BAUTISMO
NDL


SUMARIO: I. Introducción - II. La experien
cia litúrgica y pastoral de la iglesia apostólica: 1. El término "bautizar", "bautismo"; 2. El bautismo de Juan; 3. El bautismo recibido por Jesús; 4. Jesús y el bautismo; 5. Los Hechos de los Apóstoles y el bautismo; 6. San Pablo y el bautismo; 7. El bautismo en san Juan; 8. La tipología bautismal de la iglesia y la carta de Pedro - III. Las experiencias bautismales en los primeros siglos: 1. La Didajé - Las Odas de Salomón - Hermas; 2. Justino - Tertuliano - Hipólito de Roma - IV. La bendición del agua bautismal - V. La renuncia a Satanás - VI. La unción prebautismal - VII. Bautismo y profesión de fe - VIII. La unción después del bautismo - IX. La entrega de la vestidura blanca y del cirio - X. El bautismo de los niños - XI. La catequesis de los padres: 1. La metodología catequética: a) La renuncia, b) La bendición del agua - XII. Visión sintética del nuevo rito del bautismo de los niños.


I. Introducción

No es posible hablar del bautismo sin relacionarlo con los otros dos sacramentos de la iniciación cristiana. El Rito del bautismo de los niños subraya esta importante exigencia dedicándole los párrafos iniciales de los Praenotanda del RBP (nn. 1-2). Mas, si es legítimo y hasta necesario tratar por separado el bautismo, en un tratado aparte como el presente no podrá encontrarse el encuadramiento general, que sería tan necesario, por lo que rogamos al lector que consulte previamente la voz -> Iniciación cristiana. Presupuesto cuanto allí se dice, aquí nos limitaremos al bautismo, aun aludiendo acá y allá a la -> confirmación, para subrayar ya sus relaciones con el primer sacramento, ya sus diferencias.


II. La experiencia litúrgica y pastoral de la iglesia apostólica

1. EL TÉRMINO "BAUTIZAR", "BAUTISMO". Desde el punto de vista lexicográfico, el verbo griego báptó, baptízó, significa inmergir, sumergir: se usa también hablando de una nave que se hunde o que se hace sumergir. En el helenismo rara vez se usa con el significado de bañarse, lavarse; sugiere más bien la idea de hundirse en el agua.

El NT usa báptó solamente en sentido propio: mojar (Lc 16,24; Jn 13,26), teñir (Ap 19,13); y baptízó solamente en sentido cultual (rara vez en referencia a las abluciones de los judíos: Mc 7,14; Lc 11,38), es decir, en el sentido técnico de bautizar. Que el NT use el verbo baptízó sólo en este sentido cultual técnico bien determinado demuestra que en él el bautismo comporta ya algo que era desconocido en los demás ritos y costumbres de la época. En efecto, las religiones helenísticas conocían las abluciones; pero, como demuestran los estudios actuales, si alguna vez aparece el verbo baptízein en el helenismo, dentro de un contexto religioso, nunca llega a tener un sentido sacral técnico.

En el AT y en el judaísmo los siete baños de Naamán (2 Re 5,14) demuestran cuán importante era ya entonces bañarse en el Jordán. Se trata de un gesto cuasisacramental que se convertiría en uno de los tipos principales de la patrología patrística [-> infra, 8]. Sin embargo, las abluciones de los judíos con carácter de purificación sólo aparecerían más tarde, por ejemplo en Jdt 12,7. (También el bautismo de los prosélitos judíos entraba en esta intención purificadora.) Pero en el judaísmo tales purificaciones son, por así decirlo, un rito legal más que una verdadera purificación. Sabemos cómo la exégesis radical, sobre todo a finales del siglo pasado, ha tratado de demostrar que el cristianismo se habría apropiado simplemente estos diversos ritos'.

2. EL BAUTISMO DE JUAN. El bautismo de Juan en las riberas del Jordán atrajo sin duda la atención. Aun poseyendo algunas semejanzas con las abluciones legales de los judíos y con el bautismo de los prosélitos, el de Juan se distinguía fundamentalmente de estos ritos, ya que exigía un nuevo comportamiento moral: en él se trataba de realizar una conversión en vista de la llegada del reino. Nos encontramos frente a un rito de iniciación de una comunidad mesiánica, en línea con los anuncios de los profetas (cf Is 1,l'5ss; Ez 36,25; Jer 3,22; 4,14; Zac 13,1; Sal 51,9). Se trata, pues, de un rito con un alcance verdaderamente nuevo. El bautismo de Juan es una expresión penitencial en orden a la conversión del corazón (Mc 1,4; Lc 3,3; Mt 3,11); es un bautismo para la remisión de los pecados (Mc 1,4; Lc 3,3); peroes un bautismo que anuncia otro bautismo y que, independientemente de la cuestión sobre la historicidad de las palabras de Juan recogidas por Mt 3,11: "El os bautizará con Espíritu Santo y fuego" (cf Mc 1,8), aparece claranlente diferenciado del bautismo cristiano. El judaísmo del AT conoce ya la idea de una inmersión que daba la vida (Jl 3,lss; Is 32,15; 44,3; Ez 47,7ss); no es, sin embargo, dificil descubrir en el bautismo de Juan un significado escatológico y colectivo,.

3. EL BAUTISMO RECIBIDO POR JESÚS. El bautismo que recibió Jesús en el Jordán impresionó ciertamente a los evangelistas, pues los cuatro hablan de él explicando más o menos el hecho (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,32-34)3. Pero aquí habría mucho que hablar sobre cómo se ha interpretado este bautismo. Los mismos padres escribieron no poco sobre él, insistiendo en el hecho de que Jesús no necesitaba ni conversión ni remisión de los pecados. Muchos de ellos, sin embargo, y esto no se ha subrayado lo bastante, ven en tal bautismo la designación oficial de Jesús como mesías, profeta, rey y siervo; siervo con toda la riqueza de significado expresada por Is 53: siervo, víctima, sacerdote. Y desde este sentido, los padres interpretan el bautismo de Jesús en el Jordán como tipo de la confirmación, al igual que interpretan, por otra parte, la intervención del Espíritu en la encarnación como anuncio del bautismo. Al final de la narración, las palabras del Padre confieren un profundo significado a este bautismo, que es una designación, una epifanía del Hijo, como acertadamente lo interpreta la liturgia oriental. El Hijo, hyios monogénés, es también el doülos, el siervo. Puede verse aquí una alusión clara a Is 42,1, de suerte que las palabras del padre expresarían la elección del Padre: Yo te he escogido como siervo. La narración del bautismo y la voz del Padre deberían, pues, interpretarse como un envío misionero a proclamar la salvación y a ofrecer el sacrificio en el que se cumpliese la voluntad del Padre para la reconstrucción del mundo. En tal sentido, la narración del bautismo de Jesús es para nosotros más significativa por referencia a la confirmación que por referencia al bautismo [-> Iniciación cristiana, I, 2].

El bautismo de Juan implica un acto que afecta a un pueblo en su conjunto, y es evidente que tanto Jesús como Juan se sitúan ante una misión para la salvación del mundo, cada cual dentro de su propia línea. La frase de Jesús a Juan: "Conviene que se cumpla así toda justicia" (Mt 3,15) 5, alude a la misión para la que desde entonces queda designado Jesús: el anuncio de la salvación y la realización de la misma en su misterio pascual. Es evidente, por tanto, que cuanto acaece en el Jordán es una designación oficial de Jesús para su misión profética, real y mesiánica y, al mismo tiempo, para su misión sacerdotal de siervo, víctima y sacerdote. Por otra parte, Jesús recibe la plenitud del Espíritu para desempeñar por entero su misión. Se comprende entonces por qué en el bautismo de Jesús en el Jordán hayan visto frecuentemente los padres el sacramento de la confirmación: al ser-de-hijo-adoptivo, que a nosotros se nos ha dado en el bautismo y que para el Verbo corresponde a su ser-en-la-carne, se añade ahora un actuar-para-una-misión y para-el-sacrificio de la alianza [->Iniciación cristiana, I, 2]. Es menester subrayar la definición que hace Juan de Jesús al llamarle "el cordero de Dios" (Jn 1,29-34). Por otra parte, Jesús es el que ha venido para traer la luz (cf Jn 1,9), y esta misión de iluminar confirma las palabras de Isaías, quien ve en el que había de venir "la luz de las naciones" (42,6). Existe, pues, unidad entre el papel de anunciar y el de ofrecer el sacrificio (Heb 10,7.10). Encontramos aquí más una teología de la confirmación que una teología del bautismo, y los padres ven en el bautismo de Jesús en el Jordán más el don del Espíritu y el sacramento de la confirmación que el del bautismo. Algunos autores contemporáneos han entrevisto este dato tan importante para la teología de la confirmación, pero también para su liturgia y para su colocación tradicional en el ámbito de la iniciación cristiana; es decir, la confirmación debe situarse después del bautismo, del que es consummatio, perfectio [-> Iniciación cristiana, II, 1, b], pero que al mismo tiempo se ordena a la actualización del misterio de la alianza: la eucaristía.

4. JESÚS Y EL BAUTISMO. El evangelista Juan insiste en el hecho de que los discípulos de Jesús bautizaban (Jn 3,22-23; 4,1-3). Pero tanto Mateo como Marcos recuerdan cómo Jesús, después de su resurrección, confió a los apóstoles la misión de evangelizar. Mateo es más preciso aún: los discípulos deben llevar la buena nueva a todas las gentes (Mt 28,18-19) y no sólo a toda la creación (Mc 16,15). "El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16,16). Los apóstoles deben convertir a todos los hombres en discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28,18-19). El bautismo, junto con la fe, da la salvación (Mc 16,16); hace ser discípulo y apóstol (máthétéusate: Mt 28,19). Si la iglesia primitiva bautiza, no es sino porque ha recibido para ello orden de Jesús. A veces ha dudado la exégesis de que tal orden saliera de la boca de Jesús. Pero, aun cuando la iglesia hubiese introducido tal frase, con ello no se vendría sino a demostrar que la iglesia misma tenía conciencia de haber recibido la orden de bautizar y que lo había puesto en práctica desde el principio.

5. Los HECHOS DE LOS APÓSTOLES Y EL BAUTISMO. Tanto en los Hechos como en el evangelio de Lucas (los dos libros están estrechamente ligados entre sí), Jesús resucitado habla de un bautismo y lo distingue del de Juan. "Juan bautizó con agua; pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días" (He 1,5; cf Lc 24,49). Es menester señalar aquí la diferencia entre lo que acaece a los apóstoles y discípulos y lo que acaecerá a la comunidad cristiana primitiva.

Es ciertamente el Espíritu Santo el que perdona los pecados (Jn 20,22). Apóstoles y discípulos han recibido el bautismo de Juan para la remisión de los pecados; por otra parte, en pentecostés recibieron el Espíritu (He 2,1-4), tal como Jesús se lo había dicho. La comunidad primitiva recibe la remisión de los pecados inmediatamente con la inmersión en el agua. No obstante, hallamos en la vida de Pablo señales de una evolución progresiva que va del bautismo de Juan al don del Espíritu. Así, los discípulos de Efeso (He 19,1-6) han recibido en un primer momento el bautismo de Juan, un bautismo de penitencia que dispone para la fe en el que había de venir; pero a continuación les confiere Pablo el bautismo en el nombre de Jesús. No se trata aquí ya solamente de conversión, sino de una realización: estos discípulos están injertados en Jesús y nacen en él; Pablo les impone después las manos, y entonces reciben el don del Espíritu, atestiguado con el don de lenguas.

Se da, pues, un bautismo en agua, que es participación en la salvación dada por Cristo e inserción en él; es decir, un bautismo en el nombre de Jesús. Se ha pasado de un bautismo que anunciaba, el de Juan, al bautismo que injerta en Cristo, quien perfecciona su obra enviando el Espíritu el día de pentecostés'. El Espíritu de pentecostés que se le ha dado a la iélesia para dirigirla lleva al desempéño de la misión de Jesús.

Los Hechos nos dan a conocer la catequesis bautismal, permitiéndonos, por tanto, comprender cómo se concebía el bautismo. Prescindiendo del caso particular del eunuco de la reina Candaces (He 8,26-39), el bautismo supone una preparación. Los Hechos nos han transmitido el plan global de la catequesis bautismal (He 10,37-43). Los discursos de Pablo ofrecen una muestra bastante rica de ello (He 16,31-32; 17,22-31; 19,2-5). Algunos fragmentos de los Hechos pueden considerarse como auténticos extractos catequéticos (He 2,14-19; 3,12-26; 8,31-38).

El rito del bautismo es simplicísimo; en ocasiones lo administra un diácono, como en el caso del eunuco bautizado por Felipe: ambos descienden hasta el agua y el diácono lo bautiza. No existe huella alguna de una hipotética fórmula usada por Felipe, quien, tal vez, administrara el bautismo sin añadir al gesto ninguna palabra (He 8,36-38). Ni se sabe si hubo en tal caso una inmersión completa.

Sabemos de otro rito, el de la imposición de las manos, que no se realizaba necesariamente después del bautismo, como en el caso de los samaritanos (He 8,15), sino también antes, como en el caso de Cornelio (He 10,44). Sería, pues, imprudente utilizar un método histórico-anecdótico en el estudio de tal imposición de las manos; es, por el contrario, menester recurrir a todo el conjunto de la historia de la salvación y desde él estudiar el influjo del Espíritu en la realización del plan de reconstrucción del mundo mediante la alianza [-> Iniciación cristiana, I, 2].

6. SAN PABLO Y EL BAUTISMO.

Bastaría leer la carta a los Hebreos, con la mirada puesta en el bautismo y en la imposición de las manos, para concluir que difícilmente tal escrito puede atribuirse a san Pablo. La carta parece querer distinguir claramente entre bautismo e imposición de las manos para la donación del Espíritu, mientras en san Pablo encontramos el don del Espíritu tanto en el bautismo como en la imposición de las manos. Al no tener que hacer ahora la teología del bautismo, no nos detendremos en la doctrina bautismal de las cartas paulinas, en la medida en que no esté tal doctrina ligada a una exposición litúrgica, que Pablo no obstante realiza, como puede comprobarse algunas veces en los Hechos, donde aparece la descripción de una liturgia bautismal. Nada semejante encontramos en las cartas de Pablo. Como tampoco es legítimo ver una alusión a la liturgia bautismal en Rom 6,4, donde Pablo dice que hemos sido sepultados con Cristo en la muerte y con él hemos resucitado. Tres son los elementos que en san Pablo caracterizan el bautismo: el bautismo en Cristo Jesús; el bautismo en el Espíritu Santo; el bautismo como lo que forma y construye el cuerpo de Cristo, en el que queda inserto el bautizado. Subrayaremos algunos aspectos, mas sin entrar en detalles.

El bautismo en Cristo Jesús es una fórmula que acompaña el acto bautismal, descrito no en sí mismo, sino como participación real (y no sólo espiritual) en el descenso de Cristo a la muerte y al sepulcro, y en su resurrección. El texto de Rom 6,4-10 tiene un sabor realista, importante para la teología sacramental. El concepto teológico de semejanza (Rom 6,5: texto latino y griego), traducido por san Ambrosio con el término figura y por Serapión con el mismísimo término paulino de semejanza' significa no simplemente una adhesión espiritual o moral, sino la presencia actualizada por el misterio pascual. Se expresa en dicha modalidad el fundamento de toda la liturgia; san León Magno lo traduciría con el término sacramentum [1 Misterio].

El bautismo en el Espíritu aparece de hecho como sinónimo de bautismo en Cristo Jesús, ya que en Pablo las expresiones "Espíritu de Dios" y "Espíritu de Cristo" poseen el mismo significado ". Mientras en la carta a los Hebreos y todavía más en los padres se afirma que en la confirmación se otorga el Espíritu y que la confirmación se caracteriza por ser don del Espíritu (desde el momento en que el Espíritu obra también en los demás sacramentos, pero sin que ello constituya el don del Espíritu), en san Pablo no pueden distinguirse los dos aspectos: actividad del Espíritu y don del Espíritu. En el bautismo se nos da el Espíritu; vivir en Cristo mediante el bautismo significa vivir en el Espíritu (Rom 8,2). Esa es la razón por la que no se puede recurrir al término, grato a san Pablo, de sphragís (sello) para distinguir el acto bautismal de la imposición de las manos. La sphragís, en efecto, se aplica a todo el rito de la iniciación bautismal, que hace del bautizado un heredero de la promesa y, con este signo distintivo, lo inserta a la vez en la comunidad cristiana, en el pueblo de Dios (2 Cor 1,22; Ef 1,13; 4,30).

Este sello bautismal, que señala la intervención del Espíritu, es igualmente un signo de agregación al cuerpo de Cristo. "Formar un solo cuerpo" significa, en sí, la realización de la alianza (1 Cor 12,13).

El uso que hace san Pablo de la tipología tiene su importancia para la catequesis y la teología del sacramento del bautismo; pero de esto nos ocuparemos dentro de poco [t infra, 8].

7. EL BAUTISMO EN SAN JUAN. No es que san Juan rehúse la tipología, como veremos después, sino que, prescindiendo para el agua bautismal de los tipos corrientemente usados por los otros evangelistas y por san Pedro, para Juan el agua debe entenderse paralelamente como inmersión en el Espíritu: el bautismo de agua, según él, se refiere al bautismo del Espíritu y a la efusión del Espíritu. En Juan agua y Espíritu están vinculados entre sí (Jn 7,37-39; 4,10-14; 5,7; 9,7; 19,34-35). Ya al presentar el bautismo de Jesús en el Jordán coloca Juan su plena realidad en el hecho de que Jesús recibe allí su misión y queda lleno del Espíritu y dará el Espíritu (Jn 1,32-34; 3,34). Según Juan, como punto de partida para el bautismo cristiano, no es necesario recibir el bautismo impartido por Juan Bautista, sino el don del Espíritu a la iglesia, don que es el fruto de la muerte y glorificación de Cristo (Jn 7,39; 16,7). Es la inmersión en el Espíritu la que salva a quienes creen (Jn 7,39). Concretamente, el bautismo cristiano encuentra su verdadero fundamento en el agua que brota del costado de Jesús: "Eso lo dijo refiriéndose al Espíritu" (Jn 19,34; 7,38-39).

El encuentro de Jesús con Nicodemo (Jn 3,1-21) es el punto central que permite a Juan explicarse sobre el bautismo. Los vv. 1-15 recogen el coloquio entre Jesús y Nicodemo: la condición fundamental e indispensable es creer en la palabra del Hijo del hombre y en su virtualidad renovadora. Nacer de lo alto es nacer del agua y del Espíritu; con otras palabras: el que quiera nacer de lo alto tiene delante de sí un medio: nacer del agua y del Espíritu. Nacer de Dios exige la fe, la cual supone la acción del Espíritu, como sucedió en el nacimiento de Jesús. Bautismo significa —según una expresión grata a Juan— "nacer de". En ese momento nace "el hijo de Dios", un "ser nacido de Dios", engendrado por él (1 Jn 3,1-2; Jn 1,12; 11,52; 5,2).

En el mismo pasaje (Jn 3,1-21), después del coloquio con Nicodemo, concretamente en los vv. 16-21, encontramos las reflexiones de Jesús. Tales reflexiones pastorales son de esencial importancia. Aun siendo un don, el bautismo no puede tener lugar sin la fe: el bautismo señala la entrada plena en la fe, pero la supone; creer es la condición para que el bautismo pueda hacer entrar en Jesús.

Este tema de la renovación, de un nuevo estado, lo desarrolla el cuarto evangelio desde el segundo capítulo con las bodas de Cana. Se insiste en él en el tercer capítulo con el episodio de Nicodemo, y en el cuarto, con el de la samaritana

Así pues, para Juan el bautismo en el agua y en el Espíritu es creación de un hombre nuevo, de una situación nueva en una comunidad nueva.

8. LA TIPOLOGÍA BAUTISMAL DE LA IGLESIA APOSTÓLICA Y LA CARTA DE PEDRO. La tipología ocupa un puesto importante en el estudio de los sacramentos, importantísimo para el estudio del bautismo. Ella, efectivamente, nos hace comprender cómo tal sacramento, instituido por Cristo, se ha ido preparando a través de los siglos y cómo se ha constituido mediante una forma antigua, pero que recibe un nuevo contenido. El rito bautismal, como veremos, utiliza bien pronto para la bendición del agua una tipología adoptada en parte por el NT y desarrollada después por los padres.

No queremos aquí descender a detalles sobre la tipología bautismal del NT. La primera carta de Pedro, sin embargo, nos ofrece una ejemplificación bastante significativa del método catequético utilizado ya ;por los apóstoles. Los tipos fundamentales son: el mar Rojo, usado .por Pablo (1 Cor 10,1-5); el diluvio, utilizado por Pedro (1 Pe 3,19-21); la roca del Horeb (Jn 7,38) y, por tanto, la alusión al Exodo. Hay, naturalmente, también otras referencias al AT. La primera carta de Pedro, que no pocos exegetas ven como una catequesis bautismal, parece presentarse Inserta en una liturgia (1 Pe 4,12-5,14); por otra parte, la carta está dirigida a los iniciados, que necesitan ser animados y ayudados en sus primeros pasos en la vida cristiana (1 Pe 1,3-4;11).

Pedro ve en el agua bautismal, que da la salvación, el antitipo del diluvio. No es Pedro el primero en ver en el diluvio un símbolo de la salvación. Ya Isaías habla de un nuevo diluvio como manifestación del juicio de Dios (28,17-19): será para nosotros como un aniquilamiento, pero en él estará también la salvación (54,9). También el libro de los Salmos presenta el mismo tema. Agua, arca, las ocho personas salvadas, son los elementos de que se sirve Pedro. Los cristianos inmersos en el agua están salvados por la resurrección de Jesús y caminan hacia la salvación definitiva, hasta el día del retorno de Cristo, el día octavo.

El mismo san Pablo utiliza, por lo demás, la tipología en su catequesis sobre el bautismo. En la primera carta a los Corintios (10,1-5) recurre a la tipología del éxodo. Distingue él dos clases de éxodo: el de Egipto y el del final de los tiempos (10,11). Entre los dos éxodos transcurre el tiempo de la salvación. El segundo éxodo comienza con la resurrección de Cristo: se camina, pues, bajo la nube de la gloria de Dios a través del mar. Esto significa: morir al hombre viejo, morir al pecado (representado por Egipto), para recibir el bautismo, que es renacimiento, pasando de la muerte a la vida, del mar a la nube divina.

El antitipo es, pues, la realidad de la salvación misma. En el fondo, el antitipo es Cristo, acontecimiento-vértice de la realidad salvífica. Con relación a este acontecimiento-vértice, que es Cristo, toda la historia del AT no hace sino de tipo.

Este dato es perceptible en el evangelio de Juan, para el cual Cristo es antitipo en cuanto es la realidad de la salvación, paso desde el mundo al Padre, pascua (= paso). Desde el momento en que contemplamos a los hijos dispersos congregados en el Hijo de Dios, tocamos ya con la mano la realidad y la actualización en Cristo de todo cuanto ha preparado dicha reunificación. Cristo es la realización de todas las figuras que precedieron y anunciaron tal reunificación (Jn 11,52). Juan mismo en su evangelio ve en los gestos y en los signos de Jesús el anuncio, el tipo de los sacramentos. Bien pronto la liturgia de la cuaresma tomó en sus lecturas evangélicas, para la preparación de los catecúmenos, la tipología de Juan. Así, en el tercer domingo de cuaresma (ciclo A) se lee el pasaje de la samaritana, donde el agua es tipo de aquella otra agua que da la gracia y renueva (Jn 4,5-42). En el cuarto domingo se proclama el evangelio del ciego de nacimiento, tipo de la iluminación del bautizado (Jn 9,1-41). En el quinto domingo se proclama el milagro de la resurrección de Lázaro como tipo de la resurrección de Cristo y de nuestra resurrección, al estar nosotros injertados en Cristo (Jn 11, 1-45).


III. Las experiencias bautismales en los primeros siglos

Recogemos aquí solamente los testimonios que nos ofrecen elementos importantes para la liturgia y la teología del bautismo.

1. LA "DIDAJÉ" - LAS ODAS DE SALOMÓN - HERMAS. Aun presentándonos un ritual determinado, estos tres textos nos ofrecen algunas indicaciones ya notablemente precisas.

a) La Didajé comienza su parte litúrgica ocupándose del bautismo. El texto —bastante conocido—prescribe bautizar con agua viva, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Sigue una casuística referente al uso del agua, posterior sin duda: si falta agua viva, se recurrirá a otra agua; a falta de agua fría, se bautizará con agua caliente. Si no hay agua abundante, se le derrama un poco tres veces sobre la cabeza del candidato, diciendo en el nombre del Padre, y del Hijo, y fiel Espíritu Santo Bautismo, pues, por inmersión o ya por infusión. En cuanto a la fórmula bautismal, no sería prudente ver en las palabras mencionadas —como en Mt 28,19— la fórmula trinitaria, que sólo se usará más tarde. Se comprende, por el contexto, que el bautismo es para la remisión de los pecados y señala la entrada en una comunidad con el propósito de elegir una de las dos vías señaladas en el texto: la vía del bien. Se echan, sin embargo, de menos otros elementos doctrinales.

b) Las Odas de Salomón presentan un discurso con repetidas alusiones al rito bautismal. La inmersión, por ejemplo, es un descenso a los infiernos, pero también una liberación El autor usa el término sphragís; pero ¿se trata del bautismo?, ¿de una señal de la cruz?, ¿de una unción?" Notemos cómo esta catequesis se funda en una determinada tipología, como la del mar Rojo, la del templo o la de la circuncisión. Por su parte, la Carta de Bernabé nos ofrece unas preciosas informaciones teológicas y tipológicas, aunque sin iluminarnos con exactitud sobre el bautismo.

c) Hermas, en el Pastor, nos informa sobre los ritos del bautismo. Presenta él la iglesia como una torre construida sobre el agua: es una clara alusión al bautismo, que construye el cuerpo de Cristo. Vemos a los hombres entrando en la torre después de haber recibido una vestidura y un signo. Se alude a la corona, a la vestidura blanca, al sello. El bautismo provoca en el hombre la inhabitación de Dios y lo compromete en una vida nueva de total fidelidad a Dios. No es fácil comprender qué significa la corona: ¿es una corona real o más bien una imagen para significar la gloria recibida en el bautismo? De igual manera, ¿es real la vestidura blanca o, por el contrario, ve en ella Hermas simplemente un signo del don del Espíritu?

2. JUSTINO - TERTULIANO - HIPÓLITO DE ROMA. En estos tres autores hallamos descripciones muy concretas del bautismo, en íntima relación con una teología a veces desarrollada. En Tertuliano hasta se puede descubrir una disciplina con carácter estable.

a) En su Apología I, el mártir san Justino quiere ser prudente: en efecto, se dirige él al emperador pagano Antonino Pío (a. 150), y no conviene exponerle detalladamente la descripción de un sacramento. Sin embargo, da a entender lo que es el bautismo. Ante todo se ha de creer en lo enseñado y vivir conforme a tal enseñanza, aprender a orar y a pedir el perdón de los pecados. Toda la comunidad ayuna juntamente con los candidatos a la iniciación. Son éstos conducidos después al lugar del agua y bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, con lo que quedan purificados mediante el agua; esta ablución se denomina iluminación. El bautismo tiene unos efectos negativos: perdonar los pecados; pero produce igualmente un efecto positivo: iluminar. Para Justino, la fe en Cristo y el bautismo comunican la luz al creyente, hasta el punto de definir él el bautismo como photismós o iluminación. Pero el efecto positivo del bautismo no es únicamente el personal: introduce además en la comunidad a fin de poder compartir el pan de la eucaristía,. En el Diálogo con el hebreo Trifón utiliza Justino una tipología familiar al interlocutor, comparando al bau-tizado con Noé salvado de las aguas 29 y el bautismo con la circuncisión 30.

b) No obstante la típica agresividad del género apologético, Tertuliano aporta algunos datos litúrgicos precisos en su Tratado del bautismo. Para nosotros es de particular interés la primera parte de dicho tratado, ya que encontramos en él un comentario al rito bautismal. En dicho comentario inaugura Tertuliano la metodología catequética patrística, consistente precisamente en enseñar la doctrina partiendo del rito. El rito bautismal comporta la renuncia y la inmersión con su triple interrogación trinitaria. Anteriormente había hablado Tertuliano del simbolismo del agua, lo cual hace pensar en la existencia de una bendición del agua, de la que hablará Hipólito de Roma. A cada pregunta responde el candidato creo, y es sumergido cada vez. Al salir del agua, el bautizado recibe la unción con el óleo. El De baptismo no alude a la signatio, pero introduce la imposición de la mano, a la que atribuye, como harán después los padres, el don del Espíritu, relacionándolo con la bendición de Jacob. Distingue claramente Tertuliano entre la acción del bautismo, consistente en preparar para la venida del Espíritu y en purificar, y el don mismo del Espíritu. Mas, si los sacramentos son distintos, la totalidad tiene lugar en una misma celebración.

c) En su Tradición apostólica nos da a conocer Hipólito de Roma su concepción del rito bautismal" Al canto del gallo se bendice el agua, aunque no sabemos con qué fórmula. En primer lugar se bautiza a los niños. No es necesario subrayar la importancia de este texto para la historia de la práctica del bautismo de los niños". Si estuvieren capacitados para ello, los mismos niños responderán a las preguntas trinitarias; de lo contrario, lo harán los padres o algún otro miembro de la familia. Después se bautiza a los hombres, y finalmente a las mujeres, las cuales se presentarán con la cabeza descubierta y sueltos los cabellos, sin broches de oro'". Antes se bendice el crisma, llamado óleo de acción de gracias, y un óleo de exorcismo (correspondientes a nuestros sagrados crisma y óleo de los catecúmenos). El sacerdote hace que se pronuncie la renuncia con la fórmula que llegará a ser clásica: Yo renuncio a ti, Satanás, y a todas tus pompas y a todas tus obras. Se unge después al candidato con el óleo del exorcismo, diciendo: Aléjese de ti todo espíritu maligno, y se le entrega, vestido, al obispo o al sacerdote, que está al lado del agua, para que lo bautice. El candidato desciende hasta el agua con el diácono, que le pregunta acerca de la fe trinitaria y le impone la mano. A cada respuesta creo se le introduce en el agua, y a continuación le unge el sacerdote con el óleo de acción de gracias. Una vez revestidos, los bautizados retornan a la iglesia, donde el obispo les impondrá las manos, les ungirá y les signará en la frente. En la celebración eucarística que inmediatamente se va a celebrar, el obispo da gracias sobre el pan y el vino, sobre una mezcla de leche y miel (símbolo de las promesas hechas ya realidad) y sobre el agua (símbolo del bautismo). En el momento de la comunión, los neobautizados y confirmados recibirán el pan, el agua, la leche con miel y el vino.

Tales son los ritos del bautismo que llegaron a practicarse en la liturgia latina. Ahora nos ocuparemos de cada uno de los ritos, estudiándolos brevemente en su evolución hasta nuestros días, es decir, hasta el nuevo Ordo Baptismi Parvulorum (= OBP; para los Praenotanda en castellano véase A. Pardo, Liturgia de los nuevos Rituales y del Oficio divino, col. Libros de la Comunidad, ed. Paulinas, etc., Madrid 1975, 31-46. En castellano, Ritual del bautismo de niños (= RBN) y el Ordo Initiationis Christianae Adultorum (= OICA), en castellano Ritual de la iniciación cristiana de adultos (=RICA).


IV. La bendición del agua bautismal

Según la Didajé, el bautismo se administraba con agua viva. Según Tertuliano e Hipólito se trata de agua bendita, aunque no conocemos la fórmula de bendición. El mismo Cipriano insiste muchísimo en esta bendición. En su tratado escribe Tertuliano: "Omnes aquae... sacramentum sanctificationis consequuntur, invocato Deo"°'. Por su parte, dice Cipriano: "Oportet ergo mundari et sanctificari aquam prius a sacerdote, ut possit baptismo suo peccata hominis, qui baptizatur, abluere". Agustín, como Cipriano, parece hacer de tal bendición la condición de validez del bautismo: "Aqua non est salutis, nisi Christi nomine consecrata"". San Ambrosio escribe: "Ubi primum ingreditur sacerdos, exorcísmum facit secundum creaturam aquae, invocationem postea et precem defert ut sanctificetur fons et adsit praesentia Trinitatis aeternae". La tipología que él da del agua tal vez se hallaba inserta en la oración consecratoria.

En el sacramentario Gelasiano y en el sacramentario Gregoriano encontramos una oración consecratoría que en el último se convierte en una especie de prefacio. Comienza dicha oración con un exorcismo, al que sigue una bendición, pasándose después a una epíclesis. Posteriormente, hacia el s. viii, se acompaña la oración consecratoria del agua con algunos ritos, que aparecerán después fijamente en el Pontifical de la Curia romana del s. xiii. El cirio pascual se introduce tres veces en el agua para significar a Cristo o al Espíritu Santo. Una triple insuflación representa igualmente el soplo del Espíritu. Finalmente, se rocía a los fieles con el agua.

Este rito de la bendición del agua se ha conservado hasta el Vat. II, que con su reforma ha simplificado la fórmula de bendición, así como los ritos. Ahora el sacerdote toca el agua con la mano. La fórmula enumera los tipos del agua, preparada desde la creación: el agua de la creación, el diluvio, el mar Rojo, el Jordán, el agua que brota del costado de Cristo (RBN 123; RICA 215). Adviértase cómo, antes de la bendición y durante la procesión hasta la pila bautismal —que puede ser también una concha de agua colocada delante del altar o en un lugar visible, cuando la pila no fuese visible (RBN 121)— se cantan las letanías.

El nuevo rito ha previsto otras dos fórmulas para la bendición del agua (RBN 216-218; RICA 389). La finalidad de estas nuevas creaciones es doble: la primera fórmula de bendición puede parecer demasiado larga; corre además el peligro de dejar demasiado marginados a los fieles, sin posibilidad de participación visible, por lo que las dos nuevas fórmulas, más breves, contienen aclamaciones intercaladas en el texto. Por interesante que sea tal novedad, no está, sin embargo, exenta de defectos. El más grave parece ser el olvido de toda tipología, que es a su vez indispensable si se quiere que el sacramento quede por entero ilustrado catequéticamente, es decir, mostrando cómo se fue preparando a través de siglos de historia salvífica antes de haberlo instituido Cristo. Ahora bien, la tipología contenida en la primera fórmula (RBN 123; RICA 215) muestra cómo el agua bautismal es fruto de una larga gestación dentro de la historia de la salvación.

Notemos cómo la bendición del agua, en algún tiempo realizada solamente en pascua y en pentecostés —que eran los días establecidos para administrar el bautismo—, hoy tiene lugar en cada bautismo, a excepción del que tenga lugar en el tiempo pascual (cf rúbrica en RBN 123).


V. La renuncia a Satanás

Este rito, frecuentemente comentado por los padres, ha ocupado lugares diferentes en la celebración, ha recibido distintas formulaciones y se ha visto dotado de elementos rituales más o menos dramáticos.

Ya Justino alude a él en su Apología. En el De baptismo, de Tertuliano, se llega a tener la impresión de que se realizaba duran-te el mismo bautismo, cuando el candidato era introducido en el agua. En la Tradición apostólica se colocaba el rito después de la bendición del agua. Lo acompañaba la expresiva fórmula: Yo renuncio a ti, Satanás, a todo tu servicio y a todas tus obras. Inmediatamente después era ungido el candidato con el óleo del exorcismo (óleo de los catecúmenos) y salía del agua. Ambrosio alude a los mismos ritos. Por lo que respecta a la fórmula, hay diversidad. Tertuliano escribe: "Aquam ingressi, renuntiasse nos diabolo et pompae et angelis eius ore nostro contestamur". El mismo Tertuliano explica que las pompas son las manifestaciones idolátricas y los ángeles son los ministros de Satanás. San Ambrosio nos recuerda la fórmula usada en Milán: "Abrenuntias diabolo et operibus eius... saeculo et voluptatibus eius?, dando así a comprender lo que entiende por pompas.

En el sacramentario Gelasiano, como en todos los libros litúrgicos del ámbito romano, la fórmula interrogatoria es la siguiente: "Abrenuntias satanae...? Et omnibus operibus eius? Et omnibus pompis eius?

El nuevo ritual publicado después del Vat. II adopta esta última como segunda fórmula de renuncia en el RICA 217, B, como primera en el RBN 125. El RICA, en efecto, no cuenta con las otras dos (el RBN, solamente con una de ellas). "¿Renunciáis a Satanás y a todas sus obras y seducciones?" (fórmula B de RICA 217); "¿Renunciáis al pecado, para vivir en la libertad de los hijos de Dios...? ¿Renunciáis a las seducciones de la iniquidad, para que no os domine el pecado...? ¿Renunciáis a Satanás, que es el autor y cabeza del pecado?" (fórmula C del RICA 217; segunda del RBN 125). Esta última fórmula parece más concreta.

Oriente introdujo a veces a este propósito algunos ritos dramáticos. Nos los describe san Cirilo de Jerusalén, o al menos las catequesis que figuran con su nombre: el candidato, descalzo y sobre un cilicio, está revestido elementalmente con una túnica y renuncia después a Satanás mirando hacia occidente; sopla o escupe tres veces en esta dirección y se vuelve después hacia oriente, con las manos y los ojos levantados hacia el cielo mientras pronuncia la fórmula con que expresa su adhesión a Cristo. También en Milán, en Africa y España se hacía la renuncia en pie sobre un cilicio.


VI. La unción prebautismal

Varía su puesto según los rituales. En Hipólito tal unción sigue inmediatamente a la renuncia y en su misma fórmula se explica el significado: "Omnis spiritus abscedat a te". En Milán, por el contrario, parece precederla. De tal unción dice san Ambrosio: "Unctus es quasi athleta Christi, quasi luctam huius saeculi luctaturus". La misma praxis se encuentra en el sacramentario Gelasiano, y en el Gregoriano. El sacramentario de Gelone, en su segundo Ordo bautismal, precisa que la unción se realiza con la señal de la cruz, pero colocando dicha unción después de la triple respuesta abrenuntio. Las dos primeras unciones se hacen en el pecho; la tercera, en el dorso.

En Oriente, las Catequesis mistagógicas atribuidas a san Cirilo de Jerusalén hablan de una unción realizada en todo el cuerpo.

En el Pontifical de la Curia romana, adoptando el uso de los Ordines del s. IX la unción se acompaña con la fórmula: "Ego te lineo oleo salutis", y se hace después de la renuncia.

El ritual del Vat. II prevé esta unción ya durante la preparación para el bautismo, en el caso del adulto (RICA 130), ya durante el rito mismo después y antes de la renuncia, respectivamente (RICA 218; RBN 120-121), con la fórmula: "Que os fortalezca el poder de Cristo salvador, con cuya señal os ungimos con el óleo de la salvación..."


VII. Bautismo y profesión de fe

Tocamos el núcleo central del rito del bautismo. Con las exceppiones mencionadas por la Didajé [supra, III, 1], la ablución bautismal se realizaba por inmersión, y por tanto el candidato estaba desnudo. Hemos visto ya [-> supra, III, 2] cómo inmersión y profesión de fe se realizaban al mismo tiempo, según Tertuliano e Hipólito e, incluso, según san Ambrosio.

,¿Cómo se desarrollaba el rito? Parece que no siempre era total la inmersión, sino que se limitaba a introducirse en el agua hasta las rodillas: nos lo atestiguan las múltiples representaciones de los antiguos mosaicos y la estructura misma de ciertos baptisterios antiguos todavía existentes e incapaces para una inmersión total. Pero debía practicarse también la inmersión casi total, ya que de lo contrario resultarían incomprensibles ciertos comentarios de padres como san Ambrosio: la imagen de la sepultura —el agua representaba la tierra— carecería de sentido. En Oriente no hay duda a este propósito, y lo atestiguan catequesis como las de san Cirilo. Duraría tal costumbre largo tiempo: santo Tomás de Aquino la atestigua todavía en su tiempo y la alaba (S. Th. III, q. 66, a. 7). En los ss. xiv y xv desaparece tal costumbre en Occidente; pero todavía la encontramos hoy, por ejemplo, entre los griegos. El antiguo Rituale Romanum todavía permitía tal uso por respeto a las tradiciones locales. El rito actual lo considera normal por el mismo título que el de la infusión (RICA 220; RBN 128; cf además OBP, Praenotanda 22, A. Pardo, o.c., p. 35; RBN 73, b). No se olvide que la inmersión significa mejor el efecto positivo del bautismo: renacer del agua y del Espíritu, mientras que el rito por infusión evoca más bien la purificación de los pecados.

Durante muchos siglos, la fórmula del bautismo consiste en la triple interrogación. Sin embargo, cuando los bautizados eran niños, daban las respuestas sus padres o sus padrinos y madrinas, según la praxis ya prevista por Hipólito

Es normal que se contase con una fórmula como Ego te baptizo. El Gelasiano, sin embargo, la desconoce y en el rito del sábado santo mantiene la pregunta, mientras los Gelasianos del s. viii, como el de Gelone, utilizan la fórmula Ego te baptizo, praxis seguida igualmente por el Suplemento del Gregoriano. La profesión de fe viene así a preceder al bautismo, siendo los padrinos y madrinas quienes responden a la pregunta. El rito actual ha conservado esta fórmula también para el bautismo de los adultos, quienes son invitados a profesar su fe antes de ser bautizados (RICA 219-220). En el caso de los niños, son los padres los llamados a hacer la profesión de fe por sus hijos (RBN 126-128).


VIII. La unción después del bautismo

Ya Tertuliano alude a esta unción: "Caro abluitur ut anima emaculetur; caro ungitur ut anima consecretur..." " La Tradición apostólica de Hipólito la describe claramente como unción que finaliza el bautismo: "Et postea, cum ascenderit, ungeatur a presbytero de illo oleo quod sanctificatum est, dicente: Ungueo te oleo sancto in nomine Jesu Christi"". También san Ambrosio menciona esta unción; y la fórmula que él recuerda se usó, con pocas variantes hasta la reforma del Vat. II, que en este caso la ampliaría. He aquí la fórmula de Ambrosio: "Deus, Pater omnipotens, qui te regeneravit ex aqua et Spiritu concessitque tibi peccata tua, ipse te ungueat in vitam aeternam". El Gelasiano dice: "Deus... ex aqua et Spiritu sancto quique dedit tibi remissionem omnium peccatorum, ipse te linit chrisma salutis in Christo Iesu domino nostro Es la fórmula que se nos ha transmitido. El ritual del Vat. II la recupera hasta las palabras chrismate salutis, añadiendo después: "para que, agregado a su pueblo, como miembro de Cristo sacerdote, profeta y rey, permanezcas para la vida eterna" (RICA 224; RBN 129). El significado del rito queda así claramente expresado. Y es una ilustración de lo que ya se ha realizado en el baño de la regeneración; exactamente como antes, por ejemplo, en el Gelasiano, la unción que seguía a la imposición de la mano en la confirmación ilustraba el don del Espíritu que se había ya dado precisamente con la imposición de la mano.


IX. La entrega de la vestidura blanca y del cirio

Para el origen de este rito hemos de acudir a las palabras de san Pablo: "Cuantos en Cristo fuisteis bautizados os habéis revestido de Cristo" (Gál 3,27). La vestidura es blanca, ya que debe simbolizar la resurrección (Mt 17,2 y par.; Ap 4,4; 7,9.13). Es Teodoro de Mopsuestia quien nos ofrece el primer testimonio claro de este rito, hacia la mitad del s. tv. San Ambrosio lo recuerda en el De mysteriis, dando del mismo una explicación moralizadora: despojados del pecado, se nos ha revestido con la indumentaria pura de la inocencia. El mismo san Ambrosio lo omite en el De sacramentis, tal vez por estar demasiado preocupado en defender contra Roma, que no lo cumple, el lavatorio de los pies de los neófitos, que era habitual en Milán. San Ambrosio piensa que no debe abandonarse dicho gesto, símbolo de la salvación misma. El príncipe de los apóstoles, después de haber comprendido plenamente su significado, pide al Señor que no solamente le lave los pies, sino incluso todo el cuerpo; y san Ambrosio se sorprende de que en Roma precisamente, en la iglesia de San Pedro, no se practique tal rito. Ambrosio aprovecha la ocasión para ratificar su adhesión a Roma, confirmando al mismo tiempo la libertad de Milán.

El Misal de Bobbio conserva la fórmula de la entrega de la vestidura, mientras que el Gelasiano ni siquiera conoce su uso. Hay, en cambio, huellas sobre el particular en el Pontifical Romano del s. XII; y esta fórmula ha llegado hasta nosotros con pocas variantes. El rito actual ha añadido una frase introductoria: "N. y N., os habéis transformado en nuevas criaturas y estáis revestidos de Cristo"; a la que sigue la antigua fórmula: "Recibid, pues, la blanca vestidura que habéis de llevar limpia de mancha ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo, para alcanzar la vida eterna" (RICA 225; RBN 130). Los neófitos usaban la vestidura blanca hasta la octava de pascua. Ese día la dejaban, adquiriendo su puesto habitual entre los fieles.

En cuanto a la entrega del cirio, de la que sólo tenemos clara noticia por el Pontifical Romano del s. XII, comportaba una fórmula parecida a la que hoy conocemos, con un simbolismo que recuerda las lámparas de las vírgenes prudentes (cf RICA 226; RBN 131).


X. El bautismo de los niños

Los ritos hasta ahora analizados son idénticos para los adultos y para los niños. Importa ahora centrar la atención en la preparación de los niños y, particularmente, en la de sus padres y padrinos.

Para los adultos el RICA (68-207) propone un período de catequesis con ritos particulares. Respecto a los niños, por más que una larga tradición muestre cómo había algunos ritos que les afectaban también como si fuesen adultos, y en los que estaban comprometidos sus padres y padrinos [-> Iniciación cristiana, II, 2, b-c], el RBN solamente prevé la catequesis de los padres, pero sin insistir en la forma, y sobre la que sería útil ahondar (OBP, Praenotanda, véase A. Pardo, o.c., nn. 7 y 13, pp. 33-34; n. 5, p. 39; RBN 15.95-98) [-> Iniciación cristiana, IV, 2; VI, 1].

Pero el actual RBN (que no es un ritual de iniciación, ya que el niño solamente recibe el bautismo; además, es de reciente creación; en efecto, el rito que se usaba para el bautismo de los niños hasta la reciente reforma adoptaba simplemente el del bautismo de los adultos, con poquísimas adaptaciones) se ha esforzado por hacer más comunitario el bautismo de los niños, exigiendo que se celebre normalmente en la iglesia parroquial (OBP, Praenotanda, A. Pardo, o.c., 10, p. 41; RBN 49), en días en que sea fácil reunir a los fieles (OBP, ib., 9, p. 41; RBN 46). Para el comienzo de la celebración están previstos ritos de acogida, en los que el celebrante expresa el gozo de la comunidad por el hecho de recibir a nuevos miembros (RBN 109-114). Con el fin de concretar esta inserción en la comunidad y hacer menos individual el sacramento, se recomienda el reagrupar, en cuanto sea posible, a los niños que van a recibir el bautismo y realizar con todos ellos una única celebración (OBP, ib, 27, p. 36; RBN 42). La reciente Instrucción sobre el bautismo de los niños, publicada por la Congregación para la doctrina de la fe con fecha de 20 de octubre de 198095, no contradice ni en lo más mínimo nada de lo dicho. Simplemente ha querido que el bautismo no se retrase, en principio, por la razón de que no se reconoce la legitimidad del bautismo de los niños. Efectivamente, este problema del bautismo de los niños, sobre el tapete de unos años a esta parte (véase la bibl. que se cita al final de esta voz), ha desconcertado a muchos cristianos, que no aceptan de buen grado la explicación de san Agustín, con sus argumentaciones, y tienen la impresión de que el bautismo de los niños no ha sido tradicional en la iglesia (por más que el testimonio de Hipólito demuestre lo contrario: -> supra, III, 2, c). La citada instrucción está urgiendo una teología para el bautismo de los niños, e insiste más y más en que el don de la fe no depende del conocimiento o de la conciencia; aun a sabiendas de que nadie, ni siquiera los padres, puede suplir con su propia fe la de los niños, concreta cómo éstos no son bautizados sin fe, ya que está presente y actuante la fe de los padres y la fe de la iglesia. Los padres creen que, bautizando a los niños, se les pone en el camino de la salvación. Hacerlo así no es, pues, limitar su libertad, como no es tampoco ningún atentado contra la misma proporcionarles el alimento necesario para su vida, por inconscientes que a esa edad sean los niños. El nuevo ritual se ha preocupado, además, por hacer comprender que el bautismo de los niños ,tiene su sentido; y, para mayor abundancia, en sus moniciones y plegarias apela a la responsabilidad de los padres (OBP, ib, 9, p. 33; 5, p. 39 (RBN 15-73, a; 110-113; 124-128; 131).

Hasta hoy no había tenido el bautismo de los niños su propia liturgia de la Palabra, como tampoco se lo insertaba en la celebración eucarística. Las dos novedades presentes en el nuevo ritual son: la posibilidad de celebrar el bautismo durante la eucaristía dominical (OBP, ib, 9, p. 41; RBN 79-81); o la posibilidad de organizar una liturgia de la Palabra sobre la base de un leccionario ya rico (OBP, ib, 17, p. 42; n. 29; b, p. 45; RBN 69-72), pero con libertad para proclamar igualmente otros textos (RBN 116). Después de esta liturgia de la Palabra (mientras tanto, se puede trasladar a los niños a otro lugar apropiado a fin de no distraer la atención: OBP, ib, 14, p. 41; RBN 53.115) —a continuación de la acogida y del diálogo con los padres, cuya responsabilidad se subraya en el rito con la señal de la cruz que se les invita a hacer en la frente del niño después del sacerdote (RBN 114)— tiene lugar una breve homilía, con la oración de los fieles por los bautizados (OBP, ib, 17, p. 42; 29 b, p. 45; RBN 72; 116-117). Siguen las invocaciones de los santos, como una llamada a hacer presente la iglesia del cielo al lado de la iglesia de la tierra (RBN 118).

Mientras el anterior ritual, en este punto, preveía los tres sucesivos exorcismos —reproducción de los exorcismos de los escrutinios para los adultos [-> Iniciación cristiana, II, 2, b]—, el nuevo ritual ha eliminado este conjunto artificioso, con sus fórmulas respectivas, frecuentemente chocantes si se piensa que estaban éstas dirigidas a un infante, sustituyéndolas por una nueva oración de exorcismo con un contenido enteramente positivo. Aun recordando que con la expulsión de Satanás queda liberado de la culpa original, la oración no deja de evidenciar la entrada del niño en el reino de la luz y su transformación en templo de la gloria divina y en morada del Espíritu Santo (RBN 119). La otra fórmula de exorcismo, ad libitum, por ser más moralizadora, resulta también más accesible a los fieles (RBN 215).

Después de la unción prebautismal (RBN 120) y la bendición del agua (RBN 122-123), de la renuncia a Satanás y la profesión de fe (RBN 124-126), viene el bautismo propiamente dicho (RBN 128), al que sigue la unción posbautismal (RBN 129), la entrega de la vestidura blanca y del cirio encendido, rito este último que una vez más ofrece a los padres y padrinos la ocasión de recordarles sus responsabilidades (RBN 130-131), y el rito del Effetá (RBN 132). La celebración del bautismo finaliza con la recitación del padrenuestro, previa monición del celebrante, en la que se alude a la confirmación y a la eucaristía, en las que un día tomarán parte los niños recién bautizados (RBN 134). Finalmente, el celebrante bendice a las madres (RBN 135) —gesto que ocupa, felizmente, el puesto de la antigua purificación de la puérpera, que recordaba la enojosa prescripción del Lev 12—, pero sabiéndose igualmente bendecidos los padres de los niños y toda la asamblea participante en la celebración (ib).

La editio typica latina del OBP prevé un rito del bautismo de los niños sin sacerdote ni diácono para uso de los catequistas (OBP 132-156), que no se ha recogido en la versión española.


XI. La catequesis de los padres

En orden a destacar la espiritualidad del bautismo, así como para su uso catequético, puede ser útil esbozar las líneas de la catequesis patrística bautismal. Dentro de los límites que el espacio nos permite, nos referiremos sobre todo a san Ambrosio, aunque sin olvidar a otros padres.

1. LA METODOLOGÍA CATEQUÉTICA. Padres griegos y latinos utilizan la misma metodología catequética. El punto de partida de la catequesis es la celebración misma del sacramento. No dan, pues, ya al principio una definición del bautismo, ni tratan en seguida de hacer remontar hasta Cristo la institución de dicho sacramento. Desde la celebración del bautismo se remontan los padres a sus preparaciones tipológicas. Tampoco van buscando en estos tipos una explicación del bautismo: más bien los contemplan como unos hechos históricos reales, que ahora llegan a ser más reales todavía con su actuarse en Cristo, que es el antitipo, es decir, la actualización definitiva del plan de salvación. Partiendo de aquí y después de haber descrito y explicado los ritos, pasan los padres a las aplicaciones morales y existenciales del caso.

En su tratado De sacramentis, san Ambrosio es particularmente fiel a este esquema. Su intención no es explicar los ritos en sí mismos, sino mostrar su más hondo significado para la vida cristiana. Y se sirve para ello, como base, del simbolismo de los ritos y del de la Escritura. Esta catequesis analítica es mistagógica, es decir, se imparte después de haber tenido lugar la experiencia sacramental". Veamos su aplicación a los ritos principales.

a) La renuncia. Tiene lugar después de haber entrado en el baptisterio y en vista de la fuente de la gracia. Existe una lucha, y la unción que la acompaña es la del atleta de Cristo: el cristiano es un "profesional de la lucha"". Pero allí donde hay un combate, hay también un premio. La renuncia es un compromiso, y con ella es como el cristiano lo rubrica y lo suscribe ante un ministro, es decir, ante un representante de Dios, y por tanto ante el cielo, y no solamente ante la tierra. Según san Basilio, renunciando a los ángeles de Satanás se renuncia a los hombres, que son instrumentos de Satanás. Teodoro de Mopsuestia nos da su lista: los que propagan el error, los poetas de la idolatría, los dados al vicio Para Cirilo las pompas del demonio son los espectáculos, las carreras de caballos y las vanidades mundanas.

b) La bendición del agua. Para explicar este rito aprovecha san Ambrosio sus hondos conocimientos bíblicos. Quiere demostrar él cómo, aunque aparentemente semejante a cualquiera otra, el agua bautismal es totalmente distinta. Para lograrlo recurre a los tesoros de la tipología bíblica que los catecúmenos han descubierto ya con la ayuda de las lecturas de las liturgias preparatorias al bautismo. El mar Rojo, la curación de Naamán en el Jordán, el bautismo de Cristo, la roca del Horeb, el diluvio, la piscina de Betesda, Eliseo, que hace flotar en el agua el hierro de la segur; todas estas preparaciones van evocándose para llegar después al agua de la fuente bautismal, que consagrará el obispo. Las figuras del AT no son ilustraciones, sino realidades. Los padres utilizan todos, en sus catequesis sobre el agua, este conjunto de tipologías, subrayando particularmente aquellas que facilitan la comprensión del sacramento.

Creación y diluvio son los tipos a los que con más frecuencia recurren los padres. El tema de las aguas de la creación permite la apelación al Espíritu: aquel mismo Espíritu que habrá de recrear el mundo destruido. De ahí la relación entre el Espíritu que aletea sobre las aguas primitivas y el Espíritu del bautismo en el Jordán'. Y puesto que la salvación se nos da por medio del agua no es difícil desde ahí pasar a la imagen del pez: el monograma de Cristo, ICTUS, que significa "pez". También nosotros somos peces, y no puede la tempestad hacernos perecer. El diluvio ocupa asimismo un puesto importante en la tipología bautismal. Después del diluvio sobrevive un pequeño resto, un grupo de salvados con vistas a la alianza: el arca se convierte así en tipo de la iglesia (1 Pe 3,18-21). Se recurre también al mar Rojo por su significado pascual y escatológico (1 Cor 10,2-6). Moisés es figura de Cristo guiando a su pueblo.

En el tema del Jordán, el pensamiento teológico parte en tres direcciones. 1) Josué, figura de Cristo, atraviesa el Jordán para entrar en la tierra prometida; Jesús se encuentra en el Jordán cuando le anuncian la muerte de Lázaro, a quien él resucitará. Se trata indudablemente de temáticas afines: bautismo en el agua del Jordán y resurrección para una nueva vida. 2) Elías atraviesa el Jordán antes de ser arrebatado al cielo: el hecho evoca la travesía del mar Rojo. La segur de Eliseo flotando sobre las aguas del Jordán relaciona el bautismo con el madero de la cruz. 3) La curación de Naamán, el sirio, que tiene lugar en las aguas del Jordán.

Tales son los temas tipológicos que encontramos en toda la catequesis patrística. No todos pueden utilizarse en la catequesis actual; pero todos contienen elementos aun hoy indispensables para una catequesis que quiere fundamentarse en la Biblia y en la liturgia.


XII. Visión sintética del nuevo rito del bautismo de los niños

A la luz de la tradición, ilustrada panorámicamente en la anterior perspectiva histórico-evolutiva, y como conclusión de todo lo expuesto, creemos útil añadir alguna breve anotación sobre el nuevo rito del bautismo de los niños reformado por el Vat. II, al servicio de la celebración, mientras que para los aspectos catequético-pastorales nos remitimos a -> Iniciación cristiana, VI.

El nuevo rito consta de cuatro momentos: rito de acogida; liturgia de la palabra; liturgia del sacramento; ritos finales.

La acogida de los niños manifiesta la voluntad de los padres y de los padrinos y el propósito de la iglesia de celebrar el sacramento del bautismo, voluntad y propósito que los padres y el celebrante expresan con la signación de los niños en la frente (OBP, ib, 16, p. 42). El diálogo inicial con que padres y padrinos declaran ser conscientes de las responsabilidades que asumen será tanto más auténtico y significativo cuanto más sea fruto de una preparación anterior y eficaz. La señal de la cruz en la frente de los niños —por parte del celebrante, primero, y por parte de los padres y padrinos, después— es un primer gesto de acogida dentro de la iglesia, y una como introducción a toda la iniciación cristiana o participación sacramental en la muerte y resurrección de Cristo.

La celebración de la palabra tiene por finalidad avivar la fe de los padres, de los padrinos y de todos los presentes; con "la homilía, que puede acompañarse de un momento de silencio" (OBP, ib, 17, p. 42), se prepara la comunidad cristiana a profesar la fe en nombre de los niños y a comprometerse en su formación cristiana hasta hacerles llegar a ser adultos en la fe. Es esto lo que se pide en la oración de los fieles —que pueden preparar y en la que pueden participar los familiares—, a la que se añaden las Invocaciones de los santos.

La oración del exorcismo y el gesto de la unción con el óleo de los catecúmenos muestran la liberación del pecado original y la llamada a luchar con Cristo por el bien.

La celebración del sacramento comienza con la solemne plegaria de la bendición del agua, hermosa catequesis sobre el agua en la historia de la salvación hasta el bautismo instituido por Cristo; sigue el compromiso solemne de los padres y padrinos en nombre del niño (renuncia a Satanás, profesión de fe, explícita solicitud del bautismo). El rito central del bautismo puede realizarse por inmersión, "signo sacramental que expresa más claramente la participación en la muerte y resurrección de Cristo", o por infusión del agua en la cabeza del niño, acompañadas una u otra con la fórmula trinitaria, que permite la comprensión de las nuevas y misteriosas relaciones del bautizado con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El primeró de los ritos posbautismales, la unción crismal, "significa el sacerdocio regio del bautizado y su incorporación en la comunidad del pueblo de Dios" (OBP, ib, 18 c, p. 42). La entrega de la vestidurablanca y de la candela, que el padre del niño enciende con la llama del cirio pascual, expresan la nueva dignidad del bautizado y la luz de la fe que se le ha otorgado al niño y se le ha confiado a la familia. El rito del Effetá reitera el gesto de Cristo implorando para el neobautizado la capacidad de acoger la palabra de Dios y anunciarla a los hermanos.

Los ritos finales reúnen a la comunidad en torno al altar para la recitación del padrenuestro y para subrayar cómo los pequeños bautizados un día "recibirán por la confirmación la plenitud del Espíritu Santo. Se acercarán al altar del Señor, participarán en la mesa de su sacrificio y lo invocarán como Padre en medio de su iglesia" (RBN 134). La bendición final a las madres, a los padres y a todos los presentes invoca una vez más la felicitación y el compromiso de "dar testimonio de la fe ante sus hijos, en Jesucristo nuestro Señor" (RBN 135).

A. Nocent