LA LUZ COMO SÍMBOLO
LUZ/SIMBOLO


Durante la Cincuentena Pascual encendemos en todas las 
celebraciones el Cirio Pascual. Y en otros muchos momentos damos 
un lugar expresivo al simbolismo de la luz. 

En la civilización de la luz artificial ¿sigue teniendo sentido la luz de 
unas velas o unas lámparas? 

Si fuera sólo por una finalidad utilitaria, posiblemente no. Pero 
evidentemente la luz en la liturgia tiene una eficacia pedagógica 
distinta: el simbolismo expresivo de algo o de alguien que 
consideramos importante en nuestra celebración. 

Como, por otra parte, sucede con frecuencia en nuestra vida. ¿Por 
qué adornamos con unos candelabros, más o menos bonitos, una 
mesa festiva de bodas, si ya en la habitación hay luz abundante? ¿No 
podrían en Lourdes iluminar la gran plaza con potentes focos? Sí, pero 
entonces se perdería el hermoso simbolismo de la procesión de 
antorchas... 

La noche de la luz

PAS/VIGILIA/LUZ: En nuestro Año Litúrgico hay una celebración 
cuyo comienzo es en verdad un juego simbólico de la luz: la Vigilia 
Pascual: 

—el pueblo, congregado en la oscuridad, ve cómo nace un nuevo 
fuego (esta noche todo es nuevo) y de él se enciende el Cirio Pascual, 
símbolo de Cristo, 

—y tras El marcha la comunidad ("el que me sigue no andará en 
tinieblas") cantando por tres veces un grito de júbilo: "Luz de Cristo", 
"Lumen Christi", o bien el canto antiquísimo en que las comunidades 
cristianas expresaron su fe en Cristo: "Oh Luz gozosa...", 

—y cada vez se van encendiendo más cirios pequeños: los 
cristianos quedan contagiados de la Luz de Cristo, personalizando el 
simbolismo, a la vez que la iglesia se ilumina con más luces (aunque 
es mejor no encender todos los focos en este momento: la plenitud de 
iluminación gozosa podria subrayar pedagógicamente el momento en 
que se pasará de las lecturas del A.T. a las del N.T.)... 

—el cantor del Pregón Pascual entona a continuación las alabanzas 
de la feliz noche, iluminada por la Luz de Cristo. 

No necesita muchas explicaciones en esta Vigilia el simbolismo de la 
luz. Es evidente su intención, que no se queda sólo en una 
"información", sino que contagia y engloba a los creyentes, 
comunicándoles con su fuerza expresiva el entusiasmo del misterio 
celebrado: "la noche iluminada... ahuyenta los pecados, lava las 
culpas, devuelve la alegría a los tristes..."

Si se hace bien, es magnifica la eficacia de toda la sucesión de 
signos: la oscuridad de la noche (y no las últimas horas de la tarde), el 
fuego, el Cirio hermoso y nuevo, la procesión, la progresiva 
comunicación de la luz a cada participante, la iluminación de la iglesia, 
el pregón... 

La Iglesia, como esposa llena de gozo, sale al encuentro de su 
Esposo en esta noche, como una comunidad de "vírgenes prudentes", 
con la lámpara encendida, después de la larga espera de la 
Cuaresma... 

Es interesante que en la alabanza del Pregón también se incluye la 
cera, la materia prima del Cirio. Todo él se convierte así en el 
simbolismo de Cristo, en su humanidad y divinidad, que nos comunica 
con su Resurrección la luz y el calor de su Nueva Vida. 

CIRIO-PASCUAL: El tiene grabadas un "alfa" (A) y una "omega" (O), 
la primera y la última letras del alfabeto griego, expresando que Cristo 
es el principio y el fin de todo, el que abarca todo el tiempo. El año 
también queda marcado en este Cirio, para indicar que la Pascua es 
siempre nueva, siempre eficaz: es en este año cuando Cristo nos 
quiere hacer participes de toda la fuerza salvadora de su Misterio 
Pascual. Y también hay un último detalle: la Cruz grabada en el Cirio. 
El Misterio Pascual supone un doble momento: el paso a través de la 
Muerte hacia la Vida. 

Este Cirio iluminará desde esta noche todas las celebraciones de la 
comunidad cristiana, también las de la Liturgia de las Horas, durante la 
Cincuentena. No sólo hasta el día de la Ascensión, como se hacia 
antes, porque seria dar un tono "historizante" a nuestra fe en la 
presencia de Jesús, que en efecto se ocultó visiblemente en la 
Ascensión. Sino hasta la tarde de Pentecostés, cuando se completan 
esas siete semanas, el Tiempo Pascual, que celebramos como un 
gran día de fiesta: así subrayamos el tono "mistérico" de esa 
Presencia del Señor Glorioso en medio de nosotros. 

No es el único momento, a lo largo del Año Cristiano, en que la luz 
aparece como una categoría simbólica para expresar y celebrar el 
Misterio de Cristo: la fiesta de Navidad y la de la Epifania cantan la 
Aparición de Cristo Mesías bajo esta imagen de la Luz. También la 
Presentación del Señor en el Templo, el 2 de febrero, la popular fiesta 
de la Candelaria, tiene en las velas iluminadas un simbolismo evidente, 
el último eco de la Navidad, con clara alusión a las palabras proféticas 
del anciano Simeón, que afirmó que ese Niño iba a ser "luz para 
alumbrar a las naciones". 

Bautismo y Exequias, principio y fin

Los ecos de la Pascua, con el simbolismo de su Cirio, alcanzan 
también a dos celebraciones sacramentales muy significativas. 
En el Bautismo encendemos el Cirio Pascual como recuerdo gráfico 
de que al ser bautizados participamos en la Pascua del Señor. ¿No es 
este Sacramento, según Pablo, la inmersión con Cristo en su Muerte y 
Resurrección? 

De este Cirio, símbolo de la Luz y de la Vida de Cristo, se 
encienden para los varios bautizados unos cirios pequeños, a ser 
posible nuevos, aportados por la propia familia, y que luego se pueden 
conservar como recordatorio de lo que ha sido el Bautismo. Las 
palabras del ministro dicen claramente la intención del gesto: "a 
vosotros, padres y padrinos, se os confia acrecentar esta luz. Que 
vuestros hijos, iluminados por Cristo, caminen siempre como hijos de 
la luz". 

Aunque el signo central del Bautismo es la inmersión en el agua, el 
simbolismo de la luz añade expresividad al misterio que se realiza: la 
vida nueva que el Espíritu dio a Cristo en la Resurrección (el Cirio) es 
comunicada ahora a cada uno de los bautizados (el cirio personal). No 
en vano, en los primeros siglos se hablaba del Bautismo como de la 
"Iluminación". 

También en las Exequias se enciende el Cirio Pascual. Es un rito 
que puede dar un tono pascual a este momento culminante de la vida 
cristiana. Esta persona que empezó su camino a la luz de Cristo 
Glorioso lo acaba ahora a la misma luz. El Bautismo le incorporó a la 
Pascua y la muerte le ha introducido definitivamente en la Luz sin fin. 
En ambas ocasiones es interesante que el Cirio no esté ya 
encendido cuando se reúne la comunidad, sino que sea como el 
primer rito de entrada, hecho con significatividad. 

Las velas en la Eucaristía

Cuando celebramos la Eucaristía colocamos en el altar, o cerca de 
él, dos o más velas encendidas: una costumbre que parece empezó 
hacia el siglo XI y que pronto se generalizó. Tal vez se deriva de otra 
más antigua: acompañar la entrada del obispo o del presidente de la 
celebración, en la procesión inicial, con candeleros encendidos como 
signo de respeto. 

También ahora, si hay esta procesión, se pueden llevar los ciriales 
durante la misma, para dejarlos sobre el altar o en un lugar cercano.
Su significado lo indica la introducción al Misal: "como expresión de 
veneración o de celebración festiva" (IGMR 269). Como en una mesa 
en que se celebra algo festivo y solemne, estas velas, además de su 
evidente tono de ornato estético, pueden recordarnos a todos el 
misterio profundo que está sucediendo entre Cristo, presente 
realmente entre nosotros desde el principio, y una comunidad que 
cree en El y le acoge con atención y amor.

Conviene que sean candeleros sencillos y hermosos, no demasiado 
altos, que "no impidan a los fieles ver fácilmente lo que sobre el altar 
se hace o se coloca" (IGMR 269), y con un número proporcional a la 
festividad del día: si cada día ponemos dos, los domingos podríamos 
muy bien aumentar el número, y más todavía en las grandes 
solemnidades. Y estos candeleros es mejor que estén encendidos 
desde el principio de la celebración, porque tanto la fiesta como la fe 
en la presencia de Cristo no sólo se concentran en la parte 
propiamente eucarística, sino ya desde la Palabra y la reunión de la 
misma comunidad con el presidente.

También para el evangelio, si hay una procesión, juegan estos 
candeleros encendidos un papel interesante. Entre otros signos de 
respetuosa atención hacia la Palabra de Cristo (ponerse de pie, 
incensar el libro, hacer la señal de la Cruz, besar el libro, cantar una 
aclamación...), esas luces portadas por los acólitos han tenido 
tradicionalmente su pequeña expresividad, que en algunos días más 
festivos no está mal que pongamos por obra. 

Luego, después de la celebración, la lámpara encendida ante el 
Sagrario—otra vez la luz—nos recordará que Cristo sigue estando ahí, 
como Pan disponible para nosotros. A la vez nos invitará a una oración 
adorante ante el Señor Resucitado. Si los judíos, ya en el A.T., 
expresaban su fe en Yahvé alimentando continuamente una llama de 
aceite en su presencia, y sobre todo con el candelero de siete brazos 
(Ex 25,31 y 27,20), cuánto más nosotros, los que hemos recibido de 
Cristo el don inefable de su presencia sacramental eucarística.

Naturalmente, también en las celebraciones de adoración, las 
Exposiciones de la Eucaristía, se encienden las correspondientes 
velas: por cierto que el Ritual del Culto (n. 85) dice que el mismo 
número que las que solemos utilizar para la Misa (aunque la 
traducción castellana dice: "cuatro o seis de los usuales en la Misa", el 
latín decía: "quot scilicet in Missa habentur", tantos como en la Misa).

Otras celebraciones

Un simbolismo tan universal y transparente como el de la luz no 
puede faltar prácticamente en ninguna celebración. 

En la Liturgia de las Horas, ante todo, tiene un puesto "teológico": la 
luz es el elemento que, junto con la alabanza, se convierte en el 
contenido más notorio de Laudes y Vísperas. El sucederse del día y la 
noche, de la salida y el ocaso del sol, se vuelven símbolo del otro Sol, 
Cristo Jesús, y de la vida según la luz, en lucha contra la oscuridad del 
pecado. Ideas que tanto los himnos como las oraciones de estas 
Horas van repitiendo con diversos matices (cfr. IGLH 38-39). 

Pero además, sobre todo en los primeros siglos, hubo un rito 
simpático y significativo en la hora de las Vísperas, que tenía a la luz 
como centro: el Lucernario. Al caer de la tarde las comunidades 
cristianas empezaban su oración de Vísperas encendiendo ritualmente 
las lámparas: un gesto que pudo ser debido a la necesidad práctica, 
pero que muy pronto adquirió un sentido simbólico. La comunidad, a la 
vez que encendía y "ofrecía" las lámparas o velas, daba gracias a Dios 
por la luz indeficiente que nos ha dado en Cristo Jesús: "te 
bendecimos, Señor, por tu Hijo Jesucristo, por quien nos has iluminado 
manifestándonos tu luz incorruptible" (Hipólito, Trad. Apostol. cc. 
25-26). En la liturgia hispánica antigua este rito del Lucernario 
empezaba con el significativo saludo: "En el nombre de Nuestro Señor 
Jesús, luz con paz (lumen cum pace)". 

Hoy, prácticamente, conservamos este Lucernario sólo en la Vigilia 
Pascual, al inicio de la gran celebración. 

Tampoco conservamos ahora algunas de las celebraciones antiguas 
en que la luz jugaba papel especial: así, por ejemplo las profesiones 
religiosas en que la entrega de cirios encendidos quería expresar la 
entrega de la propia vida al Señor, tal como se practicaba en ciertas 
órdenes religiosas. Con ocasión de la fiesta de la Presentación del 
Señor, en Roma se ha celebrado los últimos años, sobre todo desde 
Pablo VI, una ofrenda simbólica de religiosas y religiosos bajo la forma 
de cirios encendidos. 

Habría que recordar otro de los ritos desaparecidos: el oficio de 
"tinieblas", en Semana Santa, en que se iban apagando 
sucesivamente las quince velas del candelero en forma de triángulo, 
reservando la última para representar a Cristo. 

Cristo, la luz verdadera

J/LUZ: ¿Cuál es el simbolismo de la luz en la liturgia? 

a) En la Biblia es a Dios a quien radicalmente se aplica el lenguaje 
relativo a la luz. Dios "habita en una luz inaccesible" (1 Tim 6,16), "Dios 
es Luz, en El no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1,5). O, como dice 
poéticamente el Salmista, "Dios mío, qué grande eres, vestido de 
esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto" (Ps 104,2). 
¿Cómo expresar lo que es Dios—verdad, vida, amor...—si no es 
recurriendo a este simbolismo tan profundo y sencillo a la vez, sutil y 
expresivo, de la luz? No es nada extraño que las Plegarias 
Eucarísticas, como la 4a. del Misal, alaben a Dios afirmando de El que 
es "Luz sobre toda luz" y que creó todas las cosas "para alegrar su 
multitud con la claridad de tu gloria". 

b) Pero cuando hablamos de la luz en liturgia, o cuando la hacemos 
entrar en el juego de los símbolos, es a Cristo sobre todo a quien nos 
referimos. 

Es una de las imágenes preferidas en el Evangelio: "la Palabra era 
la Luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9): pero el mundo 
no le recibió y prefirió la tiniebla; "yo soy la Luz del mundo: el que me 
siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 
8,12): palabras que proclamó Jesús precisamente en la fiesta de las 
Tiendas, la fiesta de las luces en el Templo de Jerusalén. Ya el 
anciano Simeón, en la Presentación de Jesús, había pronunciado las 
proféticas palabras: "Luz para iluminar a las naciones" (Lc 2,32). 

Si la primera página de la Biblia (Gen 1,3) se abría con la luz creada 
por Dios, como comienzo de toda vida, la última (Apoc 21,23ss) nos 
dirá que la nueva Ciudad, la Jerusalén del cielo, no necesitará ya de la 
luz del sol ni de la luna, "porque la ilumina la gloria de Dios y su 
lámpara es el Cordero... allí no habrá noche". 

No es extraño que la celebración litúrgica cristiana, en su "gramática 
simbólica", acepte este filón de la luz para sus fiestas de Navidad y de 
Pascua, principalmente. O que el Credo afirme que Cristo es "Luz de 
Luz"... 

Hijos de la Luz

c) Pero además de esta dirección más "vertical" del simbolismo de la 
luz, en nuestras celebraciones se apunta muchas veces a la vida del 
cristiano, a sus actitudes existenciales, tanto humanas como de fe: 

—la luz, en el lenguaje universal, es un símbolo espontáneo de la 
vida ("dar a luz", "ver la luz por vez primera", son expresiones 
íntimamente ligadas al nacimiento), de la verdad ("caminar a oscuras" 
es siempre sinónimo de ignorancia y confusión), del amor (mientras 
dura la "llama del amor" sigue viva la relación interpersonal)...; 

—la tiniebla, por el contrario, será siempre índice de la soledad, del 
frío, de la desorientación, del error, de la esclavitud; 

—para un cristiano la luz puede ser todo un discurso expresivo de 
que está en la esfera del amor, de la vida, de la verdad, de la cercanía 
de Cristo Jesús: llevar en la mano una lámpara o una vela encendida 
es un signo elocuente de esta convicción, así como de la actitud de fe 
y respuesta que Cristo exige de nosotros; 

—el tono escatológico aparece también como un matiz interesante: 
la parábola de las vírgenes prudentes que supieron esperar al Esposo 
con las lámparas encendidas es una imagen poética muy expresiva de 
una comunidad cristiana que -por ejemplo en el Adviento o en la 
Noche Pascual- espera ansiosa a su Señor; 

—la tarea que un cristiano ha recibido en esta vida no sólo es la de 
dejarse iluminar por la Luz de Cristo, sino también la de ser él mismo, 
a su vez, luz para los demás: "vosotros sois la luz del mundo... brille 
así vuestra luz delante de los hombres" (/Mt/05/14-16): ser luz para 
los demás, repartir calor, precisamente porque nosotros hemos 
recibido todo eso de Cristo; de modo que se pueda decir con verdad 
que los cristianos son "hijos de la luz" (Ef 5,8), cosa que deben 
demostrar sobre todo repartiendo amor: "quien ama a su hermano 
permanece en la luz" (1 Jn 2,10); 

—una lámpara, una vela encendida durante las celebraciones (o en 
la capilla ante el sagrario, o en nuestra habitación ante una imagen 
sagrada) es todo un símbolo de nuestra vida: suavemente, con 
humildad pero con constancia, un cirio se va consumiendo a la vez 
que da calor y luz; la existencia de un cristiano también está llamada a 
gastarse por los demás, dando un testimonio de amor y de verdad, o 
sea, de luz, consumiéndose lentamente, sin palabras altisonantes, con 
una luz que le brota de dentro: no es nada extraño que—como hemos 
dicho antes—la fiesta del 2 de febrero vaya poniendo de relieve la 
vida religiosa en la Iglesia como una ofrenda ante el Señor, muy bien 
expresada en la ofrenda de unos cirios encendidos... 

* * * * * *

La Luz de una lámpara dice poco o dice mucho. ¿O lo dice todo? 

Depende de cómo se la encienda y se la mire. 

Un Cirio Pascual puede ser elocuente o quedarse en un rito más o 
menos heredado de épocas pasadas. 

El símbolo de la Luz está pensado, en nuestras celebraciones, para 
ayudarnos a entrar en el misterio. La luz dice: Cristo, vida, cercanía, 
fe, atención, espera, verdad, felicidad, fiesta, amor... 

Entre la Luz de Cristo—plenitud de Vida y Verdad comunicativas— y 
la luz existencial de un cristiano—imagen sacramental, para el mundo, 
de la de Cristo—, están esas humildes velas que colocamos en el 
altar, o ese Cirio que preside las celebraciones principales, o la 
lámpara que arde continuamente ante el Señor Eucarístico: quieren 
ser signos de algo, no meramente una norma cumplida. Signos de que 
algo arde y está despierto en cada creyente y en la comunidad entera: 
la fe y la alegría de los que están convencidos de que Cristo les está 
presente y que en El se encuentra todo lo que esperan en esta vida y 
en la otra. 

JOSÉ ALDAZABAL
GESTOS Y SÍMBOLOS (I)
Dossiers CPL 24
Barcelona 1986.Págs. 57-63