CELEBRACION
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SUMARIO: I. Ambientación cultural y existencial - II. Elementos de orden antropológico - III. Etimología: 1. En la latinidad clásica; 2. En la latinidad cristiana y litúrgica; 3. Conclusión - IV. Elementos bíblicos: 1. El contenido de la "celebración": a) Palabra, b) Sacrificio-sangre; 2. Las distintas "dimensiones" de la celebración: a) Dimensión histórica, b) Dimensión comunitaria, c) Dimensión mistérica - V. Teología de la celebración: 1. Los elementos de la "actio": a) El rito, b) La palabra, c) La eucología; 2. El signo del misterio: a) La celebración como "mysterium", b) La celebración como "actio", c) La celebración como "vita" - VI. Problemática pastoral: 1. ¿Un "estilo" también para celebrar?; 2. ¿Qué "lenguaje"?; 3. ¿Catequesis o evangelización? - VII. Conclusión.


I. Ambientación cultural y existencial

Recuperar incluso en el lenguaje más corriente del hombre de hoy un término como celebrar-celebración es ya un dato positivo. Las situaciones sociales y culturales en las que tal recuperación ha tenido lugar y sigue desarrollándose son entre sí muy diversas: nos movemos dentro de un contexto que va desde lo social —en el más amplio sentido del término— hasta lo lúdico, pero que encuentra en lo religioso su expresión más originaria y a la vez más completa. No entra en el ámbito del presente estudio mostrar las razones del revival de este término. Sólo se puede afirmar que no se trata ciertamente de una moda, sino de un hecho ligado a elementos cuyas manifestaciones sucesivas trascienden todo ámbito restringido en el tiempo y en el espacio. Encontrarse ante un tema que se presenta como nuevo' obliga a un tipo de reflexión abierta; es decir, de reflexión que, aun estando en sus comienzos, cuenta ya con algunos datos reales imprescindibles y siempre válidos, pero que aspira, porotra parte, a completarse con esas otras aportaciones socio-ambientales, antropológicas [-> infra, II], culturales y lingüísticas (en sentido amplio) que caracterizan a cada generación en las distintas épocas de la historia.

Aparece, en todo caso, como un hecho comprobado que la recuperación del significado originario del término y el uso que del mismo está haciendo el lenguaje litúrgico propiamente tal son determinantes en la reapropiación de las connotaciones esenciales de una terminología tan característica que, utilizadísima en la lengua latina tanto clásica como cristiana, llegó después a sobrevivir en los escritos de los padres, y sobre todo en los textos litúrgicos. Más adelante [-> infra, I11] ahondaremos en este fenómeno mediante el estudio etimológico del fonema, estudio que aportará indicaciones para una nueva comprensión del término incluso en el contexto socio-cultural-religioso de hoy.

Y éste es el objetivo del presente trabajo. Más allá de una simple indagación filológica que puede parecer estéril o inútil, se esconde el deseo —y hoy más que nunca es una urgente necesidad— de comprensión profunda de la acción que este término implica: de sus elementos, de las modalidades de actuación y sobre todo de los contenidos que encierra e intenta expresar. El tratamiento prescinde intencionadamente de lo que pudiera ser una eventual confrontación con celebraciones propias de otras -> religiones no cristianas, para centrarse en la celebración dentro de un ámbito cristiano y litúrgico, ya que el objeto que distingue a las primeras de la segunda es radicalmente diverso, como es radical y objetiva la diferencia entre lo que puede identificarse con el mito y lo que ha sido un acontecimiento histórico y religiosamente bien situado.


II. Elementos de orden antropológico

De Nola, al estudiar los elementos que caracterizan la fiesta considerada como "un período intensivo de la vida colectiva y de la experiencia social", subraya cómo la fiesta adopta "la fisonomía de un tiempo sagrado" que, realizándose "en formas dramáticas y espectaculares..., resulta, en su relación con el módulo (mítico), acción ritual"'. Según una cierta crítica "funcionalista e historicista..., el módulo mítico, que aparece en los contextos festivos (la celebración de una vicisitud que da origen a unos bienes culturales, de una empresa salvadora y liberadora, de un hecho primordial que garantiza la continuidad en los procesos de producción económica, agrícola, de caza, pesca, etc.), produce efectivamente una deshistorifzcación de la vida del grupo, el cual se ve reconducido a una representación mítica del mundo, pero no agota su función en el resultado deshistorificante, ya que tiende a reintegrar al grupo en la realidad histórica o mundana y a liberarlo de las incertidumbres y de las preocupaciones que tienen lugar en las crisis productivas"'.

En el ámbito cristiano, realizar una acción denominada celebración no implica referencias explícitas ni implícitas a módulos míticos, a cultos mistéricos como los practicados en algunas regiones de la cuenca mediterránea en época pre y poscristiana, y mucho menos la recuperación de situaciones folclóricas, sino la adopción de unos "hechos históricos concretos que elevan la historia humana a historia de salvación y que rechazan el lenguaje mítico"'. En la base del hecho celebrativo cristiano se da, pues, no un elemento mítico, sino "un sólido fundamento antropológico" que hunde "sus raíces no sólo en la realidad misma del hombre y del mundo, sino de una manera especial en la naturaleza específica de la relación religiosa Dios-hombre... Es propiamente este fundamento —prosigue Ruffini— el que, permitiendo, por una parte, a la ritualidad cristiana mantener estable toda su más auténtica originalidad, le permite, por otra, igualmente convertirse en excepcional intérprete de toda ordenada religiosidad natural"

Aflora entonces con más claridad cómo en la historia religiosa del hombre constituye la celebración el transmisor del contenido de la experiencia espiritual del hombre mismo. Y todo está mediado a través de ese mundo de símbolos (acciones, gestos y cosas...) que caracterizan de una forma determinante el rito religioso. "En este contexto —observa Ruffini— la simbolicidad no entra ya en la categoría de lo irreal, de lo no verdadero y de lo fútil, sino que consiste en un nuevo y más profundo modo de ver y experimentar la realidad y de situarse en una relación más constructiva con las cosas, con los hombres y hasta con Dios mismo..."

Sólo dentro de estas premisas adquiere nuestro análisis su más adecuada perspectiva, pudiendo así aportar su propia contribución relativa a la celebración considerada en el mundo específicamente cristiano. El examen filológico [-> infra, III] —como premisa indispensable— evidenciará aquellos significados originarios y derivados que celebrar y celebración mantendrán y desarrollarán al evolucionar también en el latín cristiano v Iitúrgico. En este análisis global es donde encontraremos los significados que el verbo comporta todavía hoy tanto en el contexto religioso-cultual como fuera de él, es decir, en un contexto decisivamente profano. Fijando la atención en el primer ámbito, el religioso-cultual, el acercamiento al asunto bíblico [-> infra, IV] constituirá el necesario e imprescindible puente de tránsito para una comprensión teológico-litúrgica del acontecimiento cristiano denominado celebración [-> infra, V]. La reflexión sobre tal acontecimiento y sobre sus elementos integrales llevará a evidenciar las características propias de toda celebración, pero también y al mismo tiempo a puntualizar y ofrecer algunas líneas de solución en torno a la actual problemática [-> infra, VI].


III. Etimología

Un acercamiento a la evolución semántica del término, a la vez que muestra su riqueza de significado, constituye el método más apropiado para recobrar unas virtualidades expresivas que la evolución de la lengua en el tiempo y las diversas situaciones sociales, ambientales y cultuales han oscurecido parcialmente. Es necesario, pues, reemprender un cierto camino de análisis para constatar el uso del término, en sus específicas connotaciones, dentro de la latinidad clásica y cristiana, en la Escritura y en algunos testimonios más significativos de la lex orandi, Solamente después de tal recorrido, ciertamente un poco árido, será posible comprender a fondo lo que encierra el término cuando se usa, ya en un contexto profano, ya sobre todo en un contexto cultual.

1. EN LA LATINIDAD CLÁSICA. Resulta todavía incierta la etimología' de celeber, que: a) en sentido propio y referido a lugares o agrupaciones de diversa índole indica: (bastante) frecuentado, visitado, así como populoso; b) en sentido traslaticio significa: solemne, magnífico, grandioso por el concurso de personas, comitivas, procesiones...; pero también exaltado, celebrado (= famoso, glorioso, célebre) por referencia ya a los dioses, ya a los hombres, así como también a los animales y a las cosas; c) finalmente, y aunque rara vez, indica: repetido, realizado, de uso común, que se encuentra frecuentemente...

CELEBRAR. a) El primer significado del verbo lo señala así el Thesaurus Linguae Latinae: "festive aut religiose agere, agitare, frequentare" ". In sensu proprio, por tanto, indica ante todo visitar frecuentemente en grupo un lugar; acudir multitudinariamente a un lugar cualquiera, "ut eidem species, dignitas ac splendor accedat" (Forcellini); y es la connotación que diferencia celebrare de frequentare ". En segundo lugar, cuando celebrare tiene por objeto: "dies festos, ludos, sacra, sacrificium...", indica la presencia y la participación de muchos que contribuyen a elevar el acontecimiento "ad maiorem speciem et dignitatem" (Forcellini); por tanto, celebrar solemnemente, solemnizar. Referido después a las personas "quas frequenter adimus, adeoque celebres reddimus" (Forcellini), adquiere el significado de honrar, exaltar, glorificar, rodear de atenciones y de aprecio. Finalmente, celebrare deos vel numina corresponde al religiose colere. El significado religioso se sitúa, pues, en la cumbre de la evolución semántica del término al resumir en sí la idea de gentío, de solemnidad, de culto y de alabanza 15. b) In sensu translato "ocurrit de rebus quae a multis administrantur, factitantur, exercentur" (Forcellini), y, por tanto, significa: usar, emplear frecuentemente, ejercer, practicar, repetir, hablar con frecuencia de algo... Consiguientemente, con referencia a escritos o discursos, el verbo indica: divulgar, dar a conocer ", anunciar.

Podemos entonces concretar los significados de celebratio sintetizando todo lo anteriormente dicho. El término puede significar: a) aglomeración, concurso numeroso, afluencia de personas; b) celebración, solemnidad, c) estima, aprecio, favor.

2. EN LA LATINIDAD CRISTIANA Y LITÚRGICA20. El verbo celebrare, que en la latinidad tanto clásica como cristiana adquiere el significado característico de solemnizar —frecuentemente con la idea implícita de participación numerosa-, en el contexto cristiano viene a caracterizar casi exclusivamente un acto litúrgico propiamente tal. Se celebra una fiesta (pascham, resurrectionem, natalicia jiustorum...), el santo sacrificio (sacrificia divina, missam, mysteria...). Con esta connotación sobre todo aparece el verbo en la Vulgata, indicando frecuentemente la celebración ritual de la pascua y de otras solemnidades; y en esta línea se mueve la única aparición de celebrare en el NT: "... fide (Moisés) celebravit pascha..." (Heb 11,28), donde celebrare es traducción de poiein, que usaron los LXX con mucha frecuencia en sentido cultual, y que la Vulgata traduce exactamente con este verbo

Aparece también a su lado el significado de realizar con frecuencia una acción (del orden que sea) conjunta (por ejemplo, stationes et vigilias, ieiunium, exactionem, lavacra, mysterium; celebrare benedictiones = benedicere...). En esta misma línea se halla también el significado de tener una reunión (concilium celebrare) o una elección (electionem celebrare)"; emitir o realizar un juicio (celebrare iudicium) ; celebrar un contrato, es decir, llevarlo a cabo mediante las correspondientes fórmulas legales.

Resumiendo, podemos, pues, concretar con estas dos connotaciones el uso de celebrare en el contexto específicamente litúrgico donde se manifiesta en relación íntima con la noción de t fiesta: a) realización ritual del sacrificio eucarístico; b) solemnización de algún misterio de la salvación (o del dies natalis de un santo o de un mártir) mediante la celebración de la eucaristía, ritual acto público y comunitario por excelencia.

El sustantivo correlativo celebratio, aunque de uso corriente en el latín cristiano, no se encuentra sino raras veces en los antiguos sacramentarios; en la Vulgata aparece solamente en Eclo 47,12 (gr. 10): "Et dedit in celebrationibus (eortáis) decus...", para señalar las fiestas a las que dio David esplendor. En el Missale Romanum de Pío V —como ejemplo más cercano a nosotros— aparece una sola vez y con un contenido acentuadamente ritual.

3. CONCLUSIÓN. Al concluir esta parte, conviene recordar alguna de las afirmaciones con que completa Droste su largo y minucioso análisis. "La palabra celebrare ha mantenido su significado fundamental desde los primerísimos tiempos de la latinidad clásica hasta la lengua litúrgica cristiana. Celebrare es siempre un actuar público vinculado a una comunidad, generalmente realizado con una cierta solemnidad y que se distingue de lo cotidiano. Al asignarse a la lengua latina la función de formular el contenido de ideas doctrinales... y de la vida cristiana en su forma expresiva, celebrare —que en la latinidad clásica se usaba especialmente para la administración de la justicia, fiestas mortuorias y fiestas de victoria, sacrificios y juegos, banquetes festivos y cultuales, así como para plegarias y acompañamientos de cánticos— llega a ser también para el cristianismo cada vez más término de solemnidad y de culto... En la literatura patrística el término celebrare no se limita solamente al ámbito cultual, sino que indica de la misma manera todo comportamiento que pueda considerarse unido con el culto o fuertemente relacionado con él: ordenación, congregarse para un concilio, bendecir, dar limosna, ayunar, orar, representar la muerte y la resurrección con Cristo en el bautismo o en la penitencia, en el martirio o en la lucha diaria de la vida. El múltiple campo de utilización de la palabra en el latín clásico, si bien experimenta en el uso lingüístico de la biblia y de los padres una restricción, recibe, sin embargo, en el contexto cristiano una notable profundización. Celebrare significa en los padres, especialmente en Agustín, un hacer visible una realidad invisible; da cuerpo a la vez al diálogo de Dios con el hombre y lo encierra en una acción significativa que contiene en sí el pasado y el futuro... En los sermones de León Magno... resplandece el momento de la palabra, que se hace cada vez nuevamente presente... (con una) presencia que se presenta a veces más parecida a la imagen del icono, mientras otras veces se acentúa más la presencia en la acción. En los sacramentarios... celebrare es casi únicamente la acción de quienes se congregan para la eucaristía. En el celebrare de la comunidad se hace visible la iglesia local. Y el nosotros se dilata, a través de la participación de los ángeles, hasta el universo creado... De todo lo cual recibe el concepto superior de solemnidad, que se puede justamente denominar celebrare, un colorido mucho mayor. En celebrare se visibiliza el significado de congregare e in unum convenire, la acción creadora del facere y la intensidad del agere, el siempre nuevo retornar del recurrere y el sabroso pensar que pueda expresar el término recolo. Por relación a los respectivos objetos, la palabra se colorea más intensamente de sacrificio o bien de alabanza en praedicare y exsultare. Está siempre envuelto el hombre en su totalidad: espíritu y cuerpo. Cuando la iglesia celebra el triunfo y los méritos de los mártires, las fiestas de los santos, el mismo ieiunium, tal celebrare se dirige, se resume y completa en la eucaristía. La celebración de la eucaristía es, sin embargo, simultáneamente acción de la iglesia, memorial, signo, sacrificio, banquete, anuncio y suprema alabanza divina.


IV. Elementos bíblicos

La -> reforma litúrgica promovida por el Vat. II fue un elemento determinante de una nueva aproximación a la biblia bajo todos sus aspectos. Tal propósito se extendía más deliberadamente al mundo de la liturgia, que vive de la Sagrada Escritura, pero de la que es igualmente el locus praestantissimus, es decir, el locus donde la palabra revelada y proclamada se torna viva y eficaz precisamente en cuanto "celebrada" [-> Biblia y liturgia]. No se trata aquí de considerar la Escritura como uno de los elementos que ordinariamente caracterizan la celebración (cf liturgia de la palabra), sino como el objeto mismo de la celebración. Si el centro de la historia de la salvación es el misterio de Cristo, preanunciado y prefigurado en el tiempo de la antigua alianza y realizado en la plenitud de los tiempos, es este mismo misterio el que la liturgia —en y mediante la celebración—está llamada a prolongar en el tiempo, haciéndolo presente en el signo sacramental. Esta palabra, que se halla revelada en la Escritura, se hace actuante en la liturgia, a fin de que la comunidad celebrante entre en contacto con los misterios de la salvación: misterios actuados una vez en Cristo y reactualizados siempre que la comunidad celebra su memorial.

Al valorar entonces el tratado sobre la celebración en perspectiva histórico-salvífica, no hace uno más que situarse en la línea programática trazada por la constitución litúrgica SC, la única que permite ver en la liturgia el anuncio y la actualización del misterio de Cristo en el hodie de la iglesia. Se trata, por tanto, de ver qué perspectivas podemos descubrir en la Escritura que iluminen nuestro discurso sobre la celebración; en particular, el núcleo donde se centra todo, a saber: la relación existente entre momento celebrativo e historia de la salvación, con los elementos que caracterizan la celebración misma.

El método puede ser doble. Pueden explicitarse algunos acontecimientos decisivos que nos presenta la biblia para entresacar los elementos esenciales que definen la celebración veterotestamentaria y, después, la específicamente cristiana. Esta línea —y es la que seguiremos— nos permite tocar casi inmediatamente el núcleo de nuestro objetivo. Pero hay también otrocamino que, por obvias razones, no seguiremos directamente (aunque se halla en el punto de arranque de esta sección de nuestro estudio): el análisis etimológico de celebrare, celeber y celebratio considerados en su relación con los equivalentes términos griegos en el AT ciertamente no según la sucesión de los libros de la Escritura, sino considerando globalmente todos aquellos textos en los que aparecen los distintos términos griegos que indiferenciadamente ha traducido la Vulgada por celebrare. Verdad es que sólo integrando los resultados de los dos métodos es como podemos obtener un cuadro exhaustivo en una indagación como la presente. Baste por el momento haber planteado el problema.

Según Fabris, "el punto de partida más adecuado para examinar la relación entre la -> historia de la salvación y el momento celebrativo en los textos del AT es el examen de la tradición relativa al éxodo y a la alianza. Porque ése es el corazón de la biblia, el punto focal de la experiencia religiosa del pueblo de Dios...". Leyendo desde una perspectiva litúrgica —ya que tal es su Sitz im Leben— los acontecimientos esenciales del éxodo que culminan en la gran liturgia de la alianza, así como otras páginas del AT que directa o indirectamente apuntan a lo que será el acontecimiento primordial y determinante de la historia del pueblo de la antigua alianza, vemos cómo surgen el contenido y las peculiares dimensiones de la celebración.

1. EL CONTENIDO DE LA "CELEBRACIÓN". El examen de los elementos de esta primordial celebración nos lleva a contemplar los cc. 19-24 del libro del éxodo. Se trata de un conjunto literario y temáticamente unitario, que puede esquematizarse así: Ex 19,3-24, presentación de la alianza y gran teofanía; 20,2-17, cláusulas de la alianza (o decálogo), a las que sigue el código de la alianza misma (20,22-23,19); 24,1-'11, celebración conclusiva conforme a tales momentos: encuentro de Moisés con el Señor; adhesión del pueblo: "Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor y obedeceremos" (v. 7); sacrificio de la alianza: "Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros mediante todas estas palabras" (v. 8).

Podríamos sintetizar así los elementos de esta liturgia: propuesta de Dios y respuesta del pueblo; ratificación del pacto con el signo de la sangre. Son, como podemos ver, los elementos que en cierto sentido prefiguran ya los términos palabra y sacrificio, para nosotros más habituales, que caracterizan las santas convocatorias del pueblo de la antigua alianza; prefigurativos, a su vez, y paradigmáticos de los elementos de la celebración que Cristo realizó en la nueva y definitiva alianza con su propia sangre, y que confió a su iglesia como perenne memorial.

a) Palabra. El término palabra encierra en sí una realidad dialógica que tiene como interlocutores a Dios y al hombre; un diálogo entretejido no tanto con palabras cuanto con palabras y acontecimientos, a través de los cuales, desde la creación (primera palabra de este diálogo-propuesta), iniciara Dios y construyera en el tiempo esta relación comunional con el hombre, esta alianza que ha encontrado ya, por parte de Dios, la plena y definitiva propuesta-actuación en el misterio de Cristo, y que ahora no espera ya sino realizarse en todos y cada uno, en todo tiempo y lugar, hasta que todo se haya consumado en aquella nuevay definitiva recreación que, actuada en los "nuevos cielos y nueva tierra", constituirá la fase última de la nueva y definitiva alianza en la pascua eterna. Dentro de estos dos polos de la alianza se sitúa la vida del hombre, que, aunque sellada por el pecado (= rechazo de la alianza, de la comunión) y sus consecuencias, encuentra en el elemento palabra el locus de la búsqueda y de la actuación de esta comunión con Dios.

En la primera alianza "son diez palabras las condiciones propuestas por Dios y libremente acogidas por el pueblo para vivir desde tal condición... de libertad (en que) lo puso la acción gratuita y eficaz de Dios... (Tales) son las condiciones para prolongar la historia salvífica de Dios en favor de la comunidad congregada en la asamblea". Se comprende entonces el papel tan original, y por tanto determinante, de la palabra en la celebración. En ella se hace acontecimiento; incluso es una "revelación celebrada", ya que es fundamentalmente reproposición de un acontecimiento histórico-salvífico que provoca la aceptación (o el rechazo) y, por tanto, una respuesta que implica una actitud nueva —o renovada— de vida: "Nosotros cumpliremos todo cuanto ha dicho el Señor" (Ex 24,3).

b) Sacrificio-sangre. La realidad del sacrificio mediante el signo de la sangre" constituye el segundo elemento ritual en la celebración de la primera alianza. Fabris le atribuye "un valor puramente simbólico, en cuanto expresa de una forma plástica la iniciativa gratuita de Dios y el compromiso o libre respuesta del pueblo" Se trata de una afirmación que reclama alguna precisión en lo relativo al "valor... simbólico". Puede ser simplemente cuestión de terminología; pero, justamente por las connotaciones que adquiere el adjetivo simbólico, es preciso tener en cuenta que, si simbólico se entiende como equivalente a "de signo", entonces no hay ningún lugar a duda, ya que el sacrificio era realmente signo, es decir, realizaba, daba existencia a la iniciativa de Dios y al compromiso del pueblo, como el sello de fuego es el signo real y concreto del pacto, de la inteligencia entre dos partes. Dentro de esta perspectiva, el sacrificio del éxodo presenta un aspecto determinante en el conjunto de la celebración de la primera alianza; si bien —no podemos olvidarlo— a su vez tal sacrificio será un símbolo: una realidad que encontrará su plenitud en el sacrificio de la nueva alianza, con y por el que está relacionado y finalizado.

Tornando a la realidad del sacrificio, vemos como dominante el elemento de la sangre, que, "símbolo de vida, sella esa unión vital entre dos miembros de un pacto que se funda en la acción gratuita y eficaz de Dios, a la que corresponde la acogida y la obediencia del pueblo". El rito de la sangre, escribe Füglister, "sirve para sellar y simbolizar la alianza realizada entre el Señor e Israel. Se funda este simbolismo en la idea del parentesco de la sangre, que crea un estrecho vínculo de solidaridad en virtud de una real participación, o también sólo ritual y simbólica, en una misma sangre...". La sangre aparece, pues, como señal de purificación y de comunión, anticipando así la comprensión del signo de aquel nuevo sacrificio a través del cual llevará el Padre a plenitud la realidad de la alianza en el signo de la sangre de su propio Hijo (cf 1 Cor 11,25-26). Y será mediante la participación en este signo como seguirá construyéndose igualmente en el tiempo de la iglesia —como ya en el tiempo de la primera alianza— un "pueblo nuevo establecido en comunión total con el Padre dentro de la nueva alianza en la sangre del Hijo y en el Espíritu".

Sintetizando, observamos, pues, que son dos los contenidos esencialísimos de la celebración provenientes del contexto bíblico: la palabra y el sacrificio; contenido que se hace igualmente paradigma en cuanto que toda celebración estará siempre modulada con estas dos constantes. En efecto, una de las características de la reforma litúrgica es el haber recobrado en toda celebración la riqueza de estos dos momentos. Palabra y sacrificio están además ordenados a la realización de una presencia: la de Dios en medio de su pueblo, explicitada en la afirmación: "Estableceré mi morada en medio de vosotros... Marcharé en medio de vosotros; seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo" (Lev 26,11-12). La realización suprema de tal presencia de Dios será Cristo, que "habitó con nosotros" (Jn 1,14) y permanecerá entre los suyos como pascua eterna en la celebración memorial de su pasión-muerte-resurrección: "Pues nuestro cordero pascual, Cristo, ya fue inmolado" (1 Cor 5,7).

2. LAS DISTINTAS "DIMENSIONES" DE LA CELEBRACIÓN. LOS contenidos y el desarrollo de aquella primordial celebración de la alianza nos ofrece además otras dimensiones que constituyen el fundamento de toda celebración cristiana.

a) Dimensión histórica. En la base del hecho de la primera alianza encontramos la pascua, un acontecimiento históricamente bien situado: "El Señor nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo tendido..." (Dt 26,8), y vivido enprimera persona por los presentes: "Vosotros habéis visto con vuestros propios ojos lo que hice en Egipto..." (Jos 24,7). Un hecho que "está considerado como el vértice de la historia salvífica" y que aparece "en el origen del pueblo ahora congregado en asamblea para conmemorar la fidelidad de Dios en el pasado, celebrar su realización en el presente y anticipar en esperanza el futuro escatológico o definitivo".

Ahora bien, en la celebración de la alianza la intervención histórico-salvífica de la pascua adquiere un papel decisivo en la medida en que su conmemoración reactualiza la iniciativa de Dios aquí y ahora, pero sobre todo por encontrar en la misma alianza los presupuestos y su finalidad. Y es "este vínculo con el hecho histórico (lo que) determina no sólo la estructura externa de la celebración, sino lo que define también la realidad más honda y la conciencia del momento celebrativo por parte del pueblo de Dios... La acción histórica de Dios está en el origen de la convocación actual de la comunidad que conmemora su iniciativa salvífica..."'e En este contexto es, entonces, donde se inserta lógicamente la reflexión sobre la realidad de la -> memoria; es decir, sobre la realidad que ofrece la motivación histórico-salvífica para toda celebración reiterada anualmente, semanalmente o bien cada día, celebración que es continua liberación, en cuanto que los cristianos "unidos al Señor ya presente, (...) esperan, sin embargo, ansiosamente la futura venida del Señor mismo y la unión final con él.

b) Dimensión comunitaria. Al lado de la anterior, la comunitaria es sin duda la dimensión que destaca de una manera más inmediata. El hecho de la primera pascua afecta a un pueblo y señala el comienzo de la historia de modo tan decisivo y determinante que todos, en un futuro, deberán considerarse unos salvados en. aquel acontecimiento: "Ese día (= anual conmemoración de la pascua) dirás a tus hijos: Esto es en memoria de lo que por mí hizo el Señor cuando salí de Egipto" (Ex 13,8); ".. Nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar, y todos se bautizaron en Moisés en la nube y en el mar, todos comieron el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual: bebían de la piedra espiritual que les seguía, y la piedra era Cristo" (1 Cor 10,1-4).

Evocando una vez más los elementos de la primera alianza, que constituyen la ritualización de la primera pascua, observamos cómo, al lado de Dios como centro del acto celebrativo, aparece la comunidad, bien subrayada con la presencia del nosotros-vosotros. Es un pueblo que ha acogido aquella primera liberación; solamente quien vive en el seno de este pueblo —y la circuncisión será el signo típico y evidente de tal pertenencia, hasta el punto de considerarla también como un signo-memorial— puede celebrar el memorial de aquella primera liberación como pascua perenne. Consiguientemente, solo para quien vive en comunidad-comunión hay salvación; es decir, se actúa aquel diálogo —dentro de la dinámica propuesta-respuesta entre Dios y la asamblea congregada, en la que cada cual renueva su propia adhesión a Dios, el único que salva. Son de gran valor en este contexto los contenidos del c. 8 del libro de Nehemías: la evocación del desarrollo y de los elementos de esta asamblea litúrgica es obligada. Dentro de esta dimensión comunitaria se dan otros elementos, como la actitud de confianza en Dios, la apelación a la fidelidad a la ley (a la palabra dada al Señor), sobre la que tantas veces y de manera tan insistente se dejará oír la voz de los profetas; y más aún la atención al hermano más pobre y necesitado... Elementos que en cierta manera son unas consecuencias que brotan de la celebración, pero que a su vez son también condiciones para un culto cada vez más genuino y sincero. "Odio —se lee - en el profeta Amós—, aborrezco vuestras solemnidades... Si me ofrecéis holocaustos y oblaciones, no los aceptaré... (Lo que quiero es) que el derecho se deslice como el agua, y la justicia como torrente perenne..." (5,21-24).

De manera global vemos, pues, que comunión indica coparticipación, copresencia, condivisión, y por tanto reasunción del concepto (y realidad) de solidaridad.

Pasando del AT al NT, ello aparece aún más evidente y comprometido a la vez. Citamos, a modo de ejemplo, solamente dos textos, entre otros muchos, que subrayan esta dimensión comunitaria con todas sus implicaciones: He 2,42-46: el texto muestra la existencia de una comunidad y el "hecho celebrativo comunitario, visto como primera manifestación concreta de una nueva realidad: la unidad de fe en la cual se reconocen quienes han aceptado el mensaje de Cristo y el don del Espíritu Santo". 1 Cor 14 es una confirmación de tal aspecto: la iglesia brota de la comunión en el sacrificio de Cristo; es la cena del Señor la que edifica a los hermanos en la comunión con Cristo y entre sí: "La cena del Señor, que en el cuerpo sacrificado por nosotros y en la sangre derramada como alianza nos presenta la memoria objetiva de la muerte de Cristo, es el único banquete sagrado... capaz de significar-realizar la comunidad, es decir, la iglesia-cuerpo de Cristo".

c) Dimensión mistérica. El acento de la dimensión comunitaria declara la naturaleza y las características de la asamblea, y por tanto el papel que desempeña la misma en la celebración: un papel determinante y decisivo con respecto a los fines del culto mismo en cuanto llamada a (con el deber de) conmemorar un acontecimiento pasado, hacerlo presente hic et nunc en el -> misterio, hacer "perdurable en el tiempo... la realidad de un hecho pasado"". El precepto de Ex 12,14: "Este día será memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, como institución perpetua de generación en generación", encuentra un eco en las palabras de Cristo: "Haced esto en memoria mía" (1 Cor 11,24) y en el testimonio de Pablo: "Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1 Cor 11,26).

Es el precepto que Cristo ha dejado a su iglesia para todo tiempo y lugar, a saber: el de hacer presente su muerte-resurrección, su pascua liberadora. Ahora bien, la celebración hace cabalmente presente toda esta realidad in mysterio", ya que la liturgia es continuación y actuación de la historia de la salvación en el tiempo de la iglesia. Entre la primera venida de Cristo y su definitivo retorno se está desarrollando la vida de la iglesia, que, como los apóstoles, está llamada en el tiempo a anunciar "que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte..."; pero también a realizar "mediante el sacrificio y los sacramentos" la obra de salvación anunciada (SC 6).

Se trata, pues, de una celebración de acontecimientos o de misterios, es decir, de una comunicación de/con una realidad sobrenatural actuada mediante el rito. Aquí, en efecto, vive y se expresa la inefable riqueza de Dios, que se comunica al hombre por Cristo en el Espíritu. Por eso hace continuamente la liturgia evocación o memoria del misterio de Cristo celebrándolo como memorial.


V. Teología de la celebración

Las reflexiones, si bien sumarias, sobre la dimensión mistérica de la celebración abren un tema más específicamente teológico; es decir, un tema que, partiendo de la biblia y de la tradición, busca cómo iluminar la esencia de la realidad celebrativa. Se trata, pues, de una reflexión sobre el dato de fe celebrado, de una theologhía que es contemplación del misterio de Dios y de su acción celebrada, vivida y presencializada en la acción litúrgica. Es una reflexión teológica sobre lo que la ekklesía cree y ruega, y por tanto sobre los elementos de la celebración.

Si la celebración es actuación ritual de la fe, la teología de la celebración deberá ser una reflexión sobre la fe-expresada-en-rito, es decir, una teología de los misterios que constituye la clave de comprensión cada vez más perfecta de la liturgia misma. En efecto, si la liturgia constituye el momento-sintesis de la historia de la salvación por resumir en sí anuncio (AT), advenimiento (NT) y éschaton de dicha historia, son los iterara mysteria los que realizarán en cada uno y en la comunidad la realidad anunciada y ya plenificada en Cristo. He ahí el dinamismo que se actúa en la celebración de los sagrados misterios, según un movimiento dialógico que tiene como interlocutores al Eterno: Dios, que incesantemente interpela al hombre-en-comunidad a través de la proclamación de su palabra y la acción de su presencia, y al "siempre nuevo": el hombre, fundamentalmente siempre el mismo y, sin embargo, siempre distinto, dada la diversidad de tiempos y de situaciones en que está llamado a vivir.

La celebración litúrgica puede entonces considerarse como la actio por excelencia que la iglesia realiza hasta la parousía, en el anuncio y actuación del mystérion, y que hace al hombre de todos los tiempos partícipe del plan divino de salvación.

1. LOS ELEMENTOS DE LA "ACTIO". La reflexión sobre esta actio de la iglesia puede entonces modularse teniendo presentes las estructuras rituales que caracterizan toda celebración y los elementos temáticos propios de la palabra anunciada y de la eucología. Dada la diversidad combinatoria de tales elementos, que varían según las celebraciones, tendremos también una más o menos acentuada diversificación en la teología de la celebración misma. En efecto:

a) El rito constituye la fórmula exterior más evidente de tal comunicación salvífica divino-humana. En la liturgia, se lee en SC 7, "los signos sensibles significan, y cada uno a su manera realizan, la santificación del hombre, y así... se ejerce el culto público íntegro". El -> rito es, pues, la mediación a través de la cual se actualiza y torna operativa la palabra; pero está igualmente destinado a "ser personalizado por el sujeto que lo pone en práctica; a saber: por la comunidad celebrante, a fin de que ésta se reconozca en él, lo asimile, se exprese en él y lo vivencie... El rito, que no está sino en función de la experiencia objetiva del misterio salvífico de Cristo, se hace... manantial y elemento importante de una experiencia tal, por la que el misterio de Cristo, más que afectar a la comunidad como desde fuera, se le manifiesta desde dentro adoptando, en cierto modo, la fisonomía espiritual de la comunidad celebrante concreta"". El rito, en una palabra, constituye un punto de encuentro entre lo humano y lo divino, fomenta la participación en el misterio, pero sin dejar de ser nunca un "diafragma que... implicará obstáculos y reacciones, en cuanto que el sentido intrínseco de su función es afectar a todo el hombre...".

b) La palabra. El anuncio de la palabra es uno de los dos elementos constitutivos tanto de la primera como de la segunda alianza y, consiguientemente, de toda acción litúrgica que la ritualice bajo cualquiera de sus aspectos". En la acción litúrgica constituye tal anuncio una realidad única con el sacramento, en cuanto que "la función de la palabra propiamente sacramental se anticipa en cierto modo a la liturgia de la palabra"; y en este sentido es posible reasumir una terminología escolástica que, con respecto a la estructura de la misa, "contempla la liturgia de la palabra como la pars magis determinans, y la liturgia eucarística como la pars magis determinabilis ". Es, pues, la palabra la que hace del rito sacramental, sea cual fuere, un verdadero y propio kairós, un signo de salvación. La SC, en el n. 7, acentúa esta presencia mistérica de Cristo mediante su palabra afirmando que, "para realizar una obra tan grande" como el opus salutis, "Cristo está siempre presente a su iglesia, sobre todo en la acción litúrgica... Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla...". De tal acentuación, que brota de la certeza de un hecho, derivan consecuencias sumamente importantes, incluso en orden a la estructura de la celebración y a cada uno de los elementos de la misma. La importancia, a saber, de cómo la unitariedad del mensaje anunciado llega hasta los destinatarios mediante la facilitación de tal comunicación. Ello implica problemas de lenguaje, de adaptación, de creatividad..., de conocimiento de todas esas leyes que implica el problema de la comunicación en el seno de la asamblea y entre la asamblea y Dios Padre.

c) La eucología. Toda celebración se modula con dos elementos entre sí íntimamente relacionados: el anuncio de la palabra de Dios y la respuesta —en un régimen de signos— por parte de la asamblea, de la que la lex orandi constituye una de sus más características expresiones. Dentro de sus situaciones históricas y ambientales, la iglesia ha orado y celebrado sin cesar la propia fe: un testimonio de la continuidad de esta misma fe orada, celebrada y, por tanto, creída es la -> eucología, que constituye el fruto del contacto vivo y vivificante con el misterio de Cristo, y por lo mismo una síntesis admirable tanto de la especulación noética como de la vida de la iglesia misma. El lenguaje eucológico es, efectivamente, resultado del lenguaje usual —unas veces solemne, otras veces sencillo, pero con mucha frecuencia radicalmente nuevo— de las asambleas celebrantes dentro de su variada situación social, política, cultural, espacio-temporal, que enla celebración reencuentran su unidad. La eucología es, pues, la respuesta de la asamblea unida al Dios que la interpela y la provoca a la conversión y a la fidelidad a la alianza. Una respuesta que varía según los tiempos litúrgicos, ya que cada tiempo litúrgico reaviva con modalidades propias un aspecto particular del opus nostrae redemptionis; una respuesta que no es sino voz de la iglesia congregada para celebrar el misterio de la salvación. El estudio de esta voz entra entonces con pleno derecho en el tratado teológico sobre la celebración —incluso es un puente obligado de paso para una adecuada comprensión— en cuanto ofrece, juntamente con unas constantes, esas otras variantes de tiempo, lugar y espacio que caracterizan y determinan a cada una de las asambleas.

2. EL SIGNO DEL -> MISTERIO. Considerados los elementos esencialísimos que caracterizan la celebración como una actio, es menester todavía detenerse en otros para una comprensión de la realidad y de sus implicaciones, así como de los elementos que intervienen en la dinámica del misterio. Esta parte podría, pues, orientarse según el movimiento expresado sintéticamente por la riqueza de tres términos: por la actio al mysterium para la vira. En definitiva, tal es el dinamismo que se actúa en el seno de toda celebración: en la actio litúrgica se hace el paschale mysterium realidad siempre nueva en y para la existencia (vita) del hombre mismo.

a) La celebración corno "mysterium". Aun habiendo ya subrayado este aspecto en la parte bíblica [-> supra, IV, 2, c], conviene volver a abordarlo aquí bajo otra perspectiva que complete la óptica específicamente teológico-litúrgica con que se relaciona y se estudia la realidad celebrativa.

En uno de los prefacios existentes en los formularios que el Sacramentarium Veronense cita "in natale apostolorum Petri et Pauli" leemos: "... ostendens nobis et in trinitate quadriformis evangelii constare mysterium, et in unoquoque evangeliorum trinitatis plenitudinem contineri..." (n. 354). Extrapolando la referencia a la realidad evangélica, tal expresión puede ayudar a comprender la dimensión mistérico-trinitaria propia de toda celebración. En efecto, el eje de toda celebración que tiene lugar en el desarrollo del -> año litúrgico es la realidad trinitaria de Dios Padre que, con el poder del Espíritu, envía al Hijo para salvar al hombre. La realidad trinitaria adquiere un marcado relieve en el conjunto de los múltiples elementos que estructuran la celebración de cada momento del año litúrgico. El misterio trinitario se manifiesta como intervención o acción de personas en un conjunto de personas como es el pueblo de Dios: la presencia vital del Padre, del Hijo y del Espíritu envuelve a la iglesia dentro de un dinamismo que parte del infinito, desde la arché de los tiempos cuando el Hijo estaba en el seno del Padre (cf Jn 1,1), y está orientado hacia la parousía cuando vuelvan a ser "nuevas todas las cosas" (Ap 21,5).

La eucología ora y celebra este misterio, personal y trinitario a la vez, recapitulando en sí misma las características de doxología, de memorial y de implicación en la práctica: elementos típicos de la celebración que se basa y trasciende las constantes humanas de espacio y tiempo. Y es precisamente mediante la eucología en su conjunto como contempla y celebra la iglesia el misterio trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu. No es éste el momento de ejemplificar con alusiones a períodos o formularios específicos del año litúrgico, pero sí es posible y hasta útil subrayar, tomando elementos de anteriores estudios personales, la interacción ad infra y ad extra de cada una de las personas trinitarias.

• El Padre. Siguiendo la tradición de la iglesia de siempre, la eucología se dirige a Dios Padre invocándolo con términos basados en el uso vetero y neotestamentario. Dios es el omnipotens, el misericors, el Domine Deus noster. Se contempla la realidad divina en su doble e indisoluble dimensión: creadora y eterna; Dios es el que domina y crea el mundo y al hombre, sin dejar de trascender a la vez tiempo y espacio creados por él a medida del hombre; es el que se muestra fiel a las promesas actuándolas progresivamente en el tiempo del hombre, como su epifanía. La iglesia toma experiencia viva de todo esto al congregarse para celebrar los misterios de la salvación.

• El Hijo. La iglesia, con la riqueza de la propia lex orandi, no se expresa con categorías sistemáticas; pero ateniéndose a una sapientísima pedagogía, típica de la historia de la salvación, por la que Dios se ha revelado progresivamente a sí mismo haciéndose presente en la vida y en los acontecimientos del pueblo de la antigua alianza, reconoce, cree, invoca y celebra los misterios del Hijo, según la visión económico-soteriológica que le es propia. Cristo es celebrado como verdadero hombre y verdadero Dios, el cual en su realidad histórica y trascendente a la vez realizó semel pro semper la salvación. La connotación más honda y completala encontramos en el Christus Dominus: confesión litúrgica de la iglesia primitiva (cf He 2,36) y de las iglesias de todo tiempo y lugar, las cuales con el per Christum Dominum nostrum de toda fórmula eucológica conmemoran continuamente la mediación de Cristo 59. En esta conmemoración actúa la liturgia —por obra de la dynamis divina— el encuentro entre el creyente y el Padre en el Cristo encarnado, muerto y resucitado, que subió al cielo y que sin cesar nos está dando el Espíritu. Dentro de esta dimensión mistérica, vital y globalizadora, centrada en la pascua, es donde se sitúa la celebración de cada uno de los misterios de la vida de Cristo, siguiendo una dinámica que se extiende desde la experiencia noética del misterio hasta su plena posesión. Se realiza así la nova creatio, que, comenzando con la entrada de Cristo en la historia humana, permanece entre los hombres mediante la celebración —éschaton ya en acto— y encuentra su definitiva consumación en la anakefaláiosis (cf Ef 1,10) de las cosas del cielo y de la tierra.

• El Paráclito. La acción del Espíritu, enviado para permanecer entre nosotros hasta el final de los tiempos, es el punto de amalgama de la celebración, que se actúa propiamente mediante su poder. La acción del Espíritu que desde el cenáculo esparció a la iglesia por el mundo para anunciar el reino, prosigue en el hoy de la iglesia que es la celebración, en la que la misma iglesia se realiza como comunidad de culto. Por el poder del Espíritu se realizó la primera venida de Cristo; por su poder se actúa el misterio de la celebración (cf la epíclesis de la consagración en la plegaria eucarística); y por su poderse va progresivamente insertando el hombre en el misterio hasta el retorno de Cristo. Es menester, al respecto, observar la terminología utilizada por Pablo al presentar la realidad de la nueva creación como una unión cada vez más íntima y perfecta con Cristo; una unión progresiva, que propia y solamente la celebración litúrgica —en sus diversos momentos conmemorativos— puede realizar, y que puede esquematizarse así: el creyente es con Cristo: con-paciente, Rom 8,17; con-crucificado, 6,6; con-muerto, 6,8; con-sepultado, 6,4; syn-phitos, 6,55; syn-koinonós, 11,17; con-resucitado, Ef -2,6; con-vivificado, 2,5; con-viviente, Rom 6,8; con-glorificado, 8,17; coheredero, 8,17; con-ciudadano, Ef 2,19; con-sedente, 2,6; con-reinante, 2 Tim 2,12.

b) La celebración como "actio': "Sit nobis, Domine, reparatio mentir et corporis caeleste mysterium, et cuius exequimur actionem, sentiamus effectum": es el texto de una oratio post communionem (n. 580) que aparece en el Sacramentarium Veronense y en otras muchas antiguas fuentes litúrgicas. El texto es de sumo interés para los fines de nuestra reflexión, al mostrarse con toda evidencia —mediante la voz de la misma lex orandi— la esencia de la celebración: la actuación ritual (exequimur actionem) del misterio por parte de la asamblea.

La contemplación y celebración del misterio es, pues, actio para la vida de la iglesia, incluso "la" actio que descompone y refracta la luz del único misterio en una pluriforme variedad de ritos y de fórmulas que revelan la tonalidad específica del memorial que la iglesia celebra en un determinado período o momento del anni circulus.

Actio fundamental de la iglesia es conmemorar el opus salutis, que, actuando una vez en la historia por Cristo, se continúa en la iglesia y por la iglesia; es decir, en la celebración, que es anuncio y actuación al mismo tiempo. Se trata de una liberación que el pueblo de Dios pide continuamente al Padre; y más aún que el pueblo de la antigua alianza, la iglesia experimenta la misma mano divina en la liberación de todo aquello que la ata a situaciones maléficas o de pecado: es la nueva libertad anunciada y actuada por Cristo, que permite a la asamblea de los que creen en Cristo sin haberle visto descubrir su propia identidad sacerdotal, regia y profética.

Todo esto, que la liturgia anuncia en la celebración, llega también a actualizarse en ella: todo anuncio es una realización; sólo en la celebración y mediante la misma, que es plenitud del tiempo de la iglesia, continúa Cristo estando —por el poder de su Espíritu— en medio de su pueblo, y el Padre —en Cristo—sigue fijando su tienda entre los suyos hasta la consumación de la esperanza, en cuyas fases de actuación se inserta siempre la asamblea celebrante.

Consiguientemente, el dinamismo y los contenidos de la oración de la iglesia revelan ser la celebración misma, el locus donde Dios se comunica a su pueblo, y de su pueblo —en la celebración— espera la respuesta; el locus en el que y a través del cual el Espíritu actúa en la comunidad eclesial congregada para ofrecer su culto; el momento siempre presente (el hodie) de esta historia de salvación en acto. Así es como en esta actio se hace presente el acontecimiento-Cristo y llega a realizarse en cada cual lo que Cristo realizara por todos semel pro semper. Y así es como, incluso, se realiza el hombre nuevo en la actio celebrativa, que pone en contacto la realidad y las experiencias de cada creyente mediante la fuerza renovadora y siempre nueva que brota de la celebración misma.

La participación en el misterio, la comunión con la divinidad es la honda y constante aspiración del hombre de todo tiempo y lugar; y es Cristo quien lo ha hecho posible y realizable. A través del año litúrgico, con las peculiaridades propias del tiempo, la actio lleva a la asamblea a conformarse cada vez más plenamente con el misterio celebrado: una conformación que la realiza como templo vivo, auténtico locus donde se realiza a su vez el encuentro con Dios.

c) La celebración como "vita" A la escucha una vez más de la voz de la tradición, podemos reflexionar sobre esta última parte inspirados en otro texto del Sacramentarium Veronense, donde en el último formulario del mense Tulio leemos: "... supplices, Domine, te rogamus, ut quos tanti mysterii tribues esse consortes, eosdem dignos efficias" (n. 669). El esse consors tanti mysterii es para el creyente una realidad que brota de la participación en la actio que precisamente hace presente el misterio; pero es al mismo tiempo un programa de vida, incluso el motivo de vida: la iglesia vive merced a un sumergirse, mediante la celebración, en el misterio.

El que celebra es una asamblea, el nuevo pueblo de Dios, que hunde sus raíces en el santo resto de Israel, en los hombres anónimos y en las muchedumbres indeterminadas que creyeron sin haber visto; que sabe ser una "especial propiedad" (cf Ex 19,5); y que la eucología identifica y personifica con una riqueza terminológica impresionante: nos, famuli, plebs, populus, fideles, ecclesia, grex...,

En su camino usque ad plenitudinem Christi tienen conciencia los fieles de cómo sólo merced a la clemencia y bondad del Padre podrán llegar a ser capaces de alcanzar la fisonomía de la plena madurez. Y la asamblea celebrante encuentra la cumbre de su vida precisamente en el servire Domino, categoría cúltica fundamental de la iglesia, que por y en la celebración se reconoce y se actúa como tal. Así se realiza el reino de Dios, que cada cual está llamado a construir; el reino de Dios ya entre nosotros, que se hace acto en la celebración.

En la celebración, que es histórica y a la vez escatológica, surge la globalidad, la plenitud del misterio pascual que, iniciado con la encarnación del Hijo del hombre, encontrará su consumación en la segunda venida de Cristo. Esta dimensión escatológica pertenece a la vida de la iglesia, que, llamada a ser el nuevo reino de Dios, espera los nuevos cielos y la nueva tierra. El creyente vive y anticipa así el éschaton anclado en la realidad existencial que el hic et nunc celebrativo proyecta con el dinamismo de lo trascendente.


VI. Problemática pastoral

Las implicaciones y las consecuencias relativas a la praxis pastoral que brotan del tratado sobre la celebración son múltiples y de diversa índole. No es posible ni oportuno agotarlas todas, ya que casualmente vienen explicadas por otras voces de este mismo diccionario. Basten, pues, algunas insinuaciones a problemas para cuyas soluciones sabrá el agente pastoral encontrar instrumentos adecuados, supuesta, como condición indispensable para todo acercamiento a lo divino, una buena dosis de sensibilidad espiritual y humana.

1. ¿UN "ESTILO" TAMBIÉN PARA CELEBRAR? Si la celebración - -como hemos visto— es el momento en que lo divino irrumpe en lo humano mediante un régimen y un lenguaje de signos, no puede considerarse como secundario propiamente tal mundo del signo. Implica éste el uso de la palabra, el signo por excelencia de tal comunicación; pero implica también la modalidad con que se traduce y se aplica la gestualidad entera. Si el -> gesto, el -> rito es el transmisor..., se impone su realización conforme a un -> estilo que coopere a dar más fácilmente tal paso desde lo divino hasta lo humano, y viceversa. Y todo esto interpela primeramente al que tiene la función ministerial de presidir la celebración 63; pero interpela también a toda la -> asamblea, que con tal fin ha sido educada según una sabia pedagogía hecha de palabra y más aún de actitudes, hecha de -> creatividad y de -> adaptación 64, que tengan en cuenta no tanto los gustos de quien desempeña el ministerio de la presidencia cuanto sobre todo las necesidades reales de quienes participan en la acción litúrgica y aspiran a que tal -> participación sea consciente, activa, plena... e implique a la persona en su integridad.

2. ¿QUÉ "LENGUAJE"? En estos

años la parte más macroscópica de la -> reforma litúrgica ha consistido en traducir de la editio typica a la lengua vulgar textos y estructuras rituales [-> Traducción litúrgica]. Podríamos calificarla como una primera fase de la reforma. Después de unos pocos años de experiencia directa con los nuevos instrumentos para la celebración, como son los -> libros litúrgicos, se vislumbra ya la necesidad de una segunda fase de dicha reforma que "traduzca el lenguaje" [-> Lengua/Lenguaje litúrgico]. No son ciertamente las palabras las que crean dificultad, sino la abundancia de conceptos que tales palabras —así como los signos— encierran, y cuya comprensión remite predominantemente a un conocimiento de la Sagrada Escritura que nunca se puede decir haber agotado.

3. ¿CATEQUESIS O EVANGELIZACIÓN? Ciertamente, el dilema no se plantea de una manera absoluta, ya que -> evangelización y -> catequesis no son sino dos momentos, muy distintos ciertamente de la celebración, pero igualmente esenciales para su realización. Pasando por alto la acentuación de la evangelización como elemento previo y concomitante de la celebración misma, nos queda el importantísimo e imprescindible papel que viene a desempeñar la catequesis. No se trata, desde luego, de una novedad; basta una mirada a la historia de la praxis litúrgica para percatarse de cómo este problema de la iglesia de nuestro tiempo se replantea dentro del cauce de la acción pastoral de la iglesia de siempre, si bien con modulaciones que varían según el tiempo, las áreas culturales, cultuales y geográficas.

Focalizando el papel de la catequesis en el ámbito específico de la celebración, observamos dos aspectos: a) La catequesis es indispensable a la celebración: previa, concomitante o mistagógica, su presencia no puede faltar, ya que la iniciación en el mundo y el lenguaje del signo y del símbolo —y más aún del misterio— no se agotan jamás. b) La misma celebración es una catequesis, incluso una "catequesis integral", ya que educa para la acción litúrgica en el momento preciso de participar en la realidad divina que aquélla hace presente. Con ello no se pretende confundir o identificar el momento catequético con el específicamente celebrativo: son dos realidades muy distintas en cuanto a las modalidades de actuación, si bien una y otra tienen un objetivo común. La catequesis, en efecto, está llamada, entre otras finalidades, a concretar y proponer orgánicamente temas que brotan de una particular celebración y de los mismos textos litúrgicos, situándolos después orgánicamente en el transcurso del año litúrgico y en relación con la vida del cristiano.


VII. Conclusión

Toda forma de acción pastoral, es decir, de ese arte que en la iglesia tiende a hacer realidad que el creyente se encuentre con Dios a través de sus misterios, si quiere ser eficaz, no puede prescindir de una sólida base bíblico-teológico-litúrgica: sólo con una mens verdaderamente litúrgica es posible orientarse uno mismo y a los demás a vivir el misterio de Cristo con plenitud. Tal mentalidad litúrgica no se obtiene o no se renueva a través de una simple adaptación de textos o de ritos, sino que se adquiere entrando en lo más vivo del dinamismo de la celebración del misterio mediante una participación personal, ciertamente, pero no menos mediante una aproximación teológica al hecho litúrgico, además de una adecuada catequesis. El agente pastoral encontrará la base para una actuación cada vez más eficaz en la medida en que se apoye ésta en una teología de la acción litúrgica. Esta es la reflexión —la theologhía de los padres— que señala el camino a seguir, a fin de que el encuentro entre el creyente y Cristo, en la celebración del misterio, lleve a las comunidades eclesiales a aquella plenitud de vida que es cabalmente el objetivo de toda forma de actividad eclesial (cf SC 10).

M. Sodi