LA IMPOSICIÓN DE MANOS
MANOS/IMPOSICION

Uno de los gestos más repetidos en la celebración de los Sacramentos 
es la imposición de manos. 

ES éste un gesto en verdad polivalente, con la elocuente expresividad 
de unas manos que se extienden sobre la cabeza de una persona o 
sobre una cosa, a ser posible con contacto físico. Puede indicar perdón, 
bendición, transmisión de fuerza... Su sentido queda concretado por las 
palabras que le acompañan en cada caso: "yo te absuelvo de tus 
pecados", "envía, Señor, tu Espíritu sobre este pan y este vino", "envió 
Señor la fuerza de tu Espíritu sobre estos siervos tuyos"... 

La mano ha sido siempre símbolo de la fuerza, del trabajo, de la 
comunicación interpersonal: la mano de Dios que obra proezas, la mano 
del hombre que manda, que pide, que toca, que comunica... La mano que 
quiere expresar la transmisión de algo invisible. 

El modo mejor para captar el sentido de la imposición de manos es 
repasar, aunque sea brevemente, los pasajes bíblicos del A.T. y del N.T. 
en que este gesto es empleado, y también su realización actual en los 
Sacramentos. 

Su sentido en el A.T. 

En verdad este signo lo hemos heredado del lenguaje simbólico de 
Israel en el que es muy variado el significado que se le da. 
A veces significa bendición. Así Jacob bendice a sus nietos Efraím y 
Manasés, los hijos de José, "extendiendo su diestra y poniéndola sobre la 
cabeza de Efraím, y su izquierda sobre la de Manasés", mientras 
pronunciaba las palabras de bendición: "Dios... bendiga a estos 
muchachos, y multiplíquense y crezcan en medio de la tierra" (Gen 48, 
14-16). También Aarón, en su calidad de sacerdote, "alzando las manos 
hacia el pueblo, le bendijo" (Lev 9,22). 

Otras veces el gesto quiere indicar la consagración para una tarea, la 
designación de una persona para una misión. Moisés, por ejemplo, y por 
encargo de Yahvé, eligió a Josué como sucesor suyo, y delante de todo 
el pueblo "le impuso su mano" y le transmitió las órdenes divinas, para 
que condujera a su pueblo con autoridad (Núm 27,18-23). Por eso se 
podrá decir después: "Josué estaba lleno del espíritu de sabiduría, 
porque Moises le había impuesto las manos" (Deut 34,9). 

Con frecuencia la imposición de las manos tiene un tono sacrificial. Se 
hace el gesto, por parte del sacerdote o de los asistentes, sobre la 
cabeza del animal que va a ser sacrificado. Es algo más que el mero 
señalar: de alguna manera se quiere indicar que las personas se quieren 
identificar con el animal ofrendado a Dios (cfr., por ejemplo, Lev 1,4; 3,2; 
4,15 8,14.18.22). El rito más solemne sucede en la fiesta de la Expiación 
cuando un macho cabrío es enviado al desierto "cargado con los pecados 
del pueblo, cosa que se simboliza con la imposición de manos: 
"imponiendo ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, hará 
confesión sobre él de todas las iniquidades de los hijos de Israel y de 
todas las rebeldías y todos los pecados de ellos, y cargándolas sobre la 
cabeza del macho cabrío, lo enviará al desierto" (Lev 16,21-22). 

El gesto simbólico significa, pues, según las circunstancias, la 
invocación de los dones divinos sobre una persona, su designación y 
consagración para una tarea oficial, la elección y consagración de una 
ofrenda sacrificial, la comunicación de poderes y fuerzas... 

La imposición de manos en el N.T. 

En el N.T. la acción de imponer sobre la cabeza de uno las manos tiene 
también significados distintos, según el contexto en el que se sitúe. 
Ante todo puede ser la bendición que uno transmite a otro, invocando 
sobre él, en último término, la benevolencia de Dios. Así Cristo Jesús 
imponía las manos sobre los niños, orando por ellos (Mt 19,13-15) En los 
textos paralelos se dice que la gente le presentaba los niños "para que 
los tocara", y él "abrazaba a los niños y los bendecía imponiendo las 
manos sobre ellos" (Mc 10,13-16): la imposición era, pues, también 
contacto fisco. La despedida de Jesús, en su Ascensión, se expresa 
también con el mismo gesto: "alzando sus manos, los bendijo" (Lc 24,50). 

Es una expresión que muy frecuentemente va unida a la idea y a la 
realidad de una curación. Jairo pide a Jesús: "mi hija está a punto de 
morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se cure y viva" (Mc 
5,23). Le presentan al sordomudo de la Decápolis "y le ruegan que 
imponga sus manos sobre él" (Mc 7,32), y asimismo al ciego de Betsaida: 
"le impuso las manos y le preguntó... después le volvió a poner las manos 
en los ojos y comenzó a ver perfectamente" (Mc 8,23-25). Era el gesto 
más repetido en las curaciones: "todos cuantos tenían enfermos de 
diversas dolencias se los llevaban, y poniendo él las manos sobre cada 
uno de ellos, los curaba" (Le 4,40). No es de extrañar que la expresividad 
del signo se prolongue en el encargo que Jesús hace a sus discípulos: 
"los que crean... impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán 
bien" (Mc 16,18). Pablo, que fue curado precisamente por la imposición 
de manos por parte de Ananías (Act 9,17), curará a su vez al padre de 
Publio: "entró a verle, hizo oración, le impuso las manos y curó" (Act 
28,8-9). 

El Espíritu de Dios se da a una persona o a una comunidad íntima y 
misteriosamente. Pero por lo general hay un signo exterior que expresa 
esta donación, y a la vez la mediación eclesial. Es el caso de los 
bautizados de Samaria, que reciben la visita de los apóstoles Pedro y 
Juan para completar su iniciación cristiana: "les impusieron las manos y 
recibieron el Espíritu Santo" (Act 8,17). Lo mismo sucedió con los 
discípulos de Efeso, "habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre 
ellos el Espiritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar" 
(Act 19,6). 

Imponer las manos sobre la cabeza de una persona significa, en otros 
varios pasajes, invocar y transmitir sobre ella el don del Espíritu Santo 
para una misión determinada. Así pasa con los elegidos para el ministerio 
de diáconos en la comunidad primera: "hicieron oración y les impusieron 
las manos" (Act 6,ó). Pablo y Bernabé son elegidos y enviados por la 
comunidad a una nueva misión apostólica: es un momento importante en 
la historia de la primitiva comunidad. El gesto es expresivo: "después de 
haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron" (Act 
13,3). Por eso Pablo podrá recordar a otro ministro de la comunidad, 
Timoteo, el gesto sacramental que estaba en la raíz de su misión: "no 
descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención 
profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros" 
(1 Tim 4,14; cfr.2 Tim 1,6). 

También aquí es polivalente el gesto simbólico, pero siempre expresivo 
de una transmisión de algo oculto: una bendición, el don del Espiritu, la 
fuerza divina para una misión, la curación espiritual y corporal... 

Asi puede terminar su estudio sobre la imposición de las manos un 
autor como Coppens, en 1925, con estas palabras: "la imposición de 
manos es un antiquísimo rito de bendición y consagración que expresa la 
toma de posesión por Dios de una persona o de una cosa, y por la que 
queda llena del Espiritu Santo". 

La imposición de manos en nuestros Sacramentos

Ha sido larga la lista de citas. Pero creo que vale la pena para darnos 
cuenta de las raíces y del significado profundo de este gesto que 
repetimos en nuestra celebración. 

Actualmente todos los Sacramentos han incorporado, con mayor o 
menor centralidad, la imposición de manos en su lenguaje simbólico, lo 
cual, a la vista de su sentido bíblico, no es de extrañar. 

Como dice la monición del gesto en el Rito de la Confirmación: "la 
imposición de manos es uno de los gestos que aparecen habitualmente 
en la historia de la salvación y en la liturgia para indicar la transmisión de 
un poder o de una fuerza o de unos derechos". 

En el Bautismo, la imposición de manos puede sustituir a la primera 
unción, la que está señalada para antes del bautizo. Las palabras que la 
ilustran son claras: "Os fortalezca el poder de Cristo Salvador" 

El Ritual de la Confirmación le da más relieve 

A pesar de que, por decisión de Pablo VI, el rito sacramental 
propiamente dicho es la unción, sin embargo "la imposición de las manos, 
aunque no pertenece a la validez del sacramento, tiene gran importancia 
para la integridad del rito y para una más plena comprensión del 
sacramento" (n. 9). "Por la imposición de las manos sobre los 
confirmandos hecha por el Obispo y por los sacerdotes concelebrantes, 
se actualiza el gesto bíblico, con el que se invoca el don del Espiritu 
Santo de un modo muy acomodado a la comprensión del pueblo cristiano" 
(n. 9). 

La oración con la que el Obispo acompaña la imposición de las manos 
le da este significado: "Dios todopoderoso... escucha nuestra oración y 
envía sobre ellos el Espíritu Santo, llénalos de espíritu de sabiduría..." 

Hay dos momentos en la celebración de la Eucaristía en que el gesto 
simbólico tiene particular énfasis. 

Ante todo, cuando el presidente, en la Plegaria Eucarística, invoca por 
primera vez al Espiritu (epíclesis), extendiendo sus manos sobre el pan y 
el vino: "santifica estos dones con la efusión de tu Espiritu". La segunda 
invocación del Espíritu, hacia el final de la misma Plegaria, esta vez sobre 
la comunidad, aunque es evidente su paralelismo con la primera, no suele 
acompañarse del clásico gesto. 

Sí, en cambio, en la bendición final cuando se quiere hacer con más 
solemnidad. La triple invocación de bienes sobre la asamblea queda así 
muy bien subrayada por una imposición de manos hacia ella. 

Ha sido una novedad el que también se recuperara para el sacramento 
de la Penitencia la imposición de manos. 

En vez de hacer sólo la señal de la cruz sobre el penitente, ahora el 
sacerdote pronuncia las palabras del perdón, "yo te absuelvo..." con la 
imposición de las manos. Y esto no sólo en la forma C, cuando la 
absolución es colectiva, sino también en la A y en la B, cuando se 
absuelve a cada penitente en particular: "extendiendo ambas manos, o al 
menos la derecha, sobre la cabeza del penitente". 

Es un gesto muy expresivo de la reconciliación que el ministro de la 
Iglesia, personificando a Cristo, concede al penitente. 

El que la Unción de enfermos también incluya la imposición de manos 
es consecuente con todo lo que hemos visto en el N.T. La curación de los 
enfermos se acompañaba, tanto por parte de Cristo como de los 
apóstoles, de la oración y de la imposición de manos. 

Cuando el sacerdote, después de las letanías de invocación, impone la 
mano sobre la cabeza del enfermo, está en realidad prolongando y 
visibilizando la fuerza salvadora de Cristo sobre un cristiano que necesita 
en estos momentos de modo particular su apoyo y su gracia. 

Tal vez el sacramento en que más énfasis tiene la imposición de las 
manos es el del Orden. 

El Obispo las impone sobre la cabeza de cada uno de los que van a 
recibir el presbiterado. Luego, todavía con las manos extendidas hacia 
todos ellos, pronuncia la oración consecratoria: "Te pedimos... que 
concedas a estos tus siervos la dignidad del presbiterado, infunde en su 
interior el Espíritu Santo...". 

Es una clarísima acción simbólica de la transmisión de la gracia y de la 
misión ministerial en la Iglesia. 

También el Matrimonio conoce la imposición de las manos. Después del 
Padrenuestro, el sacerdote extiende sobre los novios sus manos y dice su 
oración: "extiende tu mano protectora sobre estos hijos tuyos... cólmales 
de tus bendiciones" (fórmula 2), "descienda, Señor, sobre ellos tu 
abundante bendición" (fórmula 3). 

Don de Dios y mediación eclesial

Gesto plástico, intuitivo, el de la imposición de manos. 
Fácil de comprender en el contexto de un sacramento, aunque no sea 
ahora una acción muy repetida fuera de él. 

Estupendo binomio: la mano y la palabra. Unas manos extendidas hacia 
una persona o una cosa, y unas palabras que oran o declaran. Las 
manos elevadas, apuntando al don divino, y a la vez mantenidas sobre 
una persona o una cosa, expresando la aplicación y atribución del mismo 
don divino a estas criaturas. Optimo lenguaje simbólico para significar la 
eficacia de un sacramento. 

Por una parte, la imposición de manos nos educa para reconocer que 
en todo momento dependemos de la fuerza de Dios, que invocamos 
humildemente. Es la iniciativa de Dios, sus dones continuos, la fuerza de 
su Espíritu Santo, lo que nos recuerda este gesto. 

Y a la vez, porque lo está realizando un hombre, normalmente un 
ministro de la comunidad, nos hace darnos cuenta también de que los 
dones de Dios nos vienen en y por la Iglesia: nos educa a apreciar la 
mediación eclesial, su intercesión maternal. La Iglesia es siempre el "lugar 
donde florece el Espiritu", la esfera en que nos alcanza su acción 
vivificadora. 

La mano poderosa de Dios que bendice, que consagra, que inviste de 
autoridad, es representada sacramentalmente por la mano de un ministro 
de la Iglesia, extendida con humildad y con confianza sobre las personas 
o los elementos materiales que Dios quiere santificar. 

Cuando el ministro repite este gesto simbólico, debería sentir toda la 
densidad del momento: él se convierte en instrumento de la transmisión 
misteriosa de la salvación de Dios sobre ese pan y vino de la Eucaristia, 
sobre ese pecador arrepentido, sobre los enfermos, sobre los 
ordenandos... 

Y cuando los fieles ven cómo el sacerdote realiza esta acción tan 
gráfica, deberían también alegrarse y sentirse interpelados, porque el rito 
sacramental les está asegurando que está siempre viva la cercanía de 
Dios y que sigue actuando sobre nosotros en todo momento el Espiritu 
Santo, "Señor y dador de vida". 

JOSÉ ALDAZABAL
GESTOS Y SÍMBOLOS (I)
Dossiers CPL 24
Barcelona 1986.Págs. 19-24


IMPOSICIÓN-DE-MANOS

Una de las mejores contribuciones de la reforma litúrgica del Vaticano II 
es la de haber llamado nuestra atención al papel del Espiritu Santo en los 
actos sacramentales de la Iglesia. Esto se ha hecho con textos 
cuidadosamente formulados y con un renovado énfasis en el gesto de la 
imposición de las manos. 

Aunque hay un solo Espiritu, el sentido y la finalidad de la epÍclesis, la 
invocación del Espiritu, tiene diferentes connotaciones, según el contexto. 
La imposición de las manos en la ordenación tiene un sentido distinto que 
la que hacemos en el sacramento de la penitencia. En las Plegarias 
eucarísticas nuevas, no sólo es invocado el Espiritu sobre el pan y el 
vino, sino también sobre los que van a participar de la comunión. 

El Espiritu que llena a la Iglesia y se nos comunica en los sacramentos 
es el mismo Espiritu que cubrió con su sombra a la Virgen Maria, 
haciendo que concibiera en su seno a la Palabra. Es el mismo Espiritu 
que el Señor Resucitado transmitió a sus discípulos con el encargo de 
perdonar pecados y llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. 

El que preside recibe de la Iglesia el encargo de impartir este don. Uno 
no puede realizar este gesto de un modo inexpresivo, como si fuera una 
rúbrica menor de pocas consecuencias. En varias ocasiones este antiguo 
gesto litúrgico se hace en silencio: ¿qué palabras pueden expresar la 
tremenda realidad pentecostal que celebramos? Cuando se añaden 
palabras que no están prescritas, a menudo son palabras banales y 
empobrecen la rica hondura del sentido del Espiritu. Cuando el 
presidente impone las manos, debería ser lo bastante humilde como para 
reconocer que es un instrumento, y no la fuente del Espiritu. Debería 
hacer el gesto consciente de que está transmitiendo la fuerza y el poder 
que hay detrás de lo que está haciendo. 

Muchos presidentes podrían mejorar su estilo presidencial 
sencillamente dando un poco más de tiempo a su gesto. Están siendo 
mediadores de la presencia del Espiritu de Pentecostés en la comunidad. 
Deberían extender bien sus manos sobre el objeto o la persona sobre los 
que invocan al Espiritu, retirándolas luego con cierta lentitud y elegancia. 

Cuando hacen el gesto sobre una persona, se supone que hay contacto, 
que tocan la cabeza de esa persona: le transmiten su propio amor y 
acogida, el amor y la acogida de la comunidad, y sobre todo el don 
vivificante del Espiritu. Sus manos deben expresar esas realidades. 
No hay un gesto más importante que éste entre los que se le confiían a 
un presidente. Es un gesto que pide reverencia y humildad. 

MISA DOMINICAL 1998/08 31
RON LEWINSKI
(traducido de "Liturgy 90")


LAS MANOS NOS AYUDAN A CELEBRAR

Lo que celebramos en la liturgia -la gracia que nos concede Dios y 
nuestra respuesta de fe- no lo expresamos sólo con palabras, silencios o 
canto. También el cuerpo nos ayuda con su lenguaje. Y en concreto, las 
manos con el suyo. 

Como en la vida nos servimos de ellas para saludar o despedir o pedir 
o señalar, asi un sacerdote que impone las manos sobre el pan y el vino, 
o una persona que ora a Dios elevando los brazos, expresan de un modo 
muy plástico lo que sucede en lo interior. 

"Alzaré las manos invocándote" 

Unas manos elevadas hacia el cielo son un gesto muy expresivo de 
súplica o de alabanza o de angustia, el símbolo de todo un ser que tiende 
a Dios: "toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote (Sal 
62,5). 

¡Qué bien acompañan a las palabras del Padrenuestro unas manos 
dirigidas a Dios! Manos abiertas y vacías, con las palmas hacia arriba: 
que reconocen su pobreza y muestran su esperanza. No nos 
presentamos ante él cargados de dones. Humildemente, le estamos 
diciendo con el lenguaje de las manos nuestra confianza de hijos. 
Por eso es tan expresivo recibir la comunión del Pan en la mano 
abierta, "haciendo de una mano como un trono para la otra, como si fuera 
esta a recibir a un rey", como explicaba hacia el año 380 san Cirilo de 
Jerusalén. Es un gesto que hacemos, no "cogiendo" por nuestra cuenta la 
comunión, sino "recibiéndola" por la mediación de la Iglesia, de manos 
del que distribuye el Cuerpo de Cristo, mientras contestamos al breve 
diálogo: "El Cuerpo de Cristo. Amén". 

La señal de la cruz sobre nuestro cuerpo 

¡Cuántas veces trazamos sobre nosotros mismos la señal de la Cruz! 
Cuando damos inicio a la misa o a la oración o el viaje, cuando vamos a 
escuchar el evangelio ("¡a ver si nos entra!"), cuando recibimos la 
bendición al final de la misa (el sacerdote la envía a todos en forma de 
cruz, y cada uno de nosotros nos la apropiamos), cuando el sacerdote 
nos da la absolución... 

Es un movimiento sencillo y expresivo. Por una parte, hacemos con 
nuestras manos un gesto que recuerda la cruz, el signo más 
característico de los cristianos. Y, por otra, la trazamos sobre nuestro 
cuerpo, deseando que la salvación de Cristo nos envuelva 
completamente. 

Unas manos que golpean el pecho 

Uno de los gestos penitenciales más clásicos es el de golpearnos el 
pecho con nuestra mano, abierta o cerrada. Es lo que hacia el publicano 
humilde que, cuando oraba en el Templo, "se golpeaba el pecho 
diciendo: oh Dios, ten compasión de mi, que soy un pecador". Cuando 
rezamos el "Yo confieso", hacemos nosotros lo mismo mientras decimos 
"por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa". Golpearse el pecho es 
reconocerse débil y pecador, apuntando a nuestro mundo interior, que es 
donde sucede el mal. 

La importancia de tocar 

Muchas veces, en nuestra celebración, se hace el gesto de tocar algo o 
a alguien con nuestras manos: 

* en el Bautismo se traza la señal de la cruz sobre la frente del niño, y 
se le unge con óleo en el pecho y en la cabeza; 

* en la Confirmación, el obispo impone las manos y unge la frente del 
confirmado: el que hace de padrino, coloca la mano sobre su hombro, y el 
obispo le da un abrazo o un beso; 

* el que proclama el evangelio, toca con su mano el libro y luego se 
santigua a si mismo, como deseando que haya un trasvase"; 

* para el momento de la absolución, se ha recuperado el gesto de la 
imposición de las manos sobre la cabeza del penitente; 

* los novios se dan el mutuo "si" mientras se cogen de las manos, 
como signo de entrega y fidelidad.. 

La imposición de las manos 

Uno de los gestos más significativos en la liturgia es el de la imposición 
de manos. Es un gesto plurivalente. Depende de las palabras que le 
acompañan: 

* cuando se hace en el sacramento de la Reconciliación se oye "yo te 
absuelvo de tus pecados"; 

* cuando el sacerdote las extiende sobre el pan y el vino, dice: "envía, 
Señor, tu Espiritu sobre este pan y este vino"; 

* cuando el obispo ordena con este gesto a un diácono o a un 
presbítero o a otro obispo, dice: "envía, Señor, la fuerza de tu Espiritu, 
sobre estos siervos tuyos"; 

* los sacerdotes que concelebran la misa, extienden sus manos hacia el 
pan y el vino, invocando sobre ellos al Espiritu Santo; 

* también es el gesto que expresa mejor la bendición solemne, al final 
de la misa, como transmitiendo a todos la gracia de Dios. 

Las manos expresan el gesto de paz 

Antes de comulgar, somos invitados a "darnos fraternalmente la paz". 
Es un gesto que indica una cosa sencilla y profunda a la vez: no podemos 
acudir a la mesa común a la que nos invita el Señor, si no estamos en 
actitud de paz y fraternidad con los demás. El gesto con el que solemos 
expresar esta paz es el de estrechamos la mano con los más cercanos. 

Es un gesto de unidad, de fraternidad, incluso de perdón. Y nos recuerda 
que los cristianos estamos continuamente en estado de "paz en 
construcción". 

* * * * * 

La liturgia pasa también por las manos. Manos que se juntan en actitud 
de recogimiento y oración, palma contra palma o entrelazando los dedos. 

Manos que se dejan lavar para simbolizar la pureza interior. El lenguaje 
de unas manos que tocan, que toman posesión, que transmiten, que 
saludan, que se lavan, que estrechan la mano del hermano, que reciben 
al Señor en la comunión... 

Claro que lo principal es lo interior, y debemos evitar la rutina y el hacer 
los gestos mecánicamente, sin expresividad. Pero, si hacemos bien esos 
gestos, las manos nos ayudan a expresar ese encuentro misterioso con 
Dios. 

No deberíamos sentir vergüenza de manifestar exteriormente nuestras 
actitudes de fe: por ejemplo, cuando nos invitan a decir el Padrenuestro 
con las manos elevadas. Todo será poco para que nuestra oración sea 
consciente y alimentadora de nuestro fe. 

MISA DOMINICAL 1998/13 5