CATEQUESIS Y LITURGIA
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SUMARIO: Introducción - I. Lecciones de la tradición patrística - II. Documentos recientes - III. Propuestas sistemáticas: 1. La primacía de la evangelización; 2. La estructura catecumenal; 3. La mistagogia; 4. Formas de la catequesis litúrgica: a) La catequesis como iniciación a la liturgia, b) La liturgia, catequesis en acto, c) La liturgia, fuente de la catequesis - IV. Problemas abiertos. Conclusión.


Introducción

En la más reciente literatura sobre las relaciones catequesis-liturgia se encuentran frecuentemente expresiones como diálogo difícil, insuficiente debate, encuentro problemático, etc. En el terreno pastoral no faltan dificultades e incomprensiones; en el plano organizativo se procede con frecuencia de una manera paralela. A veces, al consultar escritos y programas recientes se tiene la impresión de que la catequesis, tan abierta, a los valores de la más inmediata renovación eclesial, no se ha penetrado aún de las orientaciones fundamentales de la -> reforma litúrgica. Preocupada por el anuncio y por su traducción a la vida concreta, parece a veces menos sensible ante el momento celebrativo, que constituye la culminación del anuncio y el manantial de la existencia cristiana. Hoy las ciencias humanas han mostrado con mayor claridad la función de la experiencia simbólico-ritual [-> Signo/símbolo] en la vida humana; pero corresponde sobre todo a la ->liturgia en la -> historia de la salvación y en la vida de la -> iglesia el determinar su significado para la catequesis.

El Vat. II ha afirmado repetidamente la función catequético-pedagógica de la liturgia: ella es "la fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano" (SC 14); ella es "también una gran instrucción para el pueblo fiel" (SC 33); "los sacramentos... en cuanto signos tienen también un fin pedagógico" (SC 59); "incúlquese también por todos los medios la catequesis más directamente litúrgica" (SC 35,3).

El valor insustituible de la liturgia para la catequesis, así como para la reflexión teológica, depende de la condición sacramental de la iglesia, del hecho de configurarse ésta de una manera más existencial, donde la comunidad celebra la liturgia. Es en la liturgia donde la realidad eclesial aparece más visiblemente como "cumbre y fuente" de la vida de la iglesia. Este principio teológico tiene su fundamento antropológico en el hecho de que toda experiencia humana, individual o comunitaria, recibe su plena dimensión a través de la experiencia simbólica, que confiere forma plenaria a los sentimientos y a las disposiciones más íntimas, que compromete al hombre en todas sus facultades, que verifica la comunión más perfecta'. Además, el lenguaje de la liturgia no es puramente verbal, sino que se enriquece con todos los valores simbólicos y espirituales de aquella experiencia de comunión y participación. En la liturgia la catequesis puede encontrar un empalme psicológico con la experiencia humana, un importante principio de convergencia y unos recursos pedagógicos de gran eficacia, como la expresión simbólica y la repetición cíclica.

Por otro lado, no es menos verdad que la liturgia exige continuamente la catequesis. Y no sólo por motivos pastorales más o menos contingentes, sino porque el culto cristiano constituye un -> misterio accesible solamente a través de la fe y exige, por tanto, incesantemente una renovada iniciación. Para que los fieles puedan realmente encontrar a Cristo en los signos de la iglesia, es necesario que crean ya en él, conozcan el itinerario salvífico que está él realizando en la historia del mundo, comprendan lo anunciado en las Escrituras y realizado en Cristo y ahora ya presente para nosotros como prenda y preludio de su plenitud final (cf SC 9).

Aun conscientes de que muchos problemas permanecen abiertos, queremos contribuir a la reflexión y a la búsqueda sobre cómo profundizar la relación entre catequesis y liturgia, recordando ante todo las lecciones de la catequesis patrística (I), para luego, y después de haber analizado los documentos más recientes del magisterio (II), tejer un discurso sistemático sobre la catequesis litúrgica (III), que entendemos en el sentido de "una catequesis orientada e inspirada en la celebración del misterio de Cristo en la liturgia, a fin de hacerlo cada vez más plenamente asequible, participable y asimilable en la propia vida.


I. Lecciones de la tradición patrística

Una renovada conciencia de la profunda relación entre catequesis y liturgia no puede dejar de pasar por un redescubrimiento de la catequesis patrística, "por lo que de más vivo y menos marcado por el tiempo hay en la obra de los padres"'. Las grandes catequesis patrísticas de los ss. iv-v nos ofrecen unos modelos ejemplares de catequesis litúrgica, enseñándonos sobre todo a centrar el tema catequético-litúrgico en una más amplia perspectiva pastoral.

En el período de tiempo al que nos referimos estaba ya superado un verdadero y propio -> catecumenado prolongado, tal como lo describe la Traditio apostolica de Hipólito: la preparación sistemática para el bautismo comenzaba sólo al principio de la última cuaresma, cuando los candidatos solicitaban formalmente el bautismo. En la fase precatecumenal, los adultos, frecuentemente nacidos ya en el seno de familias cristianas y educados cristianamente, se consolidaban en una fe consciente escuchando las homilías dominicales o participando en iniciativas de evangelización de carácter más ocasional [-> Iniciación cristiana].

Lo que a nosotros nos interesa es sobre todo mostrar el método formativo que la iglesia aplicaba para la iniciación cristiana de quienes daban su nombre para el bautismo, haciéndose competentes o electi. En este proceso formativo desempeñaran un papel fundamental las celebraciones mismas: no sólo las formas rituales que caracterizan elitinerario catecumenal, sino sobre todo los verdaderos y propios sacramentos de la iniciación cristiana, celebrados en la vigilia pascual. Tal experiencia litúrgica adquiere una eficacia particular para la autenticidad de las celebraciones, para su vinculación con la pascua, para lo sugerencial de la novedad, pero sobre todo para el misterio realmente participado a nivel de fe y de gracia. Tales eran las premisas para la subsiguiente catequesis mistagógica. Evocaremos los aspectos fundamentales de este itinerario de formación cristiana.

1. La preparación para los ritos no representaba una fase en sí misma, ni se reducía a la transmisión verbal de unas enseñanzas más o menos teóricas: era una pastoral completa, una integral iniciación en la vida cristiana dentro de la iglesia, que culminaba en los tres sacramentos de la vigilia pascual.

2. El itinerario se estructuraba conforme a un desarrollo cronológico, orientado a un proceso de maduración y de crecimiento a través de varios grados: el precatecumenado, un catecumenado más intenso en la última cuaresma, la celebración de los sacramentos, la catequesis mistagógica.

3. El anuncio verbal era tan sólo un momento del proceso de iniciación, que asumía varios elementos más: ritos de inscripción, escrutinios, exorcismos, traditiones, celebraciones sacramentales, etc.

4. Todo el itinerario de iniciación presentaba un carácter típicamente eclesial-comunitario: no sólo por desarrollarse públicamente y de una manera institucionalizada, o por encuadrarse en el año litúrgico, sino porque la comunidad misma acogía, participaba y colaboraba en ello, especialmente a través de la institución del padrinazgo y el ejercicio de algunos ministerios.

5. Finalmente, puede subrayarse la dimensión profundamente espiritual de tal proceso de iniciación: era un camino de iluminación y de maduración en la fe y en la progresiva inserción en Cristo y en la iglesia. Justamente observa J. Daniélou que la estructura de la catequesis patrística obedece a dos grandes orientaciones: la de la extensión y la de la profundidad'.

Con la mirada fija en la antigua tradición, el Mensaje al pueblo de Dios del sínodo de obispos de 1977 afirma que "constituye un modelo de toda catequesis el catecumenado bautismal, que es formación específica mediante la cual el adulto convertido es guiado hasta la confesión de la fe bautismal durante la vigilia pascual" (n. 8). Creemos que, dentro de esta perspectiva, son muchas las lecciones que podemos sacar de la catequesis antigua:

a) La primera lección de la catequesis patrística en todas sus formas, que nos parece necesario explicitar, es la vigorosa conciencia cristiana que la anima. Los padres son todos unos convertidos, en el sentido pascaliano del término, con una profunda fe y confianza en el mensaje de Cristo: sienten la urgencia de hacer resonar la buena nueva, de anunciar una palabra iluminadora y salvífica, atentos a no desvirtuar la fuerza de arrastre del kerigma frente a la sabiduría secular, con la que tampoco dejan de dialogar. Su catequesis es siempre y ante todo bíblica; se desarrolla como traditio symboli, iniciación en la oración del Señor, intimatio spei resurrectionis, introducción a la vida de una comunidad concreta y, sobre todo, a la participación en los sacramentos, como predicaciónde una moral que se especifica como sequela Christi. Se da, pues, un fuerte sentido de identidad y de pertenencia.

b) El segundo carácter de la catequesis de los padres es ser una catequesis típicamente "económica"; penetrada por una visión profundamente unitaria de la historia de la salvación: piénsese en la clarísima percepción de la continuidad de los dos testamentos, en la inspiración histórico-salvífica y eclesiológica de la reflexión trinitaria, en la riqueza semántica de términos como recapitulatio, oikonomia, mysterium salutis, en la teología de la historia de Agustín y en su emblemática "narratio plena" en el De catechizandis rudibus, en el típico método de la mistagogia, en la concepción anamnética de la celebración litúrgica y de la plegaria eucarística en particular. De esta intuición fundamental es de donde brota esa profunda unidad en el plano epistemológico que caracteriza a los padres: como anota Y. Congar, "son ellos testimonios de la estrecha relación que une todas las partes de la Escritura y de la recíproca conexión que se da entre los misterios"'. Y es este sentido unitario y existencial de la historia de la salvación el que favorece, dentro de la concepción patrística, una unidad tan orgánica entre Escritura, teología, liturgia, catequesis, pastoral y vida cristiana.

c) Existe otro aspecto de la antigua catequesis que ejerce también un influjo particularmente fecundo en la iglesia de hoy: su estructura catecumenal, ya en su desarrollo cronológico, como gradual y sistemática pedagogía de la fe, ya en su carácter de pastoral completa, como iniciación integral a la existencia cristiana en la comunidad eclesial.

d) La catequesis de los padres está estrechamente vinculada a la liturgia. Es una catequesis que encuentra en la liturgia su más plena expresión, su incesante manantial y un centro constante de referencia. Una catequesis que no sólo en la iniciación a los sacramentos, sino también en otros momentos, sabe moverse a través de signos litúrgicos o referirse a ellos como datos de experiencia y estructuras portadoras de una fe vivida en la comunidad. El año litúrgico, por otra parte, como ha subrayado J. Pinell, se desarrolló propiamente en la iglesia de los padres como "una programación eclesial de mistagogia... en función de un incesante redescubrimiento de la economía sacramental", desde todos sus presupuestos y todas sus consecuencias, siguiendo una ley exquisitamente pedagógica de ciclicidad y formación permanente'.

e) Vivo interés suscita también hoy en nosotros la dimensión moral y social de la catequesis patrística, como consecuencia y punto de llegada de todo el anuncio cristiano y como fruto de la experiencia litúrgica. Una vida moral como íntima exigencia de la inserción en Cristo y del don del Espíritu, que otorga la primacía a la caridad y tiende a traducir en la existencia concreta cuanto se expresa y se celebra en la liturgia.

f) Las precedentes anotaciones pueden culminar en la consideración de un aspecto nuevo —de inestimable valor— de la catequesis patrística, el del lenguaje: un `lenguaje total"; de carácter simbólico, que tenía sus raíces en la revelación y había logrado una consistencia institucional y su más adecuada expresión en el momento celebratiyo, manteniéndose siempre abierto a un vivo sentido existencial, asícomo a un profundo diálogo con las culturas.

La antigua tradición catequética se ha mantenido viva en las iglesias orientales, donde la liturgia conserva un vínculo estrecho con la vida de las comunidades y donde perdura el influjo de las grandes mistagogias, antiguas y más recientes. "La liturgia y todos los oficios —observa E. Mélia— contienen en las oraciones y en su abundante himnografía múltiples elementos catequísticos, es decir, explicativos y de iniciación: son unos auténticos iconos verbales, traducidos en imágenes y ricos en doctrina poéticamente expresada... Los ritos se convierten así en una estructura portadora de la liturgia y poseen un valor catequético... El calendario eclesiástico es, por poco que se fije en él la atención, una viviente catequesis de la economía de la salvación, de la que se presenta como una catequesis visualizada... El objeto propio de la catequesis es comentar estos ritos y estas expresiones tan diversificadas, de suerte que se graben en la conciencia de cada uno y de toda la comunidad y se enmarquen en el conjunto sistemático de la teología, de una teología vivida, de una teología litúrgica"'.

Concluyendo, se podría resumir así el mensaje que nos trae la catequesis de los padres: la importancia de los fundamentos bíblicos, ya en la primera evangelización, ya en la perspectiva general históricosalvífica, ya en la interpretación de cada signo; la formación litúrgica como momento de una pedagogía más general; el papel de la experiencia litúrgica; la permanente necesidad de una mistagogia incluso para los bautizados; la relación liturgia-vida.

No nos es posible documentar aquí el progresivo alejamiento que ha venido teniendo lugar en Occidente entre liturgia y catequesis; preferimos dar mayor espacio a las más recientes orientaciones del magisterio en la última década.


II. Documentos recientes

El Vat. II, que subraya: "En el cumplimiento de su función educadora, la iglesia se preocupa de todos los medios aptos" (GE 4), no ha tratado explícitamente de la catequesis; sin embargo, no han dejado de traducirse en urgencias de renovación catequética las más significativas orientaciones de toda la obra conciliar. La catequética posconciliar, en sus distintas fases', ha reservado precisamente por esto una mayor atención a la liturgia, frente a las consecuencias de la -> secularización, a las exigencias del compromiso cristiano, a las aportaciones de las ciencias humanas, a la problemática evangelización-sacramentos, etc.

Recogiendo y explicitando algunas orientaciones del concilio arriba citadas (cf SC 33-36), la instrucción ínter oecumenici (1964) muestra la relación entre la transmisión del mensaje cristiano y la realización del misterio de Cristo en la liturgia: "Hay que cuidar, sin embargo, que todas las actividades pastorales se hallen en justa conexión con la sagrada liturgia, y, al mismo tiempo, que la pastoral litúrgica no se lleve a cabo de una manera separada e independiente, sino en íntima unión con las otras actividades pastorales. Es particularmente necesaria que exista una íntima unión entre la liturgia y la catequesis, la instrucción religiosa y la predicación" (n. 7).

Los distintos Praenotanda u Observaciones de la liturgia renovada, además de introducir formas celebrativas que facilitan la comprensión y la -> participación de los fieles, insisten mucho en la catequesis preparatoria y tienden a hacer entrar a las -> familias en la iniciación litúrgica de los hijos.

Con referencia al modelo patrístico que hemos recordado, adquiere una honda significación para la catequesis litúrgica el Ordo Initiationis Christianae Adultorum (1972), ya que forma cristianamente en los cuatro tiempos sucesivos, a saber: "El precatecumenado, caracterizado por la primera evangelización; el catecumenado, destinado a la catequesis integral; el de purificación e iluminación, para proporcionar una preparación espiritual más intensa, y el de mistagogia, señalado por la nueva experiencia de los sacramentos y de la comunidad"' (RICA, Observaciones previas n. 7). De ahí derivan el primado de la evangelización, la función de la comunidad cristiana, la relevancia del año litúrgico en la catequesis permanente de la iglesia, la unión íntima y orgánica de los tres sacramentos de la iniciación cristiana, el papel de "una catequesis de carácter mistagógico de los sacramentos ya recibidos en orden a una experiencia más plenaria de su divina eficacia, experiencia que encuentra su lugar en la participación en la vida de la comunidad eclesial mediante la catequesis, la celebración litúrgica y el testimonio de una vida nueva" '°

El Directorium de missis cum pueris (1973) afirma que los educadores deben tender a que los niños "adquieran también una experiencia, de acuerdo con su edad y con su progreso personal, de los valores humanos subyacentes en la celebración eucarística", advirtiendo que "es función de la catequesis eucarística desarrollar estos valores humanos a fin de que los niños de unmodo gradual, de acuerdo con su edad y condiciones psicológicas y sociales, abran su espíritu a la percepción de los valores cristianos y a la celebración del misterio de Cristo" (n. 9).

El Directorio catequético general (1971) (Directorio general de pastoral catequética, ed. bilingüe, CEE, Madrid 1976), contemplando las distintas formas y las diversas funciones de la catequesis, pone de relieve la relación que con la vida litúrgica debe mantener la catequesis: "La catequesis debe ayudar a una participación activa, consciente y genuina en la liturgia de la iglesia, no sólo aclarando el significado de los ritos, sino educando también el espíritu de los fieles para la oración, para la acción de gracias, para la penitencia, para la plegaria confiada, para el sentido comunitario, para la captación recta del significado de los símbolos, todo lo cual es necesario para que exista una verdadera vida litúrgica" (n. 25). En relación con la catequesis sacramental, se llama la atención sobre la importancia de la catequesis de los signos: "Que conduzca a los fieles a través de signos visibles a penetrar los invisibles misterios salvadores de Dios" (n. 57), mientras se afirma por otro lado que el contenido de la catequesis "se celebra en la liturgia" (n. 45).

En la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (1975), de Pablo VI, se contemplan las finalidades de la catequesis litúrgica en un horizonte más amplio, el de la evangelización, entendida como "un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado", añadiendo que "el mérito del reciente Sínodo ha sido el habernos invitado constantemente a componer estos elementos, más bien que oponerlos entre sí, para tener la plena comprensión de la actividad evangelizadora de la iglesia" (n. 24). En particular, se introduce una puntualización de gran actualidad: "La evangelización despliega toda su riqueza cuando realiza la unión más íntima, o mejor, una intercomunicación jamás interrumpida, entre la palabra y los sacramentos. En un cierto sentido es un equívoco oponer, como se hace a veces, la evangelización a la sacramentalización. Porque es seguro que, si los sacramentos se administran sin darles un sólido apoyo de catequesis sacramental y de catequesis global, se acabaría por quitarles gran parte de su eficacia. La finalidad de la evangelización es precisamente la de educar en la fe de tal manera que conduzca a cada cristiano a vivir —y no a recibir de modo pasivo o apático— los sacramentos como verdaderos sacramentos de la fe" (n. 47).

En el Sínodo de 1977, dedicado al tema "la catequesis en nuestro tiempo, con particular referencia a los niños y a los jóvenes", se destaca vigorosamente la dimensión litúrgica".

La exhortación apostólica Catechesi tradendae (1979), de Juan Pablo II, se hace eco de ello al escribir: "La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos y sobre todo en la eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres". Si bien, a nuestro juicio, la exhortación no recoge del todo la gran afirmación citada [-> supra, 1, 5] del Mensaje al pueblo de Dios, se habla del resurgimiento del catecumenado, citando el RICA, ya que se precisa: "De todos modos, la catequesis está siempre en relación con los sacramentos. Por una parte, una forma eminente de catequesis es la que prepara a los sacramentos, y toda catequesis conduce necesariamente a los sacramentos de la fe. Por otra parte, la práctica auténtica de los sacramentos tiene forzosamente un aspecto catequético. En otras palabras, la vida sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si no se funda en un conocimiento serio del significado de los sacramentos. Y la catequesis se intelectualiza si no cobra vida en la práctica sacramental" (n. 23). En este documento, el horizonte de la catequesis se dilata mediante "la triple dimensión de palabra, de memoria y de testimonio, es decir, de doctrina, de celebración y de compromiso en la vida" (n. 47), que se actúa sobre todo mediante "la catequesis que se hace dentro del cuadro litúrgico y concretamente en la asamblea litúrgica: respetando lo específico y el ritmo propio de este cuadro, la homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la catequesis y lo conduce a su perfeccionamiento natural..." (n. 48).

La comisión episcopal de enseñanza y catequesis de España publicaba en 1983 un documento sobre "la catequesis de la comunidad'''. En este documento se ha inspirado la renovación de la catequesis en España en los últimos años. En los nn. 89 y 90 se relacionan explícitamente catequesis y liturgia. Es necesaria una iniciación en la experiencia religiosa en la oración y en la vida litúrgica "para que eduque para una activa, consciente y auténtica participación en la celebración sacramental, no sólo aclarando el significado de los ritos, sino educando el espíritu para la acción de gracias, para la penitencia, para la plegaria confiada, para la captación del significado de los símbolos, todo lo cual es necesario para que exista una verdadera vida litúrgica. `La catequesis se intelectualiza si no cobra vida en la práctica sacramental' (Catechesi tradendae, n. 23), ya que `recibe de los sacramentos vividos una dimensión vital que le impide quedarse en meramente doctrinal' (ib, n. 37)" (n. 89). La catequesis prepara a los fieles para la participación litúrgica y sigue acompañando a los mismos en la acción litúrgica y en el compromiso cristiano fuera de la celebración. Así crecen en la inteligencia del misterio cristiano y son alimentados por los sacramentos pascuales. Para conseguir tal objetivo el documento recuerda que "hemos de cuidar muy especialmente la iniciación a la celebración litúrgica, educando con todo cuidado las actitudes generales básicas presentes en toda celebración. Nos referimos no sólo a las actitudes espirituales: la expresión corporal tiene también gran importancia..." (n. 90). El año litúrgico ofrece al catequizando una amplia formación: "Una catequesis que forme auténticamente hace que la vida del catequizando se vea jalonada poco a poco por las principales fiestas del año litúrgico y que aquél se capacite gozosamente para insertarse de corazón en los diversos tipos de celebración, en toda la gama que permiten las normas litúrgicas de la iglesia, de suerte que ese período intensivo de formación cristiana básica que es la catequesis capacite realmente al catecúmeno a participar después activamente en la vida litúrgica ordinaria de la comunidad cristiana y a desarrollar su vida personal de oración" (n. 90).

Es significativa la afirmación de la necesidad, en una situación de iglesia masiva, de una catequesis realizada a través de diversos ámbitos comunitarios: parroquias, familia, comunidades eclesiales de base, asociaciones, grupos y movimientos apostólicos, etc. (cf nn. 267-282). "Todo proceso catequético, en cualquier edad y situación, debe suponer para quien lo hace una verdadera experiencia de iglesia. El catecúmeno, en unión fraterna con los demás creyentes, va adentrándose de forma progresiva en lo que la iglesia cree, vive, celebra y anuncia. En la catequesis la misma iglesia se va presentando a sí misma como realidad sacramental de salvación" (n. 253).

En todos estos documentos se entrecruzan tres dimensiones de la relación catequesis-liturgia, sobre las que volveremos más sistemáticamente: la catequesis como preparación para la vida litúrgica; la liturgia como catequesis en acto; la liturgia como fuente de la catequesis. La liturgia se hace presente en los fundamentos, en las finalidades y en el objeto de la catequesis; pero con su tradición y con sus instancias es capaz igualmente de sugerir, como veremos, preciosas indicaciones metodológicas.


III. Propuestas sistemáticas

La apelación a los valores de la tradición antigua y el análisis de algunos documentos más recientes han dado lugar a un cuadro de indicaciones, que queremos ahora profundizar sistemáticamente. Comenzaremos con algunas premisas que dan base y orientación al problema de las relaciones catequesis-liturgia (1-3), para presentar después las formas que asume la catequesis litúrgica (4).

1. LA PRIMACÍA DE LA EVANGELIZACIÓN. La Sacrosanctum concilium (n. 9) insiste en la preexigencia de la fe y de la conversión para participar en la liturgia. Tal confirmación, fundamental en toda situación pastoral, adquiere particulares significaciones en la iglesia de hoy, donde frecuentemente los practicantes no son creyentes, o al menos no lo son en la medida ni en la forma exigida por la participación litúrgica. De ahí toda la fuerte actualidad de la lección que nos viene del De catechizandis rudibus de san Agustín: la necesidad de introducir en la historia de la salvación y de suscitar la fe en la acción de Dios, que se explicita en momentos distintos y en tiempos diversos, que culminan con el -> misterio pascual de Cristo y que está teniendo lugar en las acciones litúrgicas, las cuales son memorial y representación del pasado y anuncio y anticipo del futuro. De ahí el papel de la palabra de Dios en cuanto preparación a la liturgia y en la celebración misma, como lo ha subrayado recientemente la exhortación apostólica Catechesi tradendae. Y de ahí también todas las llamadas del magisterio más reciente a realizar una unión más radical entre la catequesis y la pastoral litúrgica y todo el anuncio y misión de la iglesia: todos los ejes se encuentran en la cuádruple dimensión de la experiencia litúrgica (memorial, representativa, profética, de compromiso), en el cuadro de una vital y profunda consideración de la historia de la salvación.

2. LA ESTRUCTURA CATECUMENAL. En una iglesia de masas, en la que una mayoría de fieles no ha sido nunca catecúmena ni ha hecho jamás un verdadero camino de maduración en la fe, el método catecumenal riguroso y orgánico de los padres aparece como una memoria inquietante, dando vida a toda una serie de nuevas orientaciones y prácticas eclesiales, que llegan desde una consideración cada vez más atenta sobre el significado y las dimensiones del OICA hasta la difusión de movimientos neocatecumenales para los ya bautizados y la progresiva transformación de una preparación puramente doctrinal de los sacramentos en una iniciación más completa, que se esfuerza por recobrar, al menos parcialmente, la función y el método del catecumenado clásico. Son muchos los que piensan que en tales iniciativas parciales, frecuentemente inmaduras aún y con sus ambigüedades, se hallan los pródromos de una profunda renovación eclesial. En todo caso, encontramos aquí una relevante indicación metodológica que nos llega de la tradición litúrgica para toda la catequesis y la pastoral de hoy; indicación que, entre otras cosas, nos lleva a una adecuada valoración del año litúrgico como "continuada y progresiva celebración de todo el plan salvífico", y cabalmente por eso capaz de llegar a hacerse "itinerario catecumenal propio de toda la comunidad cristiana"'.

3. LA MISTAGOGIA. La catequesis mistagógica durante la semana siguiente a la vigilia pascual coronaba en la iglesia de los padres la formación de los neobautizados. En los textos que han llegado hasta nosotros existe "una deslumbrante unidad de método, de estructura, de contenido, aun quedando intacta la originalidad propia de cada autor", En virtud de la disciplina del arcano, en casi ninguna de las iglesias se explicaban los ritos antes de haberse recibido: se creía valorar así el efecto psicológico de la sorpresa, y sobre todo se creía en la eficacia de la experiencia espiritual. Tres elementos podemos identificar en el método mistagógico que conservan una preciosa actualidad: la valoración de los signos (gestos, palabras), apenas experimentados; la interpretación de los ritos a la luz de la biblia en la perspectiva de la historia de la salvación; la apertura al compromiso cristiano y eclesial, expresión de la nueva vida en Cristo. Era evidente la necesidad pastoral de ayudar a los nuevos cristianos a profundizar el misterio de los ritos, que corrían el peligro de quedarse en algo exterior y de ser interpretados mágicamente. Incluso hoy, al margen de algunas determinaciones socioculturales de la época, contiene el método mistagógico de los padres una significativa indicación pastoral: la catequesis litúrgica, ya necesaria en la antigua iglesia no obstante la autenticidad de las celebraciones de entonces, es hoy tanto más imprescindible para los cristianos que recibieron los sacramentos sin fe personal y a quienes se les debe llamar a una más honda conciencia. El OICA (= RICA) contempla "la última etapa de la iniciación, a saber: el tiempo de la mistagogia de los neófitos" (n. 37), como aquella en la que "una inteligencia más plena y fructuosa de los misterios se adquiere con la renovación de las explicaciones y sobre todo con la recepción continuada de los sacramentos" (n. 38). Pero el método mistagógico tiene para nosotros un interés todavía más amplio: por el valor ejemplar que conserva para la catequesis litúrgica en general, no sólo en la preparación inmediata a los sacramentos, sino en toda la formación permanente del cristiano, que se extiende a toda la vida.

4. FORMAS DE LA CATEQUESIS LITÚRGICA. Hemos visto algunas orientaciones fundamentales que nos vienen de la tradición y de las enseñanzas del magisterio. Pero, más concretamente, ¿cómo se configura y articula la catequesis litúrgica? Nos vamos a fijar en tres aspectos:

a) La catequesis como iniciación a la liturgia. La finalidad de la catequesis con respecto a la liturgia comienza mostrando el significado de las acciones litúrgicas en la historia de la salvación y en la vida de la iglesia e iluminando los fundamentos antropológicos y sociológicos de los ritos cristianos, así como su más profundo enraizamiento en la naturaleza del hombre y en la vida de la comunidad. Más específicamente, la catequesis litúrgica viene a ser iniciación frente a los signos litúrgicos (sobre todo los sacramentos), constituidos por cosas, gestos y palabras, a través de los cuales entramos a participar en el misterio salvífico de Cristo, con la conciencia de que se hallan en línea de continuidad con una pedagogía de Dios que se expresa en toda la biblia, y con la que nos sale Dios al encuentro a nuestra medida humana. Una catequesis, pues, que sabe moverse dentro de las realidades naturales y de las experiencias humanas en busca de una inteligencia bíblica más profunda, a la luz de la palabra interpretativa que acompaña al gesto.

El compromiso de la catequesis no persigue en absoluto una finalidad intelectualista, y menos aún se agotaría en un interés histórico-arqueológico. En efecto, "la liturgia exige una participación lo más consciente posible, activa, comunitaria, plena, fructífera, pues Dios quiere que los hombres colaboren en la obra que él realiza para su salvación" (DB 113).

b) La liturgia, catequesis en acto. Una función catequética eficaz antes que nada tiene la liturgia de la palabra, que se celebra en estrecha unión con el rito sacramental, mediante la homilía con su clara función mistagógica. Lo que en la catequesis ordinaria aparece solamente evocado y explicado adquiere en la liturgia una fuerza de actualidad verdaderamente única. La celebración litúrgica viene a ser una catequesis en acto, y no sólo en cuanto particularmente connatural a la psicología humana mediante los recursos a sus formas simbólicas y a su lenguaje total, o por insertarse en la pedagogía misma de Dios, revalorizando su lenguaje y sus mediaciones, sino por ser "una profesión de fe en acto" y "comunicación de gracia", ya que "realiza lo que significa". Mas para que una celebración litúrgica llegue a ser realmente una experiencia de fe y de vida cristiana y, por consiguiente, intensamente educadora, es menester que se enraíce de verdad en el tejido existencial de la comunidad, que sea auténtica en las palabras y en los ritos y esté abierta al compromiso cristiano.

Todo lo dicho exige, además de la siempre necesaria l adaptación a las culturas y a las situaciones, un particular compromiso de t animación de la asamblea y de competencia en el celebrar, con su oportuna valoración de los I ministerios.

c) La liturgia, fuente de la catequesis. Que la liturgia sea una fuente de la catequesis es algo que han puesto ya de relieve las consideraciones que hemos venido haciendo hasta aquí. Queremos completar el cuadro con una perspectiva más simple, que con frecuencia forma parte de la catequesis ocasional, pero que es igualmente de gran valor pastoral. La liturgia puede convertirse para la catequesis en un manantial inagotable de elementos simbólicos o de temas concretos ordenados a introducir a los fieles en cada uno de los aspectos del misterio de Cristo y de la iglesia, así como a promover la fe y la vida cristiana: celebraciones sacramentales, signos principales o secundarios, gestos, palabras, cosas, actitudes, lugares y determinaciones temporales, plegarias, aclamaciones, etcétera. En la catequesis, como en la -> homilía, tales elementos resultan preciosos como incentivos psicológicos y como datos de experiencia ya familiares a los fieles, que tendrían la ventaja de seguir siendo después una como estructura valiosa y llamada constante a un anuncio de fe y a un mensaje de vida. Así, el signo de la cruz a través de sus distintas formas litúrgicas puede introducirnos en dos misterios fundamentales de nuestra fe; el agua santa evoca el bautismo; la asamblea congregada y hasta el mismo edificio nos hacen comprender la iglesia; los gestos reverenciales, oracionales, de perdón y de comunión son una interpelación a nuestra vida concreta; el amén y el aleluya, como comentaba san Agustín, resultan todo un programa para la comunidad cristiana, etcétera.

Desde múltiples puntos de vista, incluso aparentemente marginales, la liturgia puede ser una fuente abundosa de catequesis, capaz de nutrir la fe y de llamar a la conversión, de construir día tras día la comunidad, de proponer incesantemente eficaces retornos a la esperanza cristiana y a un generoso compromiso eclesial. La misma homilía puede ser igualmente explicación de "un texto del ordinario o del propio del día" (OGMR 41), así como de cualquier otro aspecto de la celebración; pero normalmente deberá versar sobre las lecturas, sin dejar nunca de atender, como puntos de reflexión o como marco referencial, a los múltiples recursos de la celebración cristiana.


IV. Problemas abiertos

Pese al redescubrimiento de la fundamental convergencia entre liturgia y catequesis y a un esfuerzo cada vez mayor por un diálogo serio y constructivo, no faltan dificultades ni tensiones, tanto en el plano teórico como en el práctico.

1. La catequesis parece haber recorrido demasiado camino sin la liturgia y haber sido a veces lenta en asimilar propuestas, contenidos, sugerencias metodológicas que le pudieran llegar de la tradición litúrgica y de la renovación en marcha; a su vez la liturgia o, mejor, algunos liturgistas tienden en ocasiones a identificar con la liturgia la vida entera de la iglesia; a ver en las celebraciones litúrgicas, con excesivo exclusivismo, el hoy de la historia de la salvación, con demasiada insensibilidad hacia las preocupaciones culturales y pedagógicas de la catequesis y hacia el camino que esa misma catequesis ha recorrido durante estas últimas décadas.

2. Ha crecido ciertamente la convicción de que liturgia y catequesis no son sino dos aspectos de la misión de la iglesia, con un único objetivo y con diferentes modalidades en su realización; pero se constata una notoria y tal vez inevitable diversidad de criterios y de sensibilidad. Piénsese, por ejemplo, en la distinta manera de relacionarse con el tiempo: más sincrónica y atenta a la situación cultural, por parte de la catequesis; más diacrónica y más anclada en la tradición, por parte de la liturgia. Así, la liturgia proclama la palabra y cree en su vitalidad y eficacia; la catequesis es más sensible a sus condicionamientos humanos y a todo aquello que circunscribe su proclamación en la iglesia.

3. Catequesis y liturgia han llevado adelante en estos años un esfuerzo excepcional de adaptación, aun refiriéndose de distinta manera a la tradición. La liturgia les parece a algunos demasiado anclada todavía en las fuentes; la catequesis tiene tal vez aún mucho que recuperar de algunos modelos antiguos. Pero una y otra comprenden ya más claramente los peligros de una adaptación a ultranza y experimentan a la vez su preocupación frente a problemas no resueltos todavía, como, por ejemplo, la efectiva desarticulación de la iniciación cristiana y lo insuficiente de ciertas acomodaciones pastorales introducidas frecuentemente de una manera acrítica.

4. Como centro de unos intereses comunes está sin duda la ritualidad o, mejor, la sacramentalidad cristiana. Ahora bien, existe evidentemente un cierto malestar por parte de la catequesis frente a la tarea de situar e interpretar la sacramentalidad, mientras que la liturgia no siempre logra realizar una experiencia simbólica auténtica, ni sobre todo llega con frecuencia a evangelizar la ritualidad.

5. A veces catequesis y liturgia resultan problemáticas precisamente dentro de su misma relación concreta y del diálogo vivido: la catequesis trata de unirse con la liturgia, sincronizando con el año litúrgico y asumiendo dimensiones celebrativas; la liturgia, por su parte, consciente de ser catequesis en acto, acentúa a veces este aspecto con demasiadas moniciones, explicaciones, uso de audiovisuales, etcétera, de donde puede nacer una confusión de géneros que compromete la eficacia propia de una celebración y desvía la catequesis de su método característico, así como también de sus verdaderos objetivos.

6. Finalmente, catequesis y liturgia se hallan frente a un problema más preocupante, que cada una vive a su manera: el bajo nivel de fe de las comunidades cristianas, que aumenta las responsabilidades y los problemas de la catequesis hasta amenazar su identidad y que incrementa dramáticamente la discordancia entre las riquezas de los ritos y el proyecto comunitario que éstos implican y la pobreza y pluralismo de las asambleas cristianas concretas.


Conclusión

Un diálogo más profundo entre liturgia y catequesis podría llevar a acentuar dicho enriquecimiento mutuo, que es ya un fruto del movimiento litúrgico y de la renovación eclesial más reciente. La catequesis puede redescubrir más eficazmente una tradición que ella tiene en común con la liturgia, reencontrando así el primado de la evangelización y el horizonte histórico-salvífico, el método catecumenal y las sugerencias de la mistagogia; la liturgia puede hacerse más sensible a la problemática cultural y pedagógica de la catequesis con su patente atención a la situación real de fe de las comunidades. La relación, todavía difícil, entre liturgia y catequesis podría desdramatizarse y consolidarse mediante la común asunción de la evangelización como problema primario y siempre abierto, reconociéndose como liturgia y como catequesis de una iglesia en estado de misión, de una iglesia peregrinante hacia una consumada realización escatológica, que le ha sido prometida, pero que no se le ha concedido todavía de una manera plena.

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D. Sartore