado elementos nuevos, que han modificado profundamente análisis y valoraciones sobre la juventud y sobre su mundo de valores. Pero hay que tratar de elaborar de modo más sistemático la riqueza de las intuiciones y las exigencias educativas realizadas a diversos niveles: grupos, comunidades, movimientos. Es necesario hacer una primera síntesis de las directrices pastorales contenidas en los documentos de la iglesia, a fin de llegar a una propuesta orgánica de pedagogía litúrgica para los jóvenes. Para una hipótesis de tal pedagogía se pueden recordar algunas líneas de carácter metodológico y otras indicaciones pastorales.

1. PAPEL DE LA COMUNIDAD ECLESIAL COMO SUJETO ,Y LUGAR DE UNA LITURGIA "JOVEN". Esta es la primera línea metodológica para una educación de los jóvenes en la liturgia: responsabilizar a toda la comunidad eclesial en la pastoral juvenil. Obrar de otro modo significa volver marginales a los jóvenes; encerrarlos en espacios exclusivos, como si se establecieran reservas eclesiales en las que ellos viven, pero desde las que no entran en comunicación con toda la comunidad. Sujeto y lugar último de la evangelización y de la educación en la vida cristiana lo es toda la comunidad eclesial. Todo el pueblo cristiano está llamado, en cuanto pueblo, a celebrar en la vida y en la historia el misterio de Cristo, obviamente respetando y promoviendo el papel de cada uno. Ahora bien, este protagonismo de la comunidad debe ser válido también en relación con la liturgia. Pero una comunidad debe renovar su vida litúrgica y responder a la necesidad de educar a los jóvenes en la liturgia sin llevar a cabo adaptaciones superficiales o crear formas con marchamo juvenil (las cuales generalmente son más improvisadas que interiormente sentidas). Una comunidad protagonista de educación de los jóvenes en la liturgia se planteará algunos problemas de particular valor pedagógico.

a) La -> catequesis. La ausencia de participación en la liturgia, la actitud pasiva, es fruto de cierto tipo de catequesis: abstracta, conceptualista, repetitiva. Para vivir plenamente la celebración litúrgica se precisa una catequesis idónea que prepare y acompañe la celebración. La catequesis litúrgica y la valorización de la celebración como catequesis en acto son una primera opción de una comunidad que educa en la liturgia. No se puede sentir la participación en la eucaristía si no se conoce su valor profundo; y este valor se adquiere en un proceso educativo unitario, que lleva a conocer, celebrar y vivir el misterio eucarístico.

b) Los -> signos. Si el hombre secularizado ha perdido la clave para cierta comunicación simbólica, ésta vuelve a aflorar en la sensibilidad juvenil como un lenguaje de lo profundo, como palabra comunicativa que busca nuevas expresiones. El hombre necesita símbolos para expresar su interioridad, para entrar en comunicación con Dios y con los demás. Los símbolos, los signos, son connaturales al hombre. Además, el simbolismo es lenguaje de la fe, que encuentra en él un modo expresivo que evita la caída tanto en la ideología como en el intelectualismo, como también la reducción a experiencia de pura interioridad. Sin embargo, la comunidad cristiana debe encontrar la forma de introducir a los fieles en un sistema de significatividad que sea comprensible para el tiempo presente. Algunos signos son fundamentales y fundan la continuidad de la tradición de la fe: son los signos histórico-salvíficos; otros son fruto de una cultura viva, que busca las formas más expresivas para poner en relación a las personas y vincularlas a la comunidad: son signos vitales y experienciales. La comunidad introduce en los signos y hace que se vuelvan de nuevo comunicantes cuando los vive y los celebra de verdad, cuando sabe captar el íntimo significado que deriva del contacto de la fe con la historia de la salvación.

2. MANIFESTACIÓN DE LA IGLESIA COMO -> "ASAMBLEA" Y RECUPERACIÓN DE TODOS SUS VALORES LITÚRGICOS. Una adecuada educación litúrgica nace de una iglesia que vive su manifestación visible como asamblea y potencia todas sus dimensiones específicas. No puede haber liturgia sin asamblea, que es la reunión visible de los que creen en Cristo y han sido bautizados en su nombre. En efecto, la asamblea constituye el primer signo de la presencia operante del Señor resucitado como aquel que reúne y santifica a su pueblo. La asamblea es una realidad del orden de la salvación: es signo sacramental de la salvación. La reunión de los discípulos de Cristo para la celebración de la alianza no es simplemente una condición material del culto litúrgico: ella misma es ya manifestación visible y realización histórica de la reunión de los salvados en Cristo. La asamblea es signo misterioso, hecho no de cosas o de acciones y palabras en cuanto tales, sino ante todo de personas humanas, que tienen entre sí distintos tipos de relaciones y están en contacto también con otras personas que no forman parte de la asamblea. Ella es ya de por sí acción y situación litúrgica, es realidad sacramental por razón de la presencia operante del Señor. Esta manifestación de la iglesia como asamblea requiere, sin embargo, la revalorización y la potenciación de todas las dimensiones que la convierten en signo verdadero, comunicativo, capaz de crear comunión. Estas son las más significativas:

a) La índole comunitaria. La asamblea es un pueblo reunido en la oración para recibir la salvación no individual, sino comunitariamente. El redescubrimiento de la índole comunitaria de la fe como dimensión que no sólo precede a la misma celebración o la prepara, sino que marca el camino común de crecimiento de la comunidad, es indispensable para vivir en los horizontes de la universalidad de la iglesia.

b) La índole ministerial. La asamblea no es una masa amorfa, siempre indiferenciada: es comunidad compaginada de personas que tienen dones y carismas diversos y viven una variedad de -> ministerios jerárquicamente ordenados entre sí. Esta índole ministerial, vivida en la -> celebración, forma la asamblea y manifiesta a la iglesia como cuerpo bien compaginado y vivo, con corresponsabilidades compartidas.

c) La encarnación. La asamblea es una realidad encarnada en el mundo. Por lo mismo, la relación entre liturgia y vida debe ser viva. Cuando la liturgia se alía con la vida, la vida es verdaderamente viva en Cristo, y Cristo la transfigura y diviniza. Los -> sacramentos son entonces signos de una fe viva y de una vida vivida con fe. Si se da esta unidad profunda, de la liturgia brota una fuente de luz y de fuerza que mantiene a los creyentes lejos deconfusiones o reduccionismos sociológicos.

d) La diversificación. Dios habla por medio de signos, respetando la gradualidad pedagógica. La asamblea ve niveles diversos de participación, adecuados a la edad_y al camino de fe de cada uno. Este es un aspecto pastoral que requiere, bajo la guía de los pastores, una seria profundización con vistas a una adaptación concreta a las personas y a las diversas situaciones espirituales.

e) La índole misionera. Cada gesto litúrgico es anuncio de evangelio y envío para un testimonio en el mundo. En efecto, no hay dos iglesias: la de la celebración litúrgica y la de la misión; una para crear unidad en torno a Cristo, la otra para dispersarse por el mundo anunciando el evangelio. Hay una sola iglesia, llamada a participar en la vida y en la misión del Señor, en su muerte y resurrección, en su lucha y en su victoria sobre el mal en el mundo. Cristo nos comunica su vida, la vida nueva, para hacer de nosotros, misteriosa pero realmente, un pueblo de testigos y colaboradores en la construcción del reino. Pues bien, esta índole misionera debe echar sus raíces en la misma asamblea litúrgica.

3. LA PRESIDENCIA LITÚRGICA. De notable importancia es también el estilo del sacerdote presidente. Su equilibrio, su sintonía con los valores del mundo juvenil, su capacidad de comunicación excluirán, por un lado, la fría actitud de funcionario de los ritos y, por otro, el paternalismo con aires juveniles; sin abdicar de su ministerio de presidencia [-> Formación litúrgica de los futuros presbíteros, IV ], se hace signo visible de Cristo. Capaz de educar en el trabajo en equipo, de suscitar una corresponsabilidad animosa, de apreciar lo positivo de las intuiciones juveniles, el que tiene el carisma de presidir en la iglesia debe poseer una cualidad fundamental, el discernimiento, que sabe distinguir lo que es fundamental e inmutable de lo que es accidental, histórico y variable. De tal discernimiento nace en el interior de la comunidad un pluralismo respetuoso y comprensivo.

El tema jóvenes y liturgia es un capítulo vivo: hay que afrontarlo con una renovada pasión pastoral, que sepa proceder en abierta comunión con toda la iglesia, pero con animosa disponibilidad para todo lo que de bueno, bello, honesto y válido proviene de las nuevas generaciones. Debemos ser conscientes, como iglesia, de que tenemos que permanecer continuamente inmersos en una vida en tensión: ésta es signo de un camino, de un crecimiento en que las respuestas verdaderas pueden también aflorar sólo después de lar-gas búsquedas, en que a veces un canto imperecedero brota sólo después de muchas sonatas pasajeras.

[/ Formación litúrgica (en particular IV, 3-4); -> Grupos particulares; -A Compromiso]

W. Ruspi


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