DEVOCIONES Y LITURGIA
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SUMARIO: I. Introducción - II. Liturgia, devoción y devociones - III. Liturgia y devociones en la historia: 1. En los cuatro o cinco primeros siglos; 2. A partir del s. v; 3. Hasta el s. xiv; 4. En las postrimerías del s. xiv; 5. Después de la crisis protestante y de la reforma católica; 6. En el s. xx - IV. Los documentos del magisterio: 1. La encíclica "Mediator Dei"; 2. La instrucción de la S. C. de Ritos; 3. La constitución "Sacrosanctum concilium": a) Reconocimiento de la variedad y legitimidad de las formas devocionales, b) Reconocimiento del valor de las formas devocionales, e) Centralidad del misterio de Cristo en la espiritualidad cristiana, d) Los ejercicios de piedad deben guardar estrecha relación con la liturgia; 4. La instrucción "Eucharisticum mysterium": a) La catequesis del pueblo cristiano, b) El culto eucarístico fuera de la misa, c) Las diversas formas de piedad eucarística; 5. La exhortación apostólica "Marialis cultus": a) Nota trinitaria, b) Nota cristológica, e) Nota pneumatológica, d) Nota eclesiológica, e) Orientación bíblica, f) Orientación litúrgica, g) Orientación ecuménica, h) Orientación antropológica - V. Consecuencias prácticas y sugerencias pastorales.


1. Introducción

El tema de las relaciones entre la liturgia y las devociones ya no apasiona hoy como a comienzos de este siglo y en los años de la aparición de la encíclica Mediator Dei, de Pío XII. Se trata de una cuestión ampliamente debatida, sin que haya faltado muchas veces la polémica y sobre la que se ha pronunciado también el magisterio de la iglesia.

¿Qué alcance puede tener, por tanto, volver a examinar hoy estetema, veinte años después de clausurado el concilio Vat. II, cuando la -> reforma litúrgica ha hecho posible la -> participación consciente, activa y fructuosa en la liturgia? ¿No resulta un anacronismo plantear otra vez la legitimidad de las formas devocionales en relación con esta participación, calificada ya por san Pío X en 1903 como la fuente primera e indispensable del espíritu cristiano?'. Ha sido la vida misma de la iglesia la que ha reclamado la recuperación de las formas religiosas tradicionales, precisamente en los años en que la ola de la -> secularización avanzó con más fuerza. El retorno de la religiosidad, observado ya en la década de los setenta y denominado por algunos autores como fenómeno de la persistencia de la religión', se ha producido en primer lugar en el interior de las celebraciones litúrgicas, las cuales, como consecuencia en muchos casos de una aplicación insuficiente de la reforma conciliar; no nutrían como era de esperar la vida espiritual. Eran muchos los fieles y los pastores que junto al descubrimiento de las realidades centrales del -> culto cristiano ansiaban también interioridad, clima afectivo y oración personal.

En segundo lugar, la recuperación de las formas religiosas se ha producido también en el llamado catolicismo popular, especialmente en los países latinos y en Hispanoamérica. La piedad popular [-> Religiosidad popular], como la denominó Pablo VI en la Evangelii nuntiandi para destacar la raíz inequívocamente cristiana de sus manifestaciones', es hoy un hecho religioso contemplado con el máximo respeto, empezando por todos aquellos que primero fueron sus mayores detractores.

Un tercer factor de esta recuperación ha sido también el trabajo de muchos sacerdotes y religiosos empeñados en mantener y en actualizar, entre ellos mismos y en sus institutos, los principales recursos para fomentar la vida espiritual recomendados siempre por la iglesia y por el concilio Vat. II (cf PO 18; PC 6; etc.).

Y por último, como testimonio de la actualidad de este tema de las relaciones entre liturgia y devociones, se puede citar el Congreso de Presidentes y Secretarios de las Comisiones litúrgicas nacionales, celebrado en Roma en octubre de 1984. En él se habló de la situación de la pastoral litúrgica en todo el mundo, entre otros grandes temas, y se dijo lo siguiente: "Mientras en ciertos países o, al menos en algunas regiones, los ejercicios de piedad han padecido una crisis, a veces radical, un buen número de respuestas (de las comisiones episcopales) señalan, por el contrario, el vigor todavía actual de estas prácticas y su revitalización.

El tema de las devociones en relación con la liturgia debe ser tratado en una perspectiva esencialmente constructiva y pastoral, más allá de la discusión de lo que es litúrgico o no litúrgico, objetivo o subjetivo en la piedad. Importa, ante todo, profundizar en las relaciones positivas entre liturgia y devociones, en las posibilidades de enriquecimiento mutuo, con vistas a una incidencia eficaz en la vida espiritual de las comunidades y de los fieles.


II. Liturgia, devoción y devociones

Para afrontar con claridad el tema de las devociones, en el que se barajan nociones muy próximas entre sí, es preciso definir losprincipales conceptos que vamos a emplear.

En la iglesia coexisten, de hecho y de derecho, la -> liturgia y las devociones como dos formas de -> culto, cuya diversidad específica suele explicarse en virtud de la naturaleza de cada una de ellas: la liturgia es el culto público-oficial, y las devociones constituyen el culto privado. En consecuencia, la liturgia, fundada en la institución positiva de Cristo o de la iglesia, entra en el terreno de lo obligatorio, objeto de un ordenamiento ritual; mientras que las devociones, nacidas en el área de la libertad de los individuos y de los grupos, han gozado siempre de mayor autonomía y espontaneidad.

A la primera forma de culto se la ha llamado también piedad litúrgica, y a la segunda, piedad privada o particular, reconociéndose que en una y otra han de estar presentes tanto el elemento objetivo, es decir, el misterio o la acción de Dios, como el elemento subjetivo, que consiste en la actitud del hombre o recta disposición del alma. En la primera, el elemento objetivo convierte a esta forma de piedad en la piedad de la iglesia. En la segunda, el acento está puesto en la cooperación humana a la acción de Dios o en la disposición del hombre para la contemplación. Por tanto, ambas formas de piedad están íntimamente relacionadas entre sí, aunque se distinguen realmente, y en la práctica están separadas. Más aún, ambas formas se influyen mutuamente y se enriquecen entre sí.

Liturgia y devociones, o piedad litúrgica y piedad particular, tienen en común el estar animadas por una sincera y profunda devoción interior que, según la enseñanza de santo Tomás, recogida expresamente por la encíclica Mediator Dei, consiste en el acto principal de la virtud de la religión, por la que los hombres se orientan debidamente a Dios y se dedican al culto divino: "La devotio es un acto de la voluntad del que se ofrece a sí mismo a Dios para servirlo'''. Liturgia y devociones vienen a ser expresión y manifestación externa de esta única e idéntica devotio.

La liturgia, tal como la definió el concilio Vat. II, es "el ejercicio del -> sacerdocio de Jesucristo; en ella los -> signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre; y así el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro" (SC 7). Lo que caracteriza a la liturgia es la presencia del Señor en ella, en diversos grados o modos, para llevar a cabo la santificación del hombre y la glorificación del Padre. En consecuencia, "toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo que es la iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la iglesia" (ib).

Las devociones, llamadas también prácticas de piedad o ejercicios piadosos (pia exercitia), son actos de oración o prácticas religiosas que surgieron por iniciativa privada y han adquirido carta de ciudadanía entre los fieles, mereciendo en muchos casos el reconocimiento y hasta la recomendación por parte de la autoridad eclesiástica. "Devociones es, por tanto, una denominación colectiva de todos los ejercicios de oración y prácticas religiosas que, si bien no han sido incorporadas a la liturgia, han alcanzado cierta expresión social y organizativa.

Esta definición limita la noción de devociones a los ejercicios de piedad propiamente dichos. Por consiguiente, no se refiere directamente a lo que con frecuencia se llama devoción o devociones en sentido psicológico o espiritual, y que consiste en las preferencias personales entre aspectos diversos y concretos de la espiritualidad. Evidentemente, estas devociones concretas, junto con la correspondiente concentración psicológica y afectiva en el objeto o término de la devoción, se nutren y se sustentan en las prácticas piadosas o ejercicios de piedad.


III. Liturgia y devociones en la -> historia

Si nos atenemos a los principios, no hay, no debe haber oposición entre la liturgia y las devociones. A lo sumo, puede y es bueno que exista una saludable tensión creadora, que se traduzca en una aproximación mutua y en la docilidad a la acción del Espíritu, verdadero autor del don de piedad —la devotio de santo Tomás- , que ha de ser el alma de toda manifestación cultural, bien sea litúrgica o piadosa.

La -> historia de la liturgia confirma esta tesis fundamental: al lado de las acciones litúrgicas han existido siempre devociones privadas y ejercicios piadosos. Durante los trece primeros siglos se produjo una situación tal de armonía y coexistencia que no sólo no había problemas entre liturgia y devociones, sino que éstas se servían de las plegarias litúrgicas oficiales y la liturgia incorporaba formas populares de piedad. A partir del s. xtv y hasta nuestros días, este dualismo de formas cultuales se hace conflictivo y en ocasiones polémico. Por eso, repasar brevemente y a grandes rasgos la historia de las relaciones entre la liturgia y las devociones puede ayudarnos a buscar un entendimiento práctico entre ambas expresiones de la piedad de la iglesia.

1. EN LOS CUATRO O CINCO PRIMEROS SIGLOS la existencia de los cristianos aparece marcada por una perfecta síntesis entre la oración personal y la participación en las asambleas litúrgicas. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de los apóstoles, los primeros cristianos santificaban el día con los tres momentos de -> plegaria personal que habían heredado del judaísmo, si bien la fórmula del Shemá había sido sustituida por el padrenuestro. Más tarde, cuando se organiza la celebración de las horas llamadas legitimae por Tertuliano, la oración común matutina y la oración común vespertina, verdaderas acciones litúrgicas, los cristianos dedicaban otros tres momentos del día a la oración personal, en horas intermedias —tercia, sexta y nona , en memoria de la Santísima Trinidad y en recuerdo de determinados pasos o hechos de la pasión del Señor

Estas manifestaciones de piedad cotidiana tenían su culminación, naturalmente, en la celebración eucarística dominical, es decir, semanal, ya que en los primeros siglos la eucaristía era celebrada solamente los -> domingos. Las vigilias nocturnas, practicadas por muchos cristianos privadamente para imitar al Señor (cf Le 6,12), venían a ser prolongación de la gran noche de pascua, en la que se celebraban los sacramentos de la -> iniciación cristiana. El itinerario penitencial de la iglesia de los primeros tiempos, aunque muy poco conocido en cuanto a la celebración litúrgica, estaba también jalonado de ayunos y otras obras de -> penitencia personal.

La liturgia encontraba continuidad en la plegaria individual y familiar. Esta oración, nutrida por la lectura de "las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas" (cf Justino, Apol. 1, 67) y por los mismos salmos y otras fórmulas de plegaria, impregnaba la existencia de los cristianos convirtiéndola en ofrenda viva, santa y agradable a Dios, culto espiritual (cf Rom 12,1) insertado en el -> sacrificio de Cristo, celebrado cada domingo.

2. CUANDO A PARTIR DEL S. V se inicia la gran etapa de creatividad eucológica y se organiza el -> año litúrgico, multiplicándose las celebraciones y respondiendo éstas no sólo a un esquema fijo, sino también a unos planteamientos teológico-dogmáticos y pastorales, puede decirse que se mantiene fundamentalmente la misma situación de los siglos anteriores en cuanto a la continuidad entre la oración privada y la oración litúrgica. Más aún, hay indicios suficientes para observar un curiosísimo proceso de incorporación a la liturgia de elementos de clara procedencia religiosa y popular. El culto a los mártires, la dedicación de templos a la madre de Dios, la liturgia de la mayor parte de las fiestas, especialmente de la semana santa, tienen mucho que ver con la atmósfera espiritual en la que vivían aquellos cristianos, e incluso con las circunstancias de los mismos lugares donde debían celebrar. Piénsese, por ejemplo, en el testimonio del diario de EEeria (año 381-384) sobre la liturgia de Jerusalén, donde lo que hoy llamamos piedad popular está tan fuertemente unido a lo litúrgico.

Un fenómeno análogo puede observarse, pero ya con más pruebas y datos, cuando, desde el s. vnl, los -> libros litúrgicos romanos inician su penetración en Europa. Los pueblos franco-germánicos, acostumbrados a la exuberancia de la liturgia galicana, debieron considerar demasiado austera y extraña para su mentalidad la liturgia romana, que hasta entonces se había mantenido dentro de unos límites de rigurosa sencillez y objetividad. Se produce entonces una curiosa mezcla de elementos simbólicos, dramáticos y populares con los sobrios ritos llegados de Roma. Las plegarias se cargan de emotividad, y se componen, para ser introducidas das en la liturgia de la misa, oraciones privadas de petición de perdón, que debían recitar en voz baja el sacerdote y los ministros. Se trata de las famosas apologías.

3. HASTA EL S. XIV. Hasta ese momento no se ha producido aún el dualismo en la piedad: liturgia por un lado, devociones por otro. En realidad, esta hibridación de ritos hizo que el pueblo sintiera como suya la liturgia. Sin embargo, el factor que más había contribuido a mantener la unidad entre lo litúrgico y lo popular había sido la lengua latina. Por eso, cuando empiezan a aparecer las lenguas romances o germánicas, y el latín, como lengua culta, es conocido solamente por el clero, se inicia una peligrosa ruptura entre la liturgia y el pueblo. El latín pasa a convertir se en la -> lengua sagrada que envuelve el misterio.

El clero y quienes debían instruir al pueblo pasan muchas horas del día en el coro, ya que la legislación carolingia había impuesto la celebración completa y solemne del oficio divino en todas las iglesias. La liturgia aparece como una tarea reservada exclusivamente a clérigos y monjes, cada día más alejada e incomprensible para el pueblo.

La situación se salvó gracias a las órdenes mendicantes, especialmente franciscanos y dominicos, que intentaron y en gran medida lograron una cristianización del mundo popular. El pueblo llano encontró en la espiritualidad de los hijos de san Francisco una forma de piedad nueva, sumamente concreta y atrayente, polarizada en la humanidad de Jesús y en los sentimientos humanos que podía suscitar. Surgen la devoción al niño Jesús, la contemplación de la pasión, la mística de los estigmas. Por su parte, los dominicos promovieron también unas formas populares de piedad, como el rosario; pero su influjo en la espiritualidad se caracterizó por su elevado intelectualismo.

Las características de este nuevo estilo de piedad son lo concreto, la intensidad del sentimiento y la inmediatez de la expresión, la reducción y separación de los misterios, los acentos puestos en la compasión y en la expiación. Se ha quebrado la' dimensión sacramental de la piedad cristiana antigua. Incluso la participación eucarística se hizo cada vez menos frecuente, siendo sustituida por el afán de contemplar y adorar las sagradas especies durante la misma celebración de la misa. La -> Virgen María es vista dentro de esta misma relación con lo concreto, es decir, ante todo como abogada y autora de favores, justamente porque sus sufrimientos en la infancia de Jesús y en su pasión la han hecho más sensible a las miserias humanas. Los santos son venerados como patronos e intercesores de bienes de todo tipo.

A pesar de los esfuerzos de los monjes de Cluny y del Císter, fieles al tipo de piedad bíblica y litúrgica de la época antigua, por purificar la liturgia de toda adherencia dudosa y por hacerla más sobria, su obraestaba demasiado ligada a la estructura social del feudalismo agonizante para poder ejercer una influencia con garantías de continuidad y pervivencia. Por otra parte, la renovación de la liturgia servía de muy poco a causa del arraigo que tenían en el pueblo aquellas devociones que nacieron y se desarrollaron como consecuencia de la pérdida de valor y de eficacia de la liturgia en la vida espiritual.

Sin embargo es preciso reconocer, ante la decadencia litúrgica de la baja edad media, que si a los hombres de esta época no se les hubiesen ofrecido aquellas devociones, difícilmente se habrían mantenido fieles, y lo más seguro es que hubieran dejado de ser cristianos.

4. EN LAS POSTRIMERÍAS DEL S. XIV aparece la devotio moderna, movimiento de gran importancia espiritual, a pesar de su incidencia negativa en el campo litúrgico. La devotio moderna significa una reacción frente a un culto en el que sólo parece contar el aspecto formal y externo y a unas prácticas devocionales que empezaban a caer en el mismo defecto de la liturgia, es decir, en la reiteración casi mecánica de unos actos y plegarias cuya eficacia parecía basarse en la fidelidad material con que se ejecutaban.

La devotio moderna buscó un ideal de vida interior fundada en la piedad individual y con independencia de los medios externos de santificación. La devotio es un obsequio interior a Dios, de amor hacia él, que se traduce hacia fuera en la austeridad y sencillez de vida, y hacia dentro en la llamada plegaria del corazón. En la práctica, no se rechazaron los actos litúrgicos ni los ejercicios de piedad, pero se procuraba cumplir con la materialidad de los ritos y de las fórmulas atendiendo, ante todo, a la realización de la plegaria interior. Así, por ejemplo, se recomendaba la asistencia diaria a la santa misa, pero en silencio, concentrada la mente no en lo que iba diciendo el sacerdote, sino en la meditación. Durante el oficio divino la mente debía estar siempre ocupada en Dios, no siguiendo la salmodia, sino meditando atentamente durante ella.

La devotio moderna no tuvo como meta la renovación de la liturgia ni de los ejercicios piadosos, sino llenar el terrible vacío producido por la falta de una verdadera plegaria. De cara a la liturgia, la devotio moderna, lejos de devolverle su alma, lo que hizo fue sobrecargarla de elementos extraños a su naturaleza y significado. Se valoró la oficialidad del culto litúrgico, pero el esfuerzo pastoral se dirigió hacia la oración devota o meditación. El resultado fue una fosilización mayor de la liturgia, atrapada desde ese momento y en los siglos sucesivos por la rigidez y minuciosidad de un ceremonial que parecía serlo todo en el culto. Al lado de la liturgia, las devociones, más cercanas a la lengua y a la sensibilidad del pueblo, adolecen de idéntico formalismo externo. En la práctica, ha quedado consagrado el dualismo cultual de la liturgia y de las devociones sin posibilidad de una verdadera renovación de una y otras.

5. DESPUÉS DE LA CRISIS PROTESTANTE Y DE LA REFORMA CATÓLICA, la liturgia entró en lo que se ha llamado período de férrea uniformidad y del rubricismo. La era del barroco rodeó aún más a la liturgia de fasto y de solemnidad, siguiendo el espíritu dominante de exaltación de la unidad católica y del triunfo de la verdad. Nuevamente el pueblo se quedó en la periferia del culto litúrgico y tuvo que volcarse en las devociones populares, que alcanzaron un extraordinario desarrollo. El culto eucarístico fuera de la misa, centrado en la presencia real, se manifiesta en los espléndidos retablos que parecen concebidos únicamente para la exposición del santísimo, y sobre todo en la procesión del Corpus Christi.

A mediados del s. xvii y durante todo el xviii, primero en Francia y más tarde en otros países, surgen las primeras polémicas antidevocionales, protagonizadas por los seguidores del jansenismo y por los ilustrados. Los intentos de eminentes liturgistas, como Ludovico A. Muratori, por depurar el devocionalismo de la época y acercar el pueblo a la misa mediante traducciones del misal, se ven reducidos a la nada'. También el sínodo de Pistoia, condenado en 1794, había pretendido efectuar una serie de reformas en la liturgia, tendentes a dar al pueblo una mayor participación en la santa misa y en la plegaria pública de la iglesia.

6. EN EL S. XX. Cuando el I movimiento litúrgico sale a la luz pública, comenzado el s. xx, con el ambicioso proyecto de implicar a todo el pueblo en una renovación espiritual que tuviese su fuente y su centro en la liturgia, surge de nuevo la polémica sobre las devociones. Esta vez se pretendía establecer las relaciones existentes entre éstas y la liturgia. La polémica demostró hasta qué punto se temía que el espíritu litúrgico sacrificase la oración privada en aras de la oración comunitaria y desapareciesen los ejercicios de piedad, principal y casi único alimento espiritual del pueblo devoto. A pesar del apoyo explícito que los papas prestaron al movimiento litúrgico, comenzando por san Pío X, que recomienda la comunión frecuente y abre para los niños la posibilidad de participar desde el uso de razón en la penitencia y en la eucaristía, eran muchos los que no comprendían la importancia de la liturgia en la vida cristiana.

La desconfianza y el recelo entre liturgistas y defensores de la piedad privada aparecen reflejados en la encíclica Mediator Dei, de Pío XII. El documento, como se verá en seguida, se ocupó de restablecer el equilibrio y la paz entre ambas posiciones, mostrando la unidad esencial entre la liturgia y las restantes formas de piedad cristiana.

Hasta aquí este repaso, a grandes rasgos, de la historia de las relaciones entre liturgia y devociones. No es fácil hacer un balance de estas relaciones, dado que el fenómeno es muy complejo. Lo que parece claro es que, cuando la vida litúrgica era vigorosa, no sólo no había conflicto entre ésta y las formas privadas de piedad, sino que existía incluso una apertura mayor por parte de la liturgia para integrar elementos populares más acordes con la sensibilidad religiosa del pueblo. Por el contrario, cuando la vida litúrgica se encontraba en decadencia o reducida a un ritualismo inerte y descarnado, los fieles y el mismo clero tenían que buscar en las devociones o en la meditación devota lo que no encontraban en los actos litúrgicos.

El problema radica en la liturgia, en primer lugar: desde la baja edad media se echaba en falta una renovación de la liturgia que se asentase sobre bases teológicas [-> Teología litúrgica], y no sólo jurídicas, de lo que es el l culto cristiano 1d. Pero también las devociones constituían en sí un problema: muchas de ellas habían surgido como un sucedáneo de la liturgia; y si alcanzaron tanta influencia en el pueblo cristiano, se debió en gran parte al vacío dejadopor la fuente primera de la espiritualidad de la iglesia. Las devociones tenían la ventaja de estar más cerca del pueblo: por eso su influjo era positivo o negativo en la medida en que fuesen auténticas desde el punto de vista de la verdad del culto cristiano, que es ante todo interior y espiritual (cf Jn 14,23). Cuando estas devociones se convertían en actos meramente externos o, peor aún, cuando se situaban al margen de las realidades salvíficas centrales, corrían el peligro de degenerar en verdaderos fenómenos que muy poco o nada tenían de religiosidad.

Las devociones no pueden ser condenadas o rechazadas en bloque; tampoco canonizadas a priori ni puestas por encima o en el lugar de la liturgia. El dualismo cultual es un hecho de la vida de la iglesia, y su legitimidad viene avalada por el curso mismo de la historia del culto cristiano. Se impone, pues, un trabajo de discernimiento y de ahondamiento en las causas que generan cada fenómeno histórico. Es preciso, sobre todo, estar atentos a la acción del Espíritu, que sopla donde quiere (cf Jn 3,8), y juzgar los diferentes hechos de la historia de la liturgia o de la espiritualidad no según nuestras ideas o actitudes actuales, sino por los frutos que produjeron (cf Mt 7,16-18).

El problema de la liturgia y las devociones nunca ha podido ser resuelto desde planteamientos de antagonismo o de oposición entre ambas formas legítimas de piedad, sino desde el encuentro de una y otra forma cultual en la verdadera y única devotio cristiana.


IV. Los documentos del magisterio

Dejando a un lado los documentos de san Pío X —el motu proprio Tra le sollecitudini, de 3-XI-1903--y de Pío XI —la constitución apostólica Divini cultus, de 20-XII-1928-, para ocuparnos de los más cercanos a nosotros, vamos a comenzar por la encíclica Mediator Dei hasta llegar a algunos documentos del posconcilio. Nos centramos únicamente en el magisterio pontificio y del Vat. II por razones de espacio. Sin embargo, existen también importantes aportaciones del magisterio episcopal que conviene conocer también.

1. LA ENCÍCLICA "MEDIATOR DEI" (20-XI-1947). La intervención del papa Pío XII en la que se ha denominado carta magna del -> movimiento litúrgico afecta a toda la amplia problemática de la liturgia. La encíclica, en efecto, se ocupa de establecer las bases teológicas del -> culto cristiano dirigiendo, al mismo tiempo, una mirada al conjunto de toda la vida espiritual de la iglesia. El equilibrio de todo el documento es admirable, ya que en él se mezclan tanto el reconocimiento de las instancias más puras del movimiento litúrgico como las advertencias para evitar cualquier tipo de exageraciones o desvíos.

En este contexto deben entenderse las enseñanzas de la MD sobre piedad litúrgica y piedad privada, y sobre liturgia y devociones. Pío XII trató de conciliar las posturas antagónicas que se habían manifestado en las polémicas antidevocionales y mostró la bondad del dualismo cultual existente en la iglesia. Reconoce la superioridad objetiva de la -> plegaria oficial de la esposa de Cristo, aunque no llega a afirmar explícitamente que ésta deba ser la fuente primera de la espiritualidad cristiana.

En efecto, en la primera parte de la encíclica el papa trata expresamente de la liturgia como culto interno y externo, analizando las nuevas teorías sobre la piedad objetiva y subjetiva. Pío XII reconoce la distinción entre una y otra y valora positivamente los principios en que se asientan, pero rechaza la conclusión de que toda piedad cristiana deba consistir tan sólo en la primera (cf MD 43). Por tanto, la piedad objetiva no puede valorarse exclusivamente ni practicarse hasta el extremo de eliminar los otros actos religiosos no estrictamente litúrgicos. Una y otra forma de piedad se completan mutuamente, de tal manera que esta armonía resulta beneficiosa para todos los miembros de la iglesia.

De hecho, "la acción privada y el esfuerzo ascético dirigido a la purificación del alma estimulan las energías de los fieles y les disponen a participar más aptamente en el sacrificio augusto del altar, a recibir los sacramentos con más fruto y a celebrar los ritos sagrados de modo que salgan de ellos más animados y formados en la oración y en la abnegación cristiana" (MD 49).

"Sin duda —concluye el papa , la plegaria litúrgica, siendo como es oración pública de la esposa santa de Jesucristo, tiene mayor dignidad que las oraciones privadas; pero esta superioridad no quiere decir que entre los dos géneros de oración haya ningún contraste u oposición. Pues estando animadas de un mismo espíritu, las dos se funden y se armonizan, según aquello: 'porque Cristo lo es todo en todos' (Col 3,11), y tienden al mismo fin: a formar a Cristo en nosotros (cf Gal 4,19)" (MD 52).

En la cuarta parte de la encíclica, al exponer las consecuencias prácticas de la doctrina desarrollada antes, Pío XII dedica un apartado a las formas no litúrgicas de piedad. Estas formas no solamente son dignas de ser alabadas, sino del todo necesarias (cf MD 45; 222). De ahí que sea preciso fomentar los ejercicios de piedad tanto entre el clero y los religiosos como entre los seglares, especialmente entre los que pertenecen a asociaciones apostólicas (cf MD 220-222). Estas afirmaciones de la encíclica fueron objeto de una interpretación autorizada en una carta del santo Oficio, de noviembre de 1948, dirigida al obispo de Salzburgo, en el sentido de que era reprochable la opinión acerca de la no obligatoriedad de los actos de piedad no litúrgica. Dichos actos, recordaba la carta, son no sólo loables, sino necesarios .

La encíclica menciona dos grupos de ejercicios de piedad en relación con la liturgia: unos, cuyo objeto está tomado de la misma liturgia, como las devociones eucarísticas, los actos penitenciales, las devociones a los misterios de Cristo, las devociones marianas y las devociones a los santos; otros, que miran más directamente a la ejercitación individual en la vida espiritual, como los ejercicios espirituales, la meditación y el retiro espiritual.

Los primeros, "si bien en rigor no pertenecen a la sagrada liturgia, revisten particular dignidad e importancia, de forma que pueden ser considerados como incluidos de alguna manera en el ordenamiento litúrgico y gozan de repetidas aprobaciones y alabanzas de la sede apostólica y de los obispos" (MD 225). Estos ejercicios de piedad "contribuyen con frutos saludables a nuestra participación en el culto litúrgico" (MD 226), y aunque no son reducibles a puros esquemas litúrgicos, "es necesario, sin embargo, que el espíritu de la sagrada liturgia y sus normas influyan benéficamente sobre ellos, para evitarque en ellos se introduzca algo inútil o indigno del decoro de la casa de Dios o en detrimento de las sagradas funciones, o sea contrario a la sana piedad" (MD 227).

En cuanto a los segundos, "infunden intensamente en los fieles la vida espiritual, los disponen a participar en las sagradas funciones con mayor fruto y evitan el peligro de que las oraciones litúrgicas se reduzcan a un vano ritualismo" (MD 219; cf 222 y 224).

Pío XII quiso poner de manifiesto no sólo el derecho a que coexistieran en la iglesia liturgia y devociones, sino también la coincidencia de una y otra forma cultual en la verdadera y única piedad, la devotio, como acto principal de la religión según el Doctor Angélico (cf MD 46). Más aún, utilizando el lenguaje bíblico, ambas formas son obra del Espíritu Santo, que enriquece a la iglesia con diversidad de dones y carismas:

"En la iglesia terrena, como en la celestial, hay muchas moradas (Jn 14,2), de modo que la ascética no puede ser monopolio de nadie. Uno solo es el Espíritu, que, sin embargo, sopla donde quiere (Jn 3,8), y con diversos dones y por diversos caminos dirige a las almas iluminadas por él a la consecución de la santidad" (MD 223).

La MD propuso un sabio programa: no intentar jamás suprimir aquellas prácticas piadosas que son fruto de una espiritualidad auténtica y han sido recomendadas por la palabra y el ejemplo de grandes santos y por la misma jerarquía de la iglesia (cf MD 226). Pero también con suavidad y decisión, llevar tales prácticas a la norma de la liturgia, impregnarlas de su espíritu y, finalmente, convertir en auxiliar de la liturgia lo que había sido creado para sustituirla.

2. LA INSTRUCCIÓN DE LA S. C. DE RITOS (3-IX-1958). Esta instrucción fue publicada con la finalidad de aplicar en el campo de la música litúrgica las encíclicas Mediator Dei y Musicae sacrae (25-XII-1955). El interés de este documento para nuestro tema radica en que por primera vez se establece de manera clara la distinción entre acciones litúrgicas y no litúrgicas:

"Las acciones litúrgicas son aquellos actos sagrados que, por institución de Jesucristo o de la iglesia y en su nombre, son realizados por personas legítimamente designadas para este fin, en conformidad con los libros litúrgicos aprobados por la Santa Sede, para dar a Dios, a los santos y a los beatos el culto que les es debido (can. 1256); las demás acciones sagradas que se realizan en una iglesia o fuera de ella, con o sin sacerdote que las presencie o dirija, se llaman ejercicios piadosos (Instr. n. 1).

Por tanto, la norma próxima que distingue a los actos litúrgicos de los ejercicios piadosos es su inserción o no en los libros litúrgicos oficiales. Es decir, el criterio es únicamente jurídico, aun cuando se alude también a la institución por Cristo o por la iglesia de los actos litúrgicos. Ahora bien, todos estos criterios dependen de una visión de la liturgia que es a todas luces incompleta, sobre todo si tomamos en consideración la noción del t culto cristiano que nos ha ofrecido el Vat. II". Esta noción se refleja en el actual Código de derecho canónico, el cual ya no habla de libros litúrgicos, sino de actos aprobados por la autoridad de la iglesia, cuando se ocupa de la función de santificar de la iglesia (cl can. 834). Asimismo, apoyándose en SC 105, el nuevo código menciona otros medios de santificación que son los actos no litúrgicos (cf can. 839).

Resulta, no obstante, muy valiosa la indicación de la instrucción de 1958 de que no se mezclen o superpongan actos litúrgicos y ejercicios piadosos (n. 12).

3. LA CONSTITUCIÓN "SACROSANCTUM CONCILIUM". El Vat. II, al proponer la -> reforma litúrgica como medio para renovar la vida cristiana (cf SC 1; 3; 21; etc.), no podía ignorar la repercusión de la liturgia en la vida espiritual de la iglesia y el papel que siempre han jugado en ésta los ejercicios de piedad. Por eso la constitución SC se ocupa en dos números de estos ejercicios, además de algunas alusiones en otros lugares. La enseñanza del Vat. II sobre la liturgia y las devociones se encuentra entre los grandes principios que afectan a la naturaleza de la sagrada liturgia y a su importancia en la vida de la iglesia.

De cara al tema que nos ocupa, el concilio no se limita a reconocer la existencia de las dos formas cultuales de la piedad cristiana, sino que introduce elementos nuevos de enfoque y comprensión de las relaciones entre liturgia y devociones. Ya no se parte, como sucede en la MD, de la noción de culto como acto propio de la virtud de la religión, sino de la naturaleza específica de la -> liturgia cristiana en el marco económico salvífico de la historia de la salvación. Aunque el lenguaje de la SC está muy próximo al usado por la MD, sin embargo se está manejando un concepto de liturgia más amplio, que abarca no sólo los actos de santificación del hombre y del culto a Dios, sino también la misma existencia cristiana del hombre, que ha de ser convertida en ofrenda espiritual de santidad verdadera.

En este contexto, los ejercicios de piedad, aunque distintos de las acciones litúrgicas, tienen idéntica finalidad santificadora y consagratoria de toda la existencia de los creyentes. Por tanto, los vínculos entre la liturgia y las devociones han de ser muy fuertes, hasta el punto de poderse hablar de verdadera continuidad, de influjo mutuo y de armonía profunda. Los ejercicios piadosos aparecen como prolongación de las celebraciones, si no en el aspecto sacramental y objetivo de la acción litúrgica, al menos en cuanto a las actitudes de fe, de alabanza, de súplica, etc.; vividas durante la celebración.

Ahora bien, la enseñanza en concreto del concilio sobre liturgia y devociones se condensa en los siguientes puntos:

a) Reconocimiento de la variedad y legitimidad de las formas religiosas de acuerdo con las peculiaridades de cada pueblo:

"La iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces lo acepta en la misma liturgia, con tal que se pueda armonizar con su verdadero y auténtico espíritu" (SC 37).

Aunque el texto se refiere directamente a la adaptación de la liturgia a la mentalidad de los pueblos, especialmente a los que son evangelizados por primera vez (cf SC 38), sin embargo se sienta un principio de extraordinaria importancia incluso para las formas nolitúrgicas de piedad. La iglesia, que se hace en el concilio solidaria y respetuosa de las tradiciones culturales y religiosas de todos los pueblos (cf GS 53; 58; AG 10), ha de estar abierta para acoger y potenciar toda forma cultual popular o privada que pueda contribuir a elevar al hombre a Dios. Análogo proceso tuvo lugar en los mejores tiempos de la creatividad litúrgica, como hemos visto antes.

b) Reconocimiento del valor de las formas devocionales. El Vat. II es consciente de que la liturgia, aunque es culminación y fuente (cf SC 10), "no agota toda la actividad de la iglesia" (SC 9); y de que la participación activa, consciente y plena "no abarca toda la vida espiritual" (SC 12). Por eso "se recomiendan encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, con tal que sean conformes a las leyes y a las normas de la iglesia, en particular si se hacen por mandato de la sede apostólica" (SC 13).

El concilio alaba también aquellas prácticas religiosas propias de las iglesias particulares que han sido sancionadas por la costumbre o se encuentran en libros legítimamente aprobados y han sido mandadas por los obispos (cf SC 13). Todas estas indicaciones confieren a este tipo de prácticas piadosas un valor muy especial que las aproxima a la liturgia y casi las convierte en manifestaciones de liturgia particular o local.

Por otra parte, los ejercicios de piedad reconocidos por SC 13 tienen la función de contribuir a la formación cristiana de los fieles en unión con otros medios, como el litúrgico o las fiestas:

"En diversos tiempos del año, de acuerdo con las instituciones tradicionales, la iglesia completa laformación de los fieles por medio de ejercicios de piedad espirituales y corporales, de la instrucción, de la plegaria y las obras de penitencia y misericordia" (SC 105).

c) Centralidad del misterio de Cristo en la espiritualidad cristiana. Cuando el concilio habla de la santidad de la iglesia y de la santificación de los hombres, sitúa a Cristo en el centro de la vocación y de la aspiración de todos los discípulos (cf LG 40). En consecuencia, la liturgia, en la que Cristo está presente para realizar la obra de la salvación, tiene que ocupar también un puesto central en el camino espiritual de todo cristiano. Esto no significa excluir los restantes medios, sino, todo lo contrario, supone integrarlos en una escala en la que el misterio de Cristo y de la iglesia, que no son otra cosa que un misterio de encuentro y de comunión entre Dios y el hombre, sea la referencia fundamental. La liturgia tiene como núcleo el misterio de Cristo, y su función de santificación y de culto pone de manifiesto la naturaleza misma de la iglesia, humana y divina, visible e invisible, dada a la acción y entregada a la contemplación (cf SC 2). En consecuencia:

"La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza... Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la iglesia tienden como a su fin" (SC 10).

d) Los ejercicios de piedad deben guardar estrecha relación con la liturgia. Lo pide, en primer lugar, el valor que los ejercicios de piedad tienen en la vida cristiana, a la que contribuye a santificar y a convertir en ofrenda espiritual en unión con el sacrificio de Cristo (cf SC 12). También lo exige la eficacia de estos ejercicios en orden a preparar a los fieles para la participación plena y fructuosa en las celebraciones, ya que es necesario acercarse a la liturgia con recta disposición de ánimo para no recibir en vano la gracia de Dios (cf SC 11). En la práctica, la relación entre la liturgia y los ejercicios piadosos requiere que éstos "se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella, y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos" (SC 13).

Los ejercicios de piedad, por consiguiente, son presentados en su verdadero valor, no como un sucedáneo de la liturgia ni como un añadido o un recurso pastoral más fácil, sino como un potencial prelitúrgico y paralitúrgico, sobre todo si se realizan de acuerdo con las disposiciones de la iglesia. A partir de la unidad del culto cristiano, los ejercicios piadosos, que tienen también al pueblo de Dios como sujeto y actor (cf LG 10-11), nunca son una concesión a los fieles, como si se les considerase menores de edad, sino un complemento exigido por la liturgia misma.

Por otra parte, no se puede olvidar que, por muy perfecta y adaptada que sea la liturgia a la mentalidad y al genio -> cultural y espiritual de cada pueblo —en esto siempre tiene que haber límites exigidos por la universalidad y por la misma unidad ritual (cf SC 22; 23; 40) , aun así siempre quedará un margen para otras manifestaciones de la vida espiritual no litúrgicas, másespontáneas y personales, que mantengan con la liturgia una sana tensión y una justa armonía como preparación, resonancia y complemento de la participación litúrgica.

La SC, contrariamente a lo que había hecho la MD, no menciona ninguna práctica piadosa en concreto. Sin embargo, otros documentos conciliares mencionan varios medios para fomentar la vida espiritual. Así PO 18; OT 8; PC 6; AA 4 y, sobre todo, LG 10-11, que abarca ya toda la vida sacramental y existencial de los cristianos.

En todos estos textos el concilio ha querido insistir en la unidad y coherencia de todas las formas y medios de piedad. Si el misterio de Cristo y de la iglesia ha de ser vivido, celebrado, actualizado y asimilado en la existencia de todo cristiano, es evidente que no puede haber ruptura, y menos oposición, entre las dos principales formas, la liturgia y las devociones, de ordenar toda la vida hacia Dios.

Ahora bien, unidad y coherencia no quieren decir confusión; porque ni todo es ni ha de ser liturgia, ni todo puede ni debe ser plegaria comunitaria. Junto a la oración en común está la oración en el secreto de lo escondido, según el mandato del Señor (cf Mt 6,6; SC 12). Se impone, por tanto, la distinción y el equilibrio entre los actos sacramentales y litúrgicos y los ejercicios de piedad. El concilio, en la línea de la MD, ha dejado claro que estos ejercicios no son un mero adorno de la vida espiritual, sino un complemento necesario para los que ya viven la liturgia, es decir, para todos los cristianos.

4. LA INSTRUCCIÓN "EUCHARISTICUM MYSTERIUM" (25-V-1967) Después del concilio Vat. II ha habido dos grandes documentos que han resultado particularmente luminosos en este tema de la liturgia y las devociones. Uno es la instrucción Eucharisticum mysterium, y otro es la Marialis cultus. Debemos conocerlos en lo que tienen de aplicación concreta a dos grupos de devociones de tan alta trascendencia para la vida cristiana como son el culto eucarístico y la devoción mariana.

La EM tenía, ante todo, la finalidad de dar una serie de normas prácticas para ayudar a la aplicación concreta de los principios doctrinales que se refieren al culto del misterio eucarístico, principios que han sido formulados repetidas veces en anteriores documentos de la iglesia desde Trento hasta el Vat. II. Estos documentos son citados continuamente por la misma instrucción.

En concreto, las normas de la EM tienen como objeto el comportamiento del clero y de los fieles respecto a la eucaristía, tanto en el campo de la catequesis (cf EM 6-11), como en el de la celebración del memorial del Señor (cf EM 16-48) y en el del culto eucarístico (cf EM 49-67). Ahora bien, la instrucción insiste desde el primer momento en la necesidad de una visión integral y sintética,, orgánica y jerárquica, de los diversos aspectos del misterio eucarístico. Esta visión debe estar en la base de toda orientación práctica que afecte a la pastoral del culto y de la celebración de la -> eucaristía (cf EM 2; 3, g). Tal es la razón de que la instrucción ofrezca al principio un guión de los principales puntos de la doctrina eucarística (cf EM 3).

Teniendo en cuenta este enfoque general, las recomendaciones de la EM en el campo concreto de las relaciones entre la liturgia, en este caso eucarística, y los ejercicios piadosos, naturalmente eucarísticos, pueden resumirse así:

a) En primer lugar, la -> catequesis del pueblo cristiano "debe tender a inculcar en los fieles que la celebración de la eucaristía es verdaderamente el centro de toda la vida cristiana, tanto para la iglesia universal como para las comunidades locales de la misma iglesia" (EM 6). La espiritualidad eucarística postridentina se centró en el tabernáculo y en las procesiones eucarísticas. Después de san Pío X se puso el acento en la comunión frecuente. El -> movimiento litúrgico contribuyó a que se recuperase la -> participación activa en la celebración de la misa. Finalmente, el Vat. II hace la síntesis de todos estos aspectos, y la EM 6, como consecuencia de ese planteamiento orgánico y jerárquico al que hemos aludido, sitúa como punto de partida de la catequesis y de la piedad eucarísticas la celebración del memorial-sacrificio-banquete del señor.

b) El culto eucarístico fuera de la misa es contemplado por EM 3, e, f g, como derivado de la celebración y, a la vez, conducente a ella. La legitimidad, utilidad y deber del culto a la eucaristía fuera de la misa se afirman con estas palabras:

"La iglesia recomienda con empeño la devoción privada y pública al sacramento del altar, aun fuera de la misa, de acuerdo con las normas establecidas por la autoridad competente y en la presente instrucción, pues el sacrificio eucarístico es la fuente y el punto culminante de toda la vida cristiana. En la organización de tales piadosos y santos ejercicios ténganse en cuenta las normas establecidas por el concilio Vat. II sobre la relación que hay que guardar entre la liturgia y las otras acciones sagradas que no pertenecen a ella" (EM 58).

Por tanto, se recomienda explícitamente la puesta en práctica de las orientaciones de SC 13 que ya conocemos.

c) Al mencionar en concreto las diversas formas de piedad eucarística, la instrucción quiere conservar intacta la contribución medieval y postridentina al culto de la eucaristía, si bien redimensionando esta contribución en el cuadro general de la primacía de la celebración eucarística:

  • La exposición del santísimo: EM 60-66.

Las normas de la instrucción han sido recogidas en el Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa publicado en 1973 (ed. española, 1974) y en el Código de derecho canónico (cáns. 934-944).

La instrucción, por tanto, se ocupa conjuntamente de los actos litúrgicos y de los ejercicios piadosos relacionados con el culto eucarístico. Más aún, cuando habla expresamente de ejercicios de piedad, procura también dejar muy clara la dependencia y la orientación de éstos hacia la celebración de la misa. Por ejemplo, al tratar de la oración privada ante el santísimo sacramento (EM 50) y al mencionar los congresos eucarísticos (EM 67). Incluso en un lugar, aludiendo a los ejercicios espirituales y a otras formas de convivencia religiosa, invita a que se organicen de tal manera que culminen en la celebración eucarística (EM 30).

En todos estos casos es evidente la distinción entre ejercicios piadosos y acción litúrgica. Sin embargo, esta distinción no está tan clara cuando se trata de la exposición del santísimo o de las procesiones eucarísticas. Probablemente, aquí no existe ya la frontera que separa una y otra forma de culto. Del espíritu y hasta de la letra de la instrucción parece deducirse que la exposición y las procesiones del santísimo son consideradas como actos litúrgicos. Esto explicaría, por ejemplo, la insistencia en que durante la exposición las preces se dirijan a Cristo (EM 62), o que la exposición y la procesión eucarísticas sigan a la misa, omitiéndose el rito de despedida (Ritual cit., nn. 94 y 103), ya que la bendición con el santísimo cumple perfectamente con la finalidad de clausurar la celebración.

5. LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA "MARIALIS CULTUS" (2-II-1974) 23. He aquí otro luminoso documento del magisterio eclesiástico en orden a orientar correctamente las relaciones entre liturgia y devociones. La MC se mueve, como no podía ser menos, en las grandes coordenadas teológicas de LG y SC. Por eso, en su misma estructura, distingue y se ocupa por separado del culto litúrgico de la madre de Dios y de los ejercicios de piedad que le están dedicados. Para distinguirlos, la MC recurre a un criterio práctico, es decir, se atiene a la situación de hecho, de acuerdo con la tradición litúrgica y la experiencia eclesial: pertenece al -> culto litúrgico todo lo que está regulado y orientado por los libros litúrgicos; todo lo demás son ejercicios piadosos. En este sentido, la MC dedica la primera parte a presentar la presencia verdaderamente esplendorosa de la santísima -> Virgen en la liturgia renovada después del Vat. II. La segunda parte es un conjunto de criterios para renovar la piedad mariana, o sea, el culto no litúrgico. Y la tercera parte contiene indicaciones sobre dos grandes ejercicios de piedad: el ángelus y el santo rosario.

La MC es un modelo acabado de cómo desde la liturgia se pueden inspirar y orientar los actos de piedad del pueblo cristiano, e incluso las devociones privadas. Pablo VI eligió como referencia constante de su reflexión sobre la piedad mariana la liturgia en cuanto actualización sacramental, simbólica y festiva de la historia de la salvación. Todo acto en honor de Nuestra Señora deberá tener en cuenta el singular papel que ha tenido María en la realización histórica de la salvación. Esta dimensión contribuirá a que los ejercicios piadosos dedicados a la Virgen recuperen o acentúen la dimensión conmemorativa e histórico-pascual, que es una nota destacada de la liturgia cristiana.

Más concretamente, Pablo VI señala cuatro características teológicas, que son inherentes a todo acto cultual, sea o no litúrgico; pues, como dice la MC, "todo culto es por su naturaleza -> culto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, o como se dice en la liturgia, culto al Padre, por Cristo, en el Espíritu" (MC 25). Estas características o notas son las siguientes:

a) Nota trinitaria, que consiste en que toda forma de culto o de devoción confluya en Cristo, se centre en su persona y, por medio de él, termine en el Padre bajo la acción del -> Espíritu Santo. La MC expresa la convicción de que, para obtener una adecuada renovación del culto no litúrgico a la madre de Dios, el camino mejor es lograr que este culto ponga suficientemente de relieve la relación de María con Cristo y conduzca a un gozoso reconocimiento de la dignidad sobreeminente de Cristo, cabeza y mediador (cf Col 1,15-20).

b) En esto último consiste la nota cristológica de la piedad mariana. Para demostrar la íntima y especial conexión de la Virgen María con Cristo, la MC dedica toda la sección primera de la primera parte (cf MC 2-8) a recorrer el -> año litúrgico y el santoral, analizando las principales solemnidades y fiestas marianas del calendario. No es exagerado decir que el conjunto de celebraciones litúrgicas de María a lo largo del año forma una verdadera memoria o sagrado recuerdo del misterio de la santa madre de Dios en paralelo y como un duplicado del año litúrgico del Señor (cf SC 102-103).

c) Nota pneumatológica, es decir, que el culto a la Virgen dé el adecuado relieve a la presencia y a la obra del Espíritu Santo en María, como tipo de esta misma presencia y acción en la iglesia y en los cristianos. Se trata de destacar la acción santificadora y vivificante del Espíritu Santo.

d) La última característica es la nota eclesiológica, la cual apunta al puesto y al papel que María tiene respecto de la comunidad-cristiana, "el más alto y a la vez el más próximo después de Cristo" (cf LG 54). De aquí se derivan unas relaciones de amor, intercesión y de comunión entre la iglesia y la que es su imagen escatológica (cf LG 59; 63).

Después de haber descrito estas características que deben tener todos los actos de culto en honor de la Virgen, Pablo VI se detiene en exponer algunas "orientaciones a tener en cuenta a la hora de revisar o crear ejercicios y prácticas de piedad" (MC 29). Son las orientaciones bíblica, litúrgica, ecuménica y antropológica. Conviene recordarlas brevemente:

e) Orientación bíblica. Toda forma de culto ha de llevar el sello de la inspiración en la biblia como libro base de la espiritualidad cristiana (cf DV 25; SC 24; 35). De la biblia han de tomarse textos, fórmulas, cantos, imágenes, símbolos, etcétera. Pero lo que importa, sobre todo, es que el culto a la Virgen "esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano" (MC 30). La MC señala particularmente el recurso a los personajes bíblicos, siguiendo el método de los santos padres, dada la gran fuerza de penetración de dichos personajes en el pueblo, al que ayudan a comprender el puesto de María en la -> historia de la salvación. Desde el Génesis al Apocalipsis, la biblia está llena de alusiones a la figura de María.

f) Orientación litúrgica. Significa llevar a la práctica lo señalado por SC 13 (cf MC 31). Sin embargo, el papa reconoce que es una tarea no fácil de llevar a la práctica. Por eso alude a dos situaciones extremas que deben evitarse: la primera es despreciar y suprimir las prácticas piadosas recomendadas por la iglesia; la segunda, unir al mismo tiempo actos litúrgicos y ejercicios de piedad.

Si lo primero tiene como consecuencia crear un vacío difícil de llenar, lo segundo contribuye aún más a confundir al pueblo. El concilio Vat. II, en SC 13, hablaba de armonizar liturgia y ejercicios de piedad, no de suprimir éstos en nombre de aquélla. "Una clara acción pastoral debe, por una parte, distinguir y subrayar la naturaleza propia de los actos litúrgicos y, por otra, valorar los ejercicios piadosos para adaptarlos a las necesidades de cada comunidad eclesial y hacerlos auxiliares válidos de la liturgia" (MC 31).

En este sentido deben entenderse las alusiones del papa Pablo VI a "toda falsa exageración de contenidos o de formas" en la piedad mariana, y a "la vana credulidad que sustituye al empeño serio con la fácil aplicación a prácticas externas y el pasajero y estéril movimiento del sentimiento" (MC 38), situaciones y actitudes que han de evitarse en toda forma devocional mariana. Para ello la MC invita a prestar atención a la revelación y al magisterio de la iglesia, al adecuado encuadramiento histórico y a la eliminación de todo lo manifiestamente legendario o falso.

g) Orientación ecuménica: Supone contemplar la contribución que la piedad mariana puede prestar al camino del -> ecumenismo. No se trata solamente de "evitar con cuidado toda clase de exageraciones que puedan inducir a error a los demás cristianos acerca de la verdadera doctrina de la iglesia católica" (MC 32), sino de reproducir ésta en la práctica de tal manera que favorezca verdaderamente a la causa de la unidad.

La MC es consciente de las profundas discrepancias que separan a católicos y no católicos en el culto a la Virgen María (cf MC 33). Por eso apela a una práctica de este culto que ponga de manifiesto la doctrina, sin distorsiones ni falsas imágenes de lo que representa María en la piedad de la iglesia.

h) Orientación -> antropológica. Invita a prestar la debida atención a "las adquisiciones seguras y comprobadas de las ciencias humanas", para que no se produzcan divergencias entre éstas y el culto a la Virgen (MC 34). Esta orientación pretende descubrir la verdaderarealidad de la persona de la madre del Señor, venerada por la iglesia no tanto por el entorno en el que vivió, sino por su exquisita fidelidad a Dios y por la singularidad y grandeza de su existencia. Por tanto, la piedad mariana no puede identificarse con esquemas culturales representativos de otras épocas, ni con las concepciones particulares adyacentes en ellas. La historia del culto a María demuestra cómo la iglesia ha dejado que cada época configure sus propias preferencias y gustos, pero sin vincularse a ninguna manifestación o expresión determinada.

La última parte de la MC está dedicada a dos ejercicios de piedad, el ángelus y el rosario. Pablo VI no se limita a recomendar una vez más estas dos prácticas, sino que explica la profunda conexión de ambas con la liturgia. Al leer MC 40-55 se comprende, sobre la base de estos dos ejemplos concretos, cómo se hacen realidad las relaciones entre la liturgia y las devociones y, en definitiva, cómo se aplican las orientaciones del Vat. II en este campo.

Respecto del ángelus, Pablo VI subraya su carácter bíblico e histórico (evangélico) y su ritmo casi litúrgico, que santifica los tres momentos centrales de la jornada: la mañana, el mediodía y la tarde. En cuanto al rosario, alguno de estos aspectos es aún más evidente. En primer lugar, la memoria y contemplación de los misterios de Cristo de forma gradual y progresiva —como en el año litúrgico—, siguiendo el primitivo anuncio de la fe. En segundo lugar, por la perfecta conjunción de la mente con la voz, ideal de toda oración litúrgica (cf SC 90). Y, por último, a causa del ritmo sosegado y tranquilo, que permite integrar la contemplación en la plegaria comunitaria.

Pablo VI llama al rosario "vástago germinado sobre el tronco secular de la liturgia cristiana", "salterio de la Virgen", etc.; y después de aludir a los orígenes del rosario en una época de decadencia litúrgica, señala cómo a la luz de SC 13 celebraciones litúrgicas y ejercicio piadoso del rosario no deben contraponerse:

"Toda expresión de oración resulta tanto más fecunda cuanto más conserva su verdadera naturaleza y fisonomía. Confirmado, pues, el valor preeminente de las acciones litúrgicas, no será difícil reconocer que el rosario es un piadoso ejercicio que se armoniza fácilmente con la sagrada liturgia. En efecto, como la liturgia, tiene una índole comunitaria, se nutre de la Sagrada Escritura y gravita en torno al misterio de Cristo. Aunque sea en planos de realidad esencialmente diversos, anamnesis de la liturgia y memoria contemplativa en el rosario, tienen por objeto los mismos acontecimientos salvíficos llevados a cabo por Cristo... Establecida esta diferencia sustancial, no hay quien no vea en el rosario un ejercicio piadoso inspirado en la liturgia y que, si es practicado según la inspiración originaria, conduce naturalmente a ella, sin traspasar su umbral" (MC 48).

La diferencia esencial entre la acción litúrgica y el ejercicio piadoso, en este ejemplo típico del rosario, radica, según la MC, en el medio de evocación y actualización de los acontecimientos de salvación realizados por Cristo. En la liturgia esto tiene lugar por la presencia operante bajo el velo de los signos del misterio de Cristo; en el ejercicio piadoso, mediante el afecto de la contemplación. Dicho de otro modo, la diferencia entre liturgia y devociones es de naturaleza sacramental. Tenemos aquí expresado un principio de orden teológico para distinguir las acciones litúrgicas de los ejercicios de piedad. No se trata, por consiguiente, de diferencias de tipo jurídico —el estar o no en los libros litúrgicos o el ser realizados por el ministro competente—. La MC significa un gran avance en la clarificación de las relaciones entre liturgia y devociones, sobre todo si comparamos su enseñanza con la contenida en la MD y la instrucción de 1958.


V. Consecuencias prácticas y sugerencias pastorales

1. La vida espiritual ha de ser unitaria e integradora, porque una sola es también la devotio christiana o la piedad de la iglesia, aunque se exprese y se realice en el dualismo cultual representado por la liturgia y las devociones. Es la vida entera de los creyentes, e incluso de las comunidades, la que está llamada a ser culto al Padre en espíritu y en verdad (cf Jn 4,23).

2. La liturgia, aun cuando en ella predomina el elemento objetivo —el -> misterio de Cristo y de la iglesia—, no pretende ser la única forma de piedad eclesial. Más aún, para realizar su misión de santificación del hombre y de culto a Dios (cf SC 7), ha de cuidar también los elementos subjetivos de la participación personal e interior. En este sentido ha de haber continuidad entre la oración privada y la plegaria común y eclesial. El mismo Espíritu anima una y otra e infunde la única devotio, alma de toda acción cultual o piadosa.

3. La distinción entre liturgia y devociones, o entre actos litúrgicos y ejercicios de piedad, se basa no solamente en razones jurídicas, sino también en principios teológicos, deacuerdo con la naturaleza de cada forma cultual. De ahí que acciones litúrgicas y ejercicios piadosos tengan su propio modo y circunstancias de realización, no debiendo mezclarse entre sí. Tampoco es bueno ni oportuno pastoralmente modificar la estructura y las leyes propias de cada uno de estos actos y ejercicios, de modo particular en el caso de los ejercicios piadosos que cuentan ya con una larga tradición popular e incluso son recomendados y regulados por la autoridad competente.

4. Es necesario poner de manifiesto la complementariedad entre liturgia y devociones, dado el influjo benéfico que se produce en una y otra dirección cuando se respeta la debida jerarquía entre actos litúrgicos y ejercicios de piedad y se cultivan ambas formas de religiosidad con inteligencia pastoral. Aun cuando muchas devociones nacieron en épocas de decadencia litúrgica, la liturgia no puede agotar toda la acción pastoral ni toda la espiritualidad de los cristianos. Es preciso ofrecer al pueblo oportunos ejercicios de piedad para completar su formación cristiana e introducirlos en la vivencia del -> misterio de Cristo (cf SC 105). Los ejercicios piadosos siguen siendo válidos y necesarios, no porque el pueblo no vive la liturgia, sino precisamente porque ahora puede participar mejor en ella, y dichos ejercicios sirven de preparación y prolongan las actitudes con las que se ha participado en la celebración.

5. La piedad popular merece que se le dedique una mayor atención pastoral a causa de los valores específicos que contiene y porque es un poderoso medio de evangelización. Por otra parte, la liturgia debe acoger en las celebraciones sacramentales las instancias legítimas de la piedad popular, como son el sentido de lo santo, la capacidad de contemplación, la sencillez de espíritu, el clima afectivo y espiritual. La piedad popular y, en general, todas las devociones deben recibir de la liturgia lo que Pablo VI llamó orientaciones bíblica, litúrgica, ecuménica y antropológica. Los ejercicios de piedad han de incluir una perinanente llamada a la conversión y a la fe, a la caridad fraterna y al compromiso apostólico y misionero.

J. López Martín

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