DEDICACIÓN DE IGLESIAS Y ALTARES
NDL


SUMARIO: I. La fiesta del pueblo de Dios: 1. Los testigos de la fiesta; 2. Las prolongaciones de la fiesta; 3. La raigambre humana y bíblica - II. Elaboración de los ritos de la dedicación: 1. La aportación de las diversas tradiciones: a) La celebración de la eucaristía, b) La colocación de las reliquias de los mártires, c) Las unciones crismales, d) La ablución con agua, e) La inscripción del alfabeto; 2. Los tres rituales fundamentales del s. viii: a) El ritual romano, b) El ritual bizantino, c) El ritual franco; 3. La amalgama romano-franca (ss. viii-x) - III. El Ordo romano de la dedicación desde el s. xi al xx: 1. La dedicación según el pontifical romano: a) La dedicación de una iglesia (lustraciones, traslado y colocación de las reliquias, consagración, eucaristía), b) La dedicación de un altar; 2. La simplificación de 1961 - IV. El nuevo rito de la dedicación: 1.
Los principios que han presidido la revisión; 2. El desarrollo de la celebración: a) Dedicación de una iglesia, b) Dedicación de una iglesia donde ya se celebraba el culto, c) Dedicación de un altar - V. El misterio de la iglesia celebrado en la dedicación: 1. La enseñanza de la palabra de Dios: a) Lecturas para la dedicación de una iglesia, b) Lecturas para la dedicación de un altar; 2. La enseñanza de los padres.


Cuando, al poco tiempo de la paz constantiniana (a. 313), se vio por todas partes cómo surgían las basílicas cristianas [-> Lugares de celebración, I, 3], su dedicación constituyó ante todo una fiesta del pueblo de Dios, una manifestación espléndida y gozosa de la iglesia recién salida de la persecución. "Fiestas de dedicación en todas las ciudades, consagraciones de iglesias recién construidas, asambleas de obispos reunidos con ese fin, concurrencia de fieles venidos de lejos y de todas partes, sentimientos de amistad entre poblaciones diversas, unión de los miembros del cuerpo de Cristo en una sola armonía de hombres reunidos", anota el historiador Eusebio; y añade: "Juntos hombres y mujeres de todas las edades, con todas las energías de la mente, sonrientes en su espíritu y en su alma, glorificaban a Dios, autor de todo bien, con plegarias y acciones de gracias". Al final del discurso pronunciado por él con motivo de la dedicación de la basílica de Tiro (a. 318 apte.), Eusebio da gracias "a Cristo, autor y cabeza de la presente asamblea, por esta jornada espléndida y solemnísima"'. La dedicación de una iglesia o altar ha conservado siempre, a partir de entonces, ese carácter festivo. Pueden reunirse muchos testimonios de ello, esparcidos a lo largo de los siglos.


1. La fiesta del pueblo de Dios

1. LOS TESTIGOS DE LA FIESTA. Entre los testigos de la fiesta está en primera fila san Ambrosio, quien describe a su hermana Marcelina la dedicación de la basílica que él mismo ha hecho erigir en Milán (a. 386). "Una enorme afluencia de pueblos" acompañó el traslado a la basílica de los restos de los mártires Gervasio y Protasio y participó en la vigilia que precedió a su sepultura. "Mientras os contemplaba reunidos...", son las palabras con que el obispo iniciará su homilía. Dos siglos más tarde, Gregorio de Tours aludirá a una concentración idéntica para la dedicación de la basílica de San Eufronio en su ciudad episcopal: "Había un grupo considerable de presbíteros y de diáconos con vestiduras blancas, y la categoría ilustre de los funcionarios civiles y, finalmente, una gran afluencia de pueblo"'. Todas las descripciones sucesivas evocarán el mismo cuadro ambiental. Si bien a partir del s. x los ritos se han ido sobrecargando y ampliando con numerosas repeticiones, su duración no quitó jamás entusiasmo al pueblo cristiano. Baste recordar la última gran dedicación celebrada según el antiguo pontifical romano, la de la basílica de San Pío X en Lourdes, presidida por el card. Roncalli, rodeado de veinte mil fieles. Rara vez se presencia una liturgia más grandiosa (24-25 de marzo de 1958).

2. LAS PROLONGACIONES DE LA FIESTA. Cuando en diciembre del año 164 a.C., Judas Macabeo purificó el templo de Jerusalén y erigió el altar, la fiesta de la dedicación se prolongó por ocho días, y Judas ordenó que cada año se celebrase su aniversario de la misma manera, con el mismo número de días (1 Mac 4,36-59). Lo mismo sucedió, desde el principio, con la dedicación de las basílicas cristianas y con su aniversario. Hacia el 386, en Jerusalén, una solemne octava señaló el aniversario de la dedicación del martyrium y de la anástasis, que tuvo lugar el 13 de septiembre del año 335. Según la peregrina Egeria, la solemnidad igualaba en importancia a la pascua y la epifanía por la concurrencia de obispos (se calcula que al menos cuarenta o cincuenta), de monjes y de fieles, atraídos por la celebración. Cada día estaba prevista una procesión a los diversos lugares santos

La liturgia romana ha conservado el recuerdo de las dedicaciones de iglesias celebradas en el s. v, entre ellas la de Santa María la Mayor, San Pedro in Vincoli y San Lorenzo de Extramuros, además del baptisterio lateranense. Todos los calendarios locales harán lo mismo. En la edad media la fiesta de la dedicación de la iglesia iguala en popularidad a la del santo patrón y suscita el mismo entusiasmo.

Este es, pues, el marco festivo en que se insertan los ritos de la dedicación. Estos no afectan sólo al clero, sino que influyen en la vida de toda la ciudad.

3. LA RAIGAMBRE HUMANA Y BÍBLICA. Si la fiesta de la dedicación encuentra tanto eco es porque tiene sus raíces en las tradiciones populares y en la biblia.

a) Enraizamiento humano. Los verbos dedicar, consagrar, bendecir no son específicamente cristianos, como tampoco lo es la palabra encenias. Encontramos todos estos términos en el vocabulario de la vida social y religiosa. Dedicar quiere decir destinar, atribuir, ofrecer, inaugurar. La palabra griega encenia, que significa inauguración, designa en los LXX y en el cuarto evangelio (Jn 10,22) la fiesta de la dedicación del templo; pero, según Agustín, pasó también al latín popular: se la emplea, por ejemplo, para decir que uno se pone un vestido nuevo (PL 35,1741). El paganismo conocía la dedicación de un templo, de un altar, de unteatro, de una ciudad. El 11 de mayo del 330 se celebró con fastuosidad la dedicación de Constantinopla. El rito comportaba siempre procesiones con aspersiones de agua lustral, oraciones y ofrecimiento de sacrificios. Todavía hoy la palabra dedicación no está limitada al campo religioso: se dedica un libro, un disco, etc.

b) Enraizamiento bíblico. También el AT conoce la dedicación de estelas (Gén 28,18), de altares (Núm 7,10-11.84.88), de casas (Dt 20,5); pero sobre todo deja constancia de las diversas dedicaciones sucesivas del templo del Señor: la del primer templo, celebrada por Salomón a lo largo de siete días en presencia de todo el pueblo (1 Re 8,1-66), y la del segundo templo en la época de Esdras (Esd 6,15-18), en el año 515 a.C. En cuanto a la purificación del templo y a la dedicación del nuevo altar de los holocaustos realizada por Judas Macabeo (1 Mac 4,36-59), cada año el pueblo judío renovaba su recuerdo en la fiesta de la Hanukkah. Esta duraba ocho días, a partir del 25 de quisléu (diciembre). Vinculada inicialmente al templo, adonde el pueblo iba en procesión para ofrecer sacrificios mientras cantaba el halle/ (Sal 112-117), se alegraba también con la iluminación de las casas; y, bajo esta forma, sobrevivió a la destrucción de Jerusalén.

En la edad media, cuando la liturgia cristiana de la dedicación pretenderá enriquecer su simbolismo, no dejará de tomar en consideración este fértil sustrato bíblico.


II. Elaboración de los ritos de la dedicación

Evocando las primeras dedicaciones de basílicas, Eusebio afirma:"Eran verdaderamente adoraciones perfectas por parte de los prelados, ritos sacros de presbíteros y, en la iglesia, instrucciones dignas de Dios, manifestadas con el canto de los salmos, con la escucha de las palabras que Dios nos ha transmitido y con la realización de liturgias divinas y místicas: eran símbolos inefables de la pasión del Salvador... Y cada uno de los prelados presentes pronunciaba panegíricos, según el grado del propio talento, para celebrar la fiesta'''.

Al leer este texto, se tiene claramente la impresión de que, en la primera mitad del s. IV, la dedicación de una iglesia consistía únicamente en la celebración de la eucaristía bajo la presidencia de los obispos de la zona. Una amplia liturgia de la palabra, que comprendía varios discursos, precedía al ofrecimiento del sacrificio eucarístico. San Ambrosio subrayará, cincuenta años más tarde, la colocación de las reliquias de los mártires bajo el altar, mientras san Juan Crisóstomo afirmará: "Lo maravilloso del altar es que, a pesar de ser una simple piedra, está santificado por el hecho de que recibe el cuerpo de Cristo",. Mientras tanto, los ritos iban asumiendo una complejidad cada vez mayor. La amalgama realizada en Occidente, sustancialmente hacia el s. x, se nutrió de las fuentes más variadas: para captar la aportación de cada tradición conviene realizar un verdadero viaje de Roma a Constantinopla, y de Italia a las Galias y hasta los países celtas'.

1. LA APORTACIÓN DE LAS DIVERSAS TRADICIONES. a) La celebración de la eucaristía bajo la presidencia del obispo está universalmente atestiguada en la dedicación de una iglesia; esta celebración constituye el vértice de la dedicación, y durante largo tiempo será su único rito. En el s. vi, en Roma, se continuaba defendiendo que tal rito era suficiente. En una respuesta del 538 al obispo Profuturo de Braga, el papa Vigilio afirmaba que "la consagración de una iglesia en la que no se hayan colocado reliquias se realiza solamente con la celebración de la misa" (PL 69,18).

b) La colocación de las reliquias de los mártires. Ya antes de la paz constantiniana los cristianos habían comenzado a celebrar la eucaristía junto a las tumbas de los mártires. En la segunda mitad del s. iv vemos desarrollarse un poco por todas partes fuera de Roma los traslados de las reliquias de los mártires al interior de las ciudades y su colocación en las basílicas. San Ambrosio es el primero que establece un vínculo entre estos traslados y la dedicación de una iglesia recientemente construida. En Milán, el pueblo invita al obispo a dedicar la basílica que él había mandado construir con vistas a la propia sepultura con los mismos ritos con que había dedicado la basílica llamada romana; y en seguida Ambrosio comenzó a buscar reliquias santas. Descubre entonces los restos de los santos Gervasio y Protasio (a. 386). Al colocarlos bajo el altar, el prelado explica el significado de su gesto: "Es oportuno que las víctimas triunfantes tengan un lugar allí donde Cristo se ofrece a sí mismo como hostia: sobre el altar, aquel que se ofreció por todos; bajo el altar, aquellos que fueron rescatados por él con su pasión". La colocación había sido precedida por una vigilia en la iglesia de donde debía partir la procesión hacia la basílica ambrosiana. "Allí —escribe Ambrosio— se celebraron vigilias durante toda la noche".

No todos los obispos tenían, como él, la suerte de descubrir tumbas de mártires en el momento oportuno para la dedicación de una basílica o un altar. Aunque no ignoraban que para tal dedicación bastaba con la celebración de la eucaristía, sin embargo, la mayor parte de ellos deseaba colocar en el nuevo edificio para el culto alguna reliquia de mártires. Su deseo se satisfacía de dos maneras: ante todo, con la colocación de reliquias figuradas, objetos o vestidos que habían tocado las sagradas tumbas; posteriormente, con el reparto de los huesos de los mártires. Pero la iglesia romana durante largo tiempo fue reacia a esta última práctica, ya ampliamente difundida en Oriente y en Africa a comienzos del s. v. Todavía Gregorio Magno se opondrá a ella. En un sacramentario romano poco posterior puede leerse aún: "Donde se venere una reliquia se supone que reposa la totalidad del cuerpo".

Desde el s. viii al xii no hay reparo en unir a las reliquias de los mártires algún fragmento de pan eucarístico consagrado durante la misa. A veces la eucaristía suplía la ausencia de reliquias. Esta costumbre, iniciada en Roma, perduró en algunas regiones hasta el s. xv.

c) Las unciones crismales. Las unciones del sepulcro destinado a las reliquias y de la mesa del altar, practicadas en España y en Galia como en Bizancio en el s. vi y usuales en Roma en el s. vni, están atestiguadas en Siria desde mediados del s. iv, según el testimonio de san Efrén. Evidentemente, el simbolismo de la unción bautismal había influido en la instauración de este rito: como el cristiano, también el altar tenía que ser consagrado con efusión de aceite, vehículo del Espíritu.

d) La ablución con agua. La aspersión de agua parece que estaba reservada, en la Roma del s. vi, a la purificación de los templos transformados en iglesias. Esto está atestiguado al menos por la correspondencia de san Gregorio Magno con los monjes misioneros enviados por él a Inglaterra. Hasta entonces, sin embargo, en Roma nadie se había atrevido a transformar en iglesia un templo pagano. La aspersión lustral se practicaba en España probablemente ya a principios del s. vi; se la encuentra en la Galia en el s. vn, y en Roma en el s. vw. La aspersión de agua mezclada con vino, practicada en Galia, parece provenir de la tradición bizantina, según la cual se usa un poco de la una y del otro separadamente. Según el Ordo romano, el obispo "bautiza el altar" (Ordo XLII, 6). La purificación lustral se añade así a las unciones crismales para evocar discretamente la iniciación cristiana.

e) La inscripción del alfabeto. En el rito de la dedicación, el obispo inscribe el alfabeto latino y el griego en una doble franja de ceniza extendida sobre el pavimento en forma de cruz, trazando las letras con su báculo pastoral. Algunos han querido ver el origen de este rito en el uso de los agrimensores romanos que delimitaban un terreno. Pero, en contra de esta opinión, se sabe que este rito se practicaba en países francos antes de ser aceptado en Roma. Los francos lo recibieron de países celtas, probablemente de Irlanda. De allí procede también la costumbre de introducir un poco de ceniza en el agua lustral; a esta mezcla se la llamará impropiamente agua gregoriana.

Estos son los gestos más ricos de simbolismo que el obispo y susministros realizan en el curso de la dedicación de una iglesia. Ahora vamos a fijarnos en el modo como entran en los antiguos rituales de Roma, Constantinopla y los países francos, rituales que se remontan todos ellos al s. viii.

2. Los TRES RITUALES FUNDAMENTALES DEL S. VIII. a) El ritual romano. El formulario romano de la misa de la dedicación quedó fijado hacia el año 610, para la transformación del panteón en la iglesia de Santa María ad Martyres. Es el que se ha perpetuado hasta nuestros días: "Terribilis est locus iste". El Ordo de la consagración de una iglesia describe los ritos que preceden a la misa, en particular la traslación y la colocación de las reliquias de los mártires en el altar. Aunque este Ordo, el XLII de Andrieu, no sea anterior al s. viii en la redacción que ha llegado a nosotros, las oraciones a que se refiere se encuentran, incluidas las de la misa, en el sacramentario gregoriano del s. vii.

El obispo se dirige a una iglesia cercana, donde anteriormente se custodiaban las reliquias, y allí se canta una primera letanía, que termina con una oración del oficiante. A continuación, el obispo recibe las reliquias en una patena (indicio de sus reducidas dimensiones) y las entrega a un presbítero. Seguidamente se inicia la procesión hacia la nueva iglesia, con el canto de la antífona "Cum jucunditate exhibitis". Solamente el obispo, con dos o tres ministros, entra en la iglesia y, cerradas las puertas, bendice el agua, derrama en ella el crisma y prepara el cemento que servirá para sellar el sepulcro. Después "bautiza el altar" con el agua bendita. A continuación sale de la iglesia, y la schola canta una segunda letanía.

Después de la oración final, el obispo recibe las reliquias de manos del presbítero al que las había entregado y entran todos en la iglesia con el canto de una tercera letanía. El obispo coloca las reliquias sobre el altar, unge los ángulos del sepulcro con el crisma, coloca en él las reliquias junto con tres partículas del cuerpo de Cristo y tres granos de incienso, mientras se canta la antífona Sub alzare Domini sedes accepistis. Se cierra a continuación el sepulcro, sellándole la losa con el cemento y ungiéndolo con el crisma; seguidamente el obispo unge de igual manera los cuatro ángulos del altar, y a continuación lo cubre desplegando sobre él un mantel; recorre, finalmente, toda la iglesia, asperjándola con agua bendita con un ramito de hisopo.

Concluidos estos ritos, la schola entona el introito y se inicia la misa. Esta debe celebrarse durante ocho días consecutivos en la iglesia recién dedicada.

b) El ritual bizantino. La descripción más antigua de la dedicación en rito bizantino se encuentra en el célebre Eucologio Barberini, del s. VIII (biblioteca Vaticana). La acción litúrgica consta de dos celebraciones distintas, distribuidas en dos días: la primera consiste en la consagración del altar en presencia solamente del clero; la segunda constituye la dedicación propiamente dicha, y en ella participa todo el pueblo

El altar es consagrado por el patriarca, rodeado de sus ministros, en la iglesia a puertas cerradas. Después de una oración litánica y una larga súplica diaconal, el presidente hace la lustración del altar: lo lava con agua bautismal vertida sobre la mesa y sobre las columnas, mientras se canta el salmo 83. Terminadas las abluciones, el patriarca consagra el altar derramando myron (crisma) sobre la mesa y ungiendo sus columnas. Se canta entonces el salmo 132 y se extiende un mantel sobre el altar. A continuación se procede a una larga incensación del altar mismo y del presbiterio, mientras uno de los obispos asistentes traza con el myron cruces sobre todas las columnas de la iglesia. El patriarca concluye el rito diciendo la oración de dedicación.

Las encenias tienen lugar al día siguiente. Comienzan con una vigilia de oración ante las reliquias de los mártires en una iglesia cercana a la que se va a inaugurar. El patriarca interviene hacia el final del oficio matutino y lo concluye con la aclamación "Gloria a ti, Cristo Dios, orgullo de todos, alegría de los mártires". Se inicia la procesión de traslado de las reliquias. Estas son llevadas por un obispo acompañado de sus ministros. Al llegar al pórtico, ante la puerta principal, los cantores entonan el tropario: "Alzad, puertas, vuestros dinteles". Las puertas se abren de par en par, y el patriarca entra con todo el pueblo. El obispo coloca las reliquias en el lugar destinado y pronuncia una oración. Luego se canta el trisagio y se celebra la eucaristía, la "divina liturgia". Las dos lecturas bíblicas proclamadas son Heb 3,1-4 y Mt 16,13-18.

c) El ritual franco. Los ritos heredados de la tradición galicana han sido recogidos en el Ordo XLI de Andrieu, que es prácticamente contemporáneo de los dos precedentes. En él se advierte fácilmente la doble influencia romana y bizantina.

Ante todo se prescribe encender doce candelas a lo largo del perímetro interior de la iglesia que hay que dedicar. Cuando el obispo llegaen procesión a la entrada, golpea tres veces el umbral con el báculo diciendo: "Tollite portas principes vestras", a lo que sigue el canto del salmo 23 completo. Se abre a continuación la puerta y se entra en la iglesia, mientras un clérigo entona la letanía, que el obispo concluye con una oración. Seguidamente traza sobre el pavimento el alfabeto con la punta del báculo, procediendo de sudeste a noroeste y de sudoeste a nordeste.

A continuación, el obispo pasa a las lustraciones. Prepara en primer lugar el agua del exorcismo, echando en ella sal, ceniza y vino. Con ella traza cuatro cruces en los ángulos de la mesa y asperja el altar, dando siete vueltas alrededor de él mientras se canta el salmo 50 (Asperges me). A continuación recorre la iglesia, asperjando las paredes y el pavimento (salmos 67 y 90). Entre tanto envía a algunos ministros a asperjar las paredes por fuera. Continuando la aspersión, el obispo recorre la nave central, y llega al altar al canto del salmo 42 (Introibo ad alzare Dei).

El celebrante inicia los ritos de consagración con la ofrenda del incienso. A continuación unge por dos veces los cuatro ángulos de la mesa, y luego toda la superficie de la misma, con el óleo de los catecúmenos (salmos 83 y 45); y repite la unción con el crisma, mientras se canta el salmo 86 (antífona Ecce odor filii mei). Simultáneamente, un acólito da una vuelta al altar incensándolo. Seguidamente el obispo se dirige hacia las paredes de la iglesia para ungirlas con el crisma. Vuelto al altar, dispone sobre la mesa unos granos de incienso en forma de cruz y recita la oración de bendición. Finalmente se canta la antífona Confirma hoc y se llevan a bendecir los manteles y todos los paños litúrgicos.

Terminada la consagración de la iglesia, se va en procesión al lugar donde se guardan las reliquias y se hace su traslado en cortejo triunfal, con aclamaciones, cruces, turiferarios y numerosos cirios. El pueblo entra en la iglesia, mientras el obispo, oculto tras un telón que lo esconde a la vista del público, coloca las reliquias en el sepulcro del altar. Entre tanto se canta el salmo 149 (Exsultabunt sancti in gloria).

Terminado el rito, el obispo va a la sacristía, donde se pone los ornamentos festivos, mientras se extiende el mantel sobre el altar y se encienden las luces. La schola entona, finalmente, la antífona de entrada, el obispo sale de la sacristía detrás de los ministros y se celebra la misa. El Ordo no determina qué lecturas deban proclamarse. El leccionario de Luxeuil, medio siglo más viejo, propone dos series de textos, una para el día de la dedicación y otra para su aniversario. La primera indica Gén 28,10-22; 1 Cor 3,9-17 y, según un uso galicano, Jn 10,22-28, seguido de Le 19,1-20; la segunda propone Is 54,1-56,7; Ef 2,8-22, y Mt 21,10-17.

3. LA AMALGAMA ROMANO-FRANCA (SS. VIII-X). La liturgia franca de la dedicación, con sus múltiples aspersiones y unciones, estaba destinada a tener un éxito duradero. Se percibe su trama debajo de los numerosos desarrollos que observamos hasta el s. xIII. Pero sufrirá también influjo del ritual romano, que se manifestará ante todo en la procesión inicial de las reliquias, mientras que según la liturgia franca se va a recogerlas sólo después de los ritos de consagración, inmediatamente antes de la misa.

El Ordo XVIII, de finales del s. vlll, es el primer testigo de esta amalgama entre el Ordo XLI y el Ordo XLII". Poco después, según el sacramentario de Drogo de Metz (hacia el 825), se darán tres vueltas en torno a la iglesia con las reliquias, y se realizarán otras tantas lustraciones externas e internas del edificio. Pero es el pontifical de san Albano de Maguncia (mitad del s. x), es decir, el pontifical romano-germánico (= PRG), el que mejor permite seguir la elaboración del ritual destinado a difundirse en todo el Occidente.

El pontifical de Maguncia contiene tres descripciones de la dedicación. Una de ellas no es un directorio litúrgico, sino un comentario alegórico, que sigue paso a paso el Ordo XLI (PRG 90) y se remonta al s. Ix. Las otras dos son ceremoniales. El Ordo romano para la dedicación de una iglesia (PRG 82) realiza una fusión entre el Ordo XLI y el Ordo XLII, del que toma literalmente el texto añadiéndole solamente cuatro oraciones, una de las cuales va precedida del diálogo introductorio al prefacio. El Ordo de la bendición de una iglesia (PRG 124) desarrolla el ritual precedente y lo completa añadiéndole numerosos textos. En él se encuentran los alfabetos latino y griego, una doble letanía, las oraciones de los antiguos sacramentarios, dos prefacios consagratorios desarrollados, uno para la consagración de la iglesia y otro para la del altar. Las oraciones de bendición de los paños sagrados, en la sección final, ocupan un espacio desproporcionado (más de cuarenta oraciones). Siguen seis formularios de misas para la dedicación de una iglesia y otro para la dedicación de un altar.


III. El "Ordo" romano de la dedicación desde el s. XI al XX

En el s. xi los libros litúrgicos en uso en las riberas del Rin comenzaron a conquistar Italia y Roma por obra de los obispos y papas alemanes, encargados por el emperador de restaurar allí la disciplina eclesiástica. Y el trasplante tuvo tal éxito que, cincuenta años más tarde, había desaparecido el recuerdo de la antigua liturgia papal. Y así las copias del pontifical de Maguncia, con algún retoque, se convirtieron en guía de la celebración tanto para la dedicación de la iglesia como para las ordenaciones.

1. LA DEDICACIÓN SEGÚN EL PONTIFICAL ROMANO. No nos ocuparemos aquí de los cambios menores que han marcado la última evolución de los ritos que luego entraron en el pontifical romano de fines del s. xvl. Recordemos solamente que la exuberancia del pontifical germano fue parcialmente canalizada en el pontifical de la curia romana del s. xIII, y que éste fue adaptado, al final del mismo siglo, al us9 de una iglesia diocesana gracias a la obra de Guillermo Durando, obispo de Mende (f 1296). El pontifical de Durando " tuvo un éxito tal, que la primera edición oficial del pontifical romano, promulgada por Clemente VIII en 1596, se limitó a ratificarlo, sin aportarle variantes de importancia. Este reguló el rito de la dedicación hasta 1961.

a) La dedicación de una iglesia, según el pontifical romano, constituye un verdadero juego litúrgico, fruto de la simbología medieval y revelador de una teología del misterio de la iglesia que nunca encontró modo de manifestarse de manera más expresiva. La descripción de los ritos puede evocarlos sólo imperfectamente: sería preciso mencionar también los textos de las antífonas, los salmos y los responsorios que los acompañan. Pero losmismos textos no pueden prescindir de las respectivas melodías, que revelan su pleno significado. La dedicación constituía la celebración más larga y suntuosa de la liturgia romana: no podía realizarse en menos de cinco horas.

Lustraciones. La asamblea de los fieles se reúne fuera de la iglesia que va a ser consagrada, en un lugar en que han estado colocadas las reliquias de los mártires y en que se ha celebrado la vigilia. Tras la llegada del obispo se recitan los siete salmos penitenciales. A continuación, dejadas las reliquias bajo su velo, se emprende la marcha hacia la entrada de la nueva iglesia, donde se canta la primera parte de las letanías de los santos. El obispo bendice el agua destinada a las lustraciones externas. Da dos vueltas en torno al edificio asperjando sus paredes, primero hacia arriba y luego hacia abajo. Seguidamente golpea tres veces con el báculo la puerta de la iglesia y dialoga con un diácono que se ha quedado dentro: Attollite portas —Quis est iste rex gloriae? —Dominus fortis. Pero la puerta no se abre. Entonces el obispo da una tercera vuelta a la iglesia bendiciendo la zona del medio de los muros. A la vuelta reemprende el diálogo con el diácono, y todos gritan: Aperite, aperite, aperite. Finalmente se abre la puerta y entra el obispo con sus ministros, permaneciendo fuera el pueblo hasta el traslado de las reliquias.

Se canta luego el Veni, Creator, seguido de las letanías completas; y el obispo comienza a trazar con el báculo las letras de los alfabetos latino y griego, mientras se canta el Benedictus. A continuación procede a la bendición del agua gregoriana (agua, sal, ceniza y vino) para la lustración del altar y de todo el edificio. El obispo traza con sumano cinco cruces sobre la mesa del altar y lo asperja siete veces, con otras tantas vueltas alrededor. Igualmente se asperjan las paredes internas de la iglesia durante tres vueltas consecutivas; luego se asperja el pavimento. Los ritos de purificación se concluyen con una larga oración en forma de prefacio.

Traslado y colocación de las reliquias. El obispo y sus ministros salen de la iglesia y, acompañados por el pueblo, van hacia las reliquias de los santos. El obispo las levanta (Movete, sancti Dei), y todo el pueblo inicia una procesión festiva. Algunos presbíteros llevan las reliquias, los cantores elevan invocaciones a los santos (Surgite, sancti Dei; ambulare, sancti Dei; ingredimini, sancti Dei), y el pueblo aclama: Kyrie, eleison. Una vez colocadas las reliquias junto al altar, el obispo prepara el sepulcro abierto en la mesa o bajo el altar: realiza en él cuatro unciones con óleo, pone las reliquias en la cavidad, las inciensa y, habiendo ungido la losa en su parte interior, la sella con cemento. El rito se concluye con una unción de santo crisma sobre el sepulcro sellado y con la incensación del altar.

Consagración. La incensación, que ha concluido la colocación de las reliquias, abre a continuación la consagración del altar. El obispo inciensa primero la mesa, en el centro y en los cuatro ángulos, y luego da tres vueltas en torno al altar; entrega después el incensario a un presbítero, el cual continuará la incensación hasta el final de la unción.

El obispo traza dos veces sobre la mesa cinco señales de la cruz con el óleo de los catecúmenos, y otras cinco con el crisma, y a continuación extiende el óleo de los catecúmenos y el crisma a toda la superficie del altar. Cada serie de unciones es completada con una incensación y una oración hecha por el obispo.

Seguidamente pasa el obispo a la crismación de los muros: sobre doce cruces, pintadas o grabadas en los muros, realiza una unción y una incensación y enciende una vela delante. Vuelto al altar, el obispo inciensa de nuevo la mesa, sobre la que se colocan en el centro y en los cuatro ángulos montoncitos de incienso en forma de cruz sobre base de cera. Algunos acólitos los encienden y, mientras el altar se ilumina, se canta de rodillas el versículo aleluyático de pentecostés: Veni, sancte Spiritus. El obispo pronuncia entonces la oración en forma de prefacio para la consagración de la iglesia. A continuación se procede a la crismación de la base del altar y de las junturas de la mesa. Los clérigos llevan entonces los manteles para la vestición del altar y, una vez que éste está adornado, se acerca el obispo para incensarlo.

Eucaristía. Finalmente puede comenzar la misa. Esta es la que corona todos los ritos. Desgraciadamente, las rúbricas prevén que el obispo pueda dispensarse de celebrarla personalmente. Lo sustituye en ese caso un presbítero, mientras el prelado se contenta con asistir, después de haberse quitado los ornamentos sagrados. Puede celebrarse también una misa no cantada. En tales condiciones, con demasiada frecuencia, la celebración eucarística no aparecía ya como el vértice de la dedicación de una iglesia, sino como un mero apéndice. Aunque el pontifical prescribía el canto de una misa solemne, los rubricistas autorizaban una simple misa rezada. Este es el mayor defecto de la liturgia de la dedicación en la época moderna.

b) La dedicación de un altar. Ya en la dedicación de una iglesia los ritos correspondientes al altar ocupan la mayor parte de la celebración. Estos se emplean íntegramente cuando se trata de consagrar sólo el altar, sin dedicación del edificio. Pero la procesión de las reliquias reviste una mayor amplitud. La oración en forma de prefacio que sigue a las unciones es propia: evoca toda la tipología de los altares erigidos por los justos del AT Abel, Abrahán, Melquisedec, Isaac, Jacob, Moisés ; pero por desgracia no alude al altar viviente de la nueva alianza, que es Cristo.

2. LA SIMPLIFICACIÓN DE 1961. En los años cincuenta de nuestro siglo, la reconstrucción de las ciudades destruidas por la guerra y el crecimiento de la población urbana llevaron consigo también la edificación o la reconstrucción de numerosas iglesias. Muchos obispos consideraron demasiado pesados los ritos de la dedicación, que, por otra parte, se hacían más frecuentes, y solicitaron su simplificación. El papa Pío XII, después de. una primera autorización que permitía dividir la celebración en dos días sucesivos, decidió la revisión del conjunto y la encomendó a la comisión para la reforma general de la liturgia. El nuevo Ordo fue promulgado el 13 de abril de 1961, bajo el pontificado de Juan XXIII.

El Ordo de 1961 es esencialmente el antiguo, sólo que mucho más agilizado. En el intento de simplificar cada uno de los ritos sin omitir ninguno, no siempre se ha evitado un empobrecimiento del simbolismo. Este empobrecimiento se nota particularmente en la unción del altar, donde ya no figura la efusión del óleo crismal sobre toda la mesa.

La celebración se inicia con una sola aspersión del exterior de la iglesia. Después del Attollite portas, el obispo entra en el edificio, seguido de todo el pueblo. Se cantan las letanías de los santos en forma abreviada, y a continuación el obispo asperja una sola vez las paredes interiores y el pavimento. La lustración del altar consiste simplemente en su aspersión tras las cinco signaciones de la mesa con el agua bendita. El obispo escribe a continuación las letras de los dos alfabetos sobre una capa de ceniza de dimensiones reducidas. El rito se asemeja a la toma de posesión de la iglesia, y se concluye con el prefacio de dedicación.

El traslado de las reliquias conserva su carácter festivo. El obispo las coloca en el sepulcro sin ungirlo previamente, y lo cierra con la losa. Siguen luego las doce unciones crismales de las paredes de la iglesia, antes de consagrar el altar con las unciones del santo crisma, reducidas a cinco. Después inciensa el altar y hace fuego sobre el incienso con la cera, mientras se canta el versículo Veni, sancte Spiritus. La segunda oración en forma de prefacio concluye los ritos de la consagración.

Por lo que se refiere a la misa, se insiste en que constituye una parte Integrante de la dedicación y se recomienda al obispo que la celebre personalmente, pero no se le llega a prohibir que pueda sustituirlo un presbítero. Además, aun recomendando que esta misa se celebre con canto, se permite "por justo motivo" la celebración de una simple misa leída.


IV. El nuevo rito de la dedicación (1977)

Al poco tiempo de concluirse el Vat. II, la comisión encargada de llevar a cabo la renovación de laliturgia tuvo sus dudas para emprender una nueva revisión de los ritos de la dedicación. Pero tras larga reflexión pareció conveniente hacer también esos ritos más conformes con los principios de la constitución sobre la liturgia. El nuevo Ordo Dedicationis Ecclesiae et Altaris estaba ya concluido en 1971. En 1973 se imprimió y se sometió a una amplia experimentación, al término de la cual el papa Pablo VI lo aprobó con fecha 29 de mayo de 1977. La traducción oficial para España fue aprobada en 1978, y se encuentra en el mismo volumen que contiene el Ritual de la bendición de un abad o una abadesa. El volumen se titula Rituales de la dedicación de iglesias y de altares (= RDI) y de la bendición de un abad o una abadesa. Citamos la versión castellana, indicando las páginas, y cuando exista numeración, después de la página indicaremos el número.

1. LOS PRINCIPIOS QUE HAN PRESIDIDO LA REVISIÓN. Tres son los principios que han presidido la revisión de los ritos.

a) Ante todo era preciso restituir de hecho a la eucaristía su papel primordial en la dedicación de una iglesia o de un altar. Todos deben comprender que ella es "el rito máximo y el único necesario" (RDI 28, n. 15). Por ese motivo los ritos de la unción, de la incensación y de la iluminación han sido insertos en la liturgia de la palabra y en la de la eucaristía, cada una de las cuales es considerada parte integrante de la dedicación. No se trata solamente de destacar el simbolismo de las acciones sagradas proyectando sobre ellas la luz de la palabra de Dios, como se hace en la celebración de los sacramentos y de las bendiciones mayores, sino de manifestar que la proclamación de la palabra y la participación en el cuerpo y sangre del Señor son constitutivas de la iglesia viviente. La primera proclamación de la palabra de Dios en el nuevo edificio constituye por sí misma un rito de dedicación: el obispo hace la ostensión solemne del leccionario al pueblo, antes de entregarlo al lector (RDI 43). Por lo que se refiere a la liturgia eucarística, el esquema de 1973 había propuesto su prefacio como oración de dedicación de la iglesia o del altar según el uso romano del s. vii. La edición típica no acogió esta propuesta; ofrece en cambio una oración de dedicación, que precede a la unción del altar (RDI 47-48). Pero lo que queda firme es que en adelante ya no se podrá disociar la celebración de la dedicación de la celebración de la misa. Además "conviene que el obispo concelebre con los presbíteros que con él cooperan en los ritos de la dedicación y con los responsables de la parroquia o de la comunidad para la cual se ha construido la iglesia" (RDI 26, n. 9).

b) Subrayando el puesto de la eucaristía en la celebración, se ha querido además restituir la debida dignidad al traslado de las reliquias de los santos, dejándola facultativa. De hecho, este traslado sólo tiene pleno significado cuando es posible disponer de reliquias bien conocidas y auténticas de un mártir y colocarlas bajo el altar de Cristo "para significar que el sacrificio de los miembros tuvo principio en el sacrificio de la cabeza" (RDI 28, n. 14). Por el contrario, resultaría un rito vacío de significado si no se tuviesen más que reliquias insignificantes o inauténticas. A la piedad actual hacia los / santos repugna el fraccionamiento de sus cuerpos y el reparto de sus huesos, como repugnaba a los romanos contemporáneos de san Gregorio. El Vat. II ha insistido sobre el carácter de autenticidad que deben presentar las reliquias de los santos propuestas a la veneración de los fieles (SC 111), y la OGMR (266) nos lo recuerda. Hoy, de hecho, se es mucho más exigente en cuanto a los testimonios de autenticidad de lo que se era en el siglo pasado.

c) De autenticidad deben estar dotados también los ritos simbólicos de la dedicación. En el nuevo rito se ha querido renunciar a la acumulación de signos y a la repetición de los mismos gestos que caracterizaban el Ordo medieval; pero al mismo tiempo ha habido una preocupación por evitar una cierta aridez, de la que el Ordo desde 1961 presentaba algunos indicios. El camino lo había dejado abierto la constitución conciliar: "Los ritos deben resplandecer con una noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles, y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones" (SC 34). El lenguaje del agua, del aceite perfumado, del incienso y de la luz es un lenguaje universal. Las palabras que acompañan la aspersión, la crismación, la incensación y la iluminación del edificio ilustran la relación de esos gestos con el misterio de la iglesia en su entidad y en su misión.

2. EL DESARROLLO DE LA CELEBRACIÓN. a) Dedicación de una iglesia. Ritos iniciales. La entrada en la iglesia puede consistir en una procesión, en una entrada solemne o en una entrada sencilla, según las posibilidades locales, como el domingo de ramos. Aquí vamos a describir solamente la procesión (RDI 34ss).

Las puertas de la iglesia que va a ser consagrada están cerradas. El pueblo se reúne en torno al obispo en un lugar apropiado. Si está previsto el traslado de las reliquias de los santos, éstas se preparan en el mismo lugar. Después del saludo del obispo y una monición, se pone en marcha la procesión con el canto del salmo 121, mientras los presbíteros eventualmente llevan las reliquias de los santos. Todos se detienen en el umbral de la iglesia. Los representantes de quienes han colaborado a la construcción entregan el edificio al obispo, y éste encarga al pastor de la nueva iglesia que abra sus puertas. El mismo invita a continuación al pueblo a entrar. Mientras van entrando se canta el salmo 23. El obispo va directamente a su sede y los concelebrantes se colocan en torno a él.

La aspersión. Una vez que todos se han acomodado, el obispo bendice el agua para asperjar a la asamblea en señal de penitencia y como recuerdo del bautismo. Acompañado de los diáconos, recorre la iglesia, asperjando sucesivamente al pueblo, las paredes y el altar. Entre tanto se canta la antífona Vidi aquam. Siguen el Gloria y la colecta (RDI4lss).

Liturgia de la palabra. Los lectores y el salmista se presentan ante el obispo, el cual, recibido el leccionario, lo muestra al pueblo diciendo: "Resuene siempre en esta casa la palabra de Dios, para que conozcáis el misterio de Cristo y se realice vuestra salvación dentro de la iglesia" (RDI 43). La primera lectura debe consistir siempre en la narración de la proclamación de la ley, ante el pueblo reunido en Jerusalén, por el sacerdote Esdras (Neh 8,2-4.5-6.8-10). Para las otras lecturas se puede elegir entre los textos propuestos por el leccionario. Después del evangelio sigue lahomilía y el credo, pero no se hace la oración universal.

Oración de dedicación y unciones. Los ritos específicos de la dedicación comienzan con el canto de las letanías de los santos (RDI 44ss), al que sigue la colocación de las reliquias si las hay (RDI 46-47). El obispo las coloca en el sepulcro preparado, que es cerrado por un albañil, mientras se canta el salmo 14 (antífona "santos de Dios que habéis recibido un lugar bajo el altar") u otro canto apropiado.

A continuación, el obispo, en pie junto a la sede o en el altar, canta o recita la oración de dedicación de "esta casa de oración", donde el pueblo de Dios "te honra con amor, se instruye con tu palabra y se alimenta con tus sacramentos" (RDI 47). La oración desarrolla ampliamente la teología de la iglesia, de la que el edificio es signo:

"Este edificio hace vislumbrar el misterio de la iglesia, / a la que Cristo santificó con su sangre, / para presentarla ante sí como esposa llena de gloria, / como virgen excelsa por la integridad de la fe / y madre fecunda por el poder del Espíritu.

Es la iglesia santa, la viña elegida de Dios, / cuyos sarmientos llenan el mundo entero, / cuyos renuevos, adheridos al tronco, / son atraídos hacia lo alto, al reino de los cielos.

Es la iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres, / el templo santo, construido con piedras vivas, / sobre el cimiento de los apóstoles, / con Cristo Jesús como suprema piedra angular.

Es la iglesia excelsa, / la ciudad colocada sobre la cima de la montaña, / accesible a todos y a todos patente, / en la cual brilla perenne la antorcha del Cordero / y resuena agradecido el cántico de los bienaventurados".

La oración prosigue mencionando los beneficios que los hombres vendrán a buscar a la casa de Dios y de su pueblo:

"Que tus fieles, reunidos junto a este altar, / celebren el memorial de la pascua / y se fortalezcan con la palabra y el cuerpo de Cristo.

Que resuene aquí la alabanza jubilosa / que armoniza las voces de los ángeles y de los hombres, / y que suba hasta ti la plegaria por la salvación del mundo.

Que los pobres encuentren aquí misericordia, / los oprimidos alcancen la verdadera libertad, / y todos los hombres sientan la dignidad de ser hijos tuyos, / hasta que lleguen, gozosos, a la Jerusalén celestial".

Terminada la oración de dedicación, el obispo procede a los ritos simbólicos, como hace en la ordenación. Comienza con la unción del altar y de las paredes de la iglesia (RDI 48ss). En pie ante el altar, dice: "El Señor santifique con su poder este altar y esta casa, que vamos a ungir, para que expresen con una señal visible el misterio de Cristo y de la iglesia".

El obispo derrama a continuación el crisma sobre el centro y los cuatro ángulos del altar. Incluso se aconseja que lo vierta sobre toda la mesa para dar al rito la amplitud que merece: el óleo debe sobreabundar.

Luego realiza sobre las paredes de la iglesia doce o cuatro unciones crismales con la señal de la cruz. Para estas unciones el obispo puede ser ayudado por presbíteros, a quienes previamente ha entregado las ampollas del crisma. Entre tanto, se canta el salmo 83.

Al rito de la unción sigue el de la incensación (RDI 50-51). Se coloca sobre el altar un pequeño brasero para encender el incienso o los aromas, o un montoncito de incienso y vela. El obispo pone incienso en el brasero, o con una vela enciende el montón de incienso, diciendo: "Suba, Señor, nuestra oración como incienso en tu presencia y, así como esta casa se llena de suave olor, que en tu iglesia se aspire el aroma de Cristo".

El obispo pone incienso seguidamente en los incensarios e inciensa el altar; a continuación es incensado él mismo, mientras los ministros recorren la nave incensando al pueblo y los muros; entre tanto, se canta el salmo 137.

Antes de la iluminación del altar se procede a la vestición del mismo. Después de haber secado el óleo de la mesa, se la cubre con un mantel y, según la oportunidad, se la adorna con flores. Sobre el altar o a su lado se disponen los candelabros con sus cirios y la cruz. Previamente habrán sido colocadas numerosas velas en toda la iglesia, especialmente en correspondencia con las unciones realizadas en las paredes. El obispo, con una vela encendida en la mano, proclama: "Brille en la iglesia la luz de Cristo para que todos los hombres lleguen a la plenitud de la verdad".

La iglesia entonces es iluminada festivamente. Como signo de gozo se encienden todas las lámparas, mientras se entona el cántico de Tobías (Tob 13,10.13-14.15.17) y un canto en honor de Cristo, luz del mundo (RDI 51-52, con referencia a "lecturas, cantos y oraciones").

Liturgia eucarística. Todos los ritos anteriores han tenido como objetivo preparar el altar para que se convierta en mesa del Señor. Ahora la concelebración de la eucaristía bajo la presidencia del obispo sustituye los signos por la realidad del sacramento.

La misa se desarrolla de modo normal. El prefacio de la plegariaeucarística, aun tomando ciertas expresiones de la oración de dedicación, les aporta acertados complementos, como la mención del "templo verdadero", que es el cuerpo de Cristo "nacido de la Virgen Inmaculada" (RDE 120). Aunque el ritual no aluda a ello, es conveniente que el día de la dedicación de los fieles puedan recibir la eucaristía bajo las dos especies, comulgando del pan partido y del cáliz del Señor.

Al final de la misa se puede inaugurar la capilla donde se guardará la eucaristía, llevando a ella solemnemente la santa reserva (RDI 54-55) con una procesión idéntica a la que concluye la misa del jueves santo en recuerdo de la cena del Señor. Una vez que el copón ha sido colocado en el tabernáculo, el obispo bendice al pueblo y el diácono proclama la despedida.

b) Dedicación de una iglesia donde ya se celebraba el culto. El simbolismo de los ritos que hemos descrito adquiere su pleno significado sólo en el caso de una iglesia nueva, en que todavía no se haya celebrado la eucaristía. El rito experimental de 1973 no preveía la posibilidad de la dedicación de una iglesia ya abierta al culto, y quizá desde mucho tiempo atrás.

Aun recomendando que la dedicación de una iglesia coincida con su efectiva inauguración, el ritual de 1977 reserva su capítulo tercero a la "Dedicación de una iglesia en la cual ya se celebran los sagrados misterios". Habría algo que objetar a esta concesión a la facilidad. Se exige, sin embargo, que el altar no haya sido consagrado todavía y que la iglesia haya sufrido alguna reforma importante (RDI 57).

En tal caso se omite el rito de la apertura de las puertas y se realiza la entrada en forma simple. Se omite, o se adapta a las circunstancias, la entrega de la iglesia al obispo. Se omiten asimismo la aspersión de las paredes, e igualmente los ritos particulares que introducen la liturgia de la palabra (RDI 57ss).

c) Dedicación de un altar. Los ritos de la consagración del altar ocupan un lugar importante en la dedicación de una iglesia. Cuando se trata de dedicar sólo el altar, se sigue prácticamente el orden descrito arriba, omitiendo cuanto se refiere a la iglesia. Las lecturas son propias; propios son también la oración de dedicación y el prefacio de la plegaria eucarística, que desarrollan con nuevos detalles el simbolismo del altar cristiano.

Después de haber mencionado los altares erigidos en la antigüedad por Noé, Abrahán, Isaac y Moisés, la oración evoca el sacrificio de Cristo en su misterio pascual; seguidamente presenta el altar del nuevo culto, que es simultáneamente símbolo de Cristo y mesa a la que él convoca a su pueblo (RDI 92-93). El prefacio insiste en los temas de Cristo sacerdote, víctima y altar de su sacrificio, añadiendo una alusión al altar, "roca espiritual" de la que mana para los fieles el agua viva del Espíritu, que los convertirá también a ellos en "ofrenda santa" y "altar vivo" grato a Dios (RDI 124-125).


V. El misterio de la iglesia celebrado en la dedicación

Los ritos y las oraciones de la dedicación constituyen una teología en acto del misterio de la iglesia, cuyo nombre se aplica al pueblo reunido por la convocación del Señor antes que al edificio destinado a acoger esta asamblea. "Señor, Dios nuestro –dice una colecta para el aniversario de la dedicación—, que has querido que tu pueblo se llamara iglesia..." Por este motivo la liturgia de la dedicación constituye un continuo ir y venir entre la iglesia viviente y la formada por piedras, que acaba de ser edificada. Los textos bíblicos propuestos para la celebración ayudan a entrar en este movimiento, y las homilías de los padres se hacen eco de ellos.

1. LA ENSEÑANZA DE LA PALABRA DE Dios. El leccionario romano ha conservado los textos bíblicos más significativos utilizados para la dedicación de la iglesia en las diversas familias litúrgicas. Propone veintiuna perícopas, once para la dedicación de una iglesia y diez para la de un altar. Su elenco puede verse en RDI 126-130 y 131-134. El volumen V del leccionario en lengua castellana trae su texto por extenso en la sección "común de la dedicación de la iglesia".

a) Lecturas para la dedicación de una iglesia. Para el día de la dedicación se fija una sola lectura del AT (Neh 8,2-4.5-6.8-10), y su proclamación es obligatoria. (En cambio, para el aniversario de la dedicación se proponen cuatro, a elección.)

Al descartar en este día los textos referentes a la dedicación del primer templo por Salomón para hacer revivir a la asamblea de los fieles la reunión del pueblo de Jerusalén en torno a la tribuna desde la cual el escriba Esdras leyó la palabra de la ley, la liturgia subraya una discontinuidad: el edificio destinado a la asamblea cristiana no es el sucesor del templo donde habitaba la "gloria" de Dios. Esta gloria de Dios aletea ahora sobre el pueblo mismo, que escucha a su Señor en el día que le está consagrado,y que es consciente de que el gozo en el Señor es su fortaleza (Neh 8,2-10).

Las lecturas apostólicas desarrollan la parábola de la iglesia-edificio. Fundada sobre los apóstoles y profetas, con Cristo como piedra angular (Ef 2,19-22), hecha de piedras vivas (1 Pe 2,4-9), es el templo construido por Dios (1 Cor 3,9b-11.16-17). Al final de su construcción, la iglesia aparece como la nueva Jerusalén, la morada de Dios entre los hombres (Ap 21,1-5a), resplandeciente con la gloria de Dios (Ap 21,9b-14), la asamblea de los primogénitos, la ciudad del Dios viviente, donde se perpetúa con los ángeles una fiesta eterna (Heb 12,18-19.22-24). Pablo no duda en individualizar la imagen del templo nuevo. Después de haber declarado a la comunidad de creyentes: "Santo es el templo de Dios que sois vosotros" (1 Cor 3,17), dirá más adelante para ponerlos en guardia contra la impureza: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros?" (1 Cor 6,19).

La primera de las perícopas evangélicas es el texto de Mateo: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia" (16,13-19). Es todavía la imagen del edificio la que se aplica a la iglesia; ella es la casa edificada sobre la roca, sobre la fe de Pedro en el Hijo de Dios vivo. La segunda, de menor envergadura, es la narración de la estancia de Jesús en casa de Zaqueo: "Hoy entró la salvación en esta casa" (Le 19,1-10). Vienen luego dos textos joaneos. En el primero, Jesús presenta el propio cuerpo como el único templo del Altísimo, que sustituye a todo templo construido por mano de hombre (Jn 2,13-22). El segundo texto (Jn 4, 19-24) refiere el diálogo entre Jesús y la samaritana sobre la adoración del Padre en espíritu y en verdad; este texto se propone también para la dedicación de un altar [-> infra, h].

b) Lecturas para la dedicación de un altar. Para este rito se han conservado ante todo siete pasajes de la Escritura, en los que se hace mención de un altar. Se trata de los altares erigidos por Jacob (Gén 28,11-18) y por Josué (Jos 8,30-35); del reconstruido por Judas Macabeo en el templo (1 Mac 4,52-59); del altar al que se acercaba el judío piadoso a presentar su ofrenda (Mt 5,23-24); de la mesa eucarística, contrapuesta por Pablo al altar de los paganos (1 Cor 10,16-21); finalmente, del altar celestial (Ap 8,3-4), altar viviente, que no es otro que el mismo Cristo (Heb 13,8-15). Pero antes de entrar en la gloria, Cristo ofreció el sacrificio sobre el altar del propio cuerpo colgado en la cruz (Jn 12,31-36a).

Junto a estos textos han sido elegidos otros dos, en los que se recuerda que el culto cristiano es un culto "en espíritu y verdad" (Jn 4,19-24), un culto que se expresa en la vida cotidiana de la comunidad de los creyentes (He 2,42-47). Por muy sagrado que llegue a ser el altar que acaba de erigirse, nunca lo será tanto como el corazón de aquellos que lo han construido.

2. LA ENSEÑANZA DE LOS PADRES. Desde las primeras dedicaciones de iglesias en el s. iv, éstas se entendieron siempre como fiestas del "templo vivo del Dios vivo", según la expresión de Eusebio en su discurso a los cristianos de Tiro. En efecto, éste dice: "La actividad de cuantos han trabajado para construir este edificio es ciertamente apreciada por aquel que es celebrado como Dios, pero no tanto como el templo animado que sois todosvosotros, desde el momento en que él admira con preferencia la casa hecha de piedras vivas y bien compactas, fuertes y sólidamente establecida sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, de la que Jesucristo mismo es la piedra angular". El fruto de la celebración debe ser, según el orador, la "renovación del edificio divino y racional de las almas"

Los padres repetirán a cual mejor esta enseñanza. Baste citar, para el Occidente, a san Agustín y san Cesáreo de Arlés. Dos discursos de éstos, recogidos en la liturgia de las Horas (común de la dedicación y dedicación de la basílica lateranense), pueden ser considerados como una condensación de la tradición: "El motivo que hoy nos congrega es la consagración de una casa de oración. Esta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros, que somos la casa de Dios, nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos". Agustín desarrolla a continuación el paralelo entre los trabajos que se requieren para la construcción de la basílica y la iniciación cristiana: "Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo... y, cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de los artífices y carpinteros". Del mismo modo, añade, que los diversos elementos tienen que estar sólidamente soldados entre sí, así los cristianos "no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad".

San Cesáreo de Arlés adopta el mismo lenguaje de su maestro Agustín. "¿Deseas encontrar limpia la basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas, sino que sea verdad lo que dice el Señor: que brille en nosotros la luz de las buenas obras... Del mismo modo que tú entras en esta iglesia, así quiere Dios entrar en tu alma" ".

Insistiendo sobre el tema de las encenias, de la novedad, la liturgia bizantina resume la enseñanza de los padres en este canto: "Hombre, entra en ti mismo, conviértete en el hombre nuevo dejando el viejo, y celebra la dedicación del alma"'".

Un texto de Sugero, abad de San Denis, en Francia, subraya extraordinariamente bien la gracia de renovación ofrecida al pueblo cristiano a través de los ritos de la liturgia de la dedicación. Después de haber descrito la dedicación de la iglesia construida por interés suyo sobre la tumba del primer obispo de París (a. 1144), concluye con esta oración: "Señor Jesucristo, mediante la unción del santo crisma y la recepción de la eucaristía tú has unido lo material a lo inmaterial, lo corporal a lo espiritual, lo humano a lo divino. Con estas bendiciones visibles tú restauras invisiblemente y al mismo tiempo transformas maravillosamente el reino presente en reino celeste"

La dedicación de la iglesia de piedra constituye de esta forma una gracia de elección en el camino por el que avanza la iglesia de los hombres.

P. Jounel

BIBLIOGRAFIA_ Martimort A.G., La dedicación de una iglesia, en La Iglesia en oración, Herder, Barcelona 1967', 214-219; Righetti M., La dedicación de las iglesias, en Historia de la Liturgia 2, BAC 144, Madrid 1956, 1046-1064; Tena P., Ritual de la dedicación de iglesias (Comentario), en "Phase" 183-221.