III

LA EUCARISTÍA COMO SACRAMENTO
FUERA DE LA
MISA


No es la presencia eucarística «dinámica» de Cristo la que aquí ocupa el lugar más destacado, sino la «estática». La «dinámica» es la presencia del Señor en la comunidad que celebra la eucaristía; El está presente en la predicación de la palabra, en el ministro que desempeña el servicio de principal y, por último, en las especies consagradas en las que se entrega a los suyos, para que participen, a través de El, en la vida divina (SC 7). En la comunión, los fieles dejan que su sacrificio acontezca dentro de sí mismos, penetran en la completa anáfora del mundo hacia el Padre y participan en los misterios de la redención que se consuman en la celebración. No obstante, la presencia de Cristo en las especies eucarísticas no va unida, según la fe católica (y ortodoxa) al tiempo de la liturgia 110, sino que se mantiene «estática» una vez pasada la celebración: en el pan y en el vino, Cristo ofrece su cuerpo y su sangre perpetuamente a los suyos para que los consuma como remedio que procura la vida eterna aun si no se celebra la eucaristía misma. Sin embargo, ese remedio siempre quiere ser consumido, y toda veneración al que por su ingente amor está presente en las especies eucarísticas, debe conducir a la recepción, nueva cada vez, de los dones divinizadores.


1. La administración de la comunión fuera de la misa

Los primeros rastros de la recepción de la comunión fuera de la misa se encuentran en la Iglesia de la antigüedad. El deseo de recibir la comunión a diario o frecuentemente, es decir, en días sin liturgia, trajo consigo la práctica, atestiguada desde el siglo II, de llevarse la eucaristía a casa para consumirla 111. La

  1. Cfr. la encíclica de Pablo VI, «Mysterium fidei» del 3. 9.1965, DH 4411 con referencia al concilio de Trento: DH 1642.

  2. Cfr. Nußbaum, Aufbewahrung 266-291.

asiduidad de las celebraciones eucarística, aunque también la preocupación por su abuso e insuficiente veneración tuvieron como consecuencia en los siglos V y VI la desaparición de la comunión en casa; si bien, siguió siendo distinto el proceder en los monasterios que carecían en su seno de algún sacerdote que pu-diese celebrar la eucaristía 112.

La costumbre de repartir la sagrada comunión dentro de la Iglesia, aunque fuera de la misa, surgió a consecuencia del problema de que en la Edad Media la recepción de la comunión por parte de los fieles se fue haciendo cada vez más infrecuente. Con ello, en el concilio Lateranense IV (1215) se decidió que todo cristiano debe recibir el sacramento al menos una vez al año, y, más explícitamente, en el tiempo pascual 113. En los infrecuentes días de comunión, se daba una afluencia tal de fieles, que la misa se hubiese demorado en exceso a causa de la administración de la comunión, con lo que, por motivos prácticos, se empezó a administrar la comunión fuera de la misa.

Esta separación de la comunión y la celebración de la misa tuvo dos consecuencias trascendentales: mientras que en la Iglesia de la antigüedad todavía se sentían como problema 114 las partículas eucarísticas sobrantes, y la eucaristía sólo se guardaba para la comunión de los enfermos y el viático de los moribundos, en este momento se empezó a consagrar «con miras al almacenamiento» 115 pero la íntima conexión existente entre la celebración de la misa y la comunión no sólo se había perdido de vista, también el hecho mismo de que se comulgase fuera de la misa, condujo a una devoción individualista de la comunión («Jesús como huésped de mi alma»). La celebración misma de la misa era precisamente esa acción sacrificial necesaria que origina la presencia real para poder recibir a Cristo en la comunión «privada». Si bien el concilio de Trento ya había recomendado la recepción de la comunión dentro de la misa 116, sin embargo su recepción fuera de ella siguió siendo corriente en época moderna hasta el Movimiento Litúrgico. Sin la posibilidad (no impugnable desde el punto de vista del dogma) de cuestionar la administración de hostias preconsagradas, sin plantear, en principio, preguntas acerca de la administración de la comunión fuera de la misa, Pío X alaba explícitamente en su Mediator Dei la comunión de los fieles en la celebración de la misa y la recepción de las hostias que en ella se consagraban 117. Ambos aspectos los recomienda también la Constitución sobre

  1. Cfr. Meyer, Eucharistie 550ss.

  2. DH 812.

  3. Cfr. Jungmann MS II, 504-506.

  4. Cfr. a este respecto: P. Browe, Wann fing man an, die in einer Messe konsekrierte Hostien in einer anderen Messe auszuteilen? en ThGI 30 (1938), 388-404.

  5. DH 1747: «in singulis missis».

  6. Cfr. Mediator Dei: AAS 39 (1947), 521-599, aquí 565.

la sagrada liturgia (SC 55) calificándolos de perfectior Missae participatio. Sin embargo, la comunión fuera de la misa se practicó en diversos lugares hasta la reforma litúrgica. Según el fascículo del Rituale, publicado el 21 de junio de 1973 con el título de De sacra communione et cultu mysterii eucharistici extra Missam 118, la regla general es la comunión en la misa 119, y en parecidos terminos según el c. 918/CIC 1983; aunque, fuera de la misa, se ha de administrar a aquellos que lo soliciten «iusta de causa», «servatis liturgicis ritibus».

¿Qué pasa con esos ritos? El fascículo del Rituale ofrece dos formularios, uno con un rito completo de la liturgia de la palabra y otro con un rito breve. El primer formulario abarca la salutación, el acto penitencial, las lecturas, las súplicas, padrenuestro, invitación a la comunión y administración del sacramento, oración conclusiva, bendición final (o solicitud de bendición en caso de que el celebrante sea un laico) y despedida. El segundo formulario prescribe sólo una breve sentencia de las Escrituras en lugar de la lectura.

La conexión de la administración de la comunión con una liturgia de la palabra pasa por ser, en muchos lugares, la regla general del servicio divino dominical de la comunidad sin sacerdote. Hasta la actualidad, se discute la cuestión de si un servicio divino de tal naturaleza se debe asociar, en modo alguno, a la administración de la comunión. En contra de una posible administración, se puede argumentar basándose SC 7: Cristo está también presente en su palabra; El está en el momento en que la Iglesia se reúne para la congregación litúrgica. Si la administración de la comunión forma siempre parte del servicio divino celebrado sin sacerdote, se teme que retorne la devoción de la comunión aislada de la celebración de la misa del mismo modo como lo han hecho otras formas dudosa y supuestamente superadas de la espiritualidad eucarística (p. ej. la devoción contemplativa) 120. Por motivos pastorales, otros dan preferencia a la administración de la comunión en un servicio divino de tales características, y así se expresa también el Directorio de la Congregación para el culto divino de 1988 121. Meyer considera que la presente discusión está caracterizada por la tensión existente entre las reflexiones pastorales y los motivos litúrgico-teológicos y, respecto a la cuestión de la administración de la comunión, opta más bien por una actitud de moderación 122.

  1. Kaczynski nn. 3060-3108.

  2. Kaczynski n. 3075.

  3. Cfr. p. ej. Nußbaum, Gemeindegottesdienst 72-74.

  4. Directorium de celebrationibus dominicalibus absente presbytero, en Notitiae 24 (1988) 366-378.

  5. Cfr. Meyer, Eucharistie 559, sobre la cuestión en su totalidad 556-559.


2. La comunión de enfermos y la administración
    de los últimos sacramentos

Justino menciona expresamente que los diáconos llevan a los ausentes el alimento eucarístico, con lo cual se ha de pensar con certeza también en los enfermos. Inocencio I subraya en su carta al obispo Decencio de Gubbio del año 416 que ningún penitente debe morir sin recibir la eucaristía. Sin embargo, hasta los inicios de la Edad Media, la comunión de enfermos carecía de una estructura ritual fija: les era llevada a los enfermos inmediatamente después de la misa 123. Dado que, en esta época, el estado de gravedad en la enfermedad implicaba, en la mayoría de los casos, también la muerte, la comunión de enfermos se desplazó hasta entrar en los ritos celebrados como conclusión de la vida y se administraba —después de precederle la confesión— en virtud de la unción de enfermos (la «extremaunción»). En la Edad Media y a comienzos de la Edad Moderna, la comunión de enfermos configuró una estructura que constaba de elementos de la misa (padrenuestro, salutación de paz, invitación a la comunión y su administración) y otros además de éstos (p. ej. aspersión del agua bendita al principio, profesión de fe, o dado el caso, preguntas sobre la fe, acto penitencial). En el Rituale Romanum de 1614 (V, 4) la comunión de enfermos se distinguía del viático de enfermos en caso de peligro de muerte exclusivamente por la fórmula de administración 124.

El rito renovado de la comunión de enfermos consta de salutación, aspersión con agua bendita, acto penitencial, lectura de la Escritura, padrenuestro e invitación a la comunión: «Mirad el cordero de Dios», preparación: «Señor, no soy digno», alocución de invitación, administración de la comunión con su fórmula, bendición. Los ministri ordinarii son los sacerdotes y los diáconos, aunque también los acólitos y los ayudantes en la comunión aportan su contribución para administrarle al enfermo la eucaristía lo más frecuentemente que sea posible 125.

Se considera como sacramento de enfermos propiamente dicho la comunión de enfermos en peligro de muerte, el viático. Su administración ocupa un lugar preferencial sobre la confirmación en caso de peligro de muerte y la unción de enfermos. En el fundamento de la administración del viático, que también puede tener lugar dentro de la celebración de la misa, reside el rito de la comunión de enfermos, aunque modificado con los siguientes elementos: introducción, concesión de la indulgencia plenaria, profesión de fe, textos es-

  1. Cfr. Nußbaum, Aufbewahrung 94-96.

  2. Cfr. Rituale Romanum Tit. V, 4, 19-20.

  3. Cfr. Meyer, Eucharistie 552s.

pecíffcos de las letanías, fórmulas específicas de administración («Que el Se-ñor te proteja y te lleve a la vida eterna») y salutación conclusiva de paz. Aun en el caso en que con el viático se administre la unción de enfermos (y la confirmación), «el ordinario de este servicio divino sigue siendo, fundamentalmente, el de la celebración del sacramento que se administra en peligro de muerte, el viático, suprimiendo sólo la lectura de las Escrituras; los demás sacramentos se insertan entre las letanías y el padrenuestro» 126. Conforme a CIC/l 983 c. 911, 1, el celebrante que regularmente administra el viático es, excepto en caso de necesidad, el cura párroco, el superior de un monasterio o, en su caso, una institución religiosa.


3. La veneración de la eucaristía

La veneración del Cristo que está presente en la eucaristía constituye una peculiaridad de la espiritualidad y la liturgia católica, que incluso se reforzó durante la Reforma con la puesta en duda de la fe eucarística de la Iglesia. En la Contrarreforma y el Barroco, «la veneración y glorificación del sacramento, al que se consideraba que los reformadores habían violado sacrílegamente, pasa a ocupar un lugar tan privilegiado, que se siente la inclinación de considerar a la misa, en suma, fundamentalmente desde ese punto de vista» 127.

La historia de la conservación de la eucaristía presenta múltiples cambios. En oriente, se dio una tendencia a no dejar que sobrase ningún resto de los dones eucarísticos 128. Hasta entrada la Alta Edad Media, se procuraba consagrar sólo cuanto se necesitase para la comunión en la misa y para el viático 129. La eucaristía se guardaba primordialmente para la comunión en días eucarísticos así como para el viático y la comunión de enfermos, y no con objeto de su veneración. Para ello, se hacía uso de unos recipientes (capsa, pyxis) que, cuando dejó de practicarse la costumbre de llevarse la comunión a casa, ocuparon su propio espacio en un lugar contiguo a la iglesia. A partir de la Baja Edad Media, se fue estableciendo una conexión entre el lugar de custodia de la eucaristía y el altar (el tabernáculo del altar, el artophórion, pequeña arca en forma de torre en

  1. Cfr. R. Kaczynski, Wegzehrung: GdK 8, Abschnitt 432. Regensburg 1984, 220s.

  2. Jungmann MS I, 199.

  3. Sobre el trato que reciben las hostias sobrantes en oriente y occidente cfr. Browe, Wann fing mar an... 388-396.

  4. Esto tiene validez incluso para el siglo XIII, cfr. Browe a.c., 395: las hostias sobrantes así como las destinadas al viático las consume el sacerdote en caso de que para la comunión de enfermos en peligro de muerte haya consagrado nuevas partículas. Respecto a la tesis de que la industria del peregrinaje en Jerusalén (¡rito latino!) conllevó que se repartiese hostias consagradas en una misa anterior, lo que llegó a occidente a través de los cluniacenses, cfr. a.c., 397s.

las iglesias bizantinas, el tabernáculo colgante en forma de «paloma eucarística» tanto en oriente como en occidente) 130, hasta que finalmente, con la acentuación contrarreformadora de la presencia permanente, el tabernáculo sobre el altar mayor acabó convirtiéndose en el centro de la configuración del espacio de la iglesia 131. Una forma secundaria, que, a su vez, desapareció en época postridentina, fue la del sagrario de las iglesias góticas. La posición central del tabernáculo manifiesta una transformación en la motivación de la conservación de la eucaristía: se guarda el sacramento de la eucaristía para venerarlo, y se establece una distinción gradual de la presencia de Cristo, dependiendo de si la forma eucarística está presente o no, conforme a lo cual se orienta la actitud de los fieles (p. ej. genuflexión en lugar de reverencia) 132.

Como formas de la veneración eucarística se desarrollaron la procesión del sacramento, la exposición de la eucaristía, los actos de devoción del sacramento y la bendición eucarística. En este aspecto, desempeñó un papel decisivo la introducción de la festividad del Corpus Christi con la procesión del sacramento 133. La manifestación no velada de la eucaristía dio pie a la evolución de una exposición que se fue extendiendo cada vez más también fuera de la octava del Corpus Christi hasta la celebración, muy problemática desde el punto de vista de la teología litúrgica, de la misa ante el Santísimo expuesto. Teniendo como punto de partida a los países de lengua alemana, desde el siglo XIV fue arraigando la costumbre de exponer la eucaristía al final de las horas canónicas del oficio divino. A partir de aquí, se desarrollaron también las devociones eucarísticas con la bendición sacramental como momento culminante. La forma de esta celebración se fijó por escrito por primera vez en el Caeremoniale Episcoporum del año 1600, tuvo acogida en el Rituale Romanum de 1614 (Tit. X, 5, 5-7) y se convirtió en la conclusión habitual de toda exposición 134 pública del Santísimo. Formas especiales de las devociones eucarísticas las constituyen desde el siglo XVI la oración de las cuarenta horas y la adoración eterna. La oración de las cuarenta horas está enraizada en la costumbre no sólo de emplear para la sepultura del viernes santo, la cruz o una escultura del cuerpo de Cristo, sino también de exponer el Santísimo –algunas veces cubierto con un velo– y de adorarlo durante el tiempo de su reposo sepulcral. Partiendo de esta tradi-

  1. Sobre la paloma eucarística cfr. J. Braun, Der christliche Altar in seiner geschichtlichen Entwicklung. 2 vols., Munich 1924, 11, 608-616.

  2. Sobre el tabernáculo del altar cfr. o.c., 623-647. Las primeras instrucciones jurídicas acerca del tabernáculo del altar proceden de san Carlos Borromeo en su Instructio fabricae ecclesiae (Acta Eccl. Mediol. 568), cfr. Braun, o.c., 645.

  3. Cfr. Meyer, Eucharistie 582-585.

  4. Cfr. Browe, Verehrung 91-115: Die Prozession am Sakramentsfeste.

  5. Contrariamente a la «exposición privada», en la que el Santísimo permanece custodiado en un recipiente cerrado.

ción, en el año 1537 en Milán el capuchino Josef de Ferno introdujo la oración eterna que comenzaba en la catedral y, a lo largo de todo el año, continuaba en otras iglesias 135.

«Una transformación decisiva en la concepción de la eucaristía y, con ello, también en la cuestión de la veneración de la liturgia la encabezó el Movimiento Litúrgico y, como consecuencia de ella, el concilio Vaticano II. El documento que abrió la brecha a esta trasformación fue la instrucción "Eucharisticum mysterium" del 25.5.1967» 136. En él, se trae a la memoria el motivo principal de la conservación de la liturgia: el viático; sólo a continuación, se menciona la administración de la comunión fuera de la misa así como la veneración de la eucaristía 137. La tercera parte de esta instrucción está enclavada en el tras-fondo de la elaboración del fascículo del ritual De sacra communione et cultu mysterii eucharistici extra Missam del 21 de junio de 1973. También aquí se expone una regulación más exhaustiva en el tercer capítulo, De variis formas cultus sanctissimae Eucharistiae tribuendi. La fuente y la cumbre de cualquier devoción eucarística es la celebraciónd de la eucaristía. Todas las demás formas de devoción derivan de ella y deben guiar a los fieles hacia ella 138.

La exposición y la bendición eucarística deben acontecer a continuación de la celebración de la misa y con una hostia consagrada en ella; con ello, se ha de expresar que la eucaristía está concebida para su consumición. Se prohíben las exposiciones durante la misa. Además, toda exposición tiene que ir unida a un breve acto de devoción y la adoración en silencio; las oraciones y cantos se han de escoger entre aquellos que se refieren al misterio eucarístico. También la hostia que se porta en una procesión eucarística debe consagrarse en la misa que se celebra previamente 139. Todas las formas de la veneración eucarística 140 van dirigidas al Señor, que se ha entregado por nosotros y, una y otra vez, se entrega como remedio que confiere la vida eterna. Su amor de redentor exige que el que le adore le perciba en la meditación contemplativa de su presencia eucarística; unido éste a Él en la comunión y dejando que actúe en sí mismo, personalmente, en su condición individual, la ofrenda que se entrega por todos, su amor ha de despertar el hambre por unirse a Cristo y, por El, al Dios Trino, sin olvidar la unión (intercesora) que a través de Él se establece entre hermanas y hermanos.

  1. Cfr. Meyer, Eucharistie 591ss.

  2. Ibid., 588. Sobre la instrucción misma: Kaczynski nn. 899-965, merece atención en este con-texto sobre todo la parte III: De cultu sanctissimae Eucharistiae prout est sacramentum permanens, Kaczynski nn. 947-965.

  3. Kaczynski n. 947.

  4. Kaczynski n. 3087.

  5. Cfr. Meyer, Eucharistie 594ss., Kaczynski nn. 3090-3104, CIC/1983 can. 941 § 2.

  6. Cfr. Meyer, Eucharistie 601 ss. Cfr. a este respecto también Catecismo nn. 1378-1381.

Michael Kunzler
La Liturgia de la Iglesia


BIBLIOGRAFÍA

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O. Nußbaum, Die Aufbewahrung der Eucharistie, Bonn 1979 (Theophaneia 29). 0. Nußbaum, Sonntäglicher Gemeindegottesdienst ohne Priester. Liturgische und pastorale Überlegungen, Würzburg 1985.